Capítulo 6

La estación se consume y las noches son más largas. Sopla el viento y las pocas hojas que le quedan a los árboles caen; algunas de ellas terminan adornando el dorado cabello de la reina. Tabris desvía la mirada y se arrebuja en su ropa antes de agacharse a recoger una bellota.

—¿Plantarás un árbol en tu nuevo castillo?

La elfa gira en dirección a la voz de la reina. Anora está sentada sobre el suelo, usa ropa de montar en lugar de un vestido, pero de cualquier forma conserva el aire regio. La guarda compone un mohín y sacude la cabeza con energía.

—No lo llames así, la gente va a creérselo y cualquier día despertaremos con una horda de humanos enfadados en las puertas de Alcázar de la Vigilia.

—No comparto la opinión. Después de todo no es la fortaleza de una elfa, es la fortaleza de una guarda gris.

—Es peor. Algún día se darán cuenta de que soy ambas y me echarán de ahí a patadas sin mediar palabra.

Tabris va a sentarse al lado de Anora. Las colinas al norte de Denerim revelan un paisaje de hermosura y tranquilidad. Una distracción a lo que prevalece en la ciudad y de los caminos que adentran en el sur del reino. Han pasado un par de meses, pero de cualquier forma, en el territorio de Ferelden late la herida abierta de la Ruina.

Tabris sabe que los solaces como este son escasos para ambos reyes, así que ella procura desviar la conversación, que recorre todos los temas irrelevantes y banales hasta que Alistair aparece en lo alto de la colina. El joven rey respira con agitación. Compone una expresión de sorpresa al percatarse de la presencia de Tabris.

—No sabía que te unirías a nosotros.

—No me quedaré. Voy camino a Amaranthine.

—Nos encontramos en el camino —explica Anora.

Tabris vuelve a ponerse de pie, se acomoda el cinturón, hace una leve reverencia en dirección a Anora y otra para Alistair, pues no le agrada el trato familiar cuando están ambos reyes en el mismo sitio. La situación, aunque no insoportablemente incómoda -como había previsto-, sigue suscitando una atmósfera extraña entre los tres.

Afortunadamente para Ferelden y para los mismos monarcas, la alianza matrimonial funciona. El rencor no ha estorbado el desenvolvimiento de ninguno de los dos y, de hecho, Tabris se ha dado cuenta de que Anora y Alistair son menos incompatibles de lo que se había creído. Se estabilizan entre sí, se complementan. El resultado es un gobierno firme dirigido por un excelente equipo.

Tabris aprieta los labios, como si de esa manera pudiera mantener a raya el desagradable sentimiento. Envidia . Solía creer que ella era el complemento de Anora, luego se dio cuenta de que no era así. Lo mismo sucedió con Alistair. Ahora, está fuera del juego. Tabris los ve desde el exterior y cuando ingresa, acaso es una invitada.

Tan desagradable es la emoción, como el saber que la alberga. Se despide todavía con una sonrisa y monta su caballo. Sujeta con fuerza las correas. El viento es frío, sus lágrimas ardientes.

Todo fue perdonado, la guerra fue ganada, el guerrero regresa a casa sabiéndose a salvo, tras meses de correr por el bosque perseguido por la oscuridad. ¿Por qué? ¿Por qué sí la victoria les dio el derecho a descansar, la felicidad parece más pálida y frágil que nunca? Para la guarda comandante Tabris, esta victoria es tan solo el preludio de su exilio, puede sentirlo en los huesos.