Disclaimer 1: Fanfic sin ánimos de lucro. The Loud House es creación de Chris Savino, propiedad material de Nickelodeon Intl, y está bajo licencia de Viacom International Media y Jam Filled Entertainment.

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En los campos de Taylor

A las afueras de Cleveland, Ohio

19 de Junio de 2038

11:26 am

Bloque de media seguridad de la prisión

Nadie con amigos es un fracasado.

-Ernest Clyne, novelista estadounidense

-¡Wesley, Anderson! Ya puedes irte.

Al interior de la celda, una vez dada la indicación del custodio, un hombre correoso de tez bronceada y cabello negro casi a rape se levantó y tomó las pocas cosas personales que tenía. Dentro de lo legal, un juego de afeitar sin la navaja (por seguridad, deben entregarlas para prevenir ciertos desaguisados), cepillos dental y para el cabello, un par de fotografías de la vieja pandilla de Michigan y un par de libros. Entre lo ilegal, tres paquetes de ramen instantáneo, una cajetilla de cigarrillos mentolados de cápsula y un viejo reproductor portátil de DVD con audífonos que, para el caso, se lo dejaron por haber delatado a un par de reos hace tres años. Y dado que está saliendo por buena conducta, agradece que se lo pueda quedar pese a ser propiedad de la prisión. Los fideos le importan un carajo, pero como moneda de cambio y comida suplementaria le salvaron la vida más de una vez. Esos, de plano los deja para el siguiente inquilino que robe una licorería, como fue su caso, o haga algo más estúpido.

-Veamos -dijo el oficial de la aduana, un hombre bisoño de aspecto rubicundo-. Navaja para afeitar, se va contigo. Navaja plegable, se queda. Setecientos dólares...

-Eran cuarenta -aclaró Anderson, recordando vagamente lo que tenía al entrar.

-Digamos que fui tu banco, chico -presumió el encargado-. Entre préstamos y apuestas que hice con ese dinero sacaste buenos dividendos. Solo tomé mi comisión.

-Gracias -murmuró dudoso, haciéndose a la idea de que era mucho más lo que hizo y le dio una tajada algo simbólica.

-Sigamos... paquete de mentas, caducas... deberías tirarlas, pero allá tú. Un teléfono descontinuado, una cuponera vencida de La Hamburguesa Ocupada, pantalón negro, chaqueta de mezclilla y una tarjeta de un club nudista. Es todo.

Una vez fuera, Anderson sacó una de las fotos que pudo guardar pese a su restricción. Pensó en estos diez años, desde que se peleó con sus padres y rompió todo contacto con ellos, en lo que haría una vez fuera libre. ¿Una hamburguesa? Ni soñarlo. Su presupuesto da para más que eso ahora, más contando con que no ha desayunado, y la cena de anoche le sentó mal. ¿Buscar una mujer? Tiene una en mente, pero ahora mismo le da igual. Dicho en un lenguaje soez, sus expectativas sobre la parte de "bella mujer" y la de "mujer" debieron de ajustarse a lo que había. Demasiados huecos donde tuvo que hacerse valer y demasiada cochinada que sacó para ir a la enfermería un par de veces por mes. ¿Una cama? Se acostumbró al colchón áspero y duro de su celda, pero no quiere estar despierto con piojos de ropa hurgando en sus calzoncillos.

Volver con la vieja banda no suena tan mal. Lo último que supo de Pablo antes de su encierro es que estaba trabajando en un autolavado, mientras que Taylor le contó que rondaba al fenómeno de pelo blanco Loud porque su noviecita lo trataba peor que basura y le tuvo lástima.

Rondar a ese pobre idiota teniendo aunque sea a Pablo le pareció un chiste amargo. Y sin embargo no se rió aunque quisiera. Las pocas veces que se confrontaron no hubo saldo favorable para nadie, y la última, de hecho, terminó con una infección en el brazo gracias a esos dientes de conejo.

Buscando la dirección de la estación de autobuses, Anderson decide que Cleveland es demasiado para él. Mucha bulla, gente cerrada y demasiado café para su gusto como para odiar a los Cafés el resto de su vida. Solo espera que, para entonces, Taylor espere a llevarse una grata sorpresa de verlo.

~o~

-Si tuvieras oportunidad de rehacer tu vida desde algún punto, ¿lo harías?

La pregunta de Taylor lo sacó de sus pensamientos.

Para tener ya treinta y tres años, Lincoln no es el tipo de sujeto que pudiera dejarse intimidar por una pregunta que hace años le hiciera Lisa cuando se confirmó su parentesco con una nonata Jamie. Por entonces, ya estaba de por sí asustado con la sola idea de tirar sus planes por la borda por un desliz, mas ahora el escenario es diferente. No era su hermana menor, habiendo sido descubierta mientras le eran conectados diodos y sensores de un detector de mentiras bajo justificación de una prueba psicológica de corto calibre, sino su esposa, acostada usando solo una camiseta amplia blanca sin mangas que esperaba tener algo de acción marital esta noche.

-¿Por qué preguntas? -cuestionó Lincoln, en bermudas anaranjadas, camiseta también blanca y cansado por una tarde pesada en la alcaldía.

-No sé, solo... me vino a la cabeza y ya -respondió Taylor antes de voltear a su teléfono.

-Hay mucho que hubiera querido cambiar -dijo Lincoln, tomando una botella de enjuague bucal y dando un sorbo antes de hacer gárgaras.

-¿Como qué?

-¿Tú qué crees? -preguntó Lincoln en cuanto escupió el enjuague.

-¿El dia que estrenamos el nuevo colchón de mamá?

-Mollie -respondió Lincoln, viendo a la pantalla de su teléfono, habiendo en esta una foto de la referida mujer vestida de traje sastre morado bajo el titular "Nueva alcaldesa de Lansing promete sacar la basura"-. Era una zorra de lo peor, y tal vez no tenía reparos en hacerse la santa, pero al menos tenía cierta... perspectiva.

-¿Y yo soy una idiota o qué? -cuestionó Taylor.

-El idiota fui yo. Cometí muchos errores que no me dejaron arreglar. Ya sabes... descuidar mi vida por mis hermanas, salir con Mollie... mi cumpleaños dieciocho...

-¿Insinúas que portarnos mal en ese café fue un error?

-La parte en que me despidieron por hacerlo contigo en el auto de la señora Rosato y te prohibieron la entrada.

-Al menos era más cómodo que nuestro auto.

Sin reparos, Taylor señaló el vetusto Tsuru estacionado junto al árbol. Un tanto avergonzada, sigue sin creer que sus ahorros para su primer auto fueron a parar a los bolsillos de su madre, y haciendo cuentas era un negocio redondo. Un modelo de 2003 que ya era casi chatarra cuando su padre lo compró antes de irse y es un milagro que siga funcionando.

-¿Y quieres saber otra cosa? Sigo guardando el número de mi ex-compañera -añadió Lincoln, recordando un poco a Jordan.

-¿Esa estirada rubiecita? -inquirió Taylor- ¿Para qué lo guardas?

-Nunca está de más tener que tener una deuda a favor.

-¿Qué deu...?

-Ese lío de faldas con su madre.

-Ah, si. Eso.

-Es por si... ya sabes -dijo Lincoln, dejándose caer sobre su cónyuge con la cabeza en su vientre-. Si nuestra relación ya no funciona o si lo necesito. Lo cambia cuando lo cree conveniente, pero me avisa.

-Genial -observó sarcástica Taylor-. Solo falta que deje que se nos una con Shannon.

Al hablar, se oyeron unos fuertes golpes contra la entrada principal.

-¿No es tarde para visitas? -cuestionó Lincoln.

-¡Vuelva mañana! -voceó Taylor.

-¡No moleste! -añadió Lincoln, levantándose y yendo molesto- No somos caridad, no somos ni queremos ser miembros de cultos ni nada. ¿Qué tiene que hacer uno para poder dormir?

Al abrir, lo primero que vio fue un puño enguantado. Por reflejo, se hizo a un lado y estudió al recién llegado.

Corte casi a rape, ropa más o menos cuidada, aspecto de haber salido recientemente de prisión, un perfil que vagamente reconoce...

-Lincoln, si no lo echas, te juro que voy a... -dijo Taylor, saltando de la cama y yendo a la pequeña sala.

-¿Sabes qué es lo peor de la comida en prisión? -preguntó Anderson, algo jocoso sin dejar de sonar intimidante.

-No sé que quiere, pero aquí no vive quien busca -dijo escueto Lincoln, cerrando la puerta.

-Oye, yo te conozco... -dijo Anderson, trabando la puerta con el pie y entrando como si fuese el dueño-..., ¿MacRanney, del bloque tres?

-¡Si no lo sacas, voy a...! -amenazó Taylor, cortándose en cuanto tuvo al recién llegado a tiro- Ok, a este le arranco las bolas.

-¡Mierda!

Saliendo por poco, Anderson recordó, como si no hubiera pasado tiempo en prisión, que Taylor tenía un muy serio pendiente con él.

¿Mantenerse en contacto? No tanto como para que ella quisiera arrancarle su virilidad como él quisiera. Empero, hubo algo que él le prometió tanto a la latina como al pobre diablo que se les unió como rémora antes de irse, y ese algo era avisar de su regreso para ir a la boda de cada uno. Los tres y Zach, si lo encontraban, pero todo cuanto supo hace un par de horas es que el pelirrojo atiende una vieja lavandería en soltería, Pablo vivía en los suburbios y, gracias a cierta persona, Taylor estaba casada con un vago. Jamás imaginó que el susodicho fue el primer chico de sexto a quien intentaron atormentar y terminó poniéndoles un alto.

Taylor tenía buenas razones para estar molesta, por su lado. Apenas habló con su viejo amigo la semana pasada para avisarle que no tendrá tiempo libre hasta el otoño, y aunque la noche anterior se dio una escapada con Zach antes de regresar a casa (misma que Lincoln ya se esperaba), esta no pasó de una charla sobre las posibilidades de hallar vida alienígena. Hasta donde pudo, ella cumplió su promesa el año pasado, pues Pablo devolvió la cortesía de estar en sus nupcias haciendo que ella fuese una de las damas de honor de su hoy esposa. El latino, si bien no estuvo en la oficina del registro civil cuando se casó con Lincoln, ya los esperaba fuera con un sobre con quinientos dólares como regalo de bodas, probando que de menos él tenía los aires para honrar su palabra. Fuera de sus cuñadas, suegros, madre y padrino -un conocido de su madre que no han vuelto a ver desde la boda-, esperaba a ver a ese par de alcornoques, pero solo uno se apersonó. Persona no grata a ambas familias, pero al menos bien recibida para ella hasta ese día.

-¡Y más te vale largarte, imbécil! -añadió fúrica Taylor, azotando la puerta tras ella.

-¿Y eso qué fue? -preguntó preocupado Lincoln.

-¡Solo quiero estar sola! -dijo Taylor, en extremo cortante, antes de cerrar la puerta de la recámara.

Sin tener una clara idea del porqué, Lincoln apenas tomó un abrigo y las llaves del auto antes de salir. Solo por precaución, se decidió a dormir en el asiento trasero del Tsuru y, para variar, pensar en lo que ella podría estar pasando.

Taylor, por su lado, no quería saber de nadie hasta que se le pasara. Todo cuanto hizo fue buscar las fotos que tiene de su viejo grupo y, con toda la saña posible, escribir insultos sobre la cabeza de Anderson.

~o~

El campamento Almas libres no resultó ser tan horrible como pensó. Es peor.

En sus casi catorce años de vida, jamás imaginó que un sitio podría ser tan cursi y dedicado a la autoayuda que su padre besaría el baño de chicos de la preparatoria antes que acudir. Y el que la directora Salter le haya obligado a estar como consejera y no como campista no ayuda para nada a su propia percepción. No se ve tras un montón de niños tratando de tener buenas vibras y comiendo lo que prácticamente ve como diarrea de caballo mal digerida, y lo peor es que sus "compañeros" no lo hacen más fácil. Entre el aire arrogante y donjuanesco del señor Spokes, la tensión constante del casi sesentón maestro Bolhofner y de la señorita Zhau y la prácticamente inexistente conexión con el mundo "para conectar con el mundo" como predica la directora, hubiera preferido quedarse en casa y salir por las tarde a su antojo.

Resumiendo lo que hizo. Tuvo que asistir a la infumable presentación, ayudar con la cena sirviendo una especie de potaje de cebada que olía como sus calcetas sucias y un té de aspecto repugnante (canela con jengibre, según la vieja cocinera Pat) e improvisar un "círculo de la confianza" que solo le causó un fuerte dolor de cabeza. Y la única parte buena, el viaje mismo, no ayudó mucho a mejorar la experiencia. De hecho, le tocó una fibra que desconocía por completo.

Despierta a media noche, tiene en mente a su compañero de viaje, un chico de diecisiete años de nombre Aidan. Alto, castaño, la nariz algo respingada, vestido de camiseta negra, suéter color canario y jeans, no muy musculoso pero de aspecto que en todo el día, y mejor dicho solo sería en palabras de su madre, la tuvo babeando a dos bocas. No tiene mucho sentido negar que el chico le gusta, pero con una maestra que la odia, un chaperón creído sacado de una tienda de ropa como lo era Rusty Spokes y un vejestorio que presume de haber domesticado a varios linces como mascotas que no hacen precisamente una buena compañía lo mejor es ir con cautela como le sea posible. En especial cuando sus compañeras de cabaña tienen pésimos hábitos.

Primero, Stella Zhau, la amargada. Hasta ahora, esta apenas y le ha quitado el ojo de encima, quedándose despierta mientras pudiera asegurarse de que ella ya estuviera dormida. En este momento, la filipina dedica su atención a un sitio de robótica en su teléfono con una taza de té verde al lado y unos audífonos antiguos que ha logrado hacer durar mucho más tiempo de lo que era la regla. Luego, la directora. Prácticamente una hippie que desconoce lo que es afeitar el cuerpo y que, por respeto a sus subordinadas, se le ve muy incómoda con un pijama de dos piezas en amarillo y las iniciales GS sobre el corazón, batallando por hacer un tejido con listón. Y el remate que hace que la cabaña huela a grasa y la cena de los chicos (siendo esta noche el dicho potaje de cebada), la chef Pat. La gruesa mujer prácticamente tenía cimbrando la cama baja de la litera que ocupa por su peso, y justo ahora está roncando y hablando entre sueños con una Rita que, supo en su primer día de secundaria, era su abuela paterna.

Sin reparar por donde iba, Jamie salió de la cama y tomó sus pantuflas de conejo, regalo de Leni la noche anterior, y sin que Stella se diera cuenta de nada, salió de la cabaña.

Backus Creek por la noche le recuerda mucho a casa. Para estar en un pequeño lomerío junto al arroyo Backus en el descampado boscoso del centro del estado, el campamento decididamente apesta, pero el paraje donde se ubica, a diferencia de su hogar, está prácticamente enclavado en medio de la nada, en una propiedad cuyos únicos puntos de civilización cercanos antes del poblado de Prudenville son apenas un caserío abandonado en el camino a Roscommon, un rancho y un criadero de perros. Y el arroyo del que la población debe el nombre no está ni lejos de ser el más grande y caudaloso, pero discurre entre meandros por buena parte del territorio antes de desembocar en el lago Houghton.

Con el campamento en la sima del accidente orográfico, la vista a Jamie estando cerca de la cima le resultó un tanto deprimente. Cosas de la hora, pues las únicas luces provenían de los faroles en la entrada y las entradas de los edificios, la granja y las lejanas poblaciones, lo que le da un aire algo fantasmal al lugar.

Hizo memoria de los sitios a donde pudo ir Aidan. Si bien es apenas la primera noche, no hay muchos lugares a donde un adolescente pudiese ir solo. Menos con un plano en U donde el patio principal está entre los edificios y las instalaciones se hallan tras las cabañas del primer grupo de campistas. Por lógica, el único sitio interesante sería, además de la cocina, la pista de obstáculos junto al bosque.

Una luz junto al lado de la cabaña del personal llamó su atención. Sin pensar en quien pueda ser, Jamie corrió colina abajo y estuvo a nada de romperse una pierna de ni ser porque reaccionó en el último segundo antes de meter el pie en un hoyo de conejos y lo saltó como pudo, lo que le causó un fuerte golpe en el pecho que le hizo caer de bruces.

De la nada, casi medio minuto doliéndose después, una luz cegadora le cortó la vista y escuchó pies bajo las ramas.

-Pero que tenemos aquí -oyó a Bolhofner tras la luz-. Dicen que de tal palo tal astilla.

El camino a las cabañas no fue difícil una vez dejada atrás la floresta, y aunque sentía que muchos ojos la observaron desechó la idea. Todos los ojos eran de animales, y para lo que le interesa la opinión de un animal salvaje, pero algo andaba mal.

Poco antes de llegar a las cabañas, vio un par de siluetas que apenas y distinguió como humanas. Ello le parecería raro, de no ser porque ha escuchado de su padre (como advertencia) que el tiempo pasado en el viejo campamento Mastodonte era la oportunidad para algunas de sus tías y él para darse una escapada al bosque y "hacer sus cosas" con su respectiva pareja del momento.

Sin cambiar palabra alguna, Jamie entró molesta. Bolhofner, por su lado, estaba dispuesto a endosarle un sermón. Viendo su rechazo, el viejo docente se limitó a sacar una salchicha curada envuelta con una bolsa de plástico y le dio una mordida, pensando que ya en la mañana podrá tratar con alguien tan insolente como sus padres.

Viendo que todas las luces salvo la linterna de su cama están apagadas, Jamie trepó la litera, ignorando los ronquidos de la cocinera y de Stella, y buscó a tientas un extremo del cobertor. De este, llegó a sentir algo en el pie.

-Deeksie -leyó en voz baja la portada.

Se había topado con un cuaderno de pasta dura. Esta, forrada en cuero, le daba la impresión de ser un diario, cosa que se confirmó al abrirlo y empezar a leer una nota fechada en el último San Valentín.

¡Es el colmo!

No entiendo cómo puede hacerme esto. Muchas veces que intenté confesarle que quiero que salgamos una noche, y me entero que me rechazó por una universitaria. Con verga. ¿En serio tengo tan mala suerte con los hombres?

Sonrió por lo bajo. Si esa era una broma de Aidan, es graciosa.

No sé ni que pensar. Hay mucho que puedo ofrecerle a cualquiera, y esa última cita que tuve con...

Un nuevo ronquido de abajo la hizo saltar con un fuerte rechinido, cortando la lectura al perder la página.

Abrió en una página al azar.

Salir con Albert fue un error. ¿Alguien casado? ¿Qué tan bajo puedo caer? ¡Ya tengo suficiente con que me prohibieran volver a El Grano Quemado por un año!

"Así que salió con alguien casado", pensó Jamie, riendo para sí. "Pobre, ojalá le dejen visitarlo en prisión".

Sin nada mejor que hacer por la hora, decidió dormir, ignorando que su maestra le soltaba maldiciones en sueños.

~o~

Los siguientes días Lincoln se sentía desplazado en su propia casa. Sin Jamie, apenas tenía con quien pasar el tiempo, pues Taylor se puso muy arisca dada la llegada de Anderson.

Intentó hablar con Pablo. El antaño vándalo, después de la universidad (el único de los amigos de Taylor que logró cursarla) y un par de años en servicio naval se hizo actor de teatro luego de su única aventura en el cine, un fanfilm woke del agente David Steele que incluso la crítica underground despedazó. Casado apena hace un año con una homónima de su vieja amiga de apellido O'Hara, le comentó sin tapujos que las cosas entre los tres se pusieron muy tensas, por no decir que están rotas en lo que toca a Anderson.

-Ese cretino -refirió Pablo sin mucho aprecio frente un aparador con licores varios- me hizo perder doscientos billetes antes de largarse.

-¿Una apuesta? -preguntó Lincoln, sentado en la barra frente al aparador del minibar

-Apostó sobre quien se acostaría primero con Taylor, no te ofendas...

-Si tanto perdiste por acostarte primero con esa segundona, ¡duerme con ella, tarado! -exclamó la esposa de Pablo, de piel blanca y el cabello marrón corto prácticamente pegado al cráneo como lo tenía la tía Sharon, lanzando al infeliz actor una toronja pelada.

-No es nada -minimizó Lincoln, escuchándose desde el segundo piso un alarido de frustración por la señora de la casa-. Relativamente estamos cada quien por su lado y...

-¿Relación abierta? -cuestionó Pablo, limpiando de su cara la dicha fruta aplastada- Eso es fan... tan enfermizo -añadió y corrigió temiendo ser escuchado.

-No es tan difícil, pero...

-Te agradezco que no hables de eso -advirtió el latino-. Taylor... mi esposa, es muy conservadora en ese sentido.

-Oh, ya.

-Cree que por eso falló mi primer noviazgo serio -añadió Pablo, señalando en la vitrina una foto de las dos Taylor en el cumpleaños de la hoy señora Loud junto a él mismo, donde abraza a una mujer que reconoce Lincoln como una ex-amiga de Lynn-. Maddie si era sexy y todo, pero aquí entre nos era muy demandante y liberada.

-Entiendo eso.

-Muy liberada para mi gusto. Le acepté que saliera con uno o dos más aparte, pero salió un tiempo con tu hermana y ese fue mi límite.

-¿Lynn?

-Luan, antes de su separación.

Eso no lo vio venir.

-¿Y de dónde...? -preguntó Lincoln, sorprendido.

-Coincidimos un año en el club de drama -respondió Pablo, cortante.

Con eso en mente, en todo el tiempo que Lincoln estuvo estancado revisando y digitalizando los archivos de 2025, tuvo en mente la turbia relación de su esposa con sus viejos amigos.

Pablo fue muy claro en lo de su apuesta con Anderson. De entrada, ya había sido en un tiempo en que Zach y Taylor terminaron, y aunque se trató de algo serio y solo fue un asunto de dinero lo cierto es que ello afectó seriamente su relación.

-Oye, Lincoln -dijo una compañera suya cerca de la media hora de comida que tiene-, necesito un favor y préstame veinte dólares.

La susodicha no era otra sino Paula, una conocida de la secundaria por el club del coro. Aunque esté al corriente con su situación y últimamente no le ha guardado muchas simpatías, ha tenido de menos la cortesía de darle un trato cuando poco cordial. Y si bien esta trabaja en la oficina del registro civil, a menudo se la ve entre los pesados archiveros buscando algún registro previo a 2023 que todavía siga en físico para ratificar o negar un acta.

-¿Otra vez dejaste tu almuerzo en casa? -preguntó Lincoln, escaneando el acta de divorcio de un tal C. M. Savino.

-Otra vez dejé las llaves dentro.

Suspirando, Lincoln saca su cartera. Aunque suele tener deudas, su pasada reputación de solidario le precede aún en el estado actual de sus finanzas. Y con una deuda a favor, por pequeña que sea, agradece que al menos sus deudores solo lo tomen como último recurso.

-No te ves bien -dijo Paula, recibiendo el billete.

-Apenas y dormí, ¿qué esperabas? -repuso Lincoln.

-¿Pelea con tu esposa?

-Es más complicado que eso.

-¿Descubriste que tiene un amante?

-Por última vez, es relación abierta -apuntó Lincoln, pasando de Savino a un K. Sullivan.

-¿Vino Lynn de visita?

-No.

-¿O es...?

-Visitante incómodo.

-Ah, visitas... -razonó Paula, tomando asiento-. Creo que deberías dejarla a solas un tiempo.

-Es lo que estoy haciendo -dijo Lincoln sin subir la mirada-. Vino un... viejo amigo suyo, y la puso de muy mal humor. Como si viera a Lori -añadió.

-¿Y dónde se quedan tú y tu hija?

-Jay está en un campamento como consejera, yo me estoy quedando en nuestro auto -suspiró Lincoln con cierta resignación-. Se va de malas, vuelve peor y prefiero tener mi cuello en su lugar.

-¿Qué tiene ese amigo suyo que tú no tengas? -preguntó Paula al tomar una carpeta de 2016.

-Es un exconvicto y...

-Eso de hecho es malo para ambos.

-¿Por?

-Muchas relaciones con exconvictos no terminan bien.

-Y me lo dices a mi cuando Taylor pasó tres semanas en prisión por golpear a una oficial que la detuvo por obstrucción de una rampa para minusválidos.

-Lo siento...

-¿En qué te basas?

-Mi segundo esposo, Andrew -confesó Paula antes de sentarse-. lo arrestaron a los dos meses de casados por tirarle la caja de arena al fiscal de distrito. Su caja de arena.

-Que asco.

-A la semana tuve que echarlo.

-¿Y me recomiendas irme o qué?

-Tal vez tengas que disuadir a tu "visita" saliendo con tu esposa -sugirió Paula, chupando un bolígrafo con la vista en alto.

-¿A dónde?

-La conoces bien -dijo Paula-, resuélvelo.

Tomando su carpeta, la rubia solo salió mientras pensaba en la posibilidad de darle asilo a su colega en lo que remedia su situación. Lincoln, por su lado, decide que Paula no va tan mal encaminada con su idea. El problema con ello es que, fuera de Lactolandia, un par de moteles y las cajas de bateo, algunos de los lugares a donde ella gustaba ir son, en otras palabras, caros para lo que se pueden permitir. Pero si la idea es afianzar, debe ir donde pueda todo menos dudar.

.

Al mismo tiempo que Lincoln conversaba con Paula, Anderson salía de un bar de karaoke donde solicitó empleo como guardia. Aunque no estaba calificado, se había permitido intentarlo sin éxito alguno, comprobando que lo dicho por muchos exconvictos sobre las segundas oportunidades era una mentira que la sociedad suele repetir constantemente.

El motel donde se está alojando no era precisamente un lujo. Con dos estrellas, el Buttz no es precisamente el sitio donde el hospedaje fuera caro, mas no hay mucha diferencia para él con su celda en Cleveland. Si acaso, desayunar y cenar de la estación de Flip era una opción poco más que deseable para sus estándares si no fuera porque encontró al viejo tendero con queso hasta la coronilla y vertiéndolo en el dispensador como si fuera producto nuevo.

Sus únicas opciones, al menos hasta donde su "impecable" currículum le permitiría, son un par de talleres mecánicos, una fábrica donde estaría con el salario mínimo, una sucursal de UPS cerca y un restaurante como lavaplatos. Todos ellos lugares donde ganaría poco y estaría sometido a una vigilancia bastante prolongada antes de pedir siquiera vacaciones.

Siendo tan imparcial como se lo puede permitir, Anderson detesta lavar los platos, la mecánica nunca se le dio y la posibilidad de tener sus antecedentes a mano en cualquier oficina de Recursos Humanos podría negarle entrar en el corto plazo.

Piensa un poco en el asunto de Pablo y Taylor. Su viejo amigo le dejó entrever que ya no era bienvenido con él, mucho menos recibido, y las pocas veces que ha podido seguir a su interés carnal hasta la tienda física y almacén de Amazon donde sabe que trabaja y al supermercado estuvo a poco de ser descubierto. De no ser porque una pelirroja le ofreció trabajo como jardinero pensando que era un inmigrante ilegal, fácil y tendría que afrontar un juicio perdido y una orden de restricción.

-Oiga -llamó un tipo de tez morena que salía del elevador apenas subió la escalera-, necesito el pago de la habitación antes del mediodía.

-Lo veré en una hora -respondió Anderson, malhumorado-. Solo voy a bañarme.

De mala gana, el motelero volvió a lo suyo.

Sintiendo en minutos el agua fría, pensó en cómo le iría a Taylor con el perdedor que viera. Se veía decente para su estándar, a lo que resume como el clásico adicto al trabajo que deja abandonada a su esposa y tiene un buen historial de infidelidades por no tener a un hombre de verdad en su cama. En otras palabras, un perdedor, un don Nadie que tiene muchísimo más de lo que en realidad merece.

Saliendo del baño, mira con detenimiento lo que tiene todavía. Aparte de los casi setenta dólares de lo que recibió en prisión al salir, solo tenía dos teléfonos de gama baja que seguro le valdrían algún dinero, otros veinte billetes de los que alegaría alguna otra cosa y una tarjeta de crédito que seguramente ya fue bloqueada. Todo ello producto de raterías varias en varios lugares.

La buena noticia, tiene la dirección de su casa. Las malas, pagó hasta esta mañana y ya la tenía cumplida en una hora a lo sumo, de pagar ahora para el fin de semana no tendría nada más y la gente se había vuelto más cautelosa. Ya no cabe, por tanto, cometer errores, prometiéndose acabar el asunto antes del domingo y echar de su casa al patán mediocre que, piensa, se casó con Taylor.

.

El sudor sobre su cuerpo deja claro que, por mucho que quisiera, sus asuntos ya no son precisamente particulares.

En tres días no solo rehuyó de Lincoln, sino que incluso se ha sentido observada por Anderson. Siendo desde la primaria una chica y ahora una mujer considerada ruda, pocas veces sentía los pelos de punta. Empero, es la primera ocasión en que no disfruta ser seguida por nadie. Sabe que su marido no le da a eso, y las pocas personas que lo hacían eran generalmente a petición suya con un rol de "prostituta casada" y con ella vistiendo provocativa.

No le gusta sentirse débil, pero esta situación la dejó tan estresada que le hizo una visita a Shannon en su casa. Esta, algo sorprendida de ver que una de sus amantes ocasionales no estaba de humor para intimar, le hizo abrir sin siquiera estar arreglada para una conversación seria.

-A ver si entiendo bien -dijo agitada Shannon, aún vistiendo únicamente un camisón de seda de imitación y un curioso arnés que, al quitarse, tenía dos consoladores de los que uno estaba dentro suyo-. Ese tal Anderson era tu amigo...

-Tú lo haz dicho -contestó Taylor, incómoda-. Era.

-..., y te prometió como amigo que estarían los tres en la boda de cada uno con Carmona -continuó Shannon, guardando el dicho juguete y tomando una bata menos reveladora de terlenka azul con los bordes en blanco.

-Ese idiota nos vio la cara -afirmó la latina, tentada de una botella con brandy en la mesita frente a ella-. Una cosa es el maldito correccional por golpear a un cerdo en la entrada, y otra es el penitenciario por robo y resistencia. Ya son ligas muy distintas. ¿Puedo?

-No veo por qué no, pero si manejaste hasta aquí...

Resignada, Taylor siguió.

-Anderson es un tarado. Pablo me llamó anteayer en la mañana y me dijo que salió de prisión. El muy cínico le pidió donde quedarse y lo amenazó cuando le cerró la puerta.

-Ajá...

-Es como si... si no se diera cuenta de que se quedó muy atrasado y él dejó de importarle a sus conocidos.

-Eso me dijo Whitney como con cada familia de convictos trata, y te diré una cosa.

-¿Qué?

-Si el tipo es como dices, mejor aprovecha y déjame las cosas en claro. Tal vez él mandaba cuando eran ustedes y Carmona -dijo Shannon, evitando llamar a Pablo por su nombre-, pero no quiere decir que vuelvan a salir los tres juntos, reír en una fogata y cantar "Kumbayá". Si entiende que hay consecuencias, bravo por él, pero que se aleje como lo estuvo todos estos años, se consiga una vida y deje de molestar al resto. ¿Te quedó claro?

-Eso creo.

-¿Algo más?

Sin dudarlo siquiera, Taylor sacó de su pantalón un dinero que tenía guardado entre sus calcetas sucias y se lo dio en la mano. Aunque a la antaño actriz le repugna esa costumbre, puede entenderlo, pues nunca falta el día de visita de su madre que le pide dinero con cara de mártir para el taxi tras cobrarle a Lincoln su "pensión", por lo que se asegura, sin que este lo sepa hasta después de ida la mujer, de porcionar entre ahorros, gastos corriente, personales e íntimos.

Por suerte, en esta ocasión la cuenta de la farmacia no fue muy elevada. Desde el cumpleaños de Lincoln, y menos todavía en las últimas tres semanas, han tenido poca actividad en su cama o la de Jamie, y mucho menos ejercido más gastos que materiales de curación, venditas y una pomada la semana pasada por una torcedura en su tobillo. Por lo mismo, su cuenta esta vez no es tan elevada, y eso que Shannon se las arregló para compartir su descuento de empleada, aún habiendo estado con sus padres en Nueva Orleans.

-No me refería a esto -objetó Shannon, recibiendo el dinero y tapando un poco su nariz-, pero gracias.

-¿Tienes una idea? -preguntó Taylor.

-Ya que lo dices...

Sin perder el tiempo, Shannon fue a buscar en una cómoda. En el cajón donde tenía guardados algunos juguetes que usaba solo con su pareja favorita encontró una bolsita que le era prometedora, aunque sabe que puede ser, y es, una jugada muy peligrosa.

-Puedes citar a ese "amigo" y sembrarle esto -dijo triunfante Shannon-. Por esto la maestra Bernardo no puede entrar a México.

-¿Qué es?

-Semillas de amapola -contestó Shannon-. Puedes decir que intentó vendertelas si se pone pesado.

-¿Y por qué haría eso?

-Digamos que su savia tiene... "sustancias felices".

Con semejante idea, Taylor espera que ese plan dé resultados, o quien va a estar limpiando carreteras y recibiendo visita conyugal va a ser ella.

~o~

El ejercicio del día, tren a ciegas. Supervisada por la directora Salter, Jamie guía a su grupo de ocho campistas por un circuito de obstáculos a ciegas, con la única indicación que sus manos y las indicaciones de un chiquillo al final le brindan. Hasta ahora, consiguió que se mojara la ropa, varios golpes en la cara, arañazos y no pocas reprimendas, amén de un comentario algo mordaz de la maestra Zhau.

-Sigue de frente -indicó el chico del final, un niño blanco de cabello negro y una camiseta roja con estampado de El Falcón de Fuego-, ya casi llegamos.

-Una falla más y doy por terminado el ejercicio de hoy -alertó Jamie.

-Lo juro -promete el chico-, no hay nada más antes de la meta.

Gruñendo por lo bajo, Jamie sigue vendada hacia el frente.

El recorrido solo constaba de dos fosas de pelotas, una alambrada dispuesta en laberinto y dos subidas con tres bajadas, una de estas en rampa. Lo malo, su grupo era problemático, y como dedujo Jamie el objetivo era que todos los chicos desarrollaran cierta confianza a través de un acto que cause empatía. Para colmo, el chico del fondo estaba haciendo trampa sacándose la venda, cosa que la directora pasó por alto intencionalmente. Con lo que tampoco contó Jamie es que el chico le dio mal las instrucciones todo el tiempo, y ha caído en el foso del recorrido avanzado un par de veces y, con todo, está ahora junto a un lodazal.

-Voltea a la derecha y camina cinco... ¡no! Diez pasos -indicó el tramposo.

Obediente con reservas, Jamie mordió el anzuelo y cayó al lodo ni bien diera el tercer paso, con las risotadas de los demás niños celebrando el incidente.

-¡Hubieras visto tu cara, rarita! -celebró el chico, viendo como Jamie escupía lodo y se quitaba la venda.

-Si no fuera porque tengo mis principios, te rompería la espalda -gruñó Jamie, adolorida en su orgullo.

-¡Mírenme! -remedó el mocoso con gestos muy infantiles incluso para él- ¡Soy una consejera fracasada! !Wah, wah, wah!

-Voy a darte tan fuerte ¡que a tus ancestros les dará náuseas! -gritó Jamie, avanzando harta hacia el chico.

-Loud -llamó la directora Salter, algo inexpresiva-, ¿cuál es el mantra de Almas Libres?

-"En la paz está el camino" -dijo derrotada Jamie, frustradas las ganas de romperse una mano en la cara de ese chico.

-Por hoy terminamos, niños -indicó Salter-. Vayan al comedor por un refrigerio y esperen a Jamie en la sala de música. ¿Tienes algún problema con los ejercicios?

-Sabe perfectamente que no quería venir aquí -recriminó Jamie.

-Es por tu propio bien.

-¿Mi propio bien?

-Necesitas tomar más responsabilidad para poder comprender mejor tu situación, Loud -razonó Salter-. Muchos de los chicos que vienen aquí son de familias como la tuya.

-No conoce a mi familia.

Dejando a la directora sin palabras, Jamie fue a lavarse y cambiar la ropa, cada vez más endurecida por el calor y el lodo, antes de seguir con la lectura del diario que encontró en su cama. Agradecida de que Stella y la chef Pat están fuera, se pone a leer de nuevo y recrea en su mente lo que se imagina que ocurrió con el tal Albert.

... se lo dije. Esa camiseta gris no le quedaba con su camisa naranja, pero ¿me escucha? No. Peor aún, le dije que no ordenara aros de calamar porque son desagradables. ¿Y qué hizo? Los ordenó con aderezo Mil Islas y papas a la francesa. Lo único bueno fue que evitó pedir cerveza o alguna bebida... no me importó que se bebiera la mía.

Su esposa no lo sabe. Un día me hace calzón chino y te hace la vida un infierno, al siguiente me llora porque su hija no aprobó mi clase.

Pobre de esa chica. Espera que la niña de la que habla ese diario se lo hubiera buscado, pero siendo justa seguro se lo ganó a pulso, por mucho que su padre le enseñó hasta donde pudo a ser empática y tener ciertos límites.

Un vez se sintió aseada y fresca, salió, solo para toparse con la principal razón por la que pensó que todo este desastre valdría la pena.

-Oye... Jeanie, ¿cierto? -preguntó Aidan, dudoso.

-Es... Ginny...¡Jamie! -dijo nerviosa Jamie, presentándose- Mi... llamar...Jamie.

-Claro... -dijo Aidan-... oye, la cocinera me pidió que te trajera esto -añadió, señalando una bolsa de la que se desprendían los inconfundibles olores a salchicha con tocino y papas fritas con grasa de res-. Dijo que odias la comida vegetariana ortodoxa.

-Claro, ¿a quién le gusta quitarle el pasto a las vacas? -dijo Jamie, riendo nerviosa.

-Tengo que irme -señaló el chico-. Mi grupo tiene sesión de terapia de grupo, y...

-¡Si, siquierosalircontigo! -chilló acelerada Jamie, riendo en el proceso.

-De hecho iba a invitarte, como segunda a cargo, pero si no quieres, pues...

-¡Aidan! -llamó Stella, molesta- Vas tarde para reunirte con tu grupo. Loud, el señor Bolhofner te quiere ya en el taller de carpintería.

Sin mediar, ambos adolescentes van cada uno a su destino. Mientras Aidan iba a un sendero que lleva a un claro en la arboleda, Jamie apenas atinó a darle un mordisco a un hot-dog que solo tenía mostaza y pepinillos, sin importar demasiado si tenía buen sabor y preguntándose si él estaría interesado por ella.

El curso del día con el Hoff (de quien fue asistente) consistió en armar una silla sin clavos. No había sido un reto particularmente difícil, pero el hecho de que disfrute con eso le parece gracioso. La carpintería, y por extensión la ebanistería, no es lo suyo, pero hacer algo que no representaba mucho trabajo después de preparar, lijar y desbastar la madera era extraño y satisfactorio, o al menos lo fue antes de descubrir que metió la polera del señor Bolhofner en una de las espigas de una pata trasera.

Con la caída del atardecer, la cena se anunciaba como un suplicio peor que lo rumorado de una prisión de Arizona hacía veinte años. De menos, esos reos podían tener carne de cercana a pasada de su fecha de caducidad, pero los propios campistas y consejeros padecían del menú estrictamente vegetariano, casi vegano, de la directora Salter.

El especial del día, arroz hervido, tacos de texturizado de soya con lechuga en vez de tortilla y una especie de compota de manzana para los consejeros. Para la directora, todo un festín, pero para otros (incluyéndola a ella y a Bolhofner) un martirio apenas o nada llevadero. El resto, es decir los campistas, hamburguesas de portobello, sopa de lentejas y granizado de lima con dulce de agar-agar, que no era mejor opción.

-¿Le importa? El bruto de Ritchie no deja de ser Ritchie y me da asco. -preguntó la recién llegada, mirando hacia el chico que le diera malas indicaciones a Jamie hace horas en el ejercicio.

-Mientras no seas una santurrona... -accedió Jamie de mala gana.

Estudió rápido a la recién llegada. Aunque vestida casi como una niñita de papi con un vestido más propio de un concurso de belleza a los talones, el mal talante que muestra le deja ver que tiene lo suyo. Y sus modales, juzga, son los mismos que presume su madre cada que regresa del trabajo y tiene un hambre feroz.

-Esa bazofia no se irá a ninguna parte -observó Jamie.

-Es mejor que... la basura en casa -dijo la niña, de cabello negro lacio y nariz redonda, apurando su comida-. Casi siempre es comida rápida, pero después de años... una se harta.

-Obviamente...

-¿Es la nueva consejera? -preguntó la niña.

-Esclava de la directora -respondió Jamie, creyendo corregirla.

-Debe ser genial -dijo la niña, engullendo como desesperada el pan de su hamburguesa-. Estar aquí con pocas reglas, salir a su antojo...

-¿Vas a comer o vas a seguir como perico?

-Depende... pero odio a la amargada de la señora Zhau y sus reglas.

Por fin, alguien con algo en común con ella. Familia posiblemente pobre, ropa que si se ve más barata que la suya pese a la ostentación del vestido, desprecio hacia la maestra Zhau... sin dudarlo, Jamie ve una pequeña brecha para poder salirse con la suya en esta tortura que llaman campamento.

-Dime -pidió Jamie-, ¿qué te desagrada de esa amargada?

Mientras hablaba con Wynona -nombre de la niña con quien comparte mesa-, confirma que es una más de esas princesitas de pasarela como lo fuera su tía Lola, aunque sus evidentes diferencias saltaban a la luz. Así, mientras la antaña dominatriz que es su pariente prefería que Rita administrara el dinero de los premios obtenidos hasta que pudo hacerlo en cabalidad y plenitud, la reluctante compañía ante ella procede de una familia bastante problemática, con una madre que jamás pudo ganar un concurso hasta ahora y ahora vive a través de ella, un padre presente dedicado solo a ver telenovelas y un hermano prometedor, si eso aplicaba a alguien que dedica sus días a aplicarse como traficante de poca monta que la ve como menos que nada.

Las razones por las que odia a Stella eran sencillas. La trata como una idiota mimada, sus quejas de no tener estudiantes competentes no ven fin y desdeña las artes marciales mixtas. De ahí, pasaron a algo más bien... agradable para Jamie.

-... y Pavlyuchenko le reventó la quijada de un golpe -concluyó Wynona-. ¡Pum, en toda la cara de esa perra!

-Debiste ver la lucha de retiro de Ronda Rousey -dijo Jamie-. ¿La quinta de Irina Pavlyuchenko contra Talia Gutiérrez? Esa fue pura exhibición.

-Rousey no es tan creíble. Me sorprende que firmara con los MacMahon y se vendiera a la WWE.

-La vi cuando tenía cinco y mi abuela estaba dormida -confesó Jamie-. Se retiró como campeona y todavía le cuestionan por su carrera.

-Pues tendría una mejor carrera si no dedicara su vida a una exhibición de salvajismo sin sentido -dijo Stella, pasando tras ellas antes de volver a sus asunto-. ¿Dónde lo puse...?

-¿Piensas lo que yo? -preguntó Jamie, torciendo los labios.

-Si es hacerle la vida miserable, entro -aceptó Wynona.

Intentando no mostrarse emocionada, Jamie ignoró por completo lo que su sentido común le está alarmando. No pocas veces trató con reinas de belleza infantil (siendo Helga Kerrigan una de ellas hasta que cumplió nueve), sino que incluso las tuvo en ambos lados de su balanza, sea como contratistas para sabotear a la competencia o como objetivo por alguna deuda impaga. Empero, pese a la sonrisa de su prospecto de aprendiz, ignora que esta podría acarrear fuertes problemas.

~o~

Llegado el fin de semana, Taylor por fin pudo descansar un poco. Lo malo de ello es que hasta apenas el viernes por la noche Lincoln se dignó a presentarse, pero no fue tanto porque se quedó con algún compañero. Más bien porque, nada más llegar, admitió que se tuvo que quedar en el auto por miedo a represalias que jamás llegaron. Peor todavía, ambos estaban más que molidos después de las cinco.

-Algo apesta -señaló Taylor antes de oler la axila del peliblanco-. Ugh, ni yo apesto así cuando salgo a correr.

-Pues discúlpame por no poder entrar a la casa y tomar un baño.

-Te hubieras quedado con Shannon.

-¿Al menos puedo bañarme?

-Nunca me pediste permiso para hacerlo solo, nunca me lo pedirás.

En toda la semana ambos estaban pendientes de Anderson. Más que nada, lo que él podría hacer. Era evidente que Taylor se estresó por la sensación de ser observada, mientras que Lincoln tuvo que abrirse con Paula al respecto. Esta le sugirió que solo interviniera cuando las cosas se salieran de control, pues si hay algo positivo que recordaba de él es que, no importa la situación, hacía lo mejor posible para salir adelante sin importar mucho qué sino cómo. Resucitar su vieja fama como el hombre del plan si es necesario, en otras palabras.

Refrescado y aseado, lo primero que hizo Lincoln fue ir por una bebida. Por recomendación de Leni, trata de dejar de fumar y cambió en lo posible su adicción a la goma de mascar, los parches de nicotina y el dulce, en particular la cola. Empero, cuando el cuerpo se habitúa a una cosa, vienen a menudo los problemas que ocasiona la abstinencia. Mal humor, ánimo irritable y, cosa que le está dando problemas, un cansancio más acusado.

Miró por un segundo las latas que Jamie etiquetó como suyas. Desde luego, en su pretérita situación en el primer hogar eso importó poco hasta que se metieron con sus sobras. Desde entonces, y sobre todo luego del incidente que llevó a la apertura de La Mesa de Lynn, cada quien cuidó lo mejor que pudo la comida que reclamaba. Hoy, empero, está implícito un dilema moral.

Puede que no haya pagado por las latas, pero si Taylor o Jamie se metían con sus sobras de la cena o los waffles que quedaron del desayuno y no encuentra nada, ¿qué demonios? Aún con un fuerte préstamo de Lola a cuestas, pagó la casa y la amuebló como pudo, entre ventas de jardín, las cosas que la gente termina botando pese a estar en un estado aceptable y una o dos compras a crédito que le escondió a su mujer pidiendo prestado. Lynn le hizo pagar un tiempo un "impuesto de hermana mayor", del mismo modo que en su momento Lori hizo con los viajes en Vanzilla, así que ¿por qué no aplicar la misma idea?

-Ni te atrevas, Lincoln -dijo Taylor desde la sala ni bien tomó una lata-. Jamie las tiene contadas.

-¡Vamos! Se lo iba a compensar.

-Eso me dijiste cuando prometiste salir a trotar conmigo hace un año, Bebé.

Molesto, cerró la puerta del refrigerador y volvió a la sala.

Lidiar con abstinencia es difícil cuando se está habituando los primeros días. La menor provocación hizo que en el ayuntamiento todos, incluso Paula, evitaran cruzarse con él si no tenían necesidad. Y a pesar de eso, las pocas veces que habló con alguien estaba en tan buena disposición como un animal acorralado. Esa faceta le gusta a Taylor, que pensaba en que, por una vez, su marido podría tener iniciativa en la cama.

Preparándose para un inminente asalto, subió un poco el top y reveló lo suficiente de su busto para intentar llamar su atención.

Por desgracia, no contó con que se puso algo denso.

-Hace calor -dijo Taylor, tomando un folleto de un grupo de AA y abanicando.

-No importa, cúbrete -ordenó Lincoln.

-Solo quiero que pasemos un rato juntos -alegó Taylor-. Llegas cansado, las otras tipas con quien te ves aparte de Shannon me dijeron que no las has buscado y llamaron de tu oficina diciendo que casi te fuiste a los golpes con alguien. ¿Al fin te portas mal después de todos estos años? -añadió con picardía.

-Solo quiero una maldita soda sin pedirle prestado a nadie, ¿eso es mucho pedir?

-Te compraré tu maldita soda cuando sepas qué es lo que quiero ahora -condicionó la latina, al tiempo que se montó sobre su pelvis.

-A veces no sé por qué seguimos...

Interrumpiendo su discusión, ambos escucharon que alguien tocaba su puerta. Molesto, Lincoln fue a abrir, seguido por Taylor.

-Lincoln, tenemos que hablar seriamente de... -dijo Luna nada más abrir, recibiendo un portazo en la cara-... ¡eso no es justo, hombre!

-Ay, carajo... -maldijo Taylor, abriendo de nuevo-... Lo siento, Luna, el idiota está de mal...

Nada más abrió, Anderson la tomó por los hombros, derribando a Luna en el proceso, para luego besarla como si fuera un militar recién vuelto a casa esperando a ser recibido por su pareja y un hijo que podría ser del vecino concebido poco antes de volver de una licencia.

-¿Qué vergas te pasa, cabrón? -cuestionó furiosa Taylor, ignorando las quejas de Luna y rompiendo todo contacto.

-¡En mi casa no, imbécil! -secundó Lincoln, cargando con todo sobre el invasor.

Lo que siguió no sería grato de recordar horas después, pero para Taylor fue lo más cercano que tuvo a ver a un par de leones en vivo. Más que pelea, eso se convirtió en un espectáculo que llamó la atención de los pocos vecinos.

-¡Hasta que veo tus bolas! -celebró un gordo afroamericano, cerveza en mano.

-¡Ya dejen de pelear, par de monos! -bramó una anciana de cabello gris y ropa aguamarina chillona, llamando al servicio de emergencias.

-¡Esto es mejor que el box, señora! -increpó un imponente pelirrojo, tirando botanas a los combatientes- ¡Veinte a que Loud lo echa!

-¡Métanse en sus asuntos! -gritó Luna, molesta y metiéndose a la pelea para separarlos.

En su momento, Anderson reaccionó golpeando la cara del peliblanco para zafarse de su inusitado y brutal agarre. Este, en respuesta, lo volvió a someter y le dio un cabezazo que al exconvicto le desvió el tabique nasal e hizo empezar a sangrar.

Una vez que Luna intervino, Lincoln no solo no se controló, sino que incluso arreció los golpes pensando que su hermana lo apoyaría en esto.

La única que estaba feliz de todo ello, Taylor. Admite, con serias reservas, que prefiere verlo así con otro hombre a sentirlo directamente. Ver que al menos responde a una agresión contra ella habla más que bien de él... mientras no termine asesinando a Anderson.

Con todo el ajetreo, Taylor decidió botar las semillas que le diera Shannon. Estas, ya sin necesidad, cayeron regadas por el lateral del porche de aquella casa de interés social, mientras llegaba un par de patrullas para detener la virtual masacre.

.

-No creas que me debes nada por esto, Linc -reprochó Luna en los separos del departamento de policía.

Magullado, Lincoln salía con un colmillo menos, un ojo morado y un par de costillas rotas. Un precio que él consideró justo por romperse la mano con la cara de Anderson. Este salió peor librado, con un hombro dislocado, varios dientes menos y sangrando, sin mencionar que las contusiones producto de la paliza lo dejaron noqueado.

-¿No vas a decir nada? -cuestionó Luna.

-Abs... tinencia -respondió Lincoln, adolorido.

-Ese chico te dejó mal.

-Creo que alguien se ganó trato especial esta noche -dijo sonriendo Taylor, ignorando a su cuñada.

-¿Y tú qué rayos te metes, eh? -preguntó Luna.

-Perdón, Luna -dijo sarcástica Taylor-, no sabía que los conejos podían boxear.

-Esas son las liebres -corrigió Lincoln, todavía contuso.

-¿Y qué hizo para ponerse así de loco?

-Estábamos discutiendo antes de que ese pendejo llegara.

-¿Y qué es eso de su abstinencia? -cuestionó Luna.

-Lincoln estaba...

-Loud -llamó una oficial regordeta y veterana de coleta baja-, ya puedes irte.

-Nadie pagó fianza -respondió Taylor.

-Hay muchos testigos como para que aquel se quede un par de años tras las rejas -dijo la oficial-. Además, le debo una a su familiar por renovar mi licencia la semana pasada.

Confundidas, ambas mujeres tomaron a Lincoln y salieron primero a un consultorio dental y de ahí de regreso a casa.

Una vez que Luna le explicó qué hacía allí, se fue y dejó sola a la pareja en cuanto el peliblanco accedió a regañadientes adelantar la mitad de su deuda para con ella. Resulta que Lincoln se iría suspendido sin paga por "conductas inapropiadas" al insultar a cierta compañera no binaria que, añadió su cuñada, ya le dieron un ultimátum por desacato.

-¿Cómo te sientes? -preguntó Taylor, sosteniendo su teléfono y grabando.

-Con el trasero -contestó Lincoln, aturdido por la anestesia luego de un reimplante del colmillo que perdió en la pelea.

-¿Que quieres mi trasero? -cuestionó divertida Taylor.

-Todo chiquito, todo panzón...

-Y ¿qué quieres hacerle?

-Llevarlo con Ren y Stimpy en un Lommox. Besarlo hasta dormir y... montarlo al amanecer...

-El doctor dijo que no puedes.

-Él no es mi feje.

Por primera vez en mucho tiempo, Taylor se siente genuinamente enamorada de su tonto y maltratado esposo. Divertirse a costa suya a menudo era grato, pero después de semejante acción de su parte, quería guardar el momento. Y es posible que él se enfade y vaya con Shannon, Paula o las otras dos que solo conoce de vista, pero valdrá cada segundo en cuanto le vean lo gracioso.

~o~

El sábado llegó intempestivamente al campamento Almas Libres, cancelando por lluvia las actividades al aire libre. Como no había gran cosa por hacer hasta las tres, Jamie salió bajo la cortina de agua y fue al comedor para ejercitarse y darle una nueva lectura a ese diario.

Odio a esa chica. Se cree genial y no lo es, es arrogante y pasa más tiempo en detención que en clases, y Albert ni siquiera hace un esfuerzo para que se discupline. ¿A qué cree que juega?

No puedo más con ella. O repite con Bolhofner o yo renuncio. Le voy a pedir a

Ahí terminaba el texto. Volteando la página (contó al menos 263 escritas hasta ahora), se da cuenta de que no hay más. Se suponía que era un cuaderno de 200 hojas, pero de ahí no pasaba.

-¿Es todo? ¿No hay más? -preguntó Jamie.

Molesta, botó el libro en dirección al cesto de basura.

Saltando de la litera, salió al porche de la cabaña y miró la lluvia caer. Era un día bastante aburrido en sí mismo, y quedarse sin opciones no era opción.

El paraje se volvió algo monótono en todo el tiempo que estuvo fuera recorriendo las instalaciones tres veces. Con el bosque vuelto una gran masa oscura y el cielo encapotado en gris, la vista era deprimente. Ni siquiera la única ocasión que tuvo para hablar con Lucy le resultaba tan aburrida, y eso que tenía cuatro años entonces. Justo antes de que ella y su padre discutieran por algo que no recuerda.

Pasó al menos un cuarto de hora antes de que la lluvia escampara y algunos niños salieran a jugar fútbol con un viejo cuero de cerdo, y cinco minutos más para que Aidan se les sumara, sacándose de encima la remera. Nada más ver el bien formado abdomen del chico, se olvidó de todo y de casi todos.

-Te ves rara -señaló Wynona, que en manos traía algo de carne sacada seguramente de la reserva secreta de la cocinera-. ¡Hola! Houston a Artemis, ¿me copias?

-Es un sueño -musitó Jamie, embelesada de ver como Aidan acarreaba el balón de fútbol hasta la improvisada zona de anotación.

-Ugh, ¿enamorada de un chico? -cuestionó Wynona.

-Es todo un hombre -aseveró Jamie.

-Ni mi tía Vernice es tan cursi.

Una nueva jugada del equipo de Aidan acabó en un chico forzando un balón suelto que apenas y fue recuperado. El mayor solo se levantó y, a la mortecina luz del día, se sacudió el barro del torso, para deleite de Jamie.

-¿Por lo menos ya hablaste con él o con alguien más? -cuestionó Wynona antes de darle un bocado a un salami.

-No... digo, ¡si! Hablé con Aidan en la semana -contestó Jamie, descomponiendo un poco su dicción.

-Nunca voy a entender a los niños -acotó Wynona, a la par que sonaba por el sistema de audio local un poco de estàtica-. Son todos uno cerdos.

-¡Con un demonio! -oyeron ambas una sonora maldición.

Saliendo de la cafetería, Stella se veía echando espuma por la comisura de los labios. ¿La razón? Empezó a resonar por todo el complejo y más, solo ella sabría por qué. Lo peor de todo, una voz de un programa de audio para aficionados era la que leía la primera página del libro que tenía Jamie hasta hace poco.

Deeksie:

Desde hace mucho tiempo no salía con alguien tan atento. No es el chico de torneados pectorales que Albert y yo conocíamos, pero Liam se veía como para montarlo pot toda la noche hasta dejarlo seco...

-¡Loud! -llamó agresiva Stella, tomando en el aire el balón del grupo de Aidan y lanzándolo contra el bosque- ¡¿En qué demonios pensabas jugando con mi diario?!

¿Su diario? -cuestionó Jamie, sorprendida mientras que la docente estaba ya a menos de cinco metros- Yo no tengo nada que ver en esto.

-Esto tiene todo tu maldito nombre, Loud -resopló Stella-, ¡todo tu maldito nombre!

-¿Ahora soy mentirosa? -replicó la adolescente, sintiéndose agraviada.

-Escuchen, niñas -interrumpe la chef Pat, tomado a Jamie con uno de sus brazos y apartando a Stella con el otro-, no sé que es todo esto, pero. a nadie se le antoja ir y buscar problemas.

¡Que asco! -continuó la lectura- En la mañana encontré vello de axila en mi ensalada. ¿Y qué dijo Patricia? "A mi no me veas. Uso una red desde que estudiaba la preparatoria". ¡La vi desnuda un vez por accidente! ¡Y no me hagas hablar de las ratas que le cuelgan en las axilas! Necesité terapia por dos meses. Fue mucho peor que ver a esa cabra peluda de la directora.

-Con que me cuelgan ratas, Zhau -resopló Pat, torciendo de fea forma su rostro.

-¡Yo nunca...!

-¡AHORRATE LAS EXCUSAS!

Jamie no sabía ni a quien apoyar. La anciana cocinera, cuando menos, se apiadaba de ella y le pasaba una porción extra por lo bajo a cambio de hacerle suavizar la carne antes de irse los jueves. Por el otro, el dolor de muelas que forzosamente llama maestra tenía buen agarre y velocidad, aunque de poco le serviría con semejante mole humana.

Por un par de minutos prosiguió la lectura al diario, revelando entre otras cosas que Stella sorprendió a Aidan hacía cosas muy personales con las fotos de juventud de la directora, una cita horrenda que terminó con ella siendo botada a la fuente por culpa de la propia Jamie (a quien esta descubrió que llamaba "la pequeña bastarda" de diciembre a febrero), un par de citas más con el tal Albert (de quien jamás supo quien era) y, como cereza del pastel, que solía fantasear sexualmente con el señor Bolhofner las veces que este se veía bien arreglado y limpio.

Una vez cortada la transmisión, tanto la directora Salter y Aidan como el propio Bolhofner peinaron el terreno. Labor nada sencilla, pues nadie dio con el desconocido lector ni con cómo fue que se las arregló para usar el sistema de audio vía remota. Para este punto, Jamie podría relajarse, pero había algo que no cuadraba.

Domingo por la mañana. Se suponía que el día estaría libre, pero entre la partida de la chef Pat por un hombro dislocado y la de Stella por precaución para el señor Bolhofner el ambiente estaba tenso. Sobre todo con este encontrando un teléfono de la década pasada armado e hibridado con una radio de onda corta bajo la litera donde la gruesa cocinera y Jamie dormían.

-Muy bien, banda de mocosos indisciplinados -llamó Bolhofner, molesto y con tono marcial-. Encontramos esto -dijo al develar el dichoso aparato- y es obvio que ninguno de los consejeros pudo hacerlo. Tengo una cita en dos horas con un sándwich de salchicha curada que no me quiero perder, así que vamos a dejarlo claro.

-¿Podría bajar el tono? -pidió Rusty, llamando a la calma.

-¡Nada de calmas! -tronó el docente- Por seguir una dieta de conejos y jugar muchas estupideces estos niños se tomaron muchas licencias. ¡Esto se acaba ahora!

Buscando reafirmar su proceder, tomó una silla desocupada al azar y la arrojó por la ventana, golpeando una pata y el respaldo con el marco y haciéndose pedazos.

Jamie se veía tranquila. Aunque el aparato fuera hallado en la cabaña, era de todos conocida su relación con Stella y admitía tener conocimiento del diario ahora que la lectura fue hecha, era evidente que debía ser obra de algún estudiante bastante listo como para un golpe tan audaz.

-Muy bien -sonrió satisfecho Bolhofner-. Como nadie va a querer hablar, las actividades al aire libre y la sesión de cómputo libre semanal se suspende hasta nuevo aviso.

-¡Tenemos celulares! -dijo burlona una niña de lentes, castaña y vestida de jeans y aguamarina- ¡¿Cree que nos importa usar aparatos que se paran a cada rato?

-¿Y si le dijera que Rocket tiene sus cargadores?

Señalando a un lince ya muy viejo para lo que es su especie, Bolhofner lo hizo escupir varios tipos, desde los obsoletos USB de conexión V8 y C hasta los más inovadores de carga remota vía Bluetooth. Acto seguido, el maestro los metió en un bolsa y los guardó bajo llave y candado.

-Hasta que... nadie... confiese..., van a aprender a des... desprenderse de toda conexión con el mundo -sentenció Salter, con voz entrecortada-. Incluyéndonos.

Jamie no dejaba de estar tranquila. De todos modos, no tiene nada que declarar, su teléfono se rompió en cuanto la directora Salter le hizo separar a Stella y a la chef Pat y, para como se esperaba encontrar a sus padres si los contactara, por lo menos esperaría que le cambien las sábanas y rocíen aquél aromatizante de durazno que le gusta.

Por primera vez, Jamie veía cierta desesperación. Los incontables berridos que los niños daban en cuanto sus teléfonos se descargaban y apagaban eran, desde luego, algo con lo que estaba familiarizada de uno en uno, pero ya en grandes cantidades la ponían incómoda. Y si escuchó cosas de una de sus tías a quien le encantaría eso, esa es precisamente Lucy, pero siendo realista, sabe que su relación era de mutuo desagrado.

Las comidas, por otro lado, se volvieron un suplicio para los campistas. Dado que a Bolhofner la cocina de supervivencia se le daba mejor que cualquier otra, el menú dejó de tener carta vegana y la cosa se puso repulsiva al tercer día, aún al lado del menú vegano de la directora.

-Bon Appetit -dijo el docente, con un gorro de cocina y un delantal sobre la camisa sucia, sirviendo a Wynona una plasta de un guiso pastoso con carne de dudosa procedencia y aún más dudosa higiene.

Caminando hasta la mesa que ocupaba Jamie, que estaba peor con una porción de algo seco y aparentemente nauseabundo.

-Ni yo comería esa basura -maldijo Jamie con sequedad.

Ante sí, Jamie tenía en su charola un bloque de grillos con queso, una lata vieja con arándanos todavía sin madurar bien y una especie de caldo con salchichas demasiado frescas para su gusto.

-Seguro debe ser mejor que el pastel de sesos de anoche -dijo Wynona con optimismo, probando su guiso y sufriendo una horrible retribución a sus expectativas-. ¡Puaaaaaj! ¡Es horrible!

-Y por eso prefiero pasar hambre -dijo Jamie, recordando un día a los once que su madre había sido suspendida de paga y se veía obligada a rebajar su tarifa para no pasar hambre en la escuela, producto de los abusivos intereses que Lana le estaba cobrando a su padre de un préstamo cuando trabajó en su taller hasta donde puso escuchar.

-¡Es peor que tener calcetines sucios en la boca! -exclamó Wynona, asqueada, al tiempo que bebía de golpe de su cartón de leche.

-Ya se le pasará a Bolhofner -alegó Jamie.

-¡No estamos en su tonto ejército!

-El ejército es más consentido que nosotros -contravino Jamie-. De menos ellos no comen lo que encuentran en el campo.

Intentando dormir un par de horas más tarde, Jamie tuvo una picazón en la espalda. Sentía que algo estaba trepando por ella, y aunque agradece la ausencia de ronquidos eso la pone en guardia. Sin nada que leer a mano y sin contacto alguno con el exterior, cuanto se le ocurre es salir a dar una caminata en los alrededores.

Está de suerte. La única persona vigilando era la directora Salter, y aunque le ofreciera compañía para su "ronda de guardia", rechazó por la simple antipatía que le generaba. No había nadie más rondando, o eso creería si no viera la silueta de Aidan escabullirse por la ventana del lado de la cabaña para los consejeros varones.

Con paso tan sigiloso como se lo podía permitir en medio de una noche tras días de lluvia, Jamie siguió el rastro por los despreocupados sonidos que su chico deseado emitía hasta que llegó a un terreno que, concluyó, tenía el inconfundible aroma de perros mojados, excrementos acumulados en el drenaje y croquetas húmedas.

No le gustan mucho los perros. Las pocas veces que ha tenido contacto con ellos ha salido perdiendo, aunque puede presumir de no haber sido alcanzada en la piel por su dentellada. Por mucho, el año pasado le pisó sin querer la cola al pequeño bulldog de Rita y este le arrancó el zapato, mismo que el animalejo presume como juguete y trofeo de guerra, motivo por el cual sus abuelos lo encierran en el antiguo cuarto de sus tías Lana y Lola en lo que sus abuelos tienen visitas.

Siguió con la mirada a Aidan. El chico, que no había tenido cuidado de ver si no era seguido, entró a la que parecía la residencia de los dueños.

Sin muchas opciones, Jamie se sentó en un tronco caído, sintiendo en la cabeza una inopinada gota a los pocos minutos.

-Solo falta que empiece a llover -pensó en voz alta, desafiando las probabilidades.

Como si su plan fuera hacerlo solo para que el universo le diera algo distinto, un bulto cayó de arriba, a un metro de Jamie. Esta, sobresaltada, rápidamente se compuso y palpó el bulto a tientas. Lo sintió como piel humana, cálida y...

-Esto me va a dejar marca -oyó una voz demasiado familiar.

... peluda.

.

-Siento mucho que hayas tenido que ver eso -lamentó la directora Salter, incómoda por su encuentro, una vez que el campamento terminase a la semana siguiente del incidente.

Jamie no responde. De verdad no quiere saber cómo demonios se las ingenió Salter para seguirla, dejar a Bolhofner a cargo y trepar a una pequeña casa arbórea que los consejeros de anteriores años usaban como refugio para desatar sus bajas pasiones e instintos voyeuristas.

-¿No vas a decir nada? -continuó Salter, rendida de disculparse una y otra vez- Bien, la primera parada es en casa de tus padres.

Escuchando a la directora retirarse, el siguiente en ocupar el asiento fue Aidan. Este, incómodo, intentó llamar su atención, recibiendo a cambio un fuerte puñetazo que, para Jamie, se ganó con todo derecho.

-¿Y yo que hice? -cuestionó Aidan, gimiendo de dolor.

-¡Todavía preguntas! -respondió Jamie, afectada, antes de sacarlo de una patada del asiento.

El resto del trayecto no fue sino un tortuoso recorrido. Cada cosa le recordaba lo idiota que fue. Creyó que Aidan, su primer enamoramiento, se había enredado con la dueña de la granja canina, de la que Jamie desconocía que era sobrino. Todavía en un vano intento por entablar conversación, le echó en cara lo que sentía en el desayuno hace dos días y se ganó la burla generalizada de todo el campamento.

Siendo lunes, no esperaba ver a su padre, con evidentes rastros de haberse divertido en su ausencia, ocupándose del jardín.

-Se. La. Devuelvo -dijo hastiada la directora Salter, con Jamie corriendo al interior-. Necesitan hablar con ella sobre límites -añadió, dando vuelta y subiendo de vuelta al autobús, antes de que un chico mirase a la casa antes que al dueño previo a perderse por la carretera.

-¿Cómo te fue, Jay? -preguntó Lincoln, recibiendo en respuesta un azote a la puerta.

Para cuando llegó Taylor, el ambiente era ya bastante tenso.

-Necesitas hablar con Jamie -dijo Lincoln, servidos unos hot-dogs con salsa de mango picante, sin darle oportunidad de hablar-. Todo cuanto me dijo fue "¡todos los hombres son iguales!" y se encerró en su cuarto.

-¿Y por qué no quiso hablar contigo? -cuestionó Taylor.

-¿Tú por qué crees? -cuestionó Lincoln- Esa chica necesita a su madre.

-Estoy cansada y no quiero tener que...

-También yo, pero no quiere hablar conmigo -gortó tajante Lincoln-. Como cuando tuve que enseñarle a ir al baño.

-¿Puedes al menos bajarle a tu volumen? -pidió Taylor.

-Habla con ella -sentenció Lincoln, sin concesiones-. Ahora. Necesita a su madre. No mañana, no cuando termine en el hospital o en el departamento de policía o en el correccional. Ahora.

Taylor no puso esta vez objeción. Odió recordar esos días en que su madre prefería prestarle atención a las disputas con su padre antes del divorcio y a la telenovela del momento después de este a tener que escucharla por diez segundos. Procedió a llevar dos platos y, a regañadientes, Lincoln tuvo que abrirle la puerta con un pasador.

-¡Lárgate, viejo! -gritó ahogada Jamie, con la cara en la almohada.

-Él ya se iba -dijo Taylor, a lo que Lincoln no tuvo de otra que entrarla, cerrar y escuchar tras la puerta-. Te traje algo de cenar.

-No tengo hambre.

-¿Alguien te puso en su lugar? ¿O solo tuviste un mal día? -cuestionó Taylor. Jamie negó en su posición- ¿Fue un chico?

La respuesta vino en forma de un golpe certero contra su almohada.

-Odio tocar ese tema... tu abuela lo hacía cuando me metí con tu papá y... solo decía que los hombres como él son unos holgazanes -dijo Taylor con dificultad. Tenía muy malas excusas para estar mejor en otros asuntos, y... ya conoces lo demás. No puedes estar mucho tiempo con ellos o sin ellos.

-Mentirosa...

-¡Así me trata todavía tu abuela! -dijo Lincoln tras la puerta.

-Eso es a lo que iba -continuó Taylor, ignorando a ambos-. Toda tu vida juntos, el tiempo que nos dejas libre es para nosotros... hay días que detesto como es que tu papá me pone los pies en invierno, y él odia que mis botas apesten y termina por sacarlas y perfumarlas. ¿Crees que es un inútil holgazán?

Jamie no respondió.

-Solo mira a tu papá. Su novia de la preparatoria le veía la cara de estúpido, tenía un empleo decente... tal vez le moví mucho el tapete, pero mira donde está. Solo nos tiene a nosotras y a sus padres, tal vez, a tus tías Leni y Luna, aunque no lo quiera aceptar. Todos despechados de una forma u otra.

-¿Y por qué se casó contigo? -preguntó Jamie, levantando la cara de la almohada.

-Tuvo opciones, enana -dijo Taylor, sonando extrañamente maternal-. Pudo irse, pudo negarte, pudo convencerme de abortarte, pero habló con tu abuela, con Rita, antes de que mamá lo sacara a rastras. ¿Y sabes algo? Tuvo opciones antes de pareciera que eligieran por él. De todos modos, si hizo bien o no ya no tiene sentido. Está para nosotras, estoy para él, pero si. Lo conozco bastante para saber por qué no se hubiera ido.

Girándose sobre sí, Jamie se quedó mirando al techo. Taylor vio en eso una pequeña oportunidad y puso sobre el abdomen de su hija uno de los platos antes de acostarse y hacer lo propio.

-¿Quieres que... veamos una película de aliens y videos de gatos haciendo estupideces? -preguntó Taylor, añadiendo una serie de maullidos que sonarían bastante estúpidos por el tono- Si es un chico, puede ayudarte a olvidarlo.

-¿Por qué no? -respondió Jamie, sonriendo cansada.

Tras la puerta, Lincoln estaba conflictuado. Alguien pudo haber lastimado a su hija, si, es definitivo y respetará por esa privacidad. Por el otro, alguien se ganó un masaje con final feliz el fin de semana, ese alguien comparte la cama con él, y no podría sentirse sino orgulloso.

Taylor, por su lado, recordó que ya no tendría por qué sentirse tan mal de tener una adolescencia de porquería, pues es la primera vez que se pone como madre de una adolescente...

~x~

La mañana prometía ser tan áspera como pudiera quemar el sol. Era natural que el lote de remolques se viera sacudido por la mañana, pero en cuanto puso un pie fuera del que es su casa...

-¿A dónde vas? -preguntó su madre desde la regadera, viéndose solo la cabeza enjabonada y los pies.

-¡Es lunes! Toca escuela.

-¡No olvides traer la cena! -dijo su madre- Dejé cincuenta sobre la mesa, y quiero el cambio.

-Si, má...

-¡Y nada de meter a tus amigotes!

-¡Te oí las primeras veinte veces! -maldijo Taylor, yendo al autobús.

Sin mirar atrás, veía a Anderson y a Pablo atormentar a un chico de sexto nada más abordar.

No quería sentarse con ellos. Poco antes de llegar a la casa del enanito pelirrojo de sexto de la clase de Salter, veía el terreno donde solía ponerse el circo en el verano. Los itinerantes ya habían desmontado su carpa e instalaciones, pero el campo, como si fuera una última pincelada de los días cálidos, estaba llameante por una sección de amapolas rojas. Odiaba sentirse femenina a veces, pero una vista así la hizo recordar que tenía de tarea buscar algún poema de hace un siglo.

-Pablo, ¿tienes la tarea de Historia? -preguntó.

-Sácala de mi cuaderno -dijo Anderson, terminando de molestar al chico que acosaban con el dedo ensalivado metido en la oreja de su presa-. Kerrigan me cobró mucho por ella.

Sin objeciones, leyó el título. No sabía nada del autor, pero lo de En los campos de Flandes daba posiblemente señas de ser algo cursi. En cuanto empezó a leer, se imaginó esas mismas amapolas de hace rato. ¿Cursi? Ni de chiste, pero era algo que decidió guardarse.

~x~

Horas después de dejar dormida a Jamie, Taylor buscó entre las pocas cosas que Lincoln dejó tras la última limpieza general. Tomó la ropa que usaba en secundaria y se la puso, quedándole solo un poco justa en la cadera y los hombros. No contaba con las medias, pero no importa.

Todo lo que cuenta para ella ahora es darse gusto con una pequeña fantasía que, en fechas recientes, había tenido.

-Oye, perdedor -dijo, llamando a la puerta de la recámara-. Mamá no estará en casa y quiero enseñarte el gato que recogí.

-¿Gato? ¿Qué gato? -preguntó Lincoln, perturbado de ver a su esposa vestir como en secundaria cerrando la puerta y acercaese hasta tener sus labios de oído.

-Miau... -ronroneó Taylor, ignorante de que, bajo el pórtico, las semillas de amapola que Shannon le dio ya crecían en excelente forma.

~o~

Ok, admito que la idea no se gestó como los últimos shots dedicados a Jamie y su vida, pero ¿puedo quejarme del resultado?

Saben que no me gustan los matones. Pero después del asuntito de Zach en detención (es un crack por sacarle un ojo morado al hoff) creo que al fin Pablo se ganó mis simpatías. Anderson... meh, pero no descarten que se lo vea de nuevo por aquí. Y mejor no me pregunten por Shannon chiquita animalito bebé, que de menos aquí ya hizo su debut.

Perdón si me tardé con el último día de la Stellacoln Week, pero entre cosas de edición y sandeces, no he podido entregar hasta hace poco. Recuerden, si ven un conejo, me invitan uno si es de Turín XD... ay, que si no entienden, tengo antojo de un conejo de chocolate.

Algo debo añadir. El título, si el indicio que bailó desnudo frente a ustedes no se captó, es en referencia al poema de guerra En los campos de Flandes, escrito por el teniente coronel médico John McRae luego de perder amigos al servicio de la Real Fuerza Expedicionaria de Canadá en 1915... y si, las amapolas podrán verse bonitas, pero son ilegales. Ya saben... sustancias felices.

See you in the next fiction

Sam the Stormbringer