FRAGMENTOS
¡Hola a todos!
Hoy comenzamos una nueva historia, pero no sin antes dar las gracias infinitas a Kayla Lynnet, Lin Lu Lo Li, Annie Perez, Cbt1996, Ferdy Arevalo, kcar, Karii Taisho, Xio Xio Huayta, Rosa. Taisho, Rocio K. Echeverria, joiscar, MegoKa, Sylvia y marielvalentinavazquezrodrigue, por haber dejado sus hermosos reviews y por haberle dado una oportunidad a mi historia anterior "ENTRE PROMESAS ROTAS". ¡Su confianza y apoyo son la razón por la que sigo escribiendo! :)
Estoy emocionada de comenzar esta nueva historia y prepárense para sumergirse en un mundo lleno de emociones, intrigas y momentos inolvidables.
Espero que disfruten tanto leyendo esta nueva historia como yo disfruto escribiéndola.
¡Gracias por ser parte de esta comunidad de lectura y por inspirarme a seguir adelante!
Con cariño,
Atte. XideVill
Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.
CAPÍTULO 1.
INUYASHA
–...que este amor que hoy profesan sea su luz en los días oscuros, su fuerza en los tiempos de prueba y su gozo en los momentos de felicidad. Que cada día encuentren en él la inspiración para ser la mejor versión de sí mismos y para construir un futuro lleno de sueños compartidos.
Veo a la mujer frente a mí y ella me sonríe, como ya es habitual.
–Kikyo –continúa el padre–, ¿aceptas a Inuyasha como tu esposo, para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y prometes serle fiel todos los días de tu vida?
–Sí, acepto.
Siento sus manos jugar con las mías y por un momento veo más allá de sus ojos; nuestros padres nos ven fijamente.
–Y tú, Inuyasha, ¿aceptas a Kikyo como tu esposa, para amarla y respetarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y prometes serle fiel todos los días de tu vida?
–S...
–¡Papá!
Aquella voz, tan dulce y suave, me hizo voltear de inmediato. Las murmuraciones no tardaron, y todos los presentes en la iglesia no despegaron los ojos de aquella pequeña niña que había interrumpido la ceremonia. Di un paso dudoso al verla con detalle.
No.
Sentí una punzada dolorosa en el pecho, pero ¿qué clase de broma pesada era esta?
–Papá...
La vi correr hacia mí y con aquel simple gesto, sentí el corazón hecho trizas. Abrazó mis piernas y, aunque quise apartarla, no pude.
–¡Qué clase de absurda broma es esta! –chilló Kikyo– ¿Quién es esa niña y por qué te llama papá?
–No lo sé, yo estoy igual o más confundido que tú.
–Señor… –Miré hacia la puerta– Su padre lo está esperando.
Asentí. Habíamos tenido que cancelar la boda religiosa por este inesperado contratiempo y al parecer eso era lo que había molestado a mi padre, a Kikyo y a su padre.
–Adelante –permitió la voz grave de mi padre al entrar a su estudio– Siéntate.
–No, así estoy bien –respondí.
Como quieras, de todas formas, esto no tardará mucho.
–¿Qué quieres decir?
–Que lo que pasó quedará en el olvido –sentenció– Hablé con la familia Hirano y lo mejor será posponer la boda religiosa hasta que todo en sociedad se haya calmado un poco.
–¿Qué no es suficiente con la boda civil? –cuestioné– De todas formas, ya estoy legalmente casado con Kikyo, ¿qué más da una boda religiosa?
–La familia Hirano es muy tradicional, y para que nuestras familias se unan, es necesario esa boda ¿Qué es que acaso no lo entiendes Inuyasha?
–Lo que no entiendo es por qué insistes tanto con este asunto –refuté y lo vi llevarse una mano al rostro en señal de frustración.
–Hijo, necesitamos de la familia Hirano si queremos mantener nuestro estatus en la corporación.
–¿Queremos? –solté– No padre, esas son solo tus ambiciones.
–¡Suficiente! –demandó golpeando la mesa y poniéndose de pie– Creí que ya habíamos hablado de esto Inuyasha, y tanto tú como tu hermano lo aceptaron.
–Pero padre…
– Ni una sola palabra más. Me encargaré del problema y tú hablarás con Kikyo –Caminó hacia la puerta sin mirarme– No quiero perderlo todo solo por una broma de mal gusto.
Tomé aire y giré para verlo.
–La niña… –solté– ¿Qué harás con ella?
–Mientras menos sepas será mejor.
–Se parece mucho a ella.
Detuvo su andar, el silencio pasó a ser el protagonista y sabía muy bien que a Toga Taisho no le gustaba hablar del tema, pero ya no podía seguir evitándolo.
–Padre…
Di un paso.
–Ella está muerta Inuyasha, hace más de cinco años que Kagome murió.
Nunca antes la palabra muerte había significado tanto en mi vida. Desde aquel trágico accidente hasta ahora, ya nada era igual. La gente decía que la olvidara, que viviera el presente, que lo tenía todo y que no me preocupara, pero no había nada más equivocado que aquella idea.
Yo había perdido mi todo aquel día.
–Lo sé y estoy plenamente consciente, pero no vas a negar el parecido que tiene esa niña con Ka… –Tragué saliva.
Aún me costaba decir su nombre en alto.
–Déjame hablar con ella –pedí.
–¿Con la niña? De ninguna manera.
–Padre, por favor. En serio necesito hablar con ella, quiero saber quién es, por qué interrumpió la boda y sobre todo, necesito saber por qué me llamó papá. Padre, deja que me encargue de este asunto.
–Inuyasha…
–Si lo haces, prometo no volver a cuestionar tus decisiones y me esforzaré por mantener la corporación en el mismo estatus de siempre, incluso aún más.
Mi padre tomó una gran bocanada de aire antes de mirarme.
–Si no lo hago tampoco dejarás de insistir ¿cierto? –Me conocía muy bien– Como quieras, si quieres perder tu tiempo en tonterías adelante. La niña está en la antigua habitación de tu madre.
–Gracias.
–Inuyasha –Me detuve– No olvides lo que prometiste.
Asentí, y salí rumbo a la antigua habitación de mi madre. En el camino me encontré con Sesshomaru, pero lo ignoré antes de que dijera alguna cosa.
Cuando abrí la puerta, la encontré sentada sobre la cama, jugando con un pequeño oso de peluche. Me tomé el tiempo necesario, mientras no me veía, para examinarla al detalle. Vestía un pijama enterizo color rosado, no traía zapatos por lo que la planta del traje estaba algo sucia. Al verla de espaldas, pude apreciar las pequeñas ondas que se formaban al final de su cabello negro, aquello despertó mi curiosidad.
Carraspeé para hacerme notar y cuando lo hice ella volteó de inmediato.
–¡Papi! –soltó viniendo hacia mí con una sonrisa.
Abrazó mis piernas y permaneció allí por unos segundos antes de alzar la mirada. Me quedé con la palabra en la boca al ver sus ojos dorados, tan dorados como los míos, o los de mi padre y Sesshomaru, simplemente dorados como solo un Taisho podía tener.
–¿Cuál es tu nombre? –pregunté arrodillándome para estar a su altura.
–Moroha, y el tuyo es Inuyasha ¿Verdad?
–¿Cómo sabes mi nombre?
–Mami me lo dijo –Abrazó al pequeño oso de peluche.
–¿Cómo se llama tu mamá?
No quiso responder, lo supe por la forma en la que veía toda la habitación.
–¿Quieres jugar? –propuse señalando la cama con la mirada y ella asintió con la cabeza – Y ¿Cuántos años tienes?
–Cinco… –respondió agachando la cabeza.
–¿Te puedo hacer otra pregunta? –Moroha asintió con la cabeza– Puedes decirme cómo es tu mamá.
Levantó la cabeza hasta que sus ojos brillosos conectaron los míos.
–Mami es muy bonita… –empezó–, sus ojos son marrones y….
La vi sonreír por unos segundos, hasta que de pronto se apagó y aquella sonrisa se transformó en un puchero.
–Quiero a mi mami… –Empezó a llorar– Mamita…
El llanto me tomó por sorpresa y no supe qué hacer o cómo reaccionar. La vi abrazar muy fuerte el oso mientras sollozaba tratando de recuperar el aire.
–Moroha…
–Pero ¡qué es todo ese escándalo! –Kikyo apareció de pronto– Inuyasha, ¿qué haces con esta niña…?
–¡Mami!
Moroha bajó de la cama y fue corriendo hacia Kikyo, trató de abrazarla, pero Kikyo la apartó.
–¡No te atrevas a tocar mi vestido, niña! –advirtió hostil.
Aún con sollozos, Moroha levantó la cabeza y al ver a Kikyo, volvió a llorar.
–Tú no… no eres mi mami…
–Pero claro que no mocosa.
–Kikyo –increpé.
–Quiero… a mi mami –La vi frotar sus ojos– Mami…
–¡Inuyasha! Haz que se calle, ya no la soporto.
Me puse de pie y pasé entre ellas.
–¡Kaede! –llamé.
–Dígame joven Inuyasha.
–Por favor llévate a la niña, haz que deje de llorar.
–Sí –Kaede la tomó en brazos– Ven mi niña, debes de tener hambre.
Vi a Moroha rodear el cuello de la mujer sin dejar de llorar. Kaede salió y poco a poco el escándalo se fue alejando. Cerré la puerta y al voltear me encontré con Kikyo mirándome con los brazos cruzados. Solté un suspiro antes de hablar.
–Kikyo…
–Necesito una explicación –soltó– Creí que tu padre se encargaría de esa mocosa.
–Él no lo hará…
–¡Qué dices!
–Lo haré yo.
–Pero Inuyasha…
–Ya está decidido, descubriré quién es y quién es su madre.
La vi sonreír.
–No creerás que esa niña es tu hija ¿verdad?
–Sus ojos son dorados.
–¿Y eso qué? –cuestionó empezando a exaltarse– No es que fuera un rasgo único.
–Lo es –Afirmé– Es el rasgo único de mi familia.
–¡No!
La vi pasear por la habitación como un león enjaulado.
–Cómo podría ser tu hija, es que ¡No tiene sentido! Esa niña tiene ¿cuánto?
–Cinco…
–¡Cinco! –exclamó levantando las manos– Hace cinco años tú estabas enterrando a esa mujer.
No dije nada, incluso con lo mucho que me dolió aquella forma tan despectiva de describir mi dolor.
–Inuyasha… –empezó viéndome a los ojos y acercándose a mí lentamente– No creerás que…
Que Moroha podría ser mi hija y de Kagome, sí, estaba empezando a creerlo.
–¡Ella está muerta, por dios! –declaró sin esperar mi respuesta– Inuyasha, reacciona, te están queriendo estafar con esa historia.
– ¿Estafa?
–¡Así es! Y acabas de caer.
–No creo que sea una estaba –afirme.
–¿Cómo puedes estar tan seguro? Necesitas abrir los ojos, allá afuera existe mucha gente que busca hacernos daño, gente que haría lo que fuera por conseguir la más mínima cantidad de nuestro dinero –resaltó– Pero no lo van a conseguir, y si quieres salir de dudas, entonces hazte una prueba de sangre y fin del asunto. Te aseguro que el resultado saldrá negativo y podremos continuar con nuestras vidas.
Se oía fácil, pero enserio lo sería. De alguna forma no dejaba de darle vueltas al asunto, no dejaba de pensar en el gran parecido que tenía esa pequeña niña con Kagome.
En toda la noche no pude cerrar los ojos, Kikyo dormía a mi lado y al parecer estaba tranquila al afirmar que todo este asunto se trataba de una estafa, quería creerlo, en serio quería creerlo, pero por alguna razón me sentía intranquilo.
Salí de la cama tratando de no despertar a la mujer que dormía del otro lado y me dirigí al pasillo, al salir de la habitación vi que en la antigua habitación de mi madre había una tenue luz encendida. Al abrir la puerta, me encontré con mi madre arrullando a la niña, que dormía en la cama.
–Madre…
–Shhh… –soltó suavemente al verme– Se acaba de dormir.
–¿Qué haces aquí? –pregunté en un susurro mientras me adentraba en la habitación.
–Vine a ver si todo estaba bien –respondió de igual forma– Y la encontré llorando bajo las sábanas, oh, es tan pequeña… –soltó peinando la cabeza de la niña– Debe de extrañar mucho a su madre.
–¿Mi padre sabe que está aquí?
Izayoi me miró con una sonrisa.
–Tu padre no puede prohibirme nada en esta casa, después de todo también es mía.
Me senté al pie de la cama y desde ahí observé a Moroha dormir.
–Madre, tal vez me estoy volviendo loco, pero…
–Oh, no, cariño, no estás loco –intervino con dulzura– Yo también lo pienso, esta niña se parece mucho a Kagome.
–Pero ¿cómo? No es posible, ¿o sí?
–Cariño, no lo sé. Yo, al igual que tú, estoy muy desconcertada. Pero cuando la vi aparecer en la iglesia, me recordó mucho a la hija de mi amiga cuando era pequeña.
La madre de Kagome, Naomi Higurashi, era amiga de la familia y es por aquella coincidencia que Kagome y yo nos conocimos desde muy pequeños.
–Madre, ¿crees que podría ser mi hija?
–Mi querido hijo, no es lo que yo crea, sino lo que tú sientes – Estiró la mano para tomar la mía– Un padre haría lo que fuera por sus hijos, y la necesidad de protección es más fuerte que cualquier otra cosa, dime ¿qué sientes al verla?
–No lo sé, todo esto es tan extraño que ya no sé lo que siento. Ella… murió hace mucho, no es posible que hayamos tenido una hija, lo sabría, ella no estaba embarazada, pero si lo estuviera, madre, entonces tendría que haber sobrevivido al accidente para tenerla.
–Hijo…
–Mamá, Kagome está viva y hay una forma de comprobarlo.
Acarició mi mejilla con ternura.
–¿Cómo?
–Me haré una prueba de ADN y si resulta ser cierto, y esa niña es mi hija, entonces no descansaré hasta encontrarla y descubrir la verdad de todo esto.
–Inuyasha
Miré a Kikyo mientras seguía preparándome para ir a la clínica.
–¿Piensas trabajar hoy? –cuestionó con aquel tono de enfado.
–Sí.
–¿Y qué pasará con la mocosa esa? ¿Hasta cuándo se quedará aquí?
–Apenas acaba de salir el sol, Kikyo, no ha pasado ni un día.
–Pero no quiero verla aquí.
–Pues tendrás que hacerlo –sentencié– Al menos por un tiempo más, hasta que nos hagamos la prueba.
–¡Entonces, qué esperas! Llévala a la clínica y haz esa maldita prueba de una vez por todas.
Solté un suspiro frustrado y tomé aire suficiente antes de continuar.
–No es tan sencillo.
–¡Claro que lo es! –rebatió– Es tan sencillo como suena.
Dejé que el silencio fuera el protagonista por unos segundos. Segundos en los que Kikyo no desaprovechó la oportunidad para verme detenidamente.
–Inuyasha –dijo acercándose– ¿A qué le tienes miedo? ¿Piensas que esa niña podría ser tu hija? –Soltó una pequeña risa– Pero eso es absurdo mi amor, es una tontería. Los muertos no pueden regresar a la vida y menos tener hijos, Inuyasha –advirtió– Deja de segarte, esa niña no es nada tuyo, es hora de que abras los ojos y dejes de engañarte.
Tenía razón, estaba engañándome y aferrándome a algo que nunca podría ser. Solté mi frustración y fui por mis cosas.
–Bien, iré por esos análisis –dije antes de salir de la habitación y dejar a Kikyo sola.
Bajé las escaleras y en el camino me encontré con Sesshomaru, quien estaba a punto de salir de la mansión.
–Inuyasha…
–Si vas a decir alguna idiotez, mejor ahórrate las palabras –advertí.
Su sonrisa fue la confirmación.
–Bien, no diré nada malo, pero…
–Te lo advierto Sesshomaru, hoy no estoy de humor.
Intenté moverme para esquivarlo, pero su agarre me detuvo al instante.
–La niña, es idéntica a ella –soltó de golpe.
–¿La viste?
Asintió con la cabeza.
–Y ¿Qué opinas?
–Que estás en un gran problema –dijo soltándome.
–Gracias, pero creo que eso ya lo sé.
–¿A dónde vas? –cuestionó al verme alejarme rumbo al comedor.
–La llevaré a la clínica.
–¡Recuerda que solo es una niña! –advirtió antes de que desapareciera por la puerta.
Una suave risa me recibió al entrar al comedor. Vi a mi madre jugando con el pequeño oso mientras Moroha desayunaba frente a ella; al parecer, ambas se divertían.
–Madre –saludé acercándome a ellas.
–Cariño…
–¡Papi!
La vi correr hacia mí, abrazó mis piernas y luego volvió a sentarse en su lugar. Mi madre solo nos veía con una sonrisa.
–¿Piensas ir a trabajar?
–Es la segunda vez que escucho esa pregunta –solté de mal humor, pero luego me arrepentí– Lo siento, es solo que…
–Supongo que fue Kikyo.
Asentí.
–Desde que se despertó, no ha dejado de reprocharme por haber arruinado nuestro viaje de recién casados.
–Pero hijo…
–Déjalo madre, hoy solucionaré todo –declaré viendo mi reloj de muñeca– Emmm… niña, quieres ir a dar un paseo.
–Inuyasha…
–¡Si! –exclamó opacando el futuro reclamo de Izayoi– ¿Iremos a ver a mami?
–Bueno, eso lo veremos en el camino. Vamos de una vez.
–Inuyasha –llamó Izayoi con aquella autoridad que hace mucho no usaba– ¿A dónde te la llevas?
¿Acaso no ves cómo está Moroha?
La miré y llevaba puesto el mismo pijama que cuando llegó.
–Mandé a que fueran por algo de ropa nueva para ella, no creo que tarde mucho.
–No tengo tiempo madre –refuté tomando la mano de la niña y saliendo del comedor.
–Inuyasha… Inuyasha…
Subí al auto y puse el seguro para niños antes de partir.
–¿A dónde vamos, papi?
–Llegaremos dentro de poco y te prohíbo que me llames así cuando estemos ahí.
–Pero…
–Te lo prohíbo –demandé y Moroha guardó silencio en todo el camino.
Al entrar a la clínica, obviamente las miradas estaban puestas sobre nosotros. Nos adentramos y tomamos el elevador hasta el piso ocho.
–¡Oh, vaya! Pero mira nada más quién vino a visitarme –soltó Miroku en cuanto me vio– Inuyasha, no creí que aparecerías por aquí después de lo que pasó en tu boda.
–No fue nada.
–Si no fuera nada entonces no estarías aquí con esta princesa –dijo agachándose– Hola linda, ¿cómo te llamas?
–Moroha…
–Moroha, qué bonito nombre tienes –comentó.
–Mi mami me lo puso.
–Y estoy seguro de que tu mami es igual de bonita que tú ¿verdad?
Ella asintió mirándome.
–Bien… –dijo Miroku soltando un suspiro– Supongo que quieres…
–Sí –dije de inmediato.
Mi amigo asintió y volvió a mirar a Moroha.
–Princesa, quieres venir conmigo un momento.
–¿A dónde? –cuestionó rechazando la mano extendida de Miroku.
–A un lugar donde tengo muchos –recalcó con una sonrisa–, muchos juguetes con los que podrás jugar.
–Pero…
La niña buscó mi mirada con desesperación.
–Pap…
–Ve con él –demandé– Yo tengo algo que hacer.
Miroku tomó su mano y se la llevó a pesar de que se resistía. Los vi desaparecer por una de las puertas y entonces revisé el reloj de mi muñeca. Solo tenía que esperar unos minutos y el trabajo estaría hecho.
Pero ¿Por qué estaba tan intranquilo? Si se suponía que mi amigo era el mejor pediatra de todo el país. Miré nuevamente el reloj y jugué con mis dedos, el tiempo pasaba muy lento.
–¡No quiero!
Escuché aquel grito venir del consultorio en donde había entrado Miroku y entonces me tensé.
–¡No! ¡No quiero! –Escuché un sollozo acompañando de un grito– ¡Mami! ¡Quiero a mi mami!
Tomé aire suficiente para tratar de calmar mis nervios. No podía dejar que algo como eso me desestabilizara.
–¡Papi!
"—...Un padre haría lo que fuera por sus hijos, y la necesidad de protección es más fuerte que cualquier otra cosa…"
Entonces recordé lo que mi madre me dijo y perdí el control de mis acciones. Irrumpí en el lugar y vi a Miroku sostener una aguja hipodérmica mientras trataba de tomar el brazo de Moroha.
–Inuyasha, qué bueno que llegas, por favor sujétala –ordenó.
El llanto desconsolado de la niña hizo eco en el consultorio junto con los latidos desenfrenados de mi corazón.
–Inuyasha…
–Papi… no… –Moroha hablaba con dificultad mientras sus ojos húmedos por el llanto me veían– No… por favor… papi…
–Inuyasha, ¿qué estás esperando?
–¡Acaso te has vuelto loco! –exclamé acercándome a ellos y tomando a Moroha en brazos– Ya, tranquila, ya pasó…
–Solo era cuestión de un segundo.
–Y ¿desde cuándo por un segundo traumas a los niños? –refuté.
–Oye, no te atrevas a cuestionar mis métodos. Generalmente esto lo hago con los padres presentes y no solo con la niña.
–¿Ahora es mi culpa?
–Lo fue desde que la trajiste aquí. ¿Qué no ves que solo es una niña?
Solté un gruñido al escuchar las mismas palabras que había dicho Sesshomaru en la mañana. Moroha aún sollozaba mientras se aferraba a mi cuello y yo traté de calmarla pasando una mano por su espalda.
–¿Qué harás ahora? –preguntó con interés.
–No lo sé. No puedo simplemente obligarla.
–Sabes que existe el hisopado bucal ¿cierto?
Lo miré mal.
–Y sabes que no es tan confiable como la extracción de sangre ¿verdad? –solté de la misma forma.
–Esas son solo tus creencias amigo mío, y como doctor deberías de saber que es tan fiable como la extracción.
–¿Y por qué no lo hiciste antes?
–Porque sabía que no querrías –declaró yendo por sus materiales– Bien, ahora solo necesito que abra la boca.
Solté un suspiro y me senté en la silla sin dejar de acariciar la espalda de la niña.
–Moroha… –empecé– Necesito que abras la boca por un momento.
El llanto incrementó y con aquello supe que este día no lograríamos nada. Miré a Miroku y negué con la cabeza.
–Bien… –dijo él con un suspiro– Supongo que esto solo me deja con una opción.
–¿Qué…?
–¡Ay! –Se quejó Moroha cuando Miroku le arrancó unos cuantos cabellos– ¡Quiero a mi mami!
Volvió a llorar, pero esta vez su llanto fue desgarrador. Me puse de pie y traté de mecerla como reflejo.
–Llévatela de aquí –sugirió– Trata de calmarla, no es sano para ella estar lejos de su madre y menos ser maltratada por un par de médicos malos.
Me sonrió, pero no pude ser parte de su broma, no cuando la escuchaba llorar de esa forma.
–Te enviaré los resultados muy pronto.
Asentí.
–¡Ah! Inuyasha… –Me giré para verlo antes de salir– Se parece mucho a ella, cuídala.
Estaba de más aquella última sugerencia. Estaba claro que, de ahora en adelante, no dejaría que nada malo le pasara. Si era mi hija o no, ya no me importaba. Al final, era como mi madre decía: lo que importa es lo que yo siento; y yo sentía una inmensa necesidad de protegerla. Tal vez me estaba engañando y solo buscaba la forma de unir los fragmentos rotos de mi corazón después de cinco años, y estaba evitando la cruda realidad, pero ya había tomado una decisión.
Continuará...
