Past Life: Prólogo

«El infierno son los otros».

Jean-Paul Sartre.

I

Quien ha vivido lo suficiente como para entender a sus allegados hasta cierto punto y juzgar al prójimo al filo de una moral perfectamente razonada, es consciente de que los seres humanos tienden a buscar el beneficio y satisfacción propia, conforme a sus criterios de observación, cuyo carácter radica estrictamente en lo personal. Tener en cuenta esto hace saber que hasta el más altruista alcanza el punto álgido en su moralidad y, por lo tanto, le corresponde una sensación de júbilo que, de no sentir, le haría evadir el acto que la detonaba en primer lugar. En dicho ejemplar, meramente frívolo, se constata un egoísmo internalizado y socialmente inducido, con el único fin de retener las variables humanas y ejercer control que ha vuelto al hombre alguien competitivo con sus prójimos.

Un entorno controlado superpone los intereses y necesidades, tanto del Estado como del proletariado, y, tal como mencionaba Marx, genera una lucha de clases por la satisfacción de estos. Naciones, industrias, estratos sociales, residencias e inclusive nombres han sido una herramienta de conteo de las masas, para ser perfiladas en un mismo entendido y clasificadas según sean las ramificaciones, también bajo un rigor impuesto mediante normas y estatutos, que ponen de relieve el albedrío y hacen que se cuestione sobre su auténtica libertad. Es entonces que las palabras de Maquiavelo cobran sentido, al reinterpretarlas como ese requerimiento social y político de sobrevivir en el mundo civilizado, en la jungla de concreto, yendo cada vez más hacia donde le es benéfico al gobernante.

Sin embargo, enrevesadas y en convergencia, existen variables no controlables, mucho menos medibles, pues son inherentes a la cultura y al propio instinto humano. Sobrevivir nos hace egoístas frente a una realidad carente de sentido real, así, el amor convierte nuestras convicciones egoístas en un beneficio a veces subjetivo de los otros. ¿Qué implica amar donde lo esperado es la indiferencia?

En esencia, el otro forma parte de tus requerimientos, lo acepta como parte de sí y genera la relación No-Otro, sesgada en su totalidad. Quizá responde al deseo de intimar, de no caer en la desolación más abrumadora, pero, aunque dicho fundamento justifique desde el exterior las condiciones del amor, la experiencia personal trasciende a cualquier noción de empatía. Quien ama puede transgredir cuanto precepto se le interponga a su criterio, incluso si ello compromete la existencia, pues perder al ser amado sería equiparable a serle arrancada una parte de su alma que jamás volverá a su sitio.

Lo anterior corresponde a un razonamiento instantáneo, no obstante, se trata de la única explicación que la dama de pie en medio de la habitación podía hallarles a las palabras del joven. Pudo ser otra de las tertulias que ambos en privado compartían, igual que años atrás, cuando las responsabilidades estaban en pausa y tenían tiempo para el esparcimiento, no obstante, incluso las tazas de té de cedrón, humeantes todavía, tenían un sabor más amargo que de costumbre, agrío, como si el tiempo hubiera corroído sus esencias. A pesar de la penumbra que los rodea, ambos pueden verse directamente a los ojos, de un modo circunstancial y tras un largo silencio.

II

Remanentes de oscuridad buscan por cualquier medio deslizarse bajo las cortinas en un influjo absoluto, propio de las altas horas de la noche, sin embargo, se veían débilmente retrasados a causa de la luz blanca del foco allá en la esquina izquierda paralela, aunque no terminaban del todo su trabajo salvo en un entorno inmediato. Cuatro paredes, un espacio reducido pero suficiente, quizá de unos con la ventana apuntando al sureste y dando a la calle residencial. Los rodean con colores azulados, sin tanta decoración y un suelo de madera que daba un ruido seco a cada paso. A pesar de que mantuviera cierto orden en las pertenencias, al menos lógico y que le daba un aspecto aseado, podían notarse algunos libros fuera de lugar y hojas con apuntes desperdigadas en el escritorio; la cama estaba tendida, pero presentaba algunas arrugas en el edredón, y la mesa de noche todavía albergaba un plato con restos de carne y verdura.

Quien era la invitada portaba el uniforme de la institución educativa local. Descansaba las manos sobre su regazo, con las piernas juntas y los brazos poco extendidos; dicha postura recatada le daba un aire aristocrático agradable a la vista. Sus ojos violetas, a través del cristal de unas gafas de media montura, terminaban por enfocarse con interés sobre quien había venido a visitar; estaba de pie, sin darle mayor atención a los ofrecimientos de tomar asiento. En todo momento, su expresión permaneció serena, aunque de algún modo extraño, intensa y penetrante, carecía del usual tinte relajado. No cabe duda de que destaca entre las sombras, igual que una anomalía, casi de un modo inhumano. Interrumpió el silencio con esa voz suave y sería que tanto la caracterizaba.

—¿Estás seguro? Sé de lo que eres capaz, sin embargo, esto ha alcanzado extremos fuera de mi control —hizo gran énfasis en la interrogante y presentó temblores ligeros en la idea consecuente. Denota una gran preocupación por el hombre al que admiraba.

El joven no claudicó en ningún momento del contacto visual, anonadado por el alcance de sus convicciones, ya que, tal como se había hecho mención, podría representar un peligro para su vida. Era perfectamente consciente de que semejante terquedad no era propia de su persona, razón suficiente para extrañarse y cuestionar los motivos. Se puso de pie poco a poco, mostrándose en ropa de cama, desidioso al respecto; después de todo, le parecían detalles menores en comparación al tema en cuestión.

Detrás de esas gafas de montura cuadrada, dos ojos castaño oscuro, a juego con su cabello, corto y un tanto deshecho, denotan esa determinación tan inusual en alguien tan precavido y racional, casi imperceptible al estar sumergida en mares de templanza. No estaba acostumbrado a reaccionar de tal forma, o al menos eso supuso al ser introducido al consciente su creciente cansancio. Metía las manos en los bolsillos de su pantalón antes de pronunciarse en respuesta.

—Creo que tiene potencial de escalar a niveles inauditos, y esto parece solo el principio —se nota a leguas que su serenidad pende de un hilo muy fino. Su voz parece estremecerse ante las amenazas de su garganta de cerrarse.

—Precisamente por eso.

—¿Acaso viniste con el objetivo de evaluar mi reacción y determinar si era pertinente borrarme la memoria?

La sorpresa en el semblante de la joven se vio cuando sus ojos se vieron un poco más de lo común. A pesar de estar acostumbrada a la perspicacia de su interlocutor, no terminaba de gustarle la sensación de verse descubierta. Fue continuamente exhortada a hacer lo que ahora él le recriminaba, pero consideraba valiosa su intervención, donde era libre de hablar sobre cualquier tema, incluso si por cuestiones de raza no le debía incumbir. Aunque las circunstancias actuales lucieran particularmente oscuras, su intuición le decía que sería útil. Quiere dudar de dichos pensamientos, y eso la motiva a proceder en tiempo presente.

—Negarlo es cubrir el sol con un dedo, no debería extrañarte que no a todos les agrada que sepas tanto —replicó por lo bajo, desviando la mirada por breves momentos hacia abajo. Teniéndolo de pie frente a sí, increpándola con tanto detenimiento, sentía su mirada penetrando su alma.

—El contrato fue por su seguridad, no la mía, y si ayudar en esto garantiza que estará a salvo… —la respuesta fue dada en un leve roce al susurro, de forma vaga, denotando su inmersión en pensamientos a futuro.

—Te buscarán y asesinarán a todos los que ames si se enteran de nuestra relación.

Dichas palabras fueron suficientes para evocarle un sentimiento de culpa al joven. Se llevó una mano al mentón, mirando a la nada, consternado. Aprovecha el silencio para cuestionarse más allá de la vehemencia, en el fondo queriendo darle la razón y mantenerse alejado de todo esto, justo como lo había hecho desde que ella le reveló su verdadera naturaleza. Volvió a sentarse, visiblemente extenuado, sujetándose la cabeza y frotándose los ojos en su muñeca.

—Es el único camino, ¿verdad? —se hizo presente de nuevo en un tono lento y exasperado. Su cuestión poseía tintes de amargura, de resignación en ciernes.

—Por desgracia, sí —respondió firme en su tesitura—. No quisiera ver tu vida desmoronándose por mi culpa, jamás me lo perdonaría.

No pudo evitar alzar la mirada, encontrándose de nuevo en esas violetas penetrantes, ahora en una postura frágil y vidriosa. En todas sus interacciones previas siempre hubo ese toque de formalidad, un límite tácito entre demonio y contratista, mismo que ahora está en declive. Escuchaba cómo se referían a ella como un ser sin emociones, inalcanzable y aterrador; no obstante, le sobró el tiempo de convivencia informal con ella para darse cuenta de que no era así en lo absoluto. Que fuera tan condescendiente le estrujó el corazón, generándole una presión en el pecho que le hacía no poder respirar correctamente.

«Me pregunto qué tan apócrifo será el canon de la biblia en realidad», pensó Kazuma, afilando su mirada hacia la señorita, a quien separa de su faceta como presidente del consejo estudiantil, así como de la heredera de una familia poderosa en el Inframundo.

«¿Cómo pude ser tan caprichosa?», dijo ella en sus adentros.

—Está bien —esas palabras captaron la atención de la mencionada, sorprendida por su firmeza implícita—, hazlo, será lo mejor para todos. Solo quisiera hacerte una última petición.

—Lo que sea —no demoró en contestarle tras verlo con intenciones de darle apertura para ello, irradiando entre las rendijas de su compostura un tono ligeramente apagado, ciertamente melancólico—.

—Cuídala mientras yo no pueda, por favor.