Capítulo 9

Cabaña de Poseidón

Después de ese beso electrizante, Artemisa y Percy se materializaron dentro de la cabaña de Poseidón. El aire estaba cargado de emociones complejas: la tensión entre ambos aún persistía, mezclada con una pizca de incertidumbre.

Percy, con un toque de envidia en su voz, comentó: "Parece que tienes un gran poder ahí. La teletransportación es definitivamente útil. Debería considerar conseguirme uno de esos."

Artemisa enarcó una ceja con una sonrisa traviesa. "Oh, ya sabes las ventajas de ser una diosa", bromeó. "Aunque, con tu suerte, probablemente terminarías teletransportándote al Tártaro por accidente."

Percy estalló en carcajadas, disipando la tensión por un breve momento.

Sin embargo, la diversión se disipó rápidamente. Artemisa, con su mirada penetrante, clavó sus ojos en Percy. "¿Qué fue esa conversación que escuché con Annabeth?", preguntó, su voz tensa. "Artemisa se había enterado por algunos animales del bosque de la conversación de Percy con Annabeth."

Percy se sonrojó visiblemente. "Es complicado", murmuró, evitando su mirada. "No quiero hablar de eso ahora mismo.

"Artemisa lo fulminó con la mirada. "¿Recuerdas mis peleas con Annabeth cuando era Luna?", replicó con. "Recuerdo vívidamente cómo la perseguía por todo el campamento con arco y flechas, y con mis dagas. La expresión de Quirón y la tuya mientras tratabas de evitar que la convirtieras en un colador fue... memorable, por decir lo menos."

Un dolor de cabeza le llegaba a la mente de Percy. "Lo sentimientos de Percy a Annabeth eran complicados la odiaba, pero no quería que muriese."

"Supongo que tal vez no deberías haberme detenido", admitió con pesar. "Podría haber evitado muchos problemas, como el que estamos enfrentando ahora mismo respondió artemisa."

Un destello de furia cruzó por los ojos de Artemisa. "¿Quién se cree ella para volver a aparecer y causar problemas? Tal vez debería recibir una lección de humildad de parte mía a la pequeña hija de Atenea", murmuró para sí misma, con un gruñido apenas audible.

Percy suspiró. "¿No puedo huir del tema, ¿no?", preguntó con resignación en su voz.

Artemisa se rio con ironía. "No, no puedes", respondió, con una sonrisa traviesa en sus labios. "Te tengo acorralado, Jackson. Y no pienso dejarte escapar hasta que me digas la verdad."

Percy se cruzó de brazos, adoptando una postura desafiante. "Está bien", dijo con un tono de fastidio. "¿Qué quieres saber?"

Artemisa lo fulminó con la mirada. "Todo", respondió sin rodeos. "Quiero saber cada detalle de esa conversación que tuviste con Annabeth. Quiero saber qué te dijo, qué le dijiste tú, y cómo te sentiste al respecto."

Percy se sonrojó ligeramente. "No es tan simple como eso", murmuró. "Es una historia complicada."

Artemisa se impacientó. "No tengo tiempo para historias complicadas, Jackson", replicó con impaciencia. "Voy a contar hasta tres. Si no me has contado todo para entonces, te juro por la Estigia que te convertiré en un jackalope."

Percy tragó saliva. "Uno... dos...", comenzó a contar Artemisa, su voz resonando con poder.

"¡Está bien, está bien!", exclamó Percy, rindiéndose. "Te lo contaré todo."

Y así, durante la siguiente hora, Percy le contó a Artemisa todo sobre su conversación con Annabeth.

La cabaña de Poseidón se convirtió en un escenario de emociones encontradas. Artemisa, con la furia de un demonio y la ternura de un ángel caído del cielo, se acurrucó en los brazos de Percy. Sus palabras, como un bálsamo para el dolor que Annabeth le había infligido, resonaron en su corazón: "Te entiendo, aún te duele la indiferencia y todo lo que ella te hizo. Tranquilo, cuando la vuelva a ver, me las pagará.

Artemisa. se acurrucó en el pecho de Percy, su furia por Annabeth aun ardiendo como un fuego en miniatura.

"Tranquilo, mi Rayo de Luna", susurró Percy, acariciando su cabello con dedos torpes. "Cuando la vuelva a ver, me las pagará", gruñó Artemisa, su voz ronca por la ira.

Percy sonrió, una sonrisa traviesa iluminando su rostro. La diosa de la caza, la eterna odiadora de hombres, ahora acurrucada en sus brazos como un gatito herido. La ironía no se le escapaba.

"Hace un año, habría matado a cualquier hombre que intentara retenerme así", dijo Artemisa, con una mirada feroz en sus ojos. "Bueno, aún lo haría", se corrigió, "pero tú no eres cualquier hombre Él era Percy Jackson, el semidiós que había desafiado al mismísimo Olimpo por ella.".

Percy se río entre dientes, disfrutando del calor de su cuerpo contra el suyo. Sacó de su bolsillo y le mostró una foto: Artemisa, disfrazada de Luna, con la cara llena de crema de chocolate después de una broma de Grover.

Ella miró la foto con una mezcla de vergüenza y diversión. "Recuerdo que perseguir Grover por todo el campamento por esa estúpida broma", dijo, con una sonrisa melancólica. "Ahora que sé quién eres realmente, es aún más divertida susurró Percy".

Pasaron la noche en silencio, entrelazados en la cama de Percy. La furia de Artemisa se había disipado, reemplazada por una sensación de paz y seguridad. En ese abrazo, no había diosa ni semidiós, solo dos almas que habían encontrado consuelo en los brazos del otro."

A la madrugada, Artemisa se despertó con una sonrisa radiante. "Gracias por anoche, Percy", dijo, con un brillo travieso en sus ojos. "Me has hecho sentir mejor de lo que me he sentido en mucho tiempo."

Percy le devolvió la sonrisa. "De nada, mi diosa", respondió, con un guiño. "Aunque, debo admitir que me gusta más verte sonreír que gruñir."

Artemisa se rio con ganas. "Te acostumbrarás a mis cambios de humor, Jackson", dijo, con un tono coqueto. "Soy una diosa, después de todo."

Percy la miró con una mezcla de amor y diversión. "No me importa si eres una diosa, una cazadora o una simple mortal", respondió. "Para mí, eres Artemisa, la mujer que amo."

Las palabras de Percy hicieron que el corazón de Artemisa se derritiera. Se inclinó y lo besó tiernamente, sellando su amor con un fuego que solo ellos podían comprender.

Campamento Mestizo al día siguiente a las 6 de la mañana

Un suspiro helado escapó de los labios de Annabeth Chase. Sus ojos grises, como dos tormentas en miniatura, se posaron sobre el Campamento Mestizo. Regresaba del palacio de su madre, Atenea, quien le había encomendado algunas tareas en la ciudad.

Una bolsa de lona gris colgaba de su hombro, ajada por el uso. El azul de sus jeans se había desteñido con el tiempo, y su gorra de los Yankees descansaba en su mano izquierda, mientras la parte inferior de su camisa se balanceaba con el viento. De pronto, sus ojos captaron algo que la dejó helada.

Primero, lo que menos podía imaginar: Lady Artemisa, "disfrazada de Luna", la novia de Percy Jackson, saliendo de la cabaña de Poseidón. Los rumores en el Olimpo resonaron en su mente: Artemisa y Jackson habían estado saliendo en secreto durante un año, bajo la identidad falsa de Luna. La chica que la había perseguido por el campamento como una loca desquiciada era la mismísima diosa de la caza.

Sus labios se curvaron en una mueca de furia. Un odio visceral la invadió, un sentimiento nacido de la envidia y la frustración. Odio porque él era feliz sin ella. Odio porque Percy Jackson, a quien ella consideraba indigno de su amor, había encontrado la felicidad con una diosa.

Annabeth no era una chica impulsiva. Era la hija de Atenea, la diosa de la sabiduría y la estrategia. Su mente fría y calculadora ya estaba maquinando un plan. No permitiría que esa diosa arrogante le arrebatara lo que ella consideraba suyo.

En su mente, Annabeth ya había trazado un mapa de batalla. Utilizaría su astucia, su inteligencia y su conocimiento del mundo para separar a Percy de Artemisa. No le importaba si tenía que recurrir a la manipulación, la mentira o incluso la fuerza.

El fuego de la ira ardía en sus ojos grises. Annabeth Chase estaba dispuesta a todo para destruir la relación entre Percy y Artemisa. No le importaba el precio, ni las consecuencias. Solo importaba una cosa: obtener la victoria.

"Oh, hola, Annabeth." La voz de Grover Underwood, siempre amigable, resonó en sus oídos. Ella se giró y le dedicó una sonrisa tensa.

Los sentimientos de Grover eran un torbellino. A fin de cuentas, ella había roto el corazón de su amigo en pedazos, escupiéndole en la cara después de todo lo que él había hecho por ella.

"Hace mucho que no nos vemos, Grover", respondió Annabeth con un tono seco y distante. Su mirada era fría, como el hielo de un glaciar.

Grover tragó saliva, preparándose para una conversación difícil. "Sí, la verdad es que... bueno, ha pasado mucho tiempo", murmuró, sin saber cómo continuar.

Segundo despertar de Percy

Percy se despertó otra vez con una sonrisa boba en su rostro. La noche anterior había dormido como un bebé, acurrucado en la calidez de Artemisa. Aunque no había pasado nada "de eso", la simple experiencia de abrazarla le había llenado de paz y felicidad.

Se vio obligado a usar un par de pantalones deportivos, ya que no había tenido tiempo de lavar los que usó la noche anterior. Su camisa era la misma camiseta blanca holgada con la que había dormido, y su cabello, aunque despeinado, no se veía tan mal.

Salió de su cabaña en busca de Nico, pero un par de campistas le informaron que había salido del campamento el día anterior y no había regresado. Decepcionado, Percy se dirigió al comedor.

Los demás campistas disfrutaban de un desayuno de huevos revueltos y wafles, acompañados de leche o jugo de naranja. Percy tomó su bandeja y, como ofrenda a su padre, le dejó la mitad de sus wafles y huevos. Para Artemisa, preparó un pequeño sacrificio con una manzana y fresas un pequeño homenaje a su diosa favorita.

Se sentó en su mesa solitaria, tomando un sorbo de jugo de naranja de un peculiar color azul. De repente, alguien se sentó a su lado. Una chica de cabello largo y rubio, con una computadora portátil en sus manos. No era otra que Annabeth Chase, con quien había tenido un tenso encuentro el día anterior.

Percy suspiró. No estaba de humor para tratar con ella. Siempre era complicado, una mezcla de rencores, sarcasmos y palabras hirientes.

Un saludo empalagoso resonó en los oídos de Percy, casi haciéndole escupir su jugo de naranja. "Hola, Percy", dijo Annabeth con una sonrisa tan falsa como un billete de tres dólares.

Se giró para mirarla, con el ceño fruncido y la incredulidad grabada en su rostro. Ella llevaba una camiseta sin mangas de color azul brillante que resaltaba su tono de piel pálido, y unos jeans blancos que resaltaban sus largas piernas. Su sonrisa era tan amplia como una máscara, mostrando unos dientes blancos y brillantes que parecían tallados en hielo.

"¿Buenos días?", repitió Percy con sarcasmo, arqueando una ceja. "Parece que has tenido una buena noche", dijo, imitando su tono falso.

Annabeth lo miró fijamente, sus ojos grises penetrando en su alma como dagas. "¿Cómo estás mañana?", preguntó con una voz que sonaba más a interrogatorio que a interés genuino.

"Estoy bien", respondió Percy con un tono seco, tratando de evitar su mirada penetrante. "Escuché hace un tiempo que rompiste con 'él'", dijo, usando comillas para enfatizar su desdén por el exnovio de Annabeth.

"Sí. Eso fue hace un tiempo", respondió Annabeth con indiferencia. "¿Y tú qué tal? ¿Cómo te ha tratado la vida?", preguntó, con un tono que sugería que realmente no le importaba la respuesta.

"Bastante bien", respondió Percy con una sonrisa irónica. "Regresé aquí para hacer un pedido de mi madre. Y.… a ti", dijo las dos últimas palabras en voz tan baja que apenas las escuchó susurro Annabeth.

Un silencio incómodo se apoderó de la mesa. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Percy se concentró en su desayuno, masticando waffles con desgana. Annabeth tecleaba furiosamente en su laptop, como si estuviera escribiendo una novela sobre su incómoda interacción.

"Annabeth, creo que deberíamos hablar de esto más tarde", dijo Percy finalmente, con un tono firme. "No estoy listo para tener esta conversación ahora."

"Sí...", susurró Annabeth, sin mirarlo. "Es bueno verte. Las cosas parecen estar mejorando para ti", dijo, con un tono que sonaba más a una declaración que a una pregunta.

"Aunque siempre me vendrían bien tus ideas espontáneas", agregó Annabeth, con una mirada calculadora en sus ojos grises.

"No, no lo haces", respondió Percy con un tono tajante. "Hablaremos más tarde", dijo, levantándose de la mesa y dirigiéndose a guardar su bandeja.

Annabeth lo miró irse, una mezcla de emociones en su rostro. Decepción, ira, frustración. Sabía que no podía competir con Artemisa o Luna como se haga llamar ahora por el corazón de Percy, pero no estaba dispuesta a rendirse sin luchar.

El encuentro con Percy había sido un trago amargo para Annabeth. Le había recordado que, a pesar de su inteligencia y astucia, no siempre podía controlar lo que sucedía a su alrededor.