Inspiración musical: Space Demetia— Muse.


Escondida en la piel de Aigami, Neftis encorvó la espalda y situó la mano sobre la prenda que le cubría el pecho, mientras yacía sentada en la cama de la habitación ocupada por Bakura, quien mantenía su reinado en la conciencia de Ryo. El ladrón percibió su contracción e intentó abordarla, pero presenciar el retorno de la apariencia original, aquella con la que le había torcido las articulaciones, le sugestionó a mantener la distancia.

— ¿Qué sucede?

—Seth —pronunció la diosa, con la voz igual de agitada que su cuerpo a los ojos del espíritu. Le miró abandonar la cama de prisa, acercarse a él para materializar la Sortija del Milenio oculta en sus ropas y, una vez flotando en medio de ambos, cerrar los ojos en aras de activar una brecha por donde rastrear el origen de aquel sobrecogimiento, una de las funciones a las que Bakura había sacado mayor partido como usuario anterior.

Los ojos de Neftis se infiltraron a través de las pequeñas aberturas en el espacio-tiempo, expandiendo su campo visual hasta la transición en la que Yura recibía la descarga eléctrica y el inicio de aquella vieja cicatriz se plasmaba en el vientre. La visión al instante cobró la forma de un dragón concentrando una onda de fuego en las fauces, y ella reclinó un paso cuando el ataque tiñó de rojo el contorno de su vista.

— ¡No, no es solo Seth! — Repuso, al compás de las gotas de sudor que perlaban su frente—. ¡También el Dragón Negro de Ojos Rojos!

—Interesante. —Bakura sonrió a la par de la vileza que definía sus rasgos—. ¿Acaso no es eso lo que nos conviene, que su despertar sea sincronizado?

—Sí, pero no de esa manera— corrigió Neftis que, traicionada por sus nervios, hizo evidente que aquella posibilidad amenazaba con derrumbar su castillo de naipes—. Si despiertan en efecto dominó, pero por separado, nos arriesgamos a que solo alcancen a poseer el cuerpo de sus versiones del presente, mas no a desprenderse de ellos.

— ¿Estás diciendo que tendríamos una copia barata de Yugi y el faraón, dos almas encerradas en un solo cuerpo capaces de cambiar de lugar?

—Exacto— corroboró, al tiempo que focalizaba su atención en la reliquia—. A los dioses no les interesa quienes son ellos al día de hoy, sino quienes fueron en el pasado, el conflicto debe repetirse entre Seth y Jostet, no entre…—cortó la oración de súbito, como si de pronto hubiera perdido la conjunción entre sus propias ideas.

—Seto Kaiba y Jonouchi Katsuya— completó Bakura, asumiendo que la diosa rebuscaba los nombres modernos entre sus anotaciones mentales, aunque la sumersión del silencio comenzó a equipararse a la de un estado de trance—. En resumidas cuentas, debe haber un Duelo Ceremonial entre Seto Kaiba y Jonouchi Katsuya para separarlos de Seth y Jostet como, supongo, Yugi tuvo que tener para separarse del faraón (1). Y debe ser un duelo porque sustituye al Juicio Divino y, sin Juicio Divino, no se necesita de un juez, es decir, de Osiris; contrario a tu querido hijo, que por ser el intercesor de los muertos tiene potestad sobre todas las almas en todas sus manifestaciones— silbó—. Tu mascota chacal supo jugar bien sus cartas.

El último dicho enlazó a Neftis con las imágenes de la cicatriz en el vientre de Yura, sucesivo a la exhortación de Anubis antes de partir al desierto etéreo.

"Si en verdad no es tu propósito disgustarte conmigo, no pondrás el dedo ni encima del Dragón Blanco de Ojos Azules ni del Dragón Negro de Ojos Rojos".

— ¡Maldición! — Escupió, dedicándole seguido una mirada intensa—. Debemos modificar nuestros planes, pequeño Kulelno.

— ¿A qué te refieres?

—A que ya no podremos usar a la tal Kisara para quitar a la otra del camino y matar dos pájaros de un tiro. —Llevó el dorso de sus dedos a la mejilla opuesta—. La mujerzuela es el catalizador del caos que se necesita para despertar a Seth y a Jostet, mas no de la forma que nos conviene. Queremos deshacernos de ella, , pero al mismo tiempo la necesitamos. Bastet debe estar convulsionando de la risa en este momento.

—Si la Sortija te mostró algo, quiere decir que nuestros amigos están divirtiéndose. —El ladrón enarcó la ceja a la mención de la otra divinidad, pero dado el potencial que tenía de posible As en el futuro, se inclinó por guardarlo bajo la manga—. No puedo esperar a que el viejo barbón termine de arreglar el transporte al aeropuerto.

Neftis adoptó de nuevo la postura de rastreo mediante la Sortija, sus ojos cruzaron entonces las puertas de la mansión Kaiba, donde un gentil y condolido Mokuba le brindaba la mano a Kisara. Al segundo, le dio la espalda, lo que esta vez impidió a Bakura determinar el parecer de su rostro.

—Así es— la escuchó acotar sin más—, debemos partir cuanto antes.

«¿Por qué, Anubis?»


Porque así debe ser, madre— murmuró la deidad, contemplando la recreación emitida por el Ojo de Udjat en la pared de su recinto sagrado—. Este juicio no solo abarcará las almas de Seth y Jostet —en el centro, la Balanza del Milenio inclinó hacia abajo uno de los platillos en contraposición al ascenso de la pluma de Maat—, las nuestras están en la balanza por igual. Esa es la verdadera justicia.

Los ojos blanquecinos de Thot, en comunión a los de Neftis, atestiguaron la onda de fuego entre los colmillos del dragón, estando él a espaldas de Ra, quien admiraba la Llave del Milenio adoptar el camuflaje de un dibujo jeroglífico en los murales del trono sacrosanto, su alternativa personal del antiguo pasadizo que se abría con mover un ladrillo de su lugar.


—Oh, Jostet. —El dios mayor lo nombró revestido de compasión, aunque sin corresponder la mirada.

—Su corazón ha sido agitado.

—En justa medida, mi buen Thot. —Ra palpó los surcos de la Llave con el dedo índice—. La onda de fuego que su dragón concentra en las fauces no proviene solo de la promesa de muerte con la que selló su alma, así también de su propio dolor al no poder salvar a la mujer que amaba. Es tanto el rugido de un dragón como el aullido de una bestia herida.

— ¿No le preocupa que Seth se ancle a su despertar?

—No. —La seguridad en la respuesta no sorprendió al dios de la ceguera blanca, pues era la razón por la cual Ra estaba en la cima de la pirámide: sus planes resultaban perfectos cuando más parecían imperfectos—. Si antes no lo impide Anubis o Neftis, lo hará el propio Jonouchi Katsuya, él no liberará a Jostet a menos que logren una alineación completa de sus almas.

—Hasta que ambos piensen, deseen y sientan lo mismo al mismo tiempo como una sola conciencia. Una conciencia colectiva.

—Exacto— confirmó Ra—. Lo poco que Jonouchi ha visto de Jostet, se debe a que los sentimientos de ambos han coincidido como dos ráfagas que se cruzan entre sí, mas no se funden en un solo esplendor— añadió, dándose la vuelta—. Jostet… Jostet era un guerrero, y un guerrero ve cara a cara la muerte todos los días, es por ello que solo puede aspirar a tener una muerte digna.

"Vive por la espada, muere por la espada" —secundó Thot—. Persiguen la victoria por honor, no por ambición. Crear vínculos es difícil para ellos, sus amantes son fugaces y temporales, porque son conscientes de que un día pueden estar formados en la línea de combate, y al otro en la pila de cadáveres, es por ello que su mayor aspiración es morir con y por el honor.

—Jostet creía que no sería diferente, que viviría por la espada y que moriría por ella y por honor. Morir abatiendo a un dios que ha sucumbido a la maldad es una "muerte digna", una muerte honorable, pero para él no lo fue porque Yura le dio algo más valioso que la victoria, le dio otra razón para morir: un hijo.

—En cambio, Seth...

—Oh, Seth. —Ra añadió la nostalgia de una tilde—. A diferencia de Seto Kaiba, que cree aplastar el pasado, Seth no hace más que rehuir. Así lo hizo cuando mató a Osiris, huyendo a Egipto a despojarse de su divinidad con un cuerpo humano a propósito de eludir nuestro castigo; y cuando mató a Yura, encapsuló su alma dentro de Seto Kaiba, concibiendo eludir el Juicio Divino. Sin embargo, el pasado no debe aplastarse, como Seto Kaiba defiende, ni debe rehuirse, como Seth lo ha hecho a lo largo de estos milenios, sino que debe absorberse y, como una vitamina, utilizarse para nutrir la fortaleza del alma. —Su sabiduría le ilustró al Cetro del Milenio escondido en lo que debería ser el mango de la balanza de Anubis—. Y mientras las que aquí se comprometen no logren esa absolución, estarán condenadas a revivirlo una y otra vez.


Seto esquivaba los automóviles como al origen místico de la fuerza motriz que lo había empujado a conducir su vehículo privado a exceso de velocidad por las calles de Ciudad Domino. En igual medida, la ansiedad que mantenía su cuerpo sensible y palpitante, y que tuviera a Yura de pensamiento fijo cual microchip de holograma incrustado en el cerebro.

En ese punto, no le importaba si era magia negra, hechicería o cualquiera de los adjetivos que Yugi y su grupo empleara, sino que era un mal al que había que buscarle remedio.

A semejanza del amor, el conflicto que Seto tenía con el realismo mágico de Yugi y sus amigos era que no se regía por la lógica ni existía ciencia que lo justificara, y a él lo horrorizaba no tener previsiones o algún método al que atenerse para medir el peligro, pues era sinónimo de que no siempre tendría el control de la situación y él, sin ese control, sin tener en sus manos las riendas de todo— incluso de sus propios sentimientos—, se consideraba inútil.

El único rayo de luz a su penumbra lo había recibido en el aposento, mientras cotejaba las tareas del día siguiente por orden de prioridad. La imagen digital de su agenda desapareció en un suspiro y la habitación fue reducida a polvo del desierto ante el soplo de la brisa. A ritmo con su pestañear, se halló aferrado al cuerpo de una mujer en un abrazo que lo puso en paralelo con el que había sorprendido a Yura en el balcón, pero en lugar de la fragancia a esencias de baño predominó el olor metálico de la sangre, y la sensación de sus dedos al deslizarse por la piel, en vez de remontarse a la suavidad del terciopelo, le recordó al frío beso de la muerte. No obstante, lo que de veras le impulsó a salir de la mansión como si el diablo lo persiguiera, fue la voz rasposa de un hombre combatiendo el nudo de lágrimas atascadas en la garganta.

«—Habría preferido que de verdad hubieras muerto aquella noche en el barranco, a que siguieras con vida al lado de otro hombre que no fuera yo».

No era la primera vez que aquellas extrañas visiones jugaban a situar su cordura entre la realidad y la fantasía, ya se le habían atravesado durante su duelo contra Ishizu y en el transcurso de su beso con Kisara, mas ninguna había sido tan palpable como aquella, donde sintió las palabras brotar de sus propios labios en combinación a la humedad de la sangre entre sus dedos, cual si estuviera encerrado en el cuerpo de un desconocido cuya única misión era someterlo a la tortura de que percibiera todo sin poder cambiar nada.

Seto pudo haber levantado su muro de incredulidad, renegar la cháchara egipcia llena de mitos y leyendas, pero lo vivido con Yugi, más allá de abrir su mente a las posibilidades, le orilló a reconocerlos como un obstáculo que debía ser quitado del camino, aunque jamás aceptaría lo relativo al pasado, ya que, mientras este implicaba que su presente estaba condicionado por el pasado, los encantamientos ancestrales empezaban a afectarlo, dos cuestiones afines, pero en cierto grado distintas.

Al distinguir la última cuadra que lo separaba de la casa-tienda, pisó el acelerador hasta el límite, dejando impresa la huella de las ruedas tras doblar la esquina para luego frenar con un chirrido a la entrada de la vivienda. Su salida precipitada del auto se coordinó a la de Atem y Yugi de tal manera que, por un segundo, Seto pensó que lo habían estado esperando.

— ¿A ti también te llamó la chica que no parece respirar mientras habla? — Yugi le sumó una pregunta al cuestionario que tenía pensado dispararle, además de acorralarlo en el apuro de justificar el porqué de su presencia sin delatarse o implantar sospechas acerca de su reciente fijación por Yura.

Ella no se está quedando aquí, Kaiba. —Atem, que a primera vista se había limitado a levantar las cejas por encima del arco de los párpados, descifró el código fuente de la angustia que, contrario a él, estaba expuesta en el ceño fruncido—. Jonouchi convenció a Anzu de que le prestara su apartamento, por lo que se mudó allí al terminar la jornada en la corporación. El problema es que, hace poco, nos llamó una chica desde el número local aludiendo ser la compañera de piso. Hablaba tan rápido que casi era ininteligible, pero lo mínimo que pudimos entender es que Yura fue raptada por un tipo que tenía una coleta de caballo.

Seto le perdió el ritmo a su propia respiración y la angustia que antes le fruncía el ceño terminó por desfigurar su rostro en una mueca de absoluto desasosiego.

—Conozco a alguien que coincide con esa descripción— admitió Yugi—. Y le vi por última vez en una licorería en desuso que se ubica a un par de calles de aquí, detrás de la escuela (2).

Seto respondió abriendo la puerta de su vehículo.

—No hay tiempo que perder.


— ¡No lo hagas, Jo..!

El grito de Honda devolvió la conciencia de Jonouchi a las circunstancias del duelo. Su amigo se mostraba igual de cariacontecido y plegado de espanto como lo halló a la puerta de la casa de Yugi, expresión acentuada por la interrupción abrupta de su nombre.

— ¡Vamos, Jonouchi, es tu turno! —La jactancia de Hirutani le acortó el tiempo de meditar en las causas, por lo que se apresuró a efectuar su fase de robo. La carta añadida a su mano era el Espadachín de la Flama Azul, cuya habilidad especial hubiera sido de mucha utilidad si fueran otras las condiciones del campo tras la última jugada: Hirutani tenía al Jeroid Oscuro con 1200 puntos de ataque, ninguna carta bocabajo y sus 4000 puntos de vida intactos, mientras que él no tenía monstruos, una sola carta bocabajo y 3500 puntos de vida.

—Primero, colocaré esta carta bocabajo, y ahora, invoco al Espadachín de la Flama Azul en posición de ataque—. El nuevo aliado presumió sus 1800 puntos de ataque blandiendo su espada contra las chispas holográficas.

Yura, que el duelo que Jonouchi libraba con Hirutani lo tenía ella con el peso de su propio cuerpo a consecuencia de la primera descarga, admiró el surgimiento del monstruo en cuanto su nombre bañó de luz a los rincones oscuros de su pasado.

«—Soy el Espadachín de la Flama, líder de este grupo y a quien deberás rendirle cuentas de ahora en adelante. ¿Tú cómo te llamas, mujer?».

—. ¡Espadachín de la Flama Azul, acaba con el Jeroid Oscuro!

El caballero obedeció la orden con un alarido, reduciendo a su oponente a pequeños fragmentos de visión que se esfumaron a la misma velocidad que los 600 puntos de vida en el contador de Hirutani, pero aunque la cifra cayó a 3400, Jonouchi no avistó preocupación alguna en el semblante, de modo que mantuvo las alarmas encendidas y su concentración fija en la próxima jugada.

—Termino mi turno.

—Muy bien, hora de robar. — El de la cola de caballo miró la carta extraída con gesto desquiciado. —Dejaré esta carta bocabajo como otro regalo sorpresa para ti, mi buen Jono. Luego, activo una carta mágica: Ofrecimiento del Sepulcro. —El grabado de los espíritus levitando sobre las tumbas ofrecía una pista de su efecto—. Esta carta me permite invocar un monstruo por sacrificio que requiera 2 sacrificios, desterrando 1 monstruo en cada cementerio en su lugar, aunque no podré invocar de Modo Especial por el resto de este turno.

Jonouchi sopesó que dichos monstruos debían ser el Jeroid Oscuro y su Aligátor de la Espada.

— ¡Remuevo a tu Aligátor de la Espada y a mi Jeroid Oscuro para invocar al Alma de la Sombra!

El campo se cubrió de la neblina ominosa que a Jonouchi se le antojó idéntica a la de su duelo versus Marik, con la diferencia de que adquirió la forma de un réptil con patas de escarabajo y ojos malévolos en color púrpura. El contador exhibió sus 2000 puntos de ataque y 1500 de defensa, pero para que su invocación costara dos sacrificios, debería tener alguna habilidad especial de la que cuidarse.

— ¡Alma de la Sombra, ataca al Espadachín de la Flama Azul!

El reptil serpenteaba en el aire a cazar su Espadachín cuando Jonouchi puso la voz en alto.

— ¡Activo la Carta Juego Rápido que he puesto bocabajo: Dado Grácil! — La contraparte del Dado del Cráneo hizo su aparición, sosteniendo el dado azul entre sus manos—. El ataque de mi monstruo se incrementa por cien dependiendo del número que arroje el dado.

—Te devuelvo el favor: de mi mano, activo la Carta Mágica de juego Rápido, Flecha Rompedora de Hechizos. —Una flecha salió de la proyección holográfica de la carta y se disparó en el pequeño serafín de sombrero alado, eliminándolo al instante—. Puedo destruir tantas magias como tengas bocarriba, y lo mejor de todo es que sufres 500 puntos de daño por cada una, ya sabes lo que eso significa…

Jonouchi apuntó su mirar hacia Yura con la zozobra adueñándose de la simetría de su rostro, y cada sacudida que la vio reflejar en su tormento le erizó los vellos de la piel como si fuera él quien recibiera el golpe de electricidad mientras el contador de su vida marcaba 3000. Se quedó así, de piedra, mirándola en una especie de ensoñación.

— ¡Ahora Alma de la Sombra, termina lo que empezamos!

El sonido de la voz de Hirutani se tornó lejano y difuso, y el gemido de su Espadachín, que al ser destruido redujo sus puntos de vida a 2800, se replicó en otro azote que, esta vez, puso a Yura rígida e hizo que su cabeza cayera con pesadez hacia un costado. El pitido en el oído regresó con más fuerza, aumentando en intensidad hasta volverse el ruido de una onda de fuego estallando en su tímpano, y asimismo, tal como si su cuerpo estuviera rodeado por un espiral de fuego, enfocó la mirada en Hirutani con el tinte bruñido de las llamas grabado en la retina.

Por primera vez en todo el duelo, Hirutani sintió la tensión endureciendo sus músculos en una advertencia instintiva del peligro que se avecinaba.

—Termino mi turno.

—Mi turno, robo.

Hirutani percibió la voz de Jonouchi más grave y profunda, y sus ojos avellana, que no cesaban de mirarlo, le intimidaron al punto de que no quiso esperar al siguiente turno para destapar la carta sorpresa que había puesto bocabajo.

— ¡Ahora, en tu fase de espera, activo mi carta de trampa continua: Esos Seis! —A la declaración del título le siguió la aparición de lo que parecía una máquina diabólica de sorteo controlada por un duende con aspecto de verdugo. En el centro, la máquina tenía seis esferas, de las cuales una mostraba el número seis; las otras cinco estaban en constante movimiento giratorio—. Cada vez que un jugador lance uno o más dados, yo puedo elegir el resultado de 1 dado, y aplicar el efecto que se adecúe. Si es 1, 3 o 5: el resultado del dado se trata como 6. Si, en cambio, es 2, 4 o 6: el resultado del dado se trata como 1.

—Hirutani— Jonouchi no se inmutó—, si tu estrategia es cerrar las posibilidades de que el azar me favorezca, el duelo se termina en este turno.

Todos los allí presentes, a excepción de Yura, tenían escrito un "¿Qué?" en letra mayúscula por la sorpresa visible en sus rostros.

— ¡JA, JA! —Hirutani procuró solapar su inquietud en aquella risotada—. Será divertido ver cómo le haces, mi buen Jono, porque, aparte de que ahora puedo controlar el resultado de tus dados, te cuento la habilidad especial de mi Alma de la Sombra: si es destruida en batalla, destruye a su vez a todos los monstruos en el campo que no sean de tipo oscuridad. Además, con la carta que acabas de robar, tu mano apenas aumentó a dos.

—Jugar con el azar no solo es tirar un dado al aire, depender de la suerte no solo es apostar al resultado, y ver un par de duelos no te hace un verdadero duelista— dijo, apretando las palabras entre sus dientes—. Un verdadero duelista no solo juega al azar ni apuesta al resultado, ¡un verdadero duelista es aquel que crea la posibilidad apostando a las cartas que tiene en sus manos! — Su voz cimbró hasta los desvencijados quicios a su alrededor— ¡Invoco a Gearfried!

El brillo del acero que remachaba al caballero sirvió de contraste a la oscuridad del Alma de la Sombra.

—Te voy a contar la historia del monstruo que acabará contigo, Hirutani. —El oponente no se movió de su sitio ni realizó algún cambio en su expresión—. Gearfried era un guerrero tan poderoso, que cualquier arma en sus manos significaba una destrucción inevitable. Atemorizado de su propio poder, decidió encerrarse a sí mismo dentro de esa armadura de acero, pero yo lo liberaré para poner el último clavo en tu tumba. ¡Activo la carta mágica Desatado y llamo de manera especial a Gearfried, el Maestro de la Espada!

La armadura de Gearfried se quebró en miles de fragmentos, entre los cuales surgió un guerrero de músculos bien torneados y una abundante cabellera negra que se ondeó al compás de la espada de luz que portaba entre sus manos. Hirutani se mordió el labio inferior cuando el contador señaló sus letales 2600 puntos de ataque.

— ¡Muy vistoso tu fisiculturista, pero te has quedado sin cartas en la mano y, al ser un monstruo tipo luz, mi Alma de la Sombra se lo llevará con él al cementerio!

—Hirutani, ¿acaso has olvidado que, en mi primer turno, yo coloqué dos cartas bocabajo?

El de la coleta de caballo observó la dichosa carta. Rebobinando la cinta en el sentido figurado de los recuerdos, reparó en que, de las dos cartas, Jonouchi había activado solo al Dado de Cráneo, y más tarde, antes de invocar al Espadachín de la Flama Azul, colocó al Dado Grácil, pero activó su efecto rápido de inmediato, de manera que esa carta en particular había permanecido de incógnito en lo que iba del duelo.

—Revelo al fin mi carta de trampa bocabajo: Llamada de Armería. — Un agujero muy similar a un portal se instauró en el campo—. Gracias a esta carta, puedo añadir a mi mano una Carta Mágica de Equipo en mi deck, y después puedo equipar a 1 monstruo apropiado que controle. ¡Elijo a la Hoja de Rayos!

El agujero escupió la espada que fue atrapada por la otra mano de Gearfried en el aire, cuyos rayos ensortijados a la hoja, de manera irónica, guardaban similitud con la electricidad que hería a Yura en cada cálculo de daño.

El puntaje de Gearfried ascendió a 3400, la reserva de vida de Hirutani.

— ¡Aun si destruyes a mi Alma de la Sombra, seguiré teniendo puntos de vida y tu monstruo desaparecerá del campo! ¡Para el próximo turno, solo te quedará la carta que robes en la mano!

— ¡Ya te dije que no habrá próximo turno! — Regurgitó—. ¡Activo la habilidad especial de Geardfried, Maestro de la Espada: puede destruir por efecto a tantos monstruos como cartas de equipo tenga equipadas! ¡Tu Alma de la Sombra irá al cementerio por efecto y no en batalla, de modo que su habilidad especial queda nula!

Hirutani observó con pavor el momento en que Gearfried lanzaba su espada de la luz y la flechaba en el Alma de las Sombras, dejando su campo abierto a un ataque directo a sus puntos de vida.

—Eso también te lo dije hace solo unos segundos, Hirutani, cualquier arma en manos de este Gearfried significa una destrucción inevitable. ¡Y este ataque va por cuenta de Yura: Gearfried, acaba con él!

El guerrero voló hasta su contrincante y blandió su espada frente a él, plasmando una X que Hirutani sintió tan real en su cuerpo que lo torció en dos al tiempo que rodaba los ojos. No obstante, se incorporó a la precisión de sus puntos de vida llegando a 0. Notó de inmediato que Jonouchi retiraba el deck del disco de duelo anticuado y lo guardaba en alguna herramienta enganchada en la correa del pantalón, y a continuación se dirigía hacia él por lo visto dispuesto a cumplir la sentencia de muerte que había escrito en su mirada desde un principio.

— ¡Ahora, muchachos!

Los tres malandros que le rodeaban por la derecha y los otros tres que se formaron por la izquierda marcharon en estampida hacia Jonouchi.

— ¡Honda, rescata a Yura y vete de aquí!

El aludido se quedó estático en el primer minuto, analizando que podría servirle de instrumento en la tarea de liberar a Yura del techo, a su mente sobrevino la navaja en manos de Karasu, y de un brinco se sumó a la batalla campal a fin de buscarlo por oponente.

El primer golpe que Jonouchi tuvo a la vista dibujó la línea recta que sin duda pretendía culminar en su rostro. El primer golpe siempre iba dirigido al rostro. Por obra de aquella instrucción, traída de regreso a tiempo, esquivó el posible puñetazo con admirable facilidad, y contraatacó dejando caer sus nudillos en la sien izquierda, en un pliegue muy cerca del ojo.

El fulano se desorientó a causa del embate, fracciones de segundo que uno de sus compañeros quiso aprovechar copiando su propio movimiento. Sin embargo, él consiguió un sesgo de tiempo que le permitió cubrirse la sien de la misma forma en que los boxeadores solían hacerlo en las películas —que agradecía haber visto en abundancia— y estrelló un golpe mortal que fue a parar en la nuez de adán.

Él sabía muy bien que no importaba por cuánto sus adversarios le sobrepasaran en número, después de que uno se decidía a ser el primero en atacar, los demás siempre aguardaban un promedio de diez a veinte segundos antes de seguir la iniciativa, esto para observar la reacción al impacto. La victoria, no, la vida pendería de esos segundos.

Y el segundo en confrontar iba yéndose a la deriva con la mano posada en el cuello, como si se estuviera ahogando, resquicio que el tercero consideró el mejor para golpearlo por la espalda. Pudo anticiparse al golpe distinguiendo al enemigo por el dibujo de su sombra en el piso, agachándose lo suficiente con una sentadilla precisa, y balanceándose hacia un lado a posta de que aquella trompada peligrosa, de puños unidos, cayera en picada a la cabeza del primero que él había agredido, a quien por el furor de la pelea no había visto levantarse con la intención de embestirle usando la cabeza cual si fuera un animal de asalto.

Se sirvió de que el bravucón— hasta entonces el más alto— se mantenía encorvado y le hincó al mismo tiempo un rodillazo en el estómago.

Muy a pesar de hallarse circuido por el asomo de la victoria, no logró predecir el golpe del antiguo disco de duelo al romperse contra su cabeza, lo que le depositó en el suelo con un espasmo insoportable, así tampoco pudo atisbar la tremenda patada que le llevó a revolcones hasta la pared.

— ¡Jonouchi!

Honda ya le había destrozado la nariz a Karasu mientras lo sujetaba del cuello de la camisa cuando llegó a su oído la estridencia del choque contra la pared. Corrió a socorrerlo, pero el esparcimiento de un olor a quemado y el humo que de a poco los invadía le paralizó a medio camino.

— ¡Nos prendieron fuego desde afuera!

Jonouchi lo escuchó cuesta abajo en el suelo polvoriento. Procuró levantarse aún por encima de su vista nebulosa, no obstante, Hirutani se adelantó, alzándole la cabeza al tirar de su cabello.

—Se acabó el retozo, Jonouchi. Yo también te lo dije: esta vez será la vencida, o eres tú, o soy yo, pero uno de los dos morirá esta noche. —Veía doble, pero de todos modos pudo apreciar cómo presumía de un cortaplumas cruzándolo por su mirada, además de percibirlo arrodillado.

Se afanó por mantener la impresión de hallarse atribulado a raíz de la caída, entretanto le oía repetir la estupidez de todos los tiempos. Esperó a que su visión acomodara el ángulo del rostro contrario en uno solo, y sin que Hirutani pudiese anticiparlo, ubicó otro guantazo perfecto en la nuez de adán. Al tratarse de una zona muy sensible del cuello y estando arrodillado, se estribó de espaldas al suelo, ocasionando el imprevisto de perder el cortaplumas.

— ¡HONDA, QUE TE LLEVES A YURA Y TE LARGUES DE AQUÍ YA!

Honda alternó su mirada entre Yura y él y luego entre él y Yura, con la navaja de Karasu en mano, lanzó un grito ensordecedor, encaminando sus pasos en la dirección de la de pelo blanco.

Sin disponer de más tiempo qué malgastar, Jonouchi se arrastró hacia Hirutani, aplicándole seguido una llave al cuello con la intención de reforzar el guantazo en la nuez de adán. Ambos imprimieron tanto vigor a la hazaña— él queriendo inmovilizarlo y Hirutani queriendo liberarse— que se cubrieron de polvo dando vueltas en el piso.

Sentía que su rostro estallaría en cualquier momento, pero contemplar por el rabillo del ojo la indecisión del último subordinado en pie, quien con palo en mano se debatía entre golpearles o no, le movió a imprimir el máximo potencial de sus fibras en un embiste definitivo que dejó a Hirutani inerte sobre el pavimento. Con las piernas temblorosas y el cuerpo tan entumecido como si de plomo puro estuviera compuesto, invirtió lo poco que quedaba de su ímpetu poniéndose de pie, no sin antes tomar el cortaplumas y aspaventar movimientos frente al último adversario, que terminó siendo Midorikawa.

— ¡Ven! —Incitó, haciendo alarde del bellaco que era. Él miró a su alrededor con el horror a la muerte publicado en los orbes. Primero dirigió los ojos hacia sus compañeros, cuyos quejidos eran más fuertes que la vitalidad de levantarse. Después, se concentró en Hirutani, cual si esperase que un milagro lo reinsertara en la realidad.

Despojado de la voluntad para seguir luchando y permeado hasta los tuétanos por el miedo a morir, soltó el palo, dándose a la fuga con el tumulto de sus gritos haciendo eco en la lejanía.

Acezante como un perro, se regaló unos pocos segundos de sosiego al caer sentado en el piso, justo a un lado del cuerpo inerme de Hirutani, y presentando batalla al dolor en sus tejidos, se irguió con la meta de iniciar el trayecto hacia la salida. Apenas llevaba un paso cuando el golpe en su cabeza le punzó desde la nuca, y la bruma de la inconsciencia se volvió una suave almohada en la que echarse a dormir.


Yura despertó acompañada de la luz fluorescente atrapada en la bombilla del techo. Así supo que estaba en la camilla de un hospital, vistas las similitudes con el centro de urgencias en el que fue ingresada durante su desmayo repentino en Kaiba Land.

Erguirse le costó un relámpago de dolor en la cabeza, el poco aliento que transpiraba en su cuerpo revivió en sus carnes la potencia de las descargas eléctricas, y el recuento de lo ocurrido le aturdió el pensamiento como un conjunto de flashes surgiendo de todas partes.

— ¡Katsuya!

Se quitó de encima la sábana que la cubría en su empeño de ir a por él, pero el temblor de sus piernas la sentó de golpe en la cama.

—Jonouchi está bien.

Ella giró sus ojos al punto de origen de aquella voz, descubriendo a Honda apoyado en la pared. El moretón en la comisura de sus labios daba la impresión de que los surcos se extendían hasta formar una larga sonrisa de lado.

— ¿Dónde está? ¿Qué pasó? ¿Cómo salimos de…?

—Yugi, Atem y… Kaiba llamaron al cuerpo de bomberos. No les pegunté cómo nos encontraron, pero te entregué a los brazos de Kaiba para volver por Jonouchi que se había quedado dentro, peleando con Hirutani.

— ¿Tú me salvaste? —Yura le miraba incrédula, tratando de asimilar que Honda hubiera desechado el resentimiento que le tenía en pro de sacarla de aquel horno crematorio.

—No voy a negar que quise dejarte allí colgada e ir al auxilio de Jonouchi, pero— chasqueó la lengua en un rictus de frustración—… pero algo que se me anidó al plexo solar me dijo que él jamás me lo perdonaría.

Yura le sonrió por encima del hombro, en sus palabras habia encontrado la presteza de poner la mirada al frente y emprender su camino.

—Ese sentir— Honda prosiguió al verse ignorado—, ese ardor insoportable que se me atascó entre pecho y estómago, era la culpa que Hoktur sentía por lo que te hizo, ¿no esa así? —Ella permaneció de pie sin voltearse a encararlo—. Necesito que me lo digas, Yura, o ya no sabré cuáles sentimientos son míos y cuáles son suyos. Cuando pierdo mi identidad y adopto la suya…

—Eso es algo que solo tú puedes decidir, Honda. Y, para serte honesta, estoy feliz de que hayas elegido ser tú, Honda Hiroto, y no una réplica de Hoktur.

— ¿Y qué hay de ti, Yura? ¿Eres una versión nueva de ti misma, como lo es Jonouchi para Jostet y como lo soy yo para Hoktur, o no eres más que una réplica de lo que fuiste en el pasado?

—He llegado a este punto precisamente porque no quiero ser una réplica de lo que fui en el pasado.

«Eso es algo que solo tú puedes decidir, Honda».

Entonces dimensionó el poder de aquellas palabras. Dimensionó que Yura tenía conocimiento de que él era el recipiente de Hoktur desde un principio, que las imágenes de aquel acto injustificable que había fraguado contra ella resplandecían en sus memorias con la misma intensidad del desprecio del que le hacía objeto, y aun así, y muy a pesar de que le sobraban motivos para vengarse, reclamarle o incluso odiarlo, había decidido tratarlo como si aquel pasado no existiera, había decidido ver a Honda Hiroto y no a la sombra de Hoktur sobre su figura.

Y en cuanto la vio tratando de llegar hasta la puerta, quejumbrosa y casi cojeando, no era ya la misma persona que amenazó con pintar la mejilla de Atem cual jeroglífico de una bofetada: su visión le mostraba una mujer que también era frágil, pero que no obstante a serlo, buscaba imponerse sobre su propio dolor como justo la miraba hacerlo con los temblores que entorpecían sus pasos.

—Espera, Yura.

Ella se detuvo, arrimada a una esquina del umbral.

—Jonouchi está en la habitación 301.

—Gracias.


— ¡Katsuya!

A Jonouchi le vibró la mínima terminación nerviosa al escuchar aquella voz a sus espaldas, pues yacía de costado en la camilla. No se atrevió a darse la vuelta. El morado que vería cubrir el borde del ojo le reprocharía que era el culpable no solo de que estuviera pintado allí, sino de lo que había sucedido en el departamento de Anzu.

— ¿Cómo… cómo te sientes?

—Tengo el cuerpo adormecido, pero del resto, me siento bien. ¿Y tú? ¿Qué…?

— ¡No te me acerques! — Vociferó al asomo de sus pasos—. Si estás bien, por favor vete, quiero estar solo.

— ¿Alguna vez has deseado que algo pase con tanto fervor que, cuando está a punto de hacerse realidad, temes que cualquier tontería lo arruine? Eso es lo que me sucedió en el apartamento de Anzu, por eso yo…

—Cállate.

«No, por favor, no intentes justificarme. Fui un desgraciado en ese momento y, aún ahora, lo soy: en verdad te deseo, Yura, te deseo de una manera que ni siquiera puedo explicar con palabras, y es por eso que no puedo mirarte a la cara ni mucho menos disculparme, porque me avergüenzo de mi propio deseo, pero tampoco puedo negarlo».

— ¡Yo también te deseo, Katsuya, te juro que yo también...!

— ¡LÁRGATE!

Hubo un silencio que, a diferencia del que se había endosado al aire en el instante previo al beso compartido en su pieza, ese que advertía el peligro de que fuera suplantado por las acciones, en esta ocasión se instaló como el vacío de una grieta entre los dos.

—Está bien, Katsuya, me iré, porque si a la primera dificultad quieres echarme de tu lado, quizás signifique que esta relación no es genuina, sino que yo la he estado forzando en mi delirio por conquistar tu corazón. —La pausa en su voz le detuvo a su vez un latido—. Fui yo quien arribó a la cafetería, fui yo quien arribó a tu apartamento, fui yo la que inició nuestro primer beso y fui yo la que insistió en que nos diéramos una oportunidad. Pero ya no insistiré, Jonouchi. —Escucharle acuñar su apellido le dolió más que el golpe por el que tenía la cabeza vendada— . Ahora… Ahora no seré yo quien dé el primer paso. Pero si estoy equivocada, si de verdad crees que nuestra aventura vale la pena… Estaré en el apartamento de Anzu, no me iré a la mansión aun si Kaiba me amenaza con despedirme. Toca mi puerta, Katsuya, y te juro que yo estaré allí, esperando por ti.

Y si bien fue incapaz de regresarle la mirada, tuvo la certeza de que aquel presentimiento que lo había colmado al estrechar la mano de Yura fue una advertencia de que, aunque sintiera su corazón palpitar dentro del pecho como en ese momento, no volvería a estar allí, sino al arrullo de aquellas palmas abiertas.


(1) Bakura el ladrón "supone" porque fue exorcizado antes del Duelo Ceremonial, y lo que Neftis le contó es solo una cara de la verdad maquillada a su gusto y de acuerdo a sus pretenciones.

(2) Yugi estuvo presente en el capítulo donde Jonouchi tiene su segundo encontronazo con Hirutani en el manga, se sabe la ubicación porque estuvo allí dos veces.

***Lo único que voy a publicar a manera de nota de autor es el mensaje subliminal de este duelo, me es imperioso que ustedes lo sepan porque gira en torno a Jonouchi, que es un personaje muy importante para mí: Jonouchi gana con Gearfried para crear un símbolo de su derrota con él en el campo durante su duelo contra Yami Marik (la mayoría de las cartas que Hirutani nombró en este duelo fueron usadas por Yami Marik en algún punto de la historia). Gearfried con armadura guarda en su interior al Gearfried Maestro de la Espada, que temía de su propio poder, así como Jostet está encerrado en el cuerpo de Jonouchi en parte debido al temor a su poder que le tienen los dioses. Gearfried con armadura es un monstruo de tipo oscuridad, pero Gearfried Maestro de la Espada es un monstruo tipo luz, una alusión al camino que Jonouchi ha transitado: empezó en la oscuridad, pero ahora está en la luz, en similitud al título final del manga que es "la historia que comienza con la luz".

***Y hasta aquí mi reporte, Joaquín. :V ¡El infinito + 1 de gracias por leerme!