Desde aquella mañana lluviosa, Saori había construido una amistad muy estrecha con Kyojuro Rengoku. Se habían vuelto confidentes mutuos y para ella fue una bocanada de aire fresco.

Exceptuando a Sanemi, y algún que otro cazador al azar con el que le haya tocado salir de misión, Saori no tenía mucho contacto con nadie.

Estaba su compañero en la Selección Final, Haruiko Kimura, a quien apreciaba mucho, pero no lo consideraba alguien a quien pudiera contarle lo que realmente sentía.

Kimura era divertido, atento y un excelente guerrero, pero no era ni la mitad de maduro que Rengoku.

Por lo que el papel de mejor amigo se lo terminó quedando el Pilar de la Llama, casi sin el menor esfuerzo.

El tiempo pasó.

Saori, ahora de rango Hinoto con varios meses de antigüedad en el mismo, pudo permitirse mudarse de la casa de Sanemi a una vivienda para ella sola (lo que en verdad no agradó al Pilar, pero supuso que ese momento llegaría eventualmente, y lo aceptó de mala gana). Y la relación inestable que tenían pasó a una un poco más madura.

Una dónde al menos no discutían cada dos por tres. Donde poco a poco, lentamente, todo fluía.

Finalmente su mundo pareció asentarse.

Pero las cosas pronto iban a sacudirse hasta los cimientos.

- No...- Susurró Saori, cuando su cuervo kasugai, Tegami, vino a darle la noticia de que Kyojuro Rengoku, el Pilar de la Llama, había muerto en una misión enfrentando a la Tercera Luna Creciente.

Estaba en la cocina de su casa, preparándose el desayuno. Y el plato que llevaba en la mano estalló contra una pared cuando lo arrojó, haciéndose añicos, regando tortilla de huevo y arroz blanco por todos lados. Tegami cacareó asustado y alzó el vuelo, posándose en un árbol del Jardín, a esperar que su dueña se calme.

Saori sintió que el corazón iba a explotar dentro de su pecho. Lloró desconsoladamente mientras se uniformó, mientras peinó su cabello en una coleta alta que le llegaba hasta la cadera. Y salió rumbo a la Finca.

Al llegar, pidió despedirse. Kocho le dijo que debía esperar, porque el cuerpo debía ser puesto en condiciones para entregarlo a la doliente familia.

"El único doliente debe ser Senjuro" pensó Saori, consciente de la situación tirante entre Rengoku Padre y el ahora fallecido hijo. Y se le estrujó el alma en una mezcla de dolor, tristeza y bronca, porque Kyojuro había muerto sin poder arreglar la relación con su progenitor.

Así que, rota, se sentó en el jardín, lejos de todo, y esperó.

Mientras veía el ir y venir de Cazadores y Pilares, notó algo. Había un niño, con un haori a cuadros verdes y negros, que se rehusó a irse a pesar de que Shinobu y otros médicos le dijeron que tenía que guardar reposo. Ese niño, que no debía tener más de 14 años, cruzó miradas con Saori una sola vez y a ella abrumó la tristeza que sus ojos rojizos emanaban. No tenía ni siquiera una chispa de vida en ellos, y Saori sintió pesar por su alma. Porque estaba innegablemente hundido en el dolor.

Lo sabía bien, porque ella se sentía igual.

Pasado un rato, Saori se escabulló dentro de la Finca, buscó a Shinobu nuevamente y le rogó que le permita verlo.

Ella accedió, aclarándole que sólo tenía 5 minutos para hacerlo.

Saori le agradeció profusamente, no esperó más y entró, cerrando la puerta detrás de ella.

El silencio de la habitación la abrumó. Lo vio allí, tendido sobre la cama, con el rostro limpio y el uniforme impecable. Claramente, quienes se encargaron de limpiarlo, habían puesto mucho amor en dejarlo presentable.

Ella se acercó cómo pudo, porque sus piernas parecían estar hechas de gelatina, y tomó su mano. Lo primero que notó fue que estaba fría, tan fría… que la sensación de esos dedos helados entrelazados con los suyos propios se grabó en su cerebro, cómo un cruel recordatorio de que no había vuelta atrás.

Con los dedos de la otra mano acarició su cabello.

- Kyojuro...- le susurró. Miró su rostro, ahora eternamente dormido, y le pareció ver una leve sonrisa en los labios.- Jamás podré agradecerte todo lo que hiciste por mi.-

Se arrodilló a su lado y acarició su mejilla. Luego besó su mano, y apoyó su cabeza sobre el pecho, dolorosamente silencioso, infinitamente quieto, y lloró en silencio un momento, azotada por el maremoto de recuerdos que ahora dolían.

Finalmente se reincorporó, y miró a su mejor amigo una última vez.

- Nos veremos al final del camino. Cuando reencarnemos.- le susurró.

Y se fue.

~*~

- ¿Te enteraste?- preguntó, entrando al jardín de la casa de Sanemi, intentando que su voz no se quiebre.

Él estaba entrenando, rodeado de numerosos tallos de bambú y katana en mano.

- Si.- Fue todo lo que le dijo Sanemi antes de reanudar sus golpes de esgrima. Y Saori percibió la ira.

- Fue una Luna Creciente.-

- No importa quién fue.- dijo él, de espaldas a ella y sin mirarla.- No me importa quién carajos fue. Los mataré a todos.-

- Quiero entrenar.- le dijo ella.

Él se volteó a mirarla.

Perfectamente uniformada y peinada, Saori tenía los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Estaba deshecha, él lo sentía, y su dolor le golpeó el alma. Supo que era un buen momento, así ella, ambos, podían canalizar, diluir, purgar su aflicción.

- Muy bien.- dijo él.

Entrenaron su cuerpo para distraer la mente del dolor que el corazón producía, se desahogaron momentáneamente, hasta que cayó el sol y la luna llegó bien arriba en el cielo. Hasta que los músculos les dolieron y cuando se detuvieron, el estómago les rugió furioso.

- ¿Quieres quedarte a cenar?- le preguntó Sanemi, mientras entraban a la casa.

- No lo sé. No creo que nada de lo que pueda cocinarte hoy sea mínimamente comestible. No cocino bien cuando estoy triste.-

- Eso lo sé. Cocinaré yo.- anunció él.

- ¿Quieres que me quede?- preguntó Saori.

Entre ellos se alzó el silencio.

Hacía mucho, mucho tiempo que no cenaban juntos. Desde que ella se había mudado, y eso había sido hace casi ya un año.

Sanemi asintió. Él también estaba triste, él también la necesitaba. No es que haya sido un gran amigo de Rengoku, pero reconocía la integridad y el valor del hombre, y sabía que, nuevamente, los demonios habían arrebatado a este mundo un alma bondadosa.

Y eso lo enfureció, lo frustró y lo entristeció en partes iguales.

Una vez dentro del hogar, Saori le pidió permiso para darse un baño.

- Está fue tu casa, no necesitas preguntarme. No eres una extraña.- Dijo él, mientras le daba algo de su ropa limpia.

Saori miró la prenda en la mano de él, y dudó. La tomó casi con timidez.

-Vamos...no es la primera vez que usas mí ropa, Saori.- dijo él, dándose la vuelta.- No actúes así.

Eso era cierto. Cuando vivía allí tomó prestada su ropa más de una vez, cuando la suya estaba mojada, sucia o rota. Pero en ese entonces se sentía bien, reconfortante.

Ahora se sintió extraño.

Así que Saori dio un baño, luego fue él y finalmente cenaron juntos y en silencio. En un silencio absoluto.

Más tarde él trajo una botella de sake y se sentaron en la pasarela exterior a beber bajo la luna. Estuvieron callados un rato, mirando el cielo nocturno, poblado de estrellas, escuchando a los grillos cantar.

- Que tonto fue...- dijo finalmente Sanemi.

- ¿Que dijiste?-

- Que tonto fue al enfrentarse a la Tercera Creciente sólo...-

- Dime qué no estás criticando las acciones de un compañero muerto...- Dijo Saori, y tomó un trago de Sake sin respirar.

- No las critico. Las analizo.- contestó él, bebiendo lo mismo.

- Por favor, no vuelvas a 'analizar' nada que tenga que ver con un fallecido. El hombre que murió significaba mucho para mí.- dijo ella, con la vista fija en la nada.

- ¿Crees que yo no lo apreciaba?-

- No lo sé, Sanemi. Es imposible saber eso contigo.- Dijo ella, y apuró garganta abajo el trago que él acababa de servirle.

- Si lo apreciaba. Era una gran persona.-

- ¿Alguna vez se lo dijiste?-

- ¿Por qué haría eso? No necesitaba que yo ni nadie este adulándolo.- contestó él, algo molesto. Cuando Saori se ponía a cuestionar todo a veces lo sacaba de quicio.

Ella se cruzó de brazos. Ahora estaba molesta. Y por su boca pasó el tercer trago de Sake, justo hasta su cerebro, desactivando barreras de todo tipo.

- ¿Y que hay de mi?- disparó luego de un momento, alentada por el alcohol. Era la primera vez en mucho tiempo que bebía, y tampoco es que en su vida hubiera bebido mucho. Así que no tenía una alta resistencia.

- Creo que ya lo sabes.- le dijo, mirándola a los ojos.

- ¡No, porque nunca eres claro! Das vueltas y me confundes.-

- Por los Dioses, Minamoto...-Dijo él, cerrando los ojos. Está charla lo estaba incomodando. Podía ver claramente el rumbo que estaba tomando y eso lo alarmó. Pronto no tendría forma de evadirla, y sin embargo, no podía huir.

- ¿Me quieres aunque sea una pizca?- la voz de ella se suavizó tanto que él tuvo que mirarla atentamente para reconocerla.- ...nadie me lo ha dicho en años, las únicas persona que me lo decían yacen bajo tierra...Y ahora que Kyojuro murió me siento terriblemente sola. Tan sola…-

Saori se tomó el rostro entre las manos y lloró, todo lo que guardó por años cayó sobre ella como una avalancha aplastante.

Sanemi no dijo nada. Y aunque evitó lo más que pudo el hecho de llegar a hablar de lo que sentía, porque realmente había decidido extinguir los sentimientos por ella, tenía que hacerlo. Si se levantaba e iba en ese momento, rompería algo clave en su relación con Saori.

Y no quería eso...era sumamente cruel el dejarla hundida en el dolor, ella no se merecía eso.

Se le acercó, y la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia él.

Ella se apoyó en su pecho, y dejó salir todo el dolor, toda la rabia y la tristeza en el llanto. Se dejó ir y cuando se sintió vacía, se aferró a él, profundamente agradecida por el contacto, intentando recuperar el aire que los espasmos del llanto le habían arrancado.

- Las personas que me decían eso a mi, también yacen bajo tierra...- empezó diciéndole él, sin soltarla.- Cómo sabes, no soy alguien que pueda decir lo que me pides con facilidad. Que esa frase salga de mí boca, es casi como si te maldijera. Y no quiero hacer eso contigo.- Dijo, y comenzó a acariciar el cabello de Saori, muy suavemente.- Estoy orgulloso de ti, y sé que serás un Pilar. Creo en ti...supe que eras especial desde que te vi en el bosque, por eso te traje conmigo. Me importas más, mucho más de lo que crees, mucho más de lo que yo mismo estoy dispuesto a aceptar...-

Saori cerró los ojos y sintió el corazón de Sanemi latir tranquilamente. Escuchó su respiración y comenzó a calmarse.

Se quedaron en silencio, oyendo sólo los grillos de la noche, y bajo la atenta mirada vigilante de la luna llena, enorme y blanca, sobre ellos.

Sanemi sintió como si alguien hubiera levantado una enorme piedra de sus hombros, como si su cuello y espalda estuviesen más livianos.

Ella por su parte recordó la charla que tuvo hace mucho tiempo con Kyojuro, y cómo cada uno sanaba sus heridas a su tiempo.

Y se sintió mejor, se acomodó contra su pecho, disfrutando el contacto y la seguridad que encontró en Sanemi.

Una seguridad que había extrañado.

"Por todos los dioses de esta tierra, cómo la había extrañado" Murmuró su mente, embelesada.

- Sé que me porté mal contigo...- Susurró él, mirando la luna, acarició con calma el cabello suave de Saori, y se perdió en sus pensamientos.- Lo siento...-.

Ella se acomodó en su lugar entre sus brazos, cerró los ojos, y le rodeó la cintura en un abrazo, sin decir nada. No era necesario. Dejó salir un largo y sostenido suspiro silencioso, y en ese instante sintió que todo estaba mejor.

Se quedaron así un momento.

Sanemi se permitió disfrutar el contacto, después de todo, después de tantísimo tiempo. Realmente necesitaba mucho ese abrazo…sólo que no quiso aceptarlo nunca. Pero ya era hora de hacerlo, y aceptar también que necesitaba a esa mujer de corazón tierno a su lado.

Entonces con una mano le alzó el mentón, y la miró a los ojos.

- Prométeme que pelearás siempre por vivir. Por volver a casa…- le dijo.

Saori pudo sentir con claridad cómo se le aceleró el pulso. Cómo el calor subió como un vapor interno e invadió todo su cuerpo, producto de la cercanía.

-Lo prometo.- le dijo, y bajó fugazmente la vista a la boca de él, y luego volvió a subir a sus ojos.

"Esa mirada...me tiene a sus pies con una mirada…" Pensó Sanemi y supo que nada se había apagado. Nada había desaparecido.

Todo estaba ahí, latente, dormido, esperando un simple contacto, toda la distancia autoimpuesta se vino abajo como un castillo de cartas, con un simple gesto.

Con el pulgar acarició con suavidad la delicada piel del mentón y le sonrió. Para Saori el tiempo se había congelado, su cerebro estaba sobrecargado de información, y su cuerpo se comportaba de manera diferente, como si ardiera, como si se derritiera ante tal cercanía.

"Oh, él huele tan bien...sus brazos son tan fuertes." Pensó, abriendo sus sentidos ahora potenciados por la bebida, intentando percibir y grabar todo lo que sentía estando tan cerca de él. "Por Dios como había extrañado esta sensación. Pero este hormigueo es nuevo. Espera...¿estoy ebria?"

Saori sonrió levemente. Definitivamente estaba ebria...o al menos había recorrido más de la mitad del camino hacia la ebriedad.

Y cómo puede ser muchas cosas menos ingenuo, Sanemi notó su estado. Lejos de molestarse, sintió una mezcla de ternura, gracia y resignación. Así que se alejó con lentitud. Soltó su agarre con suavidad y se puso de pie, ante la mirada de Saori.

- Es tarde, puedes dormir aquí. Tu antigua habitación sigue disponible.- le dijo, mientras se alejaba.- No sé tú pero yo...necesito dormir.-

-Me quedaré si me dejas dormir contigo...- le dijo ella.

Y la última pizca de racionalidad de su cerebro gritó escandalizada ante tal atrevimiento.

Sanemi se detuvo de repente, cómo si alguien lo hubiera clavado en su lugar.

"Excelente oferta..." pensó.

Se volvió a mirarla y le dio una media sonrisa que hizo que Saori se estremezca en el ardor de la excitación.

-Me encantaría...pero no de esta forma. Dormiremos juntos cuando no haya sake de por medio.- dicho esto, reanudó su marcha y desapareció dentro de la casa.

Saori lo vio irse, con la piel erizada, con el corazón desbocado.

- Desde hoy...- dijo, y se puso de pie con cuidado. El mundo pareció sumamente inestable bajo sus pies.- Nada de sake en nuestras visitas. Nada...-

Caminó sosteniéndose de la pared, con calma y una sonrisa sutil dibujada en sus labios.

-Cero Sake.- Susurró, cuando finalmente llegó a su habitación.