Cap 25: Muerte súbita

Para desgracia de los dorados sus precarias condiciones los obligaron a permanecer en sus respectivos templos. Siendo que Adonis no podía dejar su templo a causa del veneno y leo al igual que sagitario estaban en reposo absoluto, sólo acuario podía buscar la cena de los cuatro. Tuvo la tarea de llevar las bandejas de comida a los otros tres antes de poder retirarse a descansar. Ganimedes maldijo más que nunca la imprudencia de leo y sagitario. Ese par no dejaba de causar problemas a los demás, pero estando dormidos en sus respectivas casas, era imposible que le arruinaran la noche. O eso creyó ingenuamente el ex copero de los dioses. Pues en sagitario los problemas estaban a la espera de comenzar.

Tras haber cenado algo en su cama, Sísifo no tuvo más opción que quedarse recostado viendo a la nada. Intentó cerrar los ojos para dormir un poco, pero tal y como si le hubieran cerrado la puerta en la cara en la entrada al mundo de los sueños, los volvió a abrir. De nuevo estaban allí las luces de fuegos fautos rodeándolo. Incluso forzándose a mantener los párpados cerrados para no verlos, aún podía oír sus voces. Aquellos murmullos molestos trayendo a colación sus errores de ese día. "Qué envidiosos". Pensó "Ustedes no pueden descansar en paz y no me dejan tampoco hacerlo a mí".

—No fui yo quien los asesino, ¿por qué no lo entienden? —interrogó viendo a los pequeños fuegos flotando alrededor de su cama.

Los fantasmas de las personas fallecidas estaban divididos entre aquellos que aceptaron su muerte y aquellos que, —corroídos por sus propias emociones negativas—, se volvieron fantasmas feroces. Argus estuvo pasando un largo periodo de insomnio en paralelo a sagitario. Pues el joven aspirante hacia lo posible por apaciguar a las ánimas vengativas cada noche para que no fueran a sagitario. Sin embargo, eran demasiados para él solo. Intentó hablarles y unos cuantos cesaron de sus intenciones asesinas, pero otros no. Las personas que en vida fueron codiciosas no fueron diferentes en la muerte. Ansiaban hacer pagar al santo de piscis por extinguir sus vidas, pero no tenían forma de llegar a él directamente.

Fue entonces cuando vagando por el santuario se enteraron de la estrecha relación entre todos los dorados. De momento al único santo al que podían llegar con facilidad era sagitario. ¿No sería beneficioso si muriera y se volviera un fantasma feroz como ellos? En esos momentos estaba agotado y malherido. No podría oponer demasiada resistencia ni siquiera a un humano de fuerza promedio. Incluso podrían ponerlo contra piscis. Después de todo, no habría tantos fantasmas feroces si Adonis no los hubiera asesinado cuando se suponía que debía curarlos. La principal culpa era del santo de las rosas. Mas no olvidaban que sagitario los había tentado con promesas de poder y gloria por las cuales debería rendirles cuentas. Y no dudaban en hacérselo saber.

Prometiste una mejor vida en el santuario —acusó uno de los fallecidos mostrando una apariencia humana.

Siendo que murió a causa de heridas infectadas, su espíritu mostraba laceraciones en la piel, producto del ataque de espadas.

—Yo no dije eso —se defendió Sísifo viéndolo con firmeza—. Fue Atena quien hizo la convocación y todos los presentes llegaron por voluntad propia. Yo ni siquiera recomendé a nadie volverse santo.

¡Pero no lo impediste tampoco! —gritó otra de las ánimas haciendo que el fuego fauto creciera y se agitara en el aire.

Nos dieron la opción de retirarnos antes de iniciar la primera prueba —argumentó un espíritu en favor del arquero.

Ninguno de los fallecidos podía retirarse al inframundo debido a que los dioses de la muerte eran incapaces de ingresar al santuario. A menos que la diosa Atena lo permitiera voluntariamente, ni siquiera el mismísimo Hades podría ingresar a reclamar las almas allí presentes. Por lo mismo, se encontraban reunidos tanto aquellos que perdonaron a Sísifo o no lo culpaban como aquellos entes que le guardaban rencor y deseaban venganza. También existían almas de personas que vinieron con el propio Argus. Éstos estaban complacidos de haber acertado respecto a que hubiera otro mortal con el mismo don que el huérfano.

Pese a que los fantasmas habían cuidado de Argus desde su nacimiento, eran conscientes de su necesidad de socializar con otros. Gente con pulso para empezar. Pues el joven era muy sociable con los muertos, pero se aislaba rápidamente de los vivos. Poco a poco comenzaba a perder la esperanza y devaluaba el precio de la vida. La muerte le parecía misericordiosa. Las almas, siendo la esencia propia de las personas, una vez despojadas de sus posesiones mundanas todas eran iguales. No había ricos ni pobres, bellos ni feos. Las divisiones imaginarias entre las personas provenientes de distintas ciudades estados, ya no importaban. Ese inútil patriotismo que los hacia matarse en nombre de los reyes dejaba de tener valor.

Era cierto que visto de esa manera la muerte sonaba idílica, pero ellos mal o bien habían vivido. Incluso los niños pequeños muertos a temprana edad habían sabido valorar su estancia en la Tierra. No obstaste, Argus desde antes de tener uso de razón estuvo rodeado por la muerte. No le temía y su predisposición hacia la misma lo hacía peligroso. Pues un pensamiento alarmante escapó una vez de sus labios: "Si todos estuviéramos muertos, ¿no se acabarían los conflictos y males del mundo?" Fueron esas palabras las que orillaron a los fantasmas a convencerlo de ir donde Atena. Ellos ya sabían del hijo de Prometeo. Siendo éste el titán amigo de los mortales y el protector del fuego de la humanidad, no existía alguien que valorara más la vida humana que aquel personaje.

Su descendiente se hizo famoso por su enamoramiento de la vida. Su forma de adorar y valorar la existencia humana lo llevó a desafiar la muerte no una, ni dos, sino tres veces. Siendo la última su regreso triunfal para guiar a la humanidad y enseñarles los secretos del cosmos. En ese sentido estaban satisfechos con el legado de Prometeo. Pues parecía estar siguiendo los pasos de su ancestro, por lo cual se convirtió en la esperanza de que Argus aprendiera el valor de la vida. De lo contrario, podría toparse con malas influencias. Y de sólo imaginar lo que podría hacerse con su don siendo mal encaminado, las almas temblaban de temor anticipado.

—¿Por qué siguen insistiendo en esto? —preguntó sagitario a los escandalosos fantasmas—. Es verdad que la prueba estaba mal pensada y falló horriblemente, pero no puedo aceptar que me culpen de cosas que no hice. Yo no los invité y se les dio la oportunidad de marcharse —les recordó con el ceño fruncido.

Estábamos vivos cuando confiamos nuestra salud al santo de piscis —reclamó uno de los fantasmas feroces—. ¡Nos asesinó!

¡Debe pagar! —clamaron al unísono varios.

¡Asesínalo! ¡Mátalo! —insistieron a gritos—. ¡Asesina a Adonis de piscis y te dejaremos tranquilo!

—No —respondió Sísifo con una calma inusitada—. He estado entre espíritus durante siglos. ¿Oyeron? ¡Siglos! —dijo elevando la voz sabiéndose solo por lo que nadie lo trataría de loco por hablar con ellos. La casa habitada más cercana era acuario y tenían a capricornio separándolos—. He visto miles de almas en el inframundo, los siete infiernos e incluso el Tártaro. Necesitarán algo mejor que susurros molestos para darme miedo —afirmó con seguridad.

Los espíritus feroces gruñeron y protestaron en agudos alaridos. No obstante, a Sísifo lo apoyaban algunas de las almas sin rencor. Estos últimos eran quienes mitigaban un poco las molestias generadas por sus congéneres. Era gracias a eso que el arquero lograba dormir por algunas horas. No era toda la noche como le gustaría, pero gracias a Argus y los fantasmas buenos, lograba evitar un insomnio mortal. De no ser por su ayuda ya estaría muerto por privación del sueño. Y tal vez eso deseaban esos malditos. Llevarlo a la locura con el desgaste mental para que cometiera suicidio, accediera a asesinar a Adonis o ambas. No los dejaría. Si bien al principio se sorprendió de verlos, pronto se acostumbró tal y como sucedió cuando estaba en el inframundo.

—No debatan demasiado alto, quiero dormir —avisó Sísifo de manera arrogante antes de darse la vuelta en la cama para conciliar el sueño.

Los fuegos fautos lo rodearon manteniendo alejados a aquellos que buscaban dañarlo. El propio Argus les pidió que hicieran lo posible por mantenerlos a raya en caso de intentar atentar contra la vida del ángel de Atena. Pese a carecer de fuerza para dañarlo directamente gracias al cosmos que emitía su cuerpo, en estos momentos estaba demasiado debilitado. Lo mejor era dejarle descansar y reponerse para sanar sus heridas. Cosa que molestó en demasía a los espíritus feroces. ¿Cómo osaban esos traidores a ponerse del lado de sagitario? Fue entonces cuando decidieron cambiar de estrategia. Regresaron a donde se encontraba Argus con una nueva idea en mente.

—Es hora de dormir —anunció Miles mientras llevaba a Argus a su respectiva cama—. ¿Te encuentras bien? —cuestionó revisando la temperatura de su frente—. Hoy has estado demasiado callado.

—Estoy bien —respondió el menor dando un largo bostezo—. Sólo tengo algo de sueño —dijo mientras volvía a bostezar.

—Bien, descansa ahora —pidió el ex ladrón acomodándolo para que descansara.

La residencia de los aspirantes estaba en completo silencio cuando todos consiguieron conciliar el sueño. La luna llena se encontraba en su punto más alto cuando las almas de espíritus feroces se arremolinaron alrededor del cuerpo de Argus. El cosmos oscuro formado a raíz de la fusión de varias almas llenas de rencor se abalanzó contra el cuerpo de Argus. Aquellas ánimas no tuvieron problemas para tomar el control completo del joven a causa de varios factores; Argus era un médium natural, su estado mental estaba debilitado por el insomnio y al estar tan cansado, cayó profundamente dormido bajando todas sus defensas. Fue el momento más idóneo para buscar venganza contra los dorados.

Argus se levantó de la cama y caminó totalmente poseído rumbo a los templos de los santos dorados. Pese a ser doce casas, las primeras cuatro estaban totalmente vacías, por lo cual no fue ningún desafío atravesarlas. Llegando a la quinta tampoco tuvo problemas a causa de que el santo de leo estaba muy malherido durmiendo profundamente. Después del quinto templo no hubo nadie que le detuviera de llegar a sagitario. El aspirante se movió con sigilo y recogió un cuchillo que había quedado en la bandeja de la comida donde antes estuvo la cena del noveno guardián. Con su arma preparara alzó el brazo dispuesto a apuñarlo directamente en el corazón para darle muerte. No obstante, los espíritus buenos se dieron cuenta de que algo andaba mal con Argus, por lo cual empezaron a gritarle a Sísifo para que despertara.

—¡Argus! —gritó sorprendido el azabache sujetando el cuchillo por el lado del filo.

No era la mejor idea del mundo, pero su cuerpo estaba demasiado ralentizado como para esquivar efectivamente el ataque. En su lugar prefirió sacrificar su mano para evitar el daño a su órgano vital. Dado que el primer ataque había fallado las ánimas vengativas se agitaron en el interior de Argus para retomar la ofensiva. El cosmos concentrado de los fallecidos confería al médium una fuerza sobrehumana similar a la lograda por los dorados cuando hacían arder su cosmos. Por esa misma razón, pese a los esfuerzos de Sísifo por evitar ser atravesado por el cuchillo era insuficiente y su brazo malherido no era de mucha ayuda. Con sumo esfuerzo logró desviarlo para que no golpeara directamente al objetivo. En cambio, lo cortó por encima del hombro izquierdo peligrosamente cerca de la aorta.

—¿Qué demonios te sucede? —demandó saber el guardián del templo—. ¿Y qué es ese extraño cosmos? —preguntó viendo la energía oscura rodeando al otro.

—Esto es culpa de ese santo de piscis —habló Argus con una voz gutural claramente ajena a su persona—. Pero no te preocupes, una vez muerto podrás vengarte junto con nosotros —consoló con una risa maniática antes de lanzarse contra él con el cuchillo en lo alto.

—¡Já! —rio Sísifo con arrogancia mientras miraba al otro con el mentón en alto y lo esquivaba con facilidad retrocediendo un poco—. Ese cuerpo no posee la fuerza necesaria para matarme —advirtió mientras concentraba cosmos en su mano anteriormente cortada para darle un golpe que lo dejara inmóvil.

—Eso es verdad —aceptó Argus poseído mientras le dedicaba una expresión de tristeza falsa—. Este cuerpo es muy débil a comparación tuya, si tu padre siendo un santo dorado casi muere en tus manos, ¿qué sería de este inocente chico? —interrogó maliciosamente.

—No voy a dejarme chantajear por un montón de muertos —afirmó sagitario viéndolo con molestia al estarse acercando a paso lento—. Ni crean que voy a morir fácilmente.

—Mueres tú o muere este aspirante —comentó Argus colocando el cuchillo en dirección a su propia yugular—. Pobre Argus —se lamentó falsamente el ente que lo tenía poseído—. Él hizo tanto por ti y pretendes eliminarlo —dijo negando con la cabeza dejando intencionalmente que el filo del cuchillo se rozara con su piel—. ¿Sabías que él estuvo apaciguando a los espíritus para que te dejaran dormir y no te hicieran daño? —preguntó viéndolo morderse los labios—. Oh claro que lo sabías, esos idiotas a tu lado te lo contaron —señaló a los fuegos fautos que estaban del lado del infante.

—¡Cállate! —ordenó el azabache con enojo—. No te metas en asuntos que no entiendes.

—Claro que entendemos —afirmaron las ánimas dentro de Argus—. Tu padre te cuidó con tanto mimo y cariño, pero no puedes dejar de ser egoísta ni por un momento —acusaron sabiendo que el cosmos que sagitario intentó reunir se estaba disipando—. Incluso viéndolo malherido exigiste ser cargado por puro capricho. Sin importarte nadie más que tú mismo. Lo mismo le harás a Argus, ¿no? —preguntó.

El arquero había estado mirando el cuchillo en el cuello de Argus e instintivamente cerró los ojos temiendo lo peor. Si atacaba, lo mataría con su cosmos sin dudas. Si no hacía nada, esas almas harían a Argus suicidarse. Sin embargo, tampoco se atrevía a ofertar su vida para apaciguarlas, menos aun cuando él sólo era el instrumento para ejecutar su venganza contra Adonis. ¿Qué hacer? Estaba malherido y confundido sobre cómo actuar. Cosa que Argus supo aprovechar. Decidido a darle muerte, volvió a arremeter contra el arquero consiguiendo herir su hombro, pero sin alcanzar un punto vital a causa del ataque de una rosa proveniente del guardián de la última casa.

Adonis había descendido de su casa con intención de hacerles una revisión a sus compañeros dorados. Dado que Ganimedes les llevó la cena, para dejarle descansar se ofreció a hacer la primera ronda. Después de haberlos visto escaparse con anterioridad a pesar de todas sus heridas, no confiaban en que cumplieran con el reposo absoluto. Al ex copero de los dioses le pareció bien el acuerdo y lo dejó pasar sin hacer más preguntas. Al salir de acuario, el santo de las rosas sintió un presentimiento de que algo andaba mal. El viento que jugaba con sus cabellos se le hacía absurdamente familiar. Como si esa sensación la hubiera tenido mucho antes, pero no era capaz de precisar donde. Aceleró el paso creyendo que al llegar a sagitario todas sus inseguridades se acabarían. Grande fue su sorpresa al ver a su compañero malherido siendo atacado por quien suponía era uno de los aspirantes.

—¡Sísifo! —gritó el rubio corriendo hacia él al verlo manchado de sangre—. ¿Qué sucedió? —interrogó viendo de mala manera al adolescente que había retrocedido por su ataque.

—¡Al fin das la cara, asesino! —exclamó Argus mientras reía histéricamente—. ¿Vas a sacrificar a tu amigo como hiciste con nosotros? —preguntó mientras diversas voces comenzaban a alzarse haciendo imposible entender las palabras que pronunciaba.

—Sea cual sea el asunto que tienes conmigo, lo resuelves conmigo —advirtió Adonis viéndolo fijamente.

No entendía bien qué era lo que estaba sucediendo, pero cuando había llegado a la entrada de la casa de sagitario alcanzó a oír como aquella persona estaba amenazando a Sísifo para obligarlo a que lo asesinara o muriera. Sin embargo, no tuvo oportunidad de analizar demasiado al atacante a causa de las heridas sangrantes de sagitario. Por lo mismo no pensó mucho antes de arrojar una de sus rosas envenenadas en su contra para alejarlo de su amigo. Desafortunadamente al estar de perfil, Argus notó la presencia de piscis y pese a prever su ataque, no detuvo el cuchillo con el cual intentaba matar a sagitario. Aun así, el dolor del roce de aquellas espinas logró desviarlo lo suficiente para que no fuera un ataque letal. Con todo ello, sagitario debía de estar extremadamente débil. Si no era capaz siquiera de convocar a su cosmos para liberarse por su cuenta del joven armado quería decir que estaba en una situación peor de lo que esperaba.

—Argus —señaló el arquero con su dedo índice—. Está siendo manipulado por espíritus feroces —explicó al rubio respirando agitadamente—. No lo mates —ordenó con voz firme a su amigo—. Debemos liberarlo de alguna manera, pero no sé cómo.

—Sólo los dioses del inframundo serían capaces de lidiar con nosotros —dijo la voz burlona de parte de Argus poseído—. Pero ya que estás aquí, ¿por qué no ofreces tu vida, Adonis? —interrogó viendo al rubio con sed de sangre—. Tú fuiste quien nos asesinó, pero estás tan tranquilo mientras tu amigo carga con tus culpas. Eres demasiado despiadado.

El santo de piscis recordó sus tiempos en los dominios de Hades cuando las ánimas vengativas clamaban por la vida de sus verdugos. No había pensado en la reina del inframundo en mucho tiempo a causa de la barrera de la diosa Atena. Dado que con la misma se sentía perfectamente protegido. Ignoró por completo qué sucedió con las almas de las personas que murieron a causa de su veneno cuando intentó darles un deceso piadoso. Aumentó su cosmos al notar el próximo ataque de aquel joven poseído. Le era complicado luchar debido a que no quería asesinarlo, cosa que sucedería si lo tocaba, pero tampoco podía permitir que lo hiriera o su sangre venenosa podría matar a Argus y Sísifo.

—¿Tú qué es lo que en verdad deseas? —interrogó el rubio esquivando el cuchillo que dirigía hacia él.

—Sólo queremos vengarnos de nuestro asesino —respondió Argus manteniendo cierta distancia sólo para observar a los espíritus feroces que estaban libres atacando al dorado.

Pese a que piscis estaba seguro de que esquivó el objeto afilado, de todas maneras, en su cuerpo comenzaron a aparecer arañazos. Sus brazos y piernas tenían ligeras líneas rojizas marcándose. En sus muslos y antebrazo aparecían moretones como si hubiera recibido fuertes golpes, pero sin ver la causa de estos.

—¿Qué sucede? —preguntó el santo venenoso al verse herido.

—Son las almas, te están atacando —respondió Sísifo quien claramente veía a cada una de esas ánimas agrediendo al rubio.

Hubiera deseado acercarse o hacer algo, pero cuando Adonis lanzó aquella rosa venenosa no sólo cortó a Argus sino a él también. Su cuerpo estaba entumeciéndose lentamente y su cosmos comenzaba a apagarse. No quería hacerle saber a su amigo que quien lo dejó peor fue precisamente él con su ayuda, pero piscis no era tonto. Reconoció rápidamente los síntomas en el otro. Al ver al azabache sentado de rodillas en el suelo intentando luchar contra la inconsciencia supo que estaba envenenado. Se mordió los labios y se maldijo así mismo por haber herido a quien intentaba proteger. Para su fortuna Ganimedes había sentido que algo andaba mal cuando detectó el cosmos de Adonis ardiendo mientras el de Sísifo disminuía.

Argus y los espíritus feroces fijaron su atención en el recién llegado. Oportunidad que piscis aprovechó para atacarlo. Sin más opciones, Adonis utilizó otra rosa venenosa contra el poseído. El veneno hizo efecto de inmediato y el joven cayó al suelo. Había dejado de respirar por las toxinas de la rosa. No obstante, dado que la intención del rubio nunca fue asesinarlo usó una de sus rosas blancas para neutralizar el veneno de la otra. Eso le daría tiempo para llevarlo a su propia casa donde darle un antídoto real en lo que pensaba una solución para expulsar a los espíritus feroces del santuario.

—¡Te dije que no lo matarás! —reclamó sagitario con enojo.

—¡¿Qué está sucediendo aquí? —demandó saber Ganimedes.

—En primera, no lo maté. Detuve su corazón para sacar a los espíritus feroces de su interior —explicó Adonis viendo a Sísifo—. Ellos han muerto una vez, no se quedarían en un cuerpo agonizante que los haría experimentar la muerte por segunda vez. Ganimedes carga a Sísifo hacia piscis, está envenenado también —ordenó piscis con seriedad mientras alzaba a Argus en brazos—. Todavía está tibio incluso —dijo más para sí mismo mientras acariciaba su rostro y le tocaba las manos—. Hace tanto que no toco a una persona.

—No sé qué es más perturbador: esto o los espíritus —señaló Sísifo mientras acuario se acercaba a él—. Esto me dará mucho que pensar hoy cuando me vaya a dormir.

—Sigo sin entender que está sucediendo, pero por lo que veo estás envenenado —comentó el ex copero mientras alzaba en brazos al arquero—. ¿No puedes irte a dormir sin causar problemas? —interrogó mientras caminaba a la salida en dirección a capricornio.

—¡Debemos ir a mi templo de inmediato! —afirmó Adonis con premura—. La rosa blanca no durará mucho tiempo —advirtió.

Sin embargo, ambos dorados comenzaron a presentar cortes en sus cuerpos. Ganimedes se miró incrédulo como sus brazos comenzaron a sangrar. Era como si algo estuviera intentando forzarlo a soltar a Sísifo. Al menos tenía esa sensación de agarre en su antebrazo que dibujaba marcas de dedos en su blanca piel. Gruñó por lo bajo al ver esas heridas, pero no al atacante. No había nadie más en el templo y la idea de espíritus feroces era… Su mirada se desvió inconscientemente hacia el arquero. Él alguna vez fue un ánima que escapaba del inframundo e interfería en los asuntos de los vivos causando la ira de Zeus. Era posible. Si sagitario fue capaz de ir y venir del inframundo, ¿qué aseguraba que otros no pudieran hacer lo mismo? Ni que Sísifo fuera tan especial como para ser el único con esa capacidad.

—¡Muévete hacia atrás, Ganimedes! —ordenó el guardián del noveno templo—. Si siguen jalando de tus brazos te lastimarán de gravedad.

—¿Puedes ver a quién me ataca? —interrogó acuario sorprendido.

—Yo también los veo —comentó piscis acercándose a sus compañeros—. Nos están rodeando —explicó para el príncipe de hielo.

—¿Por qué soy el único que se está perdiendo de todo? —interrogó Ganimedes enojado debido a los constantes ataques de los cuales no sabía cómo defenderse.

—Yo empecé a verlos cuando toqué a Argus —respondió el rubio mientras gruñía por lo bajo al ver uno de esos espíritus mordiendo su brazo para que soltara a Argus—. Creo que es mejor que no estés al tanto de los detalles —consoló a su vecino.

En parte desearía no poder verlos porque eran los rostros de las personas que personalmente asesinó con su veneno. Pese a que era una resolución a la cual llegó cuando se le agotaron las opciones, eso no era suficiente para tranquilizar a los espíritus. Para colmo al carecer de un cuerpo vivo, su veneno no les afectaba a ellos, pero sí a las personas a su alrededor. Maldijo por lo bajo que ahora tuvieran la libertad de herirlo. Además de momento Argus contaba con la rosa blanca para neutralizar su veneno y Sísifo se mantenía consciente usando su cosmos, pero ambos no durarían para siempre. Repentinamente, Ganimedes tocó a Argus con una de sus manos, pero de inmediato frunció el ceño.

—No veo nada —se quejó el príncipe de hielo claramente decepcionado y molesto.

—Qué raro —mencionó Adonis sin comprender por qué con él no funcionaba.

—No todas las personas son sensibles a los espíritus —explicó Sísifo con dificultad para respirar a causa del envenenamiento—. Cuando era un alma me acerqué a muchas personas, pero no todas eran capaces de oírme.

—Quizás seamos más susceptibles por haber estado durante décadas en el inframundo —teorizó Adonis pensativo, pero sin dejar de usar su cosmos para marcar un límite entre los vivos y los muertos—. No es de extrañar que mientras más tiempo te relacionas con la muerte más sensible eres a ella —comentó mirando a Argus y Sísifo—. En estos momentos estos dos son los más accesibles —dijo a acuario mirando a los dos menores.

—No creo que podamos seguir así para siempre —se quejó Ganimedes usando su cosmos para rodear su cuerpo y a Sísifo.

De esa manera habían conseguido evitar más cortes, mordidas y moretones. Sin embargo, ellos siendo seres vivos se cansarían tarde o temprano, pero esos fantasmas no tenían límites. Aprovecharían cuando se debilitarán para matarlos.

—No hay de qué preocuparse —tranquilizó sagitario desde los brazos de acuario—. Mientras sigan atacando por separado el cosmos que ustedes emiten nos dará el suficiente tiempo para pensar en una solución —explicó arrogante.

El infante había entendido que cada alma poseía poco cosmos individual y ni de lejos podrían llegar al nivel de un dorado como piscis o acuario. Muy por el contrario de aquella fuerza que habían logrado al unirse dentro del cuerpo de Argus. El comentario de Sísifo era una reflexión personal acerca de la diferencia de uno peleando solo o todos unidos con un objetivo común. El problema era que los espíritus feroces también entendieron lo que quería decir sagitario. Por lo mismo comenzaron a arremolinarse juntos intentado replicar lo que hacían dentro del cuerpo del médium. Una vez logrado su objetivo arremetieron contra los dorados mandándolos a volar junto a los envenenados. Los espíritus feroces celebraron haberlos azotado contra el suelo.

—¿Qué sucedió? —preguntó Ganimedes sin entender cómo terminó en el suelo empujado por una fuerza invisible.

—Las almas se unieron para darnos un gran ataque —dijo Adonis mirando con disgusto a Sísifo—. Puede que estén muertos, pero todavía escuchan.

—¡¿Les estás enseñando a matarnos?! —reclamó Ganimedes sacudiendo al azabache menor.

—No sabía que serían capaces de lograrlo sólo oyéndome —se defendió Sísifo.

Aquel golpe sólo había sido la primera prueba. Una forma poco refinada de combinar sus cosmos. No obstante, sabiendo el método era cuestión de práctica antes de lograr ataques mortales aun sin cuerpo. Y los dorados frente a ellos serían los conejillos de indias para ese propósito. O lo serían, de no ser por las ánimas buenas bloqueando el paso para ellos.

¡Vayan! —gritaron algunas almas buenas a los dorados—. Nosotros los retendremos para darles tiempo.

—Ustedes son… —susurró Adonis viéndolos con sorpresa.

—Los amigos de Argus —respondió Sísifo a su compañero.

No podremos luchar por un largo lapso, pero haremos lo posible por darles ventaja —explicó el que parecía el vocero de los fantasmas que cuidaban de Argus.

—Gracias —dijeron sagitario y piscis antes de alejarse de allí, siendo el niño cargado por un confundido Ganimedes.

Sólo salven a Argus —advirtieron en gritos antes de que los dorados y el aspirante salieran por completo de la casa de sagitario.

La casa de capricornio estaba vacía al igual que la de acuario, por lo cual pasaron por las misma sin contratiempos y sin detenerse. Adonis se veía muy preocupado por ambos menores. Ganimedes usaba su cosmos para detener el sangrado de las heridas de Sísifo mientras corría.

—Si fuera cualquier otro no sería capaz de curarte mientras corre. Tienes mucha suerte —presumió el ex copero con una sonrisa arrogante.

—Aun así, necesitan de mi antídoto o ninguno lo logrará —advirtió Adonis una vez que ingresaron a su templo.

El guardián de la casa llevó a Argus hasta su cama y una vez que lo recostó allí, le bajó un poco la túnica dejando su pecho totalmente al descubierto. Luego le colocó varios pétalos de rosas blancas encimas, las cuales comenzaron a teñirse de rojo indicando que estaban absorbiendo veneno. Ganimedes también recostó a Sísifo cerca para que las rosas blancas lo desintoxicaran.

—A mí no me quites la ropa —ordenó Sísifo sujetando a acuario por la muñeca—. Si aun fuera un rey sería digno de presumir ir a la cama con un jovencito y un par de rameras, pero a mi edad ya no se ve tan bien —bromeó.

—Idiota —se quejó Ganimedes mientras de todas formas le abría la ropa—. Es para que respires mejor, enano —explicó acercando los pétalos blancos.

—Si los pétalos hacen contacto directo con la piel pueden absorber el veneno más rápido —aportó Adonis.

—Ese aspirante es el que tiene suerte —comentó el ex copero de los dioses—. ¿Sabes cuántos aspirantes morirían por dormir en tu cama? —preguntó al santo venenoso—. Esto es como la fantasía más loca de los viejos verdes hecha realidad.

—No es momento de pensar en esas cosas, Ganimedes —regañó piscis sonrojado al recaer en sus acciones—. Además, no es la primera vez que desnudo a alguien y me lo llevó a mi cama —mencionó mirando a sagitario.

—Oh cierto, es la segunda vez que soy arrastrado a tu cama mientras estoy envenenado —comentó Sísifo mirando al rubio—. Se está volviendo costumbre.

—¡No es mi costumbre traer a jovencitos debilitados a mi cama! —gritó Adonis mientras buscaba el antídoto para su veneno.

—Yo diría que sí lo parece —comentó Ganimedes inspeccionando si Argus tenía heridas de cuidado de las cuales encargarse además del veneno.

—¿Envidia de qué tu cama esté demasiado "fría"? —preguntó piscis con ironía mientras intentaba darle el medicamento a Argus.

—Oohh —exclamó el arquero con la boca abierta formando una perfecta "o".

—¿Qué sucede? —preguntó acuario repentinamente el ver el gesto de enojo de Adonis.

—Como está inconsciente no logró que se lo trague —mencionó el rubio.

—¿Y qué harás? —preguntó el ex copero con una mirada preocupada.

—Descuida, no es la primera vez que le doy medicina a alguien inconsciente —dijo piscis con despreocupación—. Sólo haré lo mismo que hacía con Sísifo.

—¿Qué co…? —interrogó viendo con sorpresa como Adonis bebía la medicina para luego dársela directamente en la boca a Argus—. ¿Así es como me salvaste cuando me desmayé en el bosque?

—¿En serio nunca te preguntaste cómo evité que te deshidratarás cuando tu fiebre era tan alta que te dejó inconsciente tanto tiempo? —preguntó el rubio tras terminar de darle el antídoto al aspirante.

—Siempre creí que me lo dabas cuando despertaba delirando o al menos eso dijiste que hacía —dijo Sísifo recordando que su amigo le comentó que le había contado sobre su vida en su delirio debido a la fiebre.

—Eras irascible, gritabas y pateabas cada que me acercaba —le respondió viéndolo con regaño luego le pasó el cuenco con medicina a acuario—. Dáselo —ordenó señalando con los ojos a sagitario.

—¡No voy a besarlo! —gritó asqueado acuario.

—Lamento eso —dijo Sísifo a Adonis mientras sostenía el cuenco con lo que quedaba de antídoto arrebatándoselo a su compañero de hielo—. Puedo solo. Gracias —afirmó antes de beberlo.

Con el antídoto ya trabajando en los cuerpos de ambos menores, en cuestión de minutos estarían libres del veneno. Para su mala fortuna, los espíritus buenos fueron superados por el trabajo en equipo de las ánimas vengativas y en pocos segundos lograron llegar a la casa de piscis. Pensaron en recuperar el control del cuerpo de Argus para concretar su venganza, pero el santo de piscis estaba transfiriendo su cosmos al médium y de acercarse se daría cuenta rápidamente. Les quedaba la opción de aprovechar la ignorancia de acuario para atacarlo, pero dada la fuerza de su cosmos les sería imposible matarlo de un solo ataque. Por descarte, el santo más débil en esos momentos era el que estaba envenenado, cortado, golpeado y debilitado: sagitario.

—¿Acaso estoy en el cielo? —preguntó Argus comenzando a despertar siendo Adonis lo primero que vio seguido de los pétalos de rosas a su alrededor—. Debo estar en los campos Elíseos, donde se rumorea sólo están las personas más bellas y las flores de olores más dulces.

—Otro descarado —se quejó Ganimedes viéndolo de mala manera.

—Aunque suena halagador estás en la casa de piscis —respondió Adonis con una sonrisa amable—. Fuiste poseído por varios espíritus resentidos conmigo.

—Oh ya lo sabes —dijo el aspirante desviando la mirada con vergüenza.

Él sabía acerca del odio hacia piscis, pero por petición de sagitario, prefirieron no hacerle cargar con esas culpas. Supusieron que era mejor manejar la situación por su cuenta. Suficientemente culpable se sentía Adonis por lo que hizo como para hacerle saber de las almas que no podían irse al inframundo siquiera. Iba a decir algo más al respecto cuando detrás de Sísifo notó varias almas arremolinadas. Antes de que pudiera dar algún gritó de advertencia atravesaron su pecho como si de una lanza se tratara y sujetaron el alma de Sísifo para arrastrarla fuera de su cuerpo. Físicamente estaba tan malherido que ni siquiera pudo oponer resistencia a esa extracción. El rostro de Argus se puso pálido al ser la primera vez que veía a los espíritus asesinando a alguien. Eso nunca había pasado.

—¡Sísifo! —gritó el santo de la última casa al verlo desplomarse con los ojos abiertos.

—Déjame revisarlo —se adelantó acuario al ver las intenciones de Adonis de tocarlo. El antídoto ya debería haber hecho efecto, sino otra dosis de veneno seguro que lo iba a matar—. No tiene pulso —susurró con horror luego de revisarlo—. Su corazón no está latiendo —dijo antes de abrirle la túnica para hacerle masaje cardiopulmonar y darle respiración boca a boca para que volviera a funcionar—. ¡Maldito seas, enano! —maldijo mientras introducía su cosmos en el cuerpo del otro intentando que reaccionara.

—¡Me siento muy profanado en estos momentos! —se quejó el occiso viendo lo que le estaba haciendo Ganimedes a su cuerpo.

—¡Sísifo! —gritó Argus saliendo de su estupor al verlo flotando en forma de fuego fauto—. Tú estás…

Oh sí, me morí por culpa de tus amiguitos —dijo retomando su forma humana con una sonrisa forzada que ocultaba su gran molestia antes de girarse a mirar a los espíritus feroces—. Ahora que estamos en igualdad de condiciones puedo hacerlos sufrir personalmente —advirtió antes de usar su cosmos para golpearlos.

—Es la persona muerta más animada que he visto en mi vida —comentó Adonis.

—¿De qué están hablando ustedes dos? —preguntó Ganimedes sin entender por qué repentinamente su compañero y el aspirante estaban hablando con el aire.

—Es Sísifo, su alma está por ahí flotando —señaló piscis hacia donde estaba sagitario peleándose con las ánimas.

—Bien —aceptó acuario sin quejas a sabiendas de que los fantasmas o lo que fueran estuvieran ahí molestando—. ¿Cómo lo volvemos a meter? —preguntó sin dejar de darle masaje al corazón—. Supongo que si no vuelve pronto se quedará muerto, ¿verdad? —interrogó.

—¿Muerto? —preguntó un recién llegado que atrajo la atención de todos de inmediato—. ¿Quién está muerto? —demandó saber León.

Él había sentido algo extraño en la casa de sagitario. Al igual que acuario, notó el cosmos de Adonis elevándose y el de Sísifo extinguiéndose. Mas debido a la distancia entre sus casas y sus dificultades para moverse a causa de sus heridas tardó en llegar a sagitario. Al hallar ese templo vacío continuó en los siguientes para buscarlos y averiguar qué estaba sucediendo. Para su horror repentinamente sintió el cosmos de Sísifo desaparecer y ahora lo veía tirado en la cama con la mirada inerte sin vida. El cuerpo del quinto guardián tembló incontrolablemente e ignorando su propio estado maltrecho se acercó furioso hasta su compañero.

Oh no —dijo Sísifo viendo la escena en su forma incorpórea.

—¡¿Qué le sucedió a mi niño?! —gritó el guardián de la quinta casa sacudiendo al copero violentamente.

—Está muerto —respondió Ganimedes con dificultad.

—¡Ganimedes! —regañó el santo de las rosas—. Ten más tacto —ordenó con enojo.

—¡No puede ser! Esto no… —susurró León comenzando a entrar en una crisis—. Mi pequeño —sollozó por lo bajo estirando su mano con intención de tocarlo.

—Dame espacio —ordenó acuario con seriedad mientras lo apartaba—. Su alma está por aquí flotando y volveremos a meterlo quiera o no —dijo consiguiendo que León se quedara cerca observándole curar a su hijo.

Ayúdenme con los fantasmas —pidió sagitario a Adonis y Argus siendo los únicos que le escuchaban—. Aunque de esta forma puedo pelear con ellos, si sigo así demasiado tiempo realmente voy a morir.

—¿Cómo puedes luchar contra ellos? —interrogó el rubio con seriedad.

Concentrando mi cosmos lógicamente —respondió sin dejar de esquivar y contraatacar a los espíritus—. Cuando Thanatos me daba palizas eso es lo que hacía. Aunque yo era un alma sentía dolor, sentía sus ataques y así aprendí a hacerle lo mismo a otros.

—Eso me da una idea —susurró Adonis mirando a Argus seriamente—. Para atacarnos, los espíritus feroces sumaron su poder en un ataque sincronizado, podemos hacer lo mismo con ayuda de tus amigos, pero deberás hacerlo tú, ¿entiendes?

—No sé si pueda hacerlo —murmuró el aspirante de forma dubitativa—. Aún no he aprendido a manejar el cosmos.

—Tranquilo yo te guiaré usando el mío —tranquilizó piscis con una sonrisa amable.

Tal y como dijo, Adonis se colocó detrás de Argus. Aprovechando la presencia de las rosas blancas y el cosmos que aun residía en el menor, tocó la mano del aspirante sabiendo que por breves instantes no le afectaría su veneno. Le extendió los dedos índice y corazón a la vez que utilizó su cosmos para guiar el del menor. Argus a pesar de no saberlo tenía nociones instintivas del manejo del cosmos. Sin embargo, era la primera vez que sentía el de otra persona. Más aún corriendo en su interior. El menor no podía dejar de apreciar la belleza letal del santo de piscis. Argus sentía una sensación cálida y reconfortante en su pecho. Su corazón latió con fuerza haciéndole sentir auténticamente vivo por primera vez en si vida.

Con la ayuda del guardián del último templo y sus amigos fallecidos, logró concentrarlos en unas ondas de color azuladas que prendieron fuego a las ánimas vengativas a su alrededor. Primero se deshizo de aquellas que pretendían atacar a León o Ganimedes para que dejara de tratar al arquero. Entre Sísifo que luchaba de igual a igual y las ondas fantasmales creadas por Argus y Adonis consiguieron eliminar a los espíritus resentidos presentes en el último templo. Los únicos que quedaron presentes eran los fantasmas buenos.

—¡¿Por qué mi niño aun no despierta?! —gritó León mientras sujetaba a acuario y lo sacudía nuevamente—. ¡No puede morir, no puedes dejarlo morir así!

—Cálmate —pidió Ganimedes sujetando las muñecas del otro—. Parece que ese idiota sigue por ahí flotando.

—¿Ahora cómo metemos de nuevo el alma de Sísifo a su cuerpo? —preguntó Argus mirando al rubio, quien parecía tener mejor conocimiento de la muerte que él.

—No lo sé —admitió el santo de las rosas pensativo—. Es la primera vez que me sucede esto.

La reunión entre los dorados se vio interrumpida por el cosmos de la diosa Atena quien no tardó en dirigirse a sagitario.

Vuelve a tu maldito cuerpo, ¡ahora! —ordenó sonando extremadamente enojada.

No sé cómo —admitió el arquero.

Yo guiaré tu alma —afirmó la diosa de la guerra.

El cosmos de Atena se concentró en Nike haciéndole brillar y pese a no estar presente en el templo de piscis, Sísifo fue capaz de ver la luz dorada. La siguió y retornó a su propio cuerpo casi de inmediato. En el momento en que su corazón volvió a latir el cielo se estremeció cuando varios truenos se dejaron oír. Era obvio el causante. Zeus de seguro estaba enterado de que Sísifo murió y no sonaba feliz de saberlo "resucitado".

—Me hubieras dejado muerto, mi boca sabe a la tuya —se quejó el arquero mirando a Ganimedes cuando despertó.

—Créeme que me da asco el sabor extremadamente dulce de la tuya. Come otra cosa por los dioses —regañó.

—¡Mi niño! —exclamó León abrazándolo con fuerza—. ¡Estás vivo! —gritó antes de alzarlo en brazos y salir del templo de piscis.

El guardián del quinto templo comenzó a rezar en su mente nada más comenzar a bajar las escaleras de piedra. Sabía que el dios del Sol estaría por allí cerca debido a que estaba a punto de amanecer. Por lo cual debería de estar próximo a pasar por el cielo con su carruaje. Corrió hasta los límites de la barrera de la diosa Atena y salió de la misma pese a las quejas de Sísifo. Tal y como esperaba el dios pelirrojo no tardó en aparecer.

—Qué agradable sorpresa ser llamado por ti, León —dijo Apolo viéndolo con una sonrisa.

—Cúralo —ordenó el castaño pasando a Sísifo como quien pasa un gato de mano en mano.

—Al menos un "buenos días", maleducado —se quejó Artemisa.

—¿Tú por qué estás aquí, maestra? —preguntó el arquero.

—El amanecer y el atardecer son el momento donde el sol y la luna se cruzan —respondió la rubia con un rostro estoico.

—Sintió que tu cosmos se apagó y vino a ver qué sucedió —susurró Apolo a los dorados ganándose un golpe por parte de su gemela.

—No es la gran cosa —se defendió la deidad tercamente—. Incluso Thanatos estuvo rondando la barrera de mi hermana para ir por tu alma.

—¿Ves? —pregunto el pelirrojo con una sonrisa traviesa—. Estaba preocupada porque un dios del inframundo vino por ti.

—Estoy bien —dijo Sísifo con una sonrisa tranquila.

—¿Puedes revisarlo? —preguntó León al dios del sol con una mirada de desesperación.

—Espero que sepas que el amanecer se retrasará por culpa de ustedes —suspiró el pelirrojo antes de revisar los daños en sagitario.

Sin embargo, la inspección duró poco debido a que recibieron un mensaje telepático a través del cosmos de Atena.

—¡Sísifo y todos los dorados vengan a verme! ¡Ahora! —les gritó furiosa directamente a sus cerebros.

Los espíritus feroces parecían dulces al lado de la diosa de la guerra.

Mientras tanto en el inframundo, Thanatos se reportaba frente al trono de su señor Hades.

—¿Y bien? —interrogó el soberano del infierno.

—Mis disculpas, mi señor —dijo el dios de la muerte pacífica postrándose ante él—. Debido a la barrera de Atena no he podido ingresar a reclamar el alma de sagitario y éste resucitó de alguna manera —reportó enojado por la falsa alarma—. Además, hay decenas de almas atrapadas en ese santuario que no han sido guiadas al yomotsu.

—¡Maldita seas, Atena! —gritó Hades mientras su cosmos se volvía similar al fuego y estallaba a su alrededor sacudiendo el inframundo.

CONTINUARÁ…