Cap 26: A correr
La diosa Atena nunca fue conocida por ser demasiado paciente. En general, pocos dioses contaban con dicha virtud. Luego de semejante masacre ocurrida en su coliseo y de tener ideas recurrentes sobre escenarios funestos donde sus caballeros morían cruelmente, el par de idiotas delante suyo por poco cumplen con ese miedo. Corrección, su pequeño ángel sí que le cumplió con morirse inesperadamente. Por fortuna, puedo volver a meter su alma antes de que fuera reclamada por los dioses del inframundo. León y Sísifo estaban delante suyo aún heridos, pero con los tratamientos correspondientes ya brindados por piscis y acuario quienes a su lateral observaban con regaño a sus compañeros por volver a tener que curarlos. Y no era para menos, el día anterior por poco se matan entre sí y todo por mero orgullo. Bien pudieron avisar que no se sentían en condiciones de realizar la exhibición y algún otro santo podría haber tomado su lugar.
Empero, pusieron su ego por delante de su seguridad. Como resultado terminaron heridos, llenos de culpa y ahora regañados como niños impertinentes. Sísifo no tuvo mucho problema con esto último por la costumbre. Recibió regaños de todo mundo, los tres dorados le dieron sus discursos mientras le atendían las heridas. Sólo le faltaba la diosa y estaría libre. Mas para León sí que era más vergonzoso. Desde el inicio internamente se jactaba de su madurez comparado con los demás y ahora estaba en la misma posición que su niño. Eso definitivamente no estaba bien. Además estaba particularmente sensible luego de ver a su niño "muerto" así fuera por breves instantes.
—Si no se encuentran en condiciones aptas física y mentalmente deben hablarlo y retirarse del combate antes de que dé inicio, ¿entendieron? —interrogó Atena mirando fijamente a Leo y Sagitario.
—Sí, ya entendí —respondió de mala gana el azabache.
—No te creo, Sísifo, pero confío en que tu falta de buen juicio no se repita, León —habló ella ignorando a su ángel—. Necesito a alguien cuerdo que lo golpee sin matarlo.
—¿No es eso algo extremo? —preguntó León viéndola nervioso.
—¿Extremo dices? —repitió ella a modo de pregunta con incredulidad—. Deben dar gracias que no lo estoy golpeando en estos momentos con Nike y sólo porque está tan mal que podría mandárselo a Hades.
—Ni que fuera tan débil —protestó sagitario haciendo un puchero.
¿Cómo que de un golpe lo mandaría al otro mundo? ¡Ridículo! Él no era tan débil para afirmar tal tontería.
—Descuide, diosa Atena este incidente no se repetirá se lo prometo —aseguró el ex almirante con convicción.
—Eso espero. No sólo de ti, sino de todos ustedes. Ahora son maestros y guías de futuros caballeros, deben poner el ejemplo —instruyó la deidad—. Ahora pueden retirarse.
Luego de una reverencia por parte de tres de los cuatro santos, todos se retiraron de allí. Adonis se sentía más tranquilo al ver que sus compañeros ya estaban en buenos términos. Sólo por eso su estado de ánimo había mejorado y olvidó su enojo anterior provocado por el susto de verlos casi estirar la pata por ataques mutuos. Ganímedes estaba más impasible en el exterior, pero por dentro se sentía frustrado de que Zeus estuviera tan al pendiente de las actividades de Sísifo que arrojó sus preciados rayos cuando su corazón volvió a latir. Y por si fuera poco, el aspirante a géminis y sagitario estuvieran demasiado juntos para su gusto. Se suponía que luego de sus indicaciones mantendrían una distancia prudente y sana para todos. ¿Y qué se encontraba? Al semidios persiguiendo al estúpido centauro hasta un lugar remoto del bosque. ¡Eso pudo terminar en un baño de sangre! Estaba casi seguro de que si León o Sísifo no hubieran estado malheridos habrían iniciado una pelea con Pólux. Algo que venía intentando evitar desde que habló con él.
—Esa pequeña bruja ¿quién se cree para regañarme así? —preguntó Sísifo en voz alta caminando orgulloso.
—La diosa a la que sirves y a quién debes referirte con respeto —le recordó acuario con severidad.
—Mientras cumpla sus órdenes no le debo nada más —insistió mostrando su reticencia a mostrarse devoto y leal cuando su relación sólo era de beneficio mutuo.
—Idiota —insultó Ganímedes viéndolo con molestia.
—Ya, ya, no peleen —intervino piscis con una sonrisa tranquila queriendo actuar de mediador—. Como dijo la diosa Atena, ahora somos maestros y debemos poner el ejemplo para los demás.
—Estamos perdidos si alguien toma a Sísifo como modelo a seguir. Terminaría muerto en pocos minutos —mencionó el ex copero de los dioses mirando al aludido.
—¿Y quién es el buen ejemplo? ¿Tú? —preguntó el arquero con las cejas juntas en expresión de enojo—. Terminarían siendo las rameras de cualquiera un poco más fuerte.
—¡Tienes envidia porque a ti nadie te desea! —exclamó Ganímedes con la frente en alto—. Jamás conocerás lo que es ser tan hermoso que una persona esté dispuesta a darte el cielo y las estrellas.
—No necesita que nadie le corteje. ¡Es un niño! —reclamó León evitando que Sísifo respondiera—. Si necesita o desea algo yo puedo conseguírselo. Nadie podría hacerle tan feliz como yo.
—Pero algún día crecerá y buscará el amor —le recordó Adonis con la tácita advertencia de la activación de la maldición de Eros.
—¿Quién necesita amor? Estar atado a los deseos de otra persona, teniendo que rendirse sumisamente para complacer sus caprichos. ¡Puaj! —emitió aquel sonido de asco fingiendo escupir de sólo cruzarse eso por su cabeza—. No, gracias. Eso es cosa de rameras —sentenció sagitario.
—¡Sísifo lenguaje! —regañó el santo de Leo mientras lo miraba severamente.
—Oh cierto, lamento ofender a los marineros —se disculpó rápidamente el niño mientras miraba al adulto.
—¿No crees que sería mejor explicarle de una vez ese asunto? —preguntó Adonis suavemente.
—¿Cómo es que tú...? —interrogó el guardián de la quinta casa al rubio.
—Ganímedes. —Fue la corta respuesta de piscis.
—Chismoso —insultó el arquero mirándole mal por andar divulgando esas minucias, reforzando su teoría de que Pólux se enteró de su identidad por él.
Como de costumbre el santo de hielo comenzó una de sus típicas disputas con el infante. Insultos, quejas y regaños de parte de un lado y del otro iban y venían. León había guardado silencio. En su mente se debatía sobre relatarle algunas de las partes censuradas para el menor. De lo que sabía de Sísifo, era que tenía poco conocimiento en cuanto a lo sentimental y lo sexual. Algo que contrastaba fuertemente respecto a sus saberes en cuanto a historia y mitos. No le extrañaba, pues al ser príncipe y posteriormente rey, debía cuidar con quién se relacionaba. Una aventura de una noche podía significar un heredero ilegítimo disputándose su trono a futuro o teniendo profecías similares a las del rey Layo o como Urano o el propio Zeus. Relacionarse, fuera con hombres o mujeres, fuera del matrimonio podría provocar disputas y traiciones como las de Hera al rey del Olimpo. Fue tan cuidadoso cortando problemas de raíz que se volvió ignorante. Por lo mismo al adulto le resultaba complicado tener que tomar las riendas de ese tipo de conversación cuando aún le quedaban al menos un par de años para darle ese tipo de charlas. "Estúpido semidios". Maldijo León en su mente rogando que no consiguiera su armadura.
El guardián del último templo evaluó la situación con detenimiento antes de su sugerencia. Si bien le agradaba la ingenuidad de Sísifo también le despertaba temor. Le gustaba mucho que le viera con inocencia sin entender algunas bromas subidas de tono que tanto él, León y Ganímedes captaban de inmediato. Encontraba entretenido verle intentar disimular su ignorancia repitiendo o imitando frases sueltas que oyó por otras personas. Empero, su seguridad era primero y mientras no se deshiciera de su maldición no podría relajarse. No fue capaz de insistir en el tema, ya que sagitario lo olvidó casi por completo y no le importaba por asegurar que la única mujer que amaba era su esposa. Se mordió el labio inferior con nerviosismo viendo al santo de acuario. Le gustaría compartirle esa información tan delicada, pero tal y como dijo Sísifo, el ex copero era chismoso. Cuando se trataba de molestar o sacar beneficio soltaba información concerniente de otros sin permiso. Fue así es como se enteró que el aspirante de géminis mencionó a los marineros como homosexuales depravados.
—No sé por qué finges ser un sabio cuando eres tan ignorante que ni siquiera te diste cuenta de la relación pasional de León con Apolo —acusó el guardián de la undécima casa para molestar al infante.
—¡¿Qué?! —gritó el pequeño arquero inflando las mejillas antes de mirar a su padre.
—¡Ganimedes! —regañó el santo del león mientras lo miraba ofuscado—. No malinterpretes nuestra relación.
—¿Tienes una relación con él? —interrogó sagitario mirando a su padre con los ojos entrecerrados—. No puedes estar con él.
—No estoy en una relación con él —negó el adulto tratando de calmar a su pequeño.
—Quizás no de manera carnal, pero definitivamente sucede algo entre ustedes —señaló acuario metiéndose aún más en ese asunto con cierta envidia—. Apareció en persona cuando te hirieron y se veía listo para matar a Sísifo.
—Ahora que lo mencionas es cierto —reflexionó el arquero comenzando a ponerse pálido—. ¿Acaso eres su ramera? ¡No puedo permitirlo! En el mar parece ser normal con eso de que están muy solitos y necesitan calorcito, pero ¡¿aquí?! ¿Y peor aún con el pervertido de Apolo? ¡Nunca!
—Cuida tu lenguaje, jovencito. Aquí yo soy el adulto —le recordó de manera contundente.
—¡No puedes enamorarte de él! ¡Fue maldecido por Eros! —gritó Sísifo preocupado viendo a León—. Te estoy diciendo esto porque es peligroso enredarse románticamente con él.
—Tú también estás maldito y para colmo ni siquiera me lo contaste —reclamó el castaño con las cejas tan juntas que parecían formar una perfecta línea recta por su enojo.
—¿Cómo...? —preguntó desviando su mirada al santo de piscis.
Inmediatamente las cejas del niño se juntaron en una línea recta por el enojo. Ni siquiera se esforzó en disimular que estaba asesinando con la mirada a su amigo por haberle contado aquello a su padre adoptivo. Claramente le dijo que no era un problema esa tonta maldición. ¿Por qué preocupar inútilmente al adulto? No le gustaba saber que estaba al tanto de eso porque eso significaba que León estaría a un paso de encerrarlo algún sitio remoto como si de una doncella casta y pura se tratara. Cosa que él no era. Su mente y su cuerpo estaban cubiertos de sangre, ambición y demás sentimientos oscuros. Sólo una mujer fue capaz de amarlo abrazando a sus demonios como si de cachorros se tratara y esa era Anticlea. Nadie más podría mostrarle tal devoción y entrega y sin ese requisito satisfecho ni siquiera voltearía a ver a alguien más. Sin importar cuan hermosa, rica o poderosa fuera la otra persona, cualquiera palidecería ante su sólo recuerdo.
Eso no quería decir que fuera negligente. Había razonado los detalles de la maldición y si debía enamorarse de un enemigo, seguramente sería un dios. El primero que se le venía a la mente era Zeus. Mas, por tratarse de ese depravado tenía aún más confianza de que todo estaría bien. El rey del Olimpo lo odiaba con todas sus fuerzas y sólo se habían visto en persona dos veces. Ambas en el inframundo. Fuera de eso, el dios del rayo ni siquiera había ido a matarlo personalmente, sino que designó la tarea a los dioses del inframundo.
Así que incluso creyendo que su corazón podía ser manipulado por Eros, no había riesgo de volver a verse con Zeus. La única falla era si regresaba a buscar a Ganímedes para volver a reclamarlo como su amante. Cosa que prometió no permitiría que suceda nuevamente. Sin embargo, su consuelo sobre el peor y más trágico escenario en el que se enamorara de Zeus era que seguramente sería rechazado. Él no poseía las cualidades ni cumplía los estándares para un posible amante suyo. Conociendo su propio orgullo tras ser rechazado, lo más factible es que lo evitaría como la peste y asunto olvidado. Todo perfecto.
—De todas maneras, planeaba contarles a todos los dorados acerca de la maldición de Eros —habló Atena directamente hacia sus mentes usando su cosmos—. Estaba esperando una buena oportunidad para hablar con todos.
—Tú también has sido maldecida y no le prestas atención. Métete en tus propios asuntos —reclamó sagitario alzando la voz.
—Soy una diosa. Los que se podrían considerar mis enemigos son los titanes que están bien recluidos en el tártaro o los mortales que puedo aplastar fácilmente —explicó la deidad con tranquilidad.
—Mi caso es igual. Soy un mortal, no soy enemigo de la humanidad y llevo la sangre de un titán, naturalmente mis enemigos serían los dioses a los que odio demasiado —contra argumentó Sísifo.
"Par de idiotas". Pensó Ganímedes al confirmar que pensaban de la misma manera. Habían iniciado una serie de "alegatos" que en realidad eran más que nada insultos entre ellos y autoalabanzas sobre cómo Eros jamás podría dominar sus corazones. El santo de acuario negó eso mentalmente. El poder del dios del amor era en exceso grande. La tragedia de la ninfa Dafne y el dios del Sol era demasiado famosa. Era bien sabido que Apolo era uno de los más poderosos de todo el Olimpo, sólo podía ser detenido por sus propios padres Zeus o Hera. Siendo así de intocable de todas maneras cayó víctima de aquella flecha dorada.
Si alguien así se rindió al amor, ni Atena ni mucho menos Sísifo podrían escapar de su fatal destino. Desconocía los detalles de esa maldición, pero entre sus gritos pudo sacar un par de cosas en claro. La primera: Atena, Apolo y Sísifo estaban maldecidos por Eros. La segunda, era que aparentemente se enamorarían de sus enemigos. En vista de que las flechas del dios del amor solían actuar con la primera persona que se viera, existía la posibilidad de que al ver a ese enemigo jurado cayeran a sus pies al instante. Mas, no excluía que Eros ya hubiera grabado un nombre en sus corazones y aun no se dieran cuenta al no estar en contacto con dicho personaje.
De los dioses no podía estar seguro, pero en el caso del arquero tenía un némesis desde hacía siglos: Zeus. El odio entre ellos se remontaba desde hacía mucho tiempo atrás. Cosa que le ponía nervioso. A pesar de estar seguro de que el dios del rayo sólo lo amaba a él y que tarde o temprano lo buscaría para volver juntos al Olimpo, esa maldición podría arruinar sus planes.
Si bien Zeus tenía un repudio inigualable hacia Sísifo, lo cierto es que el niño se parecía un poco a él a esa edad; príncipe, cabellos negros, ojos azules y aun no llegaba a la adultez. Por esto último aún era andrógino. Su manzana de Adán aun no era muy pronunciada en su garganta, su cuerpo aun no poseía vellos como los que exhibía León en pecho, brazos y piernas. Estando cerca de cumplir doce años, los días que pasaban lo acercaban cada vez más a la edad en la que Ganímedes fue raptado. Estaba seguro de que el dios del rayo jamás cometería semejante locura por sagitario, pero si éste último estaba bajo el poder de Eros...
Sísifo no se cansaba de repetir lo mucho que amaba a su esposa y como ella estuvo siempre para él en las buenas y en las malas. En otras palabras, al igual que para muchos entendía el amor como devoción y entrega. Dos cosas que Zeus ha codiciado durante siglos de parte del arconte del centauro. Era posible que el dios del rayo aprovechara los sentimientos turbados por la maldición para hacer de Sísifo un devoto que le rezara y rindiera tributo. No obstante, ese sería el mejor de los escenarios.
El ex copero de los dioses rememoraba con dolor cuando la ira que le generaban las blasfemias del estafador las desquitaba durante el coito. No recordaba con exactitud si alguna vez lo oyó decir su nombre durante el acto, pero tenía la dolorosa certeza de que pensaba en el otro a menudo. Si se diera la oportunidad de tenerlo en su lecho y hacer que esa misma boca que gritó todo tipo de herejías soltara gemidos de placer rogando por Zeus, seguramente no desperdiciaría la oportunidad. Además, estaba su maldita fama de ángel. Aunque al rey del Olimpo le daban igual muchas cosas, podía adivinar que estaría especialmente extasiado de tomar al símbolo de esperanza de los mortales y volverlo su ramera. Tal y como Sísifo lo llamó a él. Todo apuntaba a que no debía permitir un encuentro entre esos dos o perdería a su ex-amante y a su amigo para siempre.
—¡Suficiente! —gritó la diosa de la guerra harta de discutir con sagitario—. ¡Soy la maldita diosa a la que sirven y como tal ordeno que encarcelen a Sísifo si ven que se enamora!
—¿Cómo te atreves? Lo de maldita lo decías muy en serio —protestó el aludido pese a ser ignorado.
—Autorizo el uso de la fuerza si se pone rebelde. Si cuando vuelvan a salir en misiones notan que se está enamorando de alguien peligroso; congélenlo, envenénelo, golpéenlo o lo que sea necesario, pero tráiganlo de inmediato al santuario. No me importa si no cumplen con lo anterior encomendado —sentenció de manera contundente.
—A sus órdenes —aceptaron los otros tres santos.
—¡No le hagan caso! Yo nunca me volveré a enamorar y mucho menos de una estúpida diosa —reclamó el niño haciendo berrinche.
—No te lo estaba preguntando —regañó Atena y pese a no verla su tono le hacía imaginar que frunció el ceño—. Por cierto, Sísifo ¿sabías que los dioses somos omniscientes?
—Ajá, ¿y eso qué? —preguntó confirmando que eso ya lo sabía.
—Qué te oigo cuando me dices "pequeña bruja", estúpido caballito —insultó ella.
—Ya que lo sabes toooodo espero que sepas una forma de anular tu maldición. ¿Qué será de nosotros si te enamoras de una mala persona? —interrogó el infante frunciendo el ceño—. Podrías terminar convirtiéndote en alguien como Hera.
Siendo la soberana de la Tierra, el corazón de la diosa Atena era algo tan valioso como su vida misma. Sagitario era plenamente consciente de que dependiendo de quién se enamorara la diosa podría causar el fin de los mortales. Según tenía entendido uno de sus principales rivales era Ares, el dios de la guerra sangrienta. Dejando de lado su incomodidad por tratarse de hermanos, no dejaban de ser dioses de la guerra disputándose dicho título. Si alguien con ese carácter se volviera su pareja, los ríos de sangre podrían pasar a formar parte de la cotidianidad de todos. Aun si eso iba contra los deseos o gustos de la propia Atena. Por otro lado, jamás podría soportar que una diosa orgullosa como ella fuera capaz de rebajarse a soportar palizas e infidelidades en nombre del supuesto amor como hacía Hera. A su parecer era una patética excusa para no dejar a la vista la ironía tan divertida que resultaba que la diosa del matrimonio no tuviera éxito en el suyo. Sísifo no sabía de qué sería capaz si alguien gobernara a los mortales al lado de Atena sin ser digno de ella.
Esa discusión se prolongó un poco más entre los insultos de ambas partes. Ninguno quería ceder y Sísifo hasta le había sugerido residir en el santuario donde se la pudiera vigilar, cosa que la deidad rechazó de inmediato. Misma reacción que tuvo sagitario cuando ella alegó que era una buena idea para él. Llegados a ese punto muerto decidieron dejarlo por el momento. Tanto la diosa como los dorados tenían sus propias ocupaciones que atender. Por ese día, lo mejor era retirarse cada uno a descansar a sus respectivos templos. Adonis y Ganímedes habían usado demasiado cosmos para sanar a sus torpes compañeros tras ese combate y una segunda vez por la agitada noche. León pese a su tratamiento aun sentía los estragos del ataque de su niño y viceversa. Si bien sagitario confiaba en estar como nuevo en poco tiempo, el sueño lo estaba venciendo desde antes del combate, tras el mismo, se sentía al borde del desmayo. Y cuando al fin creyó poder dormir, lo atacaron los fantasmas feroces. Por dicho motivo, nada más llegar a su cama se dejó caer buscando ir al mundo de los sueños.
Todos los guardianes descansaron en sus respectivos templos, reponiéndose de la agitada noche que tuvieron a causa de los espíritus. Cuando se sintieron mejor, se reunieron para hablar. Los santos decidieron ponerse de acuerdo sobre cómo procederían a enseñar y cuál sería la asignación de cada uno para el siguiente día. Terminaron algo tarde antes de poderse ir a descansar. Para colmo de males, sagitario no quería abandonar el mundo de los sueños llegado el amanecer. Para él había sido demasiado rápido. Sintió que sólo se recostó en la cama y volvió a despertarse en un parpadeo. Quería más horas de noche. Lo que durmió era miserable e inhumano a su parecer. Empero, tenía a su padre delante de su cama diciéndole que espabile.
—A mí no me toca dar clases hasta mediodía, puedo dormir un poco más —protestó el azabache acomodándose de nuevo para dormir.
—Dicen que "al que madruga Dios le ayuda" —dijo alegremente León moviendo suavemente su hombro
—¿Cuál de todos ellos? —cuestionó Sísifo con un bostezo.
—Vamos, ¿no te gustaría llegar primero para darle el saludo al sol? —interrogó el adulto sentándose en la cama.
—¿A ese engreído? Uff —bufó negándose nuevamente a salir del mundo de los sueños.
—Ese engreído como le dices es un dios poderoso. Y creo que debería ir a saludarle. Ya sabes, a solas, preguntándole cosas al oído sobre cómo lidiar con su medio hermano si vuelve a ponerse violento como en el comedor —narró León consiguiendo que su hijo abriera los ojos al máximo.
—¿Por qué preguntarle a ese idiota? Si el pollito intenta hacerte algo le daré una paliza de nuevo —prometió el menor con el puño.
—Pienso que es mejor contar con alguien como Apolo —insistió el guardián del quinto templo de manera falsamente indiferente buscando picar el orgullo del pequeño—. Después de todo, Pólux logró herirte la vez anterior.
—Pero tú cómo... Déjame adivinar, fue Ganímedes, ¿cierto? —preguntó sagitario con resignación.
—Si te vuelves perezoso y te dejas estar tu cuerpo irá debilitándose cada vez más y serás derrotado hasta por quienes no manejan el cosmos. Recuerda que tú no eres alguien grande o musculoso —explicó el castaño viéndole con paciencia. Mas, viendo que aún no había mordido el anzuelo, decidió agregar un pequeño extra a sus palabras—. Si Pólux pudo golpearte anteriormente sin haber recibido entrenamiento, piensa en lo que será capaz de hacerte cuando reciba su armadura.
—¡No dejaré que me gane! —exclamó saltando finalmente de la cama para ir a alistarse.
León sonrió orgulloso de sí mismo al saber que consiguió salirse con la suya. Su pequeño estaba en crecimiento y el ejercicio le parecía importante para evitar daños a futuro. Pese a que temporalmente no estaban cumpliendo misiones, el ocio oxidaría sus habilidades y para ellos podría tener consecuencias fatales. Por otro lado, era una forma de motivar a los aspirantes.
Si el pequeño ángel de Atena mostraba lo que se lograba con trabajo duro, deberían de seguir su ejemplo con la esperanza de lograr una condición física como la suya. Aprovechó el tiempo que el otro estaba tomando para realizar sus necesidades matutinas para llevarle una bolsita con dulces para él. Quizás era tonto hacer eso, pero quería consentirlo un poco luego de todo el daño que le causó. Su niño ni siquiera le había reclamado su brazo herido o sus regaños infundados por una indignación nacida de su ego herido. Sólo le había preguntado con miedo su opinión sobre él. Así que carcomido por la culpa estaba pensando en formas de demostrarle que le importaba.
—¡Estoy listo, vamos! —gritó Sísifo mientras le sujetaba una mano y corría fuera del templo de sagitario.
Al llegar se dio cuenta que su niño no era el único con sueño. Al parecer pocos de los presentes tenían el hábito de levantarse temprano. Soltó un corto suspiro antes de recomponer la expresión de su rostro mostrándose severo e intimidante. Sísifo le soltó la mano al llegar y darse cuenta de que el santo de acuario ya estaba presente allí. Los demás presentes estaban algo confundidos por el horario en el que fueron llamados al coliseo y secretamente varios rogaron que no se tratara de algo como la primera prueba a la que fueron sometidos.
—Como varios aquí ya sabrán mi nombre es León y soy el santo dorado de la casa de Leo. Seré el encargado de moldear sus cuerpos hasta hacerlos guerreros capaces de someter a un enemigo incluso con su sola fuerza bruta—explicó con la espalda recta, el pecho inflado y las manos detrás de la espalda como cuando era almirante—. ¿Preguntas?
—¿Dónde está el chico bonito de las rosas? —preguntó Miles viendo que no estaba por ningún lado.
—Él ya completó este entrenamiento desde antes de que todos ustedes llegaran —aclaró de manera neutral.
—Entonces no podré verlo sudando mientras los rayos del sol hacen brillar su hermosa piel —se lamentó el ladrón.
Sabía que se mantenía apartado por su sangre venenosa, pero al correr todos estaban distanciados unos de otros y al aire libre. No le parecía que hubiera peligro alguno. Repentinamente, y como de costumbre, Sísifo habló demás.
—Lo que pasa es que Adonis corre desnudo —dijo el menor mientras se encogía de hombros.
—¡¿Qué?! —gritaron algunos sorprendidos de que el hombre más bello del santuario hiciera semejante cosa.
—Es que no sólo su sangre es venenosa, sino su saliva y también sudor. Si hiciera ejercicio usando una túnica ésta terminaría llena de veneno y no podría lavarse sin envenenar el agua del río donde lo haga —explicó sagitario sin entender la reacción de varios.
—De ahora en adelante seré el primero en saludar al sol —murmuró Miles pensando en que si se despertaba temprano podría ver semejante espectáculo.
—Serás el primero en saludar a Hades si haces eso —advirtió Ganímedes viéndolo con los brazos cruzados.
—Sólo le haré compañía de manera espiritual —se defendió fingiendo inocencia mientras acuario lo miraba con el ceño fruncido.
—¡Sísifo! —llamó León con severidad—. Esas cosas no se dicen en voz alta.
—Pero si es la verdad. Tú siempre dices que lo que no se dicen son mentiras —contratacó sagitario con los brazos detrás de la cabeza.
—¿Sabes qué? No importa. Todos a correr veinte vueltas al coliseo y hasta que no las completen no podrán desayunar —declaró con voz fuerte y clara.
Todos, incluyendo a los dos santos dorados, comenzaron a correr como se les dijo. Naturalmente Sísifo y Ganímedes no tenían ninguna dificultad estando acostumbrados a ese tipo de rutina. De hecho, usando el cosmos eran capaces de hacer que sus cuerpos se movieran a la velocidad del sonido, pero para que el cosmos no desgarrara sus cuerpos, éstos debían ser fuertes. Y la única forma de ganar resistencia para ese poder era el entrenamiento físico. Los que tampoco tuvieron problemas con la encomienda fueron el semidios y, para sorpresa de varios, su hermano. Tibalt siendo un orgulloso y disciplinado príncipe realizaba este tipo de rutinas antes de practicar con su espada. Era la mejor manera de evitar que sus músculos se desagarraran. Talos tenía una rutina similar a la planteada por León. En su travesía por querer volverse como su héroe, había adoptado el hábito de salir a correr, golpear troncos y levantar enormes rocas una y otra vez.
Hubo otros cuya condición física se podría considerar regular, pues su cansancio comenzó a manifestarse recién a las seis vueltas. Como era el caso de Argus y Giles. Ambos contaban con la gran energía que les daba la juventud, pero no era ilimitada y no estaba correctamente nivelada. Habiendo comenzado a correr con demasiada velocidad y casi sin respirar, el agotamiento no tardó en hacerles ver su error. Ahora entendían porque les había resultado tan fácil sobrepasar a algunos cuantos. A su manera cada uno pensó que, si corría más rápido, terminarían antes y podría comer. A Argus algunos fantasmas le explicaron la importancia de reservar energías para resistir más. "¿Y hasta ahora me lo dicen?" Pensó con molestia.
—No puedo más —jadeó Giles deteniéndose repentinamente.
—¿Quieres que te lleve? —preguntó Talos llegando poco después—. Aunque tendrás que compartir mi espalda.
—¿Shanti? —cuestionó el pequeño al verlo sujeto al adulto—. ¿Por qué lo llevas así? ¿No debería estar corriendo como los demás?
—Es ciego —le recordó Talos mientras lo agarraba y subía junto al otro antes de retomar su camino—. Temía que se lastimara corriendo a ciegas.
—Pero así no fortalecerá su cuerpo —mencionó Giles contrariado.
—Pero sí el mío. Cargar un poco de peso extra mientras corro sin dudas tonificara mi cuerpo —explicó continuando hasta alcanzar a los demás.
—¿Hay espacio para otro pasajero? —preguntó Miles cuando pasó a su lado.
—¡Ni se te ocurra! —gritó León con molestia mientras observaba todo desde el centro del coliseo.
—Pero a ellos los está llevando —habló el ladrón de manera dificultosa por la falta de aire.
—Ellos son niños, así que puedo dejarlo pasar por esta vez hasta que se acostumbren, pero los adultos no —dictaminó el guardián del quinto templo de manera severa—. Es una vergüenza que no puedan cuando hasta mi niño lo logra.
—Sísifo está acostumbrado, Kaiser —protestó Miles frunciendo el ceño—. Pero algunos cuerpos, como el mío, fueron hechos para otro tipo de actividades físicas. Tú me entiendes —dijo guiñándole el ojo coquetamente.
—¡Desvergonzado! —murmuró Ganímedes cuando pasó al lado del ladrón.
—Amargado —respondió siguiendo su camino mientras fruncía el ceño—No es justo que los niños no hagan el mismo ejercicio. Si no lo harán, ¿para qué vienen? —preguntó en voz alta sin esperar una respuesta.
Nikolas tenía dificultades para mantener el ritmo en las actividades físicas pesadas. Si bien no era extremadamente rico o perteneciente a una familia noble de alto nombre, siendo hijo de un juez tuvo una vida que para muchos podría considerarse privilegiada. Nunca le faltó un plato de comida, ni pasó frío y fue criado de manera estricta respecto a los asuntos morales relacionados a la justicia, pero no por ello con menos amor por parte de sus progenitores. Al ir creciendo lo hizo también su sentido de la justicia. Empero, sentía que algo no estaba del todo bien con el mundo. El trabajo de su padre era hacer cumplir la ley, pero no hacer la ley misma. Por ese mismo motivo aun si odiaba la decisión que debía tomar la realizaba pues cumplía con lo escrito por la ley del hombre. En ocasiones resultaba demasiado injusto y duro de ver. Uno de esos casos era el asunto de los eromenos.
Según la ley, no era un delito que un hombre mayor secuestrara a un pequeño, lo llenara de lujos y regalos e incluso mantuviera relaciones carnales con éste, —en ocasiones en contra de la voluntad del implicado o sus allegados y familiares—, pues siempre y cuando al alcanzar la mayoría de edad el menor no exigiera venganza, no se hacía nada. Aquí existía no sólo una laguna legal, sino todo un océano. Al darse cuenta de lo limitada que era esta ley, gente poderosa adquirió diversas oportunidades para salirse con la suya.
Cuando algún eromeno deseaba venganza por malos tratos y abusos sufridos, el mayor siempre podía recurrir a las amenazas de dañar a sus familias si abrían la boca. Otros compraban el silencio poniéndole precio a años de vejaciones. Los más tacaños recurrían al asesinato del eromeno cuando dejaba de ser atractivo. Sin la víctima para testificar, no importaba cuanto imploraran o lloraran los familiares, la denuncia no procedía y nunca se juzgaba al acusado. Aquellos eran los casos más duros para el padre de Nikolas.
El aspirante a caballero recordaba a su padre abrazarlo con fuerza con los ojos enrojecidos en las esquinas conteniendo las lágrimas. Sabía del motivo de esos sentimientos. Como juez mantenía una fría mirada actuando acorde a su oficio, hacía cumplir la ley sin importar si estaba o no de acuerdo con ella. Empero, en privado siempre tenía que recurrir a sujetar a su pequeño debatiéndose si pudiera mantener la sangre tan fría si él fuera quién estuviera en el lugar de los padres de las víctimas.
Aun lidiando con casos de personas desconocidas por él, el mínimo de empatía humana le bastaba para sentirse asqueado cuando los acusados sonreían sardónicamente y se jactaban con muecas burlonas de las familias destrozadas. El lenguaje corporal le decía sin mucho estudio que eran culpables y lo celebraban, pero sin pruebas ni víctimas debía juzgarlos inocente. Cuando no eran gente acaudalada o nobles, eran reyes intocables por las leyes o con excepciones hechas específicamente para beneficiarlos. Luego estaban aquellos descendientes de dioses cuyos pecados eran ignorados por intervención divina. ¿Eso era justo? ¿Era correcto?
En busca de respuestas a esos predicamentos, Nikolas se unió al ejército de la diosa Atena quien proclamaba tener a sus santos luchando por proteger al débil y hacer predominar la justicia. Al llegar sus expectativas habían caído al suelo. Su decepción no pudo ser más grande al ver semejante carnicería en el coliseo. Tras eso las injusticias también siguieron. Rememorando eso, volvió a cuestionarse la justicia.
Cuando aquellos seguidores del hijo de Zeus acapararon la comida en su nombre, intimidando a los demás, en honor a la verdad, Pólux no hizo nada malo, pero tampoco contribuyó a detenerlos. Usaron su nombre para alardear y quienes lidiaban con el hambre eran ellos. Hasta que llegó el ángel de Atena, quien declaró cargar con la responsabilidad por iniciar una pelea, pero no se le castigó. ¡Vaya nepotismo! A todos sin excepción se les puso a limpiar y reparar ese comedor o no probarían bocado. Nuevamente la justicia se volvía un asunto difuso si se repasaba los hechos con cuidado.
Pólux no había hecho nada. No los intimidó, no comenzó la pelea con sagitario y sólo se defendió cuando fue insultado. El niño por otro lado había iniciado una pelea y usado la fuerza bruta para someter a los alborotadores. Si pensara de manera fría como lo debiera hacer su padre en días de oficio, tendría que calificar a Pólux como el inocente y la víctima mientras que Sísifo sería el malo, el culpable de las peleas y la destrucción. Empero, como parte de los afectados por aquellos imbéciles, la indignación que sufría sumada al hambre le hicieron estar de acuerdo con las acciones reprobables del arquero. De haber esperado un verdadero procedimiento legal, habrían muerto de hambre durante los alegatos.
Para colmo no tenían pruebas, sólo palabras. Si no fuera porque Sísifo de manera nepotista creyó en las palabras su amigo, ellos habrían pasado una injusticia. ¿Los sentimientos tenían cabida cuando se juzgaba lo correcto y lo justo? Era justo haberlos puestos a todos a reparar el daño, pero ¿era correcto? El castigo era igual al crimen y no todos habían causado problemas. Mas, parecía ser la opción correcta. Las consecuencias de las acciones de los santos eran beneficiosas. Las personas antes hostiles ahora trabajaban de manera silenciosa y diligente, pero se permitían ser expresivos cuando había tiempos de ocio. La paliza dada a los que iniciaron el conflicto no era una solución ortodoxa o digna de un representante de la justicia, pero demostró ser lo efectivo.
Tampoco podía acusar al ángel de Atena de actuar de manera opresiva contra ellos. Aquel día en el comedor fue la única vez, de momento, en que lo había visto serio y enojado. El resto del tiempo les hablaba de igual a igual a los demás. Observó a Talos alzarlo en brazos en alguna ocasión mientras jugaba con aquel niño llamado Giles. Así que su apresurada conjetura era que en lo cotidiano no actuaba como un ser superior e inalcanzable.
Sin embargo, ese sentido de la justicia que demostraba era demasiado burdo. Si veía algo malo, recurría a la fuerza bruta contra aquel que consideraba el villano. Si veía a alguien indefenso, actuaría en su beneficio. Su mundo parecía demasiado simple, dividido en blanco y negro, buenos y malos. Eso era peligroso. Una línea tan fina separando a dos tipos de personas podría llevarlo a convertirse en uno u otro. La justicia que se imparte es la misma que rige la vida de quien la ejecuta. Si aplicaba a otros estándares que no cumplía para sí mismo, sería hipocresía. Si se medía así mismo como a los demás, tendría el problema de tener sólo dos opciones: ser un ángel o un demonio.
Nikolas jadeó por el cansancio de llevar tanto tiempo corriendo perdido en sus pensamientos. Al menos la actividad mental lo distrajo del dolor físico dándole unos minutos más de ejercicio antes de que su cuerpo ya no quisiera seguir adelante. A su parecer los santos no eran malas personas y en general parecían hacerle honor a su título. El de acuario era frío, pero siempre era de los primeros en ir donde los heridos. El de piscis mantenía una distancia con ellos, mas las pocas interacciones que tenía hacia otros eran agradables. El de Leo y sagitario convivían activamente con los aspirantes compartiendo las tareas cotidianas y jamás les exigieron servirles como debiera ser por la diferencia de estatus.
Se preguntaba así mismo cómo sería él si lograra convertirse en un santo. ¿Haría cumplir la ley del hombre? Esa que permitía a los poderosos salirse con la suya pisoteando a los menos afortunados. ¿La justicia proclamada por los dioses? Aquella misma que les permitía secuestrar, matar, maldecir y hasta violar mortales por ser seres superiores. Y más importante aún, ¿cuál era su propia justicia? Siempre había seguido las enseñanzas de su padre, volviéndose casi una copia a su imagen y semejanza en cuanto a pensamiento. Empero, sabía que limitarse a copiar sólo turbaría su propio sentido del deber. Haciendo prioridad entender qué era realmente la justicia.
A pesar de su esfuerzo por distraer su mente del cansancio físico, no lo logró por mucho más y antes de siquiera poder completar la mitad de las vueltas se quedó tirado en el suelo jadeando. Su cara estaba demasiado enrojecida y su cuerpo sudaba a mares. Teniendo piedad por ser el primer día en que les proponía la rutina, León la dio por terminada cuando los que estaban en mejores condiciones completaron las veinte vueltas. Quienes se quedaron sin aire les permitió descansar en las gradas para recuperarse un poco. De esta manera sin que se dieran cuenta estaba evaluando a los mejores prospectos a caballeros. Al finalizar, todos fueron a desayunar antes de que diera inicio la siguiente clase. La cual correspondía a…
Continuará…
