La Dama no esperó a que Harry le informase acerca de las chicas desaparecidas. Era consciente de que buscar nombres en un mapa no era rápido ni fácil, y tampoco servía de nada si las alumnas no estaban en Hogwarts.

Le había dado la impresión de que el círculo mágico había intentado llevarla hasta otra localización, y además, tenía el presentimiento de que Vaitiare podía ser una espía.

Por ello, decidió abandonar Hogwarts para entrevistarse con lord Vóldemort.

–Mi señor, estoy intrigada por vuestro nuevo plan –dijo tratando de adularle–. Y aunque no dejo de sorprenderme por vuestra brillantez, me pregunto por qué no me habéis informado acerca de las alumnas que necesitáis. Podría habéroslas proporcionado de forma más discreta y eficiente.

–¿De qué alumnas me hablas?

Ella le explicó los detalles de las desapariciones, pero él no mostro su complacencia habitual.

–Dumbledore te engaña, yo no he actuado sobre Hogwarts, y no he hecho desaparecer a ninguna alumna. De ser así, ya te habría informado.

–Mi señor, sospecho que quizá esa veela pueda estar involucrada en estos eventos–sugirió ella.

–Vaitiare ha entrado en Hogwarts por orden mía –la Dama trató de ocultar su sorpresa al oír eso.

–Ella asegura lo contrario –dijo con cautela.

–Su deber es hechizar a los profesores y evitar que interfieran con las órdenes del Ministerio. Es el papel que debe representar.

–Mi señor no me informó sobre ello.

–¿Cuestionas mi forma de proceder? –Vóldemort entrecerró los ojos, de forma peligrosa.

–Jamás, mi señor –aseguró ella, mostrándose sumisa–. Pero podría haber ayudado a Vaitiare. Además, está interfiriendo en la misión de Snape.

–Vaitiare sabe perfectamente lo que debe hacer y no necesita tu asistencia. Y Severus no tiene nada que temer si sigue siéndome fiel.

–Su lealtad es incuestionable, mi señor.

–Entonces, no me molestes más con este asunto –su tono de voz no admitía replica–. En cambio, deberías volcar tus esfuerzos en investigar cuál de mis mortífagos está actuando por su cuenta, sin seguir mis órdenes.

–¿A qué os referís, mi señor?

–Uno de los nuestros ha decidido actuar por su cuenta y ha atacado un colegio en Escocia. Sólo yo puedo ordenar cuándo y dónde atacar, y ese secuestro nos deja en evidencia.

–¿De qué secuestro habláis, mi señor?

–¿Acaso no has leído El Profeta?

–No he tenido la oportunidad, mi señor.

Vóldemort hizo aparecer un ejemplar a sus pies.

–Investígalo

OOO

Severus no estaba dispuesto a permitir que la Dama se olvidase tan fácilmente de él.

Sabía que ella no correría el riesgo de delatarse usando la magia, después de tres años fingiendo ser una muggle, así que se sentía a salvo de cualquier ataque por su parte. Sin embargo, la elfina le preocupaba. Los elfos domésticos podían hacer cosas bastante inesperadas, y Win se estaba encargando de demostrarlo.

Él había decidido alquilar una habitación en la isla, para no llamar la atención de los muggles, pero nada más entrar en el cuarto, se había encontrado cara a cara con la elfina, quien se había aparecido ante él, superando todas sus medidas de seguridad.

–El señor Snape tiene que dejar en paz a la señorita –exclamó con su voz chillona.

–¿Te envía ella?

–No, Win ha venido por su cuenta y riesgo –la elfina se cruzó de brazos, desafiante.

–¿Una elfina que goza de poder de decisión?

–Win es una elfina libre –alzó la barbilla en un gesto de orgullo.

–¿Y siendo libre permaneces a su lado?

–Win es amiga de la señorita.

–La Dama no tiene amigos.

–La señorita ya no es la Dama.

–Ahora es Hellen Smith ¿No es cierto? ¿Ese es el nombre muggle que se da a sí misma?

–Eso no es asunto del señor Snape. El señor Snape dejará en paz a la señorita, o Win le obligará a hacerlo.

–No puedes hacer nada –Severus esbozó una sonrisa de suficiencia –. No puedes atacar a un mago si este no te ha hecho daño.

–Win está autorizada a defender a la señorita en caso de ataque.

–En tal caso, no la atacaré –replicó él, esbozando una sonrisa torcida.

Y cumplió con su palabra. De todas formas, había otros métodos con los que podía conseguir lo que quería sin necesidad de usar la magia.

Lo primero que hizo fue acudir al bar donde ella trabajaba, sentándose en su sección. Le resultó divertido observar la cara que ella puso al reconocerle, y el repentino gesto de temor que cruzó sus ojos azules.

Sin embargo, la mujer se acercó a él, mirando por encima del hombro para comprobar que nadie les observaba.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó de mal humor.

–Tomarme una cerveza como un turista más ¿te molesta?

–No quiero que te acerques a mí.

Severus esbozó una sonrisa cruel, recostándose en el respaldo de la silla.

–No lo hago. Pero creo que todavía tengo derecho a ir donde yo quiera mientras estoy de vacaciones ¿no te parece?

Ella le taladró furiosa con sus ojos azules, pero luchó por no caer en su provocación. Si quería conservar su anonimato no debía perder los nervios ante él.

OOO

Mientras, en Hogwarts, Hermione y Ginny volvían de la biblioteca, hablando de las nuevas noticias del periódico.

–Esas chicas me dan mucha pena, imagina desaparecer de esa manera –Ginny no dejaba de pensar en las niñas del colegio escocés que habían sido secuestradas.

–Yo espero que estén bien y que el Ministerio las encuentre pronto.

–¿Crées que el Ministerio las está buscando? Son muggles –observó Ginny, y Hermione suspiró con tristeza.

–Es cierto, los muggles no le importan a nadie.

Ginny miró a su amiga por el rabillo del ojo, y notó su desazón.

–Seguro que Dumbledore está haciendo algo. Puede que la Orden del Fénix las esté buscando.

Hermione sonrió débilmente, agradeciendo las palabras de consuelo, pero entonces se detuvo de golpe, palpando su mochila con un gesto de sobresalto.

–Tengo que regresar. Me he dejado el libro de Transformaciones.

Ginny decidió que la esperaría en el pasillo. A veces le exasperaba ver cómo Hermione no atendía más que a los estudios, incluso cuando había cosas peores que llamasen su atención.

Entonces, recordó que McGonagall les había dicho que no debían quedarse a solas en los pasillos. Lanzando un gruñido de rabia, Ginny volvió sobre sus pasos para alcanzar a Hermione, hasta que vio delante de ella un brillo muy extraño.

Al fijarse mejor, se dio cuenta de que Hermione se había detenido junto a la puerta de la biblioteca y miraba hipnotizada a una de las runas que adornaban la pared. La runa se había expandido, creando un óvalo brillante, que se agrandaba cada vez más. Hermione se acercaba a la luz, sin parpadear, presa de su hechizo.

–¡Hermione! –Ginny soltó su mochila, corrió hacia ella y la empujó, evitando que tocase el óvalo brillante. Ambas cayeron al suelo–. ¡Despierta, Hermione! –gritó Ginny, sacudiendo a su amiga. La otra seguía mirando al vacío, sin reaccionar–. ¡Ayuda! ¡Ayuda! –Ginny se puso en pie, evitando mirar hacia la luz. Nick-Casi-Decapitado apareció al final del pasillo, atraído por sus gritos–. ¡Nick! Avisa a Dumbledore, es urgen... –un par de manos grises salieron del óvalo, agarrando a Ginny y arrastrándola hacia el otro lado del óvalo de luz.

Tras eso, la runa volvió a su posición original, dejando el pasillo inquietantemente oscuro.

OOO

Una semana después, Hellen estaba deseando estrangularle.

Se lo encontraba por todas partes. Cuando iba a hacer la compra o a pasear, cuando iba o volvía de trabajar, cuando intentaba distraerse con sus amigas, e incluso cuando estaba en mitad de una cita. Él siempre aparecía de la nada, recordándole con su presencia que sabía quién era ella y dónde estaba.

Tampoco se libraba de él durante sus horas de trabajo, pues Severus se había convertido en un cliente habitual, y a Kapono le había caído en gracia, con lo cual, Hellen tenía que obligarse a actuar con él tal y como lo hacía con los demás clientes.

Y una tarde, al volver de trabajar, se lo encontró sentado en la playa, delante de su casa. Sin poder contenerse más, se acercó a él, muy enfadada.

–¿Qué haces aquí? –le gritó.

–Tu jefe me ha dicho que desde esta playa se ven las mejores puestas de sol ¿crees que se equivoca? –su tranquilidad y su sangre fría la enfurecieron aún más. Por un segundo, Hellen perdió el control, y unas pequeñas llamas azules aparecieron en las palmas de sus manos.

Hellen se controló a tiempo, apretando los puños y respirando hondo. Esa era la primera muestra de magia que había realizado en años, y la ferocidad de su reacción le había asustado tanto como su pérdida de control.

Asustada, miró a Severus, pero si él se había sobresaltado no lo dejó traslucir. Es más, él la miraba con una sonrisa de suficiencia en los labios, como si aquello le divirtiese.

Hellen sintió cómo la furia la invadía, pero no podía permitir que él la sacase de sus casillas. Arrugó la cara en un gesto de enfado, y con un gruñido de rabia se dio la vuelta, regresando a su casa a grandes zancadas.

–Win podría hacer que se ahogue, señorita –sugirió la elfina, al verla entrar dando un portazo.

–No, déjale. Ya se cansará.

OOO

En ese momento, Vaitiare llegaba al Ministerio de Magia, y se dirigía hacia el despacho del Ministro, sin que nadie la detuviera ni le preguntase qué hacía allí.

Observó satisfecha cómo los empleados se hacían a un lado, sonriendo estúpidamente a su paso. Le había resultado muy fácil seducir al personal del departamento, pues aquellos magos idiotas seguían sin poner a mujeres en puestos de importancia. Vaitiare miró a su alrededor, calibrando a quién podría utilizar esa vez.

–Tú, sígueme –ordenó sin mirar, chasqueando los dedos ante la cara de un joven mago. Percy Weasley obedeció sin pensar en lo que hacía, sometido por su hechizo.

–Muy buenos días, señorita. Espero que haya tenido un viaje agradable, señorita.

–¡Cierra la boca! No necesito escuchar a un pelota insufrible.

–Sí, señorita.

Ambos entraron en el ascensor, y descendieron hasta el Departamento de Misterios. Una vez allí, Vaitiare abrió la marcha, hasta llegar hasta una puerta negra, donde la esperaba un hombre de piel grisácea y aspecto siniestro. Percy, a pesar del hechizo al que estaba sometido, no pudo evitar darse cuenta de lo extraño que era ese individuo.

–Fretzu, me alegro de verte –saludó Vaitiare–. Tú, idiota, este es mi contacto –le dijo a Percy–. Una vez a la semana, bajarás a este pasillo y recogerás el sobre que él te dé. Me lo enviarás sin demora a Hogwarts. Si alguien te preguntase, dirás que sigues órdenes del Ministro.

–Si señorita.

–Y no quiero que le digas ni una palabra a nadie de lo que has visto.

–Si, señorita.

OOO

Dumbledore corrió en ayuda de Hermione tan pronto como Nick-Casi-Decapitado le avisó de lo que había pasado. Snape le siguió, con el ceño fruncido, y no separó los labios hasta que la chica estuvo en la enfermería.

–No noto rastros de artes oscuras –susurró tras estudiarla, para que sólo el director le oyera. McGonagall también había sido avisada, y ella también estudiaba a Hermione sin poder descubrir la causa de su desmayo.

El fantasma repitió lo que había ocurrido ante todos los que llegaban. Lo hizo ante los profesores, la enfermera, y ante Harry y Ron, quienes llegaron para ver cómo estaba su amiga.

Oficialmente, Ginny Weasley era la primera alumna que había desaparecido delante de testigos, y Hermione Granger parecía ser una víctima colateral del efecto de las runas.

–Minerva, tendremos que avisar a su familia –dijo Dumbledore, llevándola aparte.

–¿Cómo vamos a explicárselo? Los señores Granger son muggles.

–Se lo diremos en persona, será lo más conveniente –Dumbledore se mostraba preocupado, y no dejaba de mirar a Hermione. Snape se reunió con ellos, luciendo una expresión contrariada.

–No consigo hacerle Legeremancia.

–¿Por qué ibas a hacer tal cosa? –le preguntó McGonagall, indignada.

–Ella es el único testigo de lo que ha pasado. Sus recuerdos ayudarían a esclarecer muchas cosas.

–¿Cuál es el motivo por el que no puedes hacerlo? –inquirió Dumbledore.

–Su mente está... inaccesible. No está protegida por la Oclumancia, pero aun así no puedo llegar a ella. Parece que su consciencia permanece alejada de su cuerpo –Snape sabía que no era la explicación correcta, pero ¿cómo explicar que cuando había intentado penetrar en la mente de la alumna, había sentido como si le succionasen?–. Algo ha secuestrado la mente de Granger, quizá lo mismo que atrapaba a las otras chicas.

En ese momento, entró en la enfermería la persona a la que menos esperaban.

La Dama parecía nerviosa, y paseó la vista sobre todos los presentes, y en cuanto localizó a Snape avanzó directamente hacia él, ignorando a los demás.

–¿Lo has leído? –preguntó, agitando El Profeta. Su voz sonaba agotada y ligeramente temblorosa. Él le lanzó una mirada de advertencia.

–Sólo es un colegio muggle –replicó, de forma despectiva.

–No encuentro a Win –ella bajó la voz, convirtiéndola en un susurro–. No aparece cuando la llamo.

–Mi señora, hay asuntos en Hogwarts que requieren de vuestra atención –Snape la miraba fijamente, muy tieso–. Una alumna ha desaparecido delante de testigos.

La expresión de la Dama cambió por completo. De nuevo parecía fría e implacable, en completo control de sus emociones.

–Explícate –ordenó, pero fue Nick-casi-decapitado el que volvió a explicar la historia. Según escuchaba, el rostro de ella se iba oscureciendo más. Cuando el fantasma terminó su relato, y Snape añadió lo que había averiguado con la Legeremancia, la Dama se acercó a la camilla donde reposaba Hermione.

Ignorando las miradas furibundas de Harry y Ron, la Dama se colocó en la cabecera de la camilla, y apoyó las manos sobre la cabeza de la chica. Cerró los ojos, concentrándose, pero entonces exhaló un jadeo y se apartó de Hermione, como si el contacto con ella quemara.

–Hay un gran vacío dentro de ella. Es como un abismo sin fondo –explicó, mirando a los profesores–. Es insondable, no puedo... está más allá de mi alcance.

–¿Qué se puede hacer por ella? –preguntó McGonagall.

–Si se pusiera en contacto con el recipiente que contiene su mente, es posible que puedan volver a unirse. Pero no sé dónde está, ni cómo llegar a ella –la Dama posó su vista sobre Hermione–. Quizá un medium pueda ayudar.

–Debemos encontrar uno cuanto antes –asintió Dumbledore. Se giró hacia Snape, pero el mortífago se había marchado sin hacer ruido, llevándose el periódico con él.