Severus demostró ser más paciente y perseverante de lo que esperaba. Cuando comenzó el curso escolar tuvo que volver a Inglaterra, pero eso no impedía que siempre que podía, regresase a Hawái y esperase pacientemente sentado en la playa.
Era un proceso costoso y agotador, pero él estaba convencido de que tarde o temprano, Hellen cedería. Además, le resultaba divertido ver cómo ella se exasperaba al verle.
Durante las vacaciones de navidad, pudo volver a visitarla a diario, y Hellen tuvo que aguantar las bromas de Kapono al ver que Severus volvía a ser cliente habitual del bar.
–Debes gustarle, siempre se sienta en tu zona –se rio, guiñándole un ojo con malicia.
–Cállate –gruñó ella. Se dirigió a la mesa donde el mortífago esperaba, y casi le tiró la cerveza encima, al dejarla sobre la mesa con un golpe seco–. ¿No te cansas nunca?
–¿Tu sí? –preguntó él, con media sonrisa. Sus ojos oscuros la miraban con insolencia. Ella bufó y se alejó de forma airada.
Esa tarde, por fin, Hellen se acercó a él en la playa. Estaba enfadada pero decidida a acabar con aquella situación de una vez por todas.
–Quiero que te quede claro, no pienso entregarme al Ministerio. Antes prefiero mudarme a otro lugar y empezar de cero. Y esta vez, no me encontrarás.
–No tengo intención de delatarte –él la miraba con calma, pero disfrutando se su expresión de desconcierto–. A nadie le interesa Hellen Smith. No merece la pena el papeleo.
–¿Cómo? Entonces ¿Por qué no me dejas en paz? ¿Qué es lo que quieres?
–El nombre y paradero de los cinco mortífagos que aún no se han capturado.
–¿Hablas en serio?
–A cambio, respetaré tu secreto.
–¡Pero si yo no sé nada! –protestó Hellen–. No he vuelto a saber de vosotros desde...
–Puedes encontrarlos –la interrumpió él, poniéndose en pie–. Si tienes los mismos poderes de tu padre, no debería suponer un problema.
–¿Por qué no los buscas tú? Si pudiste encontrarme a mí, ellos deberían ser más fáciles de localizar.
Pero Severus negó con la cabeza. No podía permitirse pagar a un Buscador otra vez.
–De alguna forma tendrás que ganarte mi silencio –la miró de forma crítica, como si evaluase algo, y antes de que Hellen pudiese reaccionar, Severus se abalanzó sobre ella, y en un veloz gesto, le cortó un mechón de pelo.
–¿Qué estás haciendo? –Hellen retrocedió asustada, tocándose el cabello. Él le mostró el pequeño rizo, agitándolo burlonamente entre sus dedos.
–Por si se te ocurre volver a desaparecer. Con esto podré localizarte sin problemas.
Hellen le miró con rabia y temor, sintiéndose impotente, pero no dijo nada.
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Narcissa caminaba preocupada por los pasillos de Hogwarts. Sabía que no debía hacerlo sola, pero no podía evitarlo, estaba muy nerviosa. Además, tampoco podía hacer otra cosa, pues la Dama estaba resultando ser muy esquiva, y Narcissa no siempre podía seguirla.
El comportamiento de la Dama le desconcertaba, y Narcissa no sabía muy bien qué hacer. La Dama no actuaba como se debía esperar de ella, había atacado a sus propios mortífagos, había defendido a los alumnos, incluso a aquellos que la habían atacado, y no había vuelto a someter a su voluntad a Dumbledore y a sus profesores.
Narcissa sospechaba que su señora tenía sus propios objetivos y estaba actuando por su cuenta, desobedeciendo de forma deliberada órdenes de lord Vóldemort, e intuía que Snape lo sabía y no hacía nada para evitarlo. A esas alturas, Narcissa sospechaba que esos dos estaban trabajando juntos, pero desconocía cuál era el objetivo de su alianza, y en qué forma iba a beneficiar al bando tenebroso.
De momento ella no había dicho nada, sino que se limitaba a observar silenciosa todo lo que ocurría a su alrededor. Lo único que la calmaba era saber que tanto ella como Draco habían quedado relegados a un segundo plano, y que nadie les prestaba atención. Mientras las cosas siguiesen así, ambos estarían a salvo.
De pronto, unos gritos delante de ella llamaron su atención. Normalmente, Narcissa lo habría ignorado, pero los gritos provenían de una niña y algo en ella le hizo sacar la varita y salir corriendo hacia delante.
Llegó al siguiente pasillo y descubrió a Amycus Carrow arrastrando a la fuerza a una alumna de segundo curso hacia una pared. La agarraba de los brazos, acercándola deliberadamente a una runa, mientras ella se debatía desesperada.
–¡Detente! –gritó Narcissa–. ¿Qué estás haciendo?
El mortífago no pareció escucharla, y siguió empujando a la alumna. La runa se volvió brillante, y comenzó a expandirse, abriendo un óvalo mágico.
Narcissa no se lo pensó dos veces, y alzando su varita, le lanzó una maldición. Amycus cayó de cabeza sobre la superficie brillante y rebotó, como si hubiese chocado contra la piedra. Narcissa cogió a la niña del brazo y la puso en pie, alejándola de la pared.
–¡No mires a la luz! –Narcissa la escudó con su cuerpo, desviando ella también la mirada. A su espalda, el óvalo brillante menguó y terminó desapareciendo.
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Severus le dio unos días para pensar en su oferta, y luego la buscó. Con el mechón de su cabello era muy fácil saber dónde estaba en todo momento, como si tuviese una brújula en su mano.
La encontró en una tienda, haciendo la compra. Le seguía pareciendo muy curioso ver a la Dama perdiendo el tiempo en asuntos muggles, pero eso no hacía más que incrementar su sentimiento de superioridad hacia ella.
A propósito, se acercó a ella por la izquierda, y Hellen se sobresaltó cuando se dio cuenta de su presencia, demasiado tarde.
–No vuelvas a hacer eso –dijo molesta.
–Creía que la Dama sabía cuándo sus mortífagos estaban cerca de ella –se burló él.
–No me llames así –gruñó.
–De acuerdo, Hellen Smith ¿has pensado en lo que te dije?
–No es fácil –admitió ella–. Hace mucho que no uso mi magia, y no quiero revelar mi posición. Además, ellos están en la otra punta del mundo.
–Entonces, has estado buscando –observó él. Por primera vez, sintió una ligera sensación de victoria.
–Win y yo hacemos lo que podemos –Hellen trató de esquivarle, pero él se puso en medio, cortándole el paso–. Oye, ya te he dicho que no es sencillo. Te avisaré cuando sepa algo.
Él seguía sin moverse, y se inclinó un poco hacia ella, intimidándola con su altura y su cercanía.
–¿Eso significa que tenemos un acuerdo?
–¿Me dejarás en paz si hago esto? –ella le miró a los ojos, con una mezcla de inseguridad y enfado. Él tuvo una sospecha, y siguiendo un impulso, alargó la mano derecha, acercándola a la cara de ella. Tal y como suponía, Hellen se dio cuenta demasiado tarde–. ¿Qué haces? –le preguntó, apartando su mano de un manotazo.
–Tienes mi palabra de honor –prometió Severus de forma burlona, sonriendo con suficiencia–. Por cierto, no te enfades tanto. Cuando lo haces, te aparece una especie de... cicatriz –y se alejó de ella, dejándola furiosa y asustada.
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Poco después, Amycus recuperaba el conocimiento en la enfermería. Estaba atado a la camilla, para impedir que escapase, y frente a él Dumbledore le observaba furioso. Los otros profesores esperaban algo retirados, pero igual de serios.
–¿Eras tú? –preguntó el director–. ¿Tú llevabas a las niñas frente a las runas?
–No sé de qué me hablas –escupió el mortífago, agitándose sin éxito.
–No mientas –siseó una voz fría junto a su cabeza. Amycus giró la cabeza para descubrir a la Dama, situada a poca distancia de su cabeza.
–Mi señora, yo no he hecho nada.
Ella le miró con una mueca de odio, y movió una mano, haciendo que él se retorciese de dolor.
–Intentabas hacer que una alumna fuese absorbida por las runas –su voz se elevó por encima de los gritos–. ¡No te atrevas a negarlo!
–Por favor, detente –Vaitiare se acercó a ella, suplicante. Acababa de entrar en la enfermería, y abría mucho los ojos, anonadada ante lo que sucedía–. ¿Qué ha pasado?
–Las runas son las que hacen desaparecer a las alumnas –explicó Dumbledore–. Y este mortífago estaba involucrado en ello.
–¡Yo no he hecho nada!
–A mi señor le agradará saber que hemos encontrado al responsable de las desapariciones –la Dama había detenido la tortura, pero seguía mirando a Amycus con odio–. Él se encargará de aplicarte el castigo correspondiente. En cuanto a tí, señora Malfoy, me encargaré de que el Señor Tenebroso sepa lo inestimable que ha sido tu ayuda. Serás recompensada por esto –añadió, mirando a Narcissa. Esta se limitó a inclinarse, mostrando agradecimiento, pero no se atrevió a responder.
–No lo entiendo, yo le tenía totalmente controlado –protestó Vaitiare, acercándose a Amycus–. ¿Cómo ha conseguido escapar de mi hechizo? No debería ser posible.
–No es el primero que lo consigue –le recordó McGonagall con acidez, mirándola sin pizca de amabilidad. La veela abrió mucho los ojos, asombrada.
–Tienes razón ¿cómo no lo he visto antes? –Vaitiare agitó la cabeza, angustiada–. Profesor Dumbledore ¿acaso no fue el profesor Snape el que le hizo Legeremancia a este mortífago, para comprobar sus verdaderas intenciones? ¿No fue él el que dijo que Amycus no tenía nada que ver con la desaparición de las alumnas?
–Así es –confirmó el director, con cautela.
–¿Y se fía de su palabra?
–Absolutamente.
–Entonces ¿no le importará interrogarle de nuevo? –Vaitiare abrió mucho los ojos, poniendo una expresión asustada y suplicante.
–Confío en Severus, y sé que él no tiene nada que ver con las desapariciones.
–Pero ¿sabe dónde está? –Dumbledore vaciló, sin poder responder a eso. Miró a la Dama, pero ella mantuvo la boca cerrada, sin dejar de mirar a Vaitiare de una forma muy extraña. La Veela fue consciente de su intercambio de miradas, y sonrió–. ¿Quiere decir que el supuesto mortífago reformado desaparece misteriosamente en cuanto hay problemas? ¿Es la primera vez que ocurre? –sus preguntas generaron un silencio incómodo, y Dumbledore se sintió el centro de las miradas interrogantes de los otros profesores.
–Como ya he dicho, confío en Severus. No creo que sea responsable de esta situación.
–Si yo fuera usted, me encargaría de comprobar que esa confianza es merecida –insistió Vaitiare–. Al fin y al cabo, la lealtad de un hombre es algo muy inestable.
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Severus había esperado más de tres años, y tenía paciencia para unos meses más. Dejó a Hellen tranquila ese invierno, pero en semana santa regresó a la playa, sentándose en su lugar habitual, frente a su casa.
No había intentado acercarse a ella esta vez, pero no le quitaba el ojo de encima. La veía llegar, cada tarde a la misma hora, caminando por el borde de la playa. Sentía cierto grado de satisfacción al ver cómo la sonrisa soñadora y la postura relajada de la mujer desaparecían en cuanto ella le localizaba. Sin embargo, ella siempre seguía su camino sin hablarle.
Hasta que un día, cerca del final de las vacaciones, Hellen finalmente se acercó a él, con paso firme y decidido.
–Aquí tienes –le espetó, tendiéndole una nota doblada. En ella, Severus pudo ver cinco nombres, junto con sus correspondientes direcciones y los alias que los mortífagos estaban utilizando en ese momento. También había una descripción física del aspecto que tenían–. Win los ha comprobado a todos. Son datos verídicos –dijo Hellen–. Yo ya he cumplido con mi palabra, ahora te toca a ti.
Severus se guardó la nota, pensando en lo que haría con esa información. Se puso en pie, sacudiéndose la ropa. Miró de nuevo a la mujer, quien a pesar de su enfado y gesto duro, seguía asustada, insegura de cómo iba a reaccionar él.
Severus tenía que admitirlo, aquella aventura le había resultado más entretenida de lo que había imaginado.
–Os deseo suerte, mi señora –se despidió con voz burlona.
Ella le fulminó con la mirada, pero él se dio la vuelta y se desapareció. Sólo entonces Hellen pudo respirar tranquila.
