Esta historia tiene lugar durante los primeros meses de la historia del Misterio del Príncipe (HP6) al inicio del curso escolar, y puede ser continuada por la historia canon.
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Era el sueño más extraño que Harry había tenido jamás, y sin embargo, sentía una extraña familiaridad. Le parecía que ya había estado allí antes, pero no recordaba cuándo.
Al principio, sólo oía el sonido de las olas, calmadas y cercanas, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo adivinar la forma de una alargada playa de fantasía, lisa, alargada, cubierta por arena suave y blanca, bordeada por interminables hileras de palmeras. El agua susurraba, arrastrándose por la arena. Aún no había amanecido, y se respiraba paz y tranquilidad.
Harry no conseguía recordar dónde había visto ese lugar antes, pues él nunca había visitado en persona una playa así. Pero no dejaba de tener esa extraña sensación de haber estado antes allí, aunque quizá con otro cuerpo y otro nombre.
Pero entonces, el susurro del agua se transformó en otra cosa: el siseo de una serpiente, cercano y amenazador. Harry se puso en guardia, intuyendo que estaba en peligro, pero no había nada ni nadie cerca de él.
El agua, antes calmada, se convirtió en una superficie de escamas que se movían, iluminadas por la suave luz de la luna. Las palmeras cayeron al suelo y aumentaron de tamaño, uniéndose entre sí, formando una masa alargada y siseante. La piel de la serpiente era infinita, y parecía rodear el mundo. Harry se vio rodeado por aquel larguísimo cuerpo escamado, sin posibilidad de escapar.
De repente, el círculo se cerró, y Harry sintió cómo el animal le apresaba y le inmovilizaba con un abrazo frío, y se vio atrapado, incapaz de huir o respirar. A lo lejos, oyó los gritos de una mujer, pero no pudo entender sus palabras.
Su ojo izquierdo comenzó a doler, como si le quemara...
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A varios kilómetros de allí, la mujer abrió los ojos. Era otra vez el mismo sueño, con la playa, el mar y la serpiente. Y aquel insufrible dolor... Pero esta vez había sentido algo diferente, como una presencia junto a ella. Podría jurar que se trataba de un chico...
–¿La señora se encuentra bien? –una elfina la miraba con preocupación, desde los pies de la cama. Sus enormes y redondeados ojos verdes brillaban en contraste con su piel grisácea.
–No es nada, Win –respondió ella, con voz cansada. Hacía varias noches que no lograba dormir, y le estaba pasando factura. Pero haciendo un esfuerzo, se levantó, ignorando el dolor de su cabeza y dejó que Win preparase su ropa.
Aunque no quería hacerlo, se miró en el espejo y gruñó. A pesar de que estaba en mitad de la treintena, su reflejo parecía el de una persona más mayor. Su pelo negro caía en desorden sobre sus hombros, despeinado tras la agitada noche, y sus ojos estaban enmarcados por profundas ojeras.
Pero lo que más destacaba sobre su rostro era la cicatriz que surcaba desde el lado izquierdo de su frente hasta la barbilla. La oscura línea cruzaba su ojo, su mejilla, y casi rozaba la comisura de su labio. Su ojo izquierdo era, por esa razón, de color gris opaco, como una esfera llena de humo, y contrastaba con su ojo sano, el cual parecía sumido en la oscuridad.
Aquella cicatriz era una marca que permitía distinguirla de los demás mortífagos, y hacía que todos la reconocieran. Ella era la Dama, y así era cómo debían referirse a ella.
La Dama se vistió con la ayuda de Win, y comprobó que su túnica negra tapaba desde su cuello hasta sus pies. Recogió su pelo ondulado en un apretado moño, y mirándose en el espejo, fijó sus facciones en una cuidadosa expresión neutra. Debía ocultar a toda costa cualquier asomo de nerviosismo o emoción de su rostro.
También protegió su mente, levantando todas las barreras que la Oclumancia le podía proporcionar. Miró hacia la elfina, y esta le hizo un gesto con la cabeza, confirmando que todo estaba en orden. Entonces la Dama cuadró los hombros, tomó aire y abandonó sus aposentos.
Lord Vóldemort la esperaba.
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–Harry ¿Te encuentras bien? –la voz de Hermione le devolvió a la realidad. Él se pasó una mano por el pelo, alborotándolo aún más, tratando de centrarse en la conversación.
–Es ese sueño... no me lo quito de la cabeza. Es como si estuviese dentro de la mente de Vóldemort, pero no era él. Creo que escuché la voz de una mujer.
–¿Estás seguro? –preguntó Ron–. Podría tratarse de un truco de Quien-Tú-Sabes.
–No lo sé. La sensación es diferente, no parecía que quisiera poseerme. Es como si yo hubiese entrado en su mente, y no al revés. Además, no me dolía la cicatriz –Harry miró hacia la mesa de los profesores, desde donde Dumbledore le devolvió fugazmente la mirada. Ya había hablado con el director esa mañana, pero él tampoco había sabido el significado de ese sueño–. Os digo que era una mujer –insistió.
–¿Y por qué vas a tener esa clase de sueño? No tiene ningún sentido. Una playa tropical... –Hermione miró a su alrededor y bajó la voz–. ¿Se parecía al sueño que tuviste acerca de Nagini atacando al señor Weasley?
–No, no estaba atacando a nadie, de hecho, ella tenía miedo. Me daba la sensación de que se estaba escondiendo. Ojalá supiera de qué.
Pero ni Ron ni Hermione supieron darle una respuesta, y Harry no tardó en volver a quedarse pensativo.
¿Qué era lo que la mujer le estaba gritando?
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La Dama se posicionó junto a Vóldemort, ocupando un lugar destacado frente a los mortífagos. Ni siquiera Bellatrix tenía permitido situarse hombro con hombro junto al Señor Tenebroso, y sin embargo, esa desconocida lo hacía como si fuera lo más normal del mundo.
Muchos todavía no habían superado la impresión que les había causado su señor, unas semanas antes, cuando les había presentado a esa mujer.
–Esta es mi hija –les había dicho–. La obedeceréis como a mí mismo.
Sólo los más viejos se acordaban de haber oído los rumores, muchos años atrás, de la existencia de aquella heredera de Slytherin. Muy pocos habían llegado a conocerla de joven, y nadie la había vuelto a ver desde la caída del Señor Tenebroso. Se pensaba que estaba muerta, asesinada por los aurores al final de la Primera Guerra Mágica.
El propio Vóldemort desconocía que hubiese sobrevivido, pues nunca se había preocupado de buscarla, pero las serpientes le habían avisado unas semanas antes de la existencia de otro hablante de Pársel en el país, y por eso la había encontrado.
Ahora, la Dama era su nueva favorita, desbancando a Bellatrix y a Snape. La primera se había mostrado furiosa, y el segundo había palidecido al verla, pero ninguno se había atrevido a protestar en voz alta ante la presencia de la bruja.
Vóldemort estaba encantado con ella. Era silenciosa, obediente, leal, y muy poderosa. Se rumoreaba que sus poderes casi igualaban los de su señor, y que no necesitaba usar varita para hacer magia. Y para probar su valía, Vóldemort le había adjudicado una misión.
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–Va a enviarla a Hogwarts –susurró Snape, para que sólo Dumbledore le escuchase–. Quiere que actúe de la misma forma que lo hizo Umbridge, pero sirviendo al Bando Tenebroso.
–¿Y piensa que yo lo voy a permitir?
–Ella es muy poderosa. Podrá pasar a través de los hechizos protectores. Tiene la habilidad de manipular la mente de los que la rodean.
–¿Tú la temes? –Dumbledore estudió la expresión del profesor con atención. Snape no respondió de inmediato, sino que empujó de un lado a otro el desayuno, con la ayuda de un tenedor.
–Es capaz de cualquier cosa –respondió al fin, con el semblante serio. Parecía más huraño que de costumbre, pero el director intuía que el ceño fruncido se debía esta vez al efecto causado por la inquietud, y eso le preocupó. No era habitual ver tan nervioso a aquel hombre de nervios de acero.
–Si intenta hacer algo contra los alumnos...
–No lo permitiré.
Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos. Dumbledore se acarició con aire ausente su mano negra y marchita, mientras el profesor seguía maltratando la comida de su plato.
–Recuerdo haber oído rumores acerca de ella antes de finalizar la Primera Guerra, pero luego se dijo que murió. Alastor aseguró haberla matado.
–Debió confundirla con otra mujer.
–¿Dónde ha estado hasta ahora?
–La encontraron las serpientes. Ellas le dijeron al Señor Tenebroso que había alguien hablando Pársel en un castillo abandonado a las afueras de un pequeño pueblo de Escocia.
El viejo director le miró con suspicacia por encima de sus gafas con forma de media luna.
–Es su hija biológica ¿Cómo no ha podido encontrarla antes? No debería resultarle tan difícil localizar a alguien que lleva su misma sangre ¿Y por qué ella no se dio a conocer? –Snape le sostuvo la mirada sin pestañear, defendiéndose de la acusación implícita de que le estaba ocultando algo.
–El Señor Tenebroso no ha explicado los detalles –susurró con frialdad, sentándose muy tieso–. Pero es posible... puede que ella no haya utilizado la magia en todo este tiempo.
–¿Cómo? ¿La Dama viviendo como una squib? –los ojos de Dumbledore expresaban la misma incredulidad que su voz, pero Snape se encogió de hombros, todavía manteniendo su máscara imperturbable.
–Los otros mortífagos piensan que ella se vio afectada por la desaparición del Señor Tenebroso. Es posible que estuviesen unidos de alguna forma que no alcanzo a comprender, y su destrucción la dejase... herida –Dumbledore seguía mirándole, con el escepticismo plasmado en sus ojos–. Sea como sea, la vuelta del Señor Tenebroso la ha hecho regresar, y él la considera su nueva arma. Se ha vuelto mucho más importante que Bellatrix.
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–¿Lo has comprendido? –preguntó Vóldemort, con voz siseante.
Ella asintió en silencio. En realidad, la misión parecía sencilla. Debía entrar en Hogwarts, hacerse con el control y convertirlo en un centro para la enseñanza de las Artes Oscuras.
–Contarás con la asistencia de Narcissa. Ella es mucho más adecuada que esa elfina –la señora Malfoy también estaba presente, y asintió con la cabeza al oír su nombre. Vóldemort la había nombrado su asistente personal, pero la Dama sabía que una de sus funciones consistía en vigilar todos sus movimientos y espiarla.
Pero la Dama había contado con ello, y no protestó, aunque debiese separarse temporalmente de su fiel Win. Ella le devolvió la mirada a Vóldemort, mostrando su conformidad. Al fin y al cabo, era su seguidora más leal.
–No me defraudes, hija mía.
Antes de convertirse en el Señor Tenebroso, lord Vóldemort había sido Tom Riddle, un joven apuesto, ambicioso y manipulador. Con su carisma y dotes de persuasión podía manejar a todos aquellos que le rodeaban y someterlos a su voluntad.
Le gustaba la adulación y el poder, y eso lo obtenía fácilmente tanto de hombres como de mujeres. Sin embargo, lo que más le gustaba era causar dolor.
Había algo en el acto de la tortura que le confería un satisfactorio poder. Ya en el orfanato, cuando era niño, había desarrollado varios métodos para causar dolor a los que eran más débiles que él, y como joven adulto, descubrió que a veces, el mayor daño se producía causando dolor a aquellos a quienes sus enemigos amaban.
No tardó demasiado en descubrir que, en cierta manera, el acto sexual también podía servir para sus más cruentos fines. Aunque él se enorgullecía de no verse tentado por la debilidad de las pasiones humanas, sí apreciaba la inmensa satisfacción que le producía torturar y humillar a las brujas cercanas a sus rivales. Aquella forma de castigo, sin embargo, seguía siendo parca y grotesca, así que pronto quedó relegada a un segundo plano.
Una de sus víctimas había sido devuelta a su familia, a las puertas de la muerte. Nadie contaba con que la mujer sobreviviese lo suficiente como para dar a luz, pero quizá, como último acto de desafío, la joven bruja resistió hasta escuchar los primeros llantos de la criatura que, en contra de su voluntad, había traído al mundo.
La familia calló el suceso, y escondió al bebé. Aun teniendo un padre despreciable, la niña era amada por el vínculo que tenía con su madre. Sin embargo, aquella débil seguridad duró muy poco.
La niña era una descendiente de Slytherin, y las serpientes la encontraron en seguida. Se colaban en su cuna y se enroscaban a su alrededor. No tardaron demasiado en llevar noticias de su existencia al Señor Tenebroso.
Este no apreció la existencia de la estúpida mocosa, y su primer instinto fue eliminarla. Sin embargo, las serpientes también le habían revelado que la niña era capaz de hacer magia con tan sólo dieciocho meses de edad.
Este hecho la convertía en una importante arma que él podía utilizar en el futuro, así que lord Vóldemort decidió permitir que la niña viviera, y vigilarla desde lejos.
Los mortífagos comenzaron a acosar a su familia, asegurándose de que educaban a la niña con los valores acordes al régimen que el Señor Tenebroso quería instaurar. En cuanto fue capaz de hablar, se la empezó a instruir en las artes oscuras, para que estuviese lista para su señor.
Y el día que la niña cumplió cuatro años, lord Vóldemort se dignó a visitarla. Aún no había decidido qué uso darle a aquella criatura, y quería evaluar su potencial mágico antes de proseguir con su formación.
Hasta ese momento, la familia de la niña había tenido su custodia, y a pesar de la presencia de los mortífagos, la habían cuidado y amado. Ella era el mayor tesoro de esa casa, y el último recuerdo de la hija que habían perdido. Y por eso, al quedarse frente a ese hombre de quien todos decían que era su padre, la niña se dejó llevar por su inocencia infantil.
–Papá ¿tú me quieres?
Él la miró, con sus ojos iluminados con un brillo rojizo, y su boca apretada en una fina línea. Entonces agitó su varita, como si fuese un látigo, y ella cayó al suelo, chillando de dolor, con la cara dolorida, cubierta de sangre.
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El Profeta, al igual que el Ministerio de Magia, había caído en manos de los mortífagos, quienes no dudaron en utilizarlo en su beneficio.
Esa mañana, la fotografía de la Dama ocupaba la primera plana, bajo el titular que indicaba que "El Ministerio impone orden en Hogwarts".
Tres páginas explicaban que, vista la dejadez con la que Dumbledore dirigía el colegio, y como represalia por la horrenda agresión cometida contra Dolores Umbridge, el Ministerio había decidido tomar cartas en el asunto y enviar a la Dama para imponer el orden. Hogwarts no podía negarse, puesto que la orden venía del propio Ministerio, y la desobediencia sería castigada.
En el Gran Comedor, todo el mundo comentaba la noticia. Incluso los alumnos de Slytherin parecían preocupados, y eso no auguraba nada bueno.
–¿De verdad pueden hacer algo así? –preguntó Hermione, por enésima vez.
–Es Quien-Tú-Sabes, puede hacer cualquier cosa –dijo Ron.
–Dumbledore no lo permitirá –Harry se mostró muy seguro, poniendo toda su fe en el director–. No dejará que ella ponga un pie en Hogwarts.
Sin embargo, en ese mismo momento, el director se levantó y alzó las manos, pidiendo silencio. Su cara estaba seria, y los otros profesores lucían idénticas expresiones.
–Todos habéis leído la noticia que anuncia El Profeta –su voz resonó por toda la sala–. Por desgracia, es un asunto que no podemos impedir –confesó, y los murmullos de los alumnos se alzaron, en señal de protesta–. Hogwarts está protegido por los más poderosos escudos, pero me temo que la... la Dama puede llegar a penetrarlos –a Harry no se le escapó su ligera vacilación, y apretó los puños, preocupado–. Pero os pido que no os asustéis. Muchos aurores y otros magos fieles a Hogwarts estarán presentes para protegeros. Intentaremos luchar contra ella y expulsarla, en caso de que no...
Sus palabras se vieron interrumpidas bruscamente por un sonoro chasquido que resonó por la amplia sala. El techo mágico que cubría el Gran Comedor parpadeó, perdiendo momentáneamente la imagen del cielo ligeramente nublado, como si fuese una televisión mal sintonizada.
Otro chasquido hizo vibrar las copas y los platos, y un golpe más potente hizo retumbar los muros de piedra y parpadear las velas y antorchas.
De la puerta situada detrás de la mesa de los profesores, un grupo de magos entró a la carrera, enarbolando sus varitas. Harry distinguió entre ellos a algunos miembros de la Orden del Fénix. A ellos se unieron los profesores, que se habían puesto en pie, con las varitas en la mano, dispuestos a luchar por la protección del castillo.
Un nuevo sonido, agudo y tembloroso como un quejido, inundó el Gran Comedor, haciendo que todos se estremecieran.
–Está entrando –susurró Snape, inclinándose sobre el oído del director. Este asintió, con la cara totalmente seria. Sus ojos ya no brillaban con la chispa burlona que era habitual el ellos, sino que se mostraban fríos y calculadores. Su varita emitió un leve brillo plateado, mientras el director levantaba en silencio el último escudo protector, destinado a proteger a los alumnos.
Un fuerte golpe estremeció súbitamente las puertas del comedor, amenazando con romperlas. Los alumnos de los primeros cursos gritaron de miedo, y muchos se levantaron de sus sitios, asustados. Harry empuñó su varita, y sintió cómo a su lado Ron se levantaba, con los puños apretados, pero la expresión decidida. Él también se preparaba para luchar.
Entonces, las puertas se abrieron de golpe, y la Dama entró.
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La cicatriz no se curó, y permaneció sobre su rostro, como recordatorio de lo que nunca debía nombrar: el amor.
Su ojo izquierdo había perdido la capacidad de ver, y ardía con un dolor punzante y profundo que parecía taladrarle el cerebro. Cuando el líquido rojizo que lo inundaba se aclaró, reveló una esfera grisácea, que contrastaba con su otro ojo, de color azul brillante.
Vóldemort fue implacable con su castigo. Torturó y asesinó a todos los miembros de su familia, por ablandarla con sus estúpidos e inservibles sentimientos, y apartó de la niña a cualquier ser humano que mostrase preocupación hacia ella. Sólo permitía que la visitasen tutores elegidos por él mismo, de forma esporádica, para enseñarle a leer, y darle los conocimientos básicos que una bruja debía saber.
Sin embargo, dejó con vida a la elfina Win, ya que la niña aún necesitaba que alguien se ocupase de sus necesidades básicas, y Vóldemort consideraba a los elfos domésticos criaturas inferiores a las que no merecía la pena observar.
La niña era precoz, y podía realizar sin problemas hechizos y encantamientos sin necesidad de usar una varita, así que Vóldemort decidió incrementar su conocimiento en las artes oscuras, y la asedió sin descanso. Y para que ella nunca pudiese revelarse contra él, utilizó el vínculo de sangre que les unía para controlarla y monitorizar todos sus movimientos.
Y la niña aprendió y se volvió más fuerte. A los cinco años, ya era capaz de hacer magia como una bruja adulta. A los ocho, dominó las maldiciones imperdonables. Tres meses después, asesinó a su primera víctima. Él le traía muggles que sus mortífagos capturaban y la obligaba a practicar con ellos.
Poco a poco, destruyó su inocencia, y la convirtió en un ser cruel, frío y despiadado que siempre obedecía y nunca se quejaba. Controlaba su mente, y dominaba hasta su más mínimo pensamiento, como si fuese una marioneta a la que manejaba a su voluntad.
Y ella cambió. Olvidó cómo reír, y cómo jugar. No tenía pensamientos ni deseos propios, y su voluntad estaba siempre sometida a la de su señor. Ya no podía recordar las voces de sus abuelos o los rostros de sus tíos. Y poco a poco, su brillante ojo azul se fue apagando, sumiéndose en la oscuridad.
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La Dama se detuvo un segundo en el marco de las puertas, para mirar a su alrededor con su ojo oscuro, pero prosiguió por su camino, andando muy tiesa, y mirando al frente. Los mortífagos que la acompañaban la siguieron, envalentonados.
Dumbledore se adelantó, apuntándola con su varita, al igual que el resto de los profesores y muchos de los alumnos. Los aurores y los miembros de la Orden se distribuyeron con rapidez entre las mesas, para escudar a los alumnos.
Una maldición voló hacia ella desde un lateral, pero la Dama levantó una mano, haciendo que el rayo de luz se difuminase en el aire. Sin embargo, ese fue sólo el principio del asalto.
Muchos otros magos la atacaron, con la esperanza de superar sus defensas, y el aire se llenó de rayos y chispas de todos los colores. Todos y cada uno de los atacantes intentaban herirla o incapacitarla de alguna manera.
Sin embargo, ninguna maldición, por poderosa que fuese, llegó a tocarla. Era como si un muro invisible la rodease, levantado tan sólo por su fuerza de voluntad.
El escudo también protegía a los que iban con ella, y creyéndose a salvo, uno de los mortífagos se adelantó, y apuntó directamente a Dumbledore.
–Avada Kedavra.
Se oyeron gritos por el comedor mientras el rayo verde surcaba el aire velozmente, directo al pecho de Dumbledore. Muchos quisieron adelantarse para proteger al director, pero entonces, el rayo se deshizo, como si estuviese hecho de polvo, sin reclamar a su víctima.
Antes de que nadie pudiese reaccionar, la varita del mortífago se volvió de color rojo brillante, como el hierro candente. Él la soltó, lanzando un alarido de dolor. Su mano estaba abrasada y humeaba.
Dumbledore miró a Snape, quien había acudido velozmente a su lado en un ademán protector, pero la cara del mortífago le reveló que no había sido él el responsable de ese hechizo.
Y entonces, todos los que estaban en el Gran Comedor se vieron obligados a bajar las varitas y a guardar silencio. Ninguno de sus esfuerzos les sirvió para escapar de aquella forzada inmovilidad.
Lo único que se oía era el lloriqueo del mortífago herido, arrodillado en el suelo. La Dama se puso a su lado, mirándole con desprecio.
–Creo recordar haber ordenado no atacar –su susurro, suave pero perfectamente audible, se parecía al de lord Vóldemort, y Harry no pudo evitar que se le pusiese la carne de gallina–. ¿Acaso te consideras especial para incumplir mis órdenes?
–No, mi señora.
–¿Crees estar por encima de mí para desobedecerme?
–No, mi señora. No volverá a ocurrir, mi señora –el mortífago se encogía sobre sí mismo, aterrado.
–Claro que no –aseguró ella. Chasqueó los dedos delante de la cara del mortífago, y él cayó inconsciente. Sin embargo, nada más tocar el suelo, comenzó a agitarse en silencio, dando grandes espasmos, y abriendo los ojos con terror.
–Por Merlín ¿qué le pasa? –susurró Parvatil, mirando aterrada al mortífago.
–Es la tortura imaginaria –respondió Hermione, apenas moviendo los labios–. Crees ver lo más horrible del mundo, pero sólo ocurre en tu mente.
–Pero ¿es real?
–¡Claro que lo es! ¡Mírale!
El mortífago parecía estar sufriendo lo indecible, como si estuviese siendo sometido a la maldición Cruciatus, pero la Dama le ignoró, y miró al frente, encarándose con su forzada audiencia.
–No he venido a conquistar Hogwarts, ni a masacrar a sus estudiantes –aunque hablaba en voz baja, todos oyeron su voz grave con claridad–. Mi señor siente un gran respeto por este colegio y por sus profesores. Considera que hay que hacer algunos cambios, pero eso no incluye el derramamiento de la sangre que es tan valiosa y escasa –miró a su alrededor, y fijó su vista en los miembros de la Orden, y en los aurores que les acompañaban–. Veo que no confía en mí, Dumbledore –añadió, como si estuviese decepcionada.
Agitando una mano, hizo que todos los magos que no eran profesores de Hogwarts desapareciesen sin dejar rastro. Tras ella, los mortífagos sonrieron con confianza, y se escuchó alguna risotada. Los profesores, en cambio, parecían preocupados, y Dumbledore, claramente furioso, luchaba por liberarse de su invisible atadura.
–No debéis temer, no han sufrido daño alguno. Les he enviado a Hosmeade, desde donde podrán volver a sus casas. A cambio, yo también ofrezco una muestra de confianza –volvió a agitar la mano, y todas las figuras enmascaradas que la acompañaban también desaparecieron, a excepción de tres–. Los hermanos Carrow se encargarán de impartir dos de las asignaturas de Hogwarts. Y ella es mi asistente –explicó.
En un sutil movimiento de sus dedos, devolvió la movilidad a los profesores, quienes se revolvieron enojados. Dumbledore la estaba taladrando con sus ojos azules, y su furia irradiaba de su cuerpo como la luz de una hoguera. Sin embargo, la Dama se mostró tranquila.
–Como ya he dicho, no he venido a pelear y tampoco pretendo dañar a los estudiantes, y esto seguirá siendo así mientras haya colaboración por parte del profesorado. Pero por el bien de todos, me gustaría tratar los temas que mi señor quiere solucionar en privado.
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Cuando los profesores, los mortífagos y la Dama salieron del Gran Comedor, los alumnos se vieron liberados del hechizo de inmovilidad y comenzaron a intercambiar impresiones.
–¿Has visto eso?
–¡No podía coger mi varita!
–¡Sólo chasqueó los dedos!
–¿Qué va a hacernos?
–Ni siquiera usó su varita.
–Los profesores no pudieron con ella.
En la mesa de Slytherin, aunque la mayoría de los alumnos podía presumir de pureza de sangre o conexión con los mortífagos, también se intercambiaban muestras de preocupación. A los alumnos mayores no les gustaba la facilidad con la que la Dama había expulsado a los mortífagos.
Draco Malfoy estaba más preocupado aún. Sabía que el misterioso asistente de la Dama era su madre, y no sabía muy bien cómo sentirse ¿Correría peligro la vida de Narcissa si algo salía mal? ¿Cómo podría protegerse de una señora que cambiaba de opinión de buenas a primeras, y podía hacerles desaparecer con un chasquido de dedos?
En la mesa de Griffindor, el ambiente estaba caldeado. Se comentaba el ataque sufrido por Dumbledore y lo cerca que había estado de morir. También se habían elevado muchas voces de enfado protestando por la presencia de los mortífagos y la expulsión de los aurores.
Los antiguos miembros del Ejército de Dumbledore se reunieron alrededor de Harry, como si él tuviese la solución al problema.
–¡Hay que hacer algo contra ella! –exclamó Colin, airado.
–¿El qué? –le espetó Seamus–. ¿Acaso no has visto lo que ha hecho? ¡Podría hacernos desaparecer! ¡O volvernos locos!
–Se me durmió la mano completamente, no era capaz de tocar mi varita –protestó Ginny.
–Yo la tenía en la mano, pero no pude pronunciar ningún hechizo –Lavender se abrazaba asustada.
Pero Harry no estaba escuchando realmente, sino que tenía la mirada puesta en las puertas rotas, con aire ausente. Lentamente, una extraña mueca cruzó su cara, como si hubiese caído en algo que le hacía gracia.
–Colega ¿en qué piensas? –le preguntó Ron, en medio de todo el alboroto, al ver su enigmática sonrisa.
–Con ella aquí, me gustaría saber cómo va a hacer Snape para seguir fingiendo que es leal a los dos bandos.
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En ese momento, Snape acompañaba al grupo de los profesores, avanzando lo más separado posible de la Dama, pero sin perderla de vista.
Era cierto que su situación era muy delicada, sobre todo, debido a la presencia de los Carrows. Los hermanos mortífagos no entendían de sutilezas, y Snape temía que lo echasen todo a perder obligándole a descubrir su tapadera.
En cuanto a la Dama... ella parecía muy segura de sí misma, incluso delante de Dumbledore. Incluso desde la retaguardia del grupo, estaba claro que el director luchaba por liberarse del hechizo controlador, pero ella seguía tiesa e inquebrantable, sin ceder un ápice.
¿Cómo se desarrollarían los siguientes minutos? ¿Y los siguientes días? ¿Sería capaz de jugar su papel sin equivocarse? Debía reconocerlo, estaba nervioso. Había demasiado en juego.
Cuando llegaron a la sala de los profesores, la Dama se sentó en una de las cabeceras de la mesa, mirando a Dumbledore de frente. Los demás se distribuyeron a su alrededor, en sus posiciones habituales, a excepción de Narcissa, quien se situó cerca de la pared, apartada de los demás, como si desease volverse invisible.
La Dama habló con su voz grave y calmada, explicando cuáles iban a ser los cambios que debían realizarse en Hogwarts. Por orden del Señor Tenebroso, todos y cada uno de ellos se centrarían en las artes oscuras. Amycus Carrow se encargaría de la asignatura de Defensa contra las Artes Oscuras, y su hermana Alecto impartiría Estudios Muggles.
Los profesores la fulminaban con la mirada, sin disimular su odio, pero no podían oponerse a sus órdenes. Ella seguía dominándoles con aquel extraño y exasperante hechizo que les impedía moverse.
Sin embargo, todos tenían muy claro que su prioridad era proteger a los alumnos, y harían cualquier cosa para mantenerles a salvo.
Dumbledore tampoco pudo hacer nada contra ella, pero la estudiaba atentamente, buscando cualquier signo de debilidad que le permitiese atacarla.
Al fin y al cabo, la Dama no dejaba de ser humana, y por poderosa que fuera, no podría mantener el control eternamente.
