Las Mujeres de Negro y los cambios que trajeron a mi vida.
Mi padre me dijo ayer que el día que fui traída hasta su puerta por mi madre biológica, la muerte y la vida danzaron misteriosamente por todas partes. Los accidentes más extraños ocurrieron al mismo tiempo que los nacimientos más milagrosos se llevaron a cabo, los últimos suspiros se escaparon y las primeras risas se escucharon, de las zonas más extrañas florecieron preciosísimas rosas negras a la par que las plantas se marchitaban incluso si hace unos segundos estaban más vivas que nunca, el viento llevaba consigo cantos de alegría y los llantos del dolor. Como si mi sola llegada a su vida significase una especie de dualidad continua que jamás lo abandonaría y que infectaría a cualquiera que se atreviese a tan siquiera respirar muy cerca de mí. Mi padre me dijo ayer que, ahora que finalmente se detenía a pensarlo de forma objetiva, realmente habían existido varias cosas extrañas con respecto a cómo conoció a mi madre, las suficientes como para que él hubiese sido estúpido por jamás haberlo notado antes. Las suficientes como para incluso hubiera sido lo más acertado e inteligente haberse esperado a esa gente tan extraña llamando a nuestra puerta de momento a otro.
Vamos a ver, que me estoy adelantando y seguramente no te estás enterando de nada. No te preocupes, colega, yo tampoco lo entendía todo al inicio. Deberías estar muy agradecido conmigo, te estoy dando muchísimo más contexto del que me dieron a mí... suertudo.
Mira, colega, yo no quería ser una semidiosa, ni siquiera sabía nada de mitología hace un par de días, te lo digo en serio, todo lo que sabía de los mitos griegos es que había un tal Zeus, una tal Afrodita y poco más que eso, y lo de Zeus me lo sé porque un amigo mío había llamado así a su perro. Pero la vida da muchas vueltas, y ahora, por algún motivo, tengo el peso de una profecía —sí, una profecía, tócate las narices— sobre mis pobres hombros.
Vale, perdona, lo sé, lo sé, sigo adelantándome. Deja que me presente, soy Anna Summers y soy el producto de los celos y las malas decisiones de una mujer casada amargada que llevaba demasiados chupitos encima, mira tú que gracia.
¿Sabías que está demostrado que las mujeres solteras son más felices que las casadas? Yo te lo dejo ahí, colega, como dato interesante para cada vez que veas a tu pobre madre suspirando con demasiada pesadez.
Verás, aparentemente todas mis desgracias, a diferencia de lo que yo había pensado, comenzaron exactamente cuando—
¿Eh? ¿Cómo dices? ¿Quieres saber dónde está Elsa?
¿Quién narices es Elsa? ¿A mí que me estás contando? Eso de que yo acabo de llegar no lo has entendido ¿o qué? Mira, deja que te siga contando mi historia y cuando me entere algo de esa tal Elsa, te lo comento de inmediato ¿vale? Venga, sigamos.
Como iba diciendo antes de que me atacaras con tus impacientes preguntas que no vienen al caso, todos mis problemas empezaron exactamente un 28 de enero de hace varios años atrás, ahora mismo esa fecha para ti seguramente no significa nada realmente especial, tampoco significaba nada para mí, pero ayer descubrí que se trataba de un cumpleaños. El cumpleaños de Nico di Angelo, para ser exactos, el cumpleaños de mi hermanastro.
Señoras, señores y preciada gente no binaria, mi madre es la buena de Perséfone, diosa de la primavera, hija de Deméter y Zeus, esposa de Hades y reina del Inframundo. Lo sé, yo también lo flipe bastante cuando me enteré de esto, yo, que hace unos días era completamente normal y corriente, en verdad soy mitad divina porque a mi madre los celos la estaban matando ¡Yupi!
Te estarás preguntando: ¿Anna, por qué Perséfone se liaría con un simple mortal cuando está —más o menos— felizmente casada con Hades?
Pues mira, colega, la historia es un poquito larga, ¿qué tal si mejor te comento qué fue lo que me pasó ayer?
Bueno, para empezar, ayer explotó el Empire State, para ser aún más exactos, las tuberías del Empire State reventaron como no te puedes ni imaginar. Fue una locura, todo el mundo corría desesperado, el edificio entero tembló por minutos como si estuviera ocurriendo un terremoto, la policía y los bomberos llegaron antes de que cualquier persona pudiera parpadear más de dos veces, los reportajes de todas las cadenas de televisión ya estaban debatiendo qué era lo que había pasado, el país entero estaba teniendo horribles flashbacks con respecto a lo ocurrido 11 de Septiembre. Cancelaron por completo las clases de mi curso de verano, esperaron a que nuestros padres nos recogieran porque sabían perfectamente en que lio se meterían si nos dejaban irnos por nuestra cuenta con todo lo que estaba ocurriendo en ese momento. Papá llegó para llevarme a casa en un tiempo récord, también habían dejado que los trabajadores se fueran a sus casas para estar con sus familias, muchos de esos señoros capitalistas lo hicieron a regañadientes pero la cosa es que lo hicieron. Cuando finalmente estuvimos en casa me quedé por horas y horas abrazada a mi padre bajo una mantita, viendo las noticias, rezando para que no estuviera ocurriendo nada realmente horrible y que todo fuera un fallo del sistema y no aquello que todo el mundo tenía en mente.
Cuando terminamos de comer un rápido almuerzo porque ya no podíamos seguir ignorando el hambre que ambos veníamos arrastrando, alguien llamó a nuestra puerta.
Había sido un tonto pensamiento, demasiado egocéntrico y paranoico, pero realmente ambos pensábamos que la siguiente tragedia nos ocurriría a nosotros. Una falsa correlación, básicamente. Como cuando en las películas del terror un personaje escucha las noticias de un asesino y desde entonces sabes que él será la siguiente víctima. Algo bastante similar a eso.
Yo me levanté de golpe y me aferré al brazo de mi padre, sin decirle nada porque ninguno de los dos querían admitir ese terrible temor que teníamos agobiando nuestros corazones. Él abre la puerta dudando de cada una de sus acciones y decisiones, y, felizmente, nada explota, pero sí que pegamos un respingo y mi padre me colocó detrás de él por inercia.
En ese momento, como nunca antes en toda mi vida, deseo ser como esas familias americanas muy americanas, porque no me hubiera molestado en lo absoluto que papá hubiera tenido una cantidad espantosa de armas de fuego con las que pudiera cargarse a esas señoras que estaban delante de nosotros, vestidas tipo Hombres de Negro, incluso estaba esperando que levantaran la cosa esa para borrarnos la memoria —ya lo siento por no saber el nombre exacto, mi cultura pop se basa en cotilleo de celebridades, Vines, TikToks y memes—. Ellas no se inmutaron por nuestra actitud defensiva de atacar o salir por la ventana si hacia falta —honestamente, no haríamos algo tan épico, nos hubiéramos encerrado en el baño y hubiéramos rezado para que sencillamente nos dejaran en paz. En una película de terror, mi padre y yo somos los que mueren en la escena de inicio—, las mujeres tan raras se limitaron a observar fijamente a mi padre con una mirada que, a pesar de las gafas de sol que llevaban, pudimos interpretar perfectamente con asesina. También nos muestran una mueca de disgusto, pero eso solo por unos solos segundos.
—Agnarr Summers —la mujer trajeada que va en el medio saluda a mi padre arrastrando todas y cada una de las silabas, pronunciando demasiados las erres de su nombre. Puedo notar como él tiembla, pero me concentro más en como esa señora parece aburrida por nuestra presencia, y las otras dos ya ni se molestan en ocultar su asco—. Lilith exige ver a su hija.
Papá pega un respingo que casi me tumba si no fuera porque yo también me alejé a cusa del espanto. Sabía quien era Lilith, papá me lo había contado miles de veces. Una mujer de larga melena naranja que, por las luces de aquel café nocturno en el que se conocieron, parecía ser un rojo llameante, su piel era pálida y estaba cubierta por pecas, sus ojos morados brillaban a través de absolutamente todo a pesar del maquillaje negro que enmarcaba todo su rostro. Lilith y mi padre se habían conocido hace catorce años, salieron durante unos pocos meses, jamás fue algo oficial ni exclusivo, papá siempre asumió que ella se veía con otra gente a pesar de que él solo podía pensar en ella, esa era su manera de explicar por qué jamás intentaron establecer nada oficial ni exclusivo. Un día ella dejó de responder, otro día aparecí yo en la puerta de papá, y él, por lo mucho que mi rostro le recordaba al de ella, siempre asumió que Lilith me había abandonado con él porque era mi padre o porque era el único de sus pretendientes que parecía lo suficientemente responsable para cuidar de mí.
No puedo evitar sorprenderme cuando veo a papá enfurecerse como nunca antes. Papá es un hombre terriblemente calmado, siempre está sonriendo y respirando profundamente para evitar enfrentamientos, la única vez que lo he visto enojándose, mucho menos que ahora mismo, había sido cuando una señora que susurró algo sobre mi falta de madre en mi primer día de secundaria.
—No sé qué es lo que quiere con mi hija después de tantos años —gruñe con tal firmeza que parece una persona completamente diferente—. Pero no tiene autoridad alguna para exigir nada.
Las mujeres ruedan los ojos y/o bufan con molestia.
—Bueno —suelta una de ellas, la que iba a la derecha, moviendo sus hombros para hacerlos tronar. No suenan de manera normal, sino como ramas secas siendo destrozadas por una trituradora—, de todas formas queríamos hacerlo por las malas.
Y antes de que mi padre dijera nada más, las tres alzaron una mano cada una y chasquearon al unísono sus huesudos dedos.
De momento a otro, empezamos a caer en completamente oscuridad. O tal vez era yo la única que no veía nada, porque en unos segundos pude sentir como mi padre me rodeaba con sus brazos y parecía completamente preparado para amortiguar mi caída con su propio cuerpo. Yo, como lo hubieras hecho tú también, colega, no pude parar de llorar y temblar en ningún momento, porque la caída era larga de narices y eso significaba mucho dolor cuando todo terminara. Pero papá siguió allí, intentando tranquilizarme, acariciándome el cabello e intentando no gritar con todas sus fuerzas.
No hubo impacto alguno, sencillamente de momento a otro estábamos recostados en el suelo. El pánico se me fue casi de inmediato, pero cuando me senté y vi todo lo que me rodeaba, aquel horrible sentimiento me volvió de golpe multiplicado por mil.
Estábamos en el infierno, no había ninguna otra respuesta lógica a lo que veíamos.
Era una especie de palacio magníficamente terrorífico, completamente negro con una iluminación propia de una casa de terror de una feria. Todo tenía un olor a quemado y azufre que hacía que mis ojos ardieran —sí, esa es la explicación de por qué lloraba, nada más que el horrible olor—, el frío, a pesar de todas las fogatas que veía aquí y allá, era tan extremo que no podía dejar de temblar —el miedo no tenía nada que ver, era solamente el frío—, detrás seguían las mujeres trajeadas, que cruzaban los brazos y nos miraban desde arriba con desprecio, como esperando la oportunidad perfecta para escupirnos encima o barrernos lejos como si fuéramos solo basura maloliente. Delante había algo completamente diferente. Cinco personas que me pusieron pálida del miedo de inmediato.
Los más cercanos y los menos terroríficos eran una mujer y un hombre casi de la misma altura, pero el hombre la superaba por pocos centímetros. Aquel sujeto tenía una mata de pelo tan oscura como aquel palacio, no llegaba maquillaje alguno, pero por la terribles ojeras que enmarcaban sus ojos cualquiera podría confundirse. Su piel era pálida al nivel de casi ser traslúcida, con una pinta de que estaba constantemente enfermo, analizando sus pintas de muerto viviente me di cuenta que le llevaba pocos centímetros no porque ella fuera muy alta o él muy bajo, sino porque estaba encorvado lo suficiente como para arrebatarse mucha altura. Llevaba puesta una chaqueta de aviador negra, unas botas enormes del mismo color y el pantalón holgado y su camisa creo que ya te imaginas de que color eran. La mujer de su lado tenía un poco más de color con ella, sus ojos relucían como dos círculos de oro puro, su melena afro tan extensa estaba atada con una pañoleta morada que iba a juego con la toga tipo emperador romano que cubría el resto de su conjunto al punto de que no dejaba que se viera, se veía más joven y, sobre todo, más interesada por nuestro bienestar.
El problema eran los tres sujetos que se encontraban justo detrás de ellos. Anormalmente altos, y con aura que sencillamente me confirmaba la idea de que este era el infierno.
El único hombre parecía una sombra demasiado real como para que no fuese digna de una pesadilla o del peor de los avernos. Su cabello corto tan solo se diferenciaba de la completa oscuridad de aquella estancia por las pocas canas que tenía, su espesa barba estaba perfectamente cortada y peinada, cada vello en su sitio indicado, pero no ayudaba en lo absoluto a que no pareciese un ente hecho de sombras, mucho menos ayudaban esos ojos profundos que parecían únicamente negros y ladrones de cualquier vestigio de luz, no podías encontrar nada más que negro, ni tan solo un brillo o la parte normalmente blanca de un ojo cualquiera. Su piel también era negra, pero se veía enfermiza, como si también su cuerpo tuviera el equivalente de canas para la piel. Temblando, me di cuenta que lo único que daba color a su traje era aquellas sombras grises que parecían rostros que gritaban con todas sus fuerzas, intentando escapar de aquella prisión que daba forma al traje elegante que cubría aquel cuerpo de oscuridad absoluta.
Las otras dos figuras, dos mujeres enormes, están más juntas que ninguno de los demás. A una de ellas no le puedo ver absolutamente nada más que el enorme velo negro que la cubre por completo, como una lluvia oscura que solo es capaz, o solo quiere, atormentarla a ella, está levemente encorvada, no se le diferencian los brazos porque parecen ocultos tras ese gigantesco velo, como si llevara una manta enorme encima por el frío. La otra mujer me causa un respingo y provoca que mi corazón se detenga por unos segundos.
Cabello naranja que por la poca iluminación parecía una cascada de llamas rojas, maquillaje negro, piel pálida repleta de pecas y unos ojos morados que, por la forma en la que veo que papá se queda completamente enmudecido e hipnotizado, sé que indican que esa mujer es exactamente quien creo que es.
Es papá quien lo dice por mí. —Lilith... —susurra con ese tono que demuestra lo destrozado que tiene el corazón a pesar de que ha pasado años intentando conseguir un nuevo amor.
El hombre enorme alza una ceja hacia quien se supone que es mi madre, ella nos mira con una pena que nos deja en ridículo... o al menos a mí me hace sentir así.
Ella empieza a caminar hacia nosotros, disminuyendo su tamaño a uno normal a cada paso que daba. Papá se levanta torpemente y no se me ocurre otra cosa que imitarle de la mejor forma posible, pero, a diferencia de él, no soy capaz de seguir mirándola fijamente. Cuando ella está a tan solo dos pasos de mi padre puedo ver como su mano vacila unos segundos, como si se hubiera planteado levantarla para acariciar su rostro pero se hubiera arrepentido de inmediato.
Ella aprieta con fuerza sus labios antes de hablar. —No, Agnarr, lo siento, ese no es mi nombre verdadero... te mentí sobre demasiadas cosas por tu propio bien.
Veo como mi padre abre y cierra la boca, pero termina desviando la mirada lejos de nosotras dos, está a punto de romperse a llorar.
—¿Lilith? —repite el sujeto de la aviadora negra, ladeando la cabeza y usando un tono algo juguetón—. ¿Cómo la de la mitología judía?
—Un nombre mucho menos llamativo que Perséfone —lo dice con toda la calma del mundo, intentando ignorar deliberadamente las caras de sorpresa y confusión que mi padre y yo teníamos en ese momento. Vale, yo no sabía mucho de mitología, pero tarde o temprano terminabas escuchando ese nombre de la misma forma que escuchar cualquier otro de los demás nombres. No tenía ni idea de quién era exactamente Perséfone en los mitos, no sabía por qué la conocían, solo sabía que era la esposa del dios del inframundo, de Hades.
Del hombre que parece estar hecho de sombras.
Su suspiro pesado vuelve a llamar mi atención, sus ojos morados sobre mi cuerpo hacen que tiemble de pieza a cabeza. —He estado intentando mantenerte lejos de todo esto desde que naciste, Anna, he visto lo que las misiones le hacen a los semidioses, he visto a tantos niños terminando tan pronto aquí por culpa de esas profecías... si yo pudiera, Anna, si estuviera esto bajo mi control no dejaría—
—Perséfone —el hombre de sombras, Hades, la interrumpe—, lo último que necesitan son falsas esperanzas. La profecía solo habla de ella, jamás había escuchado algo tan directo y claro.
Interrumpo a tiempo porque esos dos parecían estar a punto de ponerse a pelear allí mismo delante de todos nosotros. —Esperen, esperen, ¿qué? ¿de qué estáis hablando? ¿misiones? ¿profecías? No estoy entendiendo nada.
La mujer del velo negro se voltea lentamente hacia a mí, como si fuera una maquinaria carcomida por los siglos, puedo ver algo de ella, unos ojos brillantes que me hacen sentirme mucho más pequeña de lo que soy. —El Olimpo caerá, pequeña semidiosa, los cimientos se derrumban por culpa de uno de mis campeones, ha perdido el rumbo correcto y ahora mismo todo lo que puede detenerlo eres tú.
Parpadeo lentamente mientras siento como mi padre camina hacia mí para sujetarme los hombros, seguramente me he puesto más blanca que una hoja de papel y se me notan las piernas de gelatina.
Cualquier otra persona, una más épica y seria, exigiría más explicaciones, tal vez alguien más idiota se lanzaría de cabeza a la locura de esta situación. Yo me descojono de los nervios.
Entre risas esto es todo lo que puedo decir. —Ay, que ilusión, justamente ayer le pedí a una estrella que pusiera el peso del mundo en mis hombros. Hombre que ilusión —todas las miradas están sobre mí y todo lo que logro es cerrar con fuerza la boca por unos segundos, no porque crea que lo mejor es quedarme callada, sino porque siento que voy a potar en ese preciso momento—. Esto... esto es coña, ¿verdad? Ósea... ¿es un teatro muy bien armado o algo así no? Porque... porque hay que estar majara como para que creerse de momento a otro que mi madre, la que me abandonó en una puerta cuando era solo una bebé, en verdad no ha estado en mi vida porque es Perséfone —hago manos de jazz cuando digo su nombre, no puedo evitarlo, soy una chica de teatro y musicales—, una diosa inmortal que se preocupa muchísimo por mí... no estuvo en mi vida jamás, pude haberme muerto mientras esperaba en esa puerta en la que me dejó porque sí, jamás me acompañó en mis momentos más importantes, ha estado viviendo tan tranquilamente aquí mientras yo lloraba en los baños de la escuela durante el día de la Madre ¡PORQUE NO ESTABA CONMIGO! —me detengo de golpe para limpiarme las lágrimas con rabia, ignoro las miradas incómodas y angustiadas sobre mí, preguntándome porque estaba soltando toda esa rabia que no sabía yo que tenía tan acumulada. Me había jurado a mí misma, y a mi padre, que no me sentía tan mal por saber que mi madre me había abandonado... parece que estaba terriblemente equivocada—. Pero, oye, se preocupaba muchísimo por mí —no puedo evitar retarla, mirarla fijamente por largos segundos, obligándola a decir algo... pero solo hay silencio de su parte—. Pues eso, que se fue, pero no se fue en verdad, y de todo esto me estoy enterando porque, de paso, el mundo entero se está cayendo en pedacitos por culpa de yo qué sé que tipejo y, por algún motivo que no os preocupáis en explicarme, la que tiene que solucionar todo eso... soy yo.
La veo jugueteando con sus manos, jugueteando con una anillo negro con un gran diamante rosa con forma de flor en el centro —supongo yo que es su anillo de casada—, en cuanto noto eso no puedo evitar preguntarme si ese comportamiento es propio de una divinidad.
—Si me hubiera acercado a ti, si hubiera decidido estar en tu vida... Anna, todo el mundo hubiera descubierto de tu existencia. El Olimpo hubiera cuestionado tu derecho a vivir, los monstruos del Inframundo jamás te hubieran dejado en paz... y... y hubieras tenido que pasar por muchísimos más problemas —noto que cuando dice esto último voltea levemente a mirar a su marido—. Después de todo, este panteón siempre ha entendido de forma diferente la infidelidad de las mujeres a la infidelidad de los hombres.
—Perséfone —la llama Hades con rabia—. Han pasado siglos desde la última vez que...
—Pero aquí siguen esos dos —lo interrumpe con rabia, dándome la espalda, dejándome entender perfectamente todo lo que ocurre. Yo no nací porque mis padres se amaban o se deseaban demasiado como para ser cuidadosos, yo nací porque Perséfone estaba celosa y quería la atención de su marido a cualquier coste—. Celebran aquí sus cumpleaños, se pasean por nuestro palacio, los presumes a ellos antes que a cualquiera de nuestros hijos, ¡le ofreciste un palacio aquí mismo a su madre! —señala al sujeto de aviadora negra—. ¡Oh! ¿¡pero cómo me atreví yo a fijarme en Adonis!?
—¡Perséfone! —vuelve a reclamarle, parece que quiere avanzar hacia ella, pero se queda en su sitio, creo que puede notar que la mujer del velo está completamente centrada en él y sus acciones.
—¿¡Cómo me atreví yo a interesarme en aquella poetisa argentina!?
—¡Basta!
—¿¡Cómo me atreví yo a correr a los brazos de un hombre que me trataba como tú me tratabas hace tantos eones!?
El suelo tiembla con una brusquedad espantosa. —¡SUFICIENTE! —brama la mujer del velo, aunque parece que no se mueve ni un milímetro—. Vuestros problemas maritales ahora mismo son el tema menos importante. La cuestión es que el Olimpo está en peligro —gira bruscamente hacia mí—, y tú eras la única solución para ello —deja de mirarme casi de inmediato para ahora centrarse en el sujeto de la aviadora negra—. Nico, ¿podrías mostrarle la profecía?
Aquel tal Nico asiente con lentitud, de su chaqueta saca una caja gris, que solo comprendo que es una grabadora antigua gracias a lo que he visto en series de Netflix. La levanta solo un poco hacia mí, por un momento creo que me la ofrece, pero solo aprieta un botón para que empiece a sonar la grabación.
La rabia del mar el poder absoluto obtendrá
Los vientos del norte su camino marcarán.
Hija nueva del Inframundo, princesa de la muerte,
la magia del sol te habrá de guiar.
Toma pronto una decisión entre el bien y el mal
Detén a la máxima amenaza con la muerte yendo a tu son
Porque la lava sube sin parar
Y los inocentes ya no pueden esperar.
Aprieto con fuerza los labios y tiemblo mientras ese tal Nico apaga el aparato y lo vuelve a guardar. Quiero salir corriendo, pero no tengo ni idea de dónde estoy, mucho menos sé cómo escapar, además que, si todo esto en verdad es cierto, pues supuestamente estoy en el Inframundo, no me interesa registrar el Inframundo hasta descubrir cómo volver a casa... además que papá seguramente insistiría en quedarnos para terminar de enterarnos bien qué es lo que está ocurriendo. Un suspiro pesado se escapa de los labios de alguien y, antes de que me de cuenta, la mujer de la toga morada se me ha acercado para colocar una mano sobre mi hombro.
—Sé que todo esto da mucho miedo, he estado justo donde tú estás ahora... me encantaría decirte que hay una elección, que tienes la posibilidad de negarte y volver a casa como si nada hubiera ocurrido —vuelve a suspirar pesadamente, dejándome ver con una sola mirada que aquella mujer sencillamente llevaba demasiado peso sobre sus hombros, el peso de una vida llena de horribles pérdidas—. Pero eres tú la única de la que la profecía puede hablar, no hay mucho tiempo y tienes que empezar tu camino lo antes posible.
Con pánico, me alejo de su tacto.
—Incluso si todo esto me parecía correcto, incluso si quisiera ayudar... no tengo ni idea de cómo hacerlo, no tengo ni idea de cómo se supone que tengo que detener a "la rabia del mar" ni a "los vientos del norte". Sencillamente no entiendo nada.
Ese tal Nico tan solo sonríe de tal forma que no sé si me tiene pena o si es que se está burlando de mí, tal vez ambas de alguna forma muy extraña. —Eso es algo que lo dice la misma profecía —me dice avanzando hacia mí lentamente, con las manos en los bolsillos. Pero cuando finalmente está a mi lado también coloca su mano, la cual es fría, huesuda y blanca como la nieve, en mi hombro—. La magia del sol te habrá de guiar.
—Tampoco entiendo qué significa eso —respondo con obviedad, dándome cuenta tarde de su sonrisa juguetona y de que también estaba sujetando a mi padre.
—Tranquila —hay algo de malicia en su sonrisa—, ya lo entenderás.
No me preguntes qué fue exactamente lo que hizo ese sujeto, todavía no lo entiendo. Solo puedo decirte que absolutamente todo se puso negro.
.
.
.
Lo sé, lo sé, me he tomado mi tiempo para traeros esto, he estado con un millón de cosas, pero la cosa es que We're back, baby...
Aunque no del todo, no puedo prometer tener un horario tan ideal como el de la parte anterior, pero voy a hacer todo lo posible para que al menos tengáis un capítulo por semana.
A ver, comentemos cosillas entonces. Primeramente, no tengo planeado, esto puede cambiar, que haya tantos misterios por resolver, creo que la profecía es algo evidente y como mucho habrá solo un personaje que os sorprenda, pero creo que sois capaces de imaginaros qué es lo que va a ocurrir con todo el tema de lo que dice la profecía.
Había pensado en describir a los dioses como sus actores de la serie de Percy Jackson que va a salir, pero no me pude contener de hacer a Hades un señor de sombras y hacer que Perséfone básicamente sea bastante similar a las ilustraciones que se suelen hacer de Lilith.
Ahora, mi niña bella hermosa y maravillosa: Anna.
Voy a finalmente aprovechar para centrarme todo lo posible en mi niña bonita, la he hecho pasar por cosas horribles en mis otros fanfics y finalmente es su momento de brillar. Porque de verdad siento que Anna va a ser la única en toda la saga que tenga las cosas más o menos claras con respecto a cómo se siente con relación del Olimpo, Anna va a hacer preguntas importantes, va a hacer que la escuchen y va a tener a uno que otro babeando por ella porque mi niña se merece todo el amor del mundo.
Dioses, como la quiero.
Rapunzel, mi otra linda niña... bueno, digamos que se me va a ir un poco la mano con ella y sus traumas.
Ya os imagináis que de Elsa no podréis ver mucho, es lo que hay con narraciones en primera persona.
Luego está Hiccup... oh, tenéis ni idea de todo lo que pienso hacer con Hiccup.
