Confirmamos entonces que los hombres no sirven, mucho menos los divinos.
Siento que me miran mal mientras me abrazo a Rapunzel y recuesto la cabeza contra su hombro, incluso aprovecho que ella roza el dorso de mi mano con su meñique para aventurarme y entrelazar mis dedos con los suyos, aferrándome a lo bien que se siente cada parte de ella, le he robado a alguien el asiento y realmente en esta lastimosa sala de reuniones ninguno parece contento de que todo lo que me interese es estar aferrada a la única persona en la que realmente confío, sobre todo porque Rapunzel no es una jefa de cabaña y no debería estar aquí, pero como todo el mundo sabe que será ella quien irá a la misión conmigo y el verdadero jefe de la cabaña de Apolo sigue fuera de combate, han tenido aceptar que ella tome su asiento en la mesa de ping pong, pero siguen ofendidos por ello. Siéndote completamente honesta, realmente no me importa nada, tengo el cuerpo hecho polvo, me arden los ojos y sigo con ganas de vomitar porque, maldita sea, casi mato a alguien. Tengo trece malditos años, dadme un respiro.
—Quiero que todos los campistas que no sean jefes de cabaña sean enviados al Campamento Júpiter —masculla el señor D, tumbado penosamente contra la mesa, sujetando con fuerza la mano de la mujer que había llegado con él y que estaba sentada a su lado—. No sé qué has estado haciendo hasta ahora —gruñe, mirándome fijamente, yo ni siquiera tengo ganas de responder—, pero espero que estés preparada para lo que se te viene encima, niña.
No puedo evitar asombrarme cuando es esa mujer la que habla por mí.
—Querido... es solo una niña, ¿mandaréis a una niña a pelear a alguien capaz de encerrar al padre de todos?
La expresión adolorida que le dedica el señor D a esa mujer es incluso más sorprendente. —Ariadna, amor mío... no sé qué otra alternativa tenemos para salvar al Olimpo. La profecía habla de ella y solo de ella.
—Y no podemos esperar más —se entromete Eugene, que ahora me entero que es el jefe de la cabaña de Hermes, cruzándose de brazos y mirando con rabia a todo el mundo—. Hiccup Haddock está mandando espíritus de la tormenta en nuestra contra, monstruos que no pueden ser derrotados, nuestra única esperanza casi se muere, ¿qué haremos cuando envíe a una docena o a todo un ejercito de esos cabrones?
—Eso no era un espíritu de la tormenta —niega una chica de cabello castaño y ojos caramelos—. Eso era un Boréadas, las alas, que hablara de su familia del norte, el control sobre los vientos y el control de rayos ahora que supuestamente Zeus está capturado... ese era o Zetes o Calais, uno de los hijos de Bóreas.
—¿Y por qué estarían ellos aquí? —cuestiona Astrid, escéptica—. ¿Por qué, luego de años de que no se supiera nada de ellos, aparecería solo uno para atacarnos?
Una chica rubia asiente ante las palabras de Astrid. —Hemos contactado con nuestros hermanos, los hijos de Venus, del Campamento Júpiter, nadie los ha atacado a ellos, ¿por qué solo uno de los mellizos saldría a atacar?
La misma chica castaña les responde con obviedad. —La hija de Quíone, sobrina de Zetes y Calais, está muerta, está muerta por culpa de una misión encomendada por el Olimpo, todos ellos se habían unido a Gea en contra del Olimpo, ¿os parece tan raro que quieran vengar a Elsa?
Escucho a Eugene bufar. —¿Realmente hay algo que vengar?
Heather se voltea bruscamente hacia él. —¿Qué narices significa eso?
—¿Snow realmente ha muerto?
Incluso yo me enderezo ante esa estúpida pregunta, sobre todo porque sé que Rapunzel va a querer dedicarle una que otra cosilla a ese idiota. —¿Tú eres imbécil? —gruñe en su contra mientras yo me aguanto las risas.
—¡Empezó a nevar! Viene alguien de su familia a reclamarnos por su muerte y Haddock es quien supuestamente está detrás de todo esto, ¿es que no lo veis? —cuestiona furioso, dando una mirada indignada a todos nosotros—. ¿Me vais a decir que todos estamos viendo a la familia de Snow y a su queridísimo novio psicópata intentando matarnos a todos y ninguno se cree que ella está detrás de todo esto?
—Si Elsa te quisiera muerto hace años lo hubiera hecho, Fitzherbert —gruñe Astrid, inclinándose en la mesa hacia él.
—No, de eso nada —niega Mulán—, no nos quieras mentir a la cara, Hofferson, todos aquí sabemos que la única razón por la que Elsa no iba por allí dando palizas es porque sabía que no podía tocar a nadie a menos que quisiera al Olimpo mandándole de una patada al Tártaro. Esa chica tenía la habilidad suficiente, solo no la usaba para no meterse en problemas.
Aquel sujeto enorme de cabello negro de la primera reunión suelta una carcajada. —Snow era una debilucha.
—Snow elegía no pelear, Gastón —insiste Mulán—. Por eso tú y tus imbéciles podían darle palizas cuando quisierais.
—Y algo que saliera mal en la misión —Eugene vuelve a tomar el control de la discusión—, algo que la rompiera por completo, algo que hiciera que toda esa rabia acumulada explotara... algo así haría que lo mandara todo al demonio y decidiera unirse a su familia, y todos sabemos que Haddock hubiera aceptado con gusto.
Veo como Rapunzel rueda los ojos. —¿Y por qué fingir su muerte?
—Para que gente como tú, niñata, no la culpéis a ella.
Realmente no tengo muchas ganas, pero sostengo con fuerza la mano de Rapunzel para que no salte contra ese idiota.
—Elsa Snow está muerta —la cruel voz del señor D hace todos nos callemos—. Elsa Snow fue asesinada. Dejad vuestras estúpidas teorías.
La chica castaña se inclina. —¿Y quién la...?
—Hiccup Haddock está en búsqueda del Taurofidio, la criatura que, a quien la sacrifique, le otorgará el poder necesario para destruir a los dioses. Y lamento comentaros que está peligrosamente cerca.
... ¿qué?
Me levanto sin pensarlo. —¿Me estás jodiendo? —pregunto en voz baja.
—Anna —me llama Rapunzel angustiada.
El señor D frunce el ceño. —¿Perdona?
—¿¡Me estás jodiendo!? —ahora chillo, dándole un puñetazo a la mesa—. ¿¡Es que sois imbéciles!? ¿¡Por qué carajos tenéis un maldito bicho que cuando lo matas te da el poder para derrocaros!? ¡No me jodas! ¿¡De verdad os habéis puesto un puñetero botón de autodestrucción!?
—¡No es como si el Olimpo lo hubiera creado! —me responde Mulán.
—¿¡Y quién lo hizo!?
—¡Simplemente nació!
—¿¡Qué demonios significa eso de que simplemente nació!? —cuestiono tirando de mi cabello hacia atrás—. ¿¡Y por qué no han matado ya a esa cosa para que otro loco que quiera matarlos lo haga!?
—¡Porque revive! —la obviedad con la que la chica castaña me responde me indigna mucho más.
—¿¡Cada cuanto!?
El silencio toma el lugar.
—Cada mil años —me responde en voz baja.
Tomo una de la tazas de té que nos habían ofrecido, tiró el té al suelo para no quemar a nadie y arrojó el recipiente hacia el señor D.
—¿¡ME ESTÁIS PUTO VACILANDO!? ¿¡POR QUÉ NO MATASTÉIS A ESA COSA YA!? ¡TENÉIS CADA DOS SEGUNDOS A CUALQUIER LOCO INTENTANDO MATAROS! ¿¡CÓMO NO SE OS OCURRIÓ DESHACEROS DE VUESTRA ÚNICA DEBILIDAD!
—¡Incluso sin el Taurofidio de por medio Hiccup Haddock es una seria amenaza! —me responde el señor D, levantándose bruscamente de su asiento y mostrándonos a todos como sus morados ojos brillaban con rabia.
—¡Pero sería mucho más manejable sin el maldito tauro-yo-qué-sé a su alcance! ¡Soy yo la que me tengo que encargar de esto! ¡Soy yo la que tengo que llevar a cabo esta batalla! ¡Soy yo a quién estáis sacrificando porque ninguno de vosotros ha podido hacer ni una sola cosa bien! ¡NADA DE ESTO ESTARÍA OCURRIENDO SI ZEUS NO HUBIERA MATADO A ELSA SNOW!
La furia del señor D desaparece en ese momento, se queda tan estupefacto que incluso cae bruscamente de regreso a su asiento. Es recién ahora que me doy cuenta que estoy llorando y temblando, es recién ahora que me doy cuenta que todo el mundo me observa espantado.
La voz destrozada de Rapunzel suena a mi lado. —A... Anna... ¿cómo... cómo sabes eso?
No la miro porque sé que está llorando y no soy capaz de afrontar esa imagen.
Mientras respondo, tiemblo. —Me lo dijo mi hermanastro, que Deméter había comentado que todo era culpa de Zeus, y ahora que el señor D ha dicho que ha sido asesinada... Zeus la mató, él lo hizo, la verdadera pregunta es ¿por qué?
—El resto del Olimpo desaprobamos su decisión, ninguno de los once queríamos...
—¿Por qué le dejasteis hacerlo?
El señor D se ve realmente arrepentido. —No pudimos detenerlo... y... y en cierto punto... en cierto punto realmente no creíamos que en verdad lo haría... al menos yo no creí que realmente sería capaz de hacer eso, no creía que realmente quería matarla.
—Entonces... ¿por qué deberíamos de pelear por vosotros? ¿por qué deberíamos de salvar a Zeus de su justo castigo?
—Anna Summers, lo que tú e Hiccup Haddock proponéis no es justicia, es venganza.
—Fíjate que bien, eso me gusta más.
—La caída del Olimpo supone la caída del mundo tal y como lo conoces, Anna Summers, supone que todos esos monstruos de los que has podido escapar, de los que tu padre y tú habéis podido escapar hasta ahora os atraparán, a ti y a todos los semidioses que hasta ahora hay y que en el futuro habrán. No resuelves nada dejando que el Olimpo caiga... pero, Anna Summers, si decides ponerte de nuestro lado, si decides salvarnos en esta ocasión, las cosas cambiarán, y cambiarán tal y como tú lo desees.
Siento a Rapunzel tomando una mis manos, finalmente me volteo a verla y realmente me destroza observar tantas lágrimas surcando su rostro.
El señor D espera mi respuesta, me mira fijamente, hay algo de honestidad en su mirada, hay algo de esperanza para mí, pero sus promesas, por muy honestas que sean, no me valen de nada.
La mesa crea una sombra perfecta la verdad, si no suelto a Rapunzel, no tendría por qué ocurrir nada malo.
—Me lo voy a pensar —es todo lo que digo antes de dejar que las sombras me absorban.
Rapunzel vuelve a caer encima de mí cuando nos aparecemos en mi cabaña. La escucho sisear con algo de dolor, pero me alegra que no parezca asustada por haberse aparecido aquí. Por un momento parece que quiere levantarse, pero al final se queda apretujada contra mi cuerpo, abrazándome de la cintura, dejando su rostro contra mi cuello y enredando nuestras piernas. Dejo una de mis manos acariciando su brazo derecho y la otra la uso para darle mimos en el cabello. Tiemblo cuando comienzo a escucharla sollozar contra la piel, tiemblo cuando siento los leves espasmos de su cuerpo porque realmente lo está pasando fatal, y lo peor es que es mi culpa. Dejé que la rabia tomara todo de mí, dejé que la rabia dominara mis palabras y solté aquello, ese comodín que no sabía si podía mostrar ya, tan bruscamente delante de Rapunzel sin realmente importarme nada, sin pensarlo correctamente.
Dejo un beso en la cabeza de Punzie y siento como sus dedos rasguñan levemente los costados de mi torso. Me pregunto si acabo de cruzar alguna línea que ella no quería ni tocar porque de momento a otro se levanta bruscamente para sentarse sobre mis piernas, realmente estoy preparándome mentalmente para que me mire con asco y salga dando un portazo de mi cabaña. Pero se queda ahí, sentada levemente sobre mis piernas, limpiándose torpemente las lágrimas de la cara.
—Perdona, te he dejado el hombro empapado —balbucea en voz baja.
Niego con la cabeza aunque no me esté mirando. —No pasa nada —susurro, finalmente levantándome porque me quedara ahí echada sencillamente sería raro. Me sujeto con fuerza del suelo de madera cuando Rapunzel vuelve a apoyarse contra mi hombro, aún con los ojitos rojos y apretando con fuerza los labios para no soltar sollozos—. Lo siento —digo por lo bajo—, debí de habértelo dicho, pero no sabía si era lo adecuado y tampoco encontraba el momento ideal para hacerlo, seguramente ni debí de haberlo soltado así, Punzie, de verdad que lo siento muchísimo, no quise...
Aprieta mi mano para obligarme a bajar la cabeza en su dirección.
Por las barbas de mi abuela, nuestros labios están demasiado cerca.
¿Acaba de...? ¿ella acaba de...?
Espera, espera, espera, colega, espera un segundo.
¿Acaba de darme un beso en la comisura de los labios? No me he movido, así que no es que sea culpa de mi torpeza que eso haya pasado. ¿Había intentado en verdad besarme solo la mejilla? ¿o es que había intentado besarme en los labios? Alguien por favor dígale a Rapunzel Corona que deje de jugar con mi pobre mente y mi corazoncito frágil.
La veo levantarse por completo mientras me quedo sentada en el suelo, no soy capaz de levantarme, solo puedo mirarla con la boca levemente abierta, solo puedo aceptar que ahora mismo no soy otra cosa que una patética niñata enamorada que anda babeando como tonta por la primera chica linda que ha mirado en mi dirección.
Me paso rápidamente el dorso de la mano por la barbilla, de verdad que he babeado, menuda vergüenza, si te preguntan, esto no ocurrió.
—Esto no puede seguir así —dice de momento a otro, yo finalmente me levanto, intento hacerlo rápidamente, pero necesito detenerme por unos segundos por un leve mareo. Necesito cerrar con fuerza los ojos y tomar aire lentamente, me había olvidado que tenía que tener más cuidado, que hoy día había usado demasiado el viaje por sombras. Ahora que gran parte de la adrenalina me había abandonado, las piernas me temblaban, mi cuerpo entero empezaba a cubrirse de una capa de sudor helado y me costaba enfocar la mirada, estoy sencillamente agotada y bastante harta de que mis poderes impliquen estar a punto de morir cada dos segundos cuando, por lo poco que he visto, a los demás no les afecta así—. Tenemos que partir en búsqueda de Hiccup cuanto antes, tenemos que comenzar la misión.
Frunzo el ceño y aprieto los labios antes de decirle lo siguiente. —No hace falta.
—¿Qué? Me prometiste...
—Ese sujeto alado dijo: "El Olimpo te hará caer con él, a menos que te hagas a un lado". Creo que se refería a que, si no me meto en esta locura, nada malo nos ocurrirá.
—Puede que nada malo te ocurra a ti, pero los demás no tenemos esa garantía, Anna, ya has visto que no van a dudar ni un solo segundo si atacarnos o no, has visto que todo el Campamento está en peligro.
—Pero tal vez se refiera a que nadie saldrá herido si me hago a un lado a tiempo, si dejamos que vayan a por el Olimpo...
Rapunzel me interrumpe bruscamente. —¡No podemos permitir que el Olimpo caiga!
—¡El Olimpo es el responsable de todo esto! ¿¡Por qué tengo yo que pelear por ellos!?
—¡Porque dependemos de ellos! ¡Todos los semidioses, todas las ninfas y sátiros, este campamento por completo depende del Olimpo! ¡Si ellos caen, caeremos nosotros!
No puedo evitar rodar los ojos. —Nosotros salvamos sus divinos traseros, porque al parecer tienen el poder justo y necesario para mantenernos a salvo pero no para solucionar sus propios problemas.
—Esto es mucho más complicado que eso, Anna.
—¡Su sistema es injusto!
—¡Es la mejor opción que hay! ¡Y se puede mejorar!
Bufo pesadamente mientras doy unos pasos lejos de ella, necesito moverme, hacer algo para desviar mi atención del enojo que crece en mí. —Oh sí, definitivamente la promesa desesperada de uno de ellos es algo totalmente lógico.
—¡No me acuses de ingenua, Summers! —gruñe mientras da fuertes pisadas en mi dirección, incluso me pincha con su dedo en el hombro derecho, sus mejillas están rojas del enojo—. Si te lo digo es porque ya ha pasado, no tienes ni idea de lo horribles que eran esos doce antes, no tienes ni idea de cuánto se pudo progresar cada vez que los salvamos de la destrucción absoluta. Anna, si esto sale bien, si rescatas a Zeus, no tendrán más opción que hacer lo que les pidas.
Doy unos pasos hacia atrás.
El Olimpo entero... obligado a cumplir mis peticiones.
Aprieto con fuerza los puños, aún molesta de que, nuevamente, me ha arrastrado a aceptar todo lo que me propone.
—Tienes que entrenar —me gustaría indignarme, pero no se equivoca al asumir que voy a aceptar de nuevo—. Tienes que entrenar de verdad, no tienes ni idea de esgrima y aunque ahora lo controlas, tienes que seguir practicando con tus poderes.
—Me van a dar más palizas.
—No si haces las cosas bien.
—Ósea, que sí que me van a dar palizas.
La escucho suspirar pesadamente antes de tomar una de mis manos.
Espero que me consuele, que me dé ánimos, pero todo lo que hace es mirarme fijamente a los ojos, con una seriedad que me hace temblar mientras roma bruscamente mi antebrazo. —Cuando juras algo por el río Estigio significa que tienes que cumplir esa promesa, significa que asumes un terrible castigo si decides romper la promesa voluntariamente.
Frunzo el ceño ante su explicación repentina ¿a qué venía eso?
—Y yo juro por el Estigio que haré todo lo que esté a mi alcance para mantenerte a salvo, Anna Summers, hija de Perséfone, haré todo lo que esté en mi alcance para que vuelvas a casa con tu padre.
Un relámpago resuena por todas partes, la única razón por la que no pego un respingo es porque Rapunzel me tiene bien sujeta.
—Madre mía, Rapunzel, ¿qué haces?
—Necesito que confíes en que te mantendré a salvo, que no permitiré que mueras por el Olimpo.
Trago saliva con dificultad, todo esto es demasiado intenso y profundo como para que me sienta realmente cómoda.
—¿Y ahora tengo que jurar yo algo o...?
—No.
—¿Segura?
Ella asiente. —Totalmente —siento como su agarre se vuelve un poco más fuerte—. Voy a cuidar de ti, Anna.
No me estoy sonrojando, tú te estás sonrojando, colega.
