Ginny abrió los ojos, aturdida. Se sentía muy mareada, y le dolía la cabeza.
"Mira a tu alrededor, averigua dónde estás."
–¿Hermione? –preguntó en voz alta. Había oído la voz de su amiga, pero no conseguía verla.
–Shhh –le chistó otra chica–. No hables alto, o vendrán a por ti.
–Pero...
"Obedece, debes guardar silencio."
"Debo estar volviéndome loca," pensó "Oigo la voz de Hermione dentro de mi cabeza."
"Eso es porque estoy dentro de ti."
Ginny miró a su alrededor. Estaba en una habitación circular de piedra cerrada por unas imponentes puertas oscuras, y había más chicas como ella, sentadas en el suelo.
"¿Cómo puedes estar dentro de mí?"
"No lo sé. Salí de mi cuerpo cuando miré hacia esa luz en la pared, y no pude volver a él, así que me uní al primer ser vivo que pude encontrar."
"Pero... ¿Estás viva?"
"Creo que sí. Si no fuese así, habría podido marcharme. Mi cuerpo aún sigue con vida."
Ginny observó a las otras chicas. Eran más jóvenes que ella y no las conocía de nada, pero por su aspecto adivinó que eran muggles.
"¿Sabes dónde estamos?"
"No. Veo lo mismo que tú. Habrá que esperar a que pase algo."
No tuvieron que esperar mucho, pues unos minutos después, las puertas se abrieron y unos hombres entraron. O por lo menos, tenían aspecto de ser hombres.
"¿Por qué andan tan raro?"
"No lo sé" la voz de Hermione titubeó "Ginny, no creo que sean humanos."
Ginny buscó instintivamente su varita para defenderse, pero se la habían quitado. Tuvo que obedecer cuando la obligaron a ponerse en pie y la arrastraron fuera de la sala. Curiosamente, no sentía tanto miedo como debería. Tener a dos Griffindors dentro de la cabeza debía servir de algo.
Los extraños hombres las llevaron dentro de una caverna gigantesca, cuyo techo acampanado se sostenía por numerosas columnas de piedra.
"¡El Departamento de Misterios!" ambas reconocieron el lugar por el dibujo de las columnas.
Distribuidas por el suelo de la caverna, pudieron ver a muchas más chicas, sentadas en grupos. Algunas eran muy jóvenes, menores de diez años.
El guardián que las guiaba las empujó junto a un pequeño grupo de chicas vestidas con el uniforme de Hogwarts, y Ginny reconoció a una alumna de Hufflepuff.
–¿Tú eres Weasley?
–¿Y tú Abbot?
–¡Silencio! –el grito del hombre las hizo callar, aunque alguna de las niñas más jóvenes continuó llorando.
–Me llamo Susan –susurró la joven.
–Yo soy Ginny ¿sabes cuánta gente hay aquí? –Ginny miraba a su alrededor, tratando de hacerse una idea de cuántas chicas estaban en la caverna, pero las columnas le tapaban la vista.
–No lo sé, apenas nos dejan movernos. Sólo he visto a chicas, tanto muggles como brujas. Esas niñas de allí son de un colegio muggle –Susan señaló a uno de los grupos más numerosos, compuesto por quince chicas, que estaban sentadas cerca de ellas–. Fueron atacadas hace unos días, pero dicen que los guardianes las separaron y dejaron a los chicos atrás.
–¿Para qué nos quieren?
–Ni idea. He visto que a veces se llevan a alguna chica por esas otras puertas de allí –Susan señaló a otro par de puertas que se elevaban amenazadoras en el otro extremo de la caverna–. Pero aquellas que se van nunca vuelven.
Las otras tres alumnas de Hogwarts se acercaron a ellas, y Ginny reconoció a Loreen Leyne, alumna de Hufflepuff, Pamela Arson, de Ravenclaw y a la más joven de todas, Rita Burke, de Slytherin.
–Yo creo que nos van a vender. Es la única opción lógica –dijo Loreen.
–¿Vendernos para qué? –Susan abrió mucho los ojos, aterrada y Rita rompió a llorar.
–Bueno, ya sabes... –Ginny no quiso seguir escuchando. Ni siquiera con la presencia de Hermione podía controlar el temblor de su cuerpo. Pero Hermione seguía observando a su alrededor a través de sus ojos.
"¿Nadie está viendo que esos hombres tienen la piel gris?"
"Yo les veo con aspecto normal" respondió Ginny.
"Mírales bien. Parecen... zombis."
"Hermione, son hombres muy extraños, pero veo que tengan la piel de ningún color."
–¡Silencio todas! –gritó el que tenían más cerca. Susan, Loreen y Rita guardaron silencio, encogiéndose sobre sí mismas. Ninguna quería ser la siguiente en ser elegida.
OOO
Severus había cumplido con su palabra. Tras revelar el paradero de los últimos cinco mortífagos, evitó hablar por completo de la Dama.
Ante aquellos que sabían que la había estado buscando, juró que no había encontrado nada, y dejó que se burlasen de él por haber perdido el tiempo. Pero su objetivo se había cumplido, y por fin el Ministerio dejó de seguirle.
Sin embargo, una nueva espía se había convertido en su sombra. La elfina Win le había localizado, y le seguía a todas partes. Severus había intentado expulsarla o amenazarla, pero ella siempre era más rápida. Llegó un momento en el que sentía su mirada vigilante a todas horas.
No sabía qué pretendía aquella pequeña entrometida, pero le preocupaba que alguien se diese cuenta de su presencia. Le había costado mucho ganarse la confianza de Dumbledore, y por fin los otros profesores comenzaban a tratarle como a uno más. No quería que todo se estropease por la presencia de esa estúpida elfina.
Pero ella no parecía cansarse, ni siquiera cuando el curso escolar acabó y llegaron las vacaciones. Severus sabía que ella entraba en su casa, a pesar de los escudos protectores, y revolvía sus pertenencias.
Enfadado, decidió llegar a la fuente del problema, y tras usar un traslador y varias desapariciones en puntos estratégicos, regresó a Hawái una vez más, y esperó a que se hiciese de noche para llamar a la puerta de la casa.
Hellen se mostró sorprendida al verle, y él sintió un deje de satisfacción al ver cómo la sonrisa desaparecía de su cara.
–¿Otra vez tú? ¿Qué quieres ahora?
–¿Cómo te atreves? –susurró él, con su voz más fría e intimidante–. ¿Crees que puedes tenerme vigilado sin que haya consecuencias?
–¿De qué me hablas?
–Has enviado a tu elfina a espiarme –ella le miró desconcertada, como si no comprendiese lo que le estaba diciendo. Se giró para mirar a Win, y Severus abrió los ojos, sorprendido ¿cómo había sido capaz de viajar tan rápido?
–¿Es cierto eso? ¿Estás espiándole?
–Win no se fía del señor Snape, señorita. Win quiere asegurarse de que el señor Snape no la va a traicionar.
–Hicimos un trato –siseó él, furioso–. Yo siempre cumplo lo que prometo.
–El señor Snape aún conserva el mechón de pelo de la señorita –replicó la elfina–. La señorita no estará segura mientras pueda ser localizada.
Hellen se cruzó de brazos, alzando las cejas.
–Creo que Win tiene razón. Sólo con tu palabra no me basta. Devuélveme mi pelo.
–Es mi seguro contra ti –protestó él, rabioso.
–Eso no me tranquiliza en absoluto –por primera vez, la expresión de la mujer se volvió inflexible. Quizá la idea de tenerle arrinconado le daba seguridad.
Se miraron a los ojos, sin querer ceder en su duelo de voluntades. Severus sabía que aquel problema tenía difícil solución. Ambos tenían motivos para desconfiar del otro, y era posible que nunca descansasen tranquilos.
Pero cuanto más la miraba, más se daba cuenta de que debía cambiar de táctica y tratar de alcanzar un acuerdo. Al fin y al cabo, debía haber algo que ella desease.
–¿Confiarías en mí si te hiciera un favor? –ofreció. Ella se mostró escéptica.
–¿Qué clase de favor?
–Podría curar tu ojo y tu cicatriz –ella se mostró sorprendida por aquella repentina oferta, pero inmediatamente volvió a lucir su pose escéptica.
–No necesito tu ayuda –replicó.
–¿Segura? –recordando su encuentro de meses atrás, Severus alargó la mano derecha, pero esta vez ella estaba preparada, y le dio un manotazo.
–Llevo sin ver por este ojo desde que tenía cuatro años. Estoy acostumbrada, y puedo vivir perfectamente con ello.
–No te creo. Estoy seguro de que te mareas a menudo, y te cuesta enfocar cuando lees o miras a lo lejos. He visto cómo te mueves, siempre alargando la mano para no tropezarte. Estás constantemente preocupada porque nadie se dé cuenta de que no ves –enumeró Severus, susurrando entre dientes–. Además, no quiero ni imaginar el dolor que produce una cicatriz semejante... y el esfuerzo que supone camuflar la herida ¿Es la elfina la que mantiene el encantamiento de camuflaje? ¿Sabes que ese rastro mágico fue el que me llevó hasta ti en primer lugar? –por un momento, ella se quedó sin palabras, sin saber cómo responder. Win se había situado junto a ella de forma protectora, sin decir nada.
La mujer le miró de arriba abajo, como si le viese por primera vez. Frunció el ceño y se mordió el labio, dudando. Estaba claro que Hellen estaba considerando sus palabras, y Severus aguardó expectante, tratando de ocultar su nerviosismo.
–¿Estás seguro de que podrías curarme? –preguntó ella al final, y Severus liberó el aire de sus pulmones, aliviado.
–Debo estudiar la lesión antes de asegurarte nada –él hizo un gesto, indicando que deseaba entrar en la casa.
Hellen vaciló, aún sin estar totalmente convencida, pero tras cruzar una mirada con Win, finalmente retrocedió para dejarle pasar al salón. Él estudió la estancia con sus ojos oscuros, asegurándose de que no había trampas.
–Es mejor que te tumbes.
Hellen se recostó en el sofá, y él acercó una silla para sentarse cerca de su cabeza. Sacó la varita y la acercó a la cara de la mujer, siendo repentinamente muy consciente de la presencia de la elfina a su espalda. No le hacía falta escuchar su amenaza, sabía que Win le atacaría si se le ocurría hacer algo sospechoso.
–Necesito que retires el encantamiento de camuflaje –musitó, mirando por encima de su hombro.
La elfina movió las manos, y la cara de Hellen volvió a tener el aspecto que él recordaba, con la oscura cicatriz cruzando la mejilla izquierda, y el ojo blanquecino. Severus murmuró unas palabras, mientras movía ligeramente la varita. Estudió la herida a fondo durante unos minutos interminables, y ninguna de las dos se atrevió a decir nada.
Finalmente, él se incorporó, guardando la varita.
–No habrá problema en recuperar el aspecto original de tu cara. La cicatriz es profunda, producida por la magia negra, pero estoy seguro de que podré reducirla casi por completo. Curar el ojo va a ser más complicado, y no puedo asegurar que recuperes la visión por completo. Sin embargo, me comprometo a intentarlo –añadió, al ver que ella abría la boca para protestar–. Y a cambio, tú y tu elfina me dejaréis tranquilo.
–¿Cuánto tiempo te llevará?
–No puedo asegurarlo. Necesito preparar varias pociones antes de empezar. Volveré en cuanto esté listo.
OOO
Harry se había encerrado en su dormitorio y había bajado las cortinas de la cama, para evitar que le interrumpieran. Bajo la luz de su varita, buscaba desesperado en el mapa del merodeador, escaneando cada estancia y cada pasillo, leyendo todos y cada uno de los nombres que aparecían indicados. Trataba por todos los medios de encontrar a Ginny, pero no parecía que la chica siguiese en Hogwarts.
También tenía a su lado un pergamino con los nombres de las otras cuatro alumnas desaparecidas: Susan Abbot, Loreen Leyne, Pamela Arson y Rita Burke, para no olvidar que también debía buscarlas.
Ron se había quedado en la enfermería, con Hermione. No había sido capaz de separarse de ella, a pesar de la insistencia de la enfermera Pomfrey, y permanecía a su lado, hablándole, tratando de hacer que reaccionase. Hermione era el único testigo de la desaparición de su hermana, pero Harry conocía demasiado a su amigo para pensar que esa preocupación se debía solamente al secuestro de Ginny.
Y por mucho que le hubiese gustado quedarse para acompañar a Hermione, Harry intuía que su presencia sería más un estorbo que otra cosa, así que se había escudado en la tarea que le había encomendado la Dama para volver a la sala común de Griffindor.
Harry gruñó desesperado. A pesar de haber dedicado innumerables horas a estudiar el mapa, no lograba encontrar a Ginny, ni a ninguna de las otras alumnas. Todos sus esfuerzos estaban resultando inútiles, y Harry comenzaba a preguntarse si quizá sería sensato buscarlas en la Cámara de los Secretos o en la Sala de los Menesteres, puesto que esas estancias no aparecían en el mapa.
Revolviéndose el pelo, Harry estiró la espalda, y dobló el mapa por la mitad, pensando que quizá debiese dejarlo por esa noche e ir a dormir. Entonces, por pura casualidad, vio un pequeño letrero con el nombre de Severus Snape apareciéndose en los terrenos de Hogwarts.
Repentinamente lleno de energía, Harry fijó su atención en el mapa y siguió el avance del pequeño letrero, observando el avance se Snape por los terrenos, de camino a las puertas del colegio.
Harry sintió una gran curiosidad por saber lo que estaba tramando el profesor de pociones. Aún recordaba con claridad la incomodidad de Dumbledore cuando no había sido capaz de explicar su repentina ausencia, y dedujo que Snape debía estar actuando por su cuenta a espaldas del director.
Siguiendo un impulso, Harry se puso la capa invisible y salió a su encuentro. Tras abandonar la sala común de Griffindor, volvió a consultar el mapa, y vio que, en lugar de bajar a las mazmorras, Snape subía por las escaleras del Hall, así que dedujo que se dirigía al despacho de Dumbledore.
Avanzando lo más rápido posible, Harry intentó adelantarse al profesor. No sabía si conseguiría colarse en el despacho del director, o qué haría si le descubrían, pero debía intentarlo. Su curiosidad era más fuerte que la cautela o el miedo a ser reprendido.
Sin embargo, a medio camino, Harry se cruzó con el resplandor plateado de lo que debía ser el patronus de Snape, y se paró en seco, estudiando de nuevo el mapa. Vio que el profesor había pasado por delante del despacho de Dumbledore sin detenerse.
Iluminando el mapa con cuidado, Harry estudió la ruta más probable, y se dio cuenta de que Snape se dirigía hacia el despacho de la Dama.
Modificando su rumbo, Harry consiguió llegar hasta Snape y le siguió en silencio, algo rezagado, para que el profesor no le oyese. Sentía su corazón latiéndole con fuerza en los oídos, y trató por todos los medios de dejar la mente en blanco, por si acaso.
No era la primera vez que Snape parecía adivinar que Harry estaba cerca de él, aunque estuviese escondido bajo la capa de invisibilidad.
Harry se dio cuenta de que Snape llevaba un pequeño bulto en brazos, envuelto en su capa, y por un momento, le vino a la memoria la imagen de Colagusano transportando a lord Vóldemort. Harry reprimió un escalofrío y se recordó que no podía tratarse de lo mismo, pues Vóldemort había recuperado su cuerpo. Además, ni siquiera Snape se atrevería a hacer un ritual semejante en Hogwarts, bajo la mirada de Dumbledore.
Además, el comportamiento de ambos magos no podía ser más diferente. Colagusano había expresado asco y terror al coger a Vóldemort en brazos, y sin embargo, Snape llevaba su carga como algo valioso y delicado, a pesar de la seriedad de su cara.
Aún extrañado, Harry se sobresaltó al ver llegar a la Dama, quien veía a toda prisa en su dirección.
La cara de la mujer lucía una inconfundible muestra de preocupación, y cuando sus ojos se posaron en el bulto que portaba Snape, la Dama se detuvo súbitamente, tapándose la boca con las manos para ahogar una exclamación angustiada.
Respirando agitadamente, la Dama se acercó tambaleante hasta Snape, extendiendo los brazos para coger el fardo. Lo abrazó contra su pecho, y su cara se deformó en una muestra de angustia y dolor. Un gemido ahogado salió de sus labios, como si estuviese herida.
Harry abrió los ojos con asombro, al ver que la Dama estaba llorando. Ella se aferraba al bulto con fuerza, sollozando con la cara hundida en él. Su sufrimiento era latente y genuino. Llorando, se encogió sobre sí misma, haciendo que la capa se resbalara y dejando ver el cuerpo menudo e inerte de la elfina Win.
Harry recordó el día que había visto a la señora Weasley llorando frente al boggart que asumía la forma de sus hijos. La Dama estaba actuando de una forma similar, como si hubiese perdido a un ser muy querido, y Harry no pudo evitar sentir una ligera presión en la base de la garganta.
Snape se acercó a ella y le apoyó suavemente una mano en el brazo, murmurando algo. Harry creyó entender que eran palabras de consuelo, y le sorprendió ver una expresión de lástima en la cara del profesor.
Entonces, a lo lejos del pasillo, oyeron unos gritos y golpes que les hizo ponerse alerta. Sonaba como si alguien estuviese intentando tirar una puerta abajo. Snape frunció el ceño, y empuñando su varita, empujó a la Dama con suavidad, llevándosela de allí.
Harry dudó acerca de lo que hacer, al ver que se alejaban por el pasillo, pero su curiosidad fue más grande, y siguió el sonido de los gritos, para ver lo que ocurría.
Unos metros más adelante, Harry fue capaz de asomarse con cautela tras una esquina, y vio a Alecto, aporreando la puerta del despacho de la Dama, intentando abrirla a la fuerza.
–¡No puede hacerlo! ¡No puede encarcelar a mi hermano! –gritaba. Cerca de ella, las profesoras McGonagall y Sprout la miraban con cara de preocupación, y las varitas preparadas, pero sin intervenir.
La mortífaga alzó su varita, agitándola como un látigo, y arremetió contra la puerta, una y otra vez, descargando toda su furia contra ella, pero la hoja de madera resistió imperturbable su ataque.
Harry sabía que Alecto no conseguiría nada, pues la Dama no estaba allí, y decidiendo que no había mucho más que ver, y que las profesoras McGonagall y Sprout podían hacerse cargo de la mortífaga sin su ayuda, decidió seguir a la otra pareja.
Harry retrocedió por el pasillo hasta encontrar un hueco seguro detrás de una estatua, donde poder estudiar el mapa con tranquilidad.
Abriendo el pergamino, recorrió con los ojos el dibujo de los pasillos y escaleras, hasta encontrar lo que buscaba. Snape y la Dama se dirigían a las puertas del castillo.
OOO
Cumpliendo con su palabra, Severus alquiló una habitación en la misma isla para poder estar más cerca de Hellen y poder preparar las pociones con tranquilidad.
Era muy costoso y cansado viajar a diario entre Inglaterra y Hawái, y de esta manera podía fingir que estaba disfrutando de sus vacaciones estivales, al igual que lo había hecho los años anteriores.
Win seguía vigilándole, llegando incluso a aparecerse dentro de su habitación, pero Severus la ignoraba, convencido de que lo hacía para vengarse por su anterior acoso a su señora.
De forma diligente, Severus continuó con su trabajo, y unos días más tarde regresó a la casa de Hellen, dispuesto a empezar con el tratamiento. Volvieron a colocarse de la misma manera, ella tumbada, y él sentado a su lado, y Hellen esperó expectante a que él alinease todos los botecitos a su lado.
–Voy a aplicarte varias cosas –explicó Severus, con la misma voz fría y monótona con la que impartía las lecciones en Hogwarts–. Por un lado, una poción para curarte el ojo, y después varias pomadas para hacer desaparecer la cicatriz. Necesitaré reforzar el efecto de las pociones con diversos hechizos. No puedo garantizar que sea indoloro –le advirtió, pero ella asintió ¿Qué perdía con probar? Si al menos conseguían disminuir el tamaño de la cicatriz, no necesitaría llevar el encantamiento de camuflaje.
Con mucho cuidado, Severus le abrió los párpados, y una a una, depositó las gotas de la poción sobre el cristalino gris. Cuando acabó, dejó que Hellen cerrase el ojo, y le secó la mejilla con una gasa.
–¿Notas algo?
–Una especie de cosquilleo, pero no es doloroso.
–Bien. Ahora trataré la cicatriz.
Con el mismo cuidado, le fue aplicando una de las pomadas, cubriendo por completo la herida. Después murmuró un hechizo, para potenciar el efecto curativo de la poción.
–No va a ser un proceso rápido. La maldición que la produjo era muy potente, y aún permanece en tu piel. Es posible que haya que romperla con varios hechizos.
–Sé que no debo esperar milagros, pero me conformaría con dejar de sentir dolor. A veces la sensación de ardor me impide dormir.
–Eso explica la presencia del encantamiento anestésico ¿siempre llevas media cara dormida?
–Sólo cuando no soporto el dolor. Es mucho peor que un dolor de muelas.
–¿Cómo te hiciste semejante herida? –preguntó Severus, mientras preparaba la segunda pomada.
–Mi padre me la hizo.
Severus la miró de soslayo, sin dejar de agitar la pomada.
–¿Mientras te entrenaba? –se atrevió a preguntar, mientras comenzaba a aplicar la pomada con cuidado sobre la cicatriz.
–No. Fue porque le pregunté si me quería.
La mano de él tembló imperceptiblemente, pero logró disimularlo y seguir aplicando la crema en silencio.
–No todos los padres son benévolos con sus hijos –murmuró al fin. Permanecieron en silencio, mientras la pomada se secaba–. Deberás tener cuidado con el sol, especialmente en el ojo. Deberías llevar un parche para cubrirlo.
–Win puede hechizar el parche para que sea invisible –sugirió la elfina.
–No es necesario. Le diré a Kapono que me he operado. Será más fácil de explicar y no necesitaré llevar otro hechizo encima.
–Es tu decisión –concedió él. Entonces se fijó en la cara de la mujer con atención y frunció el ceño–. Recordaba que tu ojo derecho era de color más oscuro.
Hellen alzó las cejas y le miró con burla.
–Qué observador –se burló, haciendo que el hombre frunciese el ceño molesto. Sin embargo, Hellen consideró que él se merecía una explicación–. Tienes razón, mi ojo era más oscuro, se debía a la influencia que el Señor Tenebroso tenía sobre mí. Cuando él desapareció, mi ojo recuperó su aspecto normal.
–¿Es cierto que estabas unida a él?
–Constantemente –ella le miró a los ojos–. No es una experiencia que recuerde con alegría.
Él no dijo nada, pero tampoco insistió en su interrogatorio. Estaba claro que ese no era un tema que le resultase agradable de recordar. Hellen se incorporó con cuidado, y se dio cuenta de que Win había preparado la mesa.
–¿Qué estás haciendo?
–Se ha hecho muy tarde, señorita, y Win piensa que quizá el señor Snape quiera comer algo antes de marcharse.
Él aceptó la oferta, aunque fuera tan sólo por irritar a la mujer, pero Hellen se llevó a Win hacia un rincón, enfadada.
–¿Por qué le invitas? No quiero que se quede.
–Win piensa que el señor Snape tendrá más ganas de ayudar si somos amables con él.
–¿Amables? ¿Después de haberle estado espiando?
–Las circunstancias son diferentes, señorita. El señor Snape está cumpliendo con su palabra –Win agachó las orejas, en un gesto suplicante y lastimero, y Hellen apretó los labios, sin querer discutir más.
–Está bien, puede quedarse. Pero que no se vuelva a repetir.
OOO
Harry corrió lo más silenciosamente que pudo, tapándose con la capa, y llegó a las puertas del castillo justo a tiempo para ver cómo la pareja se alejaba por los terrenos, a oscuras.
Snape rodeaba los hombros de la Dama con un brazo, y la guiaba en dirección al Bosque Prohibido.
Harry supo que no podría seguirles sin revelar su posición, pero no estaba dispuesto a darse por vencido.
–Accio Saeta de Fuego –murmuró, agitando su varita. Tras unos minutos, su escoba llegó volando hacia él, y Harry pudo montarse, cubriéndose lo mejor que pudo con la capa.
Alzó el vuelo y sobrevoló los árboles, volando en círculos para encontrar el rastro de la pareja. Finalmente localizó por debajo de él el brillo de la varita de Snape, y lo siguió en silencio, volando cerca de la copa de los árboles.
Snape y la Dama internaron en el bosque, andando lentamente y alejándose de los caminos y las zonas transitadas, hasta que finalmente se detuvieron frente a un árbol especialmente grande.
Harry se coló con cuidado por un hueco entre las ramas, y espió en silencio, acomodándose la capa para que no se viesen sus pies.
Observó cómo Snape agitaba su varita, abriendo una pequeña zanja en el suelo, a los pies del árbol. La Dama descendió al agujero y se arrodilló, aún abrazando a Win contra su pecho. Su cuerpo se estremecía entre sollozos, y la mujer dijo algo con voz quebrada que Harry no consiguió entender. Su dolor era evidente, y por un momento, Harry sintió compasión por ella.
La cara de Snape no era visible, pero el profesor esperó pacientemente, sin intervenir, hasta que la Dama depositó a Win en el suelo y la tapó con la capa. Entonces, ayudó a la mujer a salir de la zanja, y con un gesto de su varita, cubrió el agujero con la tierra.
La Dama extendió una mano, y diminutas flores blancas cubrieron la pequeña tumba. Entonces, Snape le pasó una mano por la espalda, y la Dama se abrazó a él, sollozando con la cara hundida en su pecho. Snape la abrazó, frotando su espalda.
Harry creyó entender, por primera vez, unas palabras ahogadas en mitad de los sollozos.
–La han cogido... la han cogido –se lamentaba ella. Snape la abrazó con fuerza, susurrando algo en su oído que Harry no alcanzó a oír.
Permanecieron varios minutos así, hasta que comenzó a llover. Muy lentamente, ambos regresaron al castillo.
Harry se quedó inmóvil durante mucho tiempo, flotando entre las ramas y mirando al pequeño montículo cubierto por flores blancas antes de decidirse a moverse él también.
Para entonces, su ropa estaba completamente calada por la lluvia, y él tiritaba de frío, pero Harry no se dio cuenta, absorto como estaba en intentar encontrar sentido a lo que había ocurrido.
Lo que acababa de presenciar era muy difícil de asumir, y no sabía cómo interpretarlo. No dejaba de pensar en la Dama, llorando por una elfina, y en el mortífago consolándola.
Cuando regresó a Hogwarts, se encontró con que las puertas y ventanas estaban cerradas, impidiéndole entrar y tuvo que volar hacia Hosmeade, para entrar en el castillo a través del túnel de la tienda de golosinas.
Harry volvió a mirar el mapa, para ver cuál era el camino de vuelta más seguro, y encontró a Dumbledore en la enfermería. Tras evaluar la situación unos instantes, Harry decidió ir a hablar con el director.
Tardó bastante en llegar a la enfermería, y cuando por fin lo hizo no se atrevió a interrumpir a Dumbledore, pues el director estaba atendiendo a Hermione, murmurando encantamientos junto a su camilla.
Ron había caído dormido en una silla, con la mano de Hermione entre las suyas, y Harry decidió esperar en silencio a su lado, sin despertarle.
Tras unos interminables minutos, Dumbledore agitó la cabeza, derrotado, y se alejó de Hermione.
–¿Qué ocurre Harry? –sus ojos se fijaron en su ropa mojada, y la capa de invisibilidad y la escoba que apretaba entre sus manos. El chico escogió sus palabras con cuidado.
–Señor, esta noche vi cómo Sna... el profesor Snape regresaba al castillo.
–¿De veras? –Dumbledore le hizo un gesto para que le acompañase hacia el otro extremo de la enfermería, para no molestar a Ron y a Hermione.
–Sí señor, y llamó a la Dama para que se reuniera con él. La elfina que la acompañaba ha muerto, señor –añadió–. Al parecer, era muy importante para ella.
–Así que ese es el motivo por el cual se ha ausentado del colegio –comentó Dumbledore, acariciándose la barba–. ¿Viste lo que ocurrió después?
–Fueron a enterrar a la elfina al Bosque Prohibido –Harry no se atrevía a comentar la parte más extraña de todas. Había visto cómo Snape y ella se abrazaban, como si...–. Señor, cuando la enterraron, ella dijo que se la habían llevado. Creo que se refería a la elfina. Creo que... –Harry titubeó, sin saber cómo seguir.
–¿Cuál es tu teoría, Harry?
–Creo que la elfina desapareció por culpa de las runas, señor, y que por eso ha muerto –Harry era consciente de la intensidad con la que el director le observaba. Había algo en esos ojos azules que le intimidó, pero aun así siguió hablando–. Lo que no entiendo... bueno, ella le dijo esta mañana a Snape... al profesor Snape, que no podía encontrarla, y por eso él fue a buscarla ¿pero cómo sabía dónde debía buscar?
–Esa es una muy buena pregunta, Harry –Dumbledore seguía pensativo, y no lucía su habitual sonrisa. Al contrario, parecía serio, y quizá un poco enfadado.
Harry sabía que, a pesar de proteger a Snape, los sucesos de las últimas semanas le habían hecho replantearse muchas cosas. Lo que no entendía era por qué no le contaba a Dumbledore la totalidad de lo que había visto ¿por qué protegía ese secreto?
–Harry, quédate aquí, por favor. El señor Weasley y la señorita Granger podrían necesitar ayuda. Estoy hablando en serio, Harry, nada de merodear más esta noche –insistió, con una mirada seria, y Harry no tuvo más remedio que obedecer.
Había algo en la mirada de Dumbledore que le inquietaba, y su sentido común le dijo que no era sensato desafiar al director esa noche.
Dumbledore partió hacia el despacho de Snape, pensativo. Harry tenía razón ¿Cómo había sabido Snape dónde buscar a la elfina? ¿Por qué había ido a buscarla? ¿Y si Snape conocía el paradero de las chicas desaparecidas y no decía nada?
Los primeros rayos del sol se colaban por la ventana cuando Dumbledore entró en el despacho. Para su sorpresa, el profesor no estaba allí, a pesar de que debía estar preparándose para el inicio de las clases.
Mirando el reloj, Dumbledore decidió que Snape ya debía estar despierto, y de todas formas, necesitaba interrogarle antes de que volviese a desaparecer.
Murmurando un hechizo, retiró la librería que cubría la puerta que llevaba al dormitorio, y no esperó a recibir respuesta para entrar. Estaba demasiado enfadado para ser educado.
El problema fue que entonces se dio de bruces contra lo que Harry no le había contado, y descubrió que Snape tenía mucho que explicar.
