Izayoi casi se atragantó con la comida al escuchar las palabras de Toga, estaba demente si iba a dejar ir a Inuyasha con Aome después de lo que según ella, le hizo pasar a su hijo. Entre gritos se rehusaba a dejar ir a su hijo aunque el muchacho había tomado una decisión la madre no quería.

—Mamá — Inuyasha quiso mantener la calma —Kagome es la única capaz que puede enseñarme.

—¡En lo absoluto! Me niego a que vayas con esa pe... esa niña — exclamó Izayoi —te puso en riesgo.

—Si no hubiera estado ella allí yo habría muerto — el chico replicó mirando a su madre con seriedad —¡La hiciste sentir culpable de algo que no es cierto! Fui yo el que se acercó al pozo y fue ella la que me ayudó a salir. Tanto así... la hiciste sentir tan mal que no quiso volver a ver a Sango.

—¿Me dijiste que eran amigas? Si ella te hizo eso, qué no le habría hecho a Sango

—Izayoi — habló Toga con su voz calmada —, Kagome fue la que ayudó y ella es capaz de entender la situación por la que Inuyasha pasa. Él ya rompió su sello de su sangre demoníaca así que vivirá como hanyō el resto de su vida.

La mirada de Izayoi era de completa confusión no sólo por el extraño aspecto de su hijo que parecía un rebelde al pintarse el cabello de blanco, según ella, pero realmente el joven había demostrado su verdadera naturaleza. La misma que aquel hombre que siempre aparecía en sus sueños, sin hablar más Izayoi dejó partir a su hijo junto a su padre con la promesa de que lo mantendría a salvo.

A la mañana siguiente padres e hijos se marcharon a alguna aldea en el centro de la isla de Kyushu; mientras iban en el mismo auto Inuyasha y Aome, Toga los acompañaba en una motocicleta a un par de metros del automóvil; la chica abrió la ventana y sacó la cabeza por allí emulando a un perro con la lengua afuera.

—Oye ¿qué diablos haces? — preguntó el muchacho asustado —me pones nervioso. Alguna rama te va a golpear.

—Es divertido — la chica le sonrió volviendo a entrar al auto —por cierto, Papá, ¿a dónde vamos?

—Nos estamos dirigiendo a la prefectura de Gunma, cachorrita — dijo Hiroyuki con calma.

"¿Le dijo "cachorrita"? El señor Higurashi está demente" pensó Inuyasha.

—Llegaremos al anochecer si tenemos suerte porque es una carretera... algo mala — mencionó el pelirrojo.

Aome se dedicó a dormir el resto del trayecto mientras Inuyasha observaba como las montañas iban aumentando su predominancia en el paisaje, sobre las montañas la espesa vegetación comenzaba a volverse cada vez más común. Hiroyuki hizo un giro a la derecha cruzándose al carril opuesto y entrando por una carretera más angosta llena de hermosos árboles de cerezo, abedules y en resumen mucha vegetación.

Inuyasha tuvo la mirada puesta en el bosque por el estaban cruzando, miró como su padre adelantaba al sedán de cuatro puertas negro que conducía el padre de Aome, y vio como las aves se posaban en los árboles de cerezo y al pasar frente a un enorme árbol que sin duda se parecía al árbol sagrado ubicado en el templo Higurashi llegaron a un pequeño pueblo. Olores iban y venían, el joven observó a varios pequeños niños con cola de diferentes animales salir de una confitería. Aquel lugar se notaba que tenía una arquitecta híbrida entre la occidental y la tradicional japonesa, por un lado había templos Sintoistas en la parte alta de aquella villa, las calles eran algo más estrechas pero lo suficientemente amplias como para dejar el auto estacionado.

Señoras con sus hijos adolescentes a las afueras de una escuela, curiosamente él descubrió que varios de ellos tenían orejas de diversos animales, extraños colores de pelo e incluso inusuales rasgos como marcas en su rostro.

—Cachorrita — Hiroyuki despertó con cuidado a su hija —ya llegamos

—¿En dónde estamos? — la chica movió sus orejas.

—Yokimura — dijo el hombre —es, por así decirlo, una aldea de youkais y hanyōs que viven en armonía.

—Hay muchos olores — la joven salió del auto —¿Puedo ir a ver un poco el pueblo? No parece ser demasiado grande.

Aome sonrió tranquilamente mientras caminaba por las calles angostas del pueblo, Inuyasha se dio cuenta tarde cuando la chica comenzaba a girar por una esquina del pueblo, pronto el joven hanyō salió corriendo para alcanzar a la chica.

—Espera — él dijo mientras la alcanzaba.

—Bien — Aome se detuvo —, ya estamos aquí. Ahora ¿Adónde?

—Es la primera vez que vengo aquí — él le gruñó y se avergonzó al instante —lo siento.

—Ya te acostumbrarás — la Higurashi se rio entre dientes.

Esa sonrisa de la hanyō era tan tranquila, y tan despreocupada como el día que se conocieron, él desearía que Aome regrese a su escuela pero ya era tarde, sólo esperaba que en un futuro en una preparatoria pudieran coincidir. Aome vio una extraña cancha de fútbol abandonada que estaba rodeada por unas vallas metálicas arruinadas por el tiempo.

Aome, con sus garras, las rompió sin siquiera tener una dificultad para abrirla. Inuyasha entró con dificultades abriéndose un par de heridas que no eran nada para su resistente piel.

—Este lugar — Aome mencionó con calma —a este pueblo papá trajo a Sota cuando era más pequeño. Ahora tiene ocho años y es bastante ágil.

—Eso no lo sabía — mencionó Inuyasha.

—Oye — la chica lo miró —, el último en darle una vuelta a la cancha invita el almuerzo.

Aome corrió a toda prisa e Inuyasha rápidamente la siguió alcanzándola en menos de medio minuto, los dos tenían la misma velocidad y la competencia quedó en un segundo plano ya que sólo querían disfrutar su carrera alrededor de la cancha de fútbol.

—¡Ensaya saltar! — gritó la chica dando un salto de más de cuatro metros de longitud.

Inuyasha lo intentó y aunque tuviera miedo quiso sorprender a Aome no supo cómo lo logró pero al ver que esa chica le sonreía con suficiencia a él, se sentía feliz al verla sonreír; sentía como su sangre demoníaca se comportaba como una brisa de verano, una suave llovizna en tiempos de verano. La chica se recostó en el suelo sintiendo el suave viento de sus orejas, Inuyasha se acostó junto a ella respirando el agradable aire puro de las montañas de ese pueblo.

—¿Te digo algo? — Inuyasha le preguntó y ella la vio —te ves bastante linda cuando sonríes.

Ella se rio con fuerza.

—Nah, claro que no

—Que sí

—Claro que no

—¿O vas a negarlo, cachorra? — preguntó el hanyou con una sonrisa.

—¿Acaso piensas apostar? — la chica le enarcó una ceja.

Discretamente Inuyasha agarró su teléfono y le sacó una foto a la hanyou, cuando la chica vio la pantalla se convenció de eso. Sí que se veía más linda cuando tenía una sonrisa en su rostro; el Taisho se levantó del suelo para limpiar el barro de sus pantalones azules, le ofreció la mano para ayudarle a su amiga a levantarse y al momento de ver el cielo se sorprendieron de la neblina que llegaba, y el olfato de Aome llegó un delicioso aroma a lluvia. El famoso petricor cuando el agua cae del cielo y golpea el suelo.

Los dos salieron de aquel escenario deportivo regresando a dónde estaban sus padres pero antes de siquiera llegar al restaurante se encontraron de frente con un señor de larga cabellera roja oscura, Aome frenó en seco e Inuyasha se chocó con ella cayendo al piso los dos.

—Llegué a pensar que nunca los vería de frente — les ayudó a levantarse —vi a sus papás por aquí, y sé que hacen aquí. — luego esbozó una sonrisa —tienen hambre.