Uno.
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Capítulo 55.
Las calles de Japón se veían hermosas cuando nevaba, especialmente después de la navidad. Ves a niños jugando con sus familias cuando el tiempo es bueno y algunos adornos navideños todavía están colgados a finales de enero en una que otra casa. El chocolate caliente o el buen té era el pan de cada día, aunque a veces se pusiera intenso y costara mucho salir por las mañanas a trabajar.
Bufandas, abrigos, guantes, botas, gorros… la gente se preparaba para soportar el siguiente mes largo de nieve y para cumplir sus metas para el nuevo año.
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A pesar de haberse puesto al menos cuatro cálidos edredones, seguía sintiendo un frío prácticamente insoportable, así que no tuvo más opción que tratar de levantarse de la cama. Puso los pies sobre las pantuflas y después de unos segundos, se puso de pie. La delgadez en su cuerpo era alarmante, según lo que sus amigos habían dicho, pero ella se veía a sí misma completamente normal. Caminó despacio por el pasillo hasta detenerse justo en frente de la puerta de una habitación cerrada. Llevó sus pálidas y huesudas manos hasta la manija y ahí descansó la extremidad, que había empezado a temblar como siempre pasaba. Inhaló profundo y trató de que su mente consiguiera paz momentánea otra vez, porque esa noche planeaba tratar de conciliar el sueño.
Poco después de retomar fuerzas, decidió proseguir a paso lento hasta bajar las escaleras con cuidado, con rumbo a la cocina. Al pararse frente a la puerta y correrla para descubrir la estancia, se encontró con la señorita que ayudaba en casa a tiempo completo.
—Hola, Aisha-san —la saludó, con su ya tan típica voz apagada, casi vacía.
—¡Kagome-san! —Reaccionó ante la presencia de la chica y rápidamente llegó hasta ella, preocupada por su estado—. ¿Se siente bien?
—Sí, Aisha-san, no se preocupe —asintió, intentando hacer un gesto cálido para calmarla—. Solo necesito algo caliente.
—Claro, aquí hay té —le indicó la tetera sobre las parrillas de la cocina mientras se dirigía a la alacena por una taza.
—¿Mamá y papá ya salieron? —Inquirió casi distraída, mientras se animaba a buscar la miel para ponerle a su bebida caliente.
—Sí, su tía Rena pasó por ellos hace poco.
La azabache asintió, concentrada en lo que hacía. Esperaba que el psiquiatra diera buenas noticias sobre el avance de su madre referente a sus nervios descontrolados y el insomnio crónico que no la dejaba en paz desde hacía poco más de un mes, antes de que empezara a darle algún fármaco más fuerte para controlarlo. Sabía que, aunque eran acompañados por la tía Rena, su padre todavía no estaba listo para salir tan seguido y menos visitando al médico psiquiatra y al terapeuta. Era obvio que, aunque su vida siguiera normal, porque tenía que ponerse frente a la empresa, la forma en la que estaba asumiendo su dolor lo estaba consumiendo poco a poco por dentro.
Como un cigarro…
Suspiró hondo, sintiendo que la muñeca le dolía todavía por los pinchazos del suero; solo habían pasado unos 6 días desde que le habían dado de alta del hospital por su cuadro alarmante de deshidratación y otros veintitantos desde su primer intento de suicidio. Hizo una mueca cuando la bebida caliente pasó por su garganta y se despidió de Aisha para caminar hasta la sala y sentarse en el mueble a tratar de tomar calor. Las pastillas muchas veces le suponían una dificultad para estar de pie o sentada, decía el médico que era normal las dos primeras semanas de empezar el tratamiento.
Parecía mentira cómo se iban los días tan rápido cuando ya no tenías noción real del tiempo.
Pero las vitaminas B y el antidepresivo que había empezado a tomar detenían sus lágrimas y sus deseos de tirar todo lo que veía violentamente cada vez que recordaba que no había podido hacer nada por ella, así que eso estaba más que perfecto, porque así podía comunicarse con la gente a su alrededor y hasta tratar de comer, o hablar con el psicólogo que iba a visitarla regularmente y aceptar la alimentación que le sugería el nutricionista. Le daba un poco igual todo muchas veces, pero suponía que, haciendo caso a esos profesionales, restaría un problema a la familia.
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Parecía casi una jugarreta burlona del destino que, a esa altura de su vida, tuviera que haber asistido nuevamente a terapia para gestionar un duelo y el trauma que le había dejado ese en especial. No podía, simplemente ni siquiera podía dormir. Era más de lo que podía soportar.
La muerte de Kikyō había sido uno de los eventos más horribles que había tenido que presenciar, se atrevía a decir que era lo siguiente peor que la muerte de sus padres; no solo era el hecho de haberla perdido en sí, sino ver y resistir lo increíblemente destrozada que había quedado Kagome después de eso; cuando Ayame lo había llamado para decirle que había intentado suicidarse con pastillas y estaba en el hospital, y, si no hubiera sido porque su padre fue a pedirle que se tomara un té, quizás habría sido demasiado tarde.
Y él no podía siquiera soportar la idea.
No, no, no. Mil veces no.
Otras mil veces había estado a punto de decirle a los Higurashi que él y Kagome estaban juntos y que, si era demasiado para ellos porque el duelo ciertamente era duro, que podía llevársela a su casa, aunque fuera solo un tiempo, que podría cuidarla, pero calló, calló porque sabía perfectamente que nada de eso era adecuado y mucho menos considerado de su parte, que había perdido completamente la empatía y solo estaba pensando en mantener a salvo a quien amaba.
Había hablado con el rector de la universidad para decirle que ya no iría a Londres, porque no podía hacerlo, no así, no con Kagome hecha polvo, pero no había conseguido nada; su petición no era aceptable, su beca era un arreglo especial y se había comprometido más de una persona, además de que había sido desembolsada y el trámite de sus documentos estaba finalizado, simplemente no… si no era un «motivo de fuerza mayor», no había forma de cancelar la beca. Tenía que irse.
Pero no quería hacerlo. No podía. Y todos los días pensaba en ello… el psicólogo le había dicho que tenía que hablarlo con Kagome porque era necesario saber la posición de ella al respecto para eliminar esa sensación de traición, como si él mismo no hubiera hecho algo importante y por eso no pudiera tomar una decisión o poder afrontar las sensaciones que aquello le causaba, pero ella…, ella casi no hablaba con él, ni con nadie. Miroku, Sango, Ayame y Kōga únicamente la habían visto una o dos veces que la habían tomado despreciaba en la planta baja de su casa, porque el resto de las veces que habían ido, Kagome decía desde su cuarto que simplemente no podía ver a nadie. Era casi imposible llegar a ella.
En su caso, después del intento de suicidio, había sido más afortunado y había podido verla más seguido, parecía ser él la única persona con la que ella toleraba tener más contacto, claro, eso los primeros días, porque cada vez parecía estar menos receptiva, entendía también que se debía a su tratamiento. Dolía verla así, dolía hablar con ella y que pareciera un ser inanimado que solo respiraba y pestañeaba de vez en cuando, otras veces que solo intentaba sonreír y no podía. Kagome ya ni siquiera parecía ella.
La extrañaba, extrañaba poder abrazarla, extrañaba su energía, su compañía, extrañaba los planes que jamás se ejecutaron antes de que tuviera que irse. El pecho le dolía, sentía dentro que el corazón se encogía, no importaba cuánta ayuda profesional tuviera, no podía hacer nada si Kagome, que era casi una parte de él, estaba tan marchita y destrozada por dentro. Sin embargo, también entendía lo que estaba pasando: Kikyō había muerto de forma violenta, de una manera en la que ni siquiera su cuerpo había podido ser rescatado, simplemente había volado en pedazos, en frente de ella, lo había visto todo, había tenido que lidiar luego con cómo sus padres se habían enterado, con el dolor en carne propia, los traumas, el insomnio, la falta de apetito, la depresión, las ganas de desaparecer, las ganas de no ver a nadie, lo mucho que había que explicar, los posteriores interrogatorios de la policía, la prensa hablando de la organización de Naraku por todas partes y la muerte de ambos. También la entendía, entendía el dolor de Kagome quizás más que ninguno de sus allegados, entendía sus ganas de dejarlo todo, de simplemente morir…
Ojalá él hubiera podido ayudarle a cargar la mitad de su tormento, pero era imposible poder compartirlo, lo sabía muy bien.
Y eso le frustraba tanto como le ardía.
Se detuvo en frente de la casa y antes de parquearse, tomó una gran bocanada de aire. Esperaba encontrarla mejor, quería engañar a su mente para que lo dejara en paz y pudiera procesar que tenía que irse pronto. Tomó su bolsita con los chocolates favoritos de la azabache, salió del auto y abrió la puerta de fuera para dirigirse por fin a la propiedad de una forma más privada. Tocó el timbre y unos segundos después, le abrió Aisha, la señorita que ayudaba con el servicio de la casa.
—InuYasha-sama —hizo una educada reverencia y después se abrió paso—. Pase, por favor.
Aisha lo conocía por ser «el mejor amigo» de Kagome, así él lo había decidido, no quería causar malentendidos en ese momento. Rena, la madre de Sango y hermana de Naomi, la había contratado con el afán de ayudar a la familia, porque era obvio que nadie estaba en condiciones siquiera de levantarse de la cama y mientras poco a poco se intentaba recuperar las actividades normales, necesitaban a alguien que les apoyara; además, también procuraba tener todas las medicinas lejos de Kagome y era ella quien se las administraba por horarios.
Taishō notó en la mesa de centro la taza con té a medio terminar, así que supuso que Kagome había estado ahí. Volvió a suspirar, regresando la atención a la joven castaña.
—¿Kagome está en su habitación?
—Así es, subió hace un minuto —le indicó las escaleras como una invitación a subir al novio de la señorita Higurashi. Nunca entendió por qué se hizo llamar el mejor amigo, si todos en esa familia se referían a él como la pareja de la azabache—. ¿Desea que la llame?
—No, no —la detuvo al acto—, yo subiré a llevarle esto personalmente —alzó la bolsita de papel y sonrió apenas.
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Apenas acababa de meterse entre las sábanas cuando tocaron a la puerta de su habitación de forma suave; cerró los ojos mientras suspiraba, sintiendo una incipiente molestia en el pecho por la interrupción, tenía que tratarse de algo importante.
—¡¿Sucede algo, Aisha-san?! —Alzó la voz desde su lugar, sin atreverse a ponerse de pie para irle a abrir.
—No soy Aisha —sus párpados temblaron cuando escuchó la voz masculina responderle aquello.
«InuYasha…»
Inhaló aire profundamente y por instinto se aferró a los edredones como si estos le dieran un poco de estabilidad. Tenía tanta vergüenza con él después de que había salido del hospital, sentía tanta culpa por haberle arruinado cada día de diciembre y ponérselo peor después de ese incidente casi mortal. Tenía pena de haberle cargado todavía más dolor, porque, aunque no lo pareciera, cada día la hacía más consciente del daño que le había causado a él. Dudó otros segundos y supo que InuYasha se había quedado tras la puerta, aguardando a que decidiera ir o no, respetando su silencio.
Se levantó entonces mientras observaba con detenimiento el calendario nuevo en su escritorio que ya había adquirido desde el año anterior solo para marcar ese día tan importante en la vida de su pareja en color naranja, que decían que era el color del aprendizaje. Aisha se encargaba de revisar que todo anduviera bien en sus cosas desde que había llegado. Sin pensarlo más, se dirigió a la puerta para abrirla de una manera casi tímida, pero haciéndolo por fin. No se veían hacía tres días, pero Aisha le había dicho que él había estado ahí, incluso lo había acompañado hasta su habitación solo para comprobar que se hubiera quedado dormida por fin.
Se sentía tan lejos de él.
»—Hola —saludó con voz suave, entrando justo detrás de ella, procurando volver a quedarse en silencio—. ¿Cómo va todo? —Inquirió con el mismo tono, buscando la silla giratoria de ella para sentarse delante de la cama.
—No lo sé —respondió sin esperar, encogiéndose de hombros.
Pues era verdad, no sabía si estaba un poco mejor que ayer o peor que el día de la tragedia, era todo muy difícil de explicar. Taishō asintió, entendía el sentimiento.
—Traje tus chocolates favoritos —le extendió la bolsita, Kagome se sentó sobre su cama y los recibió. Los dedos de ambos rozaron e InuYasha tuvo unas egoístas ganas de tomarle la mano más tiempo, pero la dejó ir sin más—, Ayame también te mandó un par de golosinas.
La azabache pestañeó despacio mientras se interesaba por ver el contenido, luego suspiró; el doctor había dicho que comer chocolate podría ayudarle en su proceso, pero no estaba muy segura de qué hacer.
—Muchas gracias —entre su susurro, intentó dedicarle una sonrisa.
La conversación se había acabado.
El frío silencio los invadió de manera cruel, dejando a cada uno sin la capacidad de moverse o decir algo más, simplemente eran demasiadas cosas por afrontar, nada de ganas de hacerlo. Ambos sabían por qué estaban ahí, qué tema debían tocar eventualmente, pero, por lo menos InuYasha, no lo haría. Ya había decidido que soportaría el peso de la ley si es que le sobrevenía, pero no viajaría a ninguna parte.
Lo sentía mucho por el señor Kimura, pero no lo había escuchado cuando le dijo que realmente necesitaba quedarse ahí.
Siguieron pasando los segundos, se convirtieron quizás en minutos.
Más silencio.
Más frialdad.
Ni siquiera se habían mirado a la cara en todo ese tiempo.
»—Kag-
—Quiero que terminemos —le interrumpió de inmediato, apenas InuYasha había abierto la boca. Todo ese tiempo de silencio solo había sido su cobarde manera de tomar valor para decírselo de una vez.
La horrible punzada que le dio en el corazón a InuYasha fue tal, que se puso pálido al instante. Era la segunda vez que sucedía, la segunda vez que le pedía que terminaran, pero en esa ocasión, no parecía haber una razón aparente.
—¿Qué? —Inquirió después, con voz más grave, afectada por la emoción negativa—. ¿De qué hablas? —Trató de buscarle la mirada, pero ella lo esquivó.
La azabache tomó aire, cerrando los ojos antes de que pudiera volverle a responder.
—Oye, créeme que de las únicas cosas positivas que me han pasado estos últimos días eres tú —comenzó, mientras dejaba ir el aire y por fin se atrevía a verlo a la cara, InuYasha parecía seguir en trance—, tu compañía y apoyo, incluso cuando ni siquiera estaba consiente, InuYasha.
No es que no lo amara, de hecho, haber despertado dos veces en una cama de hospital esas últimas semanas y saber que él estaba ahí, pendiente de su recuperación, quizás habían acumulado incluso más afecto en algún lugar bajo toda esa medicina y carga emocional, pero el dolor era tan fuerte que eclipsaba ese deseo de expresión en ella, ni siquiera podía tomarle la mano, ¡no podía hacer nada! Sumado a eso, la culpa que sentía por haberlo preocupado más de lo que debía, por sentir que lo estaba arrastrando a su hoyo; lo notaba en su aspecto algo demacrado, sabía que estaba yendo al psicólogo.
Lo amaba y porque lo amaba, ya no podía hacerle eso.
Ni a ella.
»—Pero… no puedo más —su voz se quebró, sin embargo, no había lágrimas ni indicios de ellas en sus ojos.
—Kagome, no-
—Ambos sabemos que esto no va para ninguna parte —volvió a interrumpirlo, porque si lo dejaba hablar, ya no sería capaz de seguir esa conversación y no podría romper el ciclo. Pensar que InuYasha se iría a Londres, pero que podrían seguir juntos, había sido una opción antes de que sobre Kikyō no quedara ni un cuerpo para velar; que InuYasha se fuera antes suponía un reto posible de superar, pero ahora ya no era parte de ella, porque estaba completamente destruida por dentro—, al menos no por ahora —dijo después, para no sonar tan dura.
Ni siquiera sabía si al día siguiente pudiera estar viva, a veces tenía locas ganas de hacerse daño desde que había empezado el tratamiento, pero, si por alguna razón un día podía sentirse mínimamente mejor, quizás podrían volver a reunirse sin ese dolor en medio, sin esa distancia que los enajenaba de lo íntimos y cercanos que alguna vez fueron.
—Por ahora —repitió, tomándolo como una esperanza. Tragó duro, el dolor se le había atorado en la garganta.
—Sé que se aproxima tu viaje a Londres —entones por fin puso las cartas sobre la mesa.
Él negó.
—No hablemos de eso —giró la cara. No podía hacerlo, ¿por qué? Ella no tenía ni que pensar en esas cosas.
Además, ¿cómo lo había recordado?
—Tienes que irte, InuYasha —le dijo con una voz un poco más segura, siendo ella quien le buscaba la mirada esa vez.
—No, eso no —negó con la cabeza rápidamente—. Ya tomé una decisión.
—¿Acaso cancelaste tu beca? —Arrugó las cejas, incrédula. Sabía que eso no era posible, pues el dinero ya había sido desembolsado, además de que dudaba que Kimura se lo hubiera permitido sin una razón de peso.
—Sí, así es —mintió, mirando al piso para no ser tan evidente.
—No sirve de nada que me mientas, InuYasha, sé que no pudiste cancelarlo —insistió, notando que el cuerpo del ambarino comenzaba a temblar. Tomó aire antes de seguir—. Tienes que seguir adelante, Inu-
—¡No puedo, ¿sí?! —Se levantó de la silla, exaltado y le dio la espalda. La situación era demasiado complicada, le ardía que fuera ella quien se lo pidiera como si no sintiera absolutamente nada—. No puedo —repitió en voz más baja, maldiciéndose por haberle gritado de esa manera—. No tolero la idea de dejarte sola cuando más me necesitas.
—No necesito de ti —le respondió con toda la frialdad que pudo, mirando que se detenía en el acto. La verdad era que sí que lo necesitaba, pero no iba a demostrárselo para que insistiera en esa absurda idea de quedarse. Era difícil pensar en que lo había herido, pero más difícil era saber que había truncado sus sueños—. Estoy terminando contigo, InuYasha, no tienes nada que hacer aquí —volvió a decirle, apretando los puños y sintiendo de nuevo ese enorme nudo en la garganta y el estómago.
InuYasha inspiró hondo, tragándose el mal sabor de boca, los nuevos hincones en el pecho. Sabía que ella podría estar mintiendo solo para que él cambiara de opinión.
—No importa —siguió dándole la espalda hasta poder tomar valor—, no me quedo aquí por una relación —le aclaró, tratando de acabar allí el tema.
Kagome entonces se puso de pie. Su pijama térmico ahora parecía no ayudarle con el frío, porque sus manos podrían helar una bebida.
—No lo entiendes, ¿verdad? —Su voz volvió a quebrarse por la impotencia. InuYasha por fin giró para verla.
—No, tú no lo entiendes.
—¿Crees que no sé la ilusión que te hacía ir? —Arrugó las cejas, con un tono de voz que indicaba que nada de eso era sorpresa para ella—. ¿Crees que no sé lo mucho que habías querido hacer esto desde antes de que nos conociéramos, incluso? ¡InuYasha! —Lo tomó por el abrigo y empuñó la tela con ambas manos—. ¡La vida te ha quitado demasiado y no quiero ahora ser yo quien lo siga haciendo, ¿acaso no lo entiendes, maldita sea?! —Por fin sintió que los ojos se aguaron, desesperada por ver cómo ese par de soles ahora sin brillo, parecían no ceder ante sus peticiones.
—¿Recuerdas lo que me dijiste cuando empezamos esta relación? —Le devolvió, convencido hasta ese momento—. Que, si no era una situación de vida o muerte, no abandone mis sueños —él también la agarró por los hombros, intentando hacerla entender— y yo casi te perdí, Kagome, casi vuelvo a perder a quien más me importa en la vida, ¡eres tú quien no lo entiende!
—Si tú no te vas, InuYasha —la primera lágrima ahora corría por su mejilla izquierda—, te juro que no volverás a saber de mí, porque también recuerdo haberte dicho que estaría muy decepcionada de ti si abandonabas las cosas buenas que te daba la vida —entonces también trajo a cuento esa conversación que tan bien ella recordaba.
—No hagas esto, por favor —no quería irse, no podía hacerlo. Y dolía que ella siguiera insistiendo.
—Aquí o a seis mil millas de distancia, yo no puedo sostener esto un día más, InuYasha, no puedo —con cuidado llevó la mano a la mejilla masculina, tratando de detener lo que parecía ser su llanto, pero apenas visible—. No quiero ser la culpable de que tu vida se estanque —porque ella sabía que, aunque él decidiera financiarse una carrera ahí, de todos modos ya no podrían estar juntos, así que no valía de nada desaprovechar aquella oportunidad. Él volvió a negar—, tú tienes que seguir, InuYasha.
—No, no, no puedo dejarte.
—Escucha… —levantó el rostro de InuYasha para que la mire—: te prometo que intentaré no hacerme más daño, que seguiré mis tratamientos para superar la perdida de Kikyō —el corazón se le hizo diminuto solo con el hecho de verbalizarlo. La extrañaba tanto que el cuerpo entero le dolía, era dolor físico también—, pero no hagas que mi culpa crezca, ya no puedo atarte a esto —tragó lo más que pudo, luchando contra sus reacciones naturales para intentar, por última vez, convencerlo de que dejara de insistir en quedarse a su lado. Si miraba atrás entendía que ambas hermanas le habían hecho tanto daño a InuYasha, tanto, que le escocía todo el pecho solo de imaginar cuanto dolor le habían causado. Y se odió a ella misma un poco más—. Te amo demasiado como para hacerte esto.
InuYasha la tomó entonces por la espalda y la estrechó lo más fuerte que pudo, aferrándose a las hebras azabaches, abrazándola como si la cercanía no fuera suficiente. Inspiró hondo para grabarse el aroma de la chica, para evitar que las lágrimas lo aborden, para que el corazón dejara de doler. Para él, aquella beca se había convertido en un castigo después de esa tragedia, pero era todavía peor ver lo que esos ojos chocolate reflejaban cuando le pedía que se fuera.
—Te amo también —expresó desde el fondo de su alma, con la piel erizada, el corazón expuesto y un sentimiento dual de profunda tristeza y amor desmedido—. Te prometo que estaré pendiente de ti, te prometo que dejaré todo si me llamas, Kagome, te-
—Y yo te prometo que haré todo para mantenerme estable —le dijo contra el pecho, dejando que la calidez de los brazos masculinos la rodearan de tal forma, que la sensación cálida pudiera acompañarla por siempre. Le había interrumpido porque era casi asfixiante escucharlo de esa forma, a ella también la estaba destruyendo la despedida. No quería ser una carga para nadie y menos para él—. Vete tranquilo.
—Voy a extrañarte —le expresó mientras el abrazo empezaba a perder fuerza, como si se tratara de un simple sueño.
—Yo también, InuYasha —la escuchó decir con voz suave, sintiendo que empezaba a despegarse de él lentamente—. Cada día.
Era una promesa.
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La sensación de que había dejado la mitad de su existencia en casa de Kagome ese día lo persiguió cada hora después de eso, mientras se obligaba a arreglar sus cosas en compañía de su familia, mientras trataba de dormir, cuando se bañaba, cuando comía… Su despedida había sido allí, esa misma tarde en que resolvieron separarse finalmente, así que no supo mucho de ella, no se atrevía a volver, ella le había dicho que ya no lo hiciera, porque así sería más fácil para los dos.
Era triste que, hasta su despedida en el aeropuerto, estaban todos menos Kagome, pero entendía que era mejor así. No lo soportaría. Le había costado un mundo entero aceptar, lo hacía solo porque ella había insistido de esa manera, así que no. Ayame le dijo que ella estaba bien, porque la visitó, así que, con esa información, subió a su avión con el corazón en la mano.
La sensación de que su relación con Kagome no estaba destinada a ser lo acompañó hasta el último momento, incluso cuando veía a Japón hacerse diminuto a sus ojos mediante las ventanas a su costado, sintiendo que dejaba todo lo que era bajo sus pies.
Incluso su capacidad de amar.
Continuará…
Originalmente, este iba a ser el final de RC, pero cuando ya llegas acá, que sufres el dolor de ambos, no solo por su relación, sino por cómo la vida finalmente los ha golpeado, por su duelo, por acabar de despedir a Kikyō… incluso cuando no quise ahondar en el sufrimiento de las primeras horas después de la pérdida, ya no es igual, ya piensas de otra forma y siento que la frialdad que tenía cuando planeaba esto, se ha esfumado por completo.
Mi idea era darle un epílogo después de esto, porque no quiero extenderme de más en escenas que podrían ser más bien pequeños drabbles (que no haré, porque este fic no es un fluff) y hacer un abismal salto de tiempo en donde las cosas ya han mejorado y una nueva etapa empieza en la vida de InuYasha y Kagome, quienes, de las dos parejas protagónicas, son los únicos que quedan vivos.
Nos leemos en el siguiente y final capítulo, agradecida enormemente con cada persona que llegó a este fic, por quienes se fueron en el proceso y quienes me leen desde las sombras. Hago estas notas de autor un 19 de octubre de 2022 con la esperanza de llegar bien a cuando puedan leer esto. No tengo idea de si al momento en que publique este capítulo, haya alguien todavía leyendo jaja, se siente como estar hablando desde un futuro incierto, pero la verdad es que no he publicado ni el capítulo 32.
Nuevamente un gran saludo a:
Carli89
Karii Taisho
Rocio K. Echeverria
Vanemar
Marlenis Samudio
Rosa Taisho
MegoKa
Iseul
A mi hermana TaishaSelene por todo el apoyo y hermoso contenido que dibujó para esta historia.
A la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por sus publicaciones y no olvidarse nunca de RC.
A cada persona que lee desde las sombras y me deja algún comentario en mi página de Facebook, realmente un abrazo.
Y nos estamos leyendo en mis otros proyectos, que, para el tiempo en el que publique esto, ya deben estar colgados.
Hasta pronto.
