Observaba ahora la marea moverse, con los ojos perdidos en el absurdo movimiento de las olas, recordándole un poco a todo ese caos que había ocurrido entre él y el espadachín. En el fondo no podía creerlo aún, pero el otro lo había declarado con sus propias palabras, se lo dijo de frente. Ante eso, ya solo quedaba afrontarlo…
Se miró la mano hinchada por el puñetazo y maldijo para sus adentros. Su reacción fue tan espontánea que olvidó por completo que odiaba lastimarse las manos y que para él eran la parte más sagrada de su cuerpo. Pero era que la indignación fue tanta que no pudo contenerlo.
Y lo peor estaría por venir, pues todo el mundo comenzaría a notar que él evitaba estar en el mismo plano con Zoro, era demasiado obvio su malestar al verle la cara. No importaba cuánto hiciera caso omiso de sus emociones, acababa renunciando a la paz y finalmente debía retirarse del lugar. Incluso la cocina dejó de ser un refugio seguro, pues estaba por demás pendiente de que el espadachín no se le apareciera de sorpresa, vigilando las puertas de acceso cada minuto mientras intentaba concentrarse en lo suyo…
Era una completa tortura… Si tan solo pudiera olvidarlo…
Eso por el momento le parecía muy difícil, para no decir imposible. No mientras continuara viéndole la cara a lo lejos, esperando que apareciera para echarle en cara más horrendas confesiones sobre lo bien que lo pasó cuando él estaba inconsciente, incapaz de defenderse…
Ese hecho en concreto lo persiguió más de una noche. En la soledad de su pequeña habitación, esas palabras venían a él nuevamente… Eran horribles. Es decir, lo que más le causaba pavor era el detalle de ni siquiera recordar algo de aquella noche. Zoro dijo que no pudo retener sus instintos y probó el calor de su cuerpo… Pero él no recordaba nada más que esa pequeña visión de sus manos sobre el pecho del espadachín, solo eso.
Lo que más lo enojaba era el ultraje. Su cuerpo —mal que le pese— nunca había sido tocado antes, no tenía experiencia de ningún tipo en ese campo… Ni siquiera un beso. El rubor inaceptable se le coló en el rostro por completo, no queriendo formar parte de esa pesadilla donde debía aceptar que su primera vez había sido desmayado, y que era otro hombre quien lo hubo tocado.
Sacudió su cabeza para ver si se le aclaraba la mente. Ya habían pasado dos semanas de aquello, debía olvidarlo, y si no podía, debía… alejarse por un tiempo.
Al día siguiente, se levantó con una decisión determinante. Le explicó a su capitán que ni bien tocasen tierra de nuevo, debía marcharse. Aún ante las interminables preguntas de este, se mantuvo firme. Lo convenció solo tras evidenciar su cansancio mental, del cual todos habían sido testigos hacía días. No podía continuar así, le explicó. Necesitaba pensar a solas, pasar unos días desconectado de todo, y luego volver con ellos.
Luffy aceptó, pero no quiso dejarlo. Su condición fue que pararían en el puerto más cercano, y esperarían por él dos semanas allí. Sanji no pudo evitar sentir que los retenía y atrasaba su viaje, pero no hubo palabra que intercambiara con Luffy que lo hiciera cambiar de opinión.
Ni siquiera sabía cuánto tiempo necesitaba lejos de Zoro, pero intentaría ponerse bien lo antes posible, se dijo a sí mismo.
Con esa idea en la mente, partió. Y caminó por la ciudad durante un día entero, visitando todo lo que pudiera, recorriendo los enormes pasillos de gente, disfrutando del aire libre que hacía bailar sus cabellos tan claros.
Al llegar la noche, se sentó en el restaurante de más clase que encontró, curioso por la comida que servirían allí. Tras esperar unos minutos, una voluptuosa e increíble mujer llegó a su mesa, vestida de lentejuelas rojas en su diminuto vestido.
— ¿Ya decidió qué va a comer, señor?— le dijo, mostrando su mejor sonrisa.
— No conozco realmente el menú, soy nuevo por aquí— respondió, sintiendo cómo el corazón le latía más rápido cada vez que la mujer lo veía a los ojos.
— ¡No me diga! Primera vez, ¿ah?
El comentario era realmente inocente, pero le hizo desaparecer la sonrisa, dejándolo con una sensación incómoda tras la elección de palabras. Ella notó eso rápidamente, por lo que, aclarándose la garganta, prosiguió:
— Puedo sugerirle el menú del día, plato principal del chef, acompañado de nuestra selección de vinos.
— Perfecto, dulzura. Será lo que recomiendes entonces— contestó, intentando recomponerse de lo anterior mientras extendía otra gran sonrisa nuevamente.
Luego de ese ligero altercado, se dispuso a disfrutar de su estadía al aire libre como había venido a hacer. Se concentró en ello, convenciéndose que si lo ignoraba y se distraía, pasado un par de días todo volvería a acomodarse dentro de su cabeza.
La mesera volvió con su pedido más rápido de lo que esperó, por lo que preparó su estómago para analizar la mezcla de sabores. No iba a mentir, era un comensal exigente, pues él mismo sabía de preparación de innumerables alimentos y platillos, por lo que "salir a comer fuera" en realidad era un reto para su persona.
Y allí estaba, casi al fondo de su plato, dando los últimos bocados con una tranquilidad por poco palpable cuando la mesera volvió a consultarle:
— Parece que le gustó, ¿eh?
— Estuvo muy disfrutable, la verdad— dijo, recostándose en la silla al mismo tiempo que sacaba un cigarrillo de su bolsillo—. Déle mis felicitaciones al chef.
— Serán dados, cariño.
El término dulce que utilizó para referirse a él le erizó la piel. Dando una pitada profunda a su cigarrillo, Sanji sentía que comenzaban a coquetear con la mirada, viéndose uno al otro con sonrisas amplias en sus ojos.
— ¿Le traigo la cuenta o quiere pedir algo más?— le habló ella, acomodándose el pelo detrás de la oreja, gesto que el cocinero pudo interpretar como una clara intención de coqueteo continuo.
— Quizá más tarde me vendría bien un postre… aunque por ahora estoy bien— le dijo, recostándose sobre la mesa, haciendo visible sus intenciones.
Ante esto, la mesera echó una pequeña risita y movió la cabeza, negándose a habilitar más avances del rubio.
— Ya vuelvo con la cuenta, entonces.
Y fue todo. Allí culminó el flirteo para ambos, aunque ahora ya no estaba tan seguro de que la mujer hubiese estado interesada en algún punto, cosa que lo confundió un poco.
Metido en lo suyo, —pensando un poco en lo confusas que eran las señales que recibía de las damas de un momento a otro—, alejó el cigarrillo de sus labios y echó una buena bocanada de humo por fuera, y fue cuando aquella nube gris se disipó del todo que logró notar entre la multitud a su derecha, —bien lejano pero en la posición perfecta para que pudiera ser detectado—,la silueta de Zoro que lo observaba directamente.
Exaltado, abrió los ojos, consternado por completo. Y la visión del otro se le perdió entre tantas personas que pasaban por la calle; cuando quiso volver a enfocar la vista, la silueta había desaparecido.
Estaba entrando en pánico. ¿Lo había imaginado o realmente estaba allí? No lo sabía, pero ahora ya no podía quedarse quieto por más tiempo.
Se levantó de un solo ademán y echó a caminar rápidamente. En el camino, la mesera venía con un papel que contenía el total de la cuenta. Sanji, para no perder tiempo, sacó de sus bolsillos un rollo de billetes sin contar, y extendiéndoselo le dijo:
— Toma. Lo que sobra es para ti.
Y se marchó a paso ligero, dejándola con mil preguntas sobre su cambio de humor.
