No importó qué tan apetecible estaba la comida, Zoro no pudo ser capaz de digerir ni un simple bocado. Se sentía culpable hasta para comer, lo cual sí que era ridículo.
No estaba acostumbrado a sentirse así, tan aquejumbrado y perseguido por sus pensamientos. Algo dentro de él debió romperse y todavía no lograba a dilucidar qué.
Por supuesto, Sanji los reunió para traerles la comida, pero luego se marchó, poniendo como excusa que aún continuaba mareado.
El resto de la tripulación decidió darle su espacio, ya que era evidente que algo le sucedía, y se lo preguntaban en voz alta entre ellos, debatiendo distintas teorías sin poder atinar a ninguna. Cada vez que hacían eso, Zoro sentía un calor tan ardiente en las mejillas que simplemente debía marcharse él también, solo para evitar que le preguntasen si se encontraba bien…
Odiaba eso, realmente que sí. Pero más se odiaba a sí mismo.
Tras un par de días sobrellevando la situación como podía, esperó. Esperó hasta que Sanji tomara una verdadera resolución ante el asunto. La paciencia era su virtud a veces, pero el cocinero lo sacaba de quicio... No emitía juicio alguno, y se limitaba a esquivarlo "casualmente" cada vez que se hallaban de frente.
Era como si nada hubiera pasado, y al mismo tiempo, como si el espadachín tampoco existiera. Era eso, una relación inexistente… Tras un mes completo, Zoro sintió que el otro no le daba muchas opciones más que volver a enfrentarlo.
Por lo que esa mañana caminó decidido hacia la cocina, con el semblante en alto y los ojos determinados a demostrarle al rubio que convivir en ese ambiente de clara hostilidad no-verbal no era beneficioso para ninguno de los dos.
Se adentró, y lo vio esperando la cocción de un nuevo platillo. Por supuesto que se hallaba de espaldas, por lo que no lo notó hasta que él habló:
—Sanji…—lo llamó, y ante el sonido observó cómo el otro se sobresaltaba enormemente, girándose en medio segundo, con los ojos celestes bien abiertos—. Lo siento, no quise asustarte— remedió después, puesto que notó que ya habían comenzado con el pie izquierdo.
El rubio, una vez recuperado de su tensión interior, aclaró la garganta y se acomodó uno de los mechones de su sien detrás de la oreja, en un intento de fingir que no le afectaba la presencia del otro allí. O al menos no como realmente parecía.
—¿Qué quieres?— inquirió después, con el semblante completamente serio.
Era demasiado obvio que evitaba mirarlo a los ojos. Zoro lo notó… Claramente, así no podían iniciar ninguna conversación real. Con ese pensamiento en la mente, caminó hasta quedar de frente con el cocinero, y se apoyó sobre la mesada que los separaba, con brazos firmes y ligeramente inclinado hacia el otro.
Tras eso, a Sanji no le quedó más opción que verlo a la cara, puesto que estaba demasiado impresionado por el arrebato de su interlocutor. Sus ojos cristalinos denotaban preocupación y sorpresa, pero Zoro no dejó que eso lo detenga.
—Escucha, ya sé que esto es difícil para ti. Lo entiendo, pero también lo es para mí.
—Si es tan difícil entonces déjame en paz— respondió Sanji inmediatamente, llevando su vista hacia un lado—. No quiero verte, ¿no entiendes? Mucho menos en mi cocina.
—Eso es precisamente lo que necesito que me digas… Si quieres que me vaya de la tripulación, lo haré— las palabras le trastabillaban en la boca, pero no le representaron mayor problema. Tal era su grado de frustración, que prefería marcharse a tener que convivir de la manera en que lo hacían—. No podemos vivir en el mismo lugar si vas a estar ignorándome todo el tiempo, o esquivándome donde sea que me encuentres.
—No entiendo por qué te preocupa tanto mi opinión, eres un adulto. No puedo decidir por ti— el rubio le escupió esa respuesta, aún sin mirarlo aunque el tono de su voz fue el indicado para herir la susceptibilidad de Zoro más de lo que parecía.
En efecto, el espadachín no tuvo más remedio que bajar la vista, llevándola a sus manos apoyadas a la mesada. Los dedos le temblaban, pero no era de enojo. Estaba pasmado con la situación, sintiéndose acorralado por un sentimiento que él bien sabía cuál era. No tenía tiempo para eso en su vida, pensaba. Por eso nunca le hubo prestado demasiada atención.
Mas ahí mismo, entablando esa conversación hostil con el cocinero, notó que lo que le ocurría no podía ser obviado tan fácilmente como en otras ocasiones. Necesitaba afrontarlo.
—Me preocupa tu opinión porque me preocupas tú, Sanji— comenzó a decirle, volviendo la visión al rubio—. Me gustas… y no quiero hacerte más daño del que he provocado ya.
Sanji parpadeó un par de veces y giró sus orbes celestes para posarlos en el rostro de Zoro, a quien se había abstenido de mirar hasta entonces. Sintió que la vergüenza lo invadía y su piel pálida tomó rápidamente un color rojizo que no hizo más que darle aún más pena. En un intento de ocultarlo, se llevó el dorso de la mano a un lado de su rostro, para notar el tremendo calor que este despedía…
A su vez, Zoro observaba el ataque de pena de su compañero de tripulación, y en su interior se retorció un enjambre de cosquillas que le acariciaba la piel de pies a cabeza. No quería sentirse irremediablemente atraído por el otro como en ese momento, pero no pudo evitarlo… Sanji se mostraba tan… tan tierno, tan transparente ante él, que le contagió ese ingenuo rubor a su propia cara, por lo que se aclaró la garganta y se cruzó de brazos, titubeando con la mirada inconscientemente.
—¿Que yo te g-gusto?... Eso es…— tartamudeó Sanji, apenado por completo por no poder siquiera fingir desinterés en esa situación altamente incómoda e inesperada—. Es decir… n-no me importa… Pero, ¿por qué me lo sueltas así?
Un ligero ataque de risa se escapó de los labios sonrosados del rubio, quien continuaba ocultando parte de su rubor con su mano, y mirando hacia el costado tímidamente.
El arrogante cocinero que siempre lo molestaba, ahora se hallaba desarmado frente a él, en su propia cocina. Era insoportablemente atractivo ante los ojos de Zoro, quien no podía evitar mirarlo…
Aún con todo eso ocurriendo dentro de él, reunió coraje y le dijo:
—Necesito que me digas si me odias a tal punto para querer alejarte de mí. Me iré para siempre, juro que no me volverás a ver en la vida…— tras decir aquello, notó cómo Sanji soltaba un suspiro hondo, tratando de recuperarse de la vergüenza para enfocarse en lo que oía—. Solo quiero que vuelvas a estar bien… Que puedas vivir libre de preocupaciones, como antes.
El cocinero jamás lo admitiría en aquel momento, pero se sintió la peor persona del mundo por ver tan rebajado al espadachín. Sinceramente, antes de que todo eso ocurriera, se divertía mucho llevándole la contra en todo, jugando a pelear en cualquier situación, solo para verlo molesto.
Ahora, allí como estaba, tan incómodo y tenso… No podía soportar verlo así. Y aunque todo fuera su culpa, sintió que estaba llevándolo demasiado al extremo.
—Escucha, yo no te odio ni necesito que te vayas…— empezó a decir, esta vez enfrentando su vergüenza para verlo a los ojos—. Solo… me es muy difícil interactuar contigo porque eres un estúpido.
Zoro encarnó una ceja, confundido por el insulto gratuito que hubo recibido, pero notó que la confianza del cocinero volvía a su semblante, y no pudo evitar sentir un gran alivio interno.
—Podemos volver a interactuar normalmente como antes, pero debes dejar de comportarte de esa manera tan miserable conmigo, ¿de acuerdo?— le dijo después, sacando un cigarrillo de su bolsillo para encenderlo. Luego de darle una pitada, retomó—: Y con respecto a lo otro… Sabes que me gustan las mujeres… Pero podemos intentar ser amigos, si quieres.
La sonrisa volvió a su rostro, y de repente el mundo de Zoro dejó de girar. Esos ojos celestes lo miraban nuevamente con tranquilidad. Entendió que la conversación sincera ayudó en parte a remediar el error anterior, el arrebato de palabras que hubo tenido antes…
Finalmente, Sanji volvía a ser él mismo, y de pronto ya conocía la manera en que se sentía desde hacía un tiempo. Bien. No podía pedir más.
El cocinero no lo comprendería, mas Zoro estaba totalmente satisfecho tan solo con poder verlo y conversar con él.
—Gracias.
Le dijo después, estirando su mano para darle un apretón de reconciliación y esperando que no fuera abusar de su confianza. Grande fue su felicidad cuando Sanji, —luego de tirarle todo el humo en la cara en gesto de confidencia genuina— apretó su mano y le dio un sacudón ameno, gentil y honesto.
La enorme sonrisa que le mostraba el rubio, a pesar de que Zoro no quería guardar falsas ilusiones, le aceleraron el corazón más que antes.
