Nami, Luffy y Usopp no podían creer lo que veían. Tras días de inquebrantable silencio por parte de ambos, observaban a Zoro y Sanji conversar casualmente cada vez que se encontraban por los rincones de la embarcación. Y no solo eso, parecían llevarse muy bien.

Cuando desembarcaban, Sanji salía por suministros para la cocina, y le pedía a Zoro que fuera con él para ayudarlo a traer las cosas. A pesar de que siempre fue motivo de discusión anteriormente, ahora el espadachín aceptaba hacer ese favor sin queja alguna. Nami, quien era la más observadora del grupo, supo que hubieron intercambiado opiniones sobre su rivalidad y pusieron cartas claras en el asunto. Lo prefería así, sinceramente. Después de todo, era divertido verlos pelear pero el ambiente frío de las semanas pasadas le estaba agitando los nervios de tensión.

De repente ya no había quejas por parte de Zoro por realizar los mandados del cocinero, ni impedimentos por parte de este último para que el peliverde no pisara la cocina. Era extraño verlos tan amigables, pero los demás lo agradecieron y pronto pasó a ser un asunto normal.

Una noche de marea turbulenta, Sanji preparó para cenar un gran festín, pues se cumplía exactamente un año de su arribo al Going Merry. Hubo preparado comida de todos los colores y texturas, suficientes para saciar el antojo de los presentes y hacer de esa noche algo para recordar y cobijar un cálido momento.

Estuvo toda la tarde para lograr tener lista la totalidad de sus ideas a tiempo, por lo que no se mostró muy conversador ese día, y Zoro pudo notarlo. Al principio se preocupó cuando Sanji no le respondía tan velozmente como siempre, estando demasiado concentrado en su labor como para prestarle atención.

Luego entendió que debía estar preparando algo exclusivo, y decidió dejarlo solo. El rubio lo prefería así cuando cocinaba para una ocasión distinta, necesitaba su espacio y Zoro estaba dispuesto a notarlo primero que todos y a brindárselo.

Cuando salió de la cocina sin mediar mucho palabrerío ni explicaciones, Sanji lo observó de soslayo, alcanzando a ver cómo cerraba la puerta tras de sí intentando hacer el menor ruido posible para no desconcentrarlo. El rubio se sonrió; podía apreciar cómo Zoro era quien mejor lo conocía de la tripulación, siempre atento a lo que precisaba de él y de su ambiente.

Se había vuelto más perceptivo con las acciones del espadachín esos últimos días. Logrando advertir cómo el otro cuidaba de sus horas de sueño, de su pasión por cocinar, del esfuerzo enorme que hacía para no molestarlo mientras fumaba y prefería estar solo con sus pensamientos... Era demasiado complaciente, pensó. En parte le agradaba y de a ratos se sentía algo incómodo. Zoro no era así con otra persona... solo con él.

De repente hizo memoria: hubieron pasado varios meses desde que tuvieron esa charla donde el peliverde le confesó sus sentimientos con aquella sinceridad envidiable. Su actitud con él cambió para bien, y Sanji pensó que estaban cultivando una amistad que rozaba la similitud con la hermandad. Pensaba en Zoro como el amigo más valioso que tenía entonces, pero todos aquellos gestos tan amables y considerados que percibió tras días de atención le hicieron dudar de cómo el otro tomaba su amistad.

¿Seguirá interesado en mí de aquella forma?, se preguntó internamente, para de inmediato darse cuenta de su cuestionamiento y sacudir su cabeza, tratando de esclarecer sus ideas. ¿Por qué se estaba preguntando eso? ¿Por qué le interesaba saberlo? Era absurdo. Molesto con su propia mente, se obligó a seguir cocinando sin descanso hasta el momento de la cena para dejar de pensar cosas sin sentido.

Ahora allí estaban, todos sentados en el exterior a pesar del riesgo de lluvia que amenazaba con estropearles la comida. Sanji puso sobre una mesita de patas cortas todos los platillos y se sentaron en el suelo a degustar bocado a bocado. Mientras daban sus primeros mordiscos, el rubio se tomó la molestia de aclarar que la ocasión se debía al aniversario de su llegada, por lo que luego disfrutó del sonido de los aplausos y felicitaciones de sus compañeros, orgulloso.

Acercó hacia sí un plato y disolvió el sabor de aquellas cucharadas de comida lentamente, disfrutando la mezcla de esencias en su boca, cuando Zoro —que estaba de frente— le extendió una botella.

— Felicidades.

Fue todo lo que dijo, con el semblante sereno y semi-sonriendo. Sanji, sorprendido totalmente por el gesto, tomó la botella y leyó la etiqueta. En efecto, era un vino muy añejo, digno de una valiosa colección.

— ¿Y esto?— quiso saber, todavía extrañado por lo que acababa de suceder.

— Lo compré en la última ciudad que visitamos. Sé que te gusta más el vino que el sake, por lo que debía ser algo más destacable que el promedio, ¿no?

El rubio le agradeció, y aunque quiso evitarlo, el rubor se apoderó de sus mejillas, sintiéndose demasiado especial y poco digno de aquellas atenciones. Ante esto, Nami, quien los observaba detenidamente desde el otro lado de la mesa, sonrió en silencio.

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Era pasada la medianoche. Los platos estaban limpios y ordenados, y la cena fue todo un éxito. Una vez que sus estómagos estuvieron llenos, el sueño invadió completamente a la mayoría de los tripulantes, por lo que se despidieron y se echaron a dormir adentro.

Sanji prefirió quedarse a limpiar todo inmediatamente, pues no había algo que lo pusiera de peor humor que una cocina sucia. Su lugar de trabajo debía estar impecable, listo para su próximo uso, por lo que no descansó hasta ver todo reluciente y digno.

Después, ya algo cansado, decidió que fumaría el cigarrillo de todas las noches sentado en las escaleras de afuera. Se dirigió allí, disfrutando del cielo turbulento arriba de él, exhalando una gran cantidad de humo.

Como molesto por su atrevimiento, el cielo le respondió con un par de densas gotas que cayeron pesadamente una tras otra, comenzando a humedecer su ropa. Se sonrió al percibir que debió haber provocado que comenzara a llover más pronto por su gesto, y estaba pensando en volver adentro del barco para terminar su cigarrillo, cuando una sombrilla lo protegió de la lluvia, inesperadamente.

Elevó sus ojos celestes para notar que Zoro era quien le ofrecía el resguardo, de pie junto a él.

— Toma, si te quedas aquí afuera sin cubrirte te resfriarás— habló el espadachín, extendiéndole la sombrilla.

Sanji lo observó detenidamente, tratando de descifrar su rostro aunque no percibió nada que le llamase demasiado la atención. Separó el cigarrillo de sus labios y le dijo:

— Puedes sentarte aquí conmigo mientras termino... si quieres.

Zoro parpadeó, tomado por sorpresa, pero sin pensárselo dos veces se sentó en el espacio que quedaba del escalón, llevando su vista hacia las gotas que no dejaban de caer.

— Por cierto, gracias por el regalo— agradeció el rubio, dando otra pitada y tirando el humo hacia arriba nuevamente—. Tiene un muy buen sabor.

— Me alegro que te haya gustado tanto como para casi terminártelo— acotó Zoro con un tono burlón. Le sorprendió encontrar la botella casi vacía en la cocina justo cuando pasaba por allí para llevarle la sombrilla. Claramente el rubio hubo aprovechado la labor de limpieza para dar tragos en el medio de cada plato, según pudo ver.

Sanji no pudo evitar echar una carcajada de aquellas que solo él podía soltar de repente, y el sonido de su voz alegre le hizo cosquillas en el pecho al espadachín, quien llevó su mirada hacia otro lado a propósito para no incomodar a su compañero con su excesiva atención.

— Realmente te lo agradezco. Me hizo sentir especial— confesó Sanji luego.

Tras decir eso, llevó su vista agradecida hacia Zoro, quien justamente se volteó hacia él y quedaron cara a cara, viéndose con detenimiento por un período de tiempo que apenas fueron minutos, pero se sintió mucho más largo que eso.

Notando la cercanía entre ambos, los ojos del peliverde se fueron inconscientemente hacia esos labios pálidos que tenía enfrente, para sentirse culpable al segundo después. Desvió su mirada y se aclaró la garganta, obligándose a ponerse de pie para alejarse un poco.

— No deberíamos permanecer aquí mucho más. Se está poniendo frío el viento.

— Tienes razón— le dijo el cocinero, y extendiéndole una mano, pidió—: ¿Me ayudas a levantarme? Tengo las piernas dormidas.

Zoro tomó aquella mano y de un tirón suave lo atrajo hacia delante, pero la torpeza de Sanji —quien sí hubo abusado del alcohol— hizo que trastabillara y hubiera caído al suelo inevitablemente si no fuera porque su compañero lo sujetó a tiempo. Ahí mismo estaban de pronto, casi abrazados en medio de la lluvia, pues la sombrilla salió volando por encima de sus cabezas.

El espadachín sentía que su corazón le ardía tras el contacto tan cercano que le permitía oler el perfume del otro, pero no quiso distraerse mucho y comenzó a arrastrar casi a los tumbos al rubio, con cuidado para no pisar sus pies que caminaban erráticos.

En un santiamén estaban de nuevo en la cocina, totalmente resguardados de la tormenta que ahora se mostraba más violenta que antes. Ambos se quedaron viendo por la puerta esas gotas impacientes que caían, cuando notaron que aún continuaban casi abrazados.

Zoro quiso soltarlo, pero Sanji se recostó en él, permitiéndole sentir la suavidad de su cabello que ahora acariciaba el cuello descubierto del peliverde.

Tras esto, su compañero enmudeció. Incapaz de pronunciar palabra, tampoco sabía qué decir o qué hacer. Esperó unos segundos para averiguar si Sanji se hubo quedado dormido, y luego lo tomó de los hombros para separarlo un poco.

Observó la mirada celeste del cocinero clavándose en sus ojos, como buscando una respuesta a un enigma que no le hubo revelado hasta el momento. Extrañado, advirtió después cómo el otro bajó la vista hacia sus labios.

— ¿Qué pasa?— tuvo que preguntar, tomando un poco más de distancia.

— ¿Todavía te gusto?

Zoro sintió que su cara completa se derretía en rubor, y la comisura inferior de la boca le comenzó a temblar de pena. No entendía por qué Sanji le preguntaba eso tan de sopetón, pero para lo único que sirvió fue para levantar mil palpitaciones en su persona.

— ¿Qué...?— iba a inquirir, mas tuvo que interrumpirse a sí mismo tras ver cómo el rubio se acercaba a su rostro, entrecerrando los ojos.

Tomándolo certeramente por los hombros, lo separó por completo de él, colocando con cuidado su espalda contra la pared para que se sostuviera con estabilidad.

— N-no hagas eso... No está bien— le dijo, con la voz temblorosa.

— ¿Por qué no?— Sanji sonaba tan despreocupado al respecto que Zoro no sabía qué pensar, pero no quería que una su imaginación bochornosa le invadiera la mente con ideas sin sentido, por lo que juró resistir aquella emocionante tentación a como diera lugar.

— Porque me gustas tanto que si me besas ahora no podré responder de mí, y eso no está bien... porque estás borracho ahora.

Bajó la mirada, avergonzado. No entendía qué pretendía hacer Sanji pero era seguro que no tenía mala intención. Solo estaba bajo los efectos del vino, pensó. Eso suponía que debía cuidarlo del peligro de la situación, para no arruinar la amistad que tenían.

— Voy a dejarte aquí, ¿de acuerdo? Tu habitación está cerca— le habló Zoro, soltando sus hombros lentamente—. No puedo corresponder lo que me pides ahora, sería aprovecharme de tu condición... Pero...— dudó, pues era grande el deseo que tenía de acompañar al otro hacia su cama, sintiendo cómo el deseo le corría por las venas y hacía temblar su cuerpo—. Si... todavía sientes lo mismo por la mañana, házmelo saber.

Y dando pasos certeros, se marchó.

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La tormenta de la madrugada se calmó tras la salida de los primeros rayos del sol. El océano los sorprendía con gran calma luego de una noche revuelta de emociones y olas. Las voces lejanas y chillonas de Luffy y Usopp hablando despreocupadamente por el barco despertaron a Zoro, quien antes de ponerse de pie estiró sus extremidades durante largo rato, como si fuese un gato, extendiéndolas hacia los costados.

Después de que se hubo quejado de lo adormilado que tenía el cuerpo, se encaminó a desayunar, olvidando por un instante que tenía que pasar por la cocina para reunirse con sus compañeros. Para cuando se dio cuenta, ya observaba a Sanji de espaldas, preparándoles infusiones y otros bocadillos.

Al verlo se congeló, sin saber qué esperar. Como presintiéndolo allí, el rubio se dio la vuelta, acelerándole el corazón.

— Buenos días— lo saludó animadamente, con ese carácter tan amigable de siempre. Zoro no supo cómo interpretar eso, por lo que solo se limitó a hacerle un ademán con la cabeza en señal de saludo—. ¿Dormiste bien?

Ante la pregunta recordó las mil vueltas que dio para conciliar el sueño, inquieto por sus propios deseos reprimidos, con sus instintos avispados por culpa de un maldito vino que se le ocurrió obsequiar... No podía quejarse, él mismo se había provocado todo aquello.

Respondió con un sí de lo más seco que hizo estallar en risa al cocinero. Zoro llevó su mirada extrañada hacia el otro, sin entender qué le causaba tanta gracia. Entonces, lo vio apoyar sus codos sobre la mesada, con el cuerpo inclinado hacia su dirección, esbozándole una sonrisa amena.

— Te pido disculpas por lo de anoche. No era mi intención torturarte.

Entre la sonrisa de Sanji, que era tan amplia y encantadora como la de un ángel, y el tono de voz tan calmado con que pronunciaba cada palabra, Zoro sintió que el ambiente le elevaba la temperatura a mil grados, pues comenzó a tener un súbito calor.

— Es-está bien, yo no quería incomodarte— tartamudeó, sintiéndose un tonto por no poder pensar claramente o expresarse la naturalidad de siempre.

— No lo hiciste— aseguró Sanji, permitiendo que el color rojizo se apoderara de sus mejillas sonrientes—. Te hice un pastel de disculpas.

Dijo, y sacó de debajo de la mesada una pequeña panificación decorada de color verde y rosa. Era un simple detalle, pero el gesto le hinchó el corazón de felicidad al espadachín, quien se acercó para apreciarlo mejor.

Entonces, el cocinero buscó una pequeña cuchara, cortó un pedacito del bizcochuelo y se lo ofreció. Atónito, la mente de Zoro quedó en blanco.

— ¿Quieres probar?— le dijo el rubio, elevando la cucharita hacia él sin dejar de mirarlo a los ojos.

La emoción detuvo el temblequeo de los sentidos del espadachín en aquel momento, y reemplazó eso por determinación. Su corazón palpitaba tan rápido que podía escuchar sus propios latidos en el interior de sus oídos. No le importaba, creía tener una respuesta a lo que hubo propuesto la noche anterior, y se limitaría a obtener una contestación.

Seguro de sí mismo, sostuvo la mano de Sanji que tenía la cuchara, y después llevó su otra mano hacia el rostro que tanto adoraba. Primero acarició su mejilla, viajó por su quijada y se detuvo en el comienzo de esos bellísimos cabellos rubios. El rubor del otro había acrecentado tanto que hasta sus orejas tomaron el color, pero no lo vio incómodo al respecto, ni molesto.

Fue entonces que se animó a preguntar:

— ¿Puedo...?— habló casi entre susurros, llevando la vista hacia sus labios sonrosados.

— Sí— le afirmó Sanji.

Fue todo lo que necesitó escuchar. Se unió a él en un beso tan veloz como delicado, permitiendo que el tacto fuera gentil a pesar de la pasión que encerraba dentro.

Estaba hecho. Para cuando se dieron cuenta, no pudieron volver a separarse.

FIN