VIII. La maldición de Los Miserables. Apropiarse de todo.
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"Todos, quienesquiera que seamos, tenemos nuestros seres respirables. Si nos faltan, nos falta el aire, nos asfixiamos. Y nos morimos. Morir por falta de amor es espantoso. La asfixia del alma."
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Después de esa horrorosa experiencia de su pérdida de control ante la excitación de la pelea, aprendió a autorregularse, lo mejor que pudo; siguieron entrenado juntos, hasta el cansancio, nadie podía negar que verlos pelear el uno contra el otro era un espectáculo, con sus respectivas torpezas y chusquerías.
Satoru tuvo que reconocer que Suguru era un digno contrincante, la realidad es que siempre lo fue, desde que eran niños.
Como las habilidades de Shoko eran diferentes a las suyas, ella normalmente no participaba de las golpizas que ellos dos se daban. Sabía pelear, podía defenderse, pero su especialidad no era esa, y complementario a los estudios en Jujutsu Highschool, pasaba algunas horas del día fuera estudiando medicina, aunque era muy joven para matricularse en la universidad. Algunas veces se sentaba a observarlos y contaba en su cuaderno los puntos por golpe de cada uno.
No iba a negar jamás que ambos eran especímenes dignos de estudio, en su genotipo y en su fenotipo. Traducción: estaban majos y buenos. Tampoco ella se sentía abstraída a la belleza.
Por supuesto jamás le habría dicho nada de eso a ninguno de los dos, a riesgo de que se pusieran insoportables, sobre todo Satoru.
Huelga decir que le gustaba cuando se sacaban la camiseta de encima para pelear con el torso desnudo.
—¡¿Cómo que él doce puntos y yo once?! —Gimoteó Gojo leyendo las notas de Shoko.
—Pues en eso quedaron —respondió ella levantando una ceja.
—¡No es justo, contaste mal!
—Ya Satoru, ríndete, te gané —respondió en medio de una risilla Suguru.
—Ufff, ambos huelen como ganado… váyanse a bañar…
Justo eso era lo que más extrañaba de su bonita jaula de cristal en el Clan Gojo: el baño que era sólo para él. Al final había terminado por aceptar su dormitorio pequeñísimo para lo que estaba acostumbrado y, quizás, su único consuelo es que la habitación de Geto era la contigua.
No terminaba de aceptar el castigo supremo de las regaderas comunitarias. No sentía pena, sabía que su cuerpo era perfecto, se sabía atractivo, sólo era que extrañaba la soledad y paz de su baño.
Y había algo más de lo que no había hablado con nadie: que le echaba un vistazo de vez en cuando a su compañero, apreciativamente, ese cuerpo también le parecía perfecto. Después se sentía culpable por sus propias disquisiciones internas.
Le quedaba claro que… no, no le quedaba claro nada, no sabía de ese cosquilleo raro en el estómago.
Era que se perdía en todo, en su rostro tan bello, tan masculino, bueno, dentro de su adolescencia. Tenía que admitir que de los dos, el que tenía el rostro más infantil era él, disfrazado de gatuno; su cuerpo de músculos más redondos que los suyos… y luego, si miraba un poco más abajo, como que no queriendo la cosa, el ligero caminillo de vellos oscuros por debajo de su ombligo que llegaban hasta la base de su sexo… y eso ¡Por todos los dioses, eso! Hasta eso tenía bonito… y parecía un hombre.
"Qué indignante, y yo, yo sólo parezco un impúber", pensaba en silencio bajando la mirada hacia su propio sexo, carente de vello, lampiño totalmente, los pocos eran tan escuálidos y clarísimos que parecía lanugo de bebé, así que cuando detectó esos cambios raros en su cuerpo optó por sacarse esos… pues era una burla lo que le salía.
En esas estaba haciéndose una oda al cuerpo de Suguru, a su sexo, a sus v-e-ll-o-s.
—¿Satoru…? —Le llamó por tercera ocasión, frunció el ceño, lo tomó por el hombro y lo sacudió ligeramente— ¿Estás bien?
—¡Ah! Sí, no te escuché estaba concentrado —mintió tal vez con tanto atropello que era sospechoso.
"Estaba concentrado en mirarte la entrepierna y todo lo demás", se dijo con cinismo.
El otro se encogió de hombros y se metió a su cubículo, donde ya había abierto el agua tibia.
"Mejor le echo un vistazo, ¿qué tal si se ahoga en la regadera? Es tan peculiar que es perfectamente capaz", pensó Geto mientras cerraba los ojos disfrutando del agua cayendo por su cuerpo cansado.
Satoru se metió corriendo a la regadera contigua, no se preocupó por entibiar el agua, necesitaba el chorro helado para enfriarse a sí mismo y a todas las barbaridades que estaba pensando a la velocidad de la luz.
—¿Pasa algo, Satoru?
—No, ¿por?
—Nada, es que no estás hable y hable, como normalmente.
—Me sentí cansado de repente —"caliente", más bien, pensó—, mañana vamos a Yamanakako, ¿cierto? —Cambió el tema mientras terminaba de quitarse el jabón pegado a la blanquísima piel.
—Sí, temprano, ¿oíste eso? ¡Temprano! —Ironizó el otro saliendo de la regadera y asomándose al cubículo de su compañero incoloro.
Después de asegurarse de que estaba bien, caminó desnudo con el cabello escurriendo hacia donde se quedó su ropa.
"Y ahí va, paseándose, provocándome" se dijo como justificando que siguiera observándolo.
Conclusión: le gustaba, ¿eso era malo? No, seguro no, sólo era… si hacía un análisis de su nada de experiencia en la vida, en el sexo, en el amor, con los amigos… pues no le veía nada de malo.
No le gustaban los hombres, sólo le gustaba Suguru. Y luego no tenía idea de qué se hacía con eso. Porque era casi un hecho que a su compañero no le gustaban los hombres, habían tenido pláticas en aquellos meses acerca de las chicas y eso.
¡Qué complicado!
Si todo era tan fácil como decirle a Suguru que no sabía qué quería hacerle, pero quería hacerle un montón de cosas y quería meterse en su piel… quería ser su piel, su alma… todo.
¿El plan? Adueñarse de todo… de todo él y luego, que los dioses le ayudaran porque no tenía ni idea…
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Tokyo Radio FM 96
There is a house built out of stone
Wooden floors, walls and window sills
Tables and chairs worn by all of the dust
This is a place where I don't feel alone
This is a place where I feel at home
'Cause, I built a home
For you
For me
To build a home, Cinematic Orchestra.
