Alejada de todo bullicio del Santuario, aquel lugar boscoso repleto de naturaleza era un lugar que desestresaba a Saori. La luz del sol colándose entre los árboles y la cascada que venía de una gruta la cual ella aún no se atrevía a explorar eran sin duda un maravilloso escape. A pesar de toda esa admirable belleza que irradiaba aquel lugar, su corazón se sumía en un conflicto con tan solo pensar en el gran problema que tenía encima.

«Me van a encontrar, yo lo sé ¿Qué les digo cuando eso pase? No quiero mentir directamente a todos, eso no sería nada bueno. Como Athena tendría que hablarles con honestidad y no me siento preparada para ese paso», pensaba una apesadumbrada Saori, con el mentón apoyado sobre sus manos mientras allí sentada en un tronco caído, contemplaba el repiquetear del agua.

No tuvo tiempo de reaccionar, cuando de repente unas manos cubrieron sus ojos con delicadeza. Ella se sobresaltó un poco, pero aquel contacto, pero, al saber de quién provenía aquel gesto la hizo esbozar una amplia sonrisa que ni siquiera hizo el intento de ocultar. Su corazón latió a mil por hora y retiró aquellas manos para voltear a ver al dueño de sus sentimientos, que se había reclinado un poco para sorprenderla.

—Seiya... ¿Qué estás haciendo aquí? Mejor no te pregunto cómo me encontraste, porque es obvio que siempre lo haces —Saori invitó a Seiya a sentarse y este no perdió un segundo para hacerlo. Cuando se vio cerca de él, Saori suspiró y le dio un beso en la mejilla, el cual fue devuelto de inmediato con mucha dulzura.

—Mi especialidad es llegar a ti cueste lo que cueste ¿No te parece? —susurró a su oído y la joven se estremeció entre suspiros con la resonancia de sus palabras.

—Eso ya me lo dejaste bastante claro, Seiya —respondió con una sonrisa, mientras se dedicaba a acomodar algunos mechones marrones enfrente de su rostro.

Seiya volteó a ver a todos lados y al no sentir otras presencias alrededor, se atrevió a pasar un brazo por los hombros de Saori para acercarla más a él. Saori se dejó llevar y recostó su cabeza plácidamente sobre su hombro; ambos se sentían seguros y felices, pero de pronto las preocupaciones llegaron al corazón de ella una vez más, obligándola a enderezarse en el lugar donde estaba sentada.

—Por cierto, ya que estás aquí... Hay algo de lo que tenemos que hablar tú y yo —afirmó Saori.

—Vaya, y creía que yo era el que venía a hablar de algo contigo, pero siempre me sorprendes, princesa —Seiya rio por lo bajo—. Dime ya de que se trata, soy todo oídos.

Saori miró fijamente a los ojos de su amado Seiya y él se quedó embelesado en esos orbes color azul. De manera inevitable su mirada avellanada se dirigió a aquellos suaves labios que tanto deseaba, sintiendo unas fuertes e incontenibles ganas de acortar la distancia entre ellos y besarla allí mismo, pero se contuvo mordiendose el labio, porque sabía que ella necesitaba hablar.

Pasados algunos segundos, la joven volteó su cabeza hacia el lado contrario y su mirada se posó en el suelo. Apretó los labios, porque las palabras se habían agolpado en su garganta acompañada de un nudo de llanto.

Seiya notó su rotundo cambio y comenzó a preocuparse. Dirigió su mano hasta su mentón y trajo de vuelta su rostro con delicadeza para que lo viera, pero ella mantenía su mirada hacia abajo.

—Oye... ¿Qué te ocurre, mi amor? —inquirió él, ignorando que aquellas palabras calaban hondo en el corazón de Saori y la hacían estremecer cada vez que las decía de esa manera tan natural y sincera.

Saori no pudo más y se levantó para caminar un par de pasos lejos de Seiya. Él se levantó y la tomó por los hombros sin intentar nada más, solo se dedicó pacientemente a esperar a que ella se animara a hablar.

—Seiya... —dio un suspiro de resignación y allí soltó aquellas palabras que la martirizaban y que provocaron que sus ojos se llenaran de lágrimas—. Debemos terminar lo nuestro aquí y ahora.

Una fuerte opresión se clavó en el pecho de Seiya al escuchar aquellas palabras. Su corazón latió con desesperación, porque jamás hubiese esperado escuchar lo que acababa de oír.

—¿Qué?... ¿Es una broma, verdad? —inquirió con perplejidad y no pudo evitar girar a su amada para hablarle de frente.

—No lo es, Seiya —respondió Saori—. Es necesario que, cerremos este capítulo que no va a ninguna parte.

—Pero... las cosas han ido bien, tal y como lo planeamos, ¿no es así? —dijo Seiya con la respiración entrecortada e intentando esbozar una débil sonrisa—. Me he contenido cuando estamos frente a los demás y soy puntual con nuestras citas.

—No sigas, Seiya, por favor —Saori se volteó nuevamente, para ocultar lo afectada que se encontraba.

—¿Soy yo el problema? ¿O acaso, no soy lo que esperabas? Si es así, necesito saberlo... —Seiya tragó grueso— ¿Ya no me amas? —cuestionó y los indicios de lágrimas se hacían presente de manera inevitable.

—¡No es eso! —exclamó Saori mientras cubría su rostro—. Es que... Creo que ya todos se enteraron... sobre nosotros, y eso es grave.

Saori levantó la mirada hacia él. Seiya quedó consternado con aquellas palabras, y tomó valor para decir lo que su corazón sintiera.

—¿Crees? —preguntó esperanzado—. Entonces no estás segura. No hay por que adelantarse a los hechos.

—No estoy segura... —respondió Saori, volteándose por completo hacia él, pero sin verlo a la cara—. Pero, estoy casi cien por ciento segura que sí. Todos han estado muy cortantes conmigo toda la semana y hoy el Patriarca me interceptó para cuestionarme. Yo me negué rotundamente y solo se me ocurrió evadir a todos... Así que, por eso estoy aquí, sin saber qué hacer al respecto.

La mirada de Seiya se agrandó y entreabrió los labios sin saber qué responder, ya que aquello que Saori le dijo sin duda era demasiado grave. Luego de unos cuantos segundos el joven frunció el ceño y tomó la mano de Saori.

—Si eso es así, entonces... Yo estoy dispuesto a confesar si es necesario y asumiré lo que venga. No voy a huír de nadie. No les tengo miedo y lo sabes —respondió Seiya con seguridad.

—¿Acaso no entiendes que tu vida está en peligro, Seiya? No voy a dejar que te hagan daño, prefiero ignorar a todos para no tener que darle explicaciones a nadie. Pero antes de encontrármelos para hablarles del tema... necesitamos terminar, por las buenas, porque no quiero mentirles y para que esto no sea más grave de lo que ya es. Esa es mi decisión final.

Saori terminó de decir aquello que le hacía tanto mal, pero que sabía era lo correcto para ambos aunque doliera en el alma.

—No... —musitó el joven y las lágrimas se desbordaron hacia sus mejillas—. Esperemos un poco, te lo pido. A lo mejor y no es lo que estás pensando, Saori. Dejemos que el Patriarca hable y luego...

—Seiya, ya dije mi decisión, por favor, no empeoremos más las cosas —Saori se volteó nuevamente, pero Seiya caminó para plantarse frente a ella. La tomó de las manos y se hincó apoyando una rodilla para verla desde abajo.

—Saori... ¿Qué no entiendes que esto nos hará un daño mayor? —prosiguió Seiya sin dejar de verla—. Por favor, no terminemos... ¡Eres el amor de mi vida, entiéndelo!

Saori se llevó una mano al rostro para cubrir su boca, pero antes de que pudiera dar una respuesta, ambos divisaron la figura de la santo de Camaleón acerándose a ellos, y antes de que siquiera pudieran hablar, o de que Seiya pudiera levantarse y soltar la mano de su diosa, en una fracción de segundo, el crujir de las hojas se percibió por el lado contrario y cuando Saori volteó a ver, allí estaba el Patriarca a unos cuantos metros; y no solo se trataba de él, sino de medio Santuario observando aquella evidente escena.

—Athena... ¡¿Pero, qué demonios significa todo esto?! —exclamó Dohko con indignación, y Saori no pudo más que tragar grueso y quedarse sin palabras ante aquella pregunta.

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Continuará...

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