Code Geass: Bloodlines

Capítulo trece:

Caín

Euphemia se había ido. Las pinturas, el carboncillo, la paleta, los pinceles se quedarían en su habitación sin utilizarse. Ya no pintaría de nuevo. Su gentil belleza no volvería a deslumbrar al mundo. No mostraría su tierna sonrisa nunca más. Al igual que las estrellas fugaces cuando caen del cielo, así la dulce Euphemia había cruzado por la vida de las personas que la amaron habiéndoles deseado la felicidad. Ahora su alma retornaba al cielo estrellado que la vio partir.

Kallen libraba una lucha contra la resaca desde que había abierto los ojos esa mañana. Intentó incorporarse para ir al bufete y el vértigo la clavó en su cama. Ohgi le pidió quedarse por ese día, indicándole que Lelouch lo entendería. La mujer obedeció. No porque quisiera. No tenía fuerzas para discutir ni trabajar. La habitación le daba vueltas y su cabeza ardía. Eso significó que permitió que Ohgi la cuidara como si fuera una adolescente otra vez. Fue alrededor de la tarde cuando los efectos de la resaca se atenuaron.

El sudor en las sábanas y el pelo revuelto sobre la almohada hedionda la impulsaron a mover el trasero a la sala, donde se sentó en el sofá con las piernas cruzadas y descalza y encendió la televisión para olvidar el zumbido en los oídos. Se colocó una camiseta que le llegaba hasta el ombligo y unas bragas. No obstante, su frágil paz pronto se vio atormentada por fragmentos de los recuerdos. ¿Debería decirle a Ohgi? Era el mejor amigo de su hermano; le afectó tanto como a ella su desaparición. Por otra parte, ¿qué iba a decirle? Lelouch asumió la probabilidad más alta ya que fueron alcanzados por los matones de Charles zi Britannia. No los vio matarlo ni dónde lo enterraron. Ella era una niña entonces y Ohgi, un adulto joven. Tuvo que suponer que estaba muerto. Nadie permanece tantos años desaparecido. Aun si le decía que habló con la última persona que estuvo con Naoto, no cambiaría nada. Tampoco quería contar la trágica historia de Lelouch. No era chismosa. En el mar de sus pensamientos, saltó algo a su vista en el canal de noticias mientras hacía zapping: el Sr. Kirihara había muerto. Al parecer, asaltaron su casa, él estaba presente y los ladrones se deshicieron del obstáculo.

Kallen comenzaba a inclinarse para fijarse más en los detalles, cuando Ohgi puso una botella de agua mineral en la mesita auxiliar desviando su atención. Pasó por delante y se dejó caer al lado de ella. Kallen abrió la botella y le dio un sorbo.

—¿Te sientes mejor?

—Bastante. Gracias —suspiró ella, cansina, depositando la botella sobre la mesa—. Lamento los problemas.

—Está bien. A veces perdemos el control. Naoto se ocupó de mí en mis borracheras que eran pocas, no vayas a creer… —se apuró en agregar tartamudeando, antes de que se formara una idea equivocada—. ¡Uhm! Kallen, ¿qué pasó? No es por entrometerme, eres adulta y te gusta beber, es normal, es solo que me preocupé: siempre has sido moderada con la bebida…

—El juicio no salió bien. El testigo que llamamos al estrado dijo algo diferente a lo esperado y su declaración sentenció a nuestro cliente que empeoró todo cuando cedió a la ira. Fuimos a beber luego para calmar nuestra frustración.

—¿Y el abogado Lamperouge…?

—Trató de disuadirme —lo atajó al adivinar adónde iba orientada la pregunta por el tono—. Rara vez oigo a las personas cuando algo se me mete entre ceja y ceja. Sabes como soy. Me puse sentimental, ¿okey? No era el regreso a los juzgados que quería —resopló, azorada—. Lelouch se portó como un caballero. De hecho, fue quien tuvo la idea de llevarme a casa.

—¿Lelouch? ¡Es la primera vez que lo llamas por su nombre! —observó, asombrado.

—Sí, bueno, quizás no sea tan horrible persona —repuso, rascándose la nuca.

La pelirroja aumentó el volumen al televisor y concentró sus ojos en la pantalla, evitando así prolongar el tema que la estaba poniendo incómoda. Lamentablemente, no pudo retomar la noticia referente al exvicepresidente Kirihara. Ya habían cortado a la siguiente. Se trataba de otro mitin del presidente Charles. La mujer frunció la boca. Qué suerte estar podrido en plata para comprar a las televisoras. A decir verdad, Hi-Tv siempre daba cobertura a sus eventos, expresándose bien de él en los debates y en las entrevistas el periodista era condescendiente. Su alocución estaba bastante avanzada para el punto en que el canal sintonizó la señal. Había arrancado con fuerza. En lugar de enfocarse en adherir a los indecisos a su causa y de articular promesas de optimismo, atacó la inmigración ilegal y la inseguridad con dureza remachando su consigna: «la evolución es progreso». Esas palabras juntas producían arcadas en la mujer. Mantuvo el dedo sobre el botón para cambiar de canal sin llegar a presionarlo. En Charles había algo tan repulsivo como a la vez sugestivo que resultaba hipnotizante. Absurdo.

—…Estamos retrocediendo décadas de progreso para erradicar el crimen por la ineptitud del gobierno y ese problema perdurará si continuamos apoyando a los políticos que los crearon. Nos urge un cambio de liderazgo. Es la única forma de cosechar resultados. Como presidente, restauraré la ley y el orden y créanme que lo haré. En nuestra administración, la primera tarea será liberar a los ciudadanos de la ilegalidad, del crimen y del terrorismo. Para llevar a cabo ese fin, designaré a los mejores y más inteligentes fiscales y agentes del orden. Por eso, me enorgullece tener conmigo, en esta carrera hacia la presidencia, al fiscal Suzaku Kururugi —el presidente Charles extendió el brazo invitando al susodicho a venir. Él accedió. Enseguida, el viejo Britannia abandonó su podio, le estrechó la mano vigorosamente y colocó su manota en su hombro. Desde su casa, sintiendo que la cara le ardía igual que si le hubieran propinado un fustazo, Kallen abrió los ojos como platos—. Él es el hombre —recalcó— para hacer el trabajo. Ustedes lo conocen bien. Su carácter y sus logros asentaron su reputación. El fiscal Kururugi es el primero de millones que se unirán a nosotros para arreglar el sistema. ¡Juntos traeremos de vuelta la seguridad, la prosperidad y la paz! ¡Juntos haremos grande este país!...

—Fiscal Kururugi… Creo que lo he visto en la pizzería. Su rostro me es familiar. ¡Aguarda! ¿Él no fue tu compañero en la universidad? —preguntó Ohgi, confundido.

—¡¿Qué está haciendo?! —espetó Kallen, descreída, en voz baja y recia—. ¡¿Por qué se alía con esa escoria?! ¿Enloqueció o ya olvidó que…?

El estupor impidió que terminara de formular la pregunta. El control remoto se le resbaló de las manos. Kallen le soltó el hilo a la sarta de palabras vacías del viejo Britannia para estudiar la expresión de Suzaku en el afán de hallar alguna pista que revelara sus intenciones. El fiscal estaba ahí atornillado junto al presidente Charles como un soldado respaldando a su rey. No, un perro fiel. Con enfado y una pizca de decepción, la pelirroja lo aceptó y se resintió contra él. A su juicio, era una vil traición.

Pensaba igual el resto de inmigrantes japoneses que miraban la televisión o consultaban las noticias. Incluso el comisionado Tohdoh estaba ligeramente sorprendido.

Y Suzaku era consciente.


Poco después de que concluyó el mitin, Suzaku se retrajo para entregarse a sus meditaciones en la calma que le retribuía la soledad aprovechando que el presidente Charles fue a hablar con algunos miembros de su partido. Se engañaría a sí mismo si dijera que no le asustaba las repercusiones de esta decisión. Pero no podía reformar el corrupto sistema judicial sin poder, el cual el presidente Charles estaba ofreciéndole. En realidad, lo estaba usando y él accedería a ser el nuevo títere de su campaña presidencial para adquirirlo. Ambos lo sabían y, con todo, habían acordado silenciosamente usarse el uno al otro con el respeto digno de dos caballeros. Y en la mínima oportunidad llevaría a su padrino ante la justicia —siendo fiel a su propósito. De todos modos, el estigma de traidor que hoy había ganado lo perseguiría por el resto de su vida. Suzaku se dijo, en su interior, que la segunda vez sería menos dolorosa que la primera. Le pareció horripilante aquel consuelo y lo desterró de su cabeza.

—Fiscal Kururugi —tronó el presidente Charles por detrás. El aludido volvió la vista. Esperó que se uniera—, no le agradecí por haber venido…

—No es nada. Tan solo no olvide nuestra promesa.

—Jamás —replicó meneando desenfadado la cabeza—. Me conocen por mi generosidad con mis aliados —agregó—. ¿Y usted? ¿Acaso se aisló para preguntarse si hizo lo correcto?

Un gruñido escapó de los labios de Suzaku, quien apartó la mirada. Lelouch también poseía esa habilidad de leer la mente. «Conque es de familia». El presidente Charles le sonrió.

—Al león no le importa la opinión de sus presas.

—¿Cómo dijo? —inquirió el desprevenido Suzaku.

El patriarca Britannia sonrió. Había recapturado su interés.

—Si un príncipe no es sabio por sí mismo y deja que los otros digan lo que es mejor para su reino, no debería gobernar —señaló el empresario. Guardó silencio y escudriñó a Suzaku con una mirada penetrante—. ¿Qué edad tiene, fiscal?

—Veintiocho años.

—Veintiocho. Casi la misma edad de mi tercera hija —dijo cual si estuviera pensando en voz alta. El joven se contuvo de responder que tenía la misma edad de su hijo bastardo—. A mis hijos les inculqué que un Britannia puede equivocarse, pero nunca retroceder. Tómelo como un…

—Presidente Charles, disculpe… —intervino suavemente Alicia Lohmeyer, su asistente, con quien hizo las presentaciones pertinentes minutos antes de que comenzara de manera oficial el mitin. Tenía un semblante muy grave—. Le urge ir a la mansión. Surgió un suceso nefasto.

—Hágame el favor, Alicia, vaya al grano —bramó, mosqueado por la interrupción.

—Es sobre su hija menor, Euphemia. La encontraron…

Alicia redujo su voz a un susurro inaudible en el que prácticamente le hablaba al oído. Suzaku se percató claramente cuando sus labios pronunciaron el nombre de Euphemia y lo asaltó una terrible ansiedad al ver cómo le negaba compartir ese secreto. El rostro del presidente Charles se ensombreció. El cambio fue poco perceptible. Sino fuera porque su voz sonó más fuerte de lo usual, no se habría enterado. Suzaku le pidió acompañarlo. Si concernía a Euphemia, tenía que estar ahí. Si bien, el hombre reflexionó por unos instantes, consintió que viniera consigo.

Se dirigieron a toda marcha a la Mansión Britannia —volaron, a decir verdad—, en donde ya estaban el presidente Schneizel, la directora Cornelia, policías y forenses. La mujer pugnaba con todas sus fuerzas por librarse de la prisión que los brazos de su hermano habían formado en torno a ella. Sus ojos derramaban copiosas lágrimas y pegaba unos aullidos desgarradores que helaron la sangre de Suzaku:

—…¡Yo tuve que haber estado aquí para protegerla! —clamaba Cornelia, sorbiendo su nariz, lanzando débiles puñetazos contra el pecho del presidente Schneizel. A saber, cuánto tiempo estaría en eso—. ¡Al menos, déjame ir con ella! ¡Te lo suplico!

Las fuerzas le abandonaron y se derrumbó sobre los pies de su hermano. En un paroxismo de hondo dolor, Cornelia golpeó el suelo con ambos puños. A Suzaku le resultaba extraordinario otear a la directoria general de Britannia Corps en semejante estado de perturbación. Se había construido a pulso una imagen de mujer de armas tomar —su reconocido rigor nada más era superado por su progenitor. Aquella era una nueva faceta que él desconocía y que, de seguro, ella no permitiría que nadie viera. El presidente Schneizel, por otro lado, lucía imperturbable. Sus facciones se habían endurecido al grado de que su rostro era una máscara serena. Diríase que el shock le privó de reaccionar. Estaban atravesados en el vestíbulo. Un oficial les cerraba el paso. En esto, dos forenses pasaron a su lado. Transportaban un cuerpo. Una sábana blanca lo protegía, aunque una delicada mano sobresalía. Era de mujer, indiscutiblemente.

—Deténgase —ordenó, interponiéndose. Señaló el cadáver con el dedo—. Destápelo.

—Usted no…

—¡¿No me reconoce?! Soy el fiscal Suzaku Kururugi —ladró recrudeciendo el tono—. Haga lo que digo.

El forense vaciló. Le echó una mirada al fiscal como queriendo cerciorarse que estaba seguro. Al final, acabó descubriendo su identidad. Una violentísima convulsión sacudió las líneas del rostro de Suzaku. Cornelia gateó para llegar a ella y abrazarla. Su hermano no pudo detenerla. La hermosa Euphemia ya no era bella. La piel se le había puesto amoratada; en las comisuras de sus labios se asomaba espuma; tenía los ojos ribeteados e hinchados —parecían dos globos que querían por brincar de la cara—, el cabello húmedo por el sudor y la garganta destrozada. El presidente Charles cerró los ojos. Apretando los párpados, se tapó la mitad de la cara con una mano. Cornelia fue sacudida por un llanto horrible. Schneizel apartó la mirada de la vista atroz. Contrario a Suzaku que palideció. Las rodillas le flaquearon y se bamboleó en su sitio. Se llevó la mano a la boca. Después a la frente. La mano le temblaba. Más de una vez cambió de posición, como si no pudiera decidirse. La detective Villeta vino al notar que los forenses estaban estancados en el vestíbulo.

—Euphie…

—¿Qué está pasando? ¿Por qué no avanzan? —preguntó la detective caminando hacia ellos. Advirtió entonces la presencia de Suzaku—. ¡Fiscal Kururugi! ¿Qué está haciendo aquí?

—¿Quién hizo esto? —masculló Suzaku. Sus ojos estaban fijos en el cadáver que alguna vez había sido el cuerpo de su amada.

—Fiscal, conoce el procedimiento, a menos que usted sea…

—¡LE HICE UNA PREGUNTA, DETECTIVE! —vociferó, fulminándola con la mirada—. ¡¿Quién hizo esto?!

La mujer se sobresaltó. Lo observó completamente atónita. Él no era el fiscal mesurado con quien había hecho equipo en otras ocasiones. Detrás del fiscal, el presidente Schneizel realizó un leve ademán que ella captó.

—Todo parece indicar que fue su amante: el abogado Lelouch Lamperouge.

No le contestó. Se quedó inmóvil. Estupefacto. Poseído por una emoción inefable. Tardó en responder. Movió la cabeza. Primero, lento. Luego con brusquedad.

—No… —declaró Suzaku. Su voz vibraba al mismo ritmo que latía desaforado su corazón—. Eso no es…

—Lo es —increpó la detective—. Uno de mis oficiales lo vio junto al cadáver. Trató de huir.

—¡¿Dónde está?!

—Eso me gustaría saber —bufó, irritada—. Saltó por la ventana y echó a correr. Estamos en su búsqueda. Es nuestra máxima prioridad ahora. Le garantizo que lo hallaremos pronto. No pudo haber ido demasiado lejos. Estaba herido.

—¿A qué se refiere con herido?...


A una distancia más o menos segura, Yuki escuchaba aquel diálogo. Había sido interrogada por la detective junto a las otras mucamas; por lo cual pudo acercarse a la escena del crimen y reunir toda la información posible. Se alejó con discreción. Se trasladó a la pieza contigua, aquella que reservaron para el piano, ya que la cocina estaba atestada de policías y todos los empleados de la mansión. Realizó un breve sondeo, para asegurarse de que no hubiera moros en la costa, sacó su celular y marcó el número de Tamaki. Cogió la llamada tras repicar unas veces.

¿Diga? —contestó una voz ronca. Más de lo normal. O estaba amodorrado o ebrio.

—Tamaki, soy yo. Lelouch está en graves problemas. Tienes que llamar a Kallen. Es la única que puede ayudarlo.

¡¿Mi compadre está en apuros?! —exclamó, perplejo. Despertándose ante tamaño noticia cual si le hubieran aventado un balde de agua fría—. ¡¿Qué pasó?! ¡¿Dónde está?!

—Es sospechoso de matar a Euphemia li Britannia. Su paradero es un misterio. Está prófugo. Las noticias lo propagarán pronto con más detalles… —explicó, mientras giraba sobre su eje examinando las inmediaciones. No podía darse el lujo de bajar la guardia—. Eso sí, no creas en todo lo que digan. Estoy segura de que cayó en una trampa. Una vez que la hayas ubicado, vayan directo al bufete. Alguien debe protegerlo cuando los chicos de azul se dirijan allá. Yo demoraré en llegar. Tengo algo más por hacer.

No se diga más, Christina. Nos ve…

Yuki trancó con brusquedad. Cada segundo menos que pasaba ahí, descuidaba al presidente Schneizel. No tenía dudas de que había sido él. Le sería más útil a Lelouch investigando cuál sería su próximo movimiento que dibujarle un mapa a la policía procurando contactarlo. Sea donde sea que estaba, rogaba porque él estuviera bien. No imaginaba el terror que debía estar sintiendo. Ya casi de noche, escapando de centenares de policías y con una herida de bala… La situación no podía empeorar.


Pero sí. Iba a estarlo. Un escuadrón de patrullas se había desplegado por toda la zona. Además de que había alrededor de cincuenta oficiales que realizaban la búsqueda a pie. Lelouch había tenido suerte de momento. Logró despistar a sus perseguidores creando un rastro falso. Dado que estaban al tanto de que estaba herido, se quitó su chaqueta ensangrentada y la aventó en la boca del callejón Saitama aparentando que se encauzaba hacia el este cuando iba al oeste. Por lo demás se ocupó de ocultarse y escabullirse por rutas alternativas. Lelouch llevaba largo tiempo divagando, balanceándose de un lado a otro y ya le apremiaba descansar: sus piernas se venían abajo, los pies le ardían y, más alarmante, había perdido bastante sangre. Sentía su camisa húmeda y fría. Desde su hombro derecho que palpitaba dolorosamente hasta su mano un río rojo había pintado un sendero estrecho que terminaba cayendo en el suelo en forma de gotas. Lelouch se presionaba la herida en un esfuerzo por refrenar el flujo. Supo que estaba rozando su límite cuando su vista comenzó a nublarse por intervalos; así que se puso a barrer el perímetro con la mirada en busca de una farmacia o droguería o cualquier lugar que tuviera suministros médicos. Encontró una clínica veterinaria. Pensó que era mejor que nada.

Se acercó a trompicones. Estaba cerrado. Eso no lo desalentó. La puerta era de cristal. Podía romperla con un objeto pesado. Agarró una piedra que estaba al pie de un árbol unos metros más atrás y la despidió contra la puerta. Posteriormente, metió la mano en el hueco y la abrió. Pasó al interior y echó un vistazo alrededor. Estaba en la trastienda, donde se guardaba todos los medicamentos y suplementos. Procedió a registrar los armarios verificando que estuviera lo que necesitaba. Se desabotonó con torpeza la camisa. Se sacó con cuidado el brazo derecho. Lelouch contrajo el semblante ante el dolor agudo que se extendió a partir de su hombro. Cogió povidona con la mano temblándole y la vertió sobre la herida. Le ardió. Pegó un respingo. Lelouch reprimió un alarido, mordiéndose el interior de la mejilla. Se sacó más sangre y los ojos se le aguaron. Sin distraerse con prórrogas, tomó unas pinzas y hurgó dentro. Su semblante se contorsionaba conforme las pinzas se hundían más y más en la carne. El dolor lo superó y liberó un gemido sordo entre los dientes. Sintió cuando las pinzas tocaron algo grueso. Lelouch extrajo la bala y la desechó sobre la mesa. Finalmente, derribó las paredes de agua que se habían erigido en sus ojos con el dorso de la mano. Inspiró aliviado.

En esto, prendieron las luces. Lelouch se dio la media vuelta. Divisó a Shirley plantada en el umbral con los ojos desorbitados. «Con razón fue fácil abrir la puerta».

—¡Lelouch!

«¡Maldita sea!». Lelouch reculó por mero acto reflejo y tiró por accidente los instrumentos y medicinas que había usado. Pensó rápido. Huir estaba descartado. Lo había visto y él estaba bastante débil para correr o someterla. Sin mencionar que no había acabado de tratarse. Quizá no era malo que se hubiera topado con su exnovia. Sabía quién era ella. Qué decir para apelar a su compasión. «¡Sí!». En aquel instante, la persuasión era todo lo que tenía.

—Shirley, por favor, —gimió poniendo sus mejores ojos de cachorro herido— ayúdame.

Titubeó entre fingir un desmayo o echársele encima. Se decantó por la segunda pensando que era mejor permanecer consciente. No vaya a ser que llamara a una ambulancia. Avanzó hacia ella dando traspiés y aterrizó en sus brazos. Ella lo rodeó. Se había percatado de lo que estaba haciendo cuando se cayó irremediablemente todo lo que estaba sobre la mesa. Shirley no era tonta. Si su exnovio había acudido a un hospital de animales para aplicarse un tratamiento posoperatorio para heridas causadas por armas de fuego, alguna razón debía tener. Solicitó a Lelouch sentarse y le indicó quitarse la camisa. Entretanto, fue a correr las persianas. Entrevió una patrulla franquear la calle. No dijo nada. Acto continuo, la mujer trajo una escoba y una pala y recogió velozmente los fragmentos de vidrio. Acabado eso, volvió con Lelouch, quien se había atorado en la tarea que le encomendó. Su hombro herido inutilizaba su brazo. Era la extremidad que solía usar más para colmo.

—Déjame ayudarte.

Con cautela, ella haló hacia sí la camisa hasta despojársela. Esta resbaló despacio por la piel desnuda de Lelouch. Al subir una corriente por su espalda, se enderezó. Hubo una época que aquel movimiento era natural para ellos. Les dio la impresión de que estaban experimentando un redescubrimiento. Habían perdido la práctica. Shirley examinó su herida.

—¿En qué estabas pensando aplicándote cualquier cosa de una clínica veterinaria? ¿No sabes que quizás podrías dañarte más? ¿Y cómo te sacas una bala sin comprobar la magnitud de la herida? Había la posibilidad de que hubiera golpeado algún órgano o vaso sanguíneo o hueso importante… —pese que la voz de Shirley era dulce, un reproche era un reproche y a Lelouch no le gustaba recibirlos. Frunció los labios—. No lo hiciste mal para ser un novato —matizó. Por el rabillo del ojo, se fijó que Shirley se había puesto los guantes de plástico y propinaba unos golpecitos con el dedo a la jeringa que salpicaba unas gotitas—. Para la próxima, dime. Me sentiría más tranquila que lo haga yo que te automediques —confesó en un hilo de voz. La visualizó seria. Lelouch sintió el pinchazo. No fue tan doloroso como su inyección. Tenía una mano más firme—. Nuestra medicina es para animales; pero no te preocupes: la dosis es diferente solamente —indicó. De nuevo observó de soslayo cuando cogió aguja e hilo. Ignoró las náuseas que le indujo imaginarse la aguja ensartar su piel enfocando la mirada en las fotos del escritorio. Una de ellas mostraba a unos jóvenes Shirley y Lelouch sonriendo. Fue del día en que asistieron a la Orquesta Sinfónica. No pudo menos que asombrarse que pusiera aquella foto ahí, a la vista de todos. Se preguntó por qué—. Es una fortuna que la herida no fue grave y que ya había tratado con cosas como estas. Fue un perro al que le dispararon con una pistola de aire. Pobrecito —el comentario lo condujo devuelta a la realidad. Shirley empapó la herida con un jarabe cuyo olor penetrante mareó a nuestro protagonista.

—Lamento lo de tu puerta —dijo por fin. Su tono era carrasposo como si hubiera transcurrido un siglo desde la última vez que habló—. Te daré una indemnización económica.

—Eso estaría bien; aunque si quieres disculparte conmigo apreciaría que me invitaras a salir. Algo planeado —sonrió, a la vez que pegaba sobre su herida una larga tira de gasa—. Listo.

Shirley admiró su trabajo cual artesano vislumbraba su obra maestra. Considerando que tuvo que arreglárselas como pudo, estaba satisfecha. La venda era casi tan blanca como la piel de mármol de Lelouch. Salvo que ese color le parecía más bonito y, por supuesto, la textura era mucho más suave. Inconscientemente, acarició los músculos de su espalda con las puntas de sus dedos. Sus pieles se reconocieron. Unas rosetas de arrebol brotaron en las mejillas pálidas de Shirley. Lelouch se arqueó de manera involuntaria. Se subió su camisa de un tirón. Shirley se agarró de la mano, apenada.

—¡Aguarda, Lelouch! Esa camisa está llena de sangre. Estarás más cómodo usando una seca. No te muevas, ¿okey?

Shirley desapareció tras una puerta anaranjada en su consultorio. Apareció a los minutos con una camisa azul con una botonadura nácar.

—Pertenecía al último chico con el que salí. Creo que te quedará bien.

—Gracias —expresó.

—No es nada, me gusta que recurras a mí. Es como revivir el buen pasado. Te sugiero dormir aquí esta noche —dijo, tocándole la frente—. Estarás exhausto y es probable que te dé fiebre. Iré por una almohada y mantas.

La veterinaria volvió a entrar en aquella habitación. Inspeccionó las cajas, los armarios y los estantes hasta que dio con lo que quería; pero, al regresar, Lelouch no estaba.

Apenas Shirley le había dado la espalda, se vistió tan rápido como su herida se lo permitió y se fue. No le quitaba que tuviera razón. Sufrir un disparo era un episodio traumático. Además, empezaba a entender a qué se refería con la fiebre: su cabeza estaba caliente, juraba que en cualquier momento iba a expulsar humo por los oídos, y su cuerpo sudaba. Solo que no estaba en posición para hacer una parada. Era probable que la policía estuviera esperando que usara su celular para rastrear su ubicación, por lo que decidió llamar a C.C. a través de un teléfono público. Repicó un rato y atendieron.

¿Hola? —respondió una voz pastosa.

—Yuki, soy yo. ¿Puedes hablar?

¡Ah! Hola, mami. Sí, claro. Dime.

—Me tendieron una trampa…

¡Ay, sí! Lo sé. ¡Fue espantoso! Acá vinieron la policía y un reportero. Están ahora con el presidente y el Sr. Bradley. Escuché a la detective decir que tienen a su mejor equipo tras él. Registrarán farmacias, hospitales y calles y pedirán la cooperación de la gente. Es cuestión de tiempo para que lo atrapen vivo o muerto —remató en una nota ominosa—. Le dispararon en el hombro, ¿sabes? Morirá desangrado si no lo tratan enseguida.

No le sorprendía que una multitud de reporteros estuviera en la mansión Britannia. La muerta era Euphemia. La persona más amada de Pendragón. Demás estaba decir que la vida privada de los Britannia pertenecía a la esfera pública. Considerando que su muerte fue una tragedia, el suceso tendría mayor resonancia. Lo curioso era que señaló «un reportero». ¿Se refería a Ried? Tampoco le pareció un detalle gratuito que aludiera a Luciano. Descifró el significado completo en su última frase. Schneizel había ordenado tanto a los policías corruptos como a sus matones matarlo. Moriría como el asesino de Euphemia antes de demostrar su inocencia.

—¿Y no sería divertido que Zero capturara al asesino?

¿Y así adelantarse a sus cazadores? ¡Uhm! ¿Por qué no? En estos momentos, estará más seguro en una cárcel que en las calles.

—Vístete con el traje de Zero y reúnete conmigo en el muelle Kyushu. Prepara todo para «mi viaje» a la fiscalía.

Está bien, mamá. Intentaré desocuparme temprano. Te veré en casa.

Colgaron al unísono.


Por otra parte, la reunión a puerta cerrada en el despacho del presidente Schneizel proseguía en curso. Entre los presentes, excluyendo a los citados por C.C., se destacaban Rolo y Kanon, quienes eran los únicos que no tomaron asiento ni bebían vino, pese que el presidente invitó a Rolo a sentarse y le ofreció amablemente un Chablis. Decía este en tono solemne:

—Hasta hoy, creía como ustedes que Bartley Aspirius fue el causante de su propia desgracia. Estábamos equivocados. La desgarradora muerte de mi Euphemia me ha hecho entender que ambos sucumbieron ante la venganza implacable de un hombre que ha vuelto del pasado. Ese hombre es Lelouch, el hijo de Marianne Lamperouge, el abogado al que tuvieron el placer de conocer en nuestra última fiesta. En cuanto averigüé sus intenciones, lo cité y traté de razonar con él. Fue en vano. Rechazó mis acuerdos de paz.

El presidente sacó de su bolsillo su celular, lo colocó en su escritorio, delante de sus invitados, y presionó el botón de reproducir. Era un fragmento de la conversación entre él y Lelouch de dicho encuentro. Lo había grabado sin que el abogado sospechara. Oyeron alto y claro cuando dijo: «Mi sangre clama por justicia y voy a tomarla como sea». Paró la grabación y retomó:

—Si no hacemos algo, temo que terminemos como el pobre Dr. Aspirius o mi Euphie. Dios sabrá quién será el próximo. En honor a nuestras inestimables relaciones, yo estoy dispuesto a proporcionarles mi protección. A cambio les pido que trabajen conmigo, así como mi padre solicitó su apoyo por primera vez en esta misma oficina hace diecisiete años.

Calló. A la expectativa, el hombre llevó a sus labios la copa de vino e ingirió un trago. Ni la detective ni el reportero se embrollaron con incógnitas.

—Le he sido leal a la familia Britannia durante esos años. No será distinto ahora —declaró, vehemente, Villeta—. Con la colaboración que nos está dando el escuadrón del Sr. Bradley, mis oficiales y yo encontraremos a Lelouch esta misma noche y nos haremos cargo de él.

—Mi postura es igual —intervino Diethard—. Nuestra estación ha gozado de la generosidad del presidente Charles por estos diecisiete años y quiero que se perpetúe con usted, presidente Schneizel.

—Bien, bien. Ahora, Sr. Ried, mi asistente, el Sr. Maldini, le entregará un sobre que contiene información sobre nuestro abogado Lamperouge —Kanon materializó la orden tendiéndole el dichoso sobre. El reportero lo cogió y lo abrió con avidez. Continuó el presidente—: si es fiel a sus palabras, liberará este informe; lo que hará que otros medios de comunicación y los internautas investiguen y gradualmente todas las personas que tuvieron relación con Lelouch compartirán pequeños detalles, dándonos un perfil completo de él…

—…Y así no habrá alma que no conozca de este asesino peligroso —concluyó evaluando el material. Se rió—. ¡Me encanta!

—Perfecto, entonces —asintió el presidente sorbiendo su vino—. Rolo, amigo mío, ¿seguiste las instrucciones del Sr. Maldini?

—Sí. Procuré plantarlo en un sitio no demasiado obvio ni difícil de localizar para la detective Nu y me aseguré de cubrir mis huellas.

—Lo supuse. Tu trabajo es impecable —afirmó el presidente con dulce cortesía—. De todas maneras, no está de sobra preguntar. De acuerdo. Eso es todo. No quiero retenerlo más. Son libres —dijo realizando un ademán cortés—. Les agradezco su lealtad. No lo olvidaré.

La detective Nu se acabó de un trago largo su vino. Ella y el reportero Reid se incorporaron. Rolo los dejó irse primero y, enseguida, se retiró. Luciano le pisó los talones.

—¡Oye! —le gritó en el pasillo.

Rolo se detuvo secamente. No había ido muy lejos. Ni logró llegar a la escalera. Se giró hacia Luciano con lentitud, quien venía hacia él. Su actitud era beligerante. No inmutó a Rolo.

—¿Qué pasó con el veneno? ¿Se deshizo de él?

—Lo hice —confirmó, tranquilo, juntando las manos delante de él—. No me quedo con nada que me ate a mi trabajo.

—Si usted lo dice… —bufó con escepticismo poniendo los ojos en blanco. Bradley lo rodeó, plantándose a su derecha. Aparentando pensar, se toqueteó la barbilla y le inquirió—: y, aquí entre nos, ¿cómo se veía la muerta?

—No lo sé. No me quedé a ver. Me fui apenas cumplí con mi trabajo.

—¿De verdad quiere hacerme creer que no se guardó nada ni lo tentó la curiosidad de echar un ojo a su víctima? —cuestionó Luciano con sorna, entornando los párpados—. ¡Oh, vamos! —lo instó, metiéndole un golpe con el hombro. Un tanto brusco para ser amistoso—. Estamos en el mismo negocio. Dígame con confianza: ¿cuál sería el número de este asesinato?

—¿Usted cuenta el número de veces que se cepilla los dientes? —le soltó. Luciano inclinó la cabeza sin entender—. ¿O va al baño? ¿O come? ¿O se muda de ropa? ¡Exacto! No lo hace, ¿verdad? Pues es lo mismo aquí. Matar es tan mundano para mí como cocinar o lavar.

Luciano halló divertida la respuesta y se destornilló. Su risa era puro aire. Rolo no se ofendió.

—No es mi caso. Tengo una pequeña cicatriz como recordatorio por cada uno de mis trabajos.

—Lo sé —repuso Rolo. No lucía impresionado ni incómodo ante la revelación.

—¿Lo sabe? —repitió enarcando las cejas.

—En el submundo se dicen muchas cosas sobre usted, Sr. Bradley. Ahí lo conocen mejor por el apodo de El Vampiro de Britannia.

—¡Vaya! —silbó Luciano—. Me siento halagado. Siendo honesto, también he oído algunos rumores sobre usted —contó sacudiendo su dedo con vivacidad—. Como que asesinó a unos cinco hombres con un tenedor y que, desde entonces, le han llovido los encargos haciéndose acreedor de una buena reputación. Apuesto que el pan nunca le falta en su mesa, ¿eh?

Luciano le sonrió con picardía. Rolo le devolvió el gesto. Era la primera vez que exhibía una sonrisa. O, al menos, que Luciano había visto.

—No es un crimen cobrar por lo que uno es bueno.

—No lo es.

—¿Usted no lo hace, Sr. Bradley?

—En teoría. En realidad, cobro por proteger al presidente Schneizel. Los asesinatos son cosa aparte. Es la mejor maldita cosa de este trabajo —reconoció Luciano y por su cara se extendió una sonrisa canalla—. Bueno, debería entenderlo. ¿Qué es lo que más valoran las personas? —Luciano miró a Rolo sin decir nada. No contestó suponiendo que era una pregunta retórica. Así sería—: sus vidas. Ver el instante en que la vida huye de los ojos… —extendió el brazo como si estuviera tratando de alcanzar algo. Suspiró con placer— …no tiene ningún precio.

—Ya veo y supongo que es leal a Britannia Corps porque los presidentes Charles y Schneizel le permiten hacer lo que le gusta.

—Soy leal a los presidentes Charles y Schneizel porque ellos son mis pastores y mientras lo sean, nada me falta —se mofó el guardaespaldas uniendo las manos e inclinándose, como si fuera a rezar—. ¿No es gracioso cómo estos señores con sus bonitos trajes y costosos coches se creen mejores que nosotros cuando a sus espaldas conspiran sus asesinatos? Te garantizo que esta familia ha tramado más asesinatos entre ellos mismos que personas del exterior —le susurró con aire de complicidad. Luciano se aprestó a sacar un cigarrillo y fumarlo—. Se toman muy en serio su lema de «la sangre de mi sangre».

—Bueno, de acuerdo con la biblia, el primer asesino de la humanidad fue un fratricida y no hable fuerte, Sr. Bradley, sé que no le gustará llamar la atención sobre nosotros.

—¡Es cierto, Rolo! —asintió Luciano y espiró una espiral de nicotina por la boca—. Conque, además de ser un asesino experto, es un lector de la biblia. ¡Quién lo hubiera previsto! Es que como es tan calladito uno no imagina que puede pasar por esa cabecita.

—No me gusta hablar —se excusó, encogiéndose de hombros.—. He hablado con usted más que con cualquiera en todo el año. Lo bueno es que no tengo que hacerlo durante el trabajo.

—Sí, es un alivio. También sabe dar cumplidos en los momentos adecuados. ¿Sabe algo más que yo no esté al tanto? ¿Como bromear? ¿O tiene sentimientos? Sí, seguro, usted no es una máquina, ¿o lo es? ¿Es una máquina? —indagó, empujándolo con un dedo. Rolo no se movió ni un milímetro, pese que Luciano prácticamente estaba violando su espacio personal

—No lo soy. Ni soy un mercenario ni un asesino en serie. Soy un cuchillo —indicó Rolo. Ni su declaración estaba desprovista de su inconfundible tono aséptico—. Si acaso la respiración de alguien es molesta, la corto. No estoy apegado al dinero ni a nada. Ni siquiera a Britannia Corps. No mato por placer. Un cuchillo no siente ni piensa, solo cumple el propósito para el que fue diseñado y solo pertenece a la mano que lo sostiene —explicó. Cualquiera le hubiera imprimido un matiz lúgubre o habría expresado alguna mueca malévola. Pero Rolo hablaba en el más frío de los tonos—. Ahora, le agradecería que se moviera. Me dirijo al bufete y ya estoy muy atrasado por usted.

—¡Oh! Pase adelante —exclamó, caustico, alargando su brazo en un amago educado.

Rolo hizo caso omiso a las provocaciones de Luciano y reanudó su marcha. Había llegado a la mansión en un auto negro que nadie se molestaría en echar un vistazo ni por aburrimiento y en aquel mismo vehículo partió en dirección al bufete. Rolo conocía las calles, las carreteras y los atajos de Pendragón tan bien como la palma de su mano. Sus habilidades de conductor eran excelentes. Siendo equiparables a su dominio en artes marciales mixtas y armas de todo tipo. Tardó treinta minutos. Frente al edificio, vio estacionadas el Jeep de Tamaki y la Ducati de Kallen. A lo mejor ya estaban al corriente. Las noticias se propagan y explotan a la misma velocidad mortal que la pólvora. Entró. Se topó con Tamaki y Kallen en la sala. Visiblemente estaban ansiosos. Los dos la masticaban en distintos modos. Tamaki se alborotaba el cabello y se paseaba de un lado a otro. Kallen tenía los brazos cruzados. Sino fuera porque meneaba con impaciencia su pie, pensaría que estaba tranquila.

—Buenas noches. Perdonen el atraso. Tuve que resolver unas diligencias. ¿Está todo…?

—¡A Lelouch lo está buscando la policía: lo acusan de asesinato! —escupió Tamaki.

Por el tono de alarma en su voz, no había digerido el asunto. Rolo parpadeó.

—¿En serio él mató a alguien?

—¡¿Qué dices, hermanito?! ¡Mi compadre sería INCAPAZ de hacer semejante atrocidad! —gritó Tamaki, ofendido. Rolo se mantuvo igual de inexpresivo—. ¡Oye! Sé que eres nuevo y no le tienes el cariño que yo sí a Lelouch, pero podrías sorprenderte tantito: ¡te estoy diciendo que a nuestro jefe lo van a meter preso; no te estoy hablando del puto clima! ¡Coño! —exigió, irritado, tirándole un cojín que no alcanzó a Rolo. Este no movió un músculo.

—Lo siento —fue todo lo que pudo decir el joven secretario. No lo sentía realmente, tampoco era una mentira.

Kallen se interpuso entre los dos cuando Tamaki avanzaba hacia él con los puños apretados.

—Pelear entre nosotros no soluciona nada. Debemos…

Kallen fue interrumpida por unas sirenas que sonaba cada vez más fuerte, más cerca. Los tres sabían que no eran de una ambulancia. A Tamaki y Kallen el corazón les saltó a la garganta cuando golpearon la puerta. Tenían visitas. Rolo iba a abrir. Kallen reaccionó y se le adelantó. Afuera estaba la detective Nu y su equipo. Estos traían en sus brazos cajas.

—Policía de Pendragón. Tenemos una orden para registrar y decomisar las cosas de la firma —anunció la detective Villeta, circunspecta— y de ponerlos a ustedes en custodia —al añadir aquello su expresión se relajó, como si le resultara divertido—. Vayan a verificar el abogado Lamperouge está —ordenó a los oficiales que estaban a su derecha.

—Ahórrenselo. Lelouch no está aquí. Él no hizo nada malo —espetó Kallen, desafiante.

—¿No hizo nada malo? Él fue atrapado en la escena infraganti.

—Incluso una persona que es acusada por delito tiene presunción de inocencia. Debe saberlo.

—¿Acaso se está oponiendo al proceso de investigación? Porque si es así, la pondremos bajo arresto —replicó la detective sin disimular más su sonrisa.

—No lo hago. Nada más velo por los derechos e intereses de mi cliente —dijo, determinada.

—Eso lo veremos. Si encontramos evidencia en este despacho, usted y sus compañeros serán interrogados por sospechosos de cómplices. No hace falta decir que en una celda de detención no podrá defender a nadie.

—Interróguenos, pues —encaró. Las amenazas de la detective lograron el efecto contrario—. No ocultamos nada. Andando —indicó echando una fugaz mirada por encima de su hombro.

Kallen, Rolo y Tamaki desalojaron la firma. Fue la abogada quien lideró el paso. La detective ordenó a dos oficiales escoltarlos hasta la patrulla. Ella continuó supervisando la incautación. La policía registraba sin piedad la oficina. Dejando todo patas arriba en el proceso. Escondida en el cuarto secreto, C.C. los espiaba asomada por la puerta entreabierta. Estaba vestida para acudir al punto de reunión, sin embargo, como estaban las cosas, iba a salir tarde. Rogaba en el fondo que Lelouch no se metiera en nuevos líos...


Lelouch, entretanto, estaba muy cerca del muelle. Por más de una hora caminó sin permitirse tregua. Cuando no sentía más las piernas, decidió hacer una parada en un pub. Para cubrir las apariencias, pidió agua en la barra y se encerró en el baño. Lamentaba que el conjunto que le dio Shirley no incluyera una gorra. Tenía una sudadera y había conseguido pasar bajo perfil, aun cuando el calor de la fiebre lo estaba matando. Lelouch abrió el chorro hasta su máxima potencia, juntó las manos formando un tazón y las llenó de agua fría. Se refrescó, echándosela en la cara y el pelo. Le salpicó en la ropa por la brusquedad de sus movimientos. Su aspecto era fatal. Los ojos, opacos; la piel, estirada; los labios, agrietados; el estómago, encogido. De todos modos, nunca sería peor al de Euphemia. De tan solo conjurar aquella imagen, contrajo los dedos y su puño salió disparado como cohete contra la pared. Se resintió ante el dolor. Su mano magullada no había sanado. No le importó. Lelouch siguió propinando golpes y golpes hasta que fue vencido por el agotamiento. Acabó arrodillándose en la cerámica del baño. Se aferró al lavamanos como si su vida dependiera de ello.

Lelouch había decidido sacrificar su mente y su vida para castigar a las personas que destrozaron a su familia. Si el precio por obtener la justicia que a él y a su hermana le arrebataron era su alma, aceptaba venderla. No la quería. Pero si también debía sacrificar a las personas que amaba, si también tenía que verlas sufrir por sus decisiones, no estaba tan seguro. ¡Qué ingenuo y qué estúpido de su parte pensar que Schneizel iba a respetar el lema de los Britannia! Si hubiera aceptado su tregua, Euphie... Euphie...

—Euphie… —resollaba entre sollozos amargos.

El ojo izquierdo le martilleó. Conteniendo un alarido, Lelouch se apretó el párpado. Le había estado doliendo con intensidad desde el asesinato de Euphemia. «¡No, por favor! Ahora no», rogaba en su fuero interno. «No puede negar su herencia mientras su corazón bombee sangre a su cuerpo y su sangre está unida a su nombre y el nombre está unido a un legado. Lelouch eventualmente aceptará que es un vi Britannia». ¿Se había vuelto loco? ¿Por qué de repente escuchaba voces familiares en su cabeza? ¿De dónde había sacado vi Britannia? ¿Qué sentido tenía? ¿Por qué pensaba eso?

Con las piernas temblándole, se incorporó con dificultad. Parecía que había acabado de correr un maratón. No había derramado ni una lágrima, a pesar suyo. Lelouch creía que sus lágrimas se habían secado el día en que a su madre la asesinaron y su hermana la incapacitaron. Todo indicaba que era cierto. Salió del baño cuando alguien entró y se dirigió a la barra. La fiebre lo había deshidratado. Le sentaría bien beber agua. Sin embargo, a medio trayecto se paralizó: Luciano y sus matones habían entrado. «¡Maldición!». Procuró mezclarse con el resto de las personas. Lelouch luchó por conservar la calma. A unos metros de cruzar la puerta, Luciano chocó contra su hombro y lo agarró por la camisa.

—Escúchame, infeliz, —le susurró al oído— vamos a salir de aquí tranquilamente. Ni se te ocurra usar alguno de tus trucos porque te juro que lo pagarás.

Lelouch sintió el frío cañón del revólver de Luciano enterrarse en su abdomen e interpretó el significado completo de la amenaza. Luciano no hablaba a la ligera. No lo iba a matar en un lugar público, no sin jugar con él. De lo que era capaz era herirlo para sacarlo de ahí. Luciano no era ningún idiota guiado por sus bajos deseos. Poseía una astucia maligna peligrosa. Y en su estado de salud era mejor no arriesgarse. Para ganar tiempo tenía que obedecerlo. Lelouch prosiguió yendo hacia la salida. Tal cual había previsto. Con la diferencia de que cada pisada estaba calculada y que los bravucones de Britannia Corps iban a la zaga. Luciano, en persona, lo escoltó. Se subieron al automóvil que los trajo. En el puerto había niebla. Luciano ordenó al conductor adentrarse en la masa húmeda. Había pocas luces en el mar. Todo era oscuridad. Nomás podía orientarse con el sentido del oído, al escuchar el rugido de las olas lamiendo el muelle y al viento soplar encrespado. Lelouch creía que se habían extraviado hasta que de la nada se detuvieron. Miró por la ventana. Lo habían llevado a un almacén. Lelouch empezó a hacerse idea de sus intenciones. Se percató de que no se alejaron mucho. Algo positivo, pues la única persona que podía ayudarlo era C.C. Debía ingeniar una manera de contactarla para proveerle sus coordenadas exactas. Aunque su prioridad en ese momento era vivir.

Lo bajaron y lo empujaron al interior del almacén. Luciano mandó que lo ataran a una silla. Lelouch no puso resistencia. Se enfocó, más bien, en contar los matones. Eran ocho sin incluir a Luciano. Sorprendentemente, la mayoría eran mujeres. Escrutó cuántas salidas había. Solo una. En la espera, su captor se hizo con un bate de metal. Las cuerdas preparadas, las sillas, el acceso… Ya tenían todo planeado. Su deducción había sido certera. Luciano no lo mataría sin más. No sería una muerte rápida ni piadosa. Lelouch intentó liberarse lo que le hizo daño: el nudo estaba apretado. Desistió. Agotaría sus pocas fuerzas para nada. Supuso que Luciano y los matones deberían estar equipados con armas blancas. A no ser que engañara a uno para que le dejara su cuchillo cerca, no podría zafarse por su cuenta. O podría convencer al propio Luciano de que lo soltara para alguna tortura. Pensó cómo distraerlo. Optó por lo funcional.

—¿Cómo me encontraron?

Una sonrisa zumbona vagó por los labios de Luciano.

—¿Te dio curiosidad? —respondió jugando con el bate—. Britannia Corps tiene ojos y oídos en lugares que no te imaginas —le explicó sin mirarlo—. Tampoco eres demasiado discreto andando por ahí encapuchado.

—¿Qué harán conmigo?

—El presidente le ordenó a Villeta encontrarte y a mí prestarle apoyo. Sus órdenes estrictas fueron arrestarte y dejar que todo fluyera según su cauce natural. Es un hombre pacífico. No le gusta los derramamientos de sangre. Dice que son innecesarios. Villeta tenía intención de hacerlo. Si bien, es una de nosotros, todavía es una detective. Yo no tengo esas restricciones éticas —acotó, echándose a reír—. Le dije que si era yo el que te encontraba: iba a matarte.

Volvió los ojos hacia Lelouch. La expresión de Luciano se había ensombrecido. La sonrisa no abandonó su cara. Los nervios le producían a Lelouch cosquillas en su estómago. Entonces se apoderó de él una vieja y terrible sensación. «Nunca había matado un niño. ¿Cómo sonaría su cuello roto?». Intentó disimularlo inspirando profundo. Tenía que alargar el interrogatorio. Tragó saliva y le preguntó ya cuando se había dominado:

—¿Vas a desobedecer a tu jefe?

—¡Así es, basura! Esto es personal. Voy a acabar lo que inicié hace diecisiete años —estalló, enajenado—. ¡¿Cómo mierda no reconocí que eras ese niño asustado?! Si te hubiera matado esa noche, no habría pasado nada. ¡Tu existencia es un error que voy a corregir aquí y ahora!

Al término de esa potente exclamación, lo golpeó con el bate. Tan violenta resultó la sacudida que la silla en donde estaba Lelouch se bamboleó. Luciano lo arrojó al suelo de un batazo sin aguantarse que se calmara y descargó un aluvión de flagelos. A Lelouch le traquetearon los dientes. La silla se hizo pedazos. Habiéndose desquitado, Luciano se apartó de golpe pegando un aullido eufórico. Lelouch jadeaba. Por la frente nacarada por el sudor le caía el flequillo. Todos los golpes los recibió en la espalda, en el brazo y en el pecho. Y todos los sentía en su hombro.

—¡Eso fue por burlarte de mí en el café, malparido!

A Lelouch lo sedujo la idea de reírse ante su comportamiento pueril. Si no cedió a su impulso fue porque no quería que Luciano le abriera los puntos. No estaba en una posición de poder, además. El cuerpo le palpitaba de dolor. Tosiendo, Lelouch rodó por el suelo. Escupió sangre. No iba a morir enseguida. En ese instante era el juguete de Luciano. No iba a deshacerse de él. No sin jugar. Pensó en utilizar eso a su favor.

—¿Así me matarás? ¿A golpes?

Luciano era un sádico. ¿Qué podía entretenerlo más que idear formas para torturarlo?

—¿A golpes solamente? No, no. Eso fue por venganza —jadeó sonriente—. Voy a golpearte, sí, y también voy a cortarte la lengua. Tal como te dije que lo haría. Y después voy a desollarte la puta cara. Originalmente quería incinerarte vivo. He estado soñando con hacerte eso desde que supe quién eras —le confesó, entusiasmado. Luciano aventó el bate y sacó de su tobillo guardado un cuchillo—. Pero el presidente Schneizel desea que la policía pueda identificarte. Esa fue la condición que me impuso para su consentimiento. Así que no morirás incinerado vivo. ¿Puedo desollarte el rostro? Claro que sí. Mientras no sean los dedos, no desobedeceré ninguna orden. ¿Qué más puedo hacer? ¡Ah, lo sé! Voy a abrirte el pecho, te sacaré el corazón y se lo ofreceré al presidente Schneizel como muestra de que hice mi trabajo. La gente verá que el asesino de Euphemia la mató porque no tenía corazón —declaró con alegría mórbida—. A voces me criticarán y en secreto me aplaudirán como un héroe. ¡Pensarán que fue un acto de justicia!

Lelouch se puso de rodillas impulsándose hacia arriba. Luciano se agachó junto a él. ¿Debería suplicar por su vida? A todos les gustaba sentir que tenían la situación cogida por las riendas. Un secuestrador no sería la excepción a la regla.

—Luciano, por lo que más quieras, ¡no me mates! Permite que vaya a la cárcel como el…

Luciano hundió la punta del cuchillo en el pómulo de Lelouch. El filo fue ascendiendo poco a poco trazando una ruta desde ese punto hasta el cartílago lateral. Bordeando casi el ojo. Un hilo de sangre le chorreó. Aquello exacerbó a Lelouch que contorsionaba el rostro, conforme el cuchillo rasgaba su carne. Observó desafiante a su verdugo con el ceño fruncido. Sus ojos brillaban con ese fuego que había intimidado al presidente Schneizel.

Se había cansado de implorar. Lo odiaba infinitamente.

—No puedes hacerme esto —gruñó Lelouch con voz ronca—. Yo soy Lelouch vi Britannia, hijo de Charles zi Britannia, el presidente de Britannia Corps…

—No eres nadie. Tú mismo renunciaste a ese derecho…

—… ¡Te ordeno que me sueltes!

Su ojo izquierdo se encendió en rojo. Luciano, estupefacto, retrocedió. Pero no había manera de que pudiera esquivar su nuevo poder. Unos anillos rojos rodearon los iris del vampiro de Britannia. Se irguió súbitamente y embutió el cuchillo en la funda de donde lo había sacado.

—Suéltenlo —musitó Luciano.

—¡¿Cómo?! —exclamó una de las valkirias en protesta—. Señor, el presidente Schneizel…

Luciano no tuvo piedad. Le disparó a quemarropa con su revólver. Volándole la tapa de los sesos. Los otros se estremecieron. El impacto retumbó en sus oídos.

—¡DI UNA ORDEN! ¡¿QUÉ?! ¡¿ESTÁN SORDOS?!

Ninguno quería correr la misma suerte que aquella desgraciada. Ni se atrevieron a preguntar por qué. Se apresuraron a desamarrarlo. Lelouch tampoco entendía el repentino cambio. Su conjetura preliminar fue que Luciano quería darle esa impresión para dispararle por la espalda —alguna especie de juego retorcido. Al quedar en libertad, Lelouch vaciló. No tenía garantía de que el guardaespaldas se retractara. No tenía más remedio que confiar en él. No le gustaba eso. No obstante, no quería desperdiciar una valiosa oportunidad y la fiebre le impedía poner sus pensamientos en orden. ¡C.C.! ¡Tenía que llamarla! ¡Era la ocasión idónea! Corrió hacia la salida, doblando la velocidad en sus piernas por cada paso que lo alejaba. Repentinamente, Luciano meneó la cabeza y se presionó el puente de la nariz como si estuviera saliendo de un trance. Se fijó que Lelouch estaba dándose a la fuga. Montó en cólera.

—¡¿QUÉ ESTÁN HACIENDO, HIJOS DE PERRA?! ¡ESTÁ HUYENDO! ¡DISPAREN!

Aun cuando estaban confundidos, las valkirias de Luciano no pondrían en tela de juicio a su líder. No otra vez. Dispararon al objetivo. «¡Mierda!». Igual que si estuviera atravesando un campo minado, Lelouch se deslizó en zigzag y se refugió detrás de un cargamento de harina. Que era lo que estaba más cerca y lo único capaz de protegerlo de la balacera. Se devanó los sesos pensando qué hacer. Extraña u apropiadamente, recordó los consejos de sobrevivencia de Kallen. Buscó un objeto que le sirviera. Con preferencia que fuera cortopunzante. Reparó en una palanca sobre una caja de madera. Estaba algo fuera de alcance y, aun así, en un ataque de adrenalina se precipitó a cogerla. Volvió rápido a su sitio cuando una bala le rozó la pierna.

—¡No lo maten! ¡El abogado es mío! —cacareaba Luciano—. A quien le dispare en la pierna, prometo darle quinientos grandes. Y a quien le dé en el estómago, mil…

Lelouch prendió su celular y telefoneó a C.C. Consiguió marcar su número con los dedos temblorosos. Debido a la lluvia de balas, los paquetes del cargamento estaban desprendiendo tupidas y enormes nubes blancas. Aunque trató de espantarlas manoteando en el aire, Lelouch las aspiró. Quedando asfixiado por aquella bruma de harina. Lejos de aturullarse, lo embriagó un virulento frenesí que quemó su nariz y de ahí se propagó aceleradamente por su organismo repotenciando su vigor. Las pupilas se le dilataron, su corazón se desbocó y su respiración se tornó ruidosa. El ataque de tos que había sufrido se transformó en un gruñido animal. En un abrir y cerrar de ojos, veía todo en rojo. Fue cuando comprendió que no había inhalado harina.

Algunas de las valkirias rodearon el cargamento. Lelouch los aguardaba. De hecho, apretaba tan fuerte la palanca que se estaba produciendo escoriaciones. Uno lo apuntó con la pistola. Antes de que pudiera dispararle, abofeteó su mano y luego su cabeza. El impacto fue similar al de un palo de golf golpeando una pelota. El crujido de su mandíbula fue música para sus oídos. Cayó de bruces contra el suelo despidiendo sangre y dos dientes. Otro de los matones casi lo hirió. Pero la bala rebotó. Él no le tuvo más consideración por ser mujer. La desarmó rompiendo su muñeca. Su siguiente objetivo fueron sus costillas. Doblegada por el dolor, ella se inclinó. Lelouch hizo girar la palanca y la golpeó con toda su fuerza. La mujer se derrumbó en un cráter sangriento. El movimiento le desgarró el hombro a Lelouch. Apenas se consintió lamentarse. Se enderezó, cogió la pistola de uno de los matones con que había peleado y uno de los paquetes de droga y se lo mandó a Bradley y compañía de un palancazo. Cegados por la cortina blanca, Lelouch les disparó a otros dos en la pierna, en el estómago y en el hombro. Hasta que se desplomaran inertes, no cesó el fuego. Iba a apuntar otro blanco y no pudo hacer nada más porque su arma voló de su mano.

—¡Suficiente! —tronó Luciano, resguardándose la cara con el brazo y amenazándolo con su revólver—. ¡Maldita sea!

Nuestro protagonista condujo sus brazos detrás de la cabeza admitiendo su derrota. Todavía eran una abrumadora mayoría. Allí hubiera quedado todo si no fuera porque precisamente un camión penetró en el almacén escandalosamente llevándose de por medio la puerta. No había conductor y el vehículo iba directo hacia ellos.

—¡MIERDA!

Todos huyeron en direcciones diferentes. Del mismo modo aparatoso que vino, el camión se estampó contra la pared. Frenándose así. Se levantó una gran capa de humo y aserrín. Alguien se bajó de un salto. Cuando voltearon para cerciorarse quién era, observaron aproximarse una capa púrpura ondear al ritmo del viento. Era Zero. Él desenfundó dos pistolas y a sangre fría disparó a dos de los matones mientras avanzaba determinadamente. Un solo tiro en la frente. Uno tras otro iba desmoronándose sin vida. Luciano corrió para atrapar a Lelouch y utilizarlo como rehén para escapar. Zero no lo permitiría. Siquiera se había movido de su sitio cuando disparó a sus pies. El guardaespaldas brincó hacia atrás. Se vio forzado a replegarse, de mala gana. Haló hacia él a la última de sus valkirias por el cuello de su chaqueta y, seguidamente, la empujó y se precipitó hacia la salida. Sin miramientos, Zero tiró del gatillo.

—¡No! —clamó Lelouch.

Fue demasiado tarde. La valkiria se rindió ante la gravedad cayendo de rodillas y se derrumbó de lado en segundos. Lelouch distinguió cada uno de los cuerpos que yacían a su alrededor. Le echó una mirada airada a su salvador.

—¡No tenías que haberlos matado!

—O tus formas son raras o el concepto de agradecimiento se ha alterado y yo no caí en cuenta —repuso con desdén. Zero se sacó el casco y una lustrosa y larga cabellera verde descendió como cascada golpeando su espalda—. Iban a matarte, sino hubiera sido por mí ahora mismo estarías en su lugar.

—No me importa. El traje que llevas implica una responsabilidad mayúscula. ¡Zero no mata a nadie! —recalcó enseñándole los dientes.

—Siempre podemos decir que se mataron entre ellos. Nadie tiene pruebas ni sabe qué sucedió exactamente —replicó cepillándose el pelo. C.C. se agachó al lado de uno de los cuerpos que estaban más distantes y presionó los dedos en la depresión del cuello. Su pulso latía tenue—. Fuiste indulgente, aun cuando les disparaste tres veces. No te preocupes. Eran delincuentes cuyas vidas carecían de valor. Están mejor muertos. Lo sabes, Lelouch —añadió ella con una sonrisa. Lelouch presumió que había asesinado en el pasado. Su remanso de tranquilidad era tan natural que le resultaba repulsivo. En esto, C.C. reparó en las sogas y los restos de la silla a unos metros—. ¿Cómo te liberaste de las ataduras?

—No lo hice. Ellos me soltaron.

—¿En serio? ¿No recurriste a una de tus artimañas?

—Ninguna fue para ese fin. Me concentré en ganar tiempo. Cuando Luciano iba a torturarme, nada más le ordené que me soltara y eso hizo.

—¿Lo ordenaste y ya?

—¿No me crees?

—No, sí te creo. Inventarías algo más verosímil si estuvieras mintiendo.

Se hizo una pausa en la que él forzó un suspiro, que parecía un bufido.

—Perdón por gritarte —susurró Lelouch, avergonzado—. Gracias por salvarme —añadió y para demostrar su sinceridad la miró directo a sus ojos ambarinos. C.C. asintió despacio—. Bien. Esta será la historia: los matones de Britannia Corps me secuestraron y Zero me rescató. Es la razón por la que estuve desaparecido. Ven, saca tu celular. ¿Podrías…?

C.C. le encajó un puñetazo en el rostro a Lelouch. Este gimió, se cubrió su nariz con ambas manos conteniendo el dolor y se acostó en el piso. Imitó las posturas de los cadáveres y cerró los ojos. C.C. tomó varias fotografías.

—Te ves adorable al lado de esos muertos.

—Jódete —graznó de malhumor—. ¿Está listo?

—Sí. Puedes ver si quieres —afirmó, devolviéndole el celular—. Traje la caja. ¿Quieres que te «empaque» de una vez?

El hombre intentó incorporarse. Estaba tan molido por los golpes que sus movimientos eran lentos y torpes. C.C. tuvo que ayudarlo.

—No, espera. Accidentalmente inhalé droga —contó señalando con el pulgar el cargamento de harina—. No habrá sido una enorme dosis, pero me harán pruebas en la jefatura. Es mejor que no me añadan cargos de consumo de estupefacientes, ¿no?

—Mierda, sí —observó, examinándolo. Efectivamente, sus ojos estaban enrojecidos—. Veo que Luciano te infringió una herida de guerra —con sus dedos, recorrió la incisión que trazó el cuchillo. Lelouch puso una mueca de dolor—. Lo siento —dijo, retirando la mano—. No es grave. Se cicatrizará con el tiempo.

—Escucha, hasta que yo retorne, Kallen estará a cargo del bufete. Ella está aprendiendo. Te necesitará. Debes estar ahí para aconsejarla y apoyarla. También necesito que hagas algo por mí —indicó suavizando el tono—: protege a mi hermana.

—Lelouch, no soy una heroína… —empezó a decir. De súbito, él la agarró por los brazos.

—¡¿Y te parece que Tamaki lo es?! —rezongó—. Hoy confié en Euphemia y murió. No era la persona en quien debía entregar mi confianza. Te lo estoy pidiendo a ti porque ningún otro puede hacerlo. Ella es todo lo que me queda. No está segura en esta ciudad. Dijiste que eras mi cómplice y que serías la única que al final estaría conmigo. ¡Necesito que eso sea verdad!

La estafadora abrió tamaño ojos. En ellos había una mezcla de fría perplejidad y de emoción cálida. Sucedió un minuto para que sus labios pudieran articular palabras.

—Bien —murmuró—. Lo haré.

—Gracias —asintió con alivio.

—Lelouch...

—¿Uhm?

—Ten.

C.C. se sacó por encima de la cabeza un medallón y se lo colocó. Extrañado, Lelouch agarró lo que le había dado y lo estudió. Era una estrella de cinco picos confinada en un círculo. Un talismán. Estaba hecho de metal y era lo suficientemente grande como para caber en la palma de la mano de un niño.

—¿Qué es esto?

—Es un pentáculo —explicó—. Te protegerá.

—¡Ah! Tus cosas de Wicca —expresó rodando sus ojos—. No, no estaría bien que yo…

—¡No! Me ofenderás si lo rechazas —le advirtió con severidad aplastando el talismán contra su pecho—. Regrésamelo cuando salgas de ese infierno.

Lelouch pasó la mirada del pentáculo a su dueña, cuya ansiedad se traslucía en su semblante. Presintió que la desilusionaría si no lo aceptaba. Se resignó.

—De acuerdo. Me lo quedaré.

La mujer sonrió, complacida. Siempre llevaba consigo ese talismán protector. Casualmente, lo había tenido consigo durante su estadía fugaz en prisión cuando Lelouch entró a su vida y la sacó de aquel sombrío lugar. Y desde que se había infiltrado en la mansión Britannia no la habían descubierto. Para lo que se proponía hacer, era menester tener a su favor las energías del universo. Inclusive si otros wiccanos y sus dioses desaprobaban sus siniestros propósitos. En el fondo, rogaba que no estuvieran tan molestos con ella. A lo mejor necesitaría realizar un hechizo de protección. No estaba segura si el talismán podía surtir igual con otra persona y nunca había pedido por nadie que no fuera ella misma. En cualquier circunstancia, le hacía más falta que a ella. Eso era innegable.


Era de noche. Habían transcurrido ocho horas de búsqueda y el asesino de Euphie continuaba prófugo. La idea enloquecía a Cornelia. La mujer esperaba impaciente por noticias en la sala de la mansión Britannia. Schneizel estaba con ella. Le escocía que su padre se hubiera largado después de que los reporteros y la policía se fueron. Nunca amó a Euphemia. A ninguno. Su ausencia paternal no le había afectado o digamos que había fingido durante treinta y cinco años que le tenía sin cuidado; empero en aquel punto su límite se había roto. Su hija, la sangre de su sangre, fue asesinada y no sufría. Si tuvo el coraje de utilizar su muerte para su campaña política, ¡¿por qué no lo tenía para seguir fingiendo hasta el final?! Hubiera preferido que se alegrara, ¡cualquier cosa antes que indiferencia! Por centésima vez, Cornelia dio otra vuelta por la pieza. Se sentía impotente. ¡¿Por qué tenía que actuar como si estuvieran detenidos?! ¡¿Y desde cuándo ella dejaba que le dijeran qué hacer?! ¡También debía buscar a ese asesino! Harta de estar cruzada de brazos, se guindó su bolso al hombro y se encaminó a la puerta.

—Ya casi son las diez de las noches, la policía no ha encontrado a ese malnacido y no estamos haciendo nada aquí, más que perder el tiempo —masculló ella—. ¡Iré a buscarlo yo misma! Te aseguro que en menos de una hora lo encontraré, ¡aun si se esconde en la alcantarilla más asquerosa!

—No tengo duda. Mi pregunta es ¿qué harás cuando lo encuentres? —inquirió Schneizel con su voz aterciopelada. El hombre estaba tendido en el sofá.

—Sería mejor que no lo supieras —siseó con los labios inmóviles.

—¿Vas a matarlo? No creo que a Euphemia le gustaría que su hermana se convirtiera en una homicida. La pondría muy triste.

Aquellas palabras la azotaron. Se quedó petrificante delante de la puerta. Involuntariamente se arqueó. La sola mención del nombre de su hermana anegó de lágrimas sus ojos. Con rudeza se giró y arrastró los talones hacia él cual una leona alistándose para saltar sobre su presa.

—¡¿Y qué quieres que haga?! ¡¿Qué confíe en la policía?! ¡Lo ha estado buscando por horas para nada! —recriminó Cornelia atiplándosele la voz.

Schneizel se levantó para mirarla de frente. Como solo podía hablarse con ella.

—Ellos dijeron que su captura era su máxima prioridad…

—¡Si fuera cierto, ¿por qué sigue deambulando por ahí?! ¡Es porque ninguno de esos policías entiende cuán importante es! ¡Ni nuestro padre lo entiende! ¡¿Cómo vas a pretender…?!

—Estoy seguro de que nuestro padre está tan afligido como nosotros. Es su carácter de acero que no le dejó expresar sus sentimientos —elucidó Schneizel con un dejo de melancolía—. ¿Crees que no me duele la muerte de nuestra Euphemia ni que deseo que quien nos la arrebató reciba un castigo? —inquirió yendo hacia ella.

Avergonzada, Cornelia bajó la cabeza y se rascó una ceja.

—No, Schneizel, sabes que no quise decir…

—La policía es la que debe encargarse. Sé que si tú o yo fuéramos lo que hubieran muerto Euphie diría que esto tendría que solucionarse por lo legal. A ella le molestaba la mala fama de nuestro apellido. No somos unos monstruos asesinos. Es por su memoria que he decidido quedarme a esperar aquí. Ella tenía razón —a Schneizel se le quebró la voz a buena hora. La sujetó por los hombros y se los frotó con cariño—. Dejemos que la detective Nu y sus chicos hagan su trabajo y una vez que lo arresten recemos para que nos represente un fiscal honesto, inteligente, empático y audaz.

—Los rezos no nos darán lo que necesitamos, Schneizel —espetó Cornelia.

—Tampoco podemos hacer más —se excusó llevándose atrás las manos—. A no ser que tú… Querida hermana, ¿en qué estás pensando?

—Nada malo —murmuró Cornelia con aire pensativo—. Discúlpame, debo ir a un sitio.

—Cornelia…

Schneizel sabía que era difícil contener a su hermana cuando tomaba una decisión. No podía culparlo por intentarlo. Cornelia traspasó el arco que separaba la sala del hall y no se le volvió a ver. A solas, los labios del presidente amagaron una sonrisa ambigua. Cornelia encendió su coche, un lujoso porsche magenta de última generación, se subió y estableció su rumbo hacia la fiscalía. Schneizel se había equivocado. Sí existía algo que podían hacer. No era correcto, pero ¡al carajo! Al fuego había que combatirlo con fuego y, por su hermana, Cornelia estaba dispuesta a sacrificar lo que fuera para encerrar tras las rejas a ese bastardo. Si matar con sus propias manos profanaba los deseos de Euphemia, desistiría de su propósito; a cambio, vería que a aquel infeliz lo condenaran la pena de muerte en el juicio, así fuera lo último que hiciera en la vida. No descansaría hasta verlo realidad. La enfermaba ser consciente de que respirara el mismo aire que ella, que estuviera paseándose a sus anchas; en tanto, la dulce Euphie iba a ser enterrada treinta metros bajo tierra para alimentar a los gusanos. Cornelia apretó el volante con furia.

La fiscalía era un alto edificio de piedra de quince pisos. Obscuro en el exterior, luminoso en el interior. El vestíbulo era muy espacioso. Por el suelo se extendían losetas de mármol blanco y negro. Tan pronto como lo atravesó, todos se volvían a mirarla de reojo. La reconocieron, desde luego; estaban al tanto de la tragedia y especulaban por qué estaría ahí. Cornelia no les devolvió la atención. No cabía el asombro en el fiscal Guildford cuando su inestimable amiga de la universidad irrumpió en el despacho. Ella echó cerrojo a la puerta.

—¡Cornelia!

Automáticamente, el fiscal se puso de pie dándole la bienvenida.

—Hola, Gilbert. Han pasado meses desde que interactuamos —lo saludó ella parcamente—. Tenemos mucho de qué actualizarnos.

—Claro. Por favor, siéntate —le indicó con gentileza mediante un ademán. Cornelia se tendió en el sofá esquinero de color verde del centro—. Te serviré…

—No, gracias. No quiero agua —se anticipó moviendo la mano.

—De acuerdo —asintió. Gilbert se sentó junto a ella. Vaciló antes de dejar caer las palabras—. Lo lamento por tu hermana. Sé que la amabas con todo tu corazón.

A ella se le hizo un nudo en la garganta. Era consciente de que sus intenciones eran sinceras y buenas; pero en lugar de confortarla hacía crecer su ansiedad.

—Gracias —musitó Cornelia. Tomó aire para mantener el control de sí misma—. Te estarás preguntando por qué vine. Quizá no estés sorprendido por mi visita considerando el día; por lo menos, no tendré que contarte lo que pasó —la directora se vio obligada a hacer una pausa. Prosiguió entonces con expresión grave— me conoces. Sabes que no estoy aquí por consuelo. Necesito pedirte un favor…


Suzaku cerró de un portazo su coche. Estaba en las afueras de la comisaría. Sin más dilación, el joven fiscal se adentró. La estrella que alumbraba su cielo se había apagado. Para siempre. La situación era tan surrealista que creía ingenuamente que estaba sumergido en una especie de sueño y que iba a despertar en cualquier momento. ¡Y mierda! Cómo quería abrir los ojos y descubrir que todo había sido una pesadilla. Sin embargo, el dolor que oprimía su corazón era tan insoportable que solo podía ser real. Luego de forzar a la Villeta a brindarle un reporte exhaustivo de la investigación y la búsqueda, transmitió su pésame al presidente Charles y a su familia, se montó en su coche, prendió el motor y la radio y se fue. Suzaku deambuló por horas en el afán de superar el shock y digerir los acontecimientos, a la par que oía las noticias. ¿De veras Lelouch asesinó a Euphemia? Cada vez que Suzaku interpelaba a los allegados del sospechoso en casos de asesinato en sus casos, formulaba dos preguntas: ¿tenía motivos para asesinar a la víctima? ¿Crees que sería capaz de cometer asesinato? A Suzaku lo horrorizaba que sus respuestas fueran afirmativas. Sí, Lelouch pudo haber envenenado a Euphemia por venganza. Por culpa de Charles perdió a su madre, al quitarle su hija le pagaba con la misma moneda. Ley del Talión. Y sí, lo consideraba capaz. Suzaku recordaba su conversación en el baño. «Él tenía que recibir un castigo en proporción a su crimen», dijo al admitir que emboscó a Bartley Asprius. Y se justificó diciendo: «fue un mal por un bien mayor. No soy el primero en pecar. ¡Nadie es inocente! ¡Ni siquiera tú!». A pesar de todo, le parecía cruel que Lelouch hubiera planificado trabar una amistad con Euphemia nada más para matarla. Arrellanado en el asiento del conductor, acabó amodorrándose. Salió de aquel estado cuando un reportero de Hi-Tv comunicó que la policía continuaba rastreando el paradero del abogado Lamperouge y que algunos creían haberlo visto en Kyushu. La mujer que amaba había sido asesinada, ¡¿y él se metía en su auto a poner el radio?! Suzaku quiso abofetearse.

Fue así que se embarcó a la comisaría. Allí estaban Kallen y Rolo. Sentados uno al lado del otro en dos sillas. A Tamaki lo estaban interrogando. Suzaku reconoció a su excompañera. La pelirroja lo avizoró cuando se avecinó a ella. Se irguió pegando un salto.

—¡Suzaku! ¿Por qué estás…?

Hubiera querido exigirle respuestas sobre el evento de aquella mañana en que participó con el presidente Charles, sino fuera porque a Suzaku se le soltó la lengua mucho antes.

—¿En dónde está Lelouch?

Kallen parpadeó, ligeramente aturdida.

—No lo sé.

—Pues si lo ves dile que se entregue. Esconderse retrasa lo inevitable. La policía bloqueó los aeropuertos y muelles. En las paradas policiales están revisando a todos los que salen.

—¿Por qué crees que iba a reunirse conmigo cuando la policía está como loca persiguiéndolo por todo Pendragón? ¡¿Y por qué tú no puedes decírselo?! ¿Eres el fiscal de su caso o qué?

—Todavía no. Pero pretendo entrevistarme con el fiscal Guildford, presentarme ante el fiscal del distrito si hace falta, y solicitar que me entreguen el caso.

—¿De verdad? ¡Mejor! —sonrió con alivio—. Si hay un fiscal que cavará hasta el fondo para encontrar la verdad eres tú. ¡Todo esto es un feo malentendido! Estoy segura de que Britannia Corps está involucrada de algún modo. No tiene sentido de que Lelouch haya matado a…

—No, Kallen —cortó Suzaku con frialdad—. No me has entendido bien. No voy a pedir este caso para ayudar a Lelouch porque somos amigos.

La sonrisa de Kallen desapareció. De hito en hito miró a Suzaku. No lo había detallado. Sus ojos estaban hinchados y ribeteados. Su semblante era una máscara impávida. Jamás lo había visto así. Ni en los días que tuvieron los exámenes más complicados estaba tan serio. Usaba un extraño tono de voz gélido que la hizo estremecerse.

—¿Ah, no? —inquirió, cautelosa—. Suzaku, dime que tú no crees que Lelouch es un asesino

—La evidencia no sostiene esa tesis: si bien el panorama confuso, según parece, es culpable —sentenció Suzaku.

—¡¿Qué diablos?! —profirió Kallen—. ¡Suzaku, ¿se te ha freído el cerebro?! Tú eres el que dice siempre que no hay que sacar conclusiones hasta que la investigación arroje resultados concluyentes.

—¡Me estoy apoyando en la evidencia, Kallen! Piensa un poco, ¡¿por qué más razón huiría de la escena del delito siendo inocente?!

—¡¿Y?! ¡¿Eso basta para juzgarlo como culpable?! —protestó—. Toda persona acusada, sin importar el delito, es inocente. ¡Maldita sea! —Kallen resopló con frustración. Se pasó una mano en el pelo—. ¡¿Qué piense un poco?! ¡¿Cómo siquiera se te ocurre que tu mejor amigo haría algo así?! No creía esto de ti.

—Tú lo estás defendiendo y tampoco sabes lo que pasó…

—Lo defiendo porque es mi cliente —replicó Kallen entre dientes, frunciendo el entrecejo— y te apuesto lo que quieras que Lelouch se declarará inocente. A diferencia de ti, me apego a mi deber de abogada y no les doy la espalda a mis amigos cuando me necesitan.

—Me estás malinterpretando, Kallen —rumió Suzaku.

—¿Sí? Creo que nunca había tenido las cosas tan claras como ahora —masculló, acalorada.

—¿Qué está sucediendo?

A Kallen se le había olvidado que Rolo estaba con ella. Suzaku ni se había percatado de él. Ignoraba que era miembro del despacho de Lelouch. Suzaku y Kallen vacilaron. Sin querer, habían quedado atrapados en un duelo de miradas. Gradualmente apartaron la mirada. Se les hizo extraño el entorno. Discutiendo, se adueñó de ambos una impresión de que a excepción de ellos todo lo demás se había esfumado. Echaron una inspección acuciosa para entender a Rolo. Los policías estaban saliendo de forma atropellada. La conmoción tenía lugar fuera de la estación. Suzaku y Kallen tuvieron la misma idea y corrieron a ver. Les costó creerlo. Era Lelouch que estaba dentro de una caja delante de la entrada de la comisaría. Encima le había caído una parvada de reporteros y civiles, lo que le dificultaba a los policías sacar a Lelouch. Kallen no lo meditó dos veces y corrió hacia él. Lelouch estaba abrumado. Los flashes de las cámaras lo herían en la vista y la bulla que lo envolvía resonaba en sus oídos.

—¡ASESINO!

—¡Monstruo!

—Abogado Lamperouge, lo acusan por matar a Euphemia li Britannia, ¿cómo se declara?

—¡¿Qué hacen?! ¡A un lado!

—Abogado, ¿es cierto que usted tenía una relación sentimental con la señorita li Britannia?

—Se ve demasiado joven para ser un asesino…

—¡Abran paso, por favor!

—¡Maldito! ¡¿Por qué mató a Euphemia?! ¡Ella era un ángel!

—¡Fuera de mi camino! ¡Soy su abogada! —rugió la pelirroja, codeándose entre el tumulto—. ¡Tengo que estar con él!

Kallen llegó por fin hasta donde estaba Lelouch sin aliento. Todo el oxígeno en sus pulmones se había quemado. No se entretuvo y se apremió en sacar un tapabocas del bolsillo. Lelouch la miró, confundido.

—¿Kallen? ¿De dónde obtuviste…?

Ella lo atajó para ponerle el tapabocas. Inmediatamente, los policías lo esposaron. Kallen se despojó de su chaqueta y cubrió sus muñecas. La detective Nu le hizo lectura de sus derechos.

—Lelouch Lamperouge, queda usted detenido por asesinar a Euphemia li Britannia. Tiene derecho a permanecer en silencio y solicitar a un abogado. Todo lo que diga será usado en su contra.

A Lelouch le entró y salió de los oídos aquel manifiesto sin pena ni gloria. Sus ojos estaban fijos con una intensidad ardiente en sus manos bajo la chaqueta de Kallen. Si no fuera por el metal que rozaba contra su piel ni porque las esposas estaban frías, creería que no estaban ahí. Estaban trasladando a Lelouch a la jefatura la detective Nu y los oficiales, cuando alguien le lanzó un huevo en su cabeza.

—¡¿Quién fue?! ¡¿Quién fue?! —indagó Kallen en voz alta escudriñando erráticamente entre las personas. Se volteaba tan brusco que casi se dislocaba el cuello—. ¡Quien haya sido que sepa que lo voy a averiguar y lo demandaré!

—Kallen —la llamó Lelouch sin voz. La interlocutora se encontró con sus ojos cansinos—. Te encomiendo el bufete y mi defensa. Tú eres la única que puede liderar e inspirar a nuestro equipo. Confío en ti.

Kallen abrió tamaño ojos. El cargo la intimidaba. Pero no podía decir que la sorprendía. No iba a rehusarse. Asintió con determinación. Él le devolvió el gesto. Kallen no se apartó de él. Lo protegió con su cuerpo de los posibles ataques. No pasó demasiado tiempo para que aconteciera otra interrupción. Esta vez era Suzaku que no había movido ni un músculo desde que había salido con Kallen. A Lelouch se le encogió el corazón al notar que estaba ahí. ¿Y él que opinaría de esto? Las respuestas posibles lo inquietaban.

—Suzaku…

Su voz sonó aplomada. Igual que siempre. Su amigo, al contrario, no lo saludó con su usual sonrisa amable. Levantó la mano, acallándolo. Le dedicó una mirada torva. Una inolvidable mirada torva. Dijo Suzaku con una voz gutural que jamás había oído de él:

—Al dios en que creas rézale esta noche. Implórale por lo más sagrado que tengas o por lo que más amas que no deje que sea yo el fiscal que tome tu caso porque te juro que haré todo lo que esté en mis manos para que te condenen a pena de muerte.

Lelouch se congeló. Miró a su amigo un rato, como para asegurarse de que lo decía en serio. Asintió quedamente. Forzó una sonrisa socarrona. La alegría no alcanzaba sus ojos.

—¿Tú también, Suzaku?* Con que así serán las cosas entre nosotros a partir de ahora. Bien.

Aquel «bien» se oyó tal cual el hielo al astillarse abruptamente en el suelo. A ciencia cierta, era un espantoso gruñido. Lelouch no iba a corresponder por menos los ataques de Suzaku.

—¡Andando! —terció la detective Villeta—. Ya luego podrán decirse lo que les dé gana en el horario de visitas.

Lelouch sintió como un oficial —tenía que ser hombre a juzgar por el enorme tamaño de su palma— ponía su mano entre sus omóplatos instigándolo a moverse. Suzaku lo siguió con la mirada. Nuestro héroe no rompió el contacto visual. Leía en su semblante tallado en piedra el cúmulo de sentimientos que tenía atragantados en el pecho: rabia, tristeza, decepción y uno nuevo. Uno que no imaginaba que algún día Suzaku sentiría contra él.

Odio.


*Es un juego de palabras que está basado descaradamente en la famosa frase latina «Et tu, Brute?», que, en teoría, fueron las palabras que pronunció Julio César al ver a Bruto entre los conspiradores. Aunque no hay ninguna certeza de esto. Lelouch solo sustituye Brute por Suzaku. ¿Qué mensaje subliminal está tirando Alice?


N/A: y así damos inicio al segundo libro de esta maravillosa historia que cumple un año mañana de su publicación. ¡Aplausos! Escribí este capítulo queriendo emular el efecto del primer capítulo. Las transiciones eran muy fluidas. Dejábamos un personaje para irnos con otro que estaba en la misma escena. Debo admitir que yo misma me sorprendí con el resultado y me encantó. Jamás había logrado que me quedara así. Hablemos de la bombita final que creo que es lo que generaba más expectativas: ¿el fiscal Kururugi iba a seguir el mismo camino que su homólogo en el animé? Desde luego. Considero que los fanfics completamente AU, es decir, aquellos que se desarrollan en otro contexto, deben respetar tanto como se pueda el canon porque, de lo contrario, se sentirá que si cambiamos el nombre del personaje puede ser cualquier otro. Si es un fic parcialmente AU, ya saben, que ocurre dentro del canon, sí se puede tomar más libertades. Bajo ese criterio, tomé ciertas decisiones relevantes. Si los personajes me pertenecieran, habría elegido cosas diferente, a decir verdad. Por ejemplo, el personaje de Rolo, el asesino de Britannia Corps, tendría una afinidad por los cuchillos, por lo cual tendría sentido con la amenaza que le suelta a Bradley; pero a Rolo le gustan las armas de fuego, así que lo mantuve. A propósito de Rolo, en el primer libro tuvimos la perspectiva de Euphemia —además de la de nuestros personajes principales: Lelouch, Suzaku, Kallen, Schneizel y C.C.—, visto que ella murió tendremos una nueva: la de Rolo. Un personaje que fue clave en R2 y que aquí lo será. Ya han leído que fue él quien asesinó a Euphemia, no a Shirley como ustedes temían, al menos no por ahora, ¿cómo les quedó el ojo? Por cierto, me pregunto qué habrán pensado al leer el título del capítulo. Dudo que hayan hecho la correlación entre el pasaje bíblico y mi fic. Para que vean que Zack Snyder no es el único que le gusta meter referencias al cristianismo, a mí también. Soy muy fan de esa escena con Rolo y Luciano ya que son los asesinos de este fic, bueno, los que se dedican y se lucran con eso, y tiene una concepción muy distinta sobre el asesinato como habrán podido notar.

Y, sí, señores, ¡C.C. en este fanfic es una verdadera bruja! Estaba muriéndome de ganas por introducir esta faceta de ella y, aunque tenía mis dudas, hallé la forma. Me da risa ya que mientras hay historias en que escriben que la religión de C.C. es el cristianismo, yo la vuelvo una Wicca xD Ustedes no han leído historia como la mía.

Ya que no quiero aburrirlos con mi cháchara, pasaré a dejarlos con las preguntas que corresponden para este capítulo: ¿adivinaron que aquel joven criado del capítulo doce era Rolo? ¿Qué favor creen que le pedirá Cornelia a Gilbert? ¿Cuál será la reacción de Nunnally cuando se entere que Lelouch fue apresado? ¿Les gustaría que Suzaku fuera el fiscal designado en el juicio contra Lelouch? ¡¿Les daría un orgasmo ver a Suzaku y a Kallen enfrentarse en un juicio en que el acusado es Lelouch?! Tras ver la conclusión del capítulo, ¿qué expectativas tienen para esta incipiente rivalidad? Espero que estén felices ya que leí en los comentarios que estaban ansiosos por ver a Suzaku y a Lelouch cayéndose a putazos, tan bonita la amistad que tenían en la primera parte :'v ¿Suzaku acaso se convertirá en el antagonista de esta segunda parte? ¿Les encantaría? ¿En qué desembocará la decisión que tomó de apoyar al presidente Charles? ¿C.C. se convertirá en la heroína que Lelouch necesita que sea? ¿Kallen logrará convertirse en la líder que la firma necesita? ¿Cuál fue la escena que más amaron de este capítulo?

Apreciaré todos los comentarios que quieran escribirme. Me animarán a continuar. En este momento, estoy escribiendo la recta final del capítulo 26 —voy a paso de tortuguita ya que estoy enrollada con los deberes de la universidad :'v—. Para cuando actualice, me encontraré escribiendo el capítulo 27 y esa fecha es 31 de mayo y se titula: «El león, el zorro y el gato». ¡Qué suertudos son! Ojalá disfruten de esta doble actualización.

¡Nos leemos! Se les quiere y se les respeta, malvaviscos asados.

PD: hoy aprendí que es mala idea quedarse cerca de un Lelouch drogado y armado con una palanca, ¿qué aprendieron ustedes?


Respondiendo comentarios:

Marshmellow-man: ¡felicitaciones por comentar el día de la actualización! Nunca había sucedido. Creo que lo hizo posible que fuera un prefacio. Como sea, celebremos juntos. ¿Ah, sí? Yo había leído esa frase hace tiempo, aunque no fue que me la encontré en un vídeo sobre venganza que me di cuenta que necesitaba que fuera el epígrafe de mi libro R2. También me encanta. Encierra una gran verdad. Eso es cierto. ¿Y cuál es esa idea? Si se puede saber :v Es verdad. Schneizel y su padre son completamente diferentes. Tal cual prometía ser en la serie y lo fue, solo que su final fue un poco decepcionante. ¿Ah, sí? En el capítulo nueve de la segunda temporada se suelta la pista de que Schneizel es homosexual y Kanon se ve que es un joven peculiar y, en sus palabras, cuenta que él fue elegido como asistente de Schneizel por su actitud estrafalaria. Algo que fue del agrado del príncipe blanco. No lo precisaron en la serie porque era innecesario; aquí sí que lo es. Por cierto, había dado un pronóstico de que Schneizel iba a ser el responsable de la muerte de Euphemia con ese beso en la frente. Está inspirado directamente en el beso de Judas. Puedes checar las imágenes para que tengas otra referencia bíblica. Sí, si bien cabía de esperarse. Creo yo. Los Britannia son unos carroñeros. Lo demuestran en la serie. ¿Cuánta crueldad de Charles? Querrás decir de los Britannia. ¿Qué crees que va a pasar en la tercera parte? Estamos lejos de ese punto, pero a ver :v Así es. Schneizel va a tener un rol más relevante en este fic. Es un personaje principal. Ya lo he indicado. ¡Aquí tienes la cicatriz de Lelouch! ¿Estás contento? No dejabas de mencionarla en tus comentarios. Te diré que me hubiera gustado que Suzaku se la infringiera a fin de que fuera más personal, pero no había razón, así que dejé que el loco de Luciano lo marcara y completara mi fetiche de que los personajes principales tengan una cicatriz, aunque aquí tengo razones sustentadas. No es un capricho. Bueno, ya tú ves, ¿tenías razón con tus predicciones? Aparentemente, sí. Qué bonita manera de sintetizar los caminos que los personajes tomarán. Eso ya se verá. Algo me dice que Suzaku se acabará coronando como tu personaje favorito al concluir este libro. Arthur es una gata (no hables conmigo porque tiene un nombre de varón; eso discútelo con el creador de la serie). En serio me destornilla la idea de Lelouch el del Repollo xD Ya llegó el 3 de mayo. Date el gusto y aspiro que estés sano cuando estés leyendo estas líneas. Se agradece encarecidamente tu apoyo y tus comentarios, mi estimado hombre malvavisco. Que te mejores pronto. Estaremos leyéndonos. ¡Saludos!

Vino envenenado: me parece escuchar ese corazón romperse desde aquí. Lo siento, no lo siento. La primera parte tenía que finalizar así o así. Esa era la idea al escribir esta primera parte. Fue un poco difícil, pero me contento haberlo logrado en ti. Lelouch no fue culpable de forma directa, te corrijo. Sí que lo fue. Este capítulo contesta tu duda. Eso es lo que parece. Nuestro abogado tiene un arma más a su favor, pero lo desconoce. Holy shit! Ese puritanismo… ¿Y qué si Lelouch y Kallen se les antoja divertirse algún día de manera responsable? No hay nada de malo en eso, que sepas. Obvio que vio algo más en ella o sino no la habría contratado para su bufete ni la habría puesto a prueba, ¿no crees? Es muy importante ese paralelismo que señalas. Es semejante al animé en ese sentido. El Sacro Imperio de Britannia jodió a sus familias y sus vidas; eso no cambió aquí. Lo llamó Schneizel para matar a su hermana (¿cómo se te ocurre, puto Schneizel, asesinar a su hermana para proteger los sucios secretos de la familia y deshacerte de tu enemigo? ¿No tienes razón? Eso no se hace, maldito desgraciado). No me esperaba que el prefacio y el primer capítulo fueran tus favoritos, si bien me dejaste unos comentarios lindos aquellas oportunidades y me halaga ya que un buen inicio es indispensable para cualquier buena historia. Eso me contenta y lo agradezco mucho, al igual que tu apoyo. Extrañaba leer tus comentarios. Espero leerte más seguido. ¡Cuídate!

PD: ¿por qué Suzaku es picarón?