Code Geass: Bloodlines
Capítulo catorce:
El león, el zorro y el gato
Los rayos de sol se filtraron entre las nubes atravesando la ventanilla de la celda de Mao, que estaba con las piernas cruzadas en el suelo, mordiéndose las uñas, mientras miraba cautivado por las sombras proyectadas en el piso. Si se inclinaba un octavo de centímetro a la izquierda, las sombras tomaban la forma de la silueta de C.C. La idea le sacó una risita ronca y siniestra. En esto, su compañero, quien solía pasársela conversando con el prisionero de la celda vecina por clave morse, se bajó de la cama y por cuarta o acaso la quinta vez en el año le habló:
—Acaba de llegar uno nuevo, ¡a qué no adivinas quién es!
Mao no era el compañero más elocuente; pero había dos nombres que con frecuencia rumiaba en sueños o en meditaciones profundas. A Mao se le iluminó el rostro con aquella sonrisa de locura dulce.
—¡Ay, Lelouch! —suspiraba Milly—. Si las circunstancias fueran otras estaría disgustada con él por no haberme notificado que estaba en la ciudad.
Milly estaba en la cafetería de la estación de KT-TV con su simpar camarógrafo y excompañero de instituto, Rivalz Cardemonde, discutiendo acerca de la noticia que les había tocado cubrir. Ni más ni menos que la primicia en boca de todos: el asesinato de Euphemia li Britannia.
—Pero Lelouch no es un asesino. Tú y yo lo conocemos. Él sería incapaz de hacer semejante calamidad —había replicado Rivalz. La preocupación había desfigurado sus facciones.
—Tampoco creo que haya asesinado a Euphemia li Britannia, pero, según mi informante en la jefatura, tiene toda la evidencia en contra. Lo están acusando de asesinato de primer grado —bufaba ella con molestar, remojando un pedazo de pan en su café—. Aun así, eso no es lo que me preocupa —la reportera había torcido el gesto y Rivalz ladeó la cabeza confundido—. ¿Sabes quién es el fiscal?...
—¡Suzaku! —exclamaba Shirley, anonadada.
La veterinaria estaba en la sala de su apartamento haciendo el aseo cuando en el televisor su querida amiga y excompañera de clases, Milly Ashford, reportaba que el Caballero Blanco de Pendragón sería el fiscal en el escandaloso caso de asesinato de la sociliaté de Pendragón y el acusado era su primer amor. Inevitablemente, el florero en sus bellas manos resbaló y se estrelló en el suelo. Shirley jadeó. Semanas atrás había visto a su exnovio. No imaginó tener noticias pronto de él. Menos que serían tan espeluznantes. Lívida y con las pupilas dilatadas y fijas en el televisor, se dio la vuelta y se acercó a paso lento.
«Tiene que haber un error. Lelouch no es un asesino. Estoy segura de que estuvo en el lugar y momento equivocados», pensaba Shirley. «Suzaku es buen fiscal. Si alguien puede probar su inocencia ¡es él!».
—Suzaku está decidido a encerrar a Lelouch como sea. Está firmemente convencido de que él mató a la heredera de los Britannia.
C.C. trataba de consolar a una afligida Nunnally. Desde que se enteró del arresto de Lelouch, no había pegado ojo toda la noche. Agazapada en un rincón de su cuarto, se retorcía las manos con imploración desesperada. Su carita estaba hinchada por el llanto. Nunca había maldecido tanto su discapacidad como en ese punto. ¿Cómo volvería a sentirse bien cuando su hermano estaba sufriendo? Lamentaba con amargura que no existiera un modo de intercambiar lugares y C.C. no hallaba palabras para aliviar su tortura infinita. Consolar a los otros no era uno de sus talentos. Pero Lelouch contaba con ella y, extrañamente, no quería decepcionarlo; así que se hincó de rodillas, tomó entre sus manos las suyas y se las apretó. Le dijo lo que le hubiese gustado que le dijeran en su posición.
—¿Por qué Suzaku sería nuestro enemigo? —lloraba Nunnally, entrecortándosele la voz por los sollozos—. Él compartió tanto con mi hermano. Sabe cómo es…
—Suzaku tenía sentimientos por esa joven. Su dolor ha perturbado su juicio —explicaba C.C. dulcificando su tono—. Quien puede ayudarlo es su abogada.
—¿Su abogada? —había dicho Nunnally, sorbiéndose la nariz—. ¿Quién es?...
—Su abogada es Kallen Stadtfeld —decía Kanon—. Egresada de la Universidad de Vogue, la misma en la que se graduó el fiscal Kururugi. Tal parece que los dos tienen una especie de rivalidad: sino fuera por unas décimas de diferencia tendrían el mismo promedio. Como sabe, seis meses atrás, le suspendieron la licencia y se la restituyeron hace poco. Este caso será el primero que atenderá tras esa larga inactividad.
Kanon entregó su informe impecable al presidente en su despacho. No tuvo que llevar a cabo una exhaustiva investigación: ya había investigado a la abogada en el pasado. El presidente había cogido el informe y le echó una ojeada rápida. Se acordó de ella. Era la joven hermana de Naoto Stadtfeld, ese guardaespaldas que trabajó para su padre. Kallen estaba en su fiesta de promoción y fue parte de la defensa en el juicio del Dr. Aspirius. A ciencia cierta, Lelouch debió averiguar su conexión con Britannia Corps y la reclutó. Sin despegar la vista de la foto de la abogada en la esquina, se acarició la barbilla.
—Es más que una abogada, Kanon. La señorita Stadtfeld es su reina —fue lo que comentó—. La pregunta que hay que hacerse es: si la estará a la altura de las expectativas…
—¡A Kallen la van a descoñetar en el juicio! —graznaba Minami—. No ha manejado un caso en meses. Está fuera de forma.
—¿De qué jodido lado estás? —se quejaba el buen Tamaki con gesto huraño—. Te recuerdo que Kururugi tiene el mismo tiempo de fiscal que ella de abogada. Es un novato.
—¿Y sabes qué tiene él que la abogada no? ¡A Schneizel! ¿Crees que él se va a sentar a mirar transcurrir el juicio? ¡No, va a meter sus manos! Admítanlo, esto se fue a la mierda. Hubiera sido mejor matarlo desde el inicio. Lelouch pifió.
—¡Más respeto, Minami! Estás hablando de Lelouch. Nosotros instalamos una monarquía y nombramos a Lelouch nuestro Emperador y cuando él habla, lo escuchamos. Cuando él pide, nosotros lo hacemos. Él manda y nosotros obedecemos. Su palabra es nuestra ley. No olvides que si no fuera por él estaríamos pudriéndonos en prisión y el día en que salimos juramos por nuestra vida que lo recordaríamos siempre —lo había chitado Tamaki con un matiz lúgubre, ajeno a él, remató sus palabras enseñándole una cicatriz lineal que surcaba toda la muñeca. Contumaz, Minami se rehusó a ver la suya—. Lelouch nos liberó para que nos convirtiéramos en otra clase de hombres. Ya no somos como Ricitos de Oro… —Tamaki se frotó los brazos. Los vellos se le habían parado de punta.
Entretanto, Tamaki y sus apandillados estaban en el bufete. Habían sido citados por Kallen. Iban a conversar sobre los avances del caso. Kallen vendría después de su viaje a la comisaría; por lo que se instalaron a discutir la situación en general. No les había caído bien que Kallen asumiera el liderazgo. Las opiniones estaban divididas entre quienes lo consideraron un error y quienes tenían dudas. Kallen era una recién llegada que apenas conocían. No sabían si tenía la aptitud. Al final, todos se resignaron. Algunos con mayor grado de disgusto. Por otro lado, la detención de Lelouch los había desconcertado. Hasta ahora él había demostrado ser invicto. El caso estaba complicado. No habían encontrado ninguna evidencia que pudiera exonerarlo y si el salvador estaba encerrado, ¿quién podría liberarlo? Veían las posibilidades muy bajas y el juicio se celebraba en tres días…
Faltan 72 horas para el juicio
Lelouch esperaba en la sala de interrogatorios. Iba a ser interpelado por el fiscal a cargo, por fin. De no ser porque tuvo una aguda fiebre por dos días habría sido entrevistado con anterioridad. Huelga decir que necesitaba tiempo para reposar y recuperarse de sus heridas. Tenía tres costillas rotas. Lelouch sabía el nombre del fiscal, se acordaba de sus palabras frente a la comisaría y, si bien, se había preparado para hacer frente a Suzaku, tenía la impresión de que su fortaleza lo abandonaría. Cuando había declarado que su madre fue asesinada por orden del presidente de Britannia Corps, Suzaku fue la única persona que no lo juzgó de loco ni mentiroso, creyó en él y lo apoyó. Diecisiete años después, era el primero en acusarlo. Era un consuelo saber que la gente no se moría de ironía. Para el interrogatorio, Lelouch se puso su mejor máscara impertérrita. En su experiencia como abogado había aprendido que cualquier emoción era interpretada de forma negativa. Una sonrisa significaba que no se lo tomaba en serio. Un lamento o gesto de tristeza significaba que estaba fingiendo. Un ceño fruncido o un reclamo significaba altivez. A Lelouch no le costaba disimular sus verdaderas emociones. Llevaba haciéndolo por años. Pero aún no había digerido la muerte de Euphemia y la expresión ceñuda de Suzaku no lo ayudaba.
La sala de interrogatorios era, bueno, como cualquier sala de interrogatorios que Lelouch había visto. Delustrada, pequeña, claustrofóbica. Una mesa horizontal, dos sillas, un espejo unidireccional. Lelouch se podía imaginar a la detective Nu, al comisionado Tohdoh y al fiscal Guildford espiándolos a través del vidrio.
—De acuerdo, Sr. Lamperouge, le informo que ya nos hallamos investigando lo que sucedió en el almacén. En tanto, quiero hacerle algunas preguntas: ¿qué relación tenía con la víctima?
—Éramos amantes. Bueno, debió haberse dado cuenta. No es como si tratáramos de ocultar nuestra…
Lelouch fue interrumpido por un crujido. Bajó la mirada. Fueron los nudillos de Suzaku. Tenía el puño crispado sobre el muslo. Por supuesto que lo sabía. Al inspeccionar el cuarto de Euphemia, la policía había hallado un frasco de pastillas anticonceptivas. Había un hombre en la vida de la joven heredera. Los testimonios de los sirvientes y la familia y el diario íntimo de Euphemia confirmaron que ese hombre era Lelouch, el mismo que le había dicho meses antes que ellos eran simples amigos, ¡su propio medio hermano! Suzaku inspiró al sentir cómo se le revolvía el estómago.
—…Nuestra relación.
—Bien —murmuró. Su voz se proyectó ronca. Carraspeó para impostarla—. De acuerdo con su declaración a la policía, el ocho de septiembre, usted fue a visitar a la señorita li Britannia, conversaron, sugirió descorchar la botella de vino, sirvió a ambos; de repente, ella empezó a convulsionar, así que intentó estabilizar su cabeza; sin embargo, lamentándolo mucho, murió delante de usted y cuando presintió que venía la policía huyó porque tuvo miedo.
—Eso es correcto.
—¿Por qué no mencionó que discutió con la señorita li Britannia?
—Porque carecía de importancia —replicó Lelouch con sencillo encanto—. Nos arreglamos de inmediato. ¿O cómo cree que unas personas enojadas pueden disfrutar una copa de vino?
—En una investigación todo tiene importancia —masculló Suzaku. Los músculos de la cara se le había tensado tanto que apenas movía los labios— ¿De qué discutieron?
Era una trampa. Estaba contrarrestando sus respuestas con los testimonios de los sirvientes, que jamás aparecieron, aunque tuvieron la oreja pegada a la pared todo el tiempo. Lo quería acorralar a un callejón sin salida y no podía evitarlo.
—Ella me ofreció su ayuda y yo la rechacé —confesó Lelouch entrecruzando los dedos. En situaciones vulnerables era mejor ser honesto. Quizá Suzaku estaría dispuesto a creerle—. Se enteró del juicio de mi madre hace diecisiete años y que su familia estuvo involucrada, quería desvelar la verdad y yo, enterrar el asunto. No soportaba estar reñido con ella y accedí.
—Y celebraron descorchando el vino, ¿no? —indicó con sarcasmo—. Le contaré lo que creo que pasó. Usted fue a visitar a la señorita li Britannia, confiaba que sería como otra noche en que le susurraría unas palabras bonitas y la llevarías a la cama, pero ella lo descubrió y usted decidió hacer lo impensable. Fingió aceptar su ayuda y echó veneno en su copa.
—¡Eso no fue lo que sucedió! —objetó Lelouch. Aquello no fue un gesto calculado; fue un estallido de violencia.
—¡Su bufete fue incautado! —insistió Suzaku con arresto—. La policía halló arsénico. El mismo veneno que mató a Euphemia li Britannia, ¡¿qué responde a eso?!
—¡Alguien lo implantó! Mi despacho no es impenetrable —refutó Lelouch con impaciencia. La ceguera de Suzaku lo estaba importunando. Hizo una pausa para dominar las emociones y añadió con calma—: suponiendo que sea el asesino, ¿de veras piensas que iba a colocar el arma homicida entre mis cosas a plena vista y que iba a permitir que me atraparan tan ridículamente? Suzaku, me conoces, sabes que soy más listo que eso.
—Está confundido —escupió—. Le dije que si me asignaban su caso no iba a ayudarlo. Esto no es una visita de amigos, esta es una sala de interrogatorios y yo soy el fiscal.
La voz de Suzaku era tan fría que traspasó a Lelouch. Las palabras de Suzaku la noche de su arresto se reprodujeron en su mente. Llevaban repitiéndose en bucle aquellos días. «Al dios en que creas rézale esta noche», le había dicho. «Implórale por lo más sagrado que tengas o por lo que más amas que no deje que sea yo el fiscal que tome tu caso porque te juro que haré todo lo que esté en mis manos para que te condenen a pena de muerte». Por unos segundos, permanecieron inmóviles y en silencio como si la habitación se hubiera congelado.
—Me dijiste exactamente que le rezara a mi dios si llegaban a asignarte mi caso. Me pediste algo imposible. No creo en dioses; creo en mí mismo —recalcó con desdén—. La detective de este caso es Villeta Nu. Sabes quién es. Ella pudo fabricar la evidencia e implantarla.
—O usted la puso en su despacho pensando que lograría escapar a tiempo porque se confió —siseó Suzaku con aversión—. Es demasiado arrogante. Ese fue siempre su problema.
—No pude haber matado a Euphemia…
—Pudiste, sí —lo desmintió Suzaku, olvidándose de mantener el registro formal—. En el juicio de hace diecisiete años acusaste a Charles zi Britannia de planear el asesinato de tu madre en tu testimonio. Visto que no lo demostraste, tomaste la justicia por tus manos. Él te quitó a tu madre; tú le quitarías a su hija. Así le harías conocer el dolor de perder a quien amas. Tiene lógica.
—¡Yo amaba a Euphemia!
—¡No la amaste como yo! —espetó Suzaku con una voz raspada que surgía desde la parte más recóndita y oscura de su pecho—. No amas a nadie más que a ti mismo.
El grito fue lo suficiente alto para que Lelouch escuchara. Después de todo, Suzaku sabía que este interrogatorio no era del todo privado. Pero el grito resonaba en los oídos de Lelouch. Este miró de hito en hito a Suzaku. El odio relucía en sus ojos esmeraldas. No había ni rastro de su gentileza. Abrazándose a su orgullo, Lelouch susurró:
— No puedo creer que por una mujer destruyas nuestra amistad.
—La evidencia es la que habla. Usted la engañó y la manipuló. Fue la última persona con quien estuvo con la Srta. li Britannia y es el único sospechoso.
—No tienes evidencia que respalde que la maté por venganza —gruñó Lelouch. Suzaku notó una gran cantidad de aire en sus palabras como resultado de la contención de su rabia.
—Tampoco la hay de que le tendieron una trampa —replicó Suzaku—. Si ese vino ya estaba envenenado antes de que lo manipulara, ¡¿por qué no está muerto?!
La pregunta sonó como reproche. Lelouch contestó con una larga carcajada histérica. El gesto brusco lo hizo pegarse del respaldo. Del otro lado, la detective Nu, el comisionado Tohdoh y el fiscal Guildford se sobresaltaron. Únicamente Suzaku conservó el temple. El eco de la carcajada flotaba en la habitación, incluso después de que cesó. Suzaku prosiguió con su tono grave:
—El panorama no pinta bien para usted. Lo mejor sería decir la verdad y esperar que el juez se apiade.
—No puedo… —jadeó Lelouch cabeceando.
—¡¿Por qué no?!
Lelouch descargó una fuerte palmada sobre la mesa.
—¡Porque desde que tengo diez años solo sé decir mentiras! —rugió. Sus ojos inyectados en sangre tenían brillo de lágrimas en los bordes—. Yo amaba a Euphie. No existen las palabras que describan mis sentimientos y, aunque era indigno de ella, me correspondió. ¡Las dulzuras de su amor me hicieron preso de un vivo dolor que la injusticia es incapaz de infringir en el alma! —y la voz se le quebró. Lelouch se forzó a tragar saliva para recomponerse. Horrorizado, Suzaku lo entreveía con expresión de asco—. ¡Así y todo, yo la amaba! ¡No podía hacer otra cosa! La amaba como mujer, como amiga, como una hermana…
El rostro de Suzaku se cubrió de una palidez mortal adoptando una expresión extraña que no pasó inadvertida para el prisionero. Un pensamiento se manifestó en su mente que exacerbó su ira. Él sabía que era su hermana y tuvo la sangre fría para enterrar ese hecho, aprovecharse de su bondad, seducirla y ¡acostarse con ella y luego quitarle la vida! No tenía idea de cómo llegó a descubrirlo, pero en su cabeza tenía sentido. Suzaku vio una excusa para desfogarse: cogió a Lelouch por el cuello y le cruzó la cara de un puñetazo. Él se desmoronó. Suzaku no le dio opción de incorporarse al lanzarle una patada contra su pecho. Agarró su cráneo y lo estampó contra el piso. Su mano apretaba su mejilla de tal forma que se le había puesto roja.
—¡Abran la puerta! ¡Deténgalos! —ordenó la detective.
El comisionado Tohdoh se adelantó. El fiscal Guilford le pisaba los talones. A una velocidad que desdibujaba la silueta del hombre, giró el picaporte y entró. Suzaku estaba sobre Lelouch. Para inmovilizarlo, tenía enterrada su rodilla en el hombro en que se había alojado la bala. Así podía golpearlo una y otra vez. Cuando el puño de Suzaku retrocedía para tomar impulso, el comisionado se lo impidió retorciéndolo por detrás. Separaron a Suzaku de Lelouch. Casi lo arrojaron afuera de la sala. Si bien, recurrir a la fuerza fue innecesario, pues Suzaku había vuelto en sí tan pronto como lo sujetaron. Unos oficiales socorrieron a Lelouch.
—¡Fiscal Kururugi, ¿enloqueció?! —gritó el fiscal Guildford a todo pulmón—. ¡¿Acaso para esto usted quería este caso?!
—Perdón —musitó esquivando su mirada intencionalmente.
No era una disculpa sincera. Lo golpearía de nuevo si se reprodujeran las circunstancias. Aun así, era consciente de que la había cagado. No quería que le quitaran el caso. Tenía que fingir arrepentirse. No había otra cosa que pudiera hacer. Pese las reprensiones razonables que su superior le echaba en la cara, la mirada endemoniada de Suzaku seguía a Lelouch, quien ya se había erguido y estaba adecentándose.
—¡¿Perdón?! ¡Eso no resuelve nada! ¡Debería mantener sus manos fuera de este caso…!
—¿Por qué? —inquirió una voz cantarina.
De mala gana, el fiscal Guildford se apartó y se quitó los lentes para pellizcarse cansinamente el puente de la nariz. La abogada Stadtfeld oteó primero a Suzaku y luego al fiscal superior. Avanzó hasta Lelouch y se fijó en la sangre que goteaba en su nariz y en su labio roto. Lelouch contrajo la boca y la nariz cuando ella le tocó la comisura del labio.
—No digas nada, Lelouch —lo censuró. Les lanzó una mirada feroz a los fiscales—. Ustedes no pueden iniciar un interrogatorio sin su abogada. Lo demandaré, fiscal Kururugi. Sé que lo golpeó. ¡A todos ustedes! Utilizaré esto para que anulen el juicio.
—No, Kallen —terció Lelouch—. No lo hagas. No merece la pena. Devuélvanme a mi celda.
Lelouch se alejó por el pasillo. No se molestó en mirar a Suzaku. El exceso de emociones lo agotaron. La detective Villeta hizo un ademán indicando a sus oficiales escoltarlo de vuelta a la prisión. La abogada se disponía ir con él, sino fuera porque Suzaku la agarró por su brazo truncando ese propósito.
—Kallen, no defiendas a Lelouch.
El matiz autoritario en su petición sulfuró a Kallen. La expresión grave de Suzaku descartaba que estaba bromeando. Se zafó de un tirón.
—¿Me pides que no haga mi trabajo? ¡Qué gracioso! —resopló—. Meses atrás me animabas a aceptar la propuesta de Lelouch. Por no mencionar que lo ponías sobre las nubes.
—Estaba equivocado. Lelouch nos engañó. Fui un idiota. Ahora por fin me doy cuenta quién es realmente —rumió Suzaku—. Lelouch me engañó y lo mismo está haciendo contigo. Todo lo que sabes es lo que te ha contado él. Solo conoces una versión de la historia. Su historia y él la controla a su antojo. Pudo haberte mentido, pudo haberte ocultado cosas, pudo retratarse como una víctima para granjearse tu favor.
—No —increpó la pelirroja—. Ni antes ni ahora es diferente. No sabes de lo que estás hablando.
—Eso no es del todo cierto. Sé algo: voy a hacer cuanto esté en mi mano para que sentencien a Lelouch con la pena de muerte —advirtió—. No quiero destrozarte, Kallen.
—¿Y qué pasa si yo quiero destrozarte? —indagó en un tono desafiante—. Ya que estamos hablando de maldad extrema, ¿qué me dices de tu reciente amigo? ¿No es peor?
—Charles zi Britannia no es mi amigo y, por supuesto, que sé la clase de persona qué es. Me alié con él por los japoneses. Tú no lo entiendes. Hacer lo necesario nunca es lo más fácil…
—Tienes razón. No lo entiendo. El juez no ha juzgado a Lelouch culpable; pero tú… ¡tú! ¡Tú traicionaste a tu mejor amigo y a tu pueblo! —acusó—. Me moría por partirte la nariz; pero como nos enfrentaremos en el juzgado ahí podré decirte eso y más. ¡Me das asco, Suzaku!
Se fue. No sin experimentar un sentimiento similar al placer cuando le dio la espalda. Suzaku permaneció estático. No solo Lelouch le había arrebatado la estrella de su vida, también había arruinado «su amistad» con Kallen. Repentinamente, Suzaku sintió el espacio tan estrecho que se le dificultaba respirar.
Faltan 69 horas para el juicio
Kallen retornó a la firma donde ya el resto del personal. Todos se habían instalado en la sala de reuniones, pues era la habitación más espaciosa y la más apropiada para discutir los casos con todos los miembros del bufete. Kallen escribió un resumen del caso en un pizarrón acrílico que encontró apartado en la misma sala y se instaló a su lado durante toda la sesión informativa. Se pusieron al día con todo lo que ellos habían investigado hasta la fecha. Kallen había asignado a Rolo la tarea de buscar casos similares tanto a nivel nacional como internacional. El secretario logró encontrar unos cuantos y brevemente los comentaron. Kallen les mencionó que la fiscalía adelantó la fecha del juicio que en un principio había sido programado para dentro de un mes. Ahora se celebraría en tres días. Lelouch lo había intuido. En vista de que era inocente era obvio que querían juzgarlo con las evidencias que tenían que eran bastantes. Dar más tiempo permitiría a la policía y la fiscalía realizar una investigación más honda. Justa. En oposición a los intereses de su hermano. De todos modos, el presidente de Britannia Corps tenía una carta más por jugar. Para asegurarse de obtener el veredicto de culpabilidad, había movido sus influencias para poner a un juez que cumpliera sus órdenes…
—Quien va a presidir el juicio de Lelouch es el juez Calares —anunció Kallen, mordiéndose el pulgar. Al leer las expresiones vacías de los presentes, añadió—: es el juez al que golpeé y por quien me revocaron la licencia.
—¿Qué? ¡Él no puede hacer eso! ¡Ustedes se llevan fatal! —se quejó Tamaki vigorosamente. Ante el silencio de Kallen, vaciló—. ¿O sí puede?
—Me temo que sí. El presidente Schneizel es muy listo —admitió a regañadientes—. Solicité un juicio con jurado como contramedida. Es mucho más influenciable emocionalmente. Pero no será suficiente. Necesito que lo investiguen. Estoy segura de que tiene cosas qué esconder. Si rastrean algo sospechoso, particípenmelo —exhortó. Tamaki y sus apandillados asintieron con la cabeza. Kallen les devolvió el ademán—. Bien, ¿qué hay de los otros testigos?
—Sí, sobre eso, ese día estuvieron trabajando seis empleados: Michele Manfredi, el cocinero; Raymond du Saint-Gilles, el mayordomo; Dorothea Ern, ayudante de cocina; Yuki Nogami, una sirvienta; Nonette Enegram, otra empleada y Vincent Kimmel, otro más. Casi todos han estado sirviéndole a los Britannia por largo tiempo. Salvo Yuki, a ella la contrataron algunos meses antes y del tal Vicent no hay registros. Curiosamente, fue el único que no testificó —reportó Urabe—. La policía lo está buscando. ¡Ah! ¡Y algo más! Nadie de la familia estaba en casa. Charles estaba en un mitin y sus otros hijos, en la empresa.
—Vale. También búsquenlo. Es posible que sea el verdadero asesino. Si una lección hemos aprendido de esto es que no podemos confiar en la policía —la pelirroja se revolvió su cabello salvaje y suspiró. Les explicó—: es peligroso señalar a otros sin evidencia sólida ya que si la fiscalía presenta una buena coartada nos habremos metido en aprietos; pero despertar la duda razonable es la solución que nos queda. Solo así el jurado considerará que Lelouch es tal vez inocente.
Dado el enorme número de evidencias en su contra, parecía que su único rayo de esperanza era encontrar al responsable y obligarlo a confesar el crimen. Kallen no estaba tan preocupada por ese detalle como por la búsqueda. Quizás en el pasado sí. No luego de haber aprehendido los métodos de Lelouch. Kallen creía que su cabeza iba a explotar. Imaginó que era, en parte, por la dificultad, en parte, por la magnitud. Jamás había tomado un caso que estuviera en la mirada de todos. Y, por alguna razón, se sentía con el deber de ganar. A lo mejor porque sería el primer caso que iba a manejar con su licencia recuperada y quería probarse a sí misma. O tal vez porque conocía a su cliente. Tan solo estaba segura de que se odiaría si fallaba. Justo entonces, oyeron la puerta abrirse. Kallen le lanzó una mirada interrogante a Urabe.
—¿Por qué me ves a mí? Sugiyama era el que tenía que cerrar el bufete.
—¿Qué? ¡No es cierto!
Les cortó la nota a Urabe y Sugiyama la voz femenina que sonaba lejana y que provenía de seguro de la sala de estar. Kallen salió a su encuentro. Los Caballeros Negros la imitaron. Kallen divisó a una mujer menuda. Su cabello negro azabache contrastaba notablemente con su piel lechosa. Era Kaguya.
—¡Señorita Sumeragi! ¡Qué sorpresa! —exclamó Kallen.
—¡Hola! —saludó, sonriente—. ¿Interrumpo algo? —inquirió, evaluando su entorno.
—Está bien. Habíamos concluido —dijo Kallen—. Estábamos por irnos.
—¿Escucharon eso, muchachos? Ya no nos quieren —bromeó Urabe—. Será mejor que nos larguemos. Con su permiso, señoritas. Que tengan buena noche.
Se despidió haciéndoles una corta y respetuosa reverencia y se fue. Los otros apandillados lo imitaron. Eventualmente, las dejaron solas. La pelirroja decidió preparar café. Hablar durante horas había secado su garganta. En un día cualquiera, hubiera tomado agua, sino fuera porque le urgía algo vigorizante y a razón de que iba quedarse hasta tarde trabajando nada mejor que un vaso con cafeína. Se mudaron a su oficina donde estarían más cómodas. Kaguya le agradeció.
—No hay de qué. ¡Uhm! —rodeó con sus manos su taza y fingió distraerse observando como la espuma del café se diluía—. Me enteré de lo que ocurrió con el Sr. Kirihara. Lo siento.
—Gracias.
—¿El funeral se hará en Japón?
—Sí —confirmó—. Aunque mi abuelo vino a Pendragón en busca de mejores oportunidades, en su corazón siempre se consideró japonés.
—Lo entiendo —susurró, ensimismada. Su padre era de Pendragón y su madre era inmigrante japonesa; eran dos historias, dos identidades y ella escogió una—. Más de lo que te imaginas. Presumo que pronto viajarás allá.
—No realmente. Me surgió un imprevisto con mi pasaporte y no podré asistir el velorio. Por suerte, sí llegaré a tiempo para la cremación. Aun si no estoy presente en toda la ceremonia, sí quisiera despedirme. Me conformo con eso —explicó Kaguya. Le dio un sorbo a su café—. Estos días no han sido los mejores, ¿cierto? Vi en las noticias que al abogado Lamperouge lo arrestaron y que el fiscal Kururugi será el fiscal del caso. Debes sentir mucha presión.
En su fuero interior, Kallen se preguntó si su cansancio se reflejaba físicamente para que ella dedujera eso o Kaguya era simplemente intuitiva. Con todo, quería reconocerlo. Pensaba que si no se desahogaba echaría humo de las orejas.
—Es verdad. No te mentiré. Procuro no darle demasiadas vueltas para no sofocarme. Lelouch está el doble de peor, en comparación conmigo, y necesita que esté centrada —Kallen acercó a sus labios la taza. Cuando estaba a punto de pegarlos, cambió de opinión y le contó—. Pedí un juicio con jurado. Siendo un joven sin antecedentes penales, espero que sean benevolentes con él. Es lo que le convendría. La mitad de la ciudad lo odia.
—No acrecientes el sufrimiento de él en detrimento del tuyo, querida —reprobó, afectuosa—. A mi parecer, los dos están igual de mal, a su forma cada uno. Y sí, estoy al tanto —enfatizó. Kaguya titubeó antes de beber otro trago. Resolvió con mirarla directo a los ojos—. Soy parte del jurado.
Kallen alzó los ojos desmesuradamente abiertos hacia el hermoso rostro de su interlocutora.
—¿Y viniste acá para decirme eso?
—No. Vine para confortarte. En el juzgado voy a actuar imparcial, como lo exige la situación; así que ahora es el momento de ser solidaria. Después de todo, tu novio fue el abogado de mi abuelo y armó una defensa brillante. Si estuviera vivo, querría expresarles palabras de aliento.
La mente de Kallen entró en cortocircuito. «¿Acaso dijo novio? ¿Es por eso que cree que lo estoy pasando tan mal como él?». Ni bien alcanzó a oír nada de lo que Kaguya dijo luego ya que estaba sufriendo un ataque de tos. Se golpeó el pecho con el puño.
—¡¿Mi qué?! No, Lelouch y yo no somos novios. Él es el abogado jefe del bufete para el que trabajo —balbuceó, poniéndose colorada.
—¿Ah, sí? —inquirió, parpadeando con inocencia—. Me sugirieron esa impresión. Estaban juntos cuando los conocí y no pude evitar percibir una alta tensión sexual entre ustedes. Diría que se estaban muriendo por comerse el uno al otro —sonrió con picardía.
—¡Te lo estás inventando! Te aseguro que no hay nada —aclaró a la defensiva e ingirió un trago de su café aparentando normalidad.
—Vale, vale, querida. Me ha quedado claro y te concederé la razón: no necesariamente tienen que ser novios para sentir atracción —se corrigió cogiendo la taza por el asa. No había llegado a beberla cuando soltó como si se le hubiera ocurrido de sopetón—: y el abogado Lampeouge es inteligente, carismático, alto y guapo. Lo estuve observando detalladamente en el juicio a él y al fiscal, quien, por cierto, también es apuesto y tiene un buen culo. Su porte caballeroso lo hace encantador, empero el abogado Lamperouge es mi tipo de hombre, ¿sabes? No puedes culparme por suponerlo —alegó, guiñándole un ojo.
—No lo hago. Los dos están bien. Tienen lo suyo —reconoció Kallen sintiendo que las orejas estaban ardiendo tanto como sus mejillas. Un efecto que no era provocado por el café. En su interior, se estaba preguntando en qué punto exacto habían pasado de hablar de la muerte del Sr. Kirihara y el juicio de Lelouch a comentar acerca del culo de Suzaku y «su noviazgo»—. ¡Pero los romances de oficina no me interesan!
—Está bien. Discúlpame. No era mi intención incomodarte. He vivido con tanta tensión que necesitaba un alivio —dilucidó con una sonrisa—. Somos mujeres, ¿no? Podemos divagar desenfadadamente estos temas.
—Sí, así es. No te preocupes. No me incomodaste.
Era una mentira piadosa. No quería seguir estirando más el hilo ni pelearse con Kaguya. Era consciente de sus buenas intenciones. De manera que zanjaron el tema y siguieron charlando animadamente de otros temas insustanciales y, al terminar el café no se despidieron, sino que optó por irse con ella. Si Kaguya endulzó una semana amarga, era la compañera perfecta para un largo camino a casa.
Faltan 68 horas para el juicio
Suzaku estaba en el suelo de su apartamento sentado con la cabeza inclinada, con un brazo colgándole y el otro envolviendo sus rodillas, que apretaba más y más contra su pecho cada cierto periodo, como encogiéndose —le transmitía una sensación de seguridad particular. Sus dedos se encerraban en torno al cuello de una botella. Fue un regalo del fiscal Guildford por su cumpleaños. La mayoría de las botellas que tenía guardadas lo eran. Él no era un bebedor habitual. Bebía rara vez. Y siempre en situaciones sociales. Al enterarse que Euphemia había muerto, estaba tan ebrio de ira y dolor que necesitaba algo más fuerte que esos sentimientos. Descubrió con agrado que el alcohol los ponía a dormir y que, además, deshacía el nudo que tenía en su estómago. Vio que estaba acabándose la botella. Se consoló al recordar que había más y aun si desconocía qué tipo de alcohol era no le importó. Conque fuera licor le bastaba.
—Ni los criminales ni la corrupción fue lo que derrotó al Caballero Blanco de Pendragón, fue el amor por una mujer. ¡Eres patético queriendo dar lástima! No invertí mis años en ti para que te estés destruyendo así.
Qué gracioso. Le pareció oír una voz conocida, lo cual era imposible. No sabía que el alcohol podía provocar alucinaciones. Quizá porque nunca estuvo borracho.
Aquel interrogatorio había excedido sus fuerzas. Por más que Suzaku procuró mantener sus emociones a raya, perdió los estribos. Tuvo que adivinar que Lelouch estaría un paso delante. Iracundo, ingirió un trago con determinación feroz. Sintió que su rabia cedía y su cuerpo se relajaba. Toc, toc. El joven fiscal exhaló por la boca y apoyó la cabeza contra la pared. Eso era lo que necesitaba. Tranquilidad. Bebió otro un poco. Toc, toc. Escuchó otro taladro en su cabeza. Toc, toc. O posiblemente no era una alucinación. Suzaku entrevió de reojo la puerta. Toc, toc. Sí, estaban tocando. Se paró torpe. Dudó si esconder las botellas o no. Negó con la cabeza. Era su casa. Tenía el derecho de hacer lo que le placiera. Abrió la puerta. Se asombró de ver quien lo visitaba. Era la directora Cornelia li Britannia. En sus brazos rígidos llevaba a Arthur. No le gustó como la cargaba. Estaba claro que detestaba agarrarla. La mujer penetró en el apartamento sin esperar ninguna invitación.
—¿Señorita li Britannia?
Cornelia colocó en el suelo a Arthur y se sacudió su pelo de los brazos y la ropa, lo cual fue innecesario: había marcado una enorme distancia entre la gata y su cuerpo.
—Ten. Este animal es tuyo a partir de ahora. ¡No la quiero ver en mi casa! No la soporto. Su presencia… —Cornelia fracasó al completar la frase. Frunció el entrecejo en señal de tristeza. Sacudió la cabeza y fijó una mirada severa en él—. No olvide, fiscal, que tiene que ganar ese maldito caso —masculló con labios trémulos—. No sé cómo lo hará y a usted mucho menos tiene que importarle. ¡Solo gane! ¡El alma de mi Euphemia no podrá descansar en paz hasta que ese asesino pague!
—Lo sé, señorita li Britannia —afirmó con firmeza—. Estoy trabajando arduamente para que así sea. Puede que no me crea, pero deseo tanto como usted justicia para Euphemia.
Si Cornelia no estuviera tan enajenada habría notado los ojos ribeteados y el hedor a alcohol en Suzaku. Asintió con brusquedad.
—Excelente. Hoy ha hecho una promesa conmigo. ¡Cúmplala!
Cornelia se volvió hacia la puerta. No era recomendable que los familiares de la víctima y el fiscal conversaran. Desde luego, eso no era impedimento para que Cornelia acudiera con su viejo amigo de la universidad y le pidiera asignar el caso de su hermana a Kururugi. El asunto se llevó a cabo con total discreción. Ni el fiscal Bismarck ni el propio fiscal Kururugi estaban al tanto y no tenían por qué estarlo. Hubiera suscitado un escándalo. Cornelia estaba por jalar la puerta cuando susurró con una pesadumbre desacostumbrada:
—El funeral de Euphie es mañana a las dos de la tarde. La sepultaremos en la bóveda de los Britannia. Creo que sabe dónde está. Sé que significaba mucho para ella. Por su compromiso con este caso, me doy cuenta de que es mutuo. Lo veré allí.
Y Cornelia se retiró azotando la puerta. Suzaku no se movió enseguida. Estaba sopesando las palabras de la directora general de Britannia Corps. Quizás despedirse de Euphie apaciguara el dolor. Abrumado por la atribulación, sintió como su organismo le suplicaba alcohol. Había bebido demasiado ya, mas no lo suficiente. Bebería un vaso más. «Sí, solo uno y listo». Tenía que aguantar por esa noche para ver a Euphemia por la mañana. Por última vez.
Faltan 67 horas para el juicio
Kallen estaba por fin en casa. Tiró las llaves de su moto en un tazón que estaba en una cómoda al lado de la entrada, se despojó de su chaqueta y la colgó en el perchero.
—¡Hola! ¿Ohgi? ¿Estás aquí? Vi que la pizzería estaba cerrada. Me preguntaba por qué.
No hubo réplicas. Se extrañó. Ohgi no era un tipo que andaba con misterios. Empero las luces estaban encendidas. Había alguien. Y esa persona debía ser Ohgi. ¿Acaso no la habría oído? La pelirroja se dirigió a la sala. Efectivamente, él estaba tendido en un sillón con los brazos cruzados sobre el pecho. Entonces, la había escuchado y no la recibió. ¿La estaba esperando? A Kallen le dio mala espina. Le hizo recordar cuando su madrastra la sorprendía en mitad de la noche cada vez que regresaba a casa a hurtadillas.
—¿Ohgi? ¿Estás sordo? ¿Te pasa algo?
—Kallen, tenemos que hablar.
Kallen arqueó una ceja. No le gustó como habían empezado. Se llevó las manos a la cintura.
—¿No es lo que estamos haciendo? A ver, Ohgi, sabes que no me gustan los rodeos. Suéltalo.
—Creo que no deberías defender al abogado Lamperouge —expresó, incorporándose—. No, lo dije mal —rectificó juntando las manos—. Quiero que te distancias definitivamente.
—¿Me pides que renuncie al único bufete que me ha abierto sus puertas y que rompa relación con Lelouch? —remató Kallen, suspicaz y con cierta ironía—. ¿Por qué?
—No confío en él —contestó. Al ver la expresión expectante de la pelirroja, exigiéndole una explicación más extensa, Ohgi se aclaró la garganta y dijo—: estuve haciendo revisión de los recientes meses y me he percatado de que has corrido peligro …
—¿Hablas en serio? Conoces mi relación con el peligro. ¿Recuerdas las peleas de robot y las carreras ilegales en cuatriciclo en las que me he involucrado? Es mi pasatiempo más nocivo.
—Pero antes no habías sido empujada por una persona. Casi mueres por una apuñalada y te emborrachaste luego de que regresaste a los juzgados.
—¿Y? No ha sido la primera vez que me he emborrachado. Eso fue enteramente mi culpa —manifestó, malhumorada—. Lelouch no me apuñaló ni es mi niñero. Él hizo lo que debía: me llevó al hospital cuando me atacaron y me trajo a casa para que no cometiera ninguna tontería.
—Es cierto. Por eso lo había ignorado hasta ahora. Lo que descubrí, y estaba por decir si me hubieras dejado terminar, es que esos casos están conectados con Britannia Corps.
—¿Y qué? ¡Esa puta empresa está por todas partes! —ladró Kallen—. ¡¿Y qué tiene que ver eso con Lelouch y su caso?!
—¡¿«Y qué»?! ¡Kallen, ese tipo vino hasta ti con segundas intenciones! Nada de lo que te ha sucedido fue producto del azar. Ese tipo algo trama contra Britannia Corps y no pondría mis manos en el fuego que es bueno. Ni siquiera estoy seguro de que es inocente.
—¡Lo es! Debería saberlo: ¡soy su abogada! Estás especulando. Aquí la única verdad es que Lelouch es una víctima de Britannia Corps y quiere poner en evidencia todos sus crímenes y yo también.
—¡¿Qué?! ¡En absoluto! ¡Maldita sea, Kallen! ¡¿Estás ciega?! ¡¿No ves que te está usando?!
—¡Lelouch no está usándome! Hago esto por mi… —se calló. Hizo memoria en ese mismo instante. Esas palabras tenían un terrible aire familiar—. ¡Aguarda! ¡¿Hablaste con Suzaku?!
—Sí, hablamos. Levantó acusaciones muy duras contra ti. Te defendí. Me rehusaba a creerle, y me impresiona y me duele haberme equivocado.
—¡Perfecto! No necesito oír más —espetó, fuera de sí—. ¡Suzaku te ha lavado el cerebro!
Kallen se dirigió a su cuarto. Habría ahorcado a Ohgi. Ganas le sobraban. Se abstuvo por el cariño que aún le profesaba. Era muy influenciable. Él la persiguió en otro intento de hacerla entrar en razón.
—¡Por favor, Kallen, usa la cabeza! ¡Para eso la tienes! ¡¿Quieres terminar como Naoto?! —vociferó Ohgi, desesperado. Kallen sintió como la habitación se estremeció al pronunciar ese nombre o a lo mejor fueron sus piernas las que bambolearon—. Naoto, al igual que tú ahora, se puso a investigar al presidente Charles y desapareció. No quiero ese destino para ti. Yo le prometí cuidarte. Eres como mi hermana, ¿sabes?
—Ohgi, mírame. ¡No soy una adolescente! No tienes autoridad sobre mí —recalcó acogiendo con frialdad su tierna confesión—. Lo siento. No voy a abandonar a Lelouch.
Al cierre de su declaración, Kallen le estampó la puerta en la cara. Sacó dos maletas, las tiró sobre la cama y se puso a empacar veloz y desordenadamente. Casi no se fijó en lo que metía. Sus nervios hacían temblar sus manos y su corazón latía desbocado. Kallen sabía que esta no era de sus decisiones más inteligentes; mas temía arrepentirse luego. Aun cuando nadie podía sustituir a Naoto, Kallen amaba a Ohgi tanto como a un hermano. Tenía un lugar especial en su corazón. Y ahora, debido a Suzaku, la convivencia sería incómoda. Kallen lo maldijo, para sus adentros. Momentos más tarde, salió arrastrando las maletas. Ohgi había vuelto a la sala. Kallen creyó que iba a detenerla cuando se puso en movimiento, pero solo se fue a la cocina. Kallen resopló, atravesó el umbral y se adentró hacia la solitaria y oscura calle.
Faltan 65 horas para el juicio
El presidente Charles se paseaba libremente con las manos agarradas detrás de la espalda por las instalaciones subterráneas del Proyecto Geass. Junto a él, caminaba C.C. Cada tanto ella le daba un informe de los últimos movimientos de Lelouch. Su misión principal era vigilarlo con el propósito de detectar cualquier indicio de actividad del Geass en Lelouch. En tal caso, debía comunicarlo. Lo que no había llegado a suceder. El presidente Charles se refería a ella como su bitácora personal por eso mismo. Los actuales acontecimientos exigieron un cambio.
Por lo cual en vez de reportarse por un teléfono quemador o enviarle algún email como solía hacer, el patriarca Britannia le ordenó acudir en persona al Proyecto Geass, pues era el único recinto seguro donde podían estar a solas. C.C. no disfrutaba tanto como el presidente Charles pasear por aquellos pasillos laberínticos tapizados con plásticos y que se extendían más allá de ellos con un piso de linóleo. Le producía ansiedad. En circunstancias como esas se le antojaba encender un cigarrillo; pero no sería una idea del agrado del presidente Charles.
—…A estas alturas, buscar el veneno verdadero que el asesino usó no haría la diferencia, así que me centré en conseguir la copa —contaba C.C. con voz neutra— Tuve la corazonada de que la evidencia fue manipulada para hacer ver que fue un asesinato premeditado por Lelouch y presiento que él sospecha igual. De hecho, no estaría sorprendida si llegara pedirle a Kallen que enviara a la pandilla de Tamaki a buscarla.
—Has aprendido a pensar como Lelouch —observó el presidente Charles.
—Es mi trabajo. Al fin y al cabo, hemos sido compañeros por cinco años aproximadamente. He tenido tiempo para conocer a mi objetivo —repuso amagando una sonrisa aviesa—. Como sea, pude hallar el veneno y lo reubiqué en una zona localizable.
—¿Qué puedes decir de la abogada Stadtfeld? —preguntó, atusándose la barba.
—Es una abogada con potencial y mucha voluntad. Su audacia y lealtad me hacen admirarla. Ningún otro abogado aceptaría defender a Lelouch. No por nada la eligió como su reina.
—Naturalmente. ¿Qué es un rey sin una reina? —sonrió, divertido.
—Siempre hay una reina caminando detrás de un rey —añadió en común acuerdo—. Si bien, Lelouch y yo la hemos estado asesorando y ella ha desempeñado un trabajo estupendo, hay un inconveniente: sus escrúpulos. Lo que es fatal en un caso en que todas las probabilidades juegan en su contra. Quizá —empezó cambiando ligeramente el tono como si hubiera pasado a monologar— si alguien le hiciera entender la importancia de ganar el caso la abogada no tema en tomar la oportunidad frente a ella. Y creo que esa persona podría ser usted.
El presidente Charles interrumpió su marcha. C.C. lo imitó. Un cómplice no da un paso hasta que el otro lo haga. La bruja lo evaluó por el rabillo del ojo. El presidente parecía intrigado.
—¿Por qué lo crees? —interpeló, volviéndose a ella.
—Porque creo que el Geass en Lelouch despertó. Estoy ochenta y cinco por ciento segura —contestó. Había cierto entusiasmo en su afirmación—. Cuando fui a rescatarlo en ese almacén en que Luciano lo tenía secuestrado, estaba libre. No me especificó los detalles, pero me dijo que fue él quien lo había ordenado. Ambos sabemos que una vez que Luciano decide matar a su presa no la deja escapar y que Lelouch no es un héroe de acción. Por lo tanto, solo puede haber una explicación. Estoy segura de que la abogada le comentará a Lelouch que usted fue a visitarla. Este podría ser el momento que ha estado esperando para atraer a Lelouch.
Estaba arriesgándose aconsejándole eso sin haberse cerciorado, sin embargo, había aprendido del mismísimo Lelouch que para obtener algo había que apostarlo todo y C.C. quería mucho. El presidente deliberó y, tras prologar la incertidumbre por unos instantes, sonrió misterioso.
—Tienes un punto. Puede que lo haga.
Y el viejo león reanudó su curso. C.C. se dio el gusto de sonreír fugazmente. Complacida por su pequeña victoria. Alguna vez Lelouch le había dicho que existían dos formas de controlar a las personas: el miedo y el carisma. Ambos están unidos a algo en particular. El miedo está ligado a la fuerza. Aunque era carismático, el presidente apelaba con frecuencia a ese método. C.C. sospechaba que se debía porque él era consciente de su posición. El poder otorga miedo (y el miedo otorga poder, indudablemente). No tenía que recurrir a las palabras para indicarles a los otros de qué cuidarse. Una mirada ya era una advertencia. El carisma, en cambio, está ligado a la buena apariencia. Para ello, era necesario servirse de una buena dosis de astucia. El presidente Schneizel sabía perfectamente eso.
Lo ideal era contar con ambas; empero, el mundo no es perfecto y había que elegir una. ¿Y cuál era la mejor? Afortunadamente, Lelouch había resuelto esa duda por ella. «La frontera entre el miedo y el odio no está bien definida y es peligroso cuando la gente te odia: dejan de tenerte miedo y pasan a la acción», le había explicado Lelouch. «El carisma te permite acercarte a los otros y cuando creas esa conexión, puedes influenciarlos y llenarles de ideas la cabeza. A la gente le gusta sentir que son dueñas de sus vidas y de sus decisiones. No necesariamente tener el control. Sentirlo. Es una sensación poderosa. Es un truco mental. Si las personas no sienten que las ideas vienen de ellas, no lo harán o lo harán de mala gana o lo dejarán de hacer eventualmente». Lelouch estaba en lo cierto y C.C. había visto la semilla plantarse en la cabeza del presidente a través de sus ojos.
Era cuestión de que germinara.
Faltan 64 horas para el juicio
Kallen decidió pasar la noche en el hospital en que su madre estaba recluida y no en un hotel. Su orgullo jamás le consentiría reconocer cuán dolida estaba ante la traición de Suzaku. Era más de lo que hubiera imaginado. Su altercado con Ohgi tampoco la había dejado indiferente. Abatida, desorientada, hecha polvo, desvalida, Kallen se derrumbó en el asiento al lado de la cama de su madre y le asaltó la impresión de que se hundía en lo profundo de un lago. Deseó locamente algo cálido. En su mente apareció el rostro sonriente de su madre. Siempre se le formaban arrugas en torno a los ojos al sonreír. Cuando Kallen no había comenzado a mudar los dientes de leche y varios raspones decoraban sus rodillas, los brazos de su madre eran su refugio, no, su lugar favorito en todo el mundo. Kallen se había topado en el pasillo con una de las enfermeras que la cuidaban y le avisó que su madre no había despertado, creyendo con buena fe que se trataba de una visita rutinaria. Levemente decepcionada, Kallen le agradeció por actualizarla. Lo suponía, aunque una pequeñísima parte de ella anhelaba que la respuesta fuera afirmativa.
En los once años que llevaba internada solo una vez abrió los ojos por una ráfaga. Fue por tal motivo que llamaron a casa y una Kallen de diecisiete años atendió. No por equivocación ni por casualidad. Esas razones no comulgaban con el destino. Fue de este modo que se enteró de la frágil situación de su madre. Kallen encaró a su padre. Necesitaba oír por qué la habían hospitalizado y por qué no había sido notificada.
—Fue una decisión personal —había respondido suavemente—. Hace veinticinco años, le di mi corazón a Saeko y ella me obsequió las dos mejores cosas de mi vida: tú y Naoto. No iba a estar en paz conmigo mismo si la ignoraba. Ya que no pude hacer nada por ella en su vida; por lo menos, quería protegerla hasta su último aliento.
—¡¿Por qué me lo ocultaste?!
La voz del Sr. Stadtfeld era ahogada como si le hicieran falta fuerzas; en contraste con la voz de Kallen, cuyo tono aumentaba con creces por la rabia.
—Porque ya habías roto vínculos con ella y no quería mortificarte. Perdóname, cielo.
Kallen podía percatarse de la ola de emociones recorrer la cara del Sr. Stadtfeld. Su dolor era genuino. Decía la verdad. Pero la muchacha no iba a retractarse. Para castigarse a sí misma, tenía que continuar siendo dura y su padre era el chivo expiatorio perfecto. La noche que su madre la dejó con su padre, le había ordenado que prácticamente la borrara de sus memorias. Kallen no hizo caso. Desde temprana edad, mostró un desdén por las reglas. De vez en cuando iba a verla en su casa o su trabajo con un pretexto nuevo. Una ocasión obtuvo un sobresaliente y pensó en enseñárselo. Ella solía acariciarle la cabeza cada vez que tenía una buena nota en la escuela. Un gesto que Kallen adoraba. Y, la Sra. Kozuki, al igual que otras veces, pretendió que no estaba ahí. Adolorida, la niña le confesó cuán difícil le era adaptarse en la casa de su padre, en gran medida su malestar era atribuida a su madrastra, y todo lo que ella le dijo fue:
—Supéralo.
Y su madre siguió adelante. No podría decir exactamente cuántas horas lloró. Recordaba que estuvo esperando arrodillada que su madre regresara, conmovida por sus lágrimas. Ya era de noche cuando asimiló que su madre no iba a volver. Que no la amaba. Cegada por su orgullo, Kallen decidió que su madre no la despreciaría más que ella misma. Durante su adolescencia, alimentó su resentimiento obligándose a acordarse de aquel día. Era su mantra. Se repetía en su fuero interno cada día: «Kallen Kozuki no tiene mamá». Mas la vida daba muchas vueltas y, en una de ellas, en su cumpleaños dieciséis, sus caminos se cruzaron otra vez. La pelirroja pilló a su madre merodeando su fiesta. Eso la enfureció.
—¡¿Qué haces tú aquí?!
—Kallen, yo…
—¡No, olvídalo! No me interesa y sería mejor que no dijeras que te arrepentiste de haberme abandonado y quieres mi perdón. Es imposible regresar el tiempo. Tú lo dijiste, ¡¿no?! Hace seis años. No eres mi mamá. Bien, no seas patética y supéralo. ¡Vete por donde viniste! Y no se te ocurra regresar a mi casa ni acercarte a mí o te echaré a los perros. ¡Vete a la mierda!
Kallen le azotó atronadoramente la puerta en las narices.
No quería ser cruel. Su intención inicial era correrla; no obstante, a medida que hablaba sentía como el fuego en su sangre hervía. La voz no le obedecía. No iba a parar hasta desquitarse. Hasta que su rencor la quemara viva. Y, desde luego, eso aconteció. Pues al volver al interior de su casa la sintió más helada que un témpano. A posteriori de aquella confrontación con su padre, picada por la curiosidad, Kallen investigó. No tenía idea de qué iba a hallar ni por qué estaba molestándose tanto por una mujer que la había botado igual que unos zapatos gastados. Al final, lo que averiguó la consternó. La muerte de su primogénito devastó a la Sra. Kozuki, quien había tenido algunos problemas de depresión en el pasado, lo que la empujó al consumo de refrain. Incapaz de criar a su hija, le rogó a su padre hacerse cargo. Siendo el rector de una universidad prestigiosa, a Kallen no le faltaría nada. Consecutivamente, le tocó llevar a cabo la empresa más dura para una madre: separarse de su hija. No quería que sufriera debido a la distancia ni supiera su adicción al refrain, de lo que se avergonzaba; así que fingió despreciar a su pequeña hija para apartarla de sí. Su estrategia resultó exitosa. Lástima que se le volvería en contra porque, en sus ratos sanos, la Sra. Kozuki la extrañaba. Impulsada por el más puro e inocente deseo, iba a verla a escondidas. ¿Cómo pensó que podría perderse su crecimiento? Ya luego no le sería difícil resistir la tentación…
Habiendo descubierto el calvario que soportó su madre, no se perdonó nunca haberle gritado. Los sacrificios de su madre la habían hecho tragarse cada una de sus palabras y la volvieron consciente de que se había portado como una idiota. No, peor. Que había sido una mala hija. Una Kallen adulta con los ojos llenos de lágrimas abrazó a su madre. Constató que su pecho se conservaba cálido. Podrían pasar seis, once, diecisiete, treinta, miles de años y los brazos de su madre seguirían siendo su guarida. El Sr. Stadtfeld había autorizado a desconectar el soporte vital al que estaba unido su amante. Según él, para no prolongar más su sufrimiento. Asumiendo que no iba a despertar. A la pelirroja no le importó sus razones y se disgustó con él. Aquello constituía una grave ofensa. ¡¿Cómo podría matar a su madre cuando tenía tanto que preguntarle, cuando aún la necesitaba?! Cuando tenía que disculparse con ella.
Aquella vez, cuando niña, se había rendido.
Y se juró que no lo haría de nuevo ni con su madre ni con nadie.
Faltan 50 horas para el juicio
En la mañana del día siguiente, C.C. fue al centro penitenciario. Tenía una cita que no podía aplazar más. No con Lelouch. Con Mao. No le agradaba pasar los próximos diez minutos con su acosador. No era un secreto de estado que la aterraba. Era un tétrico y peligroso sociópata obsesionado con ella. Inclusive sin sostener una motosierra, su expresión demente conseguía erizarle los vellos de los brazos. C.C. intentó disimular sonriendo. Había leído en algún lado que sonreír disminuía el reflejo del vómito. Mao, por su parte, estaba loco de éxtasis al recibir una visita de su diosa; no obstante, no se dejaba engañar. C.C. había venido porque necesitaba algo de él. Nada más se acordaba de él cuando quería pedirle algo. Que fuera loco no lo hacía tonto. A él no le incordiaba. Amaba ayudarla, dentro de sus limitaciones. A final de cuentas, ¿qué enamorado no haría lo que fuera por su amor? Con eso en mente, Mao procuraba ver el lado positivo a la reunión. Platicaban estos dos:
—Estaba seguro de que tu visita en agosto no iba a ser la última —la saludó aplaudiendo con efusividad—. ¿Cómo has estado, mi adorada?
—Gracias por preocuparte por mí —le sonrió—. Estoy bien, y pronto estaré mejor.
Los labios que esbozaban una sonrisa de enfermo de amor de Mao se tensaron en una delgada línea recta.
—¿Y qué te trae por estos lares? ¿En qué puedo servirte?
—¿Cómo sabes que quiero algo? ¿No pude venir porque quería verte? ¿O me leíste la mente?
—No necesito leerte la mente para ver a través de ti —dijo sonriendo con aires de suficiencia.
—Es cierto —admitió. Ya que no había funcionado mentirle y probablemente se enojaría si lo intentaba otra vez, se decantó por darle crédito. Eso le encantaba—. Quiero que interceptes a Lelouch y le hables el Proyecto Geass. No le digas todo. Él es inteligente y podría sospechar que alguien te envió. Tírale algunas pistas que susciten el interés en él.
—Okey —asintió, distraído; a la par que se mordía las uñas—. No puedo hacerlo. Lo siento.
—¿Por qué no? Eres mi enamorado. Dijiste que harías lo que fuera por mí —señaló con voz calmosa a fin de que no pareciera un reproche, sino un recordatorio dulce.
—Porque me usas a tu conveniencia, ¡y esa es precisamente la fuente del problema! Soy yo el que lo hace todo. En una relación los dos tienen que aportar —alegó, quejoso, martillando frenéticamente el vidrio con su dedo índice. Se volvió a meter la mano en la boca.
—¿Qué es lo que quieres, Mao? —inquirió, conduciendo su mano hacia arriba como si fuera a masajearse la barbilla cuando hicieron una parada en las solapas de su camisa, en el primer botón. Se lo desabrochó. Las negras pupilas de Mao que siguieron la grácil trayectoria de su mano se dilataron—. ¿Salir de aquí? En una semana te liberarán o eso escuché por ahí —dijo y se desabotonó el segundo dejando entrever los contornos de sus níveos pechos resguardados por un brassier blanco—. ¿O a mí?
—Sí…
El alienado empañó el vidrio con su aliento. Tenía la cabeza pegada contra la ventanilla. La obscenidad de la escena la incomodaba. Inesperadamente, golpeó el vidrio con la frente. C.C. dio un respingo. Sabiendo que no se conformaría con hacerlo una vez y que el maldito vidrio se rompería antes que su cabeza, C.C. puso fin al morboso espectáculo.
—Bien. Habrá una recompensa especial si haces esto por mí —indicó, abotonándose la blusa.
—¿Entonces tengo que hablar con mi rival sobre el Proyecto Geass?
—Sí y otra cosa más. Escúchame atentamente…
Faltan 48 horas para el juicio
El funeral de la bella Euphemia tuvo lugar en la tarde. El presidente Schneizel se ocupó de todos los trámites; pues la directora Cornelia no podía encargarse y el presidente Charles se había desentendido de todo. Ni siquiera hizo una aparición. No dio a conocer los motivos de su ausencia. El presidente de Britannia Corps ofreció disculpas en su nombre asumiendo que su padre quería vivir su duelo en soledad. No era un hombre que expresaba sus sentimientos. Los Britannia decidieron celebrar un funeral privado. Los ciudadanos tuvieron que conseguir otras formas para despedirse de Euphie. A lo largo y ancho del territorio nacional, edificaron grandes altares en su honor en donde depositaron fotos, ofrecieron flores y colocaron carteles. El empresario de pompas fúnebres había hecho un espléndido trabajo. Transformó la bóveda de los Britannia en una capilla ardiente. Había una multitud de velas que mantenían alejadas las tinieblas del lugar. El féretro estaba en el centro y en torno a él habían colocado hermosas flores rosadas que desprendían un dulce perfume. Los altos cirios de cera derramaban su luz sobre el rostro de Euphemia. Las largas horas invertidas en su preparación no fueron en vano. El maquillaje había restaurado su belleza. Las cejas y mejillas recobraron algo de sus suaves líneas y los labios habían perdido su mortal palidez tornándose de rojo, como si la poca sangre que había en Euphemia quiso mitigar la rigidez y la desolación de la muerte. Sino fuera por el lugar, sino fuera porque el forense lo confirmó, sino fuera porque estaba trabajando en su caso, Suzaku habría jurado por lo más sagrado que ella solo dormía al igual que las princesas de cuentos de hadas que esperaban a sus caballeros con las manos entrelazadas sobre el pecho en medio del bosque. Suzaku dejó encima de sus manos un lirio blanco y se marchó sigiloso.
Fue una tragicómica casualidad que el cielo también estuviera triste. Las espesas nubes grises habían bloqueado los rayos del sol. Llovía a cántaros y el viento soplaba con violencia. Pese a todo, llevaron a cabo la sepultura. Cornelia era quien más cerca se hallaba del ataúd. Lloraba desolada. Aún no asimilaba que su hermana había partido del mundo antes que ella. Schneizel la abrazaba, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. El entierro vaciló ante los ojos apagados de Suzaku. Estuvo aguantándose por días aguardando el funeral para desahogarse. ¡¿Y por qué no lloraba?! ¡¿Por qué no se jalaba del pelo?! No era porque las ganas se habían esfumado. Era porque no podía. Suzaku había cerrado su corazón en su cofre y tirado la llave y desconocía en donde había caído.
—No imaginaba verte aquí. Es una bonita sorpresa.
De un momento a otro, Suzaku dejó de sentir las gotas de agua cayendo sobre sus hombros. Miró hacia arriba. Había un paraguas cubriéndolo. Se volvió en dirección de la voz femenina.
—¡Nina! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine a despedirme de Euphemia como tú.
—Claro —balbuceó, lamentándose por formular una pregunta tan tonta—. ¿La conocías?
—Me hubiera encantado. La vi hace nada. No exageraban al decir que era muy bella. Parecía una diosa —apostilló Nina—. Siendo honesta, estoy aquí para darle el pésame al presidente Schneizel.
—¿El presidente Schneizel y tú son amigos?
—Lo somos. Él es el patrocinador del instituto de investigaciones universitario en que solía trabajar. Nos conocimos ahí y posteriormente continuamos frecuentándonos en las reuniones que el presidente Charles organizaba. Quizá algún día deberías ir. Va mucha gente interesante —lo animó. En su interior, Suzaku se preguntó cuál era su concepto de «interesante» y si ella iba concurriendo todavía a esas reuniones considerando que demandó al exvicepresidente de la compañía. Por desgracia, esas preguntas no lograron salir de su mente—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?
—Yo conocía personalmente a la señorita li Britannia —susurró Suzaku desviando la mirada.
No quería entrar en detalles. No se creía capaz de hablar de ella sin que su corazón sangrara.
—¿Ah, sí? —preguntó—. Creí que te habías presentado para mostrar tus respetos ya que eres el fiscal que tiene su caso. Mi sentido pésame, Suzaku.
—Gracias.
En silencio, los amigos contemplaron como bajaban el féretro y con sus palas los sepultureros echaban tierra sobre el hueco que habían cavado.
—Es por esto que me alejo de la humanidad y me amparo en la ciencia. Unirse a otro humano es fácil, pero es difícil dejarlo ir —sentenció la científica—. Deberías guarecerte de la lluvia, Suzaku. Hay pronóstico de que lloverá todo el día y yo ya me voy. Cuídate. Ojalá nos veamos en otro momento, en uno mejor.
Nina le sonrió a medias y se retiró. Casi se dio de bruces con el presidente Schneizel. Nina evitó a tiempo el encontronazo y en señal de cortesía se inclinó respetuosa y siguió adelante. Previamente, ella le había dado el pésame; lo que irritó al presidente, pues él la había ayudado indirectamente para que ingresara al Proyecto Geass y le proveyera información. Al parecer, su padre le había robado su lealtad. No iba a permitir que se repitiera con el fiscal. Se excusó con la directora Shamna y su hermano, que habían venido para presentar sus condolencias, y se acercó a Suzaku.
—Fiscal Kururugi, en nombre de mi pobre hermana, Cornelia, le agradezco que haya podido venir y acompañarnos en nuestro duelo. Si me concede su permiso, quisiera tomar prestado unos minutos de su tiempo —señaló el presidente, solemne—. Sé que le está terminantemente prohibido compartirme información del caso al ser familiar de la víctima, así que yo hablaré. En su investigación es probable que usted haya hecho cierto descubrimiento que es…
—¿Me está preguntando si sé que Euphemia y Lelouch son medio hermanos? —soltó Suzaku que no estaba de humor para rodeos.
—¿Lo sabía? ¿Euphie se lo dijo? Bueno, da igual. Intuirá, entonces, por donde iba mi asunto. Le suplicaría que no lo divulgara en el juicio. Más allá del escándalo que suscite la infidelidad de mi padre y mi familia se convierta en la comidilla de la ciudad, temo por Euphemia. Esto podría mancillar su reputación por siempre. Nomás obsérvelos —instó, haciendo alusión a la densa multitud que los rodeaba—. Fíjese en sus rostros y en sus ojos. Ellos sienten verdadera tristeza. La ciudad se ha unido para despedir a Euphie. Es algo que la política nunca logrará. Es la prueba de que el amor es una fuerza más poderosa. Euphie es más que la tercera hija de Charles zi Britannia. ¡Es la novia de Pendragón! Y, como su hermano, me gustaría que todos la recordaran así y la amaran. Euphemia es un ser de luz. Lo era —se corrigió con tristeza—. Si se revelara el parentesco entre ella y Lelouch, la gente no le importará si lo sabía o no. A sus ojos, será una incestuosa. Mi padre afirma que después de la muerte prevalece únicamente el apellido y la reputación y es ahora que entiendo por qué.
Suzaku revoloteó la mirada por los rostros desenfocados de la muchedumbre que sollozaba el nombre de Euphie. Sí, sabía cuál era el temor del presidente Schneizel porque también era suyo. Detestaba tener que confabularse con el presidente de Britannia Corps en una mentira. Menos si a quien tenía que mentir era a la gente por la cual luchaba día a día en los tribunales. Sin embargo, se le hacía insoportable que la imagen de Euphemia fuera objeto de improperios y vejaciones. Si Euphemia estuviera viva lo soportaría valerosamente. Diría que se lo merece. Suzaku, no. No era tan fuerte.
—No se preocupe. Por mí no se sabrá.
—Gracias…
—No lo hago por usted, lo hago por ella —aclaró—. Además, no necesito difundirlo. Lelouch asesinó a Euphemia li Britannia no porque era su hermana, sino porque era la hija de su padre. Fue una venganza —añadió, más para justificarse a sí mismo que en respuesta al presidente.
—Tristemente, sí, es digno de admiración lo que está haciendo, fiscal —expresó el presidente Schneizel, pasando a otro tema—. Es un héroe para el pueblo japonés. Sabiendo que apoyar a mi padre le acarrearía la desaprobación de la opinión pública lo hizo por el bien de su gente y antepuso la justicia a su amistad con el abogado Lamperouge. Tal vez sus compatriotas no perciben sus sacrificios; pero yo sí —declaró, mirándolo francamente con sus ojos astutos.
—Está equivocado. Yo no sacrifiqué mi amistad por la justicia; fue Lelouch quien la sacrificó por su venganza. Soy solo responsable de mis reflejos lentos —rumió Suzaku, seco.
—No sea duro consigo mismo. Su odio y rabia lo habían convertido en un monstruo antes de que usted pudiera hacer algo. Los monstruos en la vida real son más parecidos a nosotros y ellos aprovechan eso para camuflarse —indicó—. ¿Puedo ofrecerle algo de sabiduría?
—Sí —concedió Suzaku con un suspiro.
—Yo desfilé por el mismo camino de la ambición que usted está incursionando y le auguro que será atormentando por las dudas y las fluctuaciones. Es normal. En momentos como esos, si elige la ambición, elíjala honestamente: con crueldad. Y no se asuste. Hay que cruel, para ser ambicioso. Se lo aconsejo porque he notado que tenemos el mismo defecto.
—¿Y cuál es?
—Es demasiado bondadoso y compasivo —respondió, dibujándosele una sonrisa tan dulce, tan delicada, tan diabólica que repelió a Suzaku—. Este mundo no está hecho para nosotros. Debemos adaptarnos a él para llegar a la cúspide y moldearlo a nuestra semejanza.
El presidente Schneizel liberó un hondo suspiro. Suzaku solía coger con pinzas los discursos de su interlocutor. Le parecía falso. Sin embargo, creyó que su consejo partía de la buena fe. Quizás era tan solo un hombre que había cometido errores. Un pecador como cualquier otro. Como él. Al zorro lo encasillaban de astuto por todas las tretas que «urdía». Lo cierto era que cualquier animal apelaba a trucos con tal de sobrevivir al día a día. Comparando a Schneizel con Lelouch, el presidente no parecía tan malvado. Eso le recordaba algo que había leído de Joseph Brodsky. «La vida, en realidad, no es una batalla entre el bien y el mal, sino entre el mal y el peor». No pensó que podía tener razón.
—Gracias por la lección, presidente Schneizel. Le juro que…
—¡¿Cómo tiene el descaro esa mujer de venir aquí?! ¡Váyase! ¡No es bienvenida!
—Por favor, permita que me quede. Las dos podemos mutuamente consolarnos.
El presidente Schneizel y Suzaku ladearon la cabeza hacia dónde procedía aquella algarabía y acudieron prestos al lugar. ¿Qué era un funeral sin dramas familiares? Nunnally, la hermana de Lelouch, había venido para dar sus condolencias. A los presentes y, sobre todo, a Cornelia les había parecido una falta de respeto. Esta se había puesto en cuclillas. Lista para clavar sus zarpas en Nunnally, a quien fácilmente identificó en su silla de ruedas. Guiado por su instinto, Suzaku se interpuso entre ellas. Se había derramado suficiente sangre en aquella familia para que corriera más en un día tan triste como ese.
—¡Apártese, fiscal! Esto no le concierne.
—¡Por favor, no! ¡Directora Cornelia, se lo suplico! No haga nada de lo que se arrepienta en el funeral de Euphemia. Estaría devastada que no pusiera en práctica su lección más valiosa: la solución pacífica —Cornelia se despojó de su fachada hostil, afectada por las palabras del fiscal. Su hermoso rostro fue surcado por miles de arrugas que denotaban un agudo dolor—. Deje que yo me encargue.
Cornelia no se opuso, aunque tampoco se negó. Suzaku lo interpretó positivamente y le envió un ademán a la doncella que trajo a Nunnally. Salieron del cementerio.
—Lamento que hayas sido tratada así —se lamentó Suzaku, atribulado.
—Está bien. Cabía de esperarse. Yo me lo busqué. Sayoko me advirtió que esto sucedería y desobedecí. Simplemente, no podía permanecer en casa, indiferente, cuando yo sé lo que es lidiar con la pérdida de alguien que amabas con toda tu vida —suspiró Nunnally, asfixiando las palabras—. Dejando eso de lado, me da gusto volverte a escuchar, Suzaku.
—Igualmente —le sonrió Suzaku con cansancio—. Tenía ganas de volverte a ver. Una pena que no haya sido en los mejores momentos.
—Siempre es buen momento para saludar a un viejo amigo.
—Bueno, yo no sé si es…
—Ven.
Nunnally le abrió sus brazos. Suzaku se hincó en una rodilla. La joven recorrió con sus dedos finos las líneas de su rostro endurecidas por los años y el dolor. A Suzaku le dio la impresión de que estaba delante de una princesa. Ni la ceguera ni su discapacidad habían podido destruir su buen carácter ni su inteligencia. Ni tampoco habían podido borrar su deslumbrante sonrisa, la cual su hermano se esforzaba por proteger.
—Te has convertido en un hombre y en uno muy guapo —observó Nunnally.
—Y tú en una linda señorita —le devolvió el cumplido. Se puso de pie—. Gracias.
—Soy yo la que debería agradecerte. Sigues siendo el mismo niño gentil que conocí. No te imaginas cuán contenta estoy —comentó con sinceridad—. No sé cómo decirte esto. Tal vez no deba; pero quiero hacerlo —tartamudeó, retorciéndose las manos—. Gente allegada a mí, que quiero y respeto, me ha dicho que no confíe en ti. Que solo buscas perjudicar a Lelouch.
El joven fiscal sintió la sangre golpetear en sus sienes. Trató de serenarse antes de preguntar no sin cierta ansiedad destilando en su voz:
—¿Y tú les crees?
—¡Por supuesto que no! —exclamó, escandalizada—. Yo sé cómo eres. Tú has sido el mejor amigo que Lelouch ha podido tener. Prácticamente, tú eras como otro hermano para nosotros. Siempre lo has protegido y lo has apoyado. Y tú sabes cómo es él. Lelouch, en su vida, jamás sería capaz de matar a nadie. No, no. Diecisiete años no van a cambiar su amistad —afirmó ella con convencimiento—. ¡Oh, cielos! ¡Me acabo de acordar que los fiscales y las familias no deben interactuar durante el proceso judicial! Sí, sí, mi hermano me lo dijo. Cuando esta pesadilla termine, por favor, Suzaku, no dudes en venir a visitarme, digo, ¡visitarnos!
A Suzaku se le encogió el corazón. De modo que su ceguera no era solamente psicológica. No fue capaz de ser sincero con Nunnally. Por más que hubiera querido. No tenía el pudor. Maldijo a Lelouch en sus mientes. Esto era su culpa. Le dijo que sí y se alivió de que fuera ciega y no podría leer las emociones en su rostro. En ese mismo instante, se reprochó con severidad. Si no podía ser honesto, ¿cómo iba a diferenciarse de Lelouch?
Faltan 47 horas para el juicio
Esa tarde, Kallen visitó a Lelouch. Contando desde el día en que lo arrestaron, lo había ido a ver casi a diario. En parte, para actualizarlo y comentar la progresión del caso; en parte, para asesorarse y, en parte, para acompañarlo. A la pelirroja la perturbaba la prisión. No imaginaba cómo debía estar pasándola y temía preguntarle. No era su intención agravar las cosas. Pensó que si lo visitaba con regularidad se sentiría menos solo.
—Estuve revisando la larga lista de evidencias de la fiscalía y todas son circunstanciales sin salvedad. De seguro fabricaron más de la mitad para incriminarte —bufó Kallen, rascándose la cabeza con frustración; al mismo tiempo, que trazaba con la punta del bolígrafo una ruta a través de la columna del número al que correspondía la prueba.
Lelouch se debatió por unos instantes si decirle que Rolo era un espía. Lo descartó. Confiaba que podía usar al joven secretario para sus propios fines y que era mejor jugar al juego de su hermano. Kallen podría reaccionar mal por ocultarle una cosa importante y quizás no lograría convencer a Rolo de que no tenía conocimiento de nada. La pelirroja podría estar al tanto de sus planes, pero tenía mucho que aprender.
—Estoy de acuerdo. Si hay una por la que podemos apostar que es falsa es el arma homicida. El vino que la policía incautó estaba envenenado; pero yo bebí del mismo vino que Euphemia y no morí y, curiosamente, desapareció la marca de mis labios de mi copa. Villeta Nu es una detective corrupta, un perro faldero de Britannia Corps, y está a cargo de mi caso. Pudo haber tenido acceso a la escena del crimen, cambiar la botella de vino y limpiar mi copa —especuló Lelouch—. Si no estaba en el vino, el veneno tenía que estar en la copa de Euphemia. Se me ha venido a la mente que ella cogió una de las copas que le ofrecí alegando que era la suya. Si estoy en lo correcto, quiere decir que el asesino sabía que su plan no fallaría. A Villeta no le costaría intercambiar unas copas. Mis huellas están por toda la casa. Las pudo replicar. Es solo una teoría, pero valdría la pena considerarla.
—Ibas a esa casa frecuentemente, ¿no? —inquirió Kallen desviando la mirada.
—Sí, éramos amantes —confirmó Lelouch, encogiéndose de hombros.
—Ah.
La respuesta había escapado de sus labios antes de pensarla. No le extrañó tanto ni a Kallen ni a Lelouch como la voz lejana con que lo dijo. Lelouch se lo había admitido y Kallen estaba al corriente de su faceta de playboy y que cortejaba a Euphemia. ¿Por qué, entre todo lo pudo responder, soltó una respuesta tan escueta?
—¿Sí, charlatana? —inquirió Lelouch arqueando una ceja.
—¡No es nada! —mintió—. Okey. Iré a la escena con Tamaki y veré si tenemos suerte.
—No. Esto no pertenece a nuestra jurisdicción. Irás con Suzaku y lo convencerás de que vaya y recupere esa copa. A ti te escuchará…
—¿Qué? ¿Te caíste cuando te levantaste hoy o el golpe que te metió Suzaku todavía te hace ver estrellas? —rezongó Kallen—. Lelouch, ese tipo te odia. ¿Olvidaste la tremenda paliza que te dio en el interrogatorio? Dijo que investigaría a los matones de Britannia Corps, a ver si era verdad, y que encerraría a Zero por secuestrarte y enviarte a la comisaría. Yo creo que si los encuentra lo primero que haría sería estrecharles la mano por cómo te trataron…
—Sé que mi petición no tiene pies ni cabeza. En tu posición, creería que es una pésima idea también. Sin embargo, conozco a Suzaku bastante bien. Es honesto y tiene un estricto sentido de la justicia. Lo único que nadie puede traicionar es a su propia naturaleza.
Su explicación logró el efecto contrario en Kallen que se toqueteaba las sienes. Desesperada ante la ingenuidad de Lelouch.
—¡No, Lelouch! Nada de lo que sepas funcionará. El Suzaku que conoces no está. Él entregó su alma a Charles zi Britannia —insistió la mujer meneando la cabeza—. Él me aseguró que haría todo lo que estuviera a su alcance para que el juez te sentenciara con la pena de muerte.
—Lo sé. Él me lo juró en frente de la estación. Su duelo turba su buen entendimiento. Hasta cierto punto lo comprendo. No sé en qué me transformaría yo si perdiera a Nunnally —añadió para sí mismo por lo bajo, entrecruzando los dedos—. Aun así, una persona no va a cambiar quién es por lo que sufre. Te he demostrado que conozco el carácter de las personas, ¿no?
—No se trata de eso. Suzaku es un siervo de Britannia Corps ahora. Tú no lo viste; yo sí. ¡Él salió en televisión anunciando que daría su apoyo a la escoria racista de Charles!
—Charlatana, ¿tú no odias a los britanos? Sería contraproducente…
—Lelouch, mírame y dime qué es lo que ves —lo atajó Kallen, inclinándose—. ¿Te parezco una japonesa?
Lelouch había observado a Kallen con la suficiente atención que estaba seguro de que había memorizado sus rasgos. Aun así, no le importó hacerlo una vez más. Tenía los ojos grandes, la nariz respingada, un ligero bronceado en la piel y hasta ahí terminaba el parecido con otros japoneses. Su frente y sus pómulos eran anchos y su barbilla, prominente y picuda. Semejante al rostro de C.C. Con la pequeña salvedad de que la mandíbula de Kallen no estaba marcada. Nunca había conocido a japoneses con rostros con forma de corazón. Ni pelirrojos ni de ojos claros ni labios carnosos. Había aparecido un lindo tono rosáceo en las mejillas de la abogada cuando Lelouch se recostó de su silla.
—No.
—Eso mismo me dijeron los japoneses. Mi propia gente me rechazaba e incluso me intimidó durante mis primeros años de vida porque creían que era una britana. Ni cuando les aseguraba que era japonesa al igual que ellos. ¿Por qué? Porque tenían una mala opinión de los britanos. No habían sido más que unos abusivos y unos egocéntricos. Ellos fueron quienes empezaron; ellos lo jodieron todo —refunfuñó Kallen—. No me identifico con esa gente y un documento que diga que lo sea no me define. En mi corazón, yo soy japonesa totalmente.
—Lo siento, no era mi intención ofenderte. Te pregunto por inocente curiosidad. ¿Quién soy yo para decirle a otros quiénes son?
Lelouch sabía que era el menos indicado para juzgarla. Formaba parte de la familia maldita que había acumulado poder a expensa de otros y, sin importarle que su corazón bombeaba la sangre de Charles zi Britania a sus venas, negaba encarnizadamente su linaje. Él tampoco se quería identificar como un Britannia. A su juicio, seguía apellidándose Lamperouge.
—No, discúlpame a mí. Me excedí —rectificó la abogada suavizando el tono y agachando la cabeza. Era el gesto que hacía cuando ocultaba algo—. A pesar de lo que dije, no te odio a ti ni a C.C. Ustedes no son como los britanos que he conocido.
—Supongo que me lo merezco. Fui cínico la otra vez al dar mi opinión sobre las condiciones precarias de los japoneses —reconoció Lelouch, evitando reprocharle o ufanarse—. Dije que sus vidas eran fáciles y me advertiste el peligro de hablar de lo que no se sabe. Estabas en lo cierto. En estos días he tenido pequeñas dosis de ese trato. Me han escupido, me han maldecido, me han juzgado sin declararme culpable…
—Digo infinidad de tonterías cuando estoy enojada —parloteaba ella sin hacer mucho caso—. Deseé que te pasaran esas cosas. Estuvo mal. Nadie merece sufrir eso.
—…En medio de todo —continuó Lelouch—, tú has estado ahí. Ni por hipocresía había ido a una recreación de la escena del crimen de ninguno de mis clientes como lo hiciste conmigo. Y cuando me arrojaron esos huevos podridos te interpusiste para recibirlos por mí —susurró con voz apagada—. En el juicio del exvicepresidente Kirihara, tú me dijiste que un abogado debía creer en su cliente para luchar por él —forzó una sonrisa débil a manera de burlarse de sí mismo—. Me pareció iluso porque lo estaba evaluando desde el otro lado. Ahora que soy el acusado, reconozco que me hubiera gustado que un abogado así me defendiera. Entiendo, por fin, lo que tal vez sintieron los clientes que representé. Gracias, Kallen.
Estupefacta, Kallen se calló de golpe y vislumbró a Lelouch. Tenía los ojos clavados en ella. Kallen había visto muchas miradas de Lelouch. De dolor, de furia, de picardía, de astucia. Y ninguna era como esta. Era una mirada nueva. Intensa, pero no intrusiva. Sincera y, a la vez, sibilina. Alegre y, a la vez, contenida. Kallen se tocó el pecho al sentir su corazón acelerarse.
—No me lo agradezcas. Era lo menos que podía hacer. Cuando era el hazmerreír del colegio de abogados, me contrataste y procuraste que mi estancia en tu bufete fuera cómoda. A simple vista, no fue la gran cosa y sé que tuviste otras intenciones al contactarme; pero tu amabilidad significó mucho para mí. Me sentía relativamente sola —murmuró con timidez—. Bien, haré lo que me pides, ¡aunque no te prometo nada! —advirtió alzando un dedo—. Voy a necesitar mucha suerte para convencer a ese imbécil.
—Entonces, crea tu suerte. Si hubo una cosa que aprendí en los juegos de azar es que la suerte cambia. Los perdedores dependen de ella para ganar; los ganadores saben cómo fabricarla y confío en que lograrás cambiar las mareas de este caso —sonrió Lelouch.
Kallen se recogió un mechón de pelo detrás de la oreja. Tenía demasiado en qué pensar y qué sentir que no se le ocurría nada para responder. Lo bueno fue que culminó la visita; por ende, no estuvieron atorados en un incómodo silencio.
Al salir del centro penitenciario, Kallen ya estaba reflexionando cuándo sería buen momento para cumplir ese favor. Mañana era jueves. Suzaku acudía al gimnasio los mismos días que ella. Era la ocasión idónea. A lo mejor luego no tendría ganas de hacerlo por la antipatía que le profesaba y él podría guardarle rencor por todo lo que le dijo en la sala de interrogatorio.
—Abogada Stadtfeld.
«¿Quién la llamó?». Al principio, creyó que se había imaginado aquella voz tronadora; pero igual se giró sobre sus talones. No la mataba cerciorarse. Aquella voz procedía de nada menos que el presidente Charles. Kallen se congeló.
—No planeaba reunirme con usted tan pronto; pero me contento. Me acaba de quitar un peso enorme de encima.
—Perdón. ¿Usted quería verme? —farfulló Kallen—. ¿Puedo preguntar por qué?
El presidente Charles inclinó su noble cabeza contestando su pregunta y le sonrió de oreja a oreja. Aquella sonrisa felina le hizo pensar en Lelouch. Él sonreía así en situaciones que tenía la sartén agarrada por el mango. Bajo la luz de esa percepción, el presidente Charles era otro gato. Uno más grande, por supuesto. Un león. El patriarca Britannia acortó la distancia entre ellos y Kallen sintió cómo su cuerpo se ponía rígido. No estaba segura de qué hacer cuando tuviera al hombre que destruyó su familia en frente. Pero sí de lo que sentiría al verlo.
—Porque quiero conocer el curso del caso. Sé que, independientemente de los errores que ha cometido en el pasado, es una excelente abogada y que ganará el juicio. Si me permite hacerle una recomendación: no gaste sus energías oyendo los comentarios perniciosos de sus colegas. No tiene que probarles nada. Deje que sus actos sean los que hablen y céntrese en impresionar a los que confían en usted.
Kallen no respondió enseguida. Barrió con la mirada las inmediaciones. No había casi movimiento. Había dos policías en cada lado de la puerta. Ninguno parecía fijarse en ellos. «Si tuviera un cuchillo, una pistola, lo que fuera, yo...». Kallen cerró el puño con impotencia. «Ayúdame a descubrir la verdad. Hagamos que paguen por sus crímenes. Hagamos que el presidente Charles llore lágrimas de sangre por cada lágrima que nuestras familias derramaron por su culpa». El presidente ladeó la cabeza a la expectativa. Kallen inhaló entrecortadamente. Sintió irritación en los ojos. Estaba segura de que no era el rímel.
—Es una buena recomendación, señor presidente —masculló, apretando el puño. Procuró no subir el tono para que no detectara la fragilidad en su voz. No podía llorar delante de ese bastardo, aun si era de rabia—. Deduzco que tendrá unas razones diferentes a las mías por las que quiere que gane el sospechoso de asesinar a su hija. No me puedo imaginar cuáles podrían ser y, en este momento, mi prioridad es demostrar la inocencia del abogado Lamperouge; así que analizaré sus intenciones una vez que gane el juicio. Se lo prometo.
—Eso es —asintió con una sonrisa enigmática—. Hágalo. La estaré esperando.
Faltan 45 horas para el juicio
Sin libros, sin papel ni lápiz, sin un tablero de ajedrez, Lelouch no tenía cómo distraerse en su celda. Estaba encerrado con sus recuerdos más recientes. Había tenido mucho qué pensar. En la actitud extraña de Bradley la última vez, en el curso del caso, en la traición de Suzaku, en la trampa de Schneizel, en la muerte de Euphemia, en Nunnally. Lelouch había adquirido la rutina de pasearse por su celda para evitar marearse con tantos pensamientos hasta que se acabó hartando. Era un alivio cuando llegaba la hora de receso. Quién iba a decir que echaría en falta la brisa fresca soplándole y el sol brillando contra su piel. Esa vez Lelouch consideró hacer ejercicio. Lo descartó al apercibir que otros prisioneros estaban cerca. Lo intimidaban de sobremanera. Algunos lo doblaban en tamaño y otros tenían unas expresiones tan horribles que lo aconsejaban alejarse. En su fuero interno, Lelouch se justificó alegando que era mejor mantenerse bajo perfil; pues los viejos reclusos tenían la costumbre de darle a los nuevos un tratamiento especial y la verdad era que él no estaba en forma. Detestaría quedar en ridículo delante de aquellos reclusos. «Nada es tan infamante para un Britannia como hacer el ridículo en público», le había susurrado una vocecita molesta. ¿De veras era igual a esa gentuza? El uniforme gris indicaba que sí. Salvo que ni ellos ni él estaba de acuerdo. Había un insalvable abismo entre él y los demás y ya inconscientemente habían trazado una brecha. Los reclusos le rehuían y Lelouch los miraba de vez en cuando con una mezcla de recelo y asco. El patio estaba iluminado por la luz del día. Una luz grisácea teñida de amarillo. No del todo hostil. No del todo amistosa.
Había oído que la prisión tenía una biblioteca, por lo que decidió echar una ojeada. Se alegró al encontrar el lugar vacío. Eso le brindaría la oportunidad de revisar las estanterías de cabo a rabo. Por desgracia, esa alegría se transformaría en decepción. Ningún de los títulos capturó su atención. Muchos eran libros de autoayuda. Algunos eran sobre superación personal, sobre deportes, sobre arquitectura y un libro polizón sobre esoterismo. «Eso explica por qué nadie viene aquí». Lelouch se lamentó no poder continuar ninguna de sus lecturas actuales. Mucho más interesantes que la mitad de aquellos títulos, por supuesto. Una era Moby Dick. Un libro que había tardado demasiado en leer. El mar y sus misterios no lo atraían. Y, si bien, el inicio había sido todo lo que Lelouch intuyó que iba a encontrar, la locura y la obsesión del capitán Ahab lo habían seducido y, a ciencia cierta, quería saber si iba a vengarse de la ballena blanca. La otra lectura era Garry Kaspárov sobre Garry Kaspárov. Lelouch no creía en dioses, pero veneraba a varios hombres casi tanto como si lo fueran. Kaspárov, Nezhmetdinov, Murphy, Capablanca, Fischer, Tail, Kárpov. Lelouch había querido pedirle a C.C. que le trajera alguno de esos libros. Se contuvo pensando que pronto saldría de su encierro. De repente, se vio en la necesidad de atender el llamado de la naturaleza; por lo que dejó lo que estaba haciendo y fue al baño.
Tras lavarse las manos y el rostro en el lavabo, Lelouch pasó a admirar su reflejo en el espejo enmohecido y quebrado por las esquinas. Tenía los ojos hinchados e irritados a consecuencia de las noches en vela y la piel pálida de un tono enfermizo. Lelouch se percató de la delgada línea que surcaba su rostro. La herida le había dejado cicatriz. Estuvo tentado a tocarse; pero se dominó. Temía que aquel dolor intenso resurgiera.
—Me dijeron que un tal Lelouch Lamperouge había sido trasladado a esta prisión. Me había rehusado a creerlo…
«Esa voz…». Lelouch se dio la vuelta, poniéndose en guardia. No había recordado mal. Mao hizo su entrada.
—…Era demasiada coincidencia que el hombre que me había encerrado acabó en el mismo lugar que yo; pero ahora lo estoy viendo. Es cierto. ¡Aquí estás! —el lunático soltó una risita sin aire. Inesperadamente, aplaudió—. ¿Cómo estás, Lelouch? ¡Teníamos tiempo sin vernos! —Lelouch no respondió. No tenía ganas de hablar con un tipo que, a su criterio, debía estar en un manicomio. Mao se propinó una palmada en la frente—. ¡No! ¡Olvida la pregunta! Es obvio que no estás bien. Te tendieron una trampa, te dieron una paliza y te metieron preso. Esa mujer murió frente a ti y no pudiste hacer nada o eso es lo que intentas convencerte, ¿verdad? —lo interpeló, sonriente. Lelouch, quien había permanecido muy pendiente de sus movimientos, se estremeció ante la pregunta. Mao lo notó. Había pulsado una tecla sensible. Mao esbozó una sonrisa extraña, juntó las manos detrás de su espalda y se puso a dar tumbos por el baño—. Si no hubieras aceptado su propuesta, quizás estaría viva…
—¿Qué diablos…?
—¿Cómo sé que hubo una proposición? Te leo la mente. Eso es todo —se anticipó—. No me lo dijo el presidente Schneizel ni el presidente Charles. No había cámaras en la sala. Ninguno de ellos ha venido a reunirse conmigo. Tampoco estoy loco. Bueno, no totalmente. Me queda algo de cordura —Mao se rió de su propia morisqueta y se enserió de golpe—. Es la verdad, Lelouch. Lo juro. ¿No te gusta escucharla? La verdad no trata de complacer a nadie —indicó Mao, sacándose cera de un oído—. Verás, tengo un poder que me permite entrar en la mente de otros y enterarme de sus pensamientos, sus sueños, sus deseos más íntimos y sus secretos más oscuros. Leo a través de tus mentiras. No existe nada que me puedas ocultar.
—¿De veras crees que puedes hacerme tragar esta disparatada historia? —cuestionó Lelouch con escepticismo—. ¿Qué valor tiene la palabra de un lunático? Esta cháchara carece de propósito, ¿qué caso tiene seguir oyéndote? —resopló—. Mejor me largo.
—Sí, eso es lo que quieres. Largarte. Tú no perteneces aquí. Eres un abogado exitoso. Nosotros somos parias. Te repugnamos porque sabes, muy en el fondo, que eres igual a nosotros: un asesino.
Ante la mera mención del término, Lelouch empalideció. Procuró disimularlo burlándose de la acusación.
—¡Tsk! Dices puras tonterías…
—El fiscal Kururugi no cree que sean tonterías.
—Suzaku es un traidor —repuso Lelouch, envarándose.
—No, Lelouch. Tú eres el traidor al acostarte con la mujer que tu amigo amaba —observó él calmadamente—. Conocías sus sentimientos y no te importó interferir por tu plan, no, porque también la amabas. A tu propia hermana.
Lelouch sintió que se le secaban los labios. ¿Cómo coño Mao pudo averiguar su parentesco con Euphemia? Era factible que hubiera adivinado la proposición de Euphie, sin embargo, era imposible que averiguara su verdadera estirpe. Charles o Schneizel se lo debieron haber contado y lo habían enviado a él para atormentarlo. No, la idea era pueril. Entonces, ¿qué? ¿Le creía? ¿Era verdad que Mao podía leer la mente? ¡Absurdo! Aunque había visto sucesos imposibles en estos días…
La locura de Mao envolvió su razón iluminándole el semblante.
—Pero este no fue tu primer crimen, ¿verdad? Mataste aquel hombre, no, aquella escoria. Es interesante tu filtro. Un poco maniqueísta, en mi opinión. Igual, me gusta cómo justificas que está bien matar a unas personas y a otras no cuando el acto en sí está mal. Desde el punto de vista moral, estoy hablando. Ninguna mente que he leído es tan interesante como la tuya.
—Cierra la boca…
—¿Recuerdas aquel simulacro de secuestro en el que murieron dos policías? Yo contaría esas muertes como tuyas porque tú mandaste a sabotear el arma de aquel policía para representarlo en la corte y después convertirlo en tu socio. ¿Cuál era el nombre de ese oficial? —preguntó frotándose la barbilla, fingiendo acordarse—. ¡Ah, sí! Urabe —sonrió Mao chasqueando los dedos—. Y también sumaría las muertes que hubo en la operación encubierta, ya que filtraste la información a la policía sobre la reunión del tráfico de refrain para librar a esos gánsteres y empezar a formar tu equipo. ¡Vaya, vaya, Lelouch! No nada más eres un salvador, eres un auténtico fraude; pero está bien. No puedes salvar a nadie si no está en problemas.
—¡Te dije que te callaras!
—¿Por qué? —inquirió haciendo un puchero, como si no tuviera la menor idea de qué estaba haciendo mal—. Tarde o temprano tendrás que enfrentar a las consecuencias de tus acciones. Ya sea en el juicio final o aquí, ¿por qué no hacerlo ahora? Total, no tienes demasiado que hacer.
Mao se echó una carcajada estridente.
—¡Cállate!
—Es una lástima que el pobre de Bartley Aspirius no esté aquí para ver a su abogado preso —soltó, ignorando sus quejas—. Le habría traído algo de paz a su desdichada alma.
Lelouch, que estaba esparciendo la mirada por el baño en una misión de escrutinio, en el afán de ver qué tenía al alcance para protegerse, le lanzó una mirada interrogante al reconocer ese nombre:
—¿Qué estás…?
—¡¿Qué sandeces estoy diciendo?! Que Bartley Aspirius, el último hombre al que defendiste, está muerto. Eso digo. Ocurrió poco después de que lo sentenciaron culpable. Era demasiado para el pobrecito sufrir cadena de por vida y se suicidó. No lo sabías porque la noticia quedó minimizada frente a la muerte de Euphemia li Britannia y, desde luego, a ti no te importaba. Era un mosquito. Una tarea resuelta en tu lista. Pero esa no es la parte lamentable de la historia —advirtió con una sonrisa maligna. O eso le parecía. ¿Los locos podían ser malvados?—. Te la voy a decir, aunque no tengas ganas de oírla. La parte lamentable es que el bueno de Bartley era inocente. Quien mató aquel político fue Luciano. Bartley solo miraba. Estaba ahí para ser incriminado. Tu amigo Suzaku tenía razón: juzgaste a un hombre por su pasado.
—¡Estás mintiendo! —rugió Lelouch, horrorizado.
—No miento. Leí su mente cuando fui a asaltarlo para hacerle ese favor a C.C. Un favor que tú le pediste. ¡Acéptalo, Lelouch! —estalló Mao realizando un gesto teatral—. Al igual que Charles zi Britannia, discriminas a las personas y niegas tus errores. Eres tan hipócrita y vil como tu padre.
Lelouch se dio contra el lavabo. Mao lo había acorralado. Estaba tan absorto en sus palabras que no cayó en cuenta del juego del gato y el ratón al que lo había llevado. Se sujetó del friso del lavabo. Su mano aplastó algo. De soslayo, porque no quería apartar la cabeza, comprobó qué era.
«No, yo no me parezco a ese demonio. ¿Qué malditos trucos son estos? ¿Cómo este enfermo puede tener acceso a mis pensamientos? Si lo que dice es cierto me resultará difícil vencerlo, pues si lee mi mente puede neutralizar mi única arma…».
—Ya estás creyéndome, ¿te interesaría saber cómo es que soy capaz de leerte la mente? ¡Yo sé que sí! —canturreó Mao, aplaudiendo entusiasmado. Celebrándose a sí mismo—. Es por el Proyecto Geass. Allí fue donde conocí a C.C. No deberías confiar en ella. Te traicionará a largo plazo. Como me traicionó a mí.
—¿El Proyecto Geass? ¿Qué mierda es eso?
El ojo izquierdo de Lelouch le palpitó de improviso. El hombre se agarró de forma instintiva la cabeza. «¡No, en este momento no!». Transido por el dolor, Lelouch luchó por no perder el equilibrio.
—¡Oh! ¿Tu papi no te ha dicho nada? ¡Muy mal! —expresó en tono zumbón—. Admito que me asombra cómo pueden ser familia. Charles zi Britannia es un poderoso león, comparado contigo: eres un gatito indefenso.
—Es cierto. Soy un gato al lado de Charles zi Britannia. No pude sortear la trampa que él me tendió —concordó Lelouch, destapándose la mitad de su rostro. Su ojo izquierdo brillaba en rojo—. Pero te olvidas de algo importante: incluso un gato tiene garras y dientes tan afilados y largos como los de un león…
Su puño se cerró en torno a un cepillo de dientes. Lelouch lo partió en el borde del lavabo y, sin pensar en el acto ni en las consecuencias, se abalanzó sobre Mao y clavó el filo del cepillo en la carne de su cuello. Mao estaba tan sumido en su delirio que no pudo esquivar a Lelouch. Un chorro de sangre salió disparado. Mao se presionó el cuello para contener la hemorragia. Lelouch se desplomó de rodillas, mientras sentía como el frío se apoderaba de él y era halado hacia un negro abismo. En la oscuridad, Lelouch vio rojo y la silueta de un pájaro desplegar sus alas.
N/A: ¡miau, Lelouch! Te puedo perdonar que te hayas equivocado con Aspirius, empero no que arruinaras las vidas de tus socios. Eso no se hace, Lelouch. Eso te pasa por creer que siempre tienes razón y eso les pasa a ustedes por confiar en el juicio de Lelouch. Él es un hombre superior al promedio, sí; sin embargo, sigue siendo un hombre que comete errores y no es mi intención endiosarlo a él ni al resto de los personajes.
Este capítulo pudo haberse titulado «Charles, Schneizel y Lelouch» y hubiera sido igual. Hay una razón específica por la cual comparo a cada uno de ellos con un león, un zorro y un gato respectivamente; pero no lo voy a decir. Es su deber desentrañar ese misterio. Estos tres (y V.V.) eran los jugadores del juego de intriga en Code Geass ya que movían los hilos de la trama —contaría a los eunucos de la Federación China, pero no llegaron lejos ni hicieron demasiado que digamos—. En la primera parte de esta novela parecía que iba a ser igual hasta que tuvimos la revelación del capítulo doce y lo mejor de todo es que no es un personaje nuevo, sino que siempre estuvo ahí y a partir de este libro lo veremos hacer sus movimientos. Sí, me refiero a C.C. En un mundo en que no existen los Knighmares y no todos tienen poder, ¿cómo logras lo que quieres? Con carisma y/o miedo. Todo esto, desde luego, forma parte de mi plan de darle un rol activo en la trama. Considerando el esquema del personaje, me pareció una vía lógica. Honestamente, estoy orgullosa con lo que he hecho con ella (y todos los personajes, en general). Espero que sea de su agrado también. Por cierto, un dato curioso: el alterego de C.C. se basa en la teoría de fans sobre su nombre dicho en el capítulo «La Batalla de Narita» (que yo creo que no dice nada porque este animé nunca tuvo intenciones de compartirnos su nombre, pero se vale soñar) y su apellido es el mismo de su seiyuu (conocida artísticamente como Yukana). Y no sé si ya lo dije, igual, lo repito: el gentilicio de los ciudadanos de este país ficticio cuyo nombre me resisto a revelar es «britano(a)(s)».
Algo que me gustaría hacer mención son las consecuencias de la muerte de Euphemia en su personaje, a razón de que para los personajes de Lelouch y Suzaku fueron más o menos iguales con respecto al animé; pero no para ella. Mientras en Code Geass se sentía muy injusto que Euphemia muriera siendo recordada como una princesa genocida, en el sentido de que iba en contra de su naturaleza; en esta novela, se encubre el pecado de Euphemia para que no perturbe su legado (un pecado que ella cometió voluntariamente y no fue sometida). Me volví consciente de ello mientras escribía el diálogo entre Suzaku y Schneizel. Me recordó a la decisión que Batman y el Comisionado Gordon toman en el final de The Dark Knight.
Este capítulo es el más extenso por el momento. A pesar de su extensión, es uno de mis favoritos de este segundo libro. No se vuelvan locos y partan el capítulo si se sienten que se están agotando. Este capítulo no lo escribí ni lo leí en un solo día. Si, por el contrario, están disfrutando la lectura, olviden mi comentario. Estuve tres semanas desaparecida, creo que este capítulo compensa mi ausencia. No me quiero alargar, de modo que daré a conocer las preguntas para este capítulo:
¿Les gustó cómo inició este capítulo? A mí sí. Posiblemente hubiera quedado mejor en el formato televisivo o en un cómic, pero cuando lo leí me dejé llevar. ¿Qué opinan del interrogatorio? Es mi escena favorita del capítulo junto a la conversación final con Mao y la desgarradora escena de Kallen en el hospital y, a mi humilde juicio, entra en el top 5 de conversaciones de Lelouch y Suzaku en este fanfic. ¿De quién era la voz que Suzaku oía cuando estaba borracho? ¿Por qué C.C. habrá mentido a Charles y por qué Charles quiere que Kallen y Lelouch ganen el caso? ¿Cuál habrá sido ese otro favor que C.C. le pidió a Mao partiendo de lo que leyeron? (¿Qué tramas, C.C.?). ¿Cómo se sienten con respecto a la escena de Kallen en el hospital? Ahora saben por qué ella desea disculparse desesperadamente con su madre —al igual que en el animé no quería que Kallen fuera cruel con su madre por demasiado tiempo ya que se tornaría molesto y resolví adaptarlo como leímos; me parece que ese error es una carga que Kallen debería arrastrar consigo hasta el momento de reconciliarse con su madre, no lo vimos en Code Geass, pero así yo siento que debió de ser. Al unísono, leímos un poco al Sr. Stadtfeld, ¿será que leeremos más de él en algún momento? Pobre Kallen. Este capítulo ha sido doloroso para ella. Al menos, le queda esa bonita mirada de Lelouch (me encantó describirla). ¿Ustedes creen que Kallen consiga convencer a Suzaku de volver a investigar la escena del crimen o su odio será mayor? ¿La amistad entre Suzaku y Nunnally podrá mantenerse a flote o ella tendrá que elegir entre su hermano o su amigo? Por último, ¿qué tal las revelaciones de Mao al final? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué es lo que más ansían leer del próximo capítulo?
Cometen, opinen y pregunten. Con las preguntas correctas, puedo soltar indicios. Si yo no les debo comentarios, aquí nos despedimos y nos leemos el 28 de junio para continuar esta novela en el capítulo 15 «Eclipse Solar». Se les agradece su apoyo y sus comentarios, malvaviscos asados. Se les quiere y se les respeta. ¡Cuídense!
Datos curiosos sobre el capítulo:
1.- Estaba trabajando el capítulo 17 cuando me di cuenta que había olvidado escribir el diálogo entre Suzaku y Nunnally en el funeral y debí dejar todo lo que estaba haciendo para escribirlo.
2.- Reescribí, modifiqué, añadí y quité diálogo en la conversación entre Mao y Lelouch cinco veces .-.
Respondiendo comentarios:
Lelouch el de la Revancha: sé a cuál escena te refieres. Es de la película Crisis en tierras infinitas. Igual creo que hacía alusión a la mítica frase de Nietzsche en el sentido de que Owlman se convirtió en un monstruo (en lo que juró destruir); entretanto, Batman no. Muchas gracias. Bueno, esa es la naturaleza Schneizel. Debajo de esa capa de flores late el corazón de una serpiente venenosa. Ya profundizaremos más sobre él. La intención era que no saltara a la vista que lo estaba envenenando. ¡Me contenta leer eso!
El talismán de la Wicca: ¿solo un poquito? :v De vaina, no echaba espuma por la boca. Esa conversación se desarrolló en clave pasivo-agresiva. Es cierto. Parece que Luciano solo fue creado para darle otro momento badass a Kallen. Él solo destruía a pilotos en sus Knightmares y se reía como un desquiciado dando a entender que lo hacía por gusto. Ya que no tenemos Knightmares, tenía que trasladar esa cualidad de otras formas. No compararía a Luciano con Batman; sí con el Joker. Hallan placer en el mal. También me reí. El mundo es pequeño (?). Así es, no existen. Las fuerzas wiccanas no te fallaron esta vez: tendremos un juicio de Kallen versus Suzaku, ¿quién te gustaría que ganara? No estaría tan segura considerando el cambio que tuvo hacia el final del primer libro. ¡Qué bueno! Sí, a Rolo lo pasan por alto o lo odian. No he visto a nadie que lo aprecie. Aspiro de corazón que este capítulo haya complacido tus expectativas y te haya gustado. Una vez más, te doy las gracias por todo el cariño y los comentarios al fic. Los atesoro en mi kokoro. ¡Nos leemos pronto!
Bat-Marshmellow: eso explica la ausencia cuando me dijiste que al día siguiente ibas a comentar y no pasó :'v Este segundo libro es esencialmente dramática. A mí me encanta el drama. ¿Es porque me gusta ver a personas con unas vidas más miserables que la mía para hacerme sentir un poquito mejor en comparación? ¿Es porque me gusta el salseo? Sabrá Dios. Bueno, Lelouch tiene un tiquismiquis con la suciedad y es un lugar íntimo en que puede dejar salir sus sentimientos ya que ha aprendido a reprimirlos. Es el único a quien lo hemos visto vulnerable en el baño. En el capítulo siete, Schneizel y Kanon conversan al respecto y dejan entrever que lo matarían porque conocía secretos de la empresa. Sí, es ese mismo Kirihara el que murió. No hay otro. Una frase que emula en varios sentidos a una frase de Tywin Lannister, pero me parece que es algo que diría y cree Charles zi Birtannia. Recuerdo haberte mencionado que la diferencia entre Code Geass y la novela es que aquí los dos están usándose mutuamente. En Code Geass era, más bien, Suzaku quien necesitaba a Charles. No he visto la película ni me suena. En el animé, Cornelia está en shock. Suponemos que está recibiendo la noticia. Aquí ella está asimilándola. Por más fría que es, Cornelia no está hecha de piedra y amaba muchísimo a su hermana. Me halaga saber que puedo mover los hilos sensibles de mis lectores. Sí, fue muy ansiado por lo que leí en comentarios. El dolor en el ojo era una premonición y algo más. Así es, sino fuera por el refrain, Lelouch hubiera sido vencido en un abrir y cerrar de ojos. Esa frase de Suzaku fue una espléndida manera de despedir con broche de oro el capítulo. Si crees que lo amas ahora, te darás cuenta que estás enamorado en el final de esta segunda parte. Algo me dice que él o Lelouch será tu personaje favorito de la novela. "Ese ardiente deseo de venganza que nos lleva a los seres humanos a buscar salidas inimaginables con tal de saciar a la bestia de nuestro rencor". No sabes cuánta razón tienes.
No, fue Rolo. Hubiera sido muy insípido dejar que algún matón asesinara a Euphemia. Fue un personaje importante en el primer libro. No hay necesidad de eso ya que Lelouch tiene la evidencia en contra. Así que solo fue para asignar a Suzaku el caso (aun cuando tiene un vínculo personal). Bueno, ya lo averiguaremos. "Me encanta cuando me tomas por sorpresas y mis teorías resultan equivocadas". Es lo más satisfactorio para un lector y lo más gratificante de leer para un escritor. Conque quieres que Kallen y Suzaku se enfrenten porque estás más interesado por el resultado (el cual esperes que se decante por Kallen) que en el viaje. Okey. Es válido. Pues el día ha llegado. Ese enfrentamiento es inminente y sé que lo esperan con ansias, así que me he puesto a contar las horas en el tiempo de la novela por ustedes. Charles no es el diablo, es Dios. Lelouch es el diablo. Todos los personajes y él mismo lo afirman. De ahí que se diga que Suzaku no vende su alma, sino se ha consagrado/entregado a él. Ya lo estás empezando a ver. Dime, ¿cuál es tu opinión de estas jugadas de C.C.? Difiero. La C.C. no tiene madera de líder, para actuar como embajadora, es decir, ejercer un papel diplomático, sí; pero no es una líder. Un líder necesita compenetrarse con su equipo y C.C. nunca tuvo esa conexión con los Caballeros Negros. La información en CG Wiki en torno a quien asumió el liderazgo el tiempo que Lelouch tuvo amnesia es confusa. A mi criterio, C.C. se desenvuelve mejor como consejera o asesora o secretaria. Un papel menor, pero que es clave. Tú quieres que haya una reventa de repollo en este fic, ¿verdad? No me lo niegues. No es la primera vez que eliges una escena tranquila como tu favorita en un capítulo y es una escena muy encantadora. No lo sé. ¿Cuándo Lelouch salga de la cárcel? Tal vez :v
Y no me quiero imaginar cuánto tardarás leyendo este capítulo xD Me pasé de loca. Lo admito. Ruego porque lo disfrutes, al menos, y te pase como en la relectura del capítulo anterior. Muchas gracias. Aprecio el elogio, todo el amor que les ha dado al fanfic y los comentarios que has dejado :') Las palabras no me alcanzan para describir cuán feliz me hacen. Que sepas que espero tanto tus comentarios como tú las actualizaciones del fanfic. Cuídate, querido malvavisco. Nos estamos leyendo en esta plataforma. ¡Te envío un abrazo libre de contagio!
