Code Geass: Bloodlines
Capítulo veinte:
Luz en las tinieblas
El presentador Diethard Ried estaba frente al espejo ajustándose la corbata y el cuello de su chaqueta. Agarró su spray bucal y se disparó en la boca. Se dio unas palmaditas en la barbilla. ¿Se le notaba la papada? Ladeó la cabeza de derecha a izquierda y sus temores se disiparon.
Los últimos días había sido muy convulsos. Nada que mermara su ánimo. Siendo una figura mediática, estaba acostumbrado a lidiar con detractores. Aquella tarde sería su renacer porque iba a dictar su conferencia especial. Relegada en una mesita vecina, estaba una citación de la policía por una demanda que le había llegado esa mañana. No la leyó. No tenía tiempo. Debía prepararse. Pronto comenzarían. Sería una conferencia abierta a todo el público. Era probable que asistieran reporteros novatos. Y, en efecto, la mayoría era periodistas que recién habían ingresado a aquel agresivo mundo y estudiantes.
Entre las contadas excepciones estaba Kallen. Lelouch les había participado tanto ella como a C.C. que durante la conferencia publicaría el vídeo. En presencia de todos. Aunque Lelouch le dijo que él y C.C. podrían encargarse del resto, ella quería ver el resultado. Había formado parte del plan. La enojaba y le dolía que Lelouch, incluso después de que él le había revelado sus intenciones y forjaron una alianza, mantuviera distancias. ¿Por qué seguía construyendo muros entre ellos? ¿Acaso no le había demostrado que podía confiar en ella y que le era leal? Cuando menos, no se opuso a que fuera a la conferencia. Era su única nota de consuelo. Suponiendo que la sala estaría llena de reporteros, Kallen le pidió a Milly acompañarla. Más que nada porque no quería sentirse como pez fuera del agua. Compadeciéndose de Kallen, la flamante reportera accedió. No estaba muy entusiasmada. Consideraba al presentador como un periodista poco profesional que prestaba mayor importancia a los ratings que a las noticias. Se alentó diciéndose que quizá podría sacar algo bueno en dicha conferencia. Kallen no sabía si estaba bromeando. No la conocía a profundidad, pero sí sabía un par de cosas importantes sobre ella: era una buena persona y una aliada en quien confiaba Lelouch.
La conferencia se celebraría en el séptimo piso de la Torre de Babel. Y de camino allá iban el fiscal Kururugi, el detective Asahina y un par de policías con la intención de reunirse con el presentador. Quisieron acercarse yendo a Hi-TV con anterioridad y fracasaron. Quién iba a decir que hablar con el presentador era igual de inasequible que hablar con una estrella de cine. El detective le sugirió venir ese día y abordarlo, acabada la conferencia. Esta vez serían más insistentes. No abandonarían el edificio hasta verlo. Era urgente protegerlo. Zero podría comparecer en cualquier momento. El instinto de Suzaku no se equivocaba.
Después de unos minutos, el afamado presentador salió exhibiendo una deslumbrante sonrisa y saludando a todos con la mano. El gentío lo recibió con un cálido aplauso. Ried se posicionó detrás de un podio.
—¡Gracias, muchas gracias a todos por asistir! ¡Muy buenas tardes! Para aquellos que no me conocen, lo cual dudo, soy Diethard Ried, reportero en jefe de la sala de prensa de Hi-TV —alardeó. El público reanudó sus aplausos. Él les agradeció el gesto inclinando la cabeza con falsa modestia—. Bien. Hoy hablaremos de hechos e impacto o cómo Hi-TV logró el primer lugar en ratings —indicó en tono campante. Unas risas bobas reverberaron en la sala—. Visto que la mayoría de los presentes son periodistas, voy a dejar de lado términos como ética de cobertura o sentido del deber para que conversemos con total franqueza —el reportero Ried se salió de su podio para encararse a su público—. En 2021, me entrevistaron para una revista por mi última novela. El reportero me preguntó qué tipo de mujeres me gustaban. Le contesté: morenas. Al día siguiente, la revista publicó un artículo titulado: «A Diethard Ried le gustan las morenas» —Ried apretó un botón. La pantalla detrás de él se iluminó y en letras grandes aparecieron las palabras—. Es un buen título. Escrito a partir de hechos, pero ¿qué pasaría si le cambiamos el nombre? —apretó otra vez el botón y debajo del título surgió uno nuevo—. «A Diethard Ried no le gustan las rubias». Si están navegando y se topan con estos dos títulos, ¿a cuál darían clic?
Desde todas partes, lanzaron respuestas a Ried y, si bien, no fueron unánime, la mayoría fue:
—¡La segunda!
—Sí, es lo que pensaba —concordó Ried cruzando los brazos—. Nos gustan más las noticias implacables. Las personas encuentran un placer perverso en la destrucción de su prójimo.
Kallen se estremeció. Si Lelouch no fuera enemigo del presentador, apostaría que se llevarían muy bien. Tenía que reconocerle la razón, aun si no le gustaba.
—Pero no se engañen: esto no significa que el segundo artículo no es un hecho. Quiere decir que las rubias no me gustan comparadas con las morenas. Para atraer la atención del público, tienen que impactarlos —aclaró realizando un ademán teatral—. Ahora bien, vamos con otro ejemplo…
Justo en eso, el fiscal Kururugi entró en la sala acompañado por la policía. Barrió la sala con la mirada. Todo estaba en aparente orden. Todo el auditorio escuchaba atentamente, algunos tomaban apuntes y Ried impartía su conferencia con toda la calma del mundo. Suzaku pidió al detective Asahina y a los oficiales sentarse y supervisar el evento; en tanto, iba a preguntar a los guardias. El detective asintió en señal de acatamiento. Suzaku le devolvió el gesto y se dirigió a dos guardias que custodiaban la puerta de la cabina de operaciones.
—Buenas tardes. Soy Suzaku Kururugi, de la fiscalía de Pendragón. Deseaba preguntarles si no han percibido nada extraño.
—Nada extraño —le contestó un guardia de forma mecánica—. Todo está perfecto.
—Eh, de acuerdo —tartamudeó el fiscal—. Por favor, les agradecería que estuvieran atentos. Es una posibilidad que Zero aparezca e intente secuestrar al reportero Ried que está llevando a cabo una conferencia en el anfiteatro. ¿Está bien?
—Está bien.
La frente se le arrugó a Suzaku. Había algo antinatural en las voces de los guardias. De hecho, no lo estaban mirando directamente. Sus expresiones eran aún más raras: estaban en blanco. Le recordaba el aspecto en trance de las personas a las que les lavaban el cerebro en las pelis de ciencia ficción. ¿Estarían cansados? Quién sabe. No pudiendo hacer más, regresó junto al detective y se tendió al lado de él.
—…El impacto es la clave del éxito. Sin este condimento especial solo son noticias orgánicas ¿y cuál es el sentido de llevar una vida saludable cuando la comida no tiene sabor? ¡Estamos en la era de la simpatía! —declaró con intensidad agitando las manos como invocando algo—. Las noticias deben despertar la simpatía de los espectadores para asegurar el éxito. Si añaden este condimento, darán a sus televidentes noticias veraces e interesantes.
Milly puso los ojos en blanco como ¿por enésima vez? Kallen hallaba divertidas sus muecas. Exhaló aire por las fosas nasales al contener la risa. Inesperadamente, la rubia alzó la mano. «¿Qué iba a decir?». Ried se fijó en Milly y le concedió el derecho de palabra. Le entregaron un micrófono y se puso de pie.
—Soy Milly Ashford, reportera de KT-TV. Tengo una pregunta —dijo. Su tono no registraba su habitual matiz pícaro. Ni siquiera sus labios estaban doblados en su amplia sonrisa. Kallen no la había visto tan seria. Preguntó Milly—: ¿alguna vez ha estado tan cegado por el impacto que sus noticias causan que le han impedido ver los hechos?
Un espasmo recorrió el semblante del presentador. Fue casi imperceptible, mas Kallen reparó el tic en el ojo. Las comisuras que tiraban su sonrisa temblaron un poquito.
—No, nunca.
—¿Nunca? —repitió, mordaz. No parecía para nada sorprendida ante la respuesta—. ¿Acaso cuando usted reportó el incendio en Britannia Chemicals no lo cegó el impacto de cubrir una gran historia, precipitándose al señalar a esa oficial de policía como culpable?
—No fue mi culpa —contradijo el presentador. Su sonrisa se había enfriado—. Informé una posibilidad, jamás dije que fuera un hecho irrefutable. Además, tenía las imágenes de la cinta de seguridad para respaldar mis sospechas.
—Sospechas de una cinta de seguridad editada que fueron aceptadas inmediatamente por su audiencia como verdad —recalcó con actitud desafiante—. Siendo reportero, que desconozca el daño que su acusación iba a repercutir en la vida de esa oficial prueba que es un ignorante; pero si deliberadamente ignoró esa reacción en cadena no es más que una basura de reportero —sentenció—. Quiero usar este caso como ejemplo de lo peligroso que puede ser una noticia que por obsesionarse con el impacto margina la verdad.
El presentador Ried ya no sonreía. La dura reprehensión lo había anclado sobre su plataforma a varios metros del piso. Tenía los músculos paralizados y los ojos vidriosos, como resultado. Para sostenerle la mirada, Milly debía alzar la cabeza. Era cansino, pero lo soportó. Duraron unos segundos midiéndose las caras sumiéndose en una competición por quien cedía primero. De forma simultánea, la voz estaba corriéndose por la sala. Los presentes habían identificado a Milly como la periodista que dio la exclusiva para KT-TV. «¿No es la reportera que mostró ese vídeo en que salieron camiones transportando desechos químicos al interior de Britannia Chemicals?». «¡Sí, lo es! ¡¿Qué estará haciendo aquí?!». La pelirroja recordó haber leído el reportaje de Ried cuando estaba documentándose sobre el caso de Marianne Lamperouge: lo informó como suicidio por depresión postparto. No lo tomó demasiado en serio, sin embargo, mucha gente sí lo habría hecho en aquel entonces. A Lelouch le tuvo que haber sentado fatal. Más aun teniendo en cuenta que Diethard usó las palabras de un joven Lelouch en su contra.
En medio del tumulto, la pantalla pestañeó intermitente, lo que comenzó a captar la atención. Gradualmente, todos posaron sus ojos en la pantalla. En ese punto, se reprodujo el vídeo de la reunión entre el presentador Ried y Luciano Bradley en el club Malibú.
—¡¿Qué carajo…?! —exclamó el detective Asahina.
—Zero. Tiene que ser obra de Zero —masculló el fiscal Kururugi.
El presentador Ried con las pupilas dilatadas vislumbraba la pantalla. ¡La gente no podía ver esa grabación!
—… Como sea, esas son las instrucciones que el presidente te da por el momento. ¿Seguro que puedes enterrar el siniestro de Britannia Chemicals? —le había preguntado Luciano. El periodista se palmeó el muslo, partiéndose de la risa.
—¡Seguro! La gente prefiere las noticias que le gustaría escuchar antes que las que necesita en verdad —cacareaba Ried, cogió el Martini que había traído la camarera—. Agradezca que las olas de la consciencia arrastran las memorias hacia el mar del olvido. De lo contrario, le sería imposible al presidente mangonear a los otros —la sonrisa del reportero se ensanchó. Le guiñó traviesamente un ojo y bebió un trago.
El público prorrumpió en abucheos contra Ried. El susodicho ni les paró. Estaba inmerso en la pantalla. ¿Quién estaba haciendo aquello? ¿Qué pretendía obtener de él? ¡Koshimizu! ¡Sí, tenía que ser ella! ¡¿Por qué sino había desaparecido?! ¿Con qué los habría grabado? Tal cual si hubiera despertado de un mal sueño, el reportero se giró bruscamente. Sus ojos anduvieron a la cacería desesperada de la mujer entre la multitud. Lo embistió la desagradable impresión de reconocer pedazos de la joven bailarina en cada rostro. Fue como verla en todos lados y en ningún lugar. ¡El cansancio lo debía estar engañando! No estaba pensando con claridad. Cerró los párpados. Retrocedió. Aislado en su mente, recapacitó que daba igual dónde estaba. ¡Lo importante ahora era quitar la cinta! Saltó del escenario y se precipitó hacia la cabina de operaciones. Jaló la puerta. La sangre se le heló en las venas cuando encontró a Zero. «¡Zero! ¡¿Cómo?! ¡¿Por qué está aquí?!». Ried procesó todo rápido. Las piezas encajaron. Entendió que era el siguiente. Él mismo había reportado el presunto secuestro de la detective a manos de Zero y el del Dr. Bartley Aspirius. Le azotó la puerta. El enmascarado justiciero lo impidió pateándola de retorno. Ried echó a correr como alma que llevaba el diablo. Zero lo persiguió. La gente gritó sorprendida. La policía y el fiscal entraron en acción.
—¡Ese es Zero! ¡Síganlo! —ordenó el detective Asahina—. ¡No lo podemos perder!
—Tampoco a Diethard —replicó el fiscal Kururugi—. ¡Detective, vaya por él! ¡Zero es mío!
Paralelamente, Kallen tuvo la misma idea. Intuyendo la ruta de escape que tomaría Diethard, decidió adelantarse y esperarlo. Sin más, partió.
—¡Kallen, ¿adónde vas?! —exclamó Milly, confundida.
Pero ya la pelirroja estaba demasiado lejos para responder.
Ried bajaba las escaleras de dos escalones apartando a empellones a los que se cruzaban con él —hubiera cogido el ascensor, sino fuera porque estaba demorando en subir y Zero estaba cada vez más cerca. Para aquel punto, el enmascarado estaba perdiéndole alcance. Por suerte, las escaleras eran una zona estrecha y podía predecir a dónde iría. Suzaku, que estaba pisando sus talones, saltó por encima de la barandilla aterrizando al frente. Zero pegó un respingo.
—¡Alto ahí, Zero! ¡Estás arrestado!
—Lo siento, fiscal Kururugi. No tengo tiempo para estos juegos.
El enmascarado atrapó al fiscal envolviendo su cabeza con su capa arrimándolo fuera de su camino. El fiscal se fue de bruces contra el pasamanos. En aras de mantener el equilibrio, se agarró de él. Se volvió. Zero había reanudado su curso de acción. Suzaku cogió su capa y tiró de ella. Zero rodó cuesta abajo. Se las arregló para incorporarse y arremeter. Suzaku capturó su muñeca y se la dobló. Zero gruñó de dolor. Suzaku lo fue acorralando. Zero intentó aflojar su agarre golpeándolo en el riñón con la rodilla. No le hizo cosquillas. No tenía tanta fuerza. Cambió de táctica. Le pegó con la cabeza. Suzaku se sobó la frente. De su nariz manó un hilo de sangre. No permitió que la hinchazón lo desconcentrara. Lo empujó por atrás. Calculó mal en donde apoyar el pie y se derrumbaron sobre el rellano. El justiciero recibió el impacto en su hombro, lo que resintió su vieja herida. Se repuso con torpeza. Bajó despacio las escaleras. Suzaku se levantó jadeando, lo agarró del brazo y se lo curvó por la espalda. Zero sintió como toda la gravedad de su cuerpo se condesó en su estómago al chocar contra el pasamanos. Los dos podían caer desde el quinto piso y, aun así, no tendría más importancia que su pelea. Zero gimió de dolor cuando Suzaku apretó su hombro en el afán de inmovilizarlo. Envió su codo atrás golpeando su cabeza. Lo hizo una y otra vez hasta que lo liberó. Desafortunadamente, solo pudo darse la vuelta ya que Suzaku lo volvió a capturar por el cuello de su traje. Estiró el brazo tratando de despojarle la máscara. Zero miró por el rabillo del ojo los metros que lo separaban de una mortal caída. Por su mente fueron y vinieron fragmentos de su corta clase de defensa personal con Kallen. Recordó que con la muñeca se rechazaba el ataque del rival, así que abofeteó su mano y lo pateó en el pecho. La pared aminoró el impacto de la caída del fiscal. Zero usó esos segundos para reemprender la captura de Ried…
Entretanto, Ried se estrelló por accidente contra un guardia de seguridad. Viendo que también tenía a la policía detrás de él, Ried había cogido una pequeña desviación en el cuarto piso —decidiéndose a usar las escaleras del extremo contrario. Sus ojos siguieron la trayectoria del arma que salió disparada de la mano del guardia patinando en círculos por el piso. Gateó por conseguirla. No obstante, antes de que pudiera hacerse con ella, alguien lo rebasó.
—¡Ni un paso más, Diethard!
—¿Koshimizu?
Kallen apuntó al periodista con el arma. Se quitó unos mechones que le estorbaban la vista.
—Ponte de pie —resolló la pelirroja. Era una orden llena de aire.
—No te atreverás… —musitó el reportero, obedeciendo remisamente. Alzó las manos.
—¡Diethard Ried!
—¡Zero!
Entonces, el presentador se arrojó sobre Kallen y le arrebató la pistola. La rodeó con su brazo libre, apretándola contra su cuerpo y puso el cañón en su sien. Suzaku hizo acto de presencia. Observó primero a Zero, luego a Diethard y, por último, a Kallen. Se hizo a la idea.
—¡Fiscal Kururugi!
Era el detective Asahina, quien llamaba al fiscal desde el piso superior. El antedicho les hizo una seña. Pidiéndoles retenerse, tal vez.
—Fin del juego —jadeó Ried—. Van a dejarme ir o la mataré.
—Presentador Ried, piense bien lo que hace —advirtió el fiscal Kururugi—. No está acusado de nada grave. Créame. Es mucho peor ir a la cárcel por asesinato. Venga conmigo.
Zero divisó a Kallen. Estaba pálida como nunca antes. Su pecho subía y bajaba con rapidez. El miedo relucía en sus ojos que, al igual que dos flamas azules, temblaban. No podía usar el Geass en frente de Suzaku y Kallen. Estaba entre la espalda y la pared. Zero apretó los puños y rechinó los dientes de la impotencia. Ried tenía control de la situación. A regañadientes, se obligó a permanecer quieto. Con cautela, el hombre y su rehén fueron reculando y, al parecer, Suzaku dio un paso porque Diethard repitió su amenaza:
—¡HABLO EN SERIO! ¡NO SE ACERQUEN!
Kallen atisbó de soslayo la mano temblorosa del reportero. Era una emoción normal para los que empuñaban un arma por primera vez. Quizá podía usar eso a su favor. Le metió un codazo en sus entrañas. Intentó voltearse para tenerlo frente a frente; pero, entonces, Diethard la agarró por la cintura, la levantó en brazos, la tiró sobre la barandilla y escapó. La japonesa se sujetó de la barandilla, apenas sus dedos encontraron cómo asirse. Kallen sintió los músculos de sus brazos desgarrarse al oscilar peligrosamente sobre el precipicio. Su agarre fue flaqueando… Zero ahogó una exclamación de horror. Suzaku, por otro lado, jadeó conmocionado. Esto los forzaba a tomar una decisión.
«Deja que Suzaku la salve, deja que Suzaku la salve».
—¡Que alguien la ayude!
Los gritos en carne viva de la muchedumbre que columbraban la escena desde la planta baja sobresaltaron al justiciero enmascarado. «Es un peón, ve por Ried». A pesar de sus instintos, Zero se lanzó a agarrar a la mujer ya cuando sus dedos no aguantaron más; al tiempo que el fiscal fue en persecución del reportero Ried. Kallen se aferró a la mano de Zero y este, a su vez, haló a Kallen hacia él con ambas manos. Ella no se movió ni un milímetro. Zero insistió de nuevo jalándola y dando marcha atrás. Aun cuando le escocía la herida del hombro. Aun cuando la mano sudorosa de Kallen estaba resbalando por sus guantes. Aun cuando estaban cediendo sus fuerzas. Hubiera sido el momento perfecto para dejarla caer. Había hecho todo por salvarla. No podía más. Pero sabía que hacer lo humanamente posible no era suficiente. Tiró de ella una vez más cuando oyó uno de sus huesos crujir. ¿Se había dislocado el hombro? Por su manga, Zero oteó que fluía un delgado río de sangre que al hallar por donde salir cayó en el rostro de Kallen en forma de gotas.
—Es inútil. Está bien, Zero —gimió Kallen con los ojos brillantes—. Déjame ir. Hiciste…
—¡CÁLLATE! —la atajó Zero—. ¡NO DIGAS QUE ES TU FIN PORQUE NO LO ES! ¡No voy a dejarte ir! ¡Y tú no te vas a rendir! ¡¿Me entiendes?! —rugió—. Escucha, voy a jalarte otra vez y tú vas a impulsarte. ¡¿Está bien?!
—S-sí —balbuceó Kallen.
Haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban y sacándolas de dónde no tenía, volvió a jalarla. Kallen soltó una mano para apoyarse de la barandilla e impulsarse. Zero se imaginó a Kallen yaciendo en una laguna de sangre con los miembros contorsionados, el cráneo roto y los ojos vacíos. Era la imagen de lo que ocurriría si aquel intento resultaba mal. Y tal parece que la horripilante visión redobló sus esfuerzos. «¡No voy a perder a nadie más!». Sintiéndose poseído por una nueva fuerza casi sobrenatural, Zero la levantó por encima de la barandilla. Fue por un segundo porque al siguiente, incapaz de sostenerla a ella y a sí mismo, Kallen se desplomó sobre Zero. Los dos chuparon aire en cantidades astronómicas para recobrarse del susto. La pelirroja le lanzó una mirada de soslayo al hombre que estaba debajo de ella. «Esa voz…». No pudo acabar de dar forma a su pensamiento ya que oyeron unos pasos avecinarse y si se trataba de quienes sospechaba que eran… Zero empujó a la pelirroja y huyó. Al cabo, la policía desfiló corriendo por su lado siguiendo a Zero. Ninguno se detuvo para ayudarla a pararse. Fue Milly quien lo hizo.
—¡Kallen! ¡Kallen! ¡Maldita sea, ¿estás bien?!
Kallen no reaccionó. Continuaba abstraída en el shock. Su vida entera había pasado delante de sus ojos en un flash y solo tenía cabeza para una cosa: «¡Lelouch! ¿En dónde está? ¡Tengo que verlo!».
Ried había llegado al estacionamiento. Había conseguido extraviar al fiscal en la mezzanina zambulléndose en un mar de gente que recién salía de hacer sus compras, mas se dijo que no podía confiarse. Zero o la policía podían aparecer de la nada. Corrió hacia su coche. Abrió la portezuela y se echó en el asiento del conductor. Insertó la llave. Se enredó poniéndose el cinturón. Tanta era la premura que tenía que hasta en lo más simple se embrollaba. Por fin le había cogido el truco cuando avistó en el retrovisor a Suzaku sentado en la parte trasera.
—¡Fiscal Kururugi!
El chasquido del arma apuntando en su nuca lo hizo descartar cualquier plan de contingencia.
—No diga nada y conduzca —masculló Suzaku con voz ríspida—. Yo le indicaré a dónde ir.
El motor se prendió al término de aquella fría indicación. Con el corazón palpitándole a mil, el reportero pisó suavemente el acelerador un par de veces. Se obligó a enfocarse al frente y colocar las manos en el volante. Arrancaron lejos.
Por otra parte, Zero había perdido el rastro del periodista. Burló a los policías, escabulléndose por un pasillo y escondiéndose detrás de una columna. En una persecución, la opción menos lógica era permanecer inmóvil. La parada le permitió recuperarse un poco. Rescatar a Kallen había exprimido sus energías. La policía pronto daría con él si no diseñaba un plan. Decidió improvisar. Sacó su pistola de la funda. Abrió el cargador. Contó cuántas tenía. Le quedaban tres. Sacó dos balas. Una la guardó y la otra la metió en una recámara diferente. Acomodó todo y disparó al detective avisando su ubicación. La bala rebotó en el recodo. Volvió a la carga. No salió ninguna bala. Trató dos veces más. Nada. Maldijo entre dientes. Zero salió de su escondite con las manos en alto declarando su derrota. Suspicaces y temerosos, los oficiales le ordenaron poner su arma en el suelo. Zero comenzó a agacharse. Los oficiales estaban siguiendo con la mirada sus movimientos cuando disparó. La bala perforó la pierna del detective Asahina. Los reflejos de la policía fueron lentos y el enmascarado aprovechó eso para seguir disparando hasta desarmarlos. Como eran tres, pudo con ellos. Sin más, bajó al estacionamiento optando por la escalera de emergencia. Escudriñó su entorno. Ni Ried ni su auto estaban.
—¡Maldita sea!
—Tu noble amigo Suzaku se llevó a Ried —anunció C.C., que tenía rato resguardada en las sombras espiando—. Llamé a Tamaki. Si te das prisa, podrás alcanzarlos.
La instrucción de C.C. fue sofocada por el chirrido de los neumáticos de una camioneta que se dirigía alocadamente hacia ellos. El vehículo que estaba a punto de atropellarlos derrapó súbitamente, deteniéndose en seco. Las puertas se abrieron de par en par.
—¡Súbete, compadre, que el fiscal y el rubio se nos van! —instó Tamaki.
Zero brincó al interior y Tamaki cerró de un portazo. La camioneta aceleró. Sugiyama dio un tremendo volantazo y viajó en dirección a la salida. C.C. los acompañó con la mirada hasta que desaparecieron en la oscuridad. Inclinó la cabeza. Zero había goteado algo de sangre en el asfalto. ¿Qué pretendía el fiscal Kururugi con el reportero Ried? ¿Y por qué Lelouch había comprometido su propósito salvando a Kallen?
En el pequeño estudio de la antigua casa de Suzaku había una caja fuerte. La contraseña para abrirla era una combinación de las fechas del cumpleaños de su madre y el aniversario de la boda de sus padres. Ella atesoraba una pistola que había sido propiedad de su padre. Cuándo y por qué la adquirió eran preguntas que jamás conocerían respuesta. Una vez el joven Suzaku sorprendió a su padre puliéndola. Lo hacía todos los lunes en la tarde, ya cuando se desocupaba. Después de su muerte, Suzaku pasó a limpiarla él mismo. Nadie le pidió que lo hiciera. Es más, ni el comisionado Tohdoh ni nadie sabía de su existencia. Él simplemente se sentó en el escritorio de su padre y empezó a limpiarla. Un gesto automático. Suzaku no sabía con exactitud por qué lo hizo, aunque tenía una teoría. De alguna forma, sentía que se conectaba con su padre. Con aquella misma pistola, el pequeño Suzaku mató a su padre, lo que le dejó una cicatriz de por vida entre el pulgar y el índice. Al ser la primera vez que manipulaba un arma, se había cortado con el corredor por accidente. Error de novato. Con aquella misma pistola, Suzaku estaba coaccionando al reportero Ried para que hiciera su voluntad.
Suzaku llevó al periodista a una casa de aspecto desvencijado que la policía había precintado. La casa era parte de un caso que estaba por cerrarse. Según había oído, asesinaron a su dueña. No estaba al tanto de los detalles y todo lo que le importaba era que la casa estaba desocupada y, por extensión, disponible. Suzaku le ordenó a Ried deslizarse por debajo de la cinta policial. Luego de imitarlo, allanaron la sala. Allí se quedarían mientras aguardaban a Zero. Era el lugar perfecto, pues el vecindario era tranquilo y, a juzgar por la hora, los oficiales probablemente se habían echado una siesta o se habían ido a comer. Sin dejar de encañonar a Ried, Suzaku fue movilizándose por todo el cuarto corriendo las persianas de todas las ventanas y entreviendo a través de ellas.
—Póngase cómodo.
Ried miró a su captor con incredulidad y extrañeza. Buscaba indicios que le revelaran que estaba bromeando, pero la expresión de Suzaku era avinagrada como últimamente lo había sido, así que se sentó en un sillón.
—¿Por qué no abandona los rodeos y me dice qué es lo que quiere de mí? —rezongó Ried.
—A usted no, Ried. A Zero. Es a él a quien quiero y usted es a quien él quiere —le contestó Suzaku sin distraerse de su tarea.
—Entiendo. Soy la carnada —observó Ried—. Y supongo que si me trajo aquí a espaldas de sus compañeros no será porque quiere invitarlo a beber el té. Lo planeó todo, ¿eh, fiscal?
Suzaku ignoró la insinuación maliciosa del periodista. Tomó asiento en el sofá junto a él.
—Zero se autonombra un aliado de la justicia. Sus anteriores objetivos incurrieron en delitos severos, al punto de que la policía emitió órdenes de arresto contra ellos. ¿Por qué cree que está en el radar de Zero?
—Para ser honesto, no lo sé —repuso, encogiéndose de hombros—. Soy un buen hombre.
—Quizás su crimen no fue muy grande. No necesariamente tuvo que asesinar o robar a alguien —sugirió Suzaku paciente—. Pudo haber aceptado sobornos o incluso haber informado mal.
—Yo nunca he informado mal —graznó el reportero, a la defensiva.
—¿No? ¿Ni una vez siquiera dijo una mentira para darle a su público y a su planta televisiva lo que querían? —cuestionó. El periodista Ried permaneció callado—. Bueno, digamos que es así. ¿Por qué se asoció con Britannia Corps?
—No estoy asociado con Britannia Corps. ¡Qué más quisiera ir a la misma panadería a la que el presidente Charles va a comprar su pan! —rebatió Ried caustico, reprimiendo una risita—. Él es el candidato favorito para la presidencia y es mi deber entrevistar al hombre que quizás gobernará nuestro país y dar a conocer su programa político a la audiencia.
—Entonces, ¿está diciendo que el presidente Charles no participó en el reportaje que publicó hace diecisiete años en que aseguró que la muerte de Marianne Lamperouge fue un suicidio y en que editó las declaraciones de un niño para apoyar su afirmación? —inquirió Suzaku.
—¿Asegurar? ¡Pffff! —Diethard explotó en una carcajada—. Yo solo presenté una sospecha que estaba respaldada por evidencias, pero no la concluí. Culpe al detective y al fiscal. No a mí. De lo único que soy responsable es de reportar la información que ellos recabaron.
—¡Diga la verdad! —ladró Suzaku, irritándose.
—Estoy diciéndole la verdad —afirmó, envarándose—. Fiscal Kururugi, usted no me asusta.
Ahí estaba nuevamente. Ese tono paternalista que lo sacaba de sus casillas, saliendo esta vez de la boca de Ried. Apenas habían interactuado en dos ocasiones y ya estaba tratándolo con cercanía. Lo enfermaba. Suzaku realizó un movimiento con la cabeza. Inhaló hondo. Vació el tambor del arma. Todas las balas desembocaron en el piso. Recogió una, la embutió en una de las cámaras y giró el cilindro rápidamente. El reportero Ried, que seguía atento las manos de Suzaku con los ojos desorbitados, hizo un mohín.
—De seguro ya está familiarizado con este jueguito. Dos jugadores, una bala y un superviviente. Si contesta con honestidad a mis preguntas, finalizaré el juego. Sino, continuaremos hasta que uno muera —explicó con una inquietante calma—. ¿Por qué se asoció con Britannia Corps?
—Usted no… —tartamudeó el reportero Ried—. No lo hará… No puede…
Suzaku silenció al reportero colocando la boca del cañón en su sien y tirando el gatillo. Ried no se había percatado de que el nudo en su garganta era una bola de saliva hasta que su captor volvió a hablar y él pudo tragar:
—¿Por qué no puedo? Escuche, si yo pierdo, será libre de irse de aquí y si yo gano, tendré la información que quiero. Es un ganar-ganar.
—¿Y si en el juego se quita la vida? —inquirió con recelo—. ¿Para qué habrá sido todo esto?
—Da igual —replicó Suzaku. Era su turno de encogerse de hombros—. No tengo mucho que ofrecerle al mundo y el mundo no tiene nada bueno que ofrecerme, ¿usted, sí, reportero Ried? —Era una pregunta abierta, por supuesto. Suzaku lo apuntó en el rostro y lo apremió—: responda.
—Porque el presidente Charles es un gran hombre.
El entrecejo de Suzaku se acentuó más y apretó el gatillo, lo que descargó un escalofrío a la médula espinal del hombre. Suzaku apoyó el cañón del arma en su sien.
—¡Digo la verdad! —bramó—. Mi sueño siempre ha sido grabar una conmovedora historia. Cuando me reuní con el presidente Charles, tuve la sensación de que él podía darme eso.
—¿Está diciendo que se unió a él porque quería hacerse famoso?
—¡No, no! —espetó, con tanto ímpetu que salpicó saliva a Suzaku—. Porque quería formar parte de un gran evento. Vivir la emoción y filmarla para revivirla cuanto me placiera…
El reportero Ried se calló cuando sonó el chasquido del gatillo. Suzaku viviría otro rato más.
—Ried, le juro que no lo juzgaré —titubeó Suzaku—. Si me dice que se alió con el presidente Charles porque lo extorsionó o tenía alguien a quien proteger…
—¡¿Cuántas veces tengo que repetirle que estoy siendo sincero?! —gimió Ried, vencido por el cansancio—. ¿Usted nunca ha tenido un sueño de vida? ¿No sacrificaría su mente y su corazón por sus sueños, si está convencido de que merezca la pena dejarse la vida por ellos porque podrían revolucionar el mundo en el que vive? —interpeló. Los rasgos de Suzaku convulsionaron—. ¿Por qué me mira como si estuviera desquiciado? ¿Aún cree que estoy mintiendo o es que la verdad no coincide con sus expectativas? —lo encaró Ried entre risotadas descontroladas, a nada de rogar por su vida. Pero Suzaku ya no lo escuchaba. Aquella pregunta lo había empujado a su inconsciente—. ¡Es verdad! Yo no creé las reglas en el periodismo. ¡Son las personas las que quieren escándalos! Así es como ha sobrevivido este mundo; así es como siempre ha funcionado. No soy más que el último eslabón de una larga cadena. ¡¿Por qué soy un pecador por darles lo que quieren?! ¡Soy un buen hombre!
—¡No! —objetó Suzaku volviendo en sí. Apretó la pistola con gran fuerza y dirigió al reportero Ried una mirada fulminante que lo clavó en el sillón. El brillo en sus ojos verdes se había apagado. Nada más quedaba una sombra espeluznante—. Había hombres buenos en Pendragón…
—¡Espere! —chilló aterrorizado el reportero Ried. De alguna manera extraña, los dos intuían que el próximo disparo sería el último—. ¡No, por favor! ¡No me mate! ¡Soy bueno! ¡Soy bueno!
—…Pero ya no.
Suzaku apuntó al periodista con el revólver. Los segundos sucesivos transcurrieron a paso de cuentagotas. Ried vislumbró a su captor. En sus miradas ambos supieron que aquel iba a ser el disparo final. Ried abrió la boca. El grito se le trabó a mitad de garganta. El dedo de Suzaku se deslizó del guardamonte al gatillo. A punto de apretarlo, oyeron un vidrio hacerse añicos. La ventana del fondo se había roto. Zero cayó rodando por el suelo. Se reintegró con presteza, cogió la muñeca del fiscal y se la levantó. La bala atravesó el techo. El reportero Ried se fue al suelo y se fue gateando. No logró llegar a ningún lado porque, antes de que pudiera abrir la puerta, los Caballeros Negros irrumpieron en el umbral. Sugiyama golpeó a Diethard en el abdomen y así fácilmente él y Minami consiguieron trasladarlo. Zero y Suzaku forcejeaban, por otra parte. Zero le retorció la muñeca y le encajó un fuerte puñetazo en la mandíbula que lo derribó. Una galaxia de estrellas nubló el campo de visión de Suzaku al flexionar los brazos tratando de levantarse. Rápidamente, Zero haló a Suzaku de la chaqueta, poniéndolo de pie, le cogió el brazo y se lo dobló por la espalda, sacándole un alarido. Aplastó su cabeza contra la pared violentamente.
—¡¿Qué coño te sucede?! —reprochó Zero—. ¡Eres el fiscal Kururugi, el Caballero Blanco! Eres uno de los pocos fiscales rectos que hay y el de más renombre. Si te corrompes, no habrá nadie dentro del sistema judicial que pelee por los intereses de los ciudadanos de este país y tu lucha contra la impunidad habrá sido en vano…
Inesperadamente, Suzaku se deslizó por debajo del brazo de Zero. Invirtiendo las posiciones en las que estaban. Al estrellarse, Zero gimió, adolorido. No existía forma de que ganara en la pelea. En combate, el joven fiscal era superior. Sin contar, además, que no estaba luchando al máximo de sus capacidades: su hombro se había resentido. Fue por esa razón que Zero no vino solo. Tamaki golpeó a Suzaku en la cabeza. Este se desmoronó inconsciente.
—Yo no era el mejor de los dos, Suzaku. Lo eras tú —musitó Zero.
El enmascarado oteó de refilón a Tamaki y le hizo una seña. El gánster se dio la media vuelta, marchándose primero. Zero rodeó al fiscal y fue a la vanguardia. La camioneta aguardaba en las afueras ronroneando como un animal al acecho con las puertas traseras abiertas de par en par. Se montaron. El presentador Ried estaba atado con las manos cruzadas a la espalda y los ojos agrandados por el pánico. Atendiendo las indicaciones de Zero, no le habían puesto una mordaza. El hombre, más blanco que la cal, encogió las piernas al reconocer a su captor que comenzó a acercársele.
—¡¿Qué quieres?! ¡Por favor, te daré lo que deseas! ¡Únicamente no me hagas daño!
—Tranquilo, Ried. Tan solo vine a pedirte un favor…
Un pequeño compartimento secreto de la máscara se desplazó a la izquierda dejando asomar un ojo rojo con un extraño símbolo resplandeciente…
Una hora después, llegó una ambulancia. Nada más hubo tres heridos. Policías. No muertos. Por petición de Milly, Kallen dejó que uno de los paramédicos la examinara. No encontraron nada, salvo una mujer recuperándose apenas de un susto mortal. Ni cuando la secuestraron y la apuñalaron Kallen fue tan consciente de que estuvo al borde de su muerte. Estaba asustada, sí. Podría ser la tercera vez que había tenido miedo de verdad. Pero no estaba paralizada. Al contrario, se sentía más viva que nunca. Era extraño. Tras despedirse de Milly y agradecerle por acompañarla, se puso en rumbo al bufete de abogados. Había intentado llamar a Lelouch y a C.C. De inmediato, la enviaban al buzón de voz. ¿Estarían en un área sin señal? ¿O se les habría agotado la batería? ¿Estarían al menos juntos? Esa idea la perturbó por alguna razón fuera de su entendimiento. Como sea, ellos no estaban en el despacho; por lo que se encaminó al hotel en que Lelouch reservó para la misión. Si acaso Lelouch era… Bueno, tal vez estaba ahí a esa hora de la noche porque le apetecía estar solo. La verdad era que estaba intentando adivinar. Cuando creía conocer todo sobre Lelouch, descubría algo nuevo. Ella se consolaba diciéndose a sí misma que sabía lo importante de él. Podría ser imbécil, orgulloso, arrogante, pragmático, egoísta, embustero, despiadado, rencoroso y manipulador; no obstante, y aunque sonara contraproducente, también podía ser amable, empático, compasivo, valiente, cálido y sorprendentemente altruista. A Kallen todavía la anonadaba que hubiera alguien en el mundo que pudiera contener dos rasgos antagónicos. Aun así, era lo que había visto, oído y sentido.
Las luces del cuarto estaban encendidas cuando Kallen pasó al interior. Había alguien ahí y, según parecía, no advirtió su presencia. Pisó cuidadosamente. En esto, una sombra cruzó la estancia. Era Lelouch. Estaba sin camisa. Dejó algo sobre la cama. Kallen se asomó discreta. Vio que ese algo era el botiquín de primeros auxilios. De hecho, había una pequeña mancha de sangre en la gasa que tenía en el hombro. Se le aceleró el corazón. No podía ser casualidad. Sus ojos revolotearon hacia las manos de Lelouch. Estaba cortando vendajes. Con dificultad, Lelouch trató de quitársela tirando de ella. Automáticamente, su expresión se crispó. Su dolor traspasó a Kallen. Decidió ayudarlo. Volvió sobre sus pasos, abrió la puerta y la cerró más fuerte para avisarle su llegada. Ella avanzó con timidez. Incluso si estaba sin camisa, Lelouch no lucía vulnerable.
—Ya regresé. Vi el vídeo, aunque no te vi a ti. Tampoco pude comunicarme contigo.
—Perdón, fue culpa mía. Apagué mi teléfono. No quería correr el riesgo de que una llamada saboteara nuestro trabajo. Olvidé encenderlo ya cuando había salido del edificio. Decidí que era mejor que no me vieran ahí.
—Puedo entenderlo. Una lástima. Hubieras visto la cara de Ried. Estaba impactado.
—Me lo imagino —sonrió Lelouch con malicia.
—También fue una lástima porque te perdiste a Zero. Apareció poco después de que el vídeo se reprodujo —dijo Kallen. Estudió la reacción de Lelouch. Sus facciones no se alteraron. ¿Por qué no tenía nada que ocultar o no le importaba? Le frustraba no saber qué estaba pensando.
—¿Ah, sí?
—Sí, se presume que secuestró a Ried y a Suzaku. Los tres desaparecieron como por arte de magia —contó. De nuevo, Lelouch no lucía asustado ni aturdido—. ¿Y qué te ocurrió?
—Algún movimiento brusco. A veces olvido que no me han quitado los puntos de mi herida en el hombro.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó. «Bueno, me he atrevido». Kallen estaba segura de que ella y Lelouch ya no eran los desconocidos que alguna vez hablaron frente al apartamento de él; mas no podía estar segura cuánta confianza había en su relación—. Si aún recuerdas, a mí también me dispararon. Sé lo que es una herida de bala y tengo cierta experiencia con vendas. Las lesiones son recurrentes en el terreno de las artes marciales mixtas.
Lelouch fijó su mirada penetrante en ella. Estaba considerándolo. Experimentó por segunda vez la sensación de que estaba metiéndose en su piel. Si acaso tenía visión de rayos X, podría apreciar que su corazón latía desbocadamente. Sin decir ni una palabra, Lelouch se sentó en la cama, cogió las tijeras y se las tendió. Kallen se acercó vacilante. ¿Por qué estaba nerviosa? Aceptó las tijeras. Estaban heladas. Se subió a la cama. Se arrastró de rodillas hasta ponerse detrás de él. La gasa estaba bien pegada a su hombro. Solo había una forma de cortarla. Metió dos dedos debajo de la malla, ejerció presión y la elevó formando un hueco. Procediendo con cautela, la cortó. Sacó los dedos. Se deslizaron por su piel suave, lo que agitó su respiración. Retiró la gasa. Observó su herida. Su espalda era lisa. Los puntos de sutura arrugaban la piel del hombro, enrojeciéndola. Contrastaba con su bonito tono mármol…
—¿Cómo está?
La pregunta pilló desprevenida a Kallen. Lelouch repitió la pregunta, circunspecto. La mujer meneó la cabeza.
—Quedan descartadas la irritación. Hasta donde alcanzo a ver, la herida no se reabrió ni está hinchada. El hilo se movió de lugar únicamente —informó, balbuceante—. Debe de dolerte. Cambiaré tu vendaje.
Lelouch suspiró. Kallen lo interpretó de buen modo. Notó que él lo había preparado todo: en la mesilla de noche estaba un recipiente lleno de agua y una toallita. La cogió, la mojó y lavó la herida con delicadeza. De cuando en cuando miraba a hurtadillas a Lelouch para asegurarse que no lo estaba lastimando. Seguidamente, Kallen cubrió la zona afectada con una fina capa de vaselina y una gasa. Ya para finalizar, Kallen se bajó de la cama y agarró las vendas que estaba cortando. Se ubicó delante de él. Lelouch se irguió. Tenía que inclinarse para rodearlo con la venda por detrás. Intentó tranquilizarse inspirando antes de continuar. Se concentró en el resplandor blanco de su piel, la curva de su cuello, en la forma de su oreja, en el pulso que aleteaba rítmicamente en su garganta; lo que empeoró todo porque la hizo darse cuenta de lo cerca que estaban. La mujer fue pasando la venda del hombro al brazo y viceversa hasta que estuvo listo. Lelouch le pidió ayudarlo a ponerse su camisa. Kallen la agarró obedientemente. La mantuvo extendida mientras Lelouch metía un brazo por una manga y luego la otra. Nada más torció el gesto al llevar el brazo al cuello de la camisa para arreglársela. Debía ralentizar sus movimientos. Kallen lo rodeó. No se había abotonado la camisa. Tal como pensó, no era musculoso (ni siquiera estaba en forma) y su cintura era muy estrecha; aunque la anchura de sus hombros y espalda y su pecho plano le brindaba armonía a sus proporciones y, por tanto, esbeltez al cuerpo. Si fracasaba como abogado, a lo mejor podía tener futuro como modelo. En su espontánea inspección, divisó el símbolo del Geass entre sus clavículas.
—¿Qué es eso?
—Es una marca de nacimiento.
Ni lo había meditado cuando al vuelo Kallen tocó el símbolo del Geass. Esta vez fue Lelouch quien jadeó. Atrapó la mano de Kallen adivinando lo que iba a hacer. Ella lo miró a los ojos, tratando una vez más de leer sus pensamientos. Durante un instante, se ensimismaron en sus propias respiraciones aceleradas. Y, en un determinado punto, aquellos ojos duros y fríos como el hielo encendieron algo en su interior. Presintió que a él le estaba sucediendo igual, porque, entonces, sin desviar la mirada, la soltó. Kallen dio un paso hacia adelante y acarició su marca con dulzura estremeciendo a Lelouch. Movida por el impulso o por la ocasión o por ambas cosas, ella bajó la cabeza. Sus labios flotaron encima de su clavícula aguardando que Lelouch retrocediera. No sucedió. Besó su clavícula. Lelouch se estremeció ante el toque de sus labios ardientes. Eran cálidos y suaves, tal como él imaginó. Sintiéndose audaz, Kallen tornó a besarla. Tanto él como ella sabían que si ambos giraban la cabeza en el ángulo correcto sus labios se encontrarían. Y ella quería… Deseaba…
—¿Pudiste examinar tu herida? ¿No fue nada grave?
Kallen se echó para atrás. Instantáneamente, se puso a deambular por el cuarto a fin de evitar ver a C.C. Estaba ruborizada. Se aferró a la débil esperanza de que el paseo hiciera bajar los colores. Se rascó la nuca. Lelouch comenzó a abotonarse su camisa. En su semblante no eran tan vívidas las emociones; pero si Lelouch se ponía bajo la luz se podía apreciar sus mejillas pintadas de un tenue rojo.
—Para mi buena suerte, no —contestó el hombre con parquedad—. Solo se movió el hilo de lugar. Kallen me ayudó a cambiar mi vendaje.
—Vale —asintió ella. Al punto, ladeó la cabeza hacia la pelirroja—. Kallen, ¿podrías traer a Shirley?
—No hace falta… —comenzó a decir Lelouch, ahíto.
—Claro que sí —discutió C.C.— No podemos arriesgarnos a que se te infecte o, peor, se te reabra la herida; así que, Kallen, ¿traerías a tu encantadora compañera de piso?
—Pero si Shirley es una veterinaria… —apostilló Kallen, aturdida.
—Que conoce a Lelouch. Los médicos no son muy confiables hoy en día y necesitamos una intervención de emergencia —explicó C.C. con tal convicción que, aun si su argumento era insatisfactorio, su tono racional le imprimía una extraña lógica.
—Está bien. ¡Ah! Lelouch, una cosa más —anunció Kallen. El aludido la miró expectante—. Gracias —por última vez, el rostro de Lelouch no sufrió alteraciones. O eso parecía a simple vista. Kallen añadió, aturullada—: gracias por dejarme ayudarte. Bien, ¡me voy!
La pelirroja quizás no tenía la agudeza mental de Lelouch ni C.C., pero podía detectar cuando no era querida en un espacio. Realizó un ademán y dejó el cuarto.
La Wicca esperó hasta oír la puerta cerrarse y serpenteó hacia Lelouch. Lo abofeteó. Por supuesto, él había intuido que ella quería hablar a solas. No sabía exactamente con qué lo sorprendería. Todavía después, no dio muestras de enfado ni de desconcierto. Es más, parecía haber aceptado apaciblemente la cachetada —como si supiera, en el fondo, que la merecía—. Eso la enardeció.
—¿Qué coño fue eso? ¿Por qué dejaste ir a Ried?
Aunque su voz era serena en el exterior, una amargura poco perceptible raspaba sus palabras.
—Castigar a los impunes es una parte del trabajo de Zero, yo creé esta entidad para proteger a los indefensos de la injusticia como la ley nunca podrá hacerlo —se justificó con aplomo.
—¿Estás diciéndome que si la situación se repite en las mismas condiciones actuarías igual? ¿Salvarías a Kallen o a cualquiera, porque tu papel te lo exige? Tú, el hombre que mira a sus subordinados como peones en un tablero de ajedrez y que guarda un expediente con nuestros crímenes en caso de traición —cuestionó, claramente escéptica—. Aclárame algo, Lelouch. ¿Qué es Kallen para ti? ¿Una pieza de tu rompecabezas? ¿Una herramienta para coronar tus objetivos? ¿Un arma contra tus enemigos?
—Es un peón al igual que los Caballeros Negros.
—¿La amas? —soltó, desestimando la respuesta.
Lelouch sintió su cuello tensarse.
—¿Qué?
—Lo que oíste —repuso. No iba a caer en el ardid de Lelouch—. ¿La amas?
—No.
—Mientes —siseó C.C., enfática. Era la primera vez que alzaba la voz. Por un motivo válido. Nunca, en los cinco años que llevaban tratándose, se habían mentido. No había necesidad de disimular lo que eran: ella era una ladrona y una falsificadora y él, un abogado. Apenas había diferencia—. No eres tan buen mentiroso como crees que eres. Habrás aprendido a dominar tu lengua, pero no tus ojos. Un detalle que pocos perciben —señaló forzando una sonrisa—. Tu mirada desdice lo que sale de tu boca. Sientes algo por ella.
Ante la acusación, Lelouch sintió la inquietud reptar en su interior y enroscarse en su corazón rumorosa y ansiosa. Se las apañó para mantenerse impávido. Prosiguió mirando a C.C. Sus ojos eran implacables. Se figuró que le estaban agujerando el cráneo.
—¿Y tú? ¿Qué me dices de ti? —interrogó. Su voz era poco más que un susurro—. ¿Hubieras podido ir detrás de Ried, aun cuando tu amiga estuviera en la pendiente de su muerte?
—Le habría destrozado los huesos de sus manos con lo que tuviera al alcance si así le hubiera ahorrado el sufrimiento y si así hubiera cumplido mi propósito —contestó C.C. sin titubeos. Ella también sabía jugar al juego de las miradas—. ¿No juraste que ibas a destruir a Britannia Corps?
—Sí, se lo juré a mi hermana —confirmó—. Y desde ese día he podido dormir por las noches, me he motivado a seguir adelante, he conseguido alejar a los fantasmas en mi cabeza. Vendí mi alma porque era la forma de destruir a mis enemigos —enfatizó con ímpetu y añadió con un gemido quebrado—; pero no vendí mi corazón.
—Ese es el problema —rumió—. ¿No te das cuenta? No se trata de las personas que arrastres a tus planes, sino de lo que sientes por ellas. Tu amor asesinó a Euphemia li Britannia. Si no hubieras querido mantenerla cerca, la habrías rechazado cuando te propuso una alianza y no le habrías servido aquel vino. Y si no fuera por tus sentimientos por Kallen, habrías capturado al reportero Ried y el fiscal Kururugi no habría estado a punto de asesinarlo. No lo impediste porque lo emboscaste, solo fue un golpe de suerte. Si la destrucción de Britannia Corps es lo que quieres, nada te debería importar más —sentenció C.C. Hizo una pausa. Quería examinar su rostro. A simple vista, ningún cambio; pero si agudizaba los oídos oiría los jadeos rápidos de Lelouch. Los mismos de una presa acorralada en una trampa. Estaba atrapado en su nudo. C.C. lo apretó—. En esta ciudad, todos los hombres y mujeres tan solo conocen la existencia de un dios y seguirán haciendo y deshaciendo lo que les apetezca si no comienzan a creer en un demonio que los castigue. Puedes hacer que crean en ti. Puedes hacer que te teman. Puedes desafiar a dios. Pero eso no podrá suceder si no te libras de tu corazón… —ilustró pinchando el centro de su pecho con un dedo. No apartó sus ojos ambarinos de los suyos.
—¿Estás diciéndome que si hubiera sido tú quien habría estado colgado de la barandilla y no Kallen? ¿Tampoco hubieras querido que te salvara?
—No.
—¿Y si hubiera sido yo el que colgaba hacia su muerte y tú hubieras sido Zero, no me habrías ido a rescatar?
—No —replicó C.C. con la misma frialdad, aunque ligeramente menos segura que antes.
—Eres una mujer horrible —Lelouch escupió las palabras como si fuera veneno en sus labios.
—¿Sí? —instigó en un murmullo—. Adelante, dilo. Que soy mentirosa, manipuladora, cruel, egoísta. Estás en lo cierto. Soy todo eso y ¿sabes qué? Tú también lo eres —dijo C.C. con un sombrío placer—. Creo que descubrí porqué nos llevamos tan bien. Es porque somos iguales. Los dos estamos rotos. Los dos estamos sucios por nuestros pecados. Pero no lo reconocerás. Te crees mejor porque naciste en el seno de una familia disfuncional de clase media que le sobrevino una desgracia, cuando la verdad es que tu naturaleza es igual de perversa o peor.
—Maldita bruja —masculló Lelouch con acritud—. No creo en nada de lo que dijiste. ¿Sabes por qué? Porque tus ojos son sinceros. Hasta hace cinco años jamás me había topado con una ladrona que tuviera esos ojos. Quizá, por eso, te saqué de la cárcel y te traté francamente. De una extraña manera, me recordabas a mí mismo. Y por esa razón te despreciaba, al principio —confesó—. Cometí un error permitiéndote ver mi corazón; pero tú también me dejaste ver el tuyo y ese fue tu error. Solo tengo una pregunta: ¿cuándo te volviste un ser tan repulsivo? —indagó, asqueado.
Lelouch resopló y se encerró en el baño. C.C. se quedó plantada digiriendo sus palabras. ¿De veras haría todo lo que dijo? ¿Dejar morir a Kallen, su disque amiga? ¿Abandonar a Lelouch a las garras de la muerte, el único que le había compadecido y el primero que la había tratado como un ser humano? De pronto, le urgió un cigarrillo. Su bolso estaba guindado en una silla. Sacó el paquete con premura. Cogió uno y lo encendió. A medida que lo chupaba, su cabeza se iba despejando.
Para la sociedad, era un bicharraco; para el Proyecto Geass y el presidente Charles, una rata de laboratorio; para Mao, una morfina; para su vieja compañera de piso, un cachorrito que recogió de la calle; para el presidente Schneizel, un micrófono; para Kallen, una amiga; para Lelouch, una cómplice…, o de eso había estado segura. ¿Había estado mal su percepción? ¿O había algo que no consiguió leer? ¿Qué era para él? Ahora, quería hacerle las mismas preguntas que le hizo sobre Kallen, esta vez aplicadas a ella. Tendría que morir con la duda.
El cigarrillo estaba tocando su fin. Ya le estaba quemando la punta de los dedos. Lo dejó caer. Se dispuso a aplastarlo con la punta del tacón cuando cambió de idea. Estaban acabándosele los lugares para cortarse. Necesitaba expiar sus pecados esa noche y drenar los sentimientos que la estaban sofocando; de manera que se agachó, recogió la colilla y la apagó lentamente, contra el revés de la mano, apoyándola contra las venas azules. Cerró los ojos y se entregó a su dolor.
Llevaba más de media hora pitando el celular de Suzaku en el bolsillo de su pantalón sin que este, aún inconsciente, pudiera responder. Tras insistir incesantemente, fue recobrando el conocimiento poco a poco. Suzaku se movió con pereza retomando el control de su cuerpo, se apoyó en la palma de sus manos. Se mareó. Gimió al acariciarse la cervical que le palpitaba de dolor. Se acordó todo de golpe, tal cual si un meteorito le hubiera pegado en la cabeza. La conferencia, el enfrentamiento, el interrogatorio, Kallen, Diethard, Zero. Suzaku se puso de pie despacio y recibió la llamada.
—¿Sí? —inquirió con voz somnolienta.
—¿Fiscal Kururugi?
—Sí, soy yo. ¿Con quién hablo?
—Soy el detective Senba. Me alivia oírlo. Estábamos hondamente preocupados por usted ya que no podíamos contactarlo. Todo lo que sabíamos fue que la última vez que había sido visto fue con Zero. Me encuentro en el Centro Médico de Britannia. Uno de los policías que iba con usted fue herido por una bala. Los demás, incluyendo el detective Asahina, están bien. ¿Dónde está, señor fiscal?
—En Kyushu. Me temo que uno de los Caballeros Negros de Zero me golpeó por atrás cuando estaba siguiéndole la pista —respondió Suzaku, ya más despierto—. Perdí al reportero Ried.
—No realmente. Hace unas horas Zero dejó una de sus cajas sorpresas frente a la comisaría. El reportero Ried solo tiene una demanda por difamación. No podremos retenerlo por más de un día, así que hay que interrogarlo. En cuanto a Zero, ese sí desapareció…
—No realmente —lo contradijo Suzaku experimentando una emoción siniestra al devolverle la respuesta—. En mi encuentro con Zero, le puse un rastreador sin que se diera cuenta.
—¡Estupendo, fiscal Kururugi! Ya estábamos registrando los hospitales cercanos buscando a Zero, pero con esto tendremos la ruta establecida. Esta vez lo tendremos.
—Así es, detective. Me reuniré con usted cuanto antes.
Suzaku colgó. Honestamente, nunca había tenido intención de matar al presentador Ried ni tampoco creía de verdad que él y la policía apresarían a Zero. El vigilante enmascarado era muy escurridizo y astuto. Suzaku imaginó que tendría una ruta de escape preparada (de todas maneras, no dejó de intentar detenerlo). Así que ideó un plan de emergencia. A sabiendas del valor del presentador Ried para Zero, Suzaku lo utilizó como un señuelo para atraerlo y colocarle ese rastreador. Ahora solo tenía que seguir la señal. Independientemente de que Zero se diera cuenta, estaría más cerca de él tanto en un sentido literal como metafórico. Podría obtener un perfil de ADN a partir de la sangre que Zero dejó en la escena. Por tanto, necesitarían un sospechoso y su muestra para comparar. Había sido muy oportuno que Zero resultara herido. Una desgracia para él era una bendición para Suzaku y Zero. El fiscal sonrió satisfecho. Los métodos no estorbarían su camino nunca más. Haría lo necesario para cazar a la presa.
¡Un maldito rastreador! Suzaku había ido muy lejos. Reprocharle por ponerle un rastreador era hipócrita. Era probable que hubiera hecho lo mismo si estuviera en su posición. ¡Qué va! Era segurísimo. Simplemente lo sorprendía que su amigo idealista, el mismo que le dijo que no valía la pena obtener resultados por los métodos incorrectos, fuera capaz de aquello. Si no se hubiera quitado el traje de Zero no habría distinguido del rastreador, exponiéndose de este modo. Por supuesto, lo destruyó ipso facto, aunque no sabía cuánto rastro había dejado detrás de sí. «Ya no sé quién diablos eres, Suzaku; así como tampoco sé quién es C.C. ni quién soy yo». ¿C.C. tenía razón? ¿Sentía algo por la pelirroja? Era una mujer hermosa, independiente, fuerte, cálida, bondadosa, leal y valiente, sí, era un partidazo; pero, de ahí a fijarse en sus atributos porque estaba considerando algo más era dos cosas distintas. Le enfermaba que C.C. hubiera desentrañado algo de él antes que él mismo. Y le enfermaba más todavía que estuviera en lo cierto. Había jurado que traería el mismo infierno a Pendragón para juzgar y castigar al presidente Charles y su caterva maligna por sus crímenes. La verdad era que el infierno no era un lugar que uno pudiera localizar en un mapa o llegar a él caminando como el ingenuo de Dante. «El infierno son los otros». Charles zi Britannia, Schneizel, Diethard, Luciano, Villeta, Bartley. Y también Suzaku, C.C., Kallen, Tamaki, Rolo, Euphemia, Nunnally. Todos eran demonios, de alguna forma. Y, para hacerse con el reino de los infiernos, debía ser el peor de todos afilando mucho más sus dientes.
Shirley estaba tan alejada de todo eso que su mera presencia era placentera. Siempre que estaban juntos, volvían a él aquellos dorados días de inocencia y alegrías cuando era un adolescente. Shirley colgó el suero y se tendió en la cama, lo que zarandeó el tubo que estaba conectado a su brazo. Él avistó a la aguja intravenosa y luego a Shirley. Exhaló ruidosamente.
—¿Te asustan las agujas?
—Me incomodan: me traen recuerdos de malas experiencias.
—Seis años como amigos y todavía me quedan cosas por descubrir de ti. A veces siento que nunca termino de conocerte —comentó, sonriente.
—Sabes lo que hay que saber, ¿no? —replicó Lelouch. No quería alentar su curiosidad—. Perdona por llamarte. Es muy tarde.
Shirley cabeceó en señal de negación y se agarró del borde de la cama.
—No lo lamentes. Me gusta cuando llamas. Me hace sentir que confías en mí, ¿me equivoco?
—No.
—¡Ah, me contenta entonces! —exclamó Shirley ampliando su sonrisa—. Me gusta cuidarte. Me recuerda cuando éramos… Bueno, —Shirley se mordió el labio. Mejor arrepentirse ahora que después cuando ya estuviera muerta de vergüenza. Aquellas cosas eran mejor guardarlas en su cabeza— por los sedantes que te he dado para tu hombro pronto caerás en un profundo sueño. Debes tener más cuidado —enfatizó, poniéndose seria—, puede que para la próxima vez te destroces el brazo.
—Lo tendré —asintió—. De veras, ¿crees que quiero joderme el brazo? Tengo muchas cosas qué hacer —añadió al ver que Shirley no cambiaba su expresión—. Es bastante tarde. Quizás deberías regresar. No te preocupes por mí. Dormiré el resto de la noche. Y, en cualquier caso, Kallen estará conmigo.
—¿Ya quieres correrme? —preguntó. Sintiendo un ligero pinchazo, Lelouch intentó aclarar sus motivos, ella sonrió para tranquilizarlo—. Está bien. Entiendo. Estaba de broma. Disculpa mis rarezas.
—No tengo nada de qué disculparte.
Una risita la sacudió y le acarició la mejilla con cariño. Así espontáneamente. Sin meditar en las consecuencias. Sin repasar si era buena idea o no. Nomás porque le nació del puro deseo de hacerlo. Solía tener esos arrebatos cuando fueron novios. Lelouch enarcó las cejas. Pese a todo, no la apartó. Se quedaron en ese silencio aturdido. Mirándose el uno al otro. Todavía la mujer tenía su mano contra la piel fría y suave de su cara cuando se inclinó y presionó sus labios con un gemido bajo en la garganta que delataba un íntimo anhelo. Fue un beso simple, lento, entrecortado, sincero. Shirley se separó unos centímetros y, en aquel preciado instante que los alientos continuaban entrelazados, lo contempló con dulce arrobamiento. Sonrió y se tocó los labios. Estaba colorada. Lelouch se enervó.
—¿Qué?
—Nada malo. Es que has mejorado notablemente. Besas bastante bien —puntualizó Shirley con timidez.
El cumplido no halagó el ego de Lelouch, más bien, obtuvo el efecto contrario.
—Antes no besaba mal —gruñó, enfurruñándose.
—Tampoco bien.
—Era un adolescente.
—Lo sospechaba. De cualquier manera, cada vez que me besaste era como si alguien lanzara fuegos artificiales al cielo —expresó risueña, mirando brevemente el techo—. ¿Ninguna vez lo echaste de menos?
—¿Qué?
—Los días en que salimos… ¡No! Haz como si no me hubieras oído —se retractó moviendo la cabeza de un lado a otro—. Existen ciertas cosas que es mejor estar sin saber y esta es una de ellas.
Apenado, Lelouch entrevió que las comisuras de sus labios se le habían torcido. Shirley sintió el dolor de las lágrimas amenazarla y desvió los ojos llenos de culpabilidad. Lelouch deslizó su mano sobre la suya.
—Shirley, si hubiera algo que pueda hacer… Lo que fuera, no me importa, para compensarte por…
No consiguió terminar la oración. Shirley había asentado su mano en su pecho, deteniéndolo. Sus ojos almendrados brillaban cual luceros, sus mejillas se habían teñido de rosa y sus labios estaban entreabiertos ligeramente. De súbito, todo se le hizo familiar. En su pecho recordó la presión de su cuerpo desnudo su primera noche juntos…
—¡El taxi ya está aquí! —proclamó Kallen. La abogada enmudeció al verlos. Shirley se puso recta y se alisó la falda—. ¡Oh! ¿Estoy interrumpiendo…?
—No, no, está bien, Kallen. Estaba por irme, me despedía tan solo de Lelouch —explicó ella, aturullada—. Vámonos.
¿Acaso sus ojos la querían engañar? ¿Shirley iba a besar a Lelouch? La pelirroja sabía desde la modesta tertulia que la hermana pequeña de Lelouch había organizado que Shirley era una querida conocida de él. Claro, ingenuamente imaginó que eran viejos amigos. No pensó más allá. Que hubieran sido pareja. Shirley era bonita, dulce, gentil y alegre, ¿por qué no atraería a Lelouch? De todos modos, no lo eran más: se habían reencontrado no hace mucho. Tuvieron que haber acabado en buenos términos. La duda que le surgía era si las brasas de un amor ya muerto podrían revivir otra vez. Kallen llamó el ascensor. Este subió al cabo de unos minutos. Las dos se montaron. Ninguna dijo nada. Shirley parecía ensimismada. ¿Estaría pensando en lo que hubiera sucedido si ella no habría intervenido? Kallen se aclaró la garganta.
—Lamento haberte sacado de tu clínica. Estabas trabajando.
No era su noche. No se le venía a la cabeza otra mejor excusa para romper el hielo.
—Descuida, sé que era una emergencia —repuso la veterinaria con una sonrisa—. Entonces, ¿vas a quedarte con Lelouch toda la noche?
Por la forma que estaba alargando el espacio entre las palabras, Shirley estaba reformulando la pregunta en su cabeza, a medida que su boca la iba articulando. Kallen no atisbó las señales obvias.
—Sí…
—¿Tú y él son…?
Fue en ese punto que Kallen captó la malinterpretación de su respuesta.
—No, no, somos colegas. Él me pidió el favor ya que no tiene a nadie más que lo ayude y no quiere mortificar a su pobre hermana que tiene de sobra…
El ascensor abrió sus puertas. Las mujeres salieron y se encauzaron hacia las afueras del hotel donde el taxi estaba aparcado junto a la acera esperando.
—Típico de Lelouch echarse al hombro todas las cargas para liberar a los que ama de las suyas —afirmó Shirley, melancólica—. Bien, Kallen, significa que nos veremos mañana.
—Sí. Hasta mañana.
Shirley se subió al taxi y continuó despidiéndose de su compañera asomándose por la ventana y agitando la mano, a lo que Kallen le devolvió el ademán. Finalmente, el taxi se mezcló con el tráfico.
Regresó al hotel. Se paralizó en el vestíbulo cuando divisó a la distancia a Suzaku y algunos policías. ¿Por qué coño estaba él ahí? ¿Estaba acosando a Lelouch o qué? Las cosas no iban a mejorar porque Suzaku se volteó y distinguió a la mujer. «¡Mierda!». Desde luego, él no iba a fingir demencia y se acercó a ella. Kallen lamentó que la tierra no pudiera abrirse y tragársela. Lo último en el mundo que Kallen quería era hablar con él. Proseguía furiosa y decepcionada, aunque un poco más que ayer. Suzaku la había abandonado para ir detrás del cretino de Diethard. De no ser por Zero, ¡estaría muerta!
—Kallen, ¿qué estás haciendo aquí?
—Yo…, yo puedo preguntarte lo mismo, Suzaku.
Devolverle la pregunta no iba a hacer olvidar al fiscal que ella le debía una respuesta, pero la ayudaría a ganar tiempo entretanto inventaba una excusa.
—Estamos buscando a Zero. Su rastro nos condujo hasta este distrito. ¿No lo has visto o sí?
—No.
—¿Y si lo supieras no me lo dirías tampoco?
Suzaku era muy perspicaz o la conocía bastante bien. Tal vez lo segundo. Se decantó por ser sincera creyendo que así resultaría menos sospechosa.
—No, ¿por qué denunciaría al hombre que salvó mi vida?
Kallen notó con asombro que las palabras estaban fluyendo por su lengua y con una pizca de resentimiento como aderezo.
—Porque el vigilantismo, el secuestro, la extorsión y encarcelamiento falso son delitos muy graves que deben ser enjuiciados y condenados —masculló Suzaku desplazándose hacia ella. De reojo, la pelirroja constató que los hombros del fiscal se estaban tensando y los nudillos se estaban poniendo blancos—. No importa que sus intenciones sean nobles: si lo indultamos por sus crímenes, tendremos que hacerlo con todos los delincuentes.
—Y, aun siendo un hombre malvado, dejaste que él me salvara —hizo hincapié cruzando los brazos bajo el pecho. Parecía que le había dado una patada en los huevos porque de inmediato el fiscal se justificó diciendo:
—No tuve opción. Era mi deber atrapar al reportero Ried.
—¿Atrapar a los criminales es tu deber? ¿Y servir a los ciudadanos de este país no lo es? —indagó Kallen, sin piedad. El interlocutor pestañeó—. Eso dijiste en tu discurso por el premio al Fiscal del Año. Que no merecías ese galardón porque tú solo hiciste tu trabajo. Te escuché.
—Ambas cosas lo son —concedió, a regañadientes.
—Sí, lo son y, sin embargo, el Suzaku con quien me gradué en la Universidad de Vogue hace cinco años no se lo habría pensado dos veces en rescatarme porque cuál es el sentido de llenar nuestras cárceles de criminales si la ley continúa sin proteger a sus ciudadanos.
Oír sus propias palabras emerger de la boca de la pelirroja fue igual que si él mismo se hubiera pegado un puñetazo. Kallen no se compadeció de él, ¿por qué debía de hacerlo? Era un idiota. Suzaku esbozó una sonrisa que era menos que eso: era una mueca que mostraba sus dientes.
—Debes estar feliz que tu héroe haya estado ahí, ¿no? Qué coincidencia que tú y él estén en el mismo sitio. Si no estás con él, ¿por qué estás aquí?
Y el fiscal había hallado una manera de volver al principio. Kallen se rascó la nuca. ¡Mierda! Y no había pensado en una excusa creíble. Abrió la boca con la fallida esperanza de que algo inteligente saltara a su boca de la nada. Como esos Deus Ex Machina que salvan a los héroes en su hora crítica. Nada.
—Estoy aquí porque…, porque…
—…Porque estaba conmigo y con Lelouch en un trío —salió a responder una voz pastosa.
Tanto Suzaku como Kallen se volvieron en dirección de la voz. Era C.C. Ningún enigma que pudiera mantenerse en secreto para el lector. Al fiscal le brincaron los ojos fuera de la cuenca de sus órbitas recuperando por una ráfaga de segundo su suave expresión. «¿Había escuchado bien?». Kallen atravesaba por el mismo shock. Se obligó a cerrar la mandíbula. Suzaku podía sospechar que había gato encerrado. C.C. que estaba en el pasillo bebiendo una lata de Coca-cola light se sumó a ellos.
—¿Lelouch está aquí? —inquirió Suzaku, intrigado. C.C. asintió con la cabeza como si nada. Bebió otro trago de su refresco. Kallen la fulminó con la mirada, ¡¿se daba cuenta del lío en que había metido a Lelouch?!—. ¿Puedo hablar con él?
—¡¿Estás loco?! Te dije que estábamos en un trío. El pobre estaba muerto cuando salí. No te tengo que explicar que el orgasmo funciona diferente para los hombres, ¿o sí? —le preguntó, sonriéndole traviesamente.
—No, está bien —farfulló alzando la mano, como pidiéndole que conservara los detalles—. Conque en un trío… —dijo, girándose esta vez hacia Kallen. Ella no era tan buena mentirosa.
—Hay muchos lados de mí que no conoces —se excusó ella, encogiéndose de hombros.
—Así como tiene derecho a divertirse, ¡y vaya que han sido días muy divertidos! —se rió—. ¿Por qué no nos visitas mañana temprano? Estoy segura de que para entonces Lelouch estará despierto y más que encantado de saludarte.
—Supongo que eso tendré que hacer ya que si está dormido no tiene caso esperarlo —repuso Suzaku, resignándose ante los hechos—. Bueno, seguiré en mi búsqueda. Tengo que partir. Nos veremos mañana.
El joven fiscal les hizo un gesto de cortesía con la cabeza y así se despidió de las mujeres. La abogada se aguantó que Suzaku se perdiera para vista para confrontar a C.C.
—¡¿Eres una inconsciente?! ¡¿Cómo pudiste decirle a Suzaku que Lelouch estaba aquí?! ¿No ves que él no está en sus cabales? ¡Se encasillará con la loca idea de que Lelouch es Zero!
—Felicitaciones, Kallen. Tardaste unas semanas en dar con la conclusión a la que él llegó.
—¿Qué? ¡¿Suzaku sospecha de él?! —exclamó, boquiabierta.
—Adelante, grítalo más fuerte para que todos sepan —la animó C.C. y pasó a dar otro sorbo a su refresco. Kallen se mordió el labio, avergonzada—. Así es. Historia larga. De esta forma, aseguraremos tu coartada y la de Lelouch. Además, va en consonancia con la reputación de playboy que Lelouch tiene, y creo que tú no tenías una mejor idea, ¿o sí?
—No —reconoció, contrariada—. Aunque no creo que Suzaku se trague esta excusa.
—El señor fiscal no creerá nada que no sea en sus propios prejuicios. Debemos enfocarnos, por ello, en proporcionarle una coartada que no nos arrastre a la corte, no en convencerlo —indicó, sonriente—. ¿No te produce gracia que Lelouch, siendo el mega genio que es, necesite a un puñado de mujeres para salvarle el culo pese a todo? Shirley, tú, yo…
—¿Te refieres que somos como sus ángeles?
—No me considero un ángel —replicó C.C., rompiendo el contacto visual y ensortijando uno de sus mechones en su dedo.
—Tampoco yo. Nadie, en realidad. Todos somos pecadores en mayor o menor medida —la japonesa le propinó a la secretaria un codazo amistoso—. Se me antojó el refresco que estás bebiendo. Iré a comprarme uno, ¿quieres venir?
C.C. se encogió de hombros y se fue con la abogada. Kallen inevitablemente le empezó a dar vueltas a todo lo que había averiguado. ¿En qué se basaría Suzaku para sospechar en Lelouch como Zero? ¿Tendría alguna evidencia o estaba especulando? Suzaku la había abordado en el gimnasio el otro día para plantearle algunas preguntas extrañas partiendo de la presunción de que Lelouch era Zero. Eran puras teorías. No tenía nada concreto. Siendo ese el caso, ella había concebido la misma sospecha y la seguía teniendo, salvo que, a diferencia del fiscal, puede que sí tuviera una prueba…
«¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!». Shakespeare había sintetizado la gran derrota del rey Ricardo III en la batalla de Bosworth, verbalizando, adicionalmente, toda la impotencia, la angustia, la ira y la desesperación del rey. En un chasquido, por una nimiedad, por una variable que podía controlar, el destino de la batalla y el reino se habían determinado. El presidente Schneizel experimentaba la vorágine de sentimientos en su torrente sanguíneo. La estabilidad de su imperio dependía de un hombre. No acertaba a vaticinar qué haría Ried. ¿Los vendería para salvar su pellejo? ¡Era lo bastante egoísta para atreverse! ¿O socorrería a ellos? Era lo suficientemente ambicioso para hacerlo, también. La difamación no era un delito grave. Ried podría continuar guardándoles lealtad. El detalle radicaba en que, de ser así, ya los habría llamado y el teléfono de la mansión Britania estaba en absoluto reposo ya que Zero había usado su Geass en el reportero para que confesara todo a la policía en el interrogatorio. Lelouch había mandado a modificar su máscara para instalar un sistema de deslizamiento especial para su ojo izquierdo y con el Geass se aseguró de que la persona encargada olvidara este pedido una vez estuviera lista la entrega. No obstante, no había forma de que el presidente Schneizel pudiera saberlo. Estaba atado de manos, obligado a ver los minutos sucediéndose uno tras otro hasta que se diera el mejor o el peor de los casos, porque tampoco podía ordenar la ejecución de Ried. Atraería las sospechas. De lo único que tenía total seguridad era quién fue el autor de aquel descomunal desastre. La misma persona que rescató a la detective Nu. ¡La misma persona que lo apartó de Euphemia! Lelouch.
Schneizel dio un respingo. ¡Euphie! El médico forense le había pedido a la familia reconocer el cuerpo como parte del procedimiento. Él decidió hacerlo. Cornelia estaba muy alterada. Era cruel pedírselo. Era una forma sutil de confirmar que el trabajo se había llevado a cabo. Euphemia fue un sacrificio altísimo que Schneizel pagó. A veces veía su rostro pálido, sudoroso, chupado con la bilis y la espuma saliéndosele por la boca en las copas redondas en las que bebía vino y en las ventanas de la mansión. Fue por un trago de vino que murió. Fue en su propia casa en que planeó su asesinato.
Schneizel intentó alejar a Lelouch de Pendragón y no se asustó. Intentó integrarlo a la familia proponiéndole una oferta de paz y él la rechazó. Intentó inmovilizarlo mandándolo a la cárcel y escapó con ayuda de Charles zi Britannia. No podía matarlo. Era su medio hermano. Sangre de su sangre. Más importante. No sabía dónde estaba el Proyecto Geass. Le urgía descubrir qué cosa estaba tramando su padre. Lelouch iba a llevarlo allá progresivamente. Se lo había asegurado C.C., aquella mujer misteriosa que era tanto cómplice de su hermano como espía de su padre. Por ende, solo quedaba una cosa por hacer.
—¿Algo lo perturba, señor? —preguntó Kanon con amabilidad.
—Lelouch me malinterpretó cuando le dije que no sería tan irracional para atacar a los de su propia sangre —murmuró el presidente de Britannia Corps con la mirada cavilosa, extraviada en algún punto de la modesta oficina en su mansión—. Creyó que estaba refiriéndome a los Britannia, no a su familia —recalcó—. ¿Qué investigaron de sus allegados?
—Se mudó a Pendragón con su mucama y su hermana menor, Nunnally, una muchacha ciega y lisiada —terció Luciano.
—¿Qué hay de la gente que trabaja en su bufete?
—Bueno, está la mujer que lo defendió en el juicio, que es su socia, Kallen…
—Su socia y su reina —interrumpió—. Por favor, continúa.
—Está su pandilla de gánsteres.
—¿Cuáles son sus nombres?
—No los tenemos —tartamudeó Luciano, sabiendo que esa respuesta no sería del agrado del presidente Schneizel.
—¡Averígüenlo! Todo sobre ellos.
—Sí, mi señor —asintió Luciano—. Y, una vez que tengamos los nombres, ¿procederemos a matarlos?
—No. La muerte no es ni nunca será una solución en mi administración —negó el presidente con un ademán brusco—. Debajo del exterior del abogado Lamperouge, hay una bestia fea y sádica y no seré yo quien la haga salir. ¿Sabe cómo se domestica a una bestia, Sr. Bradley?
—No, mi señor.
—¿Kanon?
—Tampoco, señor presidente.
—Poniéndole una correa y enseñándole las consecuencias de comportarse mal —les sonrió—. Lo único que necesitamos es una correa y él hará todo lo que yo le ordene.
Muy al contrario del rey Ricardo III que era un tirano cruel, traicionero y falso, que orquestó el asesinato de sus sobrinos para apoderarse del trono, Schneizel no asesinaría a la sangre de su sangre. No nuevamente. Dios era su testigo. Todas las atrocidades que había hecho fueron para proteger a la familia y por el bien del imperio empresarial. Lelouch no era el único con gente que cuidar. La gloria, el poder, el crimen, la violencia y el nombre. Esas palabras eran las que definían la realidad que le había tocado vivir y no podía cambiar. Pero sí podía darle a su familia el patriarca honesto y desinteresado que necesitaban. Schneizel tenía la confianza de que a la larga ese derramamiento de sangre iba a cesar y, entonces, sucedería una dinastía próspera y pacífica. Una dinastía que viviría por décadas en la memoria de las generaciones venideras. Una década que solo podía dar comienzo cuando le pusiera la correa a Lelouch.
Después de peinar el distrito durante horas y horas, la búsqueda se suspendió. Zero los estaba haciendo dar vueltas en círculos cual perros persiguiéndose la cola. A esas alturas, Zero debió haber colgado la capucha y la máscara para mezclarse con la sociedad, habiéndose percatado que lo estaban cazando. Suzaku retornó a su casa de malhumor y, entonces, Shirley lo llamó. Olvidó que habían acordado repartir los volantes de Arthur esa noche. En honor a la verdad, quería cancelar esos planes y emborracharse hasta amanecer al día siguiente. Extrañamente, no tuvo corazón de hacerlo. De esta manera fue que el fiscal saltó de una búsqueda que resultó en un fracaso a otra búsqueda infructuosa. En su coche tardaron menos tiempo transitando la ciudad y pegando los volantes. En un instante muy puntual, él le propuso a Shirley descansar en la parada del autobús unos minutos. Ella aceptó.
—Quizás deberíamos dejarlo así y retomar en otro día —sugirió Shirley.
—¿Estás exhausta?
—No, no es eso. Es que te noto ausente. Fue un día difícil, ¿no?
—¡Oh! Perdona, yo… Sí —balbuceó Suzaku con embarazo—. Hoy casi atrapamos a Zero.
—¿Y lo perdieron?
—Sí —graznó con amargura. Le lanzó una mirada curiosa a Shirley—. ¿Tú lo apoyas?
—No tengo una posición definida. Digamos que entiendo por qué tanta gente lo apoya y por qué es importante para la policía capturarlo —contestó—. ¿Me quieres contar qué fue lo que aconteció o es compartir información confidencial?
Suzaku le dirigió una sonrisa cansada a Shirley y empezó a relatar vagamente desde que Zero envió al fiscal Weinberg un mensaje que anunciaba que el presentador Diethard Ried sería su próxima presa. Suzaku hizo una pausa mientras describía el clímax de la persecusión en la Torre de Babel ya que por poco le revelaba a Shirley que secuestró al reportero Diethard Ried. Se sentía tan cómodo con Shirley que podía decirle cualquier cosa. Empero no podía darse ese lujo. Suzaku se humedeció los labios resecos con le lengua y reanudó. Se saltó la parte en que se llevó al presentador Ried para jugar a la ruleta rusa y le dijo a Shirley que él le había puesto el rastreador al enmascarado en su pelea en las escaleras y que el rastro los condujo al mismo hotel donde Shirley fue a atender la vieja herida de bala de Lelouch. El joven fiscal estaba tan inmerso en su frustración que pasó desapercibido la fugaz expresión desconcertada de su interlocutora. ¿Una coincidencia demasiado grande o quizás no?
—El maldito no pareció darse cuenta de que tenía encima un rastreador y estaba herido. Todo parecía indicar que estábamos a punto de aprehenderlo y repentinamente desapareció.
. A Lelouch
—Debes estar enojado…
—Lo estoy —confirmó con tristeza—, pero no por eso. Estoy enojado conmigo mismo: mis compañeros y mis amigos tienen razón sobre mí. No he sido yo luego de que Euphie murió. Antes solía ver muy claramente frente a mí el sendero que debía tomar como si tuviera una especie de brújula. Elegía siempre lo correcto. Ahora, siento que esa línea entre lo correcto y lo incorrecto se ha difuminado y ya no distingo una mierda. Ya no sé qué es correcto. ¡Demonios! Ni siquiera sé ni lo que soy... —se lamentó Suzaku reclinándose, a la vez que lanzaba una mirada desesperada arriba.
—Eres un buen hombre, Suzaku —intervino Shirley.
—No, no lo soy —discrepó él sonriendo sin alegría. Casi le confirió un matiz irónico. Suzaku estaba evitando su mirada.
—Lo eres —insistió Shirley—. O tienes el potencial de convertirte en uno.
—Eso creí que podía ser…
—No porque tuviste un día de mierda significa que tu vida o tú lo son.
Suzaku se sintió tentado a revelarle su más profundo y oscuro secreto y preguntarle de nuevo si en verdad aún creía que era un buen hombre. En lugar de provocarla y generar una situación incómoda, prefirió decir:
—¿Tú los has tenido?
—Sí, desde luego.
—¿Por ejemplo?
—El día en que me rompieron el corazón —respondió estirándose y balanceando las piernas.
—¿Lelouch? ¡Uhm! —inquirió Suzaku. Se arrepintió en el acto temiendo haber echado sal a una herida que no había cicatrizado. Shirley no se lo tomó mal.
—Sí.
—¿Por qué rompieron? —preguntó, tartamudo. Se sintió medianamente avergonzado: estaba excediéndose de entrometido, no obstante, tenía curiosidad por conocer más de la historia de Lelouch y Shirley—. Si se puede saber…
—No lo sé. Estábamos muy bien y, de la nada, termina conmigo mediante una carta.
—Eso fue en extremo cruel —musitó frunciendo el ceño con rotunda desaprobación—. Esas cosas no pueden comunicar sino cara a cara. Mínimo debió explicarte por qué no quiso estar más contigo para que no pareciera que jugó con tus sentimientos. Debiste estar muy dolida.
—Sí… —murmuró subiendo una pierna sobre la otra y uniendo las manos en las rodillas.
—Aun así, lo perdonaste —observó con cautela—. ¿Por qué?
—¡Porque intenté vivir odiándolo y no funcionó! —confesó con voz rota—. Creo que entre nosotros hay suficiente confianza para tratar estos asuntos, ¿no? —empezó a decir con acento ligero, sonriendo para restarle la dureza de su tono en su primera declaración—. Lelouch fue mi primer amor, el primer hombre con quien estuve, mi primer novio y, además de eso, fue mi mejor amigo. No podía destruir nuestra relación haciendo la vista gorda a momentos como cuando estuvo celebrando conmigo el día que gané al campeonato escolar de natación o como cuando mi padre murió y él estuvo ahí conmigo en todo momento. Sí, Lelouch no es el mejor para expresar sus sentimientos y eso no lo vuelve un ser despreciable. Como amiga suya, sé cuánto le duelen las despedidas —indicó Shirley—. Nuestra relación fue más un conjunto de cosas hermosas que horribles y yo traté de transformar todo eso en odio para convencerme de que me había hecho un favor. Mi autocompasión me encerró en una celda en que tan solo tenía un orificio para respirar, para perpetuar mi dolor. El perdón fue que me liberó. Si no iba a perdonarlo, cuando menos, podía perdonarme a mí misma para seguir viviendo otro día de mi vida en paz.
Suzaku comprendía que la celda la cual Shirley se refería no era la habitación de los centros penitenciarios. El cuerpo de uno podía ser una cárcel. Una más temible porque allí se pueden trazar rutas de escape o esperar hasta una fecha límite; en cambio, nadie podía abandonar su cuerpo. No se sentía capaz de perdonar a Lelouch. El afecto que alguna vez había sentido por él era un eco que resonaba cada vez con menos fuerza. Se había vuelto una criatura llena de odio. Al igual que él. Exactamente todo lo que le había criticado.
El vídeo que se había emitido en la conferencia del presentador Ried de la reunión entre él y Luciano se filtró consiguiendo viralizarse y encender el furor de los internautas. Huelga decir, que se sentían menospreciados y vilmente manipulados. En pocas horas, todo el país lo había visto y había comentado sobre él. El presidente Charles optó por brindar una rueda de prensa esa misma noche. Schneizel se le opuso. Si ofrecían declaraciones ahora, estaban admitiendo que todo era verdad. Debían aguardar que la investigación concluyera y permanecer en el ojo del huracán. No obstante, el presidente Charles desdeñó sus consejos. A su criterio, Schneizel era el responsable. Ningún anterior presidente de Britannia Corps había deshonrado tanto el apellido de la familia ni orillado a la empresa a una situación tan comprometedora. El viejo león estaba profundamente decepcionado con su hijo y así se lo transmitió golpeándolo con sus duros ojos. Schneizel nunca se había sentido tan humillado en toda su vida.
Durante la rueda de prensa que tuvo lugar nada más y nada menos frente a la compañía, él se paró detrás del presidente Charles a escuchar su discursillo. Al evento asistieron, asimismo, fieles seguidores del político que llevaron sus carteles sabiendo que las cámaras iban a filmar todo. Aquel escándalo trascendía a la empresa y a la familia Britannia: comprometía su futuro en la política. Las elecciones eran cada vez más inminentes. ¿Cómo había sido tan tonto para olvidarlo? Schneizel atisbó en el suelo que su sombra era eclipsada por la de su padre. Igual que cuando era un niño que no le llegaba ni hasta la cintura.
—…Quisiera disculparme honestamente con todos mis seguidores por haberlos preocupado. Les estoy agradecido por su apoyo —el presidente Charles, inmediatamente, enseñó una foto. Los flashes de las cámaras dispararon como locos—. Esta foto es pertinente con el vídeo que filtraron. Me la envió Zero una noche antes a fines de chantajearme. La guardé pensando que era un intento de sabotear el proyecto Conexión al Ragnarök; sin embargo, me he dado cuenta de mi error muy tarde. Pese a todo, les digo que no voy a sucumbir ante las fuerzas que desean derrocarme —arengó—. Todas las dudas y las sospechas que pululan alrededor de mí y de la empresa serán demostradas incorrectas…
—¡CHARLES ZI BRITANNIA!
Una voz alta y quejumbrosa se levantó entre la multitud. El presidente se volvió hacia quién se estaba dirigiendo a él. A juzgar por su fisonomía, era un japonés, quien se había adelantado hasta la primera fila.
—…He trabajado para tu planta química por quince años. He sido un trabajador responsable, leal, constante. Jamás me he quejado de mi trabajo. ¡¿Por qué entonces cuando voy al médico me dice que tengo cáncer? ¡MALDITO! Desgraciaste mi vida; ahora, ¡yo desgraciaré la tuya!
El hombre sacó una pistola y disparó. Segundos más tarde, el presidente Charles se desplomó. Su sangre escarchó la acera tal como la nieve al arropar los alrededores en la primera nevada. Y empezaron los gritos.
N/A: no les mentiré, malvaviscos asados, leer y corregir este capítulo fue rápido, aunque lo empecé a corregir tarde. La semana pasada apenas pude escribir el capítulo 32 que es donde me encuentro en la actualidad. Tenía los ánimos por los suelos. Este año, estos días, han sido difíciles. Decidí tomarme un descanso justo y necesario que durará hasta que sienta que pueda continuar con esta novela. No quiero rendirme. Ya se los dije. Por fortuna, tenía este capítulo listo y varios más. Esa fue una de las razones por las cuales decidí aguantarme de publicar los primeros capítulos. Así no sentirán mi ausencia. Para retomar, fue una completa delicia leer este capítulo. Es de mis favoritos de esta segunda parte porque me hace sentir mínimamente competente como una buena escritora. Este vigésimo capítulo lo considero hermano del decimoquinto capítulo «Eclipse solar». De hecho, este capítulo quería titularlo «Sol de medianoche» para mantener la consonancia astronómica y si no lo hice fue porque así se titula el último libro que publicó Stephenie Meyer para la saga Twilight y tengo recuerdos de Vietnam con esos libros. Sí, me enseñó muchísimo sobre cómo narrar, pero también me enseñó cosas que no debía hacer como escritora. En tanto que considero «Eclipse solar» un capítulo completamente de Suzaku y Kallen, «Luz en las tinieblas» es un capítulo completamente de Lelouch y C.C. No voy a explayarme explicando el por qué. Dejaré que mis estimados lectores lo descubran.
Les voy a proporcionar un dato curioso con respecto al proceso de escritura. Yo tenía previsto que el capítulo pasado cerrara cuando Suzaku iba a disparar a Diethard Ried. De ahí que originalmente el capítulo se llamaba «Ruleta rusa» (porque Suzaku jugaba a la ruleta rusa xD). Pero la escena de Luciano, Diethard y Kallen se extendió demasiado y tuve que rodar las cosas. Y me contento que lo haya hecho porque así pude finalizar este capítulo con esa escena de Charles abatido. Es una excelente forma de despedir un capítulo. Les había dicho que iban haber escenas de la serie que se trasladarían a esta novela. Esa escena de Suzaku y Diethard la considero una reinvención de la escena en que él intenta drogar a Kallen. Es un punto de inflexión en el arco narrativo de Suzaku y quería replicar el momento en mi fic y ya que, al ser una novela psicológica, estamos llevando las cosas a una escala más dramática, ¿por qué no hacer algo más arriesgado? ¿Y qué más arriesgado y loco para comunicar a los lectores que Suzaku está cruzando los límites que jugar a la ruleta rusa? ¡Nada! La escena de Diethard y Suzaku junto a la escena de Lelouch y Kallen y la posterior conversación de Lelouch y C.C. se coronan en el top 3 de mis escenas favoritas de este capítulo. ¡Aquí se han hablado de muchísimas cosas importantes!
En fin, pasemos a la ronda de preguntas para que contesten si quieren: cuando Diethard lanza a Kallen para huir, ¿se imaginaban que solo Lelouch iba a salvarla? ¿Qué pueden decir? Es un momento poderoso en términos narrativos por dos razones que yo no voy a desentrañar. Hemos descubierto el motivo por el cual Diethard se asoció con Britannia Corps y es el mismo por el que se asoció con Zero y luego con Schneizel en la serie, ¿qué pueden rescatar de su charla con Suzaku? ¿Qué opinan de lo que ha hecho Suzaku en este capítulo? Por cierto, ¿están de acuerdo con lo que dice Diethard en su conferencia? Lelouch y Kallen han tenido su acercamiento más íntimo hasta la fecha. ¿C.C. está en lo cierto y Lelouch ha desarrollado sentimientos por Kallen? ¿Es mutuo? ¿Esto será un problema? Al mismo tiempo, Kallen está a punto de averiguar que Lelouch es Zero, ¿lo logrará? ¿Les preocupa que lo haga? ¿Qué pueden decir de la interesante conversación que sostienen Lelouch y C.C.? ¿Cuál es su teoría de que este capítulo reciba el título de «Luz en las tinieblas» por ellos? ¿Y qué pueden resaltar de la desgarradora charla entre Shirley y Suzaku? ¿Les parece que ella tiene razón y él es un buen hombre? Schneizel se ve superado por los eventos de este capítulo instigados por su medio hermano, ¿qué piensan? ¿Cómo contraatacará? ¡Y Charles! ¿Está muerto? ¿Está vivo? ¿Los impactó el cliffhanger? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el siguiente capítulo?
¡Como siempre, no olviden que nos estaremos leyendo tres semanas después! La cita es el 22 de noviembre. Estén atentos. Nos leemos en el capítulo 21 de esta historia: «Caída».
¡Se me cuidan, malvaviscos asados! ¡Besos en la cola!
