Code Geass: Bloodlines

Capítulo veintidós:

Misericordia

Era la hora más obscura de la noche cuando C.C. tuvo un ataque intermitente de escalofríos. Varias corrientes heladas se estaban filtrando al sótano por la ventana. Le escocían las heridas no tratadas. Le picaba el cuerpo, sobre todo en las marcas de las muñecas y los tobillos donde rozaban las cuerdas. Le gruñía el estómago. No había comido nada. Estaba sedienta, además. Tampoco había bebido nada. Extrañamente, no tenía tanta hambre ni sed como si un anhelo desesperado por fumar. En circunstancias normales, estaría en casa junto a la cálida chimenea cenando una deliciosa pizza napolitana y bebiendo una cerveza fría. O ya habría hecho todas esas cosas y estaría haciéndose unas bonitas uñas acrílicas en su cuarto. C.C. quiso romper a reír. Ese no era su cuarto. Esa no era su casa. En realidad, eran propiedad de Lelouch y él la desechado como un perro sarnoso. «Es todo. Me moriré aquí. Tras diez fracasos, moriré así. Sin que nadie llore mi muerte ni me recuerde o siquiera se dé cuenta. Lelouch no va a venir a salvarme. Nadie». C.C. había sobrevivido a numerosas noches gélidas sin una manta para acobijarse y con hambre cuando era una niña mendiga. Lo soportó todo como una campeona. Le resultaba irónico que su vida acabara tal como empezó. Se había acostumbrado a la buena vida. Vislumbró, en esto, a través de sus pestañas ensartadas con miles perlas de agua, a una persona venir con una jeringa se acercaba a ella. Era el verdugo.

—¿Has venido a regodearte, traidor? —resolló con voz cascada.

—No encuentro placer en el sufrimiento ajeno —impugnó Rolo, acuclillándose.

—Entonces, ¿significa que es la hora?

—Lo es.

C.C. apercibió la puerta abrirse. Alguien bajaba las escaleras. No veía nada más allá de Rolo. Sin mencionar que tenía solo un ojo abierto. El otro estaba cerrado a causa de la hinchazón. Tuvo que conformarse con escuchar qué discutía con Rolo.

—De acuerdo, Rolo. Mátala.

La orden procedía del asistente Maldini. Reconocería esa voz gangosa en donde fuera. Rolo fijó sus ojos inexpresivos en ella y pasó sus dedos por su cuello retirándole algunos mechones de cabello que se le habían adherido por el sudor. Le propinó unos golpecitos a la aguja. Esta chisporroteó líquido.

—¿Me dolerá? —susurró. En el acto, se arrepintió. ¿Qué la impulsó a preguntar tal tontería?

—No soy Bradley.

—¡Qué bien! Aún queda algo de piedad en este mundo —jadeó C.C. amagando una sonrisa cansina—. Vamos. No te entretengas y hazlo, por favor.

Él asintió. C.C. contrajo su expresión al sentir el ligero pinchazo en su cuello. Gimió. Había sido atravesada por un dolor agudo. Sintió la zona en donde Rolo la había inyectado palpitar, amenazando con estallar en cualquier momento. Poco a poco, el dolor se redobló alcanzando el tope. Su cuerpo intentó inútilmente rechazar el suplicio. Su espalda se arqueó. Experimentó una serie de convulsiones. Explotó un fuego y se disparó por sus venas. Desde el centro este se expandió su vientre y sus hombros, escaldando el trayecto hasta sus miembros y su rostro. Oyó su pulso galopar desaforado en sus tímpanos detrás del fuego que arreciaba. La asaltaron unas ganas locas de desgarrarse el pecho con las uñas y sacarse lo que la estaba consumiendo. Su corazón que aceleraba contra el fuego que lo arremetía tartamudeó. Le sucedió un último latido sordo. Se hizo silencio. Su respiración y su pulso se paralizaron, pero su mente estaba increíblemente lúcida. ¿Era parte del proceso?

—¿Está muerta?

—Sí, le administré una dosis letal. Tuvo que haber muerto ipso facto.

—Qué bueno. Será del agrado del presidente oír que murió rápido y sin dolor.

—Eh, no diría con exactitud que murió así.

—Como sea, hay que deshacernos de ella. Venga, traiga ese barril y ayúdeme a cargarla.

C.C. oyó las ruedas del barril raspar el suelo. Kanon se inclinó sobre ella y presionó su pulso radial. No respondía. Estaba muerta. Rolo regresó, flexionó las rodillas y sostuvo sus talones. Kanon hizo lo mismo con sus muñecas. La metieron en el barril. Rolo cerró. En la tapa había unos orificios. Rolo los había hecho. No precisamente para que pudiera respirar. En un carrito de cargo, trasladaron el barril a una furgoneta y lo alinearon junto a otros idénticos en la parte trasera. Kanon se montó en el asiento del conductor, Rolo, en el asiento contiguo, el asistente pisó suave el acelerador y arrancó.

Bajo un alumbrado opaco y una noche sin estrellas, Rolo condujo casi a ciegas en dirección al puerto Kyushu. Ningún contratiempo surgió durante el viaje. Las vías estaban despejadas. Al llegar, se bajaron y descargaron los barriles. El asesino subió unos cuantos al carrito y los arrojó al mar. Las bravas olas se los tragaron. Los barriles descendieron en espiral. El viento soplaba furioso. Se le ponía la piel de carne de gallina de simplemente imaginar cuánto estaría la temperatura en el agua. No sería lo más recomendable tomar un chapuzón nocturno. Acto seguido, el asesino transportó el resto de barriles al lado de otros que ya estaban organizados en fila. Se subió de nuevo al camión.

—Todo listo —anunció cerrando de un portazo. Se abrochó el cinturón.

—Excelente. Vámonos.

El motor ronroneaba, aun cuando tenía puesto el freno. El asistente echó la furgoneta a andar y emprendieron el camino de regreso. En unos minutos, llegaría Lelouch y sacaría a C.C. del barril con agujeros. Con suerte, antes de que los efectos de la droga pasaran. «Esto es extracto de solanácea mortal», le había indicado Lelouch. «¿Belladona?», le había preguntado Rolo. «Casi. Pertenecen a la misma familia de plantas. El Rey Negro me la proporcionó como un regalo. La dosis correcta puede inducir a la persona a un coma temporal. La dosis incorrecta matará a quien lo ingiera en un santiamén. Irás con el presidente Schneizel y te ofrecerás para asesinarla. Lo consentirá en cuanto le digas que lo harás suministrándole una mezcla letal de barbitúricos. Será bueno para ti porque podrás librarte de cualquier rastro de duda que tenga Schneizel. Me duele gastar este elixir. Lo estaba guardando para una ocasión especial en que quizás yo… Bueno…». «¿Pero?», había intervenido él cuando Lelouch se calló. Percibió el músculo de su mandíbula tensarse. «Resulta que esa ocasión especial por fin está aquí», había dicho. ¡Y ese fue el fin! Únicamente Lelouch tenía el poder de abrir y cerrar las discusiones. «Bien, Lelouch, cumplí mi parte, es tu turno», pensaba Rolo. Le dedicó una mirada furtiva a Kanon, cuya vista no se apartaban de la avenida que se extendía frente a él.

—Lo lamento —susurró Kanon.

—¿Por qué?

—Ella era socia del abogado Lamperouge. Probablemente, ya la conocías.

—Sí, así es.

—¿No te afecta su muerte?

—No desarrollas una relación afectiva con alguien solo porque está en tu mismo lugar de trabajo —replicó Rolo con su usual tono monocorde—. Al contrario, lamento que haya muerto para nada.

—¿Lo dice por el intento de negociación de Luciano Bradley? ¡Oh! No lo lamente —sonrió Kanon—. Tenemos un mejor cebo. Mire hacia la derecha.

Rolo obedeció y dirigió la mirada hacia la derecha. «¿Un mejor cebo? ¿A qué se referirá?». Ellos estaban pasando junto a una panadería, una librería y unos edificios de concreto. Conocía de memoria la ruta a la mansión Britannia como para estar seguro de que no estaban yendo por la dirección indicada. ¿En dónde estaban? En una zona residencial, claramente. ¿Por qué estaban ahí? La respuesta se materializó frente a sus ojos al doblar la esquina. Distinguió un alto edificio blanco. Fue en ese instante, en que sintió su estómago encogerse como el fuego lamiendo el césped, que ató los cabos. «¡Oh, mierda!».


Quince minutos más tarde, Lelouch había llegado en su coche al puerto de Kyushu. Salió con rapidez. Casi se le escapó una blasfemia de los labios al plantarse delante de los barriles. Eran demasiados y estaba demasiado oscuro para ver cuál de ellos tenía agujeros. Una hilera estaba conformada por siete y había cinco de ellas. Se dijo para sus adentros que si se quedaba ahí iba a echar raíces y se puso a escudriñar los barriles uno por uno. La pálida luz del alumbrado estaba suponiéndole un serio problema para encontrar el barril. Se vio forzado a encender la linterna de su teléfono para guiarse. La noche estaba particularmente helada. No era ese frío romanticón en que las parejas usaban de excusa para acobijarse en una manta, acurrucarse y toquetearse. No. Era ese frío que te quemaba la piel y congelaba tu aliento. El invierno estaba tocando la puerta de Pendragón. A Lelouch lo agobiaba la sensación de que sus dedos iban a pegársele en la superficie de metal de los barriles y de ahí no iban a despegarse. Felizmente, su búsqueda concluiría pronto porque de repente uno de los barriles se meneó con violencia.

—¡C.C.!

—¡¿Lelouch?! ¡¿Eres tú, Lelouch?! ¡SÁCAME DE AQUÍ!

—¡Aguanta, C.C.! ¡Allá voy!

A fuerza de tantas sacudidas, el barril se derrumbó bajo su propio peso. C.C. gritó. Lelouch se precipitó sobre el barril. Lo abrió. Sus manos temblaban. ¿Por frío o por miedo o ambos?

—¡Tranquila! Estoy aquí, estoy contigo —jadeó—. Todo estará bien, ¿sí? Ya estoy aquí…

La cabeza de C.C. emergió de la boca del barril. Había salido arrastrándose. Alzó la cabeza y un ojo dilatado por el pánico se encontró con la mirada llena de preocupación de Lelouch. Se miraron el uno al otro, por un espacio de diez segundos. Se había puesto lívida. Sospechó que él tenía el mismo aspecto. Entonces, C.C. echó sus brazos en torno a su cuello y lo atrajo hacia ella, asiéndole con tanta firmeza como sus fuerzas le permitían, como si tuviera miedo de que se desvaneciera. Tras recobrarse del shock, Lelouch la rodeó con un brazo. La sintió titiritar. Estaba sollozando igual que una niña pequeña e indefensa. Pensó en su ojo hinchado, en su labio roto, en el susto que debió sufrir. En respuesta a eso, él le cepilló el largo cabello verde. Pudo sentir que titiritaba. Estaba llorando. La estrechó sin más. Los temblores fueron disminuyendo progresivamente hasta que por fin su respiración agitada se regularizó. Se secó las lágrimas con su corbata. Lelouch se puso de pie y la ayudó a hacer lo propio. Le abrió la puerta del copiloto y C.C. se subió. Lelouch se deslizó detrás del volante y encendió el motor. Puso en marcha el auto hacia su apartamento. Estaba girando hacia la carretera cuando captó un ruido. Le envió una mirada curiosa a C.C. Estaba escarbando sus bolsillos.

—¿Qué buscas?

—¡Mi paquete de cigarrillos y mi yesquero! ¡Aj, mierda! Creo que las dejé en la mansión —rezongó C.C.—. ¿Habré guardado algún repuesto aquí?

C.C. revisó la guantera. Tan fácil como sumar dos más dos fue para Lelouch comprender las repentinas ansias de la mujer de fumar. Le recordaba a esos drogadictos que iban a los bajos suburbios suplicando por refrain. Le inspiró lástima.

—¡Qué más da! Es mejor así. Esos cigarrillos te hacen daño —graznó Lelouch.

—¡No! Tú no entiendes —espetó C.C., desesperada—. Los necesito.

—¿Por qué? Dime, C.C. Es por lo que sucedió atrás, ¿no? Jamás te había visto tan aterrada…

C.C. exhaló fuerte por la nariz y se reclinó en su asiento. Rindiéndose, a las malas.

—Te había dicho que el Proyecto Geass me recluyó por diez años o más. Cuando no estaban experimentando conmigo, me tenían encerrada en una celda pequeña y oscura con una camisa de fuerza —relató C.C. con voz queda, mientras su dedo jugueteaba con el botón para bajar la ventanilla.

—No me había percatado que eras claustrofóbica. Quiero decir, vivimos en un pent-house.

—Lo estaba superando.

—¿Por eso no me lo dijiste?

—¿Para qué? —resopló—. No pararías de hacer preguntas fastidiosas —se excusó torciendo los labios como si fuera a hacer un puchero. Volvió a rebuscar en la guantera.

—También sé respetar el límite de privacidad. Presupones muchas cosas sobre mí. Ignoro si tú…

—¡Aquí están! —anunció C.C—. ¡Qué bueno que se me ocurrió guardar un repuesto!

Lelouch entrevió a C.C. que solo tenía ojos para un paquete de cigarrillos y un yesquero. La sonrisa enferma que esbozaban sus labios le causó repulsión. Lanzó el brazo para arrebatarle los objetos. C.C. se resistió. Forcejearon. El coche se bamboleó bruscamente en el carril. Los neumáticos rechinaron contra el asfalto. Si fue el subidón de adrenalina que oprimía su pecho por la inminente sensación de que iban a estrellarse o fue porque C.C. no estaba en sus plenas facultades o fue la testosterona que le sirvió de algo por una vez, él no lo sabía. El punto fue que ganó y era todo lo que importaba.

—¡Maldita sea, Lelouch! ¡Dámelos! —chilló, pegando pataletas—. ¡Te dije que los necesito!

—¡No los necesitas! —refutó Lelouch—. Lo que tú realmente necesitas es un psicoterapeuta.

—¡Ja! «Estás demente», dijo el loco al chiflado —soltó C.C. en un ladrido de risa—. ¿Sabes que en esas sesiones debes ser sincero y si les describo un día de lo que fue mi vida en aquel infierno me internarán en un manicomio? —indagó con más calma luego de una pausa. Había un punto de socarronería en su pregunta—. Y, aun si me reservara ciertos detalles, no podría superarlo, ¿o crees que no lo he intentado?

—Lo superarás —declaró con vehemencia—. Lo superaremos juntos.

—¿Uhm?

—C.C. —empezó de nuevo, lamiéndose los labios—, si yo fuera contigo a esas sesiones, no como apoyo moral, sino como paciente, ¿aceptarías tratarte con un psicoterapeuta?

—¿Hablas en serio? —clamó, desconcertada—. ¿Quieres que busquemos ayuda profesional?

Lelouch asintió. Tenía que hacerle saber que no había hablado tan en serio en su vida. Nunca antes se habían sentado a hablar de sus problemas. No porque estaban demasiado centrados en el plan para derrocar a Britannia Corps. Eso era un pretexto. ¿Por qué razón? ¿Hipocresía? C.C. no se equivocaba: él no era el más indicado para reprocharle nada, y viceversa. ¿Miedo? Sí, eso era. Les aterraba explorar sus psiques y luchar contra los demonios que moraban en los lugares más recónditos. Aún más les avergonzaba admitirlo enfrente de los otros. Por acto instintivo, se había convertido en un tema tabú porque tanto ella como él estaban al tanto de la obscuridad que habitaba en el otro y no habían hecho nada al respecto; pues las cosas más espeluznantes que hay duermen en el inconsciente. Ambas razones lo ataviaron de valor para plantearle aquella extraña y menesterosa propuesta. C.C. no aceptó. Pero tampoco la rechazó, lo cual Lelouch interpretó como algo positivo. Habían vivido a bastantes emociones intensas por un día. Estaban extenuados y, sobre todo, jodidos. C.C. había sido asesinada y resucitada en un lapso corto. Literalmente. C.C. abandonó las pataletas, recogió sus piernas y las abrazó. Se quedó mirando la ventana el resto del trayecto, abstraída y muda. Lelouch tampoco intentó sacar tema de conversación. Aún podía sentir su propuesta flotar en el aire y ya lo consideraba su acto más audaz del año y tal vez de toda la vida. Y quería, además, que C.C. reflexionara seriamente en el asunto.

Lelouch le dio vuelta al coche para estacionarse delante del edificio y abrirle a C.C. La llevó al interior en sus brazos. C.C. no protestó. Es más, parecía disfrutar del paseo.

—Lelouch —murmuró la Wicca, de pronto. Estaba admirando los botones y los pliegues de su camisa blanca—. ¿Te sentirías menos solo y más valiente si fuera contigo a esas sesiones? Lelouch osciló. Se debatía en contestar con la verdad o mentirle. Estaban en el ascensor. Les faltaba poco para llegar al pent-house. Meditó en su respuesta el tiempo que tardó el ascensor en abrir, de nuevo, de par en par, sus puertas.

—Sí.

Lelouch iba a bajar a C.C. para buscar las llaves cuando se fijó con horror que su apartamento estaba abierto. Alguien había forzado la cerradura. Raudamente, Lelouch colocó a C.C. en el suelo y le ordenó no moverse de ahí y llamar a la policía. Enseguida y llevado por el impulso, irrumpió en la morada. Era una idea terrible. Estaba consciente. Pero no podía aguardar hasta la policía sabiendo que Nunnally peligraba y solo estaba bajo la custodia de los apandillados de Tamaki en el apartamento. Hallar la puerta entreabierta no era un buen augurio. Su pistola estaba adentro. En todo caso, tenía el Geass y un arma mucho más poderosa: su ingenio. Iba a estar bien. En el interior, observó que los muebles estaban fuera de orden. Inclusive se había roto una tetera de cerámica. Un signo evidente de lucha. No obstante, la sala no había sido el punto de la confrontación. Intentó rastrearlo. Fue a la habitación de Nunnally para descartar sospechas y disipar los temores que hacían mella su corazón. Si ella no estaba allí, no estaría en ningún lado.

Lamentablemente, así fue.

Nunnally no estaba en su dormitorio. Minami, Urabe, Yoshida y Sugiyama yacían tirados en el suelo. Lelouch sintió como las piernas le flaqueaban y vacilaban al retroceder. Asombrado. Se agachó para tomarle el pulso a uno y así confirmar que estuvieran vivos, aunque el silencio que reinaba en el cuarto era tal que escuchaba las cadencias armoniosas de sus respiraciones. Al instante de haberse inclinado, se fijó que había una caja envuelta con una cinta rosa sobre la cama. Un elemento que desencajaba totalmente con la pieza. Lo acercó a él desesperado y lo destapó. Lo que había adentro lo perturbó: mechones de cabello café ondulados. No podían pertenecer a una peluca sintética. Se apuró en sacar los mechones tirándolos al suelo. A cada segundo, sus movimientos eran más descontrolados y los latidos de su corazón se aceleraban, causándole dolor. ¡Qué espanto! Finalmente, en el fondo de la caja encontró una lengua larga bañada en sangre coagulada. En un acceso de violento terror, Lelouch se desplomó sobre sus codos. Ni había asimilado todo cuando sintió un frío metal golpear contra su lóbulo occipital. Alguien lo estaba apuntando con el cañón de una pistola.

—Quieto, Lucho —siseó una voz familiar—. Te aconsejo mantener la calma si quieres ver a tu hermana de nuevo.

—¡Minami! —gruñó Lelouch. Lentamente se incorporó con las manos en alto. Se giró para ver de frente a Minami y a los otros. Todos se habían puesto de pie. Todas sus pistolas estaban amenazándolo—. ¡¿Dónde está mi hermana?!

—Con Luciano Bradley —respondió Minami—. Estábamos esperándote para guiarte a ellos. Tú solo. No la policía y no, desde luego, tu cómplice.

Minami redirigió su pistola contra C.C. que galopaba hacia la puerta. Se detuvo de golpe. En su rostro desfigurado por la conmoción, nuestro protagonista apreciaba el reflejo de su propio semblante. «Traicionado por sus mismos hombres…».

—Está bien, C.C —dijo, impresionado con el aplomo extraordinario con que pronunció tales palabras—. Iré con ellos. Estaré de regreso con Nunnally tan pronto como me sea posible.

Minami presionó el cañón de su arma contra la cabeza de Lelouch, instándole a adelantarse. Lelouch, con los hombros y la frente rectos, avanzó. Minami, Urabe, Sugiyama y Yoshida le siguieron derecho. Minami encubrió con su chaqueta la pistola con que apuntaba a Lelouch. Lo obligaron a subirse en su auto. Ellos lo imitaron. Lelouch manejaría y Minami le indicaría la dirección desde el asiento del copiloto. De cuando en cuando, Lelouch miraba el retrovisor. Estaba rodeado. Cada uno tenía un arma cargada y un par de puños que sabían cómo utilizar. Sería estúpido intentar algo. Además, le urgía llegar con su hermana. A su pesar, seguir a los gánsteres, quienes alguna vez fueron sus aliados, era su mejor plan para concretar su objetivo. «Debí haber usado el Geass cuando tuve la oportunidad». A Lelouch le resultaba inevitable pensar en que había sido traicionado y que pudo haber impedido este giro dictando una orden. Por más esfuerzo que él invertía para exiliar aquellos pensamientos en aras de concentrarse, acababan volviendo. Las preguntas se hacinaban de manera desordenada en su cabeza. ¿Fue por orgullo? ¿Por terquedad? ¿O fue porque no quería retorcer la voluntad de unas personas que le agradaba? De cualquier manera, Lelouch se dijo que no podía cambiar el pasado; pero podría tratar de entender el presente.

—¿Fue hace bastante tiempo que se reunieron con Schneizel?

—No, fue recientemente.

—¿Él los contactó o ustedes fueron con él?

—Él tomó la iniciativa. Nos invitó a cenar. Nos mostró los expedientes que armaste de cada uno de nosotros —terció Minami—. Nos asombró que tuvieras esas cosas contigo: nos habías dicho que te deshiciste de ellas.

—¿Fue por eso que me traicionaron? —lo interpeló, clavándole su mirada penetrante.

—Nos dolió tu desconfianza, sí. Realmente nos caías bien, Lelouch. Trabajar para ti fue un placer. Aunque eso no fue todo. El presidente nos contó que fuiste tú quien nos entregó a la policía. Eso fue feo —rumió—. Nos pudrimos en la prisión una temporada por tu culpa.

—Así es, sino fuera por mí, ustedes no hubieran terminado presos. Estarían muertos. Ya eran unos criminales cuando los conocí —dijo con los dientes prietos—. No necesitaron mi ayuda para ensuciarse.

—Es cierto. Ya éramos unas ratas inmundas. Trabajábamos para el Rey Negro, y ¿sabes qué? Él jamás pretendió ser nuestro amigo. Él no nos jodió la vida; nos la jodimos nosotros mismos mientras estuvimos con él.

Los dedos de Lelouch se crisparon en el volante. Le tronaron los huesos. El crujido atrajo la atención de los otros.

—Así que esta es su venganza.

—No, Lelouch. No haríamos algo tan infantil —discrepó Minami esbozando una sonrisa con aires de suficiencia—. Tú nos enseñaste a conseguirnos un propósito.

—Y ese propósito es el dinero sucio de mi hermano.

—¿Por qué te asqueas? Así la gente como nosotros se gana la vida, ¿no? —inquirió—. Parece que sabes más sobre nosotros que nosotros mismos.

Lelouch los observó uno por uno, mudo. En aquellas miradas que anteriormente expresaban admiración y respeto, ahora se leía desprecio y odio. Muy bien merecido. Lo admitía. Había arruinado la vida a esos hombres sin miramientos. Del mismo modo que se la había arruinado a su hermana. Todo lo que había estado arriesgando por obtener estaba a punto de perderlo y no le importaba. Sin Nunnally, su cruzada y su vida perdían su razón de ser.


Al llegar a su destino, Lelouch se tomó su tiempo para apreciar el entorno. Estaban delante de un edificio de paredes descascaradas. Tenía la pinta de ser un colegio abandonado. Minami lo empujó con el cañón en la nuca, recordándole que no tenían toda la noche. Lelouch frunció los labios y reanudó la marcha. Subieron los siete pisos.

En la azotea había suelto un olor a cal, a polvo, a agua estancada y a basura. Las sombras se habían espesado en ese punto de la noche. La luna redonda y enorme iluminaba la azotea. Un vendaval aullante y antinatural estaba soplando fuertísimo. Lelouch sentía que las ráfagas le entraban por una oreja y le salía por la otra. Los dientes querían castañearle. Mantuvo la boca firmemente cerrada, pese a eso. Luciano estaba en el lugar. Lo acompañaban dos matones.

—¡Veo que recibiste mi mensaje! —apostilló Luciano, curvándosele una sonrisa odiosa.

Lelouch no tenía tiempo para amagos de cortesía ni preámbulos. Tan solo vino por una cosa.

—¿Dónde está mi hermana? —inquirió Lelouch titubeante, temiendo que la respuesta a esa pregunta acarreara detalles que le fueran difíciles de soportar.

—No estás en posición de negociar.

—Tampoco tú, Luciano —espetó y dio un paso adelante—. No negociaré ningún trato hasta que no vea que mi hermana está sana y a salvo.

—No cabe duda de que eres un abogado y un grano en el culo. Está bien —consintió Luciano, sin perder la sonrisa—. Tú ganas, Lamperouge. Ven conmigo.

A Lelouch lo inquietaba el buen humor de Luciano. No muchas cosas lo alegraban. Si algo había aprendido de Luciano en aquellos meses era que cuando se sentía agraviado el demonio se embutía en su cuerpo. A Lelouch le pasaba de manera más o menos similar. Si bien, no se entregaba a su rabia, no era un buen perdedor. Sin embargo, se deleitaba con las victorias con un placer indecible. Igual que él. Lelouch y Luciano le dieron media vuelta a la azotea cuando repentinamente Lelouch se envaró. Sintió que su sangre fría lo abandonaba al ver las muñecas de su hermana atadas por una soga que estaba sujeta a la tubería; de modo que de cintura para abajo estaba colgando. Luciano la había amordazado, en adición. Lelouch hizo acopio de sus fuerzas restantes para dominarse.

—¿Qué es lo que Britannia Corps quiere que haga? —preguntó con el tono más frío que pudo adoptar. No resultó como quería: su voz le había salido entrecortada.

—Que renuncies a tu venganza, cojas tus cosas y te marches para siempre de Pendragón. ¡Y, ah! Una cosa más: tu hermana permanecerá con nosotros como garantía.

—¡Jamás! ¡Yo no me iré a ningún lado sin ella! —vociferó con una determinación salvaje.

—Te dije que no estás en posición de negociar —gruñó Bradley—. La última vez que vi a tu hermana estaba bien. Pero puede que para la próxima pierda un brazo.

—Nunnally es inocente. ¡No formaba parte de esto! —bramó— No es a ella a quien quieren; es a mí. ¿Por qué no la dejas y me matan? —sugirió Lelouch entre dientes, marchando hacia delante. Oyó el chasquido metálico de las pistolas y frenó su avance—. Escogiste una buena carnada y me tienes. Podrías terminar con todo esto ahora.

—¡Ay, Lamperouge! —cacareó—. ¡Si ya lo intentamos! Por las buenas quisimos correrte de Pendragón, hasta te ofrecimos una tregua, te enviamos a la cárcel para que te aquietaras, y tú insistías e insistías. Con gusto, te mataría aquí mismo; sino fuera porque eres el hermano del presidente y él es un hombre que respeta el lema familiar. No nos das otra opción.

Conque era esto o nada. Renunciaba su guerra contra Britannia Corps por el bienestar de su hermana y, a cambio, tenía que dejarla con Schneizel. Era un trato injusto. Un precio altísimo. Un duro sacrificio. No le gustaba. ¿Qué más podía hacer? Era probable que le dispararan si intentaba correr hacia ella. Sin mencionar que se la llevarían y nunca más la vería de nuevo. Habría desperdiciado su última oportunidad. Entonces, otra respuesta atravesó por su mente. ¡El Geass! Aun cuando no lo había probado del todo, no le había fallado. Era su mejor recurso a la mano. Se dirigió a un Bradley impaciente, activó el Geass y manifestó:

—Bradley, te ordeno que liberes a mi hermana y nos dejes ir.

La expresión zumbona del aludido se desvaneció para dar lugar a una mueca de confusión.

—¡¿Qué carajo?! Yo no sigo tus órdenes. ¡Ustedes de ahí! Recojan a la lisiada. Nos largamos. No hay trato.

¡¿No había dado resultado?! ¡¿Por qué?! ¿Acaso solo funcionaba una vez por persona o había perdido su poder? ¿Qué había acontecido? No tenía idea, pero Bradley no le regalaría ni cinco segundos para descubrirlo. Se estaba yendo y tenía que detenerlo. Lelouch se derrumbó sobre sus rodillas.

—¡Luciano, te ruego por lo que más quiera! —jadeó él—. ¿Qué cambia rechazar o no el trato si Nunnally no estará conmigo, de todas maneras? Mi hermana y yo hemos estado solos desde que asesinaste a nuestra madre. Apenas pudimos seguir adelante porque hemos estado juntos. Si me separas de ella, Nunnally no sobrevivirá sin mí. ¡Por favor!

Luciano soltó una carcajada perversa y sin tapujos que le cerró el estómago a Lelouch.

—¿Ah, sí? ¿Entonces por qué creo que es más bien al revés? —lo cuestionó—. Tú eres quien está suplicando y berreando. Tu hermana, por otro lado, no protestó cuando le hizo un corte de cabello o cuando me hizo pasar un rato muy agradable…

Luciano se metió la mano en la chaqueta y sacó unas bragas que obviamente no le pertenecían y se las arrojó a Lelouch. El abogado miró las bragas con los ojos desorbitados. Empalideció mortalmente al reconocerlas. ¿Era una cruel broma de Bradley? ¡¿O de veras…, de veras…?!

—…O quizás sea porque le corté la lengua ya que no pude tener la tuya —prosiguió Bradley con una sonrisa horriblemente morbosa.

Algo pérfido y lascivo brilló en los ojos de Bradley. Era la pincelada que a Lelouch le faltaba para que se imaginara el resto del cuadro y sucumbiera al horror y a la desesperación.

—¡Por favor! ¡Permíteme que me lleve a mi hermana! ¡Nos iremos adonde los Britannia no sepan de nosotros y para siempre!

—El asunto es, Lamperouge, que eres un mentiroso experto. En serio. Jamás escuché a nadie mentir como tú. Te lo digo como un halago —explicó Luciano—. Espero me entiendas si me rehúso a creer una sola palabra tuya.

Lelouch agarró la braga de su hermana y la estrujó en su puño. Estaba temblando.

—Si no crees en mis súplicas, cree en mis promesas —siseó con una voz cavernosa que no sonaba humana—. Si no pones en libertad a mi hermana y nos dejas ir; te juro que te voy a perseguir hasta los confines del mundo hasta capturarte, te arrancaré la lengua y te haré pasar por todas las torturas que sometiste a mi hermana hasta que arrodilles ante mí y me supliques que te mate. Si es que existe un infierno, te juro que te haré descender hasta él bailando.

Lelouch, entonces, volvió gradualmente los ojos a Luciano. Había algo en ellos que perturbó al guardaespaldas. Algo que estaba en el fondo. En lo más profundo de su alma. Odio. Puro, negro, bullendo a fuego lento. Fue un segundo porque luego de parpadear aquel atisbo había desaparecido. Luciano se preguntó si no lo había alucinado o si acaso no estaba proyectando sus propias emociones en el abogado.

—No me intimidas, Lamperouge —replicó Luciano con gesto despectivo.

Lelouch tragó saliva. Ladeó la cabeza hacia donde estaba Nunnally. Tenía la frente plegada en arrugas, la cara roja y los ojos abiertos y vidriosos. Suplicó por tercera vez:

—Si no sueltas a mi hermana ni te gusta lo que te estoy proponiendo, tampoco me dejas otra alternativa. Iré con el presidente Schneizel y le pediré que me permita marcharme con ella a otro país. Será difícil dejar todo atrás y olvidar esto, empero si ella y yo pudimos recomenzar nuestra vida sin nuestra madre, podemos hacerlo de nuevo —gimió. A Nunnally, que estaba oyendo, se le corrieron por las mejillas las lágrimas—. El presidente es un hombre de valores familiares. Confío que aprobará mi petición —musitó— y le mostraré esto —advirtió alzando el puño que apretaba la braga—. Me da curiosidad conocer su reacción cuando se entere del trato que su hermana tuvo.

El cuello de Luciano enrojeció de ira. Desvió la mirada y se rascó con nerviosismo. «¡Maldito seas, Lamperouge!». Lelouch tuvo que haber razonado que si no podía matarlo ya que en sus venas corría la sangre de un Britannia, aquel riguroso precepto debía extenderse a Nunnally.

—¿Qué hay con la abogada?

—La disuadiré. Kallen no es lo suficientemente astuta para crear un plan. Sin mí no irá muy lejos —le contestó Lelouch—. Y si no me escucha la mataré. No sería mi primer asesinato y bien sabes que nada me detiene.

Durante unos minutos, Luciano observó atentamente a Lelouch mientras deliberaba. Al cabo, le hizo un ademán a Yoshida y señaló a Nunnally con la cabeza.

—Okey. Tú, saca a la lisiada y libérala —consintió Luciano—. Tú ganas, Lamperouge. Vete con tu hermana. Solamente recuerda lo que prometiste y no vayas con el presidente Schneizel o sino regresaremos por ella.

Lelouch divisó a Bradley. ¿Había accedido? ¿Significaba que lo convenció? La nuez le subía y le bajaba con rapidez. Un suspiro de alivio le quería subir por la garganta. Lo retuvo. Estaba demasiado trastornado para relajarse. Hasta que Nunnally estuviera libre y lejos, aquello no se había terminado. Lelouch se puso de pie torpemente. Junto a Yoshida, se encaminó hacia Nunnally. En la espera, Luciano pegaba vueltas. De súbito, levantó una mano enguantada.

—¡Uhm, alto! Cambié de opinión. Eres un embustero, Lamperouge. Prefiero no arriesgarme.

Luciano golpeó a Sugiyama, le arrebató su arma y le disparó a Yoshida a quemarropa. Era la señal. Paralelamente, una de las Valkirias de Bradley sacó una daga, se inclinó sobre la soga y la cortó. «Bradley lo había premeditado. Nunca iba a dejar ir a Nunnally con vida». Lelouch sintió que su corazón se separó de su organismo.

—¡NUNNALLY!

El grito se le astilló a Lelouch en la garganta, al término que saltaba con energía desesperada sobre la soga. La cogió. Esta lo llevó a rastras por toda la azotea hasta llegar al borde. Lelouch creyó que el brazo se le iba desprender ante brutal arrastre. Con su otra mano, tomó la soga y se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Nunnally quedó colgando. Bajo sus pies, a varios metros, corría un río largo y estrecho sobre un lecho de piedras multicolores. Lelouch no era especialmente fuerte. No obstante, el terror de perder a su única familia mezclado con su feroz resolución se adueñó de él, dotándolo de una fuerza increíble. Empezó a subirla poco a poco. Las manos rojas le sudaban. El viento gélido entumecía sus dedos. Alargó su brazo.

—¡Nunnally! ¡Dame tu mano!

Nunnally estiró el brazo todo lo que pudo. En un minuto, Lelouch tenía agarrada su mano. Le dedicó una sonrisa trémula y Nunnally le devolvió el gesto emocionada como si lo supiera en su corazón. Entonces se produjo un auténtico milagro. Sus ojos apagados se iluminaron, llenándose de vida. ¿Podría ser que en realidad lo estuviera viendo? Al siguiente minuto, algo pesado golpeó el cráneo de Lelouch y todo se puso negro. Lo último que sus oídos alcanzaron a oír fue el sonido de un chapuzón.


A Lelouch le dolía la cabeza cuando se despertó. Entornó los ojos con lentitud. Observó que sobre su cabeza se extendía un techo verde. Tenía las extremidades agarrotadas, en parte, por el frío del aire acondicionado, en parte, por haber estado inmóvil durante horas. Revoloteó la mirada por los alrededores. Vio que estaba tendido en una cama y vestía una bata blanca. Se encontraba en un hospital. «¿Qué había pasado?». Lelouch procuró acordarse reorganizando todas las imágenes difusas que vagaban por su mente. Quiso incorporarse y se le escapó un quejido. Su cabeza palpitó y con esa palpitación acudió a su memoria un grito agudo. Sayoko, que estaba en una silla contigua velando su sueño, lo agarró por los brazos delicadamente.

—Lelouch, no intentes moverte —pidió con una amable sonrisa—. Descansa.

Sayoko trató de ayudarlo a recostarse. Lelouch agarró su muñeca.

—¿Qué pasó? —masculló sin cruzar una mirada con ella.

—¿Qué pasó? —repitió Sayoko como si no hubiera escuchado bien. A esa pregunta sucedió una pausa que no le gustó nada a Lelouch. La criada desvió la mirada fugazmente. Sabía que aquella pregunta iba a caer tarde o temprano; sin embargo, ¿tenía que formularla tan pronto? Lelouch comenzó a impacientarse y le apretó la muñeca.

—No me hagas repetírtelo…

—Nos traicionaron —farfulló Sayoko—. Minami, Sugiyama, Yoshida y Urabe raptaron a la señorita Nunnally sin que Rolo y yo pudiéramos impedírselo. Ellos estaban enojados contigo. La secuestraron para vengarse. Fuiste a rescatarla. Algo salió mal y perdiste el conocimiento. Luciano Bradley te salvó.

Lelouch torció la boca por una ráfaga de segundo. Había ciertos elementos que no encajaban en aquel relato. Elementos que no coincidían con sus recuerdos. Los dejó pasar. Todo lo que quería saber en ese momento era una cosa. Inspiró hondo y preguntó en un murmullo:

—¿Y Nunnally?

Silencio. Sayoko ladeó la cabeza con incomodidad. Responder a la primera pregunta supuso un ejercicio de disección. Deliberadamente había omitido la parte en que los medios habían convertido a Luciano en un héroe por salvarlo. Sabía que a Lelouch no le sentaría bien. Pero hubiera preferido retroceder en el tiempo y decírselo antes que dar contestación a esa segunda pregunta.

—Sayoko, ¿dónde está Nunnally? —inquirió Lelouch. Aún no volteaba a mirarlo. La aludida vaciló. La mano de Lelouch tembló furiosa—. ¡¿En dónde está Nunnally? —vociferó—. ¡No me hagas preguntártelo de nuevo!

Lelouch haló a Sayoko hacia él con una fuerza inédita y la desafió con la mirada. Se atragantó con su saliva. Observó que sus ojos oscuros relucían. Lelouch sintió su corazón latir una vez y después quedarse quieto. Bajó la cabeza despacio y se mareó. Sus dedos se aferraron a la barandilla de la cama. Entró una enfermera. Iba a cambiarle el suero. Lelouch no la dejó. Se arrancó la aguja y salió de la cama. La enfermera musitó algo. Lelouch no dio oídos a ninguna de sus palabras. Ella intentó hacerlo volver. Él la rechazó empujándola con el codo. La llegó a arrojar al suelo. Lelouch no cayó en cuenta. Caminó unos cuantos pasos sin tener un rumbo definido, jadeó como si le faltara el aliento y soltó una risita. Para cuando Sayoko fue a ayudar a la enfermera a incorporarse, la dolorosa risa irónica de Lelouch se había convertido en una estridente y larga carcajada demente que desembocó en un llanto amargo. Varios enfermeros se aprestaron a estabilizarlo. Él puso resistencia. Fue increíble cuánto pudo soportar. Lelouch no parecía un hombre, sino una fiera herida acosada a muerte. La habitación se llenó con un desgarrador y espeluznante grito cuando, por fin, lograron sedarlo. Un grito que aún después reverberaba en las cuatro esquinas de la pieza.


Los días sucesivos no fueron mejores. No para nuestros héroes, en cualquier caso. A tan solo una semana de las elecciones, el presidente Charles tuvo una recuperación «milagrosa» y fue dado de alta. Hizo una breve aparición en público para agradecer el apoyo de sus partidarios y renovar su compromiso con su campaña y el país. Claro que, como habrá previsto el lector, el patriarca Britannia tenía algo en mente con aquel gran regreso. Prontamente se propagó la noticia de que el presidente Charles no presentó cargos contra su atacante, lo que detonó una ola de desconcierto en los ciudadanos de Pendragón. Había sido abatido de un disparo ni más ni menos. El viejo león no pretendía prolongar la incertidumbre por demasiado. Cuando fue puesto bajo libertad el atacante, los periodistas ya lo aguardaban. Lo bombardearon con sinfín de preguntas tontas. «¿Fue premeditado?». «¿Está arrepentido de lo que hizo?». «¿Le gustaría decirle algo al candidato zi Britannia?». Fueron unas cuantas. En medio de ese mar de flashes y caudal voraginoso de voces, compareció el presidente Charles en persona en su BMW. En el acto, absorbió la atención. Lo asaltaron con el doble de preguntas impertinentes. El hombre fue subiendo los peldaños sin hacer caso. No fue hasta que un reportero le preguntó por qué no había procedido con una demanda que el presidente Charles se volteó y respondió así:

—Yo entiendo que este incidente fue instigado por las lamentables condiciones de Britannia Chemicals…

—¿Está usted reconociendo que Britannia Chemicals es insegura?

A la rueda de prensa no podía faltar Milly, su lengua ladina y su leal camarógrafo Rivalz.

—Dejaré que sean los investigadores los que determinen eso —repuso el presidente Charles, golpeándola de reojo con su mirada acerada—. Y también entiendo que a cualquiera, incluso al hombre más fuerte, lo devastaría un diagnóstico de cáncer.

—¿Significa que perdonará al agresor?

— Este pobre hombre ha sufrido bastante ya por mi causa. No quiero perpetuar más su dolor.

Conmovidos francamente, tanto reporteros como simpatizantes acogieron aquella muestra de piedad con fuertes aplausos. El agresor, por otra parte, prorrumpió en sollozos:

—¡Lo siento mucho, presidente Charles! No quería hacerle daño. No sé qué me sucedió. Le juro que no soy así. Por favor, perdóneme…

El japonés se deslizó fuera de los brazos de los oficiales que lo escoltaban. Desmoronándose. Sus rodillas amortiguaron la caída. El presidente acudió con presteza a ayudarlo a levantarse. Lo abrazó. Los asistentes aplaudieron entusiastas. Todo estaba siendo grabado en vivo y en directo.


Suzaku observaba con escepticismo aquel patético show mediático desde su apartamento. De primera mano sabía que el presidente era un manipulador de medios. Podría apostar que él habría convocado a esos reporteros. De otra forma jamás se hubiera reconciliado con aquel infeliz. Asqueado, Suzaku apagó el televisor y cogió el sake que estaba sobre la encimera y se la metió debajo del brazo. Había adoptado la mala costumbre de beber un par de tragos para dar inicio a su día. En general, bebía en el desayuno. De vez en cuando, para ahorrar tiempo, Suzaku se llevaba consigo el alcohol al baño y mientras estaba sentado en la tina lavándose sorbía la botella. Hoy se le antojaba hacer eso. Pero entonces llamaron a la puerta. Suzaku pensó en ignorarlo y seguir en lo suyo. Solo que el extraño visitante fue persistente y golpeó con más intensidad. Ya no podía fingir desconocimiento. Últimamente el ruido más mínimo lo molestaba. A las malas, decidió abrir la puerta y despachar al visitante. Sea quien sea. No obstante, primero que nada, Suzaku comprobó su sobriedad recitando un trabalenguas japonés en voz alta. Era un truquito que aprendió de su padre. Si conseguía decirlo sin problemas, significaba que estaba en condiciones para atender a otros. Este fue el caso. Suzaku fue a abrir.

—¡¿Lelouch?! —exclamó Suzaku en el colmo de la sorpresa.

Suzaku miró de hito en hito a Lelouch como para comprobar que no era un producto de su imaginación. Efectivamente, era él y, al mismo tiempo, no era él. El hombre plantado ante su puerta tenía los ojos almendrados de color violeta, la piel de mármol, el cabello negro cual el ébano con el flequillo marcando la separación entre sus ojos. En fin, tenía el conjunto de rasgos físicos que identificaba a Lelouch. Pero, asimismo, tenía un aspecto demacrado, empezando por los ojos inflamados. Los globos estaban ligeramente prominentes y cubiertos por una red de venas rojizas. Debajo de ellos se le habían tatuado unas ojeras enormes. ¿Adónde carajo había ido el porte del ilustre y exitoso abogado de Pendragón? ¡¿Quién era este tipo?! Lelouch o el extraño le devolvió la mirada. Quizás porque se veía igual. Viendo que el joven fiscal se había clavado en el umbral entorpeciendo el paso, el visitante acabó por abrir la puerta de un tirón. Suzaku soltó una maldición, al término que él y el impostor pasaban adentro.

—¿Por qué estás aquí? —inquirió Suzaku con su habitual trato arisco hacia él.

Suzaku fue a la cocina a trompicones, colocó el sake en la mesa del comedor, arrimó el vaso en que había bebido agua y se sirvió un trago, dándole la espalda a su examigo. Lelouch se quedó en la sala.

—De seguro, estás al tanto de que Nunnally fue secuestrada y torturada por Luciano Bradley y que está desaparecida —murmuró Lelouch, retorciéndose las manos.

Suzaku terminó mareado al ingerir su bebida. Bajó abruptamente el vaso. Se limpió los hilitos de licor que rodaron por su barbilla con el dorso de la mano.

—Sí, lo he oído —afirmó él con sequedad. Se sirvió otro trago—. Bueno, ¿y qué haces aquí? ¿Por qué no vas con Bradley y le metes un putazo que lo deje desangrando o muerto?

—¡La venganza no es justicia, Suzaku! —rebatió en tono tajante—. Y yo quiero justicia para mi hermana. He venido a pedirte ayuda por eso. Utiliza todo tu poder, tus conocimientos, tus habilidades como fiscal para poner detrás de las rejas a ese bastardo.

Suzaku despegó sus labios del vidrio y explicó sombríamente, todavía sin mirarlo cara a cara:

—Eso no está en mi jurisdicción. No soy el fiscal asignado a ese caso.

—Pero podrías pedirlo. Estoy seguro de que si vas con el fiscal Waldstein y se lo solicitas él accederá. Cuentas con la influencia de Charles zi Britannia. No se negará.

—¿Tú crees que me dan todos los casos que pido? —espetó Suzaku, acalorándose—. ¿Crees que soy el niño consentido de la fiscalía? —inquirió de nuevo, volteándose finalmente hacia Lelouch—. Ya me involucré en un caso personal no hace mucho. Fue difícil obtenerlo y más conservarlo. Existen otros fiscales que pueden hacerse cargo.

—¡No quiero a otros fiscales! —lo atajó Lelouch con rudeza—. ¡No confío en ellos! ¡Tienes que ser tú! Tú eres un buen fiscal, el más recto que conozco, sé que harás hasta lo imposible por traer justicia para Nunnally.

—¡Mierda, Lelouch! —gruñó Suzaku descargando de golpe el vaso sobre la mesa. El alcohol salpicó como un volcán entrando en erupción—. ¡¿Por qué quieres que sea yo?!

—¡Porque eres mi mejor amigo! —tronó Lelouch. La voz se le desafinó al alzarla.

—De eso se trata, ¿no? —cuestionó Suzaku mordaz, asintiendo con la cabeza—. Esto es otra de tus maquinaciones. Eres un maldito cínico.

Lelouch no se ofendió. A juzgar por la creciente hostilidad entre ellos, había considerado que dudara de la sinceridad de su súplica y lo mandara al infierno de donde había salido para joderlo. Lelouch cerró los ojos. No tenía otro remedio. Suzaku lo estaba obligando a hacer eso. Lentamente Lelouch dobló las rodillas temblorosas y las hincó en el suelo para enfurecimiento y horror de Suzaku.

—Te lo ruego, Suzaku…

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —ladró, exaltándose más con cada negación. Al cabo de una pequeña pausa en que se había tapado la boca, le ordenó agitando el dedo en su dirección—: ¡levántate! ¡Levántate, pedazo de basura! ¡Ni pienses…!

—…Por lo que más quieras…

—¡Lo que más amaba ya no existe! —rugió Suzaku avanzando a zancadas hacia su viejo amigo—. Mi padre, Euphie y ahora Nunnally están muertos por tu culpa.

—…Hazme este favor —siseó Lelouch, casi sin voz—. Ya no me queda nada de orgullo. Haré todo lo que tú me pidas. Todo lo que tú quieras. Me disculparé por ser un cínico, por usar la ley a mi conveniencia, por matar a Euphemia, absolutamente por todo lo que hice y no hice. Ese hombre asesinó a mi madre hace diecisiete años y hace poco secuestró, torturó, abusó y mató a mi hermana. ¡Destruyó todo lo que más me importaba en esta vida! —declaró Lelouch, volviendo su rostro desvaído y ajado hacia su viejo amigo. Su fachada calmada se había roto. Ya no podía retener el dolor—. Nada más tú puedes impedir que cometa una locura porque si no lo atrapas voy a tener que tomar la justicia con mis manos y cuando mate a Luciano no habrá esperanza para salvar ni un resquicio de mi alma ¡y yo le hice una promesa, Suzaku! —aulló, parpadeando convulsivamente para espantar las lágrimas—. Ella hubiera querido que las cosas se resolvieran por la vía correcta.

—¡¿Cómo te atreves a presentarte en mi casa a pedirme que te ayude con la ley?! —lo encaró Suzaku, indignado. Sintió como la visión se le empañaba conforme hablaba—. Cuando tú la has pisoteado y escupido, ¡cuando tú te has burlado de ella!, ¡cuando tú la has manipulado a tu perverso antojo para salirte con la tuya!...

—¡Ella era también tu amiga, Suzaku! —gimoteó Lelouch—. ¡Ten misericordia…!

La palabra sulfuró a Suzaku, pues Lelouch, sin quererlo, o tal vez sí, había frotado con sal una herida que no había cicatrizado. Suzaku desfogó el fuego contenido sobre él.

—¡JÓDETE!

Con los ojos anegados de lágrimas y el semblante colorado, Suzaku le propinó un puntapié. Lelouch se agarró el estómago con una mano y con la otra se sujetó del suelo evitando la caída. El segundo golpe alcanzó su mejilla haciéndole girar la cabeza. Con todo, no lo hizo moverse de su sitio. Suzaku embistió otra vez. Lanzó múltiples puñetazos y patadas. Lelouch no hizo ningún intento de responder a sus ataques o esquivarlos. Ni siquiera reaccionaba. Aceptó mansamente todos los golpes como si los mereciera, como para hacerlo sentir mejor. La sumisión de Lelouch acució la rabia de Suzaku acentuando la fuerza de sus acometidas. Su impresión había sido acertada cuando notó que ese intruso no era su enemigo y esa certeza se encaramaba a su pecho y atenazaba su garganta.

Lelouch nunca se rendía.

Tras ser objeto de tantas palizas, Lelouch se desplomó en el piso. Suzaku pisoteó su cabeza. Procuró mantenerla fija debajo de su pie.

—¡No tienes ningún derecho a decir esa palabra con tu sucia lengua! ¡Eres patético! —le riñó Suzaku, fuera de sí—. ¡¿Por qué no te defiendes, maldita sea?! ¡Estás como muerto! ¡¿Cómo es posible?! Nunnally posiblemente está muerta, ¡¿y te vas a desmoronar así cuando más que nunca necesita que te levantes?!

—¡No puedo! —sollozó—. Nunnally era mi propósito, el ancla que me conectaba a la tierra, ¡¿cómo puedo vivir sin mi corazón?!

—¡¿Ella era tu propósito en la vida?! —lo interpeló el hombre sin disimular el punto caustico en su voz— ¡Pues consíguete otro! El mundo no se va a detener solo porque tu hermana y tu madre ya no están. ¡¿Te duele?! ¡Entonces, llora, grita, patéame! ¡Pero tú no te puedes rendir! ¡Te dije que te atraparía y te encerraría y hasta que eso no ocurra tú tienes que seguir viviendo, maldito bastardo!

Suzaku pateó a Lelouch con menos ímpetu. Estaba cansado. Había drenado gran parte de su cólera y vigor. Estaba por volver al ataque cuando inesperadamente Lelouch atrapó su tobillo. Suzaku perdió el equilibrio y se fue para atrás. Sin más dilación, Lelouch acometió a Suzaku. Pronto estuvieron en el suelo revolcándose como dos niños peleándose en el patio de recreo. Una pelea brutal y torpe en que no intercambiaron palabras. Solo golpes, gruñidos de furia y quejidos de dolor. Lelouch le tiró un gancho en la quijada. Sus nudillos huesudos aumentaron el impacto. Suzaku cogió su pie cuando intentó revolverse y le asestó una potente patada en el vientre. Lelouch le embutió un codazo en el pecho. Suzaku sujetó sus puños y Lelouch lo mordió para librarse. Se habían convertido en un remolino de puñetazos y agarres. No podían derrotar a Britannia Corps, empero ahí mismo podían tener una batalla en que uno de los dos podría arrogarse con la victoria.

Gradualmente, fueron vencidos por el agotamiento y se desparramaron resollando. Lelouch sangraba por la nariz y la boca. Suzaku tenía apenas un corte en la ceja. La camisa de Lelouch se la había subido hasta la mitad su torso, el cual tenía repartidos una hilera de cardenales. Una de las mangas de la camisa de Suzaku se estaba rasgando por la costura. Los puñetazos de Lelouch no dolían tanto como sus arañazos. ¡Joder! ¡Sus uñas eran como garras! En el colegio donde estudiaron juntos, los otros chicos se burlaban de Lelouch alegando que peleaba como niña. Pero no era verdad. ¡Lelouch peleaba como un gato! Él debió haberse percatado porque, en esto, Suzaku y Lelouch soltaron una risotada seca. Una risotada que asemejaba al susurro del viento a través de la hojarasca. Una risotada en respuesta al lamentable empate que acabó su pequeña pelea. Se acallaron al sentir el ramalazo presionar contra sus huesos y músculos.

—Está bien —dijo Suzaku serio—. Solicitaré el caso. Lo haré por ella, no por ti. Ahora, vete. No bromeaba cuando decía que no eras bienvenido.

—Gracias, Suzaku —musitó Lelouch con parquedad.

Casi al unísono, Lelouch y Suzaku se repusieron. Ninguno ayudó al otro. No se despidieron. El que alguna vez había sido el mejor amigo de Suzaku simplemente se adecentó y se marchó por donde vino.


Kallen tocó tres veces a la puerta. Estaba enfrente del apartamento de Lelouch. Había estado visitándolo diariamente. Sin tener ningún éxito ya que Lelouch había estado ignorando aposta sus mensajes y sus llamadas y rehusando, además, abrirle la puerta. Lelouch no quería verla. Esta ley del hielo resultó aún más amarga que si Lelouch le hubiera gritado expresándole que no quería su compañía. A pesar todo, Kallen no se rindió. Necesitaba hablarle, mirarlo a los ojos, abrazarlo, porque sabía cómo estaba. Había estado en sus zapatos hace diecisiete años. La sensación era más dolorosa verla desde afuera. Kallen desconocía que Lelouch no estaba en casa. No obstante, esta visita no sería en balde. Esperando, Kallen oyó su celular repicar. Era un mensaje de C.C. avisándole que la puerta estaba abierta. Kallen cogió la manija de la puerta y la dobló. Esta se abrió automáticamente. C.C. tuvo que haberlo hecho desde adentro. Entró. Kallen escaneó los alrededores. Todo estaba impecable. En perfecta normalidad. Fue eso lo que la perturbó. ¿Sería que el desorden estaba en el cuarto de Lelouch? Siendo así, no podría averiguarlo. C.C. vestía una camisa blanca de Lelouch, tenía las mangas arremangadas hasta los codos y andaba descalza. Había salido de la cocina. Kallen tragó saliva.

—¿Dónde está Lelouch? —inquirió, temerosa.

—¿Ese loco? Fue con su amigo, el alcohólico.

—¿Suzaku es alcohólico?

—Es lo que dice el chismógrafo y lo que confirman los comentarios en los foros de noticias. Debe de ser verdad. Asociaste su nombre con «alcohólico» inmediatamente.

—Bueno, no es que Lelouch tenga muchos amigos —replicó Kallen en un susurro, ladeando la cabeza—. Probablemente fue con él para pedirle su ayuda como fiscal por la desaparición de su hermana. No estoy segura de que acepte, ¿o qué crees?

—¡Pues tú dime! —suspiró, golpeándose los muslos—. Yo solo conversé con él una vez. Tú llevas tratándolo mucho más tiempo.

—Suzaku es un alma altruista y compasiva; pero está firmemente convencido de que Lelouch es un asesino —contó Kallen, meditabunda—. No sé si su resentimiento hacia él podrá más que su lado bueno. Me gustaría pensar que no. Lelouch lo necesitaría —observó, abrazándose con pesadumbre. Entrevió de refilón a C.C. que había enmudecido. No parecía que iba a decir nada. Con afán de no dejar morir el diálogo, Kallen preguntó, lamentando que nada mejor se le ocurriera—: ¿cómo lo está llevando Lelouch?

—Fatal —resopló con sorna, señalando con el dedo el cenicero repleto de cenizas.

C.C. se escabulló en la cocina. Kallen la siguió con cierta vacilación. Ella le mostró el interior de la papelera. Había tres botellas de alcohol.

—Lo imaginé. Yo solo… No, fue una pregunta imbécil —gimió Kallen, contrita, frotándose la frente—. Debí haberlo supuesto. Está evitándome…

—No te lo tomes personal. A Lelouch lo ha abandonado bastante gente en el pasado, así que prefiere abandonarlos y cargar con la culpa convenciéndose de que es lo mejor para todos —le explicó, halando hacia ella uno de los cajones de la cocina. Sacó un paquete de cigarrillos y una cajita de fósforos. Lo cerró empujándolo con la cadera—. Pero tú no debes hacerlo. Tú eres su reina.

—Sí, claro —se mofó Kallen, sarcástica.

—Es verdad —insistió C.C. con gravedad—. Él te eligió como tal.

—Si soy su reina, ¿por qué me siento como su peón? —la interrogó Kallen, afrontándola con la mirada. La Wicca constató el dolor que le producía la desconfianza de Lelouch transcrito en sus facciones. Sacó un cigarrillo, lo condujo a sus labios y lo apretó entre ellos.

—El peón puede convertirse en reina cuando llega al extremo opuesto del tablero y tú, Kallen, has tenido un crecimiento notable. He sido testigo de ello —reconoció C.C., jugando con las cajas en sus manos—. Eres la única que lo entiende y puede ayudarlo. Si él te da la espalda cuando tú le das tu mano, habrá sido él quien cometió ese error. No tú.

Se filtró entre ellas un silencio taciturno. C.C. bajó la vista cavilosa. Un segundo después, la bruja meneó la cabeza, agitó el paquete de fósforos y sacó uno. Prendió el fósforo y lo acercó al cigarrillo que protegía con una palma. Su mano extrañamente temblaba. Tal cual si hubiera perdido control de ella. La pelirroja se limitaba a observar. Se había fijado en las cicatrices que tenía en los brazos y en los muslos. En su piel lechosa parecían desfiladeros en la nieve. Debajo de sus ojos topacios ribeteados se le habían formado bolsas moradas.

—Tú no te ves bien.

—Nunca he estado bien. Es solo que te has dado cuenta ahora —refutó esbozando una sonrisa fatigada. De la nada, tiró el cigarrillo, que recién había encendido, a la basura—. Lo siento.

—¿Por qué? ¿Por verte así?

—Yo qué diablos sé.

La secretaria también tiró el paquete de cigarrillos en el lavaplatos y se reclinó en la encimera. Se aferró a él con ambas manos. Aquellas noches había sucedido un fenómeno extraño. Por vez primera, Lelouch fumaba y bebía hasta emborracharse y perder el conocimiento mientras C.C. era incapaz de fumar o ingerir una miserable gota de alcohol y permanecía en vela toda la noche.

—¿Por qué se hacen esto? —murmuró Kallen, apenada—. Tú, Lelouch y Suzaku…

—El corazón quiere lo que quiere… —sentenció C.C. para sí misma.

—¿O, de lo contrario, no le importa? —se aventuró a responder, dubitativa. Su interlocutora negó con la cabeza.

—…Incluso si es lo peor para él.

Kallen no hubiera imaginado que C.C. fuera lectora de Dickinson. O quizá solo conocía esas líneas. Desconocidas no eran. Y su compañero de habitación era un lector empedernido, a juzgar por el enorme librero que había en la sala. Los estantes rebosaban de libros. Kallen no supo qué responderle. Todas las palabras que discurría se esfumaban tan pronto le venían a la lengua. Así que corrió a abrazarla. C.C. se quedó inmóvil, al principio. Estaba sorprendida. «¿Qué me dices de ti? ¿Hubieras podido ir detrás de Ried, aun cuando tu amiga estuviera en la pendiente de su muerte?», la había interrogado Lelouch. C.C. le devolvió el abrazo a Kallen mecánicamente. «Le habría destrozado los huesos de sus manos con lo que tuviera el alcance si así le habría ahorrado su sufrimiento y si así habría cumplido mi propósito». C.C. sintió los brazos pesados, pero no podía bajarlos por un motivo incierto. Se le escapó una lágrima. A veces con una mirada bastaba para saber cuando una persona estaba perdida. C.C. lo estaba. No había mucho que hiciera por ella más que darle ese caluroso abrazo. Kallen rogaba en su fuero interno que aún no fuera demasiado tarde para Lelouch.


Meses atrás, en ese mismo apartamento, Suzaku se había comprometido con Euphemia para crear juntos un mundo de misericordia. Había sido la última vez que esa palabra flotó en esa pieza. Hasta que Lelouch la pronunció. No era que había olvidado su promesa. Suzaku había aceptado respaldar a Charles en su campaña pensando en crear el mundo que ambos soñaban. Era que aquel malnacido había articulado esa palabra con sus sucios labios. Su amada quería que ese mundo fuera para todos. Incluido su medio hermano. Euphemia se hubiera apiadado de él porque era un alma desinteresada. De las que ya no abundan. Él no. No tenía esa fuerza. Si la había tenido, la perdió en algún punto. «¿Es esto lo que quieres, Euphie? Ojalá que sí». Suzaku irrumpió en el despacho del fiscal jefe y se plantó delante de su escritorio. El hombre que estaba atendiendo una llamada avistó a Suzaku y se apuró para acabar su diligencia. Entre más rápido finiquitaba el asunto con aquel fiscal problemático, mejor para su úlcera.

—¿Qué desea, fiscal Kururugi?

—El caso por asesinato de Nunnally Lamperouge. Quiero ser el fiscal designado.

—Eres mi enemigo número uno, ¿cierto? —inquirió el fiscal Waldstein forzando un suspiro. No lucía pasmado. Todo caso que incumbía al abogado Lelouch Lamperouge era algo que el ambicioso fiscal Kururugi quería—. No puedo asignártelo. Lo sabes. Es un caso que implica al guardaespaldas del mismísimo Schneizel el Britannia. O sea, es otro caso el cual los medios harán cobertura. Y ya estás trabajando en el caso de Zero. Un caso importante del que no has progresado…

—Precisamente, —lo cortó Suzaku con los puños apretados. Tomó una pausa para inspirar— voy a renunciar al caso de Zero.

—¿Cómo? —soltó el fiscal frunciendo el ceño.

—A cambio de mi renuncia al caso de Zero, voy a pedir el de Nunnally. Si fallo en este juicio, no solo perderé ese caso, también el de Zero.

—¿Se está usted percatando de lo que está diciendo? —indagó el fiscal general, inclinándose sobre su escritorio—. Si le va mal en este juicio, lo van a reasignar…

—Señor, si yo pierdo este juicio, terminaré mi carrera como fiscal.

Los ojos oscuros del fiscal relampaguearon. ¿Habrá sido un reflejo de la luz en su monóculo rebotando contra la ventana? ¿O ese había sido un atisbo de interés o preocupación? No había cómo averiguarlo. Suzaku prosiguió, inquebrantable:

—Si lo aprueba, empezaré ahora mismo con el caso.

Suzaku realizó un cortés asentimiento con la cabeza y se retiró de la sala. El fiscal Waldstein se recostó de su sillón. Sin que le concediera la oportunidad de pensar un modo de deshacerse de él, Suzaku había ofrecido su propia cabeza en bandeja de plata.


Nunnally…

…Nunnally…

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Desde días pasados, los labios de Lelouch susurraban el nombre de Nunnally como una suerte de hechizo. Incluso Lelouch se había encontrado a sí mismo diciéndolo sin haberlo pensado. Lo hacía en las mañanas al despertarse, en las noches antes de dormir, en sueños, en la ducha, al beber. Siempre que cerraba los ojos. Y, entonces, detrás de sus párpados, la veía. A veces la tenía agarrada de la mano en esa azotea; otras veces estaba en un prado tapizado con flores. Nunnally le sonreía con una indulgencia que no se merecía. Durante años, el único consuelo, al cual su alma torturada se aferró para sobrellevar la tragedia, fue que él era un niño incapaz de hacer algo por su cuenta. Pero aún diecisiete años después ni siendo un adulto ni teniendo un arma sobrenatural había podido proteger a su hermana menor. Era tan impotente como su contraparte de diez años. Excepto que esta vez era peor. Luciano no había asesinado solo a Nunnally. Él también lo hizo. Si estaba muerta, ¿por qué su espíritu no venía a atormentarlo? ¿No era que los fantasmas que habían tenido una muerte horrible iban a joder a sus asesinos hasta el fin de sus vidas? Bueno, que viniera pues. Que viniera, por favor. Aunque sea en esa forma.

Pero no. La vida después de la muerte era igual de cruel. Y Nunnally no respondía cuando la conjuraba con su nombre. Lelouch fue a su firma de abogados. No soportaba estar en su casa por más tiempo. El aire lo enfermaba. Entró abruptamente en su despacho. Remolcaba de la calle el olor a vómito y orina de los borrachos, a perfume barato de las putas, a basura podrida que se acumulaba en las aceras, a tabaco caro de los burócratas. Allí lo asaltó un paroxismo indomable de coraje y melancolía. Echó abajo todo lo que tenía sobre su escritorio. Vació los estantes barriéndolos con el brazo. Tiró la maqueta del hermoso castillo y su humilde tablero de ajedrez. Abatido por una debilidad extrema, él se arrodilló y se arrastró hasta la esquina. Metió la mano en su bolsillo, sacó un cigarrillo, lo puso entre sus labios, lo encendió e inhaló hondo. Lelouch admiró el humo disiparse en espiral lentamente mientras se elevaba al techo. No pensaba en nada. No quería pensar en nada. De modo que se sumió en un letargo.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

Nunnally.

C.C. había tenido razón. Si su juramento era todo lo que le importaba, la desaparición de su hermana debería pasar a un segundo plano. La muerte de Euphemia lo había concientizado sobre las vidas que estaba arriesgando. El sacrificio que desentrañaba su plan. Entonces, ¿por qué había perdido el control de así? Porque, llegó a la conclusión tras darle un par de vueltas, sus ansias de venganza no superaban su amor por Nunnally. Quería destruir a Britannia Corps y quería castigar a Charles zi Britannia y a sus cómplices; pero necesitaba a su hermana. Ella había sido su motivación. No su juramento ni su resentimiento contra su padre y las personas que lo traicionaron. Solo que la neblina del odio y la ira lo ofuscaron y para cuando se percató era demasiado tarde. Tal como le dijo Suzaku, era su culpa…

La pelea que tuvo con Suzaku quemó en gran medida los sentimientos y emociones que había estado reprimiendo. Aun así, Lelouch sentía que en el fondo de su oscuridad había quedado remanentes. Por alguna razón, no había botado el paquete de cigarrillos de C.C. cuando pudo y lo había guardado en el bolsillo de la chaqueta. ¿Habría previsto que alguna vez iba a urgirle tenerlos? Quién sabe. Lastimosamente, ni los cigarrillos ni el alcohol ni la adrenalina de una trifulca llenaban el vacío en su pecho. Un vacío que el fuego del dolor había hecho el día en que le fue notificada la desaparición de Nunnally y en el que hoy por hoy, de forma irónica, se había estado ahogando. Un vacío que era como un abismo sinfín. Un abismo oscuro en el que residía un gran y peligroso monstruo, el cual tenía hambre. ¿Con qué podía alimentarlo? Las ideas vagaron por su mente. Solo una retuvo su atención. Al monstruo le gustó.


Los dos más grandes contratiempos del presidente Schneizel que había enfrentado en su gestión como presidente parecían haberse resuelto por obra de un milagro. Dos percances con nombres y apellidos. Lelouch Lamperouge y Suzaku Kururugi. La pérdida de su hermana había arrojado al abogado Lamperouge a un hondo pozo de depresión y el fiscal Kururugi estaba jugándose su carrera con el caso por asesinato de Nunnally Lamperouge (según el mensaje que le había remitido el fiscal Waldstein minutos previos). El abogado no tenía la fuerza para intentar nada contra Britannia Corps y si el fiscal perdía el juicio, renunciaría su cargo y, desde luego, iba a perder. Jeremiah había jurado ganar y ya había empezado a movilizarse: las autoridades pusieron en libertad a Luciano Bradley esa mañana. Por absurdo que parezca, la patraña de que Luciano Bradley era un héroe había funcionado a medias. La opinión pública estaba dividida. Hubo quienes lo creyeron completamente y otros que se reservaban sus dudas. De cualquier manera, el juicio no era el único tema de interés que se comentaba en la ciudad. Las protestas de los trabajadores de Britannia Chemicals y, por supuesto, el escándalo del presentador Diethard Ried seguían dando de qué hablar.

Por una vez, sin embargo, la imagen pública deteriorada de Britannia Corps no mortificaba al presidente Schneizel. Algo más urgente reclamaba su atención. Nunnally era su hermana. Él no había ordenado su muerte. Bradley, sí. Lo había planeado. Únicamente esa pantomima de que Bradley era un héroe no fue intencional. Y le resultaba atroz. El estómago se le revolvía al pensar en la pobre de Nunnally, la joven ciega y discapacitada, torturada y humillada por un sádico como Luciano y en su cadáver nadando sin rumbo por el río. No era el lugar para enterrar a una Britannia. «Ella tendría que estar en nuestra cripta». Ella era todo lo que Lelouch tenía. Un hombre sin nada que perder era peligroso. Un Lelouch sin nada que perder era peor que temible. «Lelouch no hubiera sido el mismo sin Nunnally», le había dicho la mujer misteriosa. «No habría mantenido la cordura de no ser por ella». Lelouch era ahora mismo un animal herido y, como tal, podía actuar de dos maneras: lamerse las heridas y fingir que todo andaba bien o afilarse las garras y atacar como si la vida se le fuera en ello. Apostaba que Lelouch encajaba más en el segundo tipo. «Dios nos libre del día en que veamos salir al animal interno de Lelouch, no, al demonio», pensaba el presidente con un escalofrío. Bradley, de seguro, no sería nada comparado ante ese titán. Tenía una solución para él, por cierto. Una que no estaba orgulloso de optar, pero tenía que hacerlo. Con respecto a Lelouch, nada aún. Justamente, Minami irrumpió para reportarse

—Señor presidente —canturreó el hombre. Había cierto matiz risueño en su saludo. Se tendió en el sofá frente a su escritorio—, acabo de ver a Sugiyama en la ratonera. Siempre y cuando lo liberen, cantará al oído del jurado la canción que usted quiera. Si es un hombre de palabra, no debería preocuparse por Sugiyama. Haría lo que fuera por salir de ese agujero. Sabe, señor, de camino acá, me di cuenta que yo pude haber estado en su lugar o el de Yoshida, inclusive —observó Minami—. Quisiera saber por qué me eligió.

—Yo no te elegí —masculló—. Fue Luciano quien lo planificó en contra de mis órdenes.

—No era la respuesta que imaginaba oír, aunque, al menos, me tranquiliza que mi nuevo jefe no se deshace de sus hombres al azar —repuso Minami, sonriendo—. ¿Puedo saber cómo es que un psicópata con tendencias sádicas trabaja para Britannia Corps?

—Mi padre lo trajo a la casa. Con el tiempo, consideró que era una buena idea tener a alguien que fuera más leal a la sangre que al dinero.

—Como una mascota —apuntó Minami. El presidente meneó la cabeza.

—Como un chacal.

Los chacales ayudaban a los leones en la cacería. Ellos hacían pedazos a sus presas, mientras que los leones asumían toda la gloria. No era que a los chacales les importaba eso. Tenían su momento en que desataban sus instintos de depredador sobre sus presas, a la suma. A Minami le pareció divertida la comparación.

—Bueno, como sea —graznó—. El asunto es que se equivocó y Luciano se independizó en cierta medida. Supongo que se desharán de él.

El presidente tenía las manos entrelazadas debajo de su barbilla cuadrada cuando afirmó con acento grave: «Así es». Ni siquiera él lo estaba mirando. Parecía que había dicho aquello más para sí mismo que para él. A decir verdad, sus ojos habían adquirido una fuerza terriblemente penetrante como si estuviera vislumbrando la lejanía. O un futuro no muy distante.

—Alguien va a tener que ocupar su puesto.

—¿Y quiere ser usted quien lo ocupe?

—¿Por qué no? —contestó, encogiéndose de hombros.

—Apenas nos conocemos —enfatizó el presidente en tono racional.

—Me conocerá —contradijo Minami con buen ánimo.

—¿Cómo sé que no me traicionará como a mi hermano?

—Soy un hombre simple con deseos y necesidades simples —explicó—. Si su oferta es más grande que todas, me tendrá siempre a su lado. Y tengo en mi poder, además, un pase especial que me garantizará ser su nuevo hombre de confianza.

La oferta había tenido el efecto que Minami pretendía. El presidente frunció el entrecejo.

—¿Un pase especial? —repitió—. ¿De qué se trata?

—Una información jugosa que estoy seguro de que le será de utilidad —respondió Minami, lacónico—, pero tiene que prometerme ese puesto o sino no podré compartírsela.

Schneizel cerró los ojos. Su meditación no demoró más de dos minutos.

—De acuerdo —accedió el presidente con un suspiro—. Dime qué es.

La sonrisa de Minami se amplió. Complacido consigo mismo. Se lo dijo. No quería prolongar el suspenso. Quería ganarse la confianza de su nuevo amo rico.

—Lelouch es Zero.

A Minami le decepcionó que la reacción del presidente Schneizel fue indiferente. Nunca manifestó un interés real por Zero, en contraposición con la mayoría de los ciudadanos de Pendragón. No se metía en sus asuntos y él tampoco. Pero lo cierto era que todas las presas de Zero tenían una relación directa con Britannia Corps. A lo mejor si lo hubiera sometido a reflexión, habría barajado la posibilidad de que Lelouch fuera el justiciero enmascarado que tanta inspiración había despertado en los citadinos. Eso sin contar que Suzaku ya le había participado sus sospechas.

—¿Tiene pruebas de eso?

—Solo mi testimonio. Lo siento.

Sin pruebas, no había forma de vincular a Lelouch con el vigilante nocturno. Minami no tenía ninguna credibilidad. Era una información que no podía sacar provecho. A todas estas, ¿por qué su medio hermano crearía una segunda identidad? El presidente analizó la situación en retrospectiva. Se percató que Zero era una herramienta de Lelouch para obrar sin restricciones legales impertinentes y justificarse a través de sus fines. Al margen de los juicios morales, la fachada de justiciero lo indultó de sus acciones y, a su vez, le granjeó la estimación del público. La gente amaba los justicieros. Lelouch tenía que saber eso. El presidente Schneizel sonrió con malicia. Zero lo había inspirado, aunque no de la forma convencional.

—Quizás sea temprano para disculparse —señaló jugueteando con los anillos en sus dedos—. No se deshaga de Luciano. Todavía. Su naturaleza sádica y violenta nos puede servir.

—¿En qué sentido?

—A ojo del público, actualmente nosotros somos los villanos. La ciudad necesita un supervillano, Sr. Minami. Alguien mucho más despreciable y ruin. Y, por suerte, conocemos al hombre perfecto que puede relevarnos.


Suzaku estaba en su oficina estudiando las evidencias. Las similitudes entre el actual caso de Nunnally Lamperouge con el de su madre hace diecisiete años eran perturbadoras. Tenía dos historias completamente distintas en los dos lados del tribunal. La parte demandada alegaba ser un testigo presencial de los hechos; entretanto, la parte actora declaraba que el acusado fue el único responsable directo del crimen. Era la palabra de Lelouch contra la de Bradley y las evidencias se inclinaban hacia el lado del guardaespaldas del presidente Schneizel. Todas eran circunstanciales. No había registros telefónicos ni material de CCTV. Sospechaba que Bradley había cortado las transmisiones. Excepto que no había nada que respaldara esa teoría. Tampoco las huellas de Luciano estaban en la caja de regalo. Se había cuidado de no tocarla. Había rastros de pólvora en las ropas de Luciano, así como también sus huellas estaban en el arma que mató a Yoshida. Luciano había afirmado que forcejeó con Sugiyama, quien era el propietario del arma, para impedir que asesinaran a Lelouch y, efectivamente, la pistola tenía sus huellas y el mismo rastro de pólvora se halló en sus ropas. Los antiguos socios de Lelouch habían dirigido todo el secuestro y a su paso habían dejado pistas que los conectaban a ellos. Sin el cuerpo de Nunnally iba a ser más complicado incriminar a Bradley por asesinato. Una lengua no era suficiente. Pero a los asesinos no se les podía acusar otra cosa que de asesinato y Suzaku estaba empecinado en mantener su acusación.

El joven fiscal se pellizcó el puente de la nariz. El cansancio tenía embotados sus sentidos. Sorbió a su café. Si no presentaba una evidencia contundente, Bradley sería exonerado. La injusta tragedia de hace diecisiete años no podía repetirse. ¿Qué podía hacer? Suzaku trató de aclararse la cabeza. Repasó la lista de nombres de los testigos de la policía. Entonces, sin estar seguro si fue la cafeína recorriendo su sistema o un repentino golpe de inspiración, tuvo una idea. Una idea repugnante que estaba flirteando con él provocativamente. Salvándolo de la tentación, Anya dio unos golpecitos al marco de la puerta anunciando su presencia y entró en su oficina.

—¿Tienes un minuto?

—Lo siento, Anya —refunfuñó él. No quería entretenerse con una interrupción—. Estoy muy atareado con este….

—Ceder unos cinco minutos de tu tiempo no te matará, fiscal Kururugi —censuró Anya con su impertinente voz monocorde, dejándose caer en el sofá.

—Bueno… —rumió Suzaku, rindiéndose ante la determinación de su colega. Avizoró el reloj colgado en la pared, del lado de los archiveros—. ¿Quieres un café o agua?

—No, gracias —declinó realizando un amago—. Así estoy bien.

—¿Se te antoja…?

—¿Qué te gusta, Suzaku?

—¿Cómo? —inquirió. La pregunta lo había atrapado con la guardia baja. Anya no repitió la pregunta. Sabía que él la había oído y aguardaba su respuesta. Suzaku se estrujó los sesos—. Yo que sé. El café amargo, leer la prensa, el sonido del fax, ayudar a las personas…

—Te estoy preguntando si tienes alguna distracción. Todas esas cosas están vinculadas con tu trabajo —replicó Anya—. Me refiero algo externo. Por ejemplo, a Gino le gusta tener citas y a mí, la fotografía. Suelo levantarme las mañanas cada sábado y tomar fotos de lo que veo —al tiempo que ella explicaba, accedía a la galería en su teléfono. Lo colocó sobre la mesa y lo empujó con los nudillos hacia su colega. Suzaku cogió el celular y echó un vistazo a las fotos, las cuales enseñaban distintos planos generales del cielo, las calles de Pendragón y las personas; así como algunos primeros planos de animales y objetos—. ¿A ti qué te gusta? ¿La carpintería? ¿Cantar? ¿Leer poesía? ¿La jardinería? ¿Pescar?

—No, nada me gusta —escupió Suzaku, sintiéndose juzgado—. ¿A qué viene todo esto?

—Gino me contó tu reciente aventura en el bar.

—No fue una aventura, fue un bochorno —refunfuñó, regresándole el celular—. Y Gino no tuvo que haberte dicho nada…

—Los fiscales Guildford y Waldstein cometieron un error permitiéndote seguir trabajando —lo volvió a atajar—. Debieron mandarte a casa para que vivieras tu duelo…

—¡Yo fui quien quiso trabajar! —le recalcó Suzaku, a la defensiva—. ¡Si ellos no lo hubieran autorizado, habría insistido hasta que lo hicieran!

Anya, inmune ante el malhumor de su colega, le indicó con calma:

—Ese es la cuestión: no te quedas quieto en casa porque no tienes nada. Solamente tus casos. Si los haces formar parte de tu vida, te consumirás. Consigue algo que te guste.

Suzaku y Anya se midieron las expresiones un momento. No estaba pidiéndoselo. Tampoco se lo sugería. La frivolidad en su tono la privaba de un carácter autoritario. Suzaku no logró responderle. Por un lado, porque Anya estaba en lo cierto. Era un adicto al trabajo. Gino se burlaba de él con cariño por ello. Él mismo se lo había reconocido a Nina. No le enorgullecía su estilo de vida ni se esforzaba por cambiarlo. Por otro lado, porque Kallen había aparecido en el umbral.

—Lo siento —tartamudeó la pelirroja al apercibir la presencia de Anya—. Suzaku, me urge hablar contigo.

—Sí, sí, sí —siseó Anya, incorporándose—. De todas formas, yo ya me iba. Piensa en lo que te dije, Suzaku —instó la fiscal. Se volvió para irse, no sin antes dirigirle un gesto de cortesía a Kallen con la cabeza—. Abogada Stadtfeld.

Kallen le devolvió el gesto con algo de prisa y penetró en el despacho.

—Dime, Kallen —la saludó Suzaku—. ¿Qué te trae por aquí?

—Quiero saber si… —Kallen empezó a hablar cuando guardó silencio de improviso. El corte en la ceja desvió su atención—. ¿Eso es un corte? ¡Golpeaste a Lelouch! ¡Eres un troglodita!

Suzaku alzó la mano como si fuera a tocarse el corte. Se retractó y volvió a colocar su mano nerviosa sobre sus papeles. No quería mentirle ni excusarse. Sería descarado de su parte. No se jactaba de haber golpeado a Lelouch. Su comportamiento había sido vergonzosa e infantil en extremo. Pero tampoco estaba arrepentido. Pensando que sería peor mantenerse callado, atinó a decir:

—Él se defendió.

—¡Por supuesto! —resopló—. No puedo imaginar una pelea más pareja que la de un experto en artes marciales mixtas y aficionado al boxeo y un tipo fuera de forma.

—No voy a justificar lo que hice alegando que estuvo bien, pero puedo decirte que él se veía que lo necesitaba tanto o más que yo —expresó Suzaku en un acto de sinceridad.

—¿No te dijo dónde estaba? —le preguntó Kallen, borrándosele la mueca escéptica que había puesto.

—No.

—¿Y no tienes alguna idea?

—Tampoco —disintió acompañando su respuesta con un movimiento de cabeza—. Tal vez fue a su casa.

—Vengo de allá y no está.

—Y viniste aquí pensando que yo podría saber —completó con frialdad—. Lo siento. No soy psíquico.

—Eres su mejor amigo. O, por lo menos, lo fuiste —insistió. Su voz delataba la desesperación que la estaba carcomiendo viva—. Por favor, Suzaku. Cualquier idea sería de gran ayuda.

El joven fiscal le dedicó una mirada larga a la mujer, a su cabello rojo despeinado, a las líneas que poblaban su frente, a sus ojos azules llenos de angustia, a sus labios entreabiertos. Suzaku echó una mirada hacia el reloj, por mirar a otro punto que no fuera Kallen. No podía dejarla así. Sus pensamientos se encauzaron hacia Lelouch. Apestaba a cigarrillo y alcohol. Suzaku conocía el dolor que lo estaba sofocando. No iba a esfumarse sin más. Un talante desmejorado como el suyo se labraba por varios días. Suzaku reparó que las visitas habían durado más de cinco minutos. ¿Qué más daba ceder otro par?

—Quizás tenga una pequeña idea.


N/A: ¡esto ha sido todo por hoy, malvaviscos asados! Con este capítulo, comenzamos la recta final de este segundo libro que ha estado repleto de emociones intensas alcanzando picos más dramáticos que su antecesor. Este capítulo ha sido más corto que los últimos y, aun así, lo sentí largo. Debe ser por las pasiones que hubo. No sé si ustedes comparten este sentimiento conmigo; no obstante, creo que estos trece días de diciembre se han ido en un parpadeo. Apenas he podido escribir el capítulo 34. Andaba seca de inspiración. Es por ese motivo que actualizaré el 10 de enero. Quiero darme tiempo para adelantar lo más que pueda donde estoy. A menos que quiera actualizar una semana antes. En ese caso, sería el 3 de enero.

Bueno, ¿qué puedo contarles de este capítulo? En lo personal, lo adoro. Creo que estaba finalizando el 2020 cuando lo estaba escribiendo. Sino fue el capítulo 23. Al igual que el primer libro, me enamoré de los últimos tres capítulos. Ocurrieron cosas importantes aquí. Por una parte, tanto Schneizel como Suzaku se vieron empujados a una situación límite. Por otra parte, tuvo lugar un punto de inflexión en los arcos narrativos de C.C. y Lelouch. Les dejo a ustedes el trabajo sucio de ampliar eso. El título es una referencia al deseo de Suzaku y Euphemia de un mundo de misericordia y a la misericordia que le fue negada por Luciano y luego le fue concedida por Suzaku a Lelouch. Les dije que los capítulos 11 y 12 eran cruciales recordarlos y me siento libre de hacer este señalamiento porque quedó en evidencia.

En este capítulo se encuentra mi escena favorita de Lelouch y Suzaku de todo el fanfic. Podría armar un top porque todas las escenas que comparten ambos me fascinan; pero tendría claro cuál es la número uno. Esta escena es trasladada directamente del anime. Es el momento en que Lelouch y Suzaku se reúnen en el Templo Kururugi y Lelouch se humilla para pedirle que proteja a su hermana. Lelouch, que es un tipo orgulloso y algo arrogante, se despoja de su orgullo y se muestra vulnerable ante su mayor enemigo que es también la persona que más hizo daño. Y, por supuesto, tenía que hacerlo por quien más amaba: Nunnally. Quería repetir la escena y necesitaba repetir las circunstancias del juicio de hace diecisiete años que marcó a los dos. Solo podía lograrlo con Nunnally. No es una historia de Code Geass sin que a Nunnally la secuestren. Ella es la damisela en apuros por excelencia. Con todo, debo decir que me gustó más que en el anime y creo que es por la actitud de Suzaku. La pelea fue la guinda del pastel. Esta escena, además, es una síntesis apretada de la dinámica de Lelouch y Suzaku: abarca las mentiras, los traumas, las discusiones, el odio, la cólera, el dolor y la amistad. Me gustaría ahondar más al respecto; pero solo lo haré si ustedes así lo manifiestan en sus comentarios.

La triste frase «El corazón quiere lo que quiere, incluso si es lo peor para él» que es una distorsión de las palabras de la poetisa Emily Dickinson es una de mis frases preferidas. En lo personal, algunos poemas de Dickinson me hacen pensar en C.C.

¡Lelouch ha empezado a fumar! He visto algunos fanarts de Lelouch fumando y, aunque no lo concibo de buenas a primeras como un fumador, puedo visualizarlo. Después de todo, él estuvo a punto de drogarse porque Nunnally rechazó a Zero y su causa. Eso me dice que solo necesita un empujón. Los personajes principales de este fic están librando una dura batalla contra sus demonios internos y sus fantasmas del pasado y no les está resultando fácil. La venganza, además, implica un proceso de autodestrucción y de eso se trató fundamentalmente este segundo libro. Quería representar ambos conceptos de una forma tangible y lo encontré otorgándole a los personajes principales ciertos vicios en función de sus personalidades. Lelouch, Suzaku y C.C. ya tenían una cierta tendencia autodestructiva en la serie; así que no creo que la incorporación de estos vicios los haya cambiado sustancialmente. Eso sí, con Lelouch sucede algo bastante peculiar. Pero me reservo los detalles hasta que estemos más avanzados en la historia.

En fin, procedamos con las preguntas: ¿qué les pareció el rescate de C.C. por parte de Lelouch y su posterior conversación? A mí me tocó el corazoncito. No esperaba que su relación me conmoviera y sí, lo hizo. ¿Por qué piensan que Lelouch no usó su Geass en sus peones? ¿Fue un error no haberlo hecho? ¿Les sorprendió que Luciano cambiara de opinión o siempre supieron que no tenía intención de dejar ir a Nunnally con vida? (Que conste en el acta que, siendo así, Luciano ya sería el sexto que fue manipulado por C.C.). ¿Nunnally está viva o muerta? ¿Luciano debería temer a la amenaza de Lelouch? ¿Lelouch se repondrá de este duro golpe? ¿Qué les parece el descubrimiento que tuvo en su oficina? ¿En dónde estará ahora? ¿Kallen lo hallará? ¡¿Y qué opinan de la escena desgarradora entre él y Suzaku?! ¿Qué tal el cambio de C.C.? ¿Qué hará Schneizel con la revelación que le hizo Minami y qué planes tendrá para Luciano? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen?

Déjenme saber todo lo que piensan en sus comentarios.

Hasta entonces nos estaremos leyendo en el próximo capítulo: «Justicia (parte I)». También llamado «Un mundo de justicia (parte I)».

¡Besos en la cola, malvaviscos asados!

PD: si hay alguien aquí que está leyendo la versión traducida del fanfic, informo que el capítulo 6 está en revisión de mi Beta Reader. Debería actualizar muy pronto. Estén atentos a los próximos días. Disculpen la demora. Surgieron varios contratiempos.