Code Geass: Bloodlines

Capítulo veintiséis:

Perdón

Era la hora feliz cuando los pintorescos miembros del bufete de abogados entraron en el bar. Se instalaron en una esquina al fondo junto a la ventana. Eran seis personas, así que juntaron dos mesas para que todos pudieran sentarse. Visto que era el jefe y el anfitrión, Lelouch invitó la ronda. Coñac para él. Whiskey para Suzaku y C.C. Cerveza para Urabe y Rolo. Sake para Kallen. El mozo les sirvió con destreza. Lelouch oteó de reojo cómo el alcohol ascendía y la corona de espuma blanca aumentaba hasta sobresalir por el borde. Bebieron de una sentada. El alcohol les picó en la garganta, después bajó por la faringe y el esófago y se asentó en sus estómagos aliviando la tensión. Los tranquilizantes que Lelouch ingería por las noches para dormir producían el mismo efecto salvo que tardaba más. Las ansias por revivir esa sensación arañaban sus entrañas, induciéndoles a pedir otra ronda ¡y joder! Los embistió una necesidad tremenda de engullirse una piscina entera. Entre trago y trago, las horas fueron sucediéndose.

A C.C. le dieron ganas de cantar. Cogió una botella de whiskey vacía y fingiendo que era un micrófono se trepó a la mesa y se clavó una melodía sensual que hechizó a todos. Lamentaron su final. C.C. le pasó el «micrófono» a Kallen. Ella arrancó con timidez. Nunca había cantado para nadie, más que para sí misma en la ducha. C.C. pidió prestada una pandereta y se puso a tocar. Las alegres notas de la pandereta, los aplausos de Urabe y las sordas exclamaciones de euforia de Suzaku imbuyeron a Kallen de confianza. Se dejó llevar y acabó bailando. C.C. intentó sacar a bailar a Lelouch y a Suzaku sin éxito. Para cuando fue el turno de Rolo, ellos no pusieron tanta resistencia. En gran parte, el alcohol los había hecho ceder. A la izquierda, C.C. y Lelouch bailaban agarrados del brazo. De igual forma bailaban Suzaku y Kallen, a la derecha. Urabe tocaba la pandereta. Rolo cantó sorprendentemente bien. Luego, animaron a Lelouch a cantar. Al principio, se negó, empero su ego no le permitió hacerse el de rogar por demasiado. ¿Cómo estuvo? Fenomenal. Nadie esperaba lo contrario, honestamente. Tenía un color de voz precioso y lograba hacer los falsetes. El personal de la firma se aprendió rápido el coro y lo cantó junto a su líder.

—Voy a mirar el brillante y hermoso cielo azul —cantaba—. He decidido abrir la puerta que quise cerrar. ¡Esa razón que creí que iba a cambiar toda mi realidad estuvo siempre cerca de mí!*

Al llegar el turno de Suzaku, declinó. No era buen cantante como sus predecesores. No quería destrozar los tímpanos de sus colegas. Ahí terminó el karaoke y notaron la aplastante ola de calor sobre ellos. Nuestros queridos perdedores dejaron caer su peso en sus asientos. Estaban sudorosos. Cantar y bailar les había robado las fuerzas. Ordenaron otra ronda. Habían perdido el número por la cual iban. Les urgía hallar una nueva forma de matar el tiempo. A alguien, sería imposible recordar quién, se le ocurrió readaptar las reglas del juego de la botella. En lugar de que quien la hiciera girar tuviera que besar a quien señalaba la botella, debía formular una pregunta a esa persona y el interrogado estaba en la obligación de contestar con franqueza (eran cuatro hombres y dos mujeres y todavía les quedaba un átomo de sobriedad: no iban a ponerse tontamente en situaciones embarazosas, si lo podían evitar). Aceptaron jugar. Tenían una larga noche por delante y ninguno de ellos quería regresar a casa y pensar en sus propios problemas ni abandonarse a la soledad. Las preguntas no fueron tan incómodas como algunos temieron que serían. Un par fueron realmente interesantes. Tal vez se debiera a que el alcohol enturbió sus mentes, excepto la de C.C. que tenía suficiente lucidez para lanzar alguna pulla o pregunta jugosa como en este particular en que Kallen fue su víctima.

—… ¿Alguna vez has tenido sexo casual?

Kallen borboteó el vermut sobre el vaso que estaba bebiendo. Sus orejas y sus mejillas habían enrojecido. Todos sabían que el alcohol no fue la causa.

—No, nunca. Aunque si alguna vez conociera a alguien que me atrajera, tal vez lo haría.

—Y si hubieras conocido a Lelouch en un bar y no frente a su apartamento y habrían tenido una buena plática, ¿lo habrías llevado a tu cama?

—Acordamos una pregunta por persona —balbuceó Kallen, sintiéndose desamparada, pues no tenía adónde dirigir la mirada. No quería ver la expresión de Lelouch ni la de los demás y la sonrisita picarona que C.C. estaba enviándole no estaba facilitándole las cosas.

—Está bien. Lo tomaré como un sí.

—¡No dije que sí! —profirió Kallen, azorándose.

—Tampoco dijiste que no —replicó, y dio unos golpecitos en la mesa para zanjar el tema—. ¡En fin! ¿Quién será el próximo?

Kallen giró la botella. Deseó para sus adentros que esta apuntara a C.C., a fin de devolverle su pequeña travesura, o al estúpido de Suzaku, así lo confrontaría de una puta vez. Nada que ver. La botella se detuvo en Urabe. ¿Qué podía preguntarle? En una ocasión, Lelouch le contó que era un integrante de la pandilla de Tamaki, quien era un exgánster, por lo cual eso hacía a Urabe otro exgánster. Su apellido y su nombre eran japoneses. Sino era un inmigrante, era hijo de una familia de inmigrantes. Dejando eso afuera, no sabía más sobre él. Kallen reparó que eso era una ventaja para el juego, empero apenas podía pensar con coherencia. Su cerebro estaba cansado, satisfecho, molido y empapado de alcohol. Decidió optar por la vía simple.

—¿Cómo conociste a Lelouch?

—Cómo él me conoció a mí, en realidad —la corrigió Urabe con amabilidad, ya cuando iba a dar un sorbo a su botella—. En el trabajo. Por unos años, serví en el departamento de policía. Una vez, un britano amenazó con demandarme por abuso policial. Unos chicos britanos muy ebrios habían chocado su camioneta contra un auto y, según ellos, el culpable era el conductor del auto por estacionarse mal, pero no era el caso. Se comportaron desagradables conmigo, incluso me acusaron de favorecer al conductor por ser japonés como yo. Entonces, intervino Lelouch que había presenciado todo y resolvió el conflicto mejor de lo que lo hubiera hecho —explicó, dirigiéndole una mirada a Lelouch cuyo semblante era insondable— Me sentí muy agradecido y quería retribuirle el favor. Él me dijo que recién se había graduado de la escuela de derecho y me pidió llamarlo si acaso alguno de los sospechosos que deteníamos necesitaba un abogado.

Al término del relato, Kallen arqueó las cejas. No tenía idea de qué esperar. Las dos historias en torno al primer encuentro con Lelouch que Kallen había escuchado eran diferentes. La de C.C. era dramática. La de Tamaki era inspiradora. La de Urabe era emotiva. En comparación, la suya era cómica con un plot twist. La pelirroja recorrió las inmediaciones con la mirada. Sus expresiones eran más o menos iguales.

—Y cumpliste tu palabra —musitó C.C.— porque cuando tú me arrestaste lo llamaste a él.

—Era lo menos que podía hacer —afirmó, rascándose la cabeza. Agarró la botella acostada en el centro de las dos mesas—. Bueno, a ver quién le toca…

Y Urabe la hizo girar con tal fuerza que estuvo rotando en círculo por unos segundos que se volvieron interminables. A la larga, se detuvo en Lelouch. Impresionado, Urabe silbó.

—¡Vaya! Quizá me arrepienta por desperdiciar esta oportunidad con una pregunta tonta, pero no aguanto más la curiosidad —confesó Urabe, sonriente—. En tu fiesta de regreso al bufete, estuvimos hablando en torno a cómo preferiríamos morir. Ibas a responder cuando tu exnovia apareció. Bueno, quiero saber: ¿cómo quisieras morir?

Mientras escuchaba a Urabe, Lelouch estaba bebiendo su brandy con gesto distraído. Al dar a conocer su pregunta, bajó el vaso y contestó mirando la mesa fijamente.

—En los brazos de la mujer que amo.

Era una respuesta ambigua que, desde luego, avivó más curiosidad que resolver la incógnita. ¿Quién podría ser esa mujer? No necesariamente tenía que referirse a su amada. Antes, todos podían apostar que era Nunnally. Era la persona más querida para él. Ahora que estaba muerta nadie imaginaba a otra mujer que pudiera amar. Y habían decidido salomónicamente realizar una pregunta por persona. Tuvieron que tragarse su curiosidad. Dijo Urabe:

—¡Vaya! A Tamaki le hubiera gustado saberlo.

—¿Quién es Tamaki? —inquirió Suzaku.

—Era mi amigo.

—Era mi hermano mayor —susurró Rolo con una nota de melancolía en la voz.

—Era la mascota del bufete —gimió C.C.

—Era el asistente legal de Lelouch —respondió Kallen, cabizbaja.

—Era mi matón personal —intervino Lelouch con aire reflexivo—. Un peón que promoví a alfil por su lealtad. Lo saqué de la cárcel para tenerlo como mi matón a tiempo completo. Era ordinario, impertinente, tonto y, pese a todo, era incondicional y alegre. La estulticia premia a sus adeptos con la felicidad…

—¿Por qué? —interrumpió Urabe.

—Porque los estúpidos no les dan vueltas a las cosas —aclaró Lelouch lacónicamente. Quería recuperar rápido el hilo—. Él me agradaba por eso y me disgustaba reconocerlo por lo mismo. Cuando Nunnally y yo nos quedamos huérfanos, no hubo nadie que se ocupara de nosotros. Éramos dos niños contra un mundo lleno de monstruos como aquel que nos arrebató a nuestra madre. Siendo el mayor, inmediatamente tomé la responsabilidad sobre mi hermana. Decidí que tenía que volverme un monstruo. Era la única forma para protegernos de los verdaderos monstruos. Criminales repulsivos. Parásitos de la sociedad. Iguales a Tamaki. Pero él no era repulsivo ni cruel. Había perpetrado delitos deliberadamente, y eso no pervirtió su naturaleza. Tamaki proseguía siendo el ingenuo y feliz inmigrante japonés que se mudó aquí. A Nunnally le simpatizó.

—A tu hermana le agradaba todo el mundo —gruñó C.C.—. Era demasiado gentil para odiar o despreciar al más ruin de los criminales.

—Están hablando de Tamaki en pasado —observó Suzaku—. ¿Qué le ocurrió?

—El presidente Schneizel le propuso trabajar para él con una buena remuneración y Tamaki se negó. Trató de persuadirlo mostrándole un archivo con evidencia incriminatoria contra él que Lelouch tenía en sus manos. Tamaki se rehusó a leerlo creyendo que su compadre nunca haría algo tan miserable. Su lealtad lo mató. Yo estaba ahí cuando le volaron la cabeza.

Aun cuando su interlocutor estaba sentado frente, Urabe miraba a Lelouch directo a los ojos buscando alguna fisura emocional en su máscara perfecta. No había desatendido las miradas furtivas que de cuando en cuando le lanzaba Lelouch. Considerando que la última vez que se habían visto él lo apuntó con una pistola y desde entonces no habían tenido una conversación decente, su aprensión era comprensible. Esperaba que su testimonio lo eximiera de las ideas erróneas que Lelouch tuviera. Fue en una noche muy similar a esa que Tamaki había perdido su vida. Urabe posó sus ojos oscuros sobre una silla vacía. Le pareció oír el zumbido metálico de la bala que perforó su cráneo en sus oídos. A todos, de hecho. C.C. se enderezó.

—Murió porque era un idiota. Lelouch te lo dijo —ratificó con rudeza—. Muy seguramente Ricitos de Oro ordenó que desmembraran su cadáver y se lo dieran de comer a los perros. Ya no podemos hacer nada por él. Salvo brindar por su memoria —les propuso atemperando el tono. Alzó su vaso— y porque tenga un buen viaje al más allá.

Todos imitaron a la mujer obedientemente. Se inclinaron hacia adelante y entrechocaron sus vasos al tiempo que coreaban: «¡por Tamaki!». Se llevaron los vasos a los labios y bebieron sin pausas. Luego, se miraron entre ellos con poco que decir y sin mucho qué pensar, si bien, compartían el mismo pensamiento y el mismo deseo. Lelouch pidió otra ronda y, cuando el mozo trajo las botellas, recordaron que estaban jugando. Lelouch giró la botella y esta señaló a Rolo. No divagó sobre lo que quería preguntarle.

—¿Dónde aprendiste a cantar?

Lelouch sabía, de antemano, que C.C. cantaba bien. Respecto a Kallen, lo había previsto. Era la hija del rector de una ilustre universidad. A lo mejor había recibido una educación ejemplar en todos los aspectos. La voz de Rolo fue la revelación de la noche.

—En el coro infantil. Viví mi infancia en un orfanato cristiano. Ellos me enseñaron a rezar y a cantar. Nunca recé, pero sí canté con mi alma. Me gustaba.

Rolo dedicó a Lelouch una sonrisa leve en la que asomaba una disculpa. En una velada igual a esta, durante un juego similar, Rolo había mentido sobre su orfandad. No lo reconoció sino hasta ahora. Rolo giró la botella. Volvió a tocarle a Urabe. Era por esto que no quería resultar elegido. No por abrirse a sus compañeros de trabajo. A estas alturas, le daba igual. Era porque no tenía nada qué preguntar. Bueno, tal vez a Lelouch sí. No estaba seguro si interpelarlo por su familia. Temía que fuera un tema delicado. ¿Qué debería preguntar?...

—¿Por qué estás aquí? Al parecer, tenías un buen trabajo en la policía que te gustaba con un buen jefe y unos buenos compañeros. No, olvida esa última parte. Estoy especulando —Rolo contrajo su expresión en una mueca—. Independientemente de todo, no le debías nada a nadie que yo esté al tanto. Creo que, a diferencia de varios de nosotros, tenías otras opciones.

—Es cierto —le sonrió Urabe meneando su vaso—. Lelouch no me sacó de la cárcel ni hizo nada por mí más que ayudarme aquella vez. No estoy en deuda con él. Sin embargo, pequé de múltiples formas a lo largo de mi vida. Al establecerme en Pendragón, no fue solamente para comenzar de cero, fue para expiar mis pecados. A eso seguí a Lelouch hasta aquí.

Urabe suspiró hondo y se llenó su vaso con cerveza. La bebió. Le supo maravillosa. Lelouch y C.C. tenían una idea exacta del pasado de Urabe y esos pecados que hacía mención. Kallen había tenido una corazonada. El estómago de Suzaku dio un vuelco. Rolo asintió con cortesía. Urabe se frotó las manos e hizo girar la botella. El señalado fue Suzaku. El exfiscal se tensó. Hasta ese instante su destino o la divina providencia lo había salvaguardado. Urabe se hallaba gratamente sorprendido.

—¡Demonios! No sé qué preguntarte. Eres una leyenda para los japoneses. No sé si lo sabías. Todos nuestros jóvenes te ven como un modelo y todos nuestros mayores no tienen más que palabras de admiración. ¡Oye, sí! ¡Eso! ¿Hay alguien que el héroe de Pendragón admire?

Suzaku se aturulló. Estaba halagado. Había sido cubierto por esos cálidos elogios cuando aún no apoyaba la candidatura del presidente Charles. Aclaremos. Ahora su pueblo lo repudiaba. No, el país entero. No era digno de ese apodo. Nunca lo fue.

—Sí, a Euphemia li Britannia —susurró Suzaku—. Era una mujer gentil y compasiva. Tenía una personalidad tan fuerte que ni la adversidad más grande ni el peor de los tormentos podían corromperla. Yo admiraba su fortaleza. Su amor era superior a su dolor.

—¿Euphemia li Britannia no es la hija del presidente Charles que murió hace algunos meses?

—Sí, así es.

—Lo siento, abogado Kururugi —lamentó Urabe—. Es duro despedirse de las personas que amamos, ¿no?

—Yo no lo creo así. Todos los días pienso en ella. La veo. La siento —murmuró Suzaku casi inconscientemente, como para sí—. Con riesgo de que tomes por loco, admito que me parece más real que todos ustedes. Podría describírtela. Podría hablarte de su linda cabellera rosada y sedosa, de su dulce sonrisa y de sus ojos brillantes como estrellas. Ella murió, pero un trozo de su alma sigue vivo dentro de mi corazón.

Suzaku sorbió su nariz y se relamió los labios. De repente, la sed había atenazado su lengua secando su boca. Ingirió un trago y sonrió. El exfiscal había leído en algún lado que el humor cambia según la expresión. No sentía que estaba funcionando; si bien, no quería ensombrecer la velada con su ánimo. Suzaku giró la botella. Dio tres vueltas sobre su eje. Acabó señalando a C.C. C.C. era una mujer con muchos misterios. ¿De dónde era? ¿Cómo llegó a involucrarse con Lelouch? ¿En qué había estado trabajando antes? Eran preguntas que quizá únicamente Lelouch sabía. Esta era una oportunidad irrepetible para conocer alguno de sus secretos. Con todo, Suzaku formuló una pregunta tan obvia que a nadie se le hubiera ocurrido.

—¿Por qué te llamas C.C.?

—Porque soy un mueble y los muebles no tienen nombre —repuso, seca. Y su garganta abrió paso al contenido de su vaso. Acto seguido, evaluó a sus compañeros de trago someramente. En sus rostros traslucía la decepción. C.C. inspiró profundo e inquirió—: abogado Kururugi, ¿alguna vez te hartaste de tu apellido? ¿Nunca deseaste exorcizarte de tu nombre y olvidarte de ti mismo? Yo sí —declaró. Su voz estaba lastrada por un profundo patetismo—. Hubo una época en que tenía un nombre como ustedes. Fue una época muy dolorosa y el solo recordar mi nombre me causaba un dolor infinito; así que renuncié a él y comencé a sentirme en paz, y cuando los veo a ustedes —agregó la Wicca, dividiendo su atención entre Lelouch, Suzaku y Kallen— me convenzo de que hice bien viviendo sin ser la hija de nadie. No se ofendan. Sus padres son horribles.

—No nos ofendemos —masculló Lelouch.

—Yo sí —se quejó la pelirroja—. Mi madre me dejó con mi padre poco después de que mi hermano no regresó a casa. Nunca me explicó por qué. Ni cuando la interrogué. Parecía que me había dejado de amar. No la volví a ver. Excepto una vez que la atrapé espiando mi casa y la eché. Fui cruel. Me desquité con ella por abandonarme; pero en verdad no quiso hacerlo. No tuvo otro remedio. La desaparición de mi hermano la devastó. Reprimió su dolor porque no quería hacérmelo más difícil. Fingió su desdén porque no quería que la echara de menos. Cuando me enteré de toda la verdad, ella estaba en coma. Mi madre no era horrible. Era yo.

Un gemido apenas audible cortó a la mujer. Sujetando su vaso con ambas manos, hundió la cabeza entre sus brazos. Sus dedos temblaban. Los demás que observaban fueron traspasados por la pena. Igual que si fueran atravesados por un cuchillo. A Lelouch lo mordió la tentación de acariciar su espalda. Sobre su muslo apretó el puño a modo de controlar el impulso. Suzaku experimentó una ola de ternura que lo impulsó a intervenir:

—Sí, me harté de mi apellido. Sí, deseé exorcizarme de mi nombre y olvidarme de quién soy. Lo deseé tanto que no sé cómo no me he vuelto loco. Por casi toda mi vida he crecido odiando a mi padre. El hombre que me enseñó sobre el honor es, por un atroz giro irónico del destino, el mismo hombre que mancillaría el nombre de nuestra familia por mí. Odiaba que me usara como excusa. Siempre que pensaba en él me llenaba de vergüenza y lástima. Era extraño. Lo juzgué y lo castigué exactamente con los medios por los cuales después yo sería juzgado por el mismo pecado que cometió y castigado por mi propia lengua.

Suzaku reventó en risotadas amargas y se bebió el resto de su whiskey con tal velocidad que se mareó. Se prensó el puente de la nariz y meneó la cabeza. C.C. contemplaba a Suzaku y a Kallen. El dolor que destilaban sus confesiones tocó una cuerda secreta, nunca antes pulsada, en su corazón. C.C. divisó de refilón a Lelouch creyendo que iba a añadir algo. Aguardó. La chispa ardiente que bailoteaba en sus ojos como trozos de hielos, embrutecidos entonces por el alcohol, se había apagado. Sus labios permanecieron sellados. Fuera de eso, nada. Digerida la miríada de emociones, ella giró con arresto la botella. Sus ojos ambarinos la siguieron. Se mareó. Gradualmente, las vueltas comenzaron a ralentizarse y se detuvo en Rolo. C.C. sonrió.

—¿Cuál era tu relación con Nunnally?

—¿A qué te refieres?

—¡Oh, vamos! —se rió—. ¿No pensarás que nos tragábamos el cuento que tú y Nunnally se reunían para rezar el rosario todas las tardes? No subestimarás nuestra inteligencia, ¿verdad? Dinos pues, Rolo, y no mires a Lelouch. Mírame a mí. Eso es. ¿Qué relación tenías con ella?

—Éramos amigos —contestó Rolo, cauteloso. Ante la sonrisa burlona de C.C., se explayó—: es en serio. La señorita Lamperouge me invitaba a su casa y charlábamos. Solía ofrecerme bocadillos. Ella era muy amable. A veces yo sentía compasión. Estaba todo el día encerrada. Sin otra cosa qué hacer que esperar a Lelouch…

Rolo enmudeció. Habló demás. La faz del hermano de la desaparecida era imperturbable. Ni él mismo podría explicar cómo lo logró. Se le antojó un cigarrillo. Se aguantó. Si salía, todos lo interpretarían como signo de incomodidad. No quería sugerir esa impresión. C.C. sonrió, divertida. ¿Qué confidencias pudieron intercambiar un asesino asalariado y una chica ciega y discapacitada que desconocía el mundo? Debieron ser pláticas interesantes. Nada más por haber dibujado esa imagen perdonaría esa mentira piadosa. Después de todo, era su culpa por no formular la pregunta correctamente. Rolo giró la botella. Era de nuevo el turno de Lelouch.

—¿Por qué decidiste ser abogado? —atinó a preguntar, sin rodeos—. Si fue para desenterrar el caso de tu madre, podías haber sido detective. Era lo ideal. Tú liderarías la investigación y procurarías que no hubiera manipulación de evidencia. O sino reportero, en tal circunstancia podrías contar cómo fueron con las cosas, apoyándote en una investigación real, y denunciar al presidente Charles públicamente. El juicio sería el último eslabón en la cadena…

Una vez, el asesino se hizo esa pregunta a sí mismo. No la analizó a fondo ni intentó dar con una respuesta. Su curiosidad tenía límites. Ya que estaban jugando, ¿por qué no soltarla? No se le ocurría otra mejor, a final de cuentas. Se operó un cambio en el ambiente que se reflejó en todos los semblantes. Algunos mudaron de posición para poner mayor atención. Lelouch conservó la calma.

—La carrera de detective no está mal. De niño, fantaseé con serlo. Un detective es un policía y un investigador. La cuestión es que para ser un detective tienes que hacer un examen físico, además de uno escrito, y mi aptitud física no es la mejor —admitió tras registrar en su mente una palabra que fuera adecuada. Aun si no lo admitía abiertamente, a Lelouch lo avergonzaba su deplorable condición física—. Da igual, Suzaku y Kallen podrían proveerte detalles. Un reportero es otro tipo de investigador. Pero implica una gran responsabilidad. Un reportero debe ser el portavoz de la verdad. Curiosamente, nadie me cree cuando soy sincero —señaló Lelouch, esbozando una sonrisa que cifraba un dolor—. En los juicios se dictamina la última palabra. Es verdad. Por eso, no importa la información recaudada por los investigadores, un testigo o un soborno puede cambiar un veredicto. Quise ser abogado porque quería entender qué había salido mal en el juicio de mi madre, quería estar ahí cuando el juez sentenciara al responsable por asesinar a mi madre, tenía que hacer justicia. Ella me inspiró.

Lelouch guardó silencio. En sus vísceras se prendió un fuego que fue expandiéndose a través de su sistema con una oscura y venenosa sensación. Intentó apagarlo bebiendo un largo trago.

—Como sea, elegiste bien tu carrera —habló C.C.—. Te he observado en algunos juicios. La pasión con que emprendes tus investigaciones, con que das tus argumentos y defiendes a tus clientes es real. Eres bueno y calzas en el perfil de un abogado promedio. Astuto, mezquino, embustero y tramposo.

—Gracias.

—No te lo dijo como un cumplido —graznó Suzaku.

—Lo sé. Soy consciente de mis virtudes y mis vicios y me enorgullecen.

—¡Tsk! ¡No faltaba más! —siseó el exfiscal, sarcástico.

—Te lo dije hace diecisiete años, Suzaku —murmuró Lelouch poniendo el vaso en la mesa. Tenía la voz particularmente ronca—. No ganas en la corte con la verdad. La supuesta verdad por la cual los fiscales y los abogados luchan con uñas y dientes no es más que un cuento que un puñado de gente creó a partir de unos testimonios y unas evidencias factuales. No, señor. Ganas porque tus medios fueron los mejores. Es una competición en la que los malos tienen la ventaja. Respóndeme una cosa: cuando el mal no puede ser derrotado por la justicia, ¿preferirías permanecer firme y justoincluso si eso significa rendirte al mal? ¿O te convertirías en un mal mayor para destruirlo?

—El mal no es justicia, Lelouch —afirmó Suzaku gravemente.

—Tampoco la bondad es justicia. Se trata de dar a cada quien lo que corresponda para restituir la plenitud de las víctimas. Eso es lo que en un juicio se decide —alegó, sereno—. ¿No dijo Napoleón que quien triunfaba tenía razón y no importaba el resto? Aplica para la ley.

—Pues Adolf Huxley decía que los medios utilizados determinan la naturaleza del fin que es alcanzado —rebatió Suzaku con aversión.

—¡Aj! Aquí vamos otra vez —refunfuñó C.C., echándose atrás—. ¿Acaso van a estar citando tipos muertos en lo que queda de la noche? Mejor resuelvan las cosas a los putazos…

Suzaku se adelantó a C.C. tirando un puñetazo, más veloz que un relámpago, a Lelouch. Él se fue hacia atrás, desplomándose con su silla. Igual que un capitán al hundirse con su barco. Rolo y Urabe apresaron a un trastabillante Suzaku que buscaba restaurar el equilibrio. Kallen se aprestó en ayudar a Lelouch. Se rió entre dientes. Su risa era mitad aire y mitad un silbido espeluznante. Sus labios se descorrieron exhibiendo unos dientes rojos y húmedos. Un hilito de sangre se le escurrió por la barbilla. Lelouch se pasó el dorso de la mano, enjugándose la sangre. El rostro sudoroso y embravecido de Suzaku no lo intimidaba. El exfiscal se miró los nudillos bañados en su sangre. Sus ojos verdes estaban desenfocados. A lo mejor se debía al abuso del alcohol esa noche. El jolgorio se había transformado en pura tensión. En el acto, el barman les ordenó salir y arreglar sus diferencias afuera. C.C. asintió y guio a la multitud al exterior del local. Con un desacostumbrado tono de autoridad, ella les solicitó a Rolo y Urabe llevar a Suzaku a su apartamento. Ella y Kallen se encargarían de Lelouch. A Rolo no pareció gustarle la repartición de tareas, mas C.C. no estaba en disposición de discutir sus directrices. Ellos partieron en un taxi. No bien Kallen iba a abrir la puerta del conductor, C.C. la frenó:

—Espera, Kallen. Yo manejaré.

—¿Estás loca? Si te dejo al volante, ¡nos estrellaremos con un árbol!

—Muy graciosa. Eso no pasará. Estoy sobria. Cuando me sirvieron mi primera copa, le pedí al barman que me trajera agua y eso es lo que he estado bebiendo la noche entera. Mírame.

Kallen se inclinó. Un poco demasiado cerca. Se forzó a abrir los ojos. Los tenía entrecerrados. Producto del cansancio. Pasado unos segundos, se percató que C.C. se balanceaba ansiosa.

—¡Maldición! ¡Eres abstemia!

—Sí. Y tú estás borracha. Por ende, es más probable que nos estrellemos si manejas tú. Hazte a un lado…

C.C. se deslizó en el asiento del conductor y Kallen se subió atrás con Lelouch, quien estaba tragándose pastillas de menta una tras otra. Se había apartado para vomitar en tanto Kallen y C.C. discutían quién debía conducir. Hizo tantos esfuerzos por arrojar fuera de su organismo esa mezcla de jugos gástricos que al final quedó desorientado, como si se hubiera despertado en un planeta alienígena. La refresca brisa arrulladora combinada con los efectos soporíferos del alcohol los empezó a inducir al sueño. Kallen se hubiera rendido a los brazos de Morfeo de no ser ya que C.C. tosía cada cuando. También sucedió en el bar, pero no fue tan molesto. C.C. llegó a bostezar un par de veces. Lelouch dormitaba. Al pasar por un bache, se derrumbó sobre el regazo de Kallen, lo que agitó su corazón. Lelouch no se movió. Permaneció en sus piernas descansando plácidamente. Kallen se obligó a mantenerse inmóvil e inhalar y exhalar con el fin de calmarse. No resultó, aunque tampoco se atrevió a echar su cabeza. Comprendía su agotamiento. Kallen sentía en el fondo de la garganta una sensación pegajosa y las piernas agarrotadas. Había estado sentada por horas. Eventualmente, llegaron a su destino.

El alcohol le había absorbido la razón a Lelouch y su capacidad de coordinación. No daba un paso hacia delante sin retroceder dos. Normal: la visión se le emborronaba y la cabeza le daba vueltas. Era incapaz de caminar por su cuenta. Kallen tomó la intrépida decisión de cargarlo en brazos, mientras C.C. iba abriendo las puertas. En su fuero interno, Kallen agradeció que el ascensor funcionara. Lelouch no era tan liviano como sugería la impresión su complexión física. Ya en el apartamento, la bruja le pidió llevar a Lelouch a su cuarto. La petición invocó las mariposas en el estómago de Kallen, que, aun así, no se rehusó. No quería decir nada. Fue allá. Su dormitorio estaba al final del pasillo. Frente al de Nunnally, para correr hacia donde estaba si hubiera sido necesario.

En la entrada, bajó a Lelouch y colocó su brazo derecho en torno a su cuello. Los brazos estaban doliéndole. Se dirigieron a trompicones hasta su cama. Lelouch se enredó con los pies de Kallen, lo que resultó que se precipitaran de bruces contra la cama. Rodaron sobre sí mismos y se detuvieron quedando cara a cara. Kallen se sobresaltó e intentó zafarse con cuidado. Fue en vano. Era prisionera de sus brazos. Le gustó esa manera de verlo. Resignándose, Kallen se dedicó a observar el resplandor de su piel de porcelana, la curva de su oreja, sus labios entreabiertos…

Lelouch se encontraba inmóvil escuchando su propia respiración y la de ella. Sentía el cuerpo resbaladizo por el sudor. Se fijó en el pulso palpitando con furia en el cuello de la mujer, en el hueco suave justo debajo de la mandíbula, al ritmo de los latidos desbocados de su corazón.

Lelouch solía calcular sus próximas acciones fríamente; pero esta vez quería desconectar el cerebro y ponerse en contacto con sus instintos y sus deseos más íntimos para que lo guiaran. Quería descansar. Quería que las preocupaciones se esfumaran y esta era una forma. Lelouch acarició su cuello y apercibió un cambio en el aire cual si se hubiera vuelto combustible. Sus dedos se deslizaron con deliberada cautela por su escote y desabrochó el primer botón con que se topó. El aire se encendió. Con el segundo botón abierto, se asomó su brassier blanco. El deseo lo atravesó. Sobrevino a Lelouch un montón de imágenes acumuladas que él había concebido en sus fantasías privadas: sus orbes azules sonriéndole, su propia mano encajando en su cintura, sus labios gimiendo su nombre. ¿Cómo sería besar a Kallen? Siempre tuvo la teoría de que sería como besar el fuego. A él le gustaba jugar con fuego. Lelouch se inclinó, pero Kallen puso sus dedos sobre sus labios adivinando sus intenciones…

—¿Por qué? ¿No es esto lo que quieres, Kallen? —le preguntó Lelouch, serio. Cogió su mano y la colocó en su pecho. Él se había desabrochado la chaqueta en el bar por el calor; de modo que la finísima tela de algodón blanco de su camisa era lo único que separaba sus pieles. Su aliento con olor a brandy le producía a Kallen cosquillas—. ¿Ya no me quieres?

—Sí, te quiero y te deseo —contestó entre pausas con las mejillas ardiendo—. Todo de ti. Tu cuerpo, tu corazón, tú. Sin embargo, no puedo estar segura si…

—¿Si qué?

—Si esto es lo que tú quieres también. Estás borracho. No estaría bien que yo me aprovechara —gimió Kallen—. Y, además, no quiero tenerte una noche. Quiero tenerte hoy y los días que vengan o no te tendré en absoluto, ¿sí? ¿Lo entiendes? No quiero lastimarnos ni que te hagas una idea equivocada sobre mí. Lo siento.

—Lo entiendo —susurró con tristeza.

Kallen creyó que Lelouch no la dejaría irse; pues, en principio, reaccionó apretando su mano. Ella sentía su corazón palpitar acelerado, ¿o acaso era el de Lelouch? Estaban tan cerca que podía ser el de cualquiera. Observó que tenía las cejas juntas y había bajado la mirada. Kallen jamás lo había visto avergonzado. Entonces, aflojó su agarre poco a poco y Kallen se escurrió de sus brazos. Atolondrada, abrió la puerta y vio a C.C. plantada en el umbral.

—¿El príncipe ya se durmió?

—¿Cómo? —repuso Kallen. C.C. echó un vistazo por encima de su hombro ignorando su respuesta.

—¡Ah, sí! Ven, ayúdame —solicitó C.C., adentrándose al cuarto—. Yo le quitaré los zapatos y tú, la chaqueta.

La solicitud tiñó de rojo la nuca y las orejas de la pelirroja. Si hubiera aceptado la proposición indecente de Lelouch, eso mismo estaría haciendo en ese instante. El susodicho, por su parte, estaba en la misma posición en que lo dejó. Sus ojos estaban cerrados. Si fingía o no, no tenía cómo averiguarlo. La Wicca lo acomodó de frente, se arrodilló y le sacó los mocasines uno por uno. Kallen haló a Lelouch hacia ella y lo sostuvo, a la par que C.C. sacaba un brazo por una de sus mangas y luego el otro. Debajo él tenía una camisa blanca. Kallen se sentó en una esquina de la cama una vez acabaron. Admiró a Lelouch. La luna se introducía a raudales en la habitación iluminando sus nobles rasgos. Lelouch era un joven bien parecido, aun cuando estaba despeinado y bañado en sudor. Parecía un príncipe. Un príncipe negro. El azul era un color demasiado puro para él.

—Lo amas, ¿no?

La confrontación pilló a Kallen con la guardia baja. ¿Qué la delató? ¿Acaso C.C. los escuchó conversando o divisó los botones de su chaqueta desabrochados o fue el rubor que coloreaba sus mejillas o las miradas acarameladas que de vez en cuando le enviaba o la sonrisa estúpida que solía aparecer en sus labios cada vez que ella lo veía?

—Locamente —farfulló.

—Te advertí que no lo hicieras.

—El corazón quiere lo que quiere, incluso si es lo peor para él, y mi corazón quiere a Lelouch con desesperación y ternura —gimió—. Si bien, no es el mejor hombre para mí, es el que decidiría amar —a Kallen se le escapó una risita. Se sorbió la nariz. C.C. apercibió que un velo oscuro cubría sus ojos zafiros—. No es el demonio que todos aseguran que es ni tampoco es un príncipe encantador. Lo reconozco. Es un ser humano que ha sido moldeado por sus desgracias y lo amo porque es un hombre bueno a pesar de ellas. Lo amo porque es real. Y lo amo por otras cosas que no podría enumerar esta noche…

Kallen esperó que C.C. la regañara o se burlara, en el mejor de los casos. Pero ningún pliegue cruel ni zumbón apareció en su boca. En lugar de eso, dijo:

—Él te ama.

—¿Te lo dijo?

—Sus ojos me lo dijeron. Su terquedad y sus temores rara vez lo dejan expresar libremente sus sentimientos. Lelouch se siente más seguro encuevándose —explicó. Sucedió una pausa. C.C. vacilaba. Dubitativa de cómo proceder. Al final, se animó y susurró—: Kallen…

—¿Uhm?

—Quiero que me prometas que cuando todo esto termine tú y Lelouch permanecerán juntos. Sin dudar, abrácense. Bésense. Cásense. Follen como conejos. Y quiéranse. Es un lindo milagro que dos personas estén enamoradas la una de la otra. No lo escondan —le pidió C.C. a su manera simple y directa—. Son buenas personas que han transitado este túnel oscuro por largo tiempo. La luz los aguarda. Merecen vivir una vida normal y ser felices.

—Está bien. Te lo prometo. Pero, C.C., —dijo, de repente, agarrando su mano—, tú también mereces ser feliz.

—No pedirías eso, si me conocieras realmente.

—Te conozco lo suficiente y no necesito más —enfatizó Kallen—. Es cierto que no sé mucho de ti, más allá de que fuiste una falsificadora. ¿Qué has pecado? Todos somos pecadores, te lo dije, ¿no? ¿Esa es razón para que todos ardamos en el infierno? No siempre lo es. Escucha, he trabajado contigo por estos meses y me consta que tú eres buena persona a la que también le han pasado cosas malas. Eres una sobreviviente como nosotros.

C.C. no se lo refutó. Tenía un punto. No obstante, no estaba pensando en eso. Nunca le habían dicho que era una buena persona. Buen señuelo, buena actriz, buen sujeto de pruebas. Habían encarecido sus talentos como falsificadora y eso era todo. Nadie se había referido a ella como persona. Con frecuencia la llamaron «bruja» en virtud de su extraordinaria resistencia ante la muerte que rayaba en lo sobrehumano. Asimismo, la llamaron a menudo escoria y parásito. Y C.C. había aceptado estos calificativos como propios. Ella lo asimiló y lo acabó creyendo. Este elogio provenía de Kallen. Aquella a quien habría dejado caer sin escrúpulos desde el segundo piso del centro comercial. Si no estuviera hundida en el estupor, estaría conmovida.

—¡Oh, C.C.! ¿Estás llorando?

—No. Es una basura que se me metió en el ojo.

—¿En los dos?

—Ya cállate.

Era bastante tarde y Kallen sentía que su cuerpo le suplicaba por un descanso. C.C. la alentó a marcharse alegando que cuidaría a Lelouch. Kallen podía estar calmada. Las manos de C.C. eran las más apropiadas para la tarea. C.C. la acompañó hasta la puerta. Afuera, la pelirroja se tropezó con Urabe.

—¡Hola, Kallen! Rolo y yo trasladamos al abogado Kururugi a su apartamento y me despedí de Rolo. Vaya nochecita tuvimos, ¿eh? —dijo, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Sí, una noche loca. ¿Y por qué no te has ido?

—Porque tenía algo qué decirte —explicó con sobriedad. Estaba esperando que le preguntara eso—. Bradley quiere reprimir a los trabajadores que están protestando enfrente de Britannia Chemicals. Le sugirió al presidente atacar mañana temprano. Él se opuso rotundamente, por supuesto, y pelearon. Luciano sabía que no podía ganar una batalla perdida y reculó.

—¿Sospechas que Bradley desobedecerá al presidente y movilizará los matones de Britannia Corps mañana hacia la planta química?

—No te lo habría participado, si no tuviera el menor indicio.

—¡Maldita sea! —rechistó Kallen zapateando con frustración—. ¿Por qué no me dijiste?

—¡Iba a hacerlo! Pero el abogado Kururugi estaba ahí, ¿cómo iba a explicarlo?

—¡Aj! Tienes razón —graznó haciendo un mohín. Kallen se revolvió la mata salvaje de pelo rojo intentando despejarse—. Bueno, aún Bradley no ha hecho nada, ¿cierto?

—No.

—Correcto. Quiere decir que conservamos el pequeño margen de ventaja —razonó haciendo un ligero asentimiento—. Por hoy, no podemos hacer nada. Solo recuperar nuestras energías para mañana. Vete a casa, Urabe. Gracias por informarme.

—De nada, Kallen. Descansa, igualmente.

Urabe llamó un taxi para Kallen. Ella lo invitó a montarse señalando que no le importunaba compartir el taxi. Esa noche había intercambiado más palabras con Urabe que en cualquiera de sus anteriores reuniones y le había parecido simpático. No le importaría prolongar la charla otro rato. Él rechazó su invitación cordialmente contestando que se iría a pie. El capó del taxi asomó en la esquina al cabo de unos treinta minutos. Urabe le abrió la puerta y la pelirroja se subió. Incluso cuando se estaba alejando él estaba despidiéndose mediante un ademán. Kallen descubrió placer en devolverle el gesto.


De lunes a lunes, los empleados se aglutinaban frente a Britannia Chemicals a eso de las seis en punto de la mañana. Su colíder, Li Xingke, llegaba de primero. Esa era la tarea de un líder. Imponer el ejemplo. Los manifestantes traían carteles y pancartas. Xingke, adicionalmente, traía un megáfono eléctrico. Así arengaba a su gente y atraía la atención de las transeúntes. Apenas los trabajadores iban viniendo, automáticamente se organizaban por su propia cuenta. Lo habían hecho cientos de veces. El presidente Schneizel solía verlos instalados al pasar en su auto camino a Britannia Corps y Luciano, que iba con él como su guardaespaldas, también y se apoderaba de él un odio irrefrenable que crecía, conforme los encontraba protestando en el mismo sitio cada día. De esta situación tan importuna, Luciano creó una oportunidad. Por experiencia, Luciano había aprendido que las criaturas de hábitos eran las presas más fáciles de atrapar. Nomás había que memorizarse sus rutinas y sabías cuándo atacar. Las ocho era la hora idónea para ejecutar el golpe: la autopista estaba vacía y ningún peatón deambulaba por ahí.

A su señal, una salvaje estampida de motos correteó a los manifestantes, persiguiéndolos sin cuartel por unas cuadras al noroeste. Los pocos que se quedaron en su sitio estaban siendo apaleados. Algunos protestantes se encogieron en el suelo rogando misericordia ante el brutal aluvión de batazos. Las pancartas y los carteles habían sido destrozados. El festival de sangre y huesos prendía las pasiones primitivas en el interior del Vampiro de Britannia. Con un bate de metal encima del hombro, él se acercó hacia una mujer que se retorcía en el piso luchando por incorporarse. Uno de los motoristas enmascarados le había roto una costilla. Bradley pisó su tobillo, inmovilizándola. Alzando el bate con ambas manos, se preparó para descargar el golpe de gracia cuando Xingke agarró el arma. Bradley frunció los labios y le embutió el pie con rabia en su pantorrilla. Xingke gimió, dobló las rodillas y empujó el bate contra su frente abriendo una fisura. Luciano se tambaleó. Xingke se apropió del bate y lo derribó pateándolo en el pecho. Seguidamente, le dio la vuelta con brusquedad a uno de los motoristas que estaba pisoteando a otro de los empleados de Britannia Chemicals, esquivó un gancho y le partió la clavícula con el bate. De una voltereta, Xingke rodó por el pavimento y le pegó en la pierna a otro matón, desestabilizándolo. Después se lanzó a capturar el pie de un motorista y realizó una corta cabriola que tumbó al hombre y le permitió levantarse. Xingke le fracturó la pierna con el bate. Los enmascarados empezaron a venir por él en parejas. Uno arremetió contra él. Xingke le encajó la cabeza del bate en la garganta, lo golpeó en el pecho y en la espalda.

Fue en ese instante exacto en que Zero apareció en su moto. Se bajó con presteza y se enfrentó a los enmascarados. Uno intentó darle un batazo. Zero se protegió con el brazo y devolvió el golpe atacando sus puntos de presión. Zero recogió su bate. Otro se abalanzó. El enmascarado se escabulló por debajo, cogió su otra muñeca, se la torció y lo noqueó con el bate. Zero notó que uno de los matones iba a atacar a Xingke por detrás. Sin más, echó a correr, tomó impulso saltando sobre el hombro de un matón que venía hacia él, atrapó entre sus rodillas al agresor y lo golpeó. El hombre se derrumbó de espaldas y Zero rodó perdiendo el bate. Al reponerse, observó al Vampiro de Britannia Corps en actitud expectante. Caminaron hacia el encuentro del rival. Luciano arremetió primero. Zero esquivó sus puñetazos retrocediendo. En uno de esos, Zero consiguió apresar su brazo y enterrar su codo en la flexura y en su cabeza. Lo hizo girarse sobre sí mismo, lo pateó en el hueco de su rodilla y lo empujó lejos. Espontáneamente, Xingke y Zero estuvieron peleando codo a codo. Juntos vencieron a los matones de Britannia Corps. Al final, Xingke vio a Zero no menos desconcertado que cualquiera de los empleados que habían admirado la fabulosa coreografía de puñetazos y patadas. El vigilante se anticipó al colíder del sindicato quien no había terminado de formular la pregunta en su mente:

—Lamento la tardanza. Estaba socorriendo a los trabajadores perseguidos por los enviados del presidente Schneizel. Veo que eso era todo. Estaré cerca por si me necesitan.

Zero se subió a su moto, arrancó y pegó carrera.


Suzaku despertó acostado en el sofá de su apartamento con una pierna colgándole y el dorso de su mano izquierda sobre su frente. Con calculada lentitud, entornó los ojos y la vista se le nubló. Volvió a cerrarlos con un gruñido. Gradualmente fue concientizándose del sudor que mojaba sus sienes, del infernal martilleo en su cabeza, de la sequedad de su boca, de la noche en el bar con Lelouch y el resto del personal de bufete, del karaoke y del whiskey. De pronto, se dobló hacia adelante impulsado por una arcada. Sintiendo el ácido subir por su garganta a una velocidad peligrosa, Suzaku apretó los labios, echó a correr al baño y se derrumbó frente al inodoro sin querer. Allí vomitó, con tal fuerza que Suzaku tuvo la impresión de que había expulsado sus tripas. Se agarró del retrete como si su vida dependiera de ello y se incorporó con las piernas temblorosas. Por las mañanas, el entumecimiento solía ser demasiado aguado; aunque tener un propósito lo ayudaba a levantarse. Cuando se estabilizó, se inclinó para jalar la cadena. Fue entonces que vio la sangre en sus nudillos y lo golpeó el recuerdo del puñetazo que le dio a Lelouch. Y uno de los motivos por el que había aceptado su oferta de trabajar en su oficina. No fue la borrachera lo que lo llevó a agredir a Lelouch. Ni siquiera la discusión previa. Todo fue un movimiento premeditado a fin de obtener una muestra de Lelouch con qué comparar. Suzaku abrió el botiquín de primeros auxilios, se limpió la sangre con un hisopo y la guardó en una bolsa de plástico hermética. Inmediatamente, sacó su celular y marcó un número.

—¡Hola, Ledo! Soy el… Soy Suzaku, me urge reunirme contigo —dijo, al instante que cayó la llamada—. ¿Será que podemos vernos ahora?

Ledo Offen era técnico forense especialista en el análisis de ADN. Trabajaba en el laboratorio criminalístico del mismo departamento de policía en que el comisionado Tohdoh estaba. Es decir, que examinaba las evidencias de los casos penales. De ahí que él conociera a Suzaku. En el pasado, Ledo había sido arrollado por un auto. Un caso de atropello y fuga. Como habrá intuido el lector, Suzaku fue el fiscal designado. Consiguió el veredicto de culpabilidad para el conductor. Ledo había quedado tan agradecido con él que le hizo la promesa de devolverle el favor, si acaso tuviera la ocasión. Suzaku nunca esperaba retribuciones por su trabajo. Era su deber. Pero una voz en su cabeza lo persuadió de no desestimar el favor. Quizá porque había previsto que algún día iba a necesitarlo. Bien. Había llegado la hora de cobrarlo.


Lelouch dormitaba apaciblemente en el sillón de su cuarto secreto con las piernas cruzadas, el codo apoyado en el reposabrazos y el puño bajo la mejilla. Había amanecido con una resaca demoníaca y sin ganas de nada. Hubiera preferido estar tumbado el santo día en su cama, que Sayoko le sirviera de comer y Nunnally lo mimara en su regazo. Así había sucedido una vez que se resfrió. No era propenso a enfermarse; pese a que tampoco era completamente inmune. Nunnally le pidió resguardarse en casa y descansar. Fue muy insistente y él no tuvo corazón para negarse. ¡Nunnally! Debía disculparse. Casi nunca se emborrachaba. Qué embarazoso. Sin embargo, cuando el olor a té verde inundó sus fosas nasales y al abrir los ojos observó a C.C., se acordó de que había despedido a Sayoko y Nunnally estaba desaparecida. Así como también recordó del gran trabajo que tenía por hacer. Se bebió el té, se lavó la cara, se duchó, se vistió, desayunó y se obligó a mover el culo hasta la oficina.

Nadie, aparte de C.C. y Rolo, había llegado. Decidió esperar a Suzaku y Kallen. Ese día iban a abordar un tema importante. Era menester la presencia de todos. Por todo lo dicho, Lelouch bajó al búnker secreto. Actualizó su muro de evidencias y se dedicó a mirarlo desde su sillón mientras fumaba. Marcó con una equis roja las fotografías de Bartley Asprius, Diethard Ried y Villetta Nu. Tres de sus ocho objetivos habían caído como moscas. Pronto las fotografías de Luciano Bradley, Jeremiah Gottwald, Schneizel y Charles estarían marcadas también. Luciano era el siguiente. En algún momento, los ojos se le cerraron y dormitó. Salió de su ensoñación al oír los peldaños rechinar. Alguien estaba bajando. Lelouch entornó los párpados y avistó a Zero entrar y sacarse la máscara. De ella salió una mata rojiza. El pelo de Kallen era un caos salvaje. Le gustaba eso. La mujer se pasó los dedos entre los mechones rojos, refrescándose. Estaba chorreando sudor. Enseguida, empezó a bajarse la cremallera del traje. Lelouch se inclinó y se aclaró la garganta, revelándose. Kallen profirió un grito ahogado y se dio la vuelta.

—¡Lelouch, ¿qué estás haciendo aquí?! —balbuceó Kallen, poniéndose colorada.

A Lelouch le divertía verla ruborizada. Era una imagen encantadora. Por tal motivo, siempre que podía, hacía algo para encender esas mejillas. No era para nada complicado.

—Me gusta venir aquí. Es tranquilo y pocos conocen su existencia, lo que lo convierte en el lugar perfecto para ayudarme a poner mis ideas en orden y esconder el traje de Zero que hoy no pude encontrar. Imaginé que regresaría a su closet tarde o temprano.

Los pies y el cuerpo de Lelouch estaban orientados hacia Kallen; mas sus ojos estaban atentos a la tela que se deslizaba dulcemente, casi acariciando su piel blanca, por su hombro desnudo. Dándose cuenta, la pelirroja se subió la manga con discreción.

—Perdón. Tan solo lo tomé prestado para salvar a los manifestantes de Britannia Chemicals —explicó—. Urabe me contó que Luciano tenía intención de enviar a un equipo de matones motorizados durante la protesta de hoy para atacarlos. ¡Y no iba a cruzarme de brazos si podía hacer algo! —añadió Kallen con esa convicción tan distintiva. Tan ella.

—¿Y los salvaste?

—Sí.

—Muy bien —le sonrió él. Se puso de pie—. Eres una mejor Zero de lo que jamás yo sería.

—¿Qué? —inquirió Kallen, aturullándose—. No, yo…

—Estuve charlando con Rolo. Me dijo que hiciste todo a tu alcance por rescatar a Ried y que te infiltraste en Britannia Chemicals para obtener algunas muestras que mandar a la fiscalía.

—Sí, ¿y dónde está lo increíble? ¿No es ese el deber de Zero? ¿No es un aliado de la justicia? —lo empezó a interrogar. La pelirroja calló. Esas eran las preguntas que se habían quedado sin respuesta la vez anterior—. Bueno, para mí lo es. Es quien cruza los límites que el sistema judicial es incapaz de hacer.

—Exacto. Los límites que las leyes me imponen como ciudadano de este país no detienen a Zero que posee el conocimiento para regularse y separar el bien de la maldad. Yo creé a Zero como un nuevo símbolo de justicia. Pero la verdad es que lo utilizaba como una extensión de mí mismo para mi plan. Esta hubiera sido una oportunidad excelente para limpiar el nombre de Zero. Bajo mi punto de vista. Para ti, al contrario, era un momento para hacer lo correcto. Deseabas salvar a esas personas porque tienes un corazón de oro —indicó con voz cálida. Se acercó a ella con las manos detrás de su espalda—. Estoy orgulloso de ti.

Afloró una preciosa sonrisa en los labios de Kallen. Le fue inevitable a Lelouch responderle con otra sonrisa.

—Soy mejor Zero que hija, la verdad. Eso es triste.

—Al menos, no eres una pésima amiga o un terrible ser humano.

—Está bien, lo eres. Pero eso no te quita que seas un formidable líder y un buen hermano.

—¿Estamos compitiendo por quién de los dos es peor?

—Eso parece —se rió Kallen entre dientes. Se mordió el labio inferior, procurando enseriarse para lo que iba a decir—. Lelouch, siento no tener conmigo el poder de desaparecer nuestros problemas o de sanar tus heridas. Todo lo que tengo es todo lo que soy y es lo que te ofrezco. No tienes que seguir transportando tu carga solo cuando no lo estás.

—Es una carga pesada —susurró Lelouch, a la defensiva.

—Es más liviana cuando la compartes —garantizó—. Te prometo que llevaremos a Britannia Corps y a sus cómplices a una corte. Haré que los juzguen y los castiguen por sus crímenes.

Lelouch miró los centelleantes zafiros de Kallen. Sus ojos tenían un singular efecto balsámico que anestesiaba el dolor que lo punzaba en el corazón, igual que una espina. Kallen era también una espina dolorosa, pensándolo bien. La espina de una pasión latente y sincera. Una que, a diferencia de esa otra espina, no quería arrancarse. Kallen se había mostrado transparente con él desde el minuto uno. A pesar de tratarla como un peón inicialmente y de ocultarle información importante, ella se había comportado paciente y comprensiva. Bien pudo haberse ido como sus Caballeros Negros. Razones no le faltaban. En su lugar, permaneció a su lado de forma incondicional. Si eso no era lealtad, no tenía idea de qué era. Por un momento, Lelouch se indignó consigo mismo. No había sido un buen socio. Quería actuar bien por una vez empezando por contarle sus más grandes secretos. Después de todo, sus hombres lo traicionaron por su enfermiza suspicacia y sus mentiras. No volvería a deshumanizar a sus aliados. Inspirado por este repentino rapto de valentía, Lelouch le susurró:

—Kallen.

—¿Uhm?

—Existen un par de cosas que me gustaría decirte. No conciernen a nuestro plan. Solo a mí. Pero quiero que estés al tanto.

—¿Qué es? —inquirió su interlocutora, picada por la curiosidad.

—No. Ahora no. Será mejor que estemos a solas y no en medio de algo importante.

—De acuerdo —concedió Kallen agachando la cabeza. Lelouch levantó su barbilla con dos dedos.

—Y, cuando puedas, ordénale a Rolo que envíe a la fiscalía las muestras que obtuviste.

—Ya lo hice.

Lelouch arqueó las cejas. Asombrado gratamente. Le brindó una sonrisa radiante y afectuosa. Esa era la sonrisa favorita de Kallen, por la forma en que sus cejas se venían abajo ligeramente pasaba a adquirir un aire arrogante, aunque no era eso lo que a ella le gustaba, sino el centelleo que aparecía en sus ojos.

—Bien hecho —la felicitó él, girándose—. Voy a dejarte para que te cambies. Estaré arriba. Hoy discutiremos el sesgo que adoptará nuestro bufete…

—¡Lelouch!

—¿Sí?

Kallen ansiaba pedirle a Lelouch que se olvidara de su absurda declaración de amor. Llevaba tiempo aguantando las ganas. Lo estuvo postergando porque no era el momento. Lelouch no estaba bien y no había podido reunirse con él a solas hasta la fecha.

—Sobre lo que te dije el otro día, olvídalo, ¿sí? Fue tonto —balbuceó la pelirroja, abochornada—. Mis sentimientos son míos. No me debes nada. Yo lo superaré.

—No, por favor. No digas que fue tonto —suplicó Lelouch, evitando adrede volver la mirada.

Y enseguida subió las escaleras. Lelouch habló con un tono bajo y, al mismo tiempo, claro. Demasiado claro para su gusto. Kallen tuvo que haberlo oído. Lelouch se maldijo a sí mismo. Reconocía que había hecho mal. Lo mejor era que Kallen actuara según su disposición. Pero su egoísmo se lo impidió. Una parte de él quería honrar su promesa a Nunnally y buscar la felicidad, lo cual era un sinsentido en su caso. Lelouch fue golpeado por una ola de rabia y melancolía. Había sido un cobarde. ¿Cómo iba a enfrentar a Kallen ahora que le debía una respuesta que no estaba seguro si podía dársela algún día? Tendría que tomar una decisión con respecto a ellos. Pero no urgía que fuera en ese mismo momento, porque, por lo pronto, debía enfocarse en la inminente reunión que iba a tener lugar.

Se encaminó a su despacho. De paso, le ordenó a Rolo traerle café y preparar el proyector y conectarlo a su computadora. Harían la presentación en la sala a razón de que era el espacio más grande que tenían. Rolo realizó un gesto afirmativo como queriendo decir «enterado». En su oficina, Lelouch se tendió en el sillón de cuero negro, abrió un cajón del escritorio y sacó un espejo pequeño. Para cuando entró Rolo con el café, Lelouch estaba admirándose en su reflejo.

—¿Está todo bien? —indagó alargando las pausas entre palabras.

—Échame un vistazo, Rolo —pidió Lelouch sin desviar su atención del espejo en su mano—. Tengo el pulso acelerado, las mejillas rosadas y los ojos me brillan. No he recibido noticias buenas hoy. ¿Por qué estaré así? ¿Cómo me encuentras?

Rolo puso una mueca. Halló rara la pregunta, pero no estaba ahí para juzgarlo. Fue sincero.

—Está mejor.

Lelouch le lanzó una mirada a Rolo y luego sus ojos retornaron al vidrio. Estaba en lo cierto. El color y el brillo le habían dado esa pincelada que en esos fúnebres días se le había borrado. Se veía vivo. En esto, irrumpió Urabe. Rolo se retiró. Lelouch cerró el espejo y lo guardó.

—Miren nada más a quien trajo la marea: un traidor —advirtió Lelouch con tono provocativo.

—Sí, sobre eso…

—Ya Rolo y Kallen me contaron que estás trabajando como nuestro espía en la mansión de los Britannia, así que no me des información reciclada —cortó Lelouch agarrando su vaso—. Mejor dime por qué no estás apuntándome con un revólver.

—Porque no te expondrías al peligro sin estar prevenido y los dos sabemos que tú guardas tu pistola HK calibre 9 en esta oficina —replicó Urabe. Lelouch sonrió admitiendo el hecho—. Sabes, Lelouch, para mí, existen tres tipos de personas: aquellas personas que quieres tener cerca, aquellas que quieres alejar a toda costa y, por último y no menos importante, aquellas que te obligas a mantenerte de su lado ya que no quieres estorbar su camino cuando empiece una guerra. Y tú perteneces claramente a este tipo.

Lelouch contuvo la risotada. Era la forma más sofisticada que alguien le había restregado su pragmatismo. Las personas preferían dirigirse a él como «monstruo», «demonio» o «bastardo manipulador». Más corto, más fácil de recordar, más contundente. Dio un trago a su café.

—O sea, ¿no me traicionaste porque no quieres tenerme como enemigo?

—En términos simples.

—Bien. Igual, sí que albergas un rencor contra mí. No lo desmentiste —observó Lelouch—. ¿Estás diciéndome que por tu propia seguridad no te atreverías a dispararme si pudieras?

—Tendría que ponerme detrás del presidente Schneizel, del abogado Kururugi, de Luciano Bradley y nuestros antiguos camaradas para eso —justificó—. No quiero tu cuello, Lelouch. No quiero más fantasmas pululando en mi consciencia. Aunque si pudiera obtener algo como indemnización, sería tu lengua: si tú no hubieras sobornado aquel hombre para que saboteara mi pistola, mi vida seguiría sin cambios. Si sobrevivimos a esto, me aseguraré de obtenerla.

—Que tengas buena suerte, entonces —expresó y por su entonación parecía estar deseándolo con sinceridad—. También hay una fila kilométrica que quiere cortarme la lengua.

Ninguno de los dos creía realmente en las palabras de Urabe. Urabe era un buen hombre. Eso era lo que a Lelouch le agradaba d él. Podía resentirse contra los otros. Obvio. Estaba hecho de carne y hueso, no de acero. Empero nunca iba a vengarse de ellos. Urabe era inteligente y sabía que el precio de la venganza era costosísimo. Su vida ya se había arruinado, ¿volvería a arruinársela por una basura como él? La pregunta se contestaba sola. De cualquier manera, nuestro héroe fingió tragarse aquella amenaza, ¿por qué? Lelouch siempre tenía sus razones, que no las compartía era otra cosa. Justo entonces, Suzaku penetró en el despacho de Lelouch corriendo.

—¡Disculpen la tardanza! —jadeó Suzaku—. No me he perdido demasiado, ¿o sí?

—En absoluto. Llegas justo a tiempo. Vengan —invitó Lelouch, incorporándose.

Suzaku y Urabe lo siguieron hasta donde estaban Kallen, C.C. y Rolo. Es decir, en la sala de reuniones. Él estaba acomodado en el extremo final de la mesa con las manos en el teclado de su laptop. Había un videoproyector encendido a unos centímetros. Las mujeres estaban sentadas en las sillas del flanco izquierdo. Bueno, en el sentido estricto de la palabra, solo Kallen ocupaba un asiento. C.C. se sentó en la propia mesa y estaba cubriendo con un esmalte rosa pastel sus uñas acrílicas. Había estado inmersa en esa tarea en toda la mañana. Lelouch y Suzaku se sentaron junto a Kallen. Por lo general, Lelouch se sentaba en la cabecilla de la mesa. Pero desde allí no podía ver la presentación. Urabe prefirió sentarse frente a ellos, en el flanco derecho. El videoproyector dibujaba sobre la pared del fondo una imagen holográfica de la presentación.

—Kallen, por favor, haz los honores. Esta ha sido tu investigación. Has trabajado en ella arduamente desde su origen. Nadie mejor que tú para exponerla.

Las facciones de Kallen se iluminaron como si le hubiera avisado que había ganado la lotería.

—¡Claro! —exclamó con un tono más alto del que pretendía. Se irguió y se ubicó al lado de la presentación proyectada en la pared. Rolo pasaría las diapositivas. C.C. le arrojó el puntero láser y Kallen lo pescó en el aire—. Bien. Britannia Chemicals es la división farmacéutica de Britannia Corps. Desde hace varios meses, los empleados de Britannia Chemicals han tratado de introducir una demanda por violación de residuos industriales ya que ha habido cuarenta y nueve trabajadores que han enfermado de leucemia. Nueve de los cuales están muertos. De acuerdo con el informe médico, en su sistema había benceno y formaldehído. Sustancias que son conocidas por su toxicidad y que Britannia Chemicals manipula. Se sospecha que esa fue la causa de su enfermedad. Es por esa razón que los trabajadores han estado protestando para que Britannia Chemicals reconozca su delito y les dé una compensación por los daños; pero, Britannia Chemicals se rehúsa hacerlo. Próximamente saldrá a la venta el BSDL, que es un producto químico que revolucionará toda una generación, y la demanda los perjudicaría. Por tanto, han movido sus influencias para evitar la demanda y solucionar el problema mediante un acuerdo. El bufete de abogados que representa a las víctimas es el mismo que defiende a Britannia Corps y que está encabezado por nuestro viejo amigo, Jeremiah Gottwald, a quien ya conocemos bastante bien —recalcó trazando un círculo en torno al rostro del abogado con el puntero—. ¿Dudas hasta acá?

—¡Sí! —intervino Suzaku alzando su mano—. Eh, mencionaste que viste el informe médico. ¿Cómo pudiste hacerlo? A menos que seas una paciente o un familiar, no es una información que el hospital proporciona a cualquiera.

—Técnicamente, no lo revisé. Los empleados de Britannia Chemicals me lo comunicaron.

—¿Te reuniste con ellos? —preguntó Lelouch.

—Sí —confirmó Kallen—. Me reuní esta vez con el colíder, Li Xingke, e intenté convencerlo de que nos diera su caso. Me dijo que debía plantear mi propuesta al sindicato completo y no solo a él. Por su sonrisa, me atrevería a decir que es casi hecho de que el caso es nuestro. Sé que no es el escenario donde quisiéramos exponer a Britannia Corps, empero es un comienzo. Y tendríamos, además, que convocar a un testigo experto para nuestra defensa ya que ese era el otro punto del cual quería advertirles: los empleados enfermos están internados en el centro médico de Britannia Corps que es dirigido por Clovis la Britannia…

—¿Clovis la Britannia? —interrumpió Urabe—. ¿Otro Britannia? ¿Cuántos Britannia son?

—Eran cuatro y actualmente son dos. Clovis no es hijo del presidente Charles, sino de Víctor, su hermano. Aunque algunos especulan que, en realidad, es hijo del presidente y su hermano lo encubrió porque entonces él estaba casado y hubiera sido un escándalo —aclaró Kallen—. Como sea, ese no es el asunto, El asunto es el papel que juega en este plan: siendo, a su vez, el jefe del departamento de Hemato-oncología, se aseguraba de inventar los diagnósticos para anular las demandas de seguro en favor de su primo, el presidente Schneizel. Es un charlatán que le importa un comino su juramento médico —masculló con aspereza—. Él y Hi-TV son el par de escorias que han estado limpiando la mierda de Britannia Corps y el motivo por el que esta noticia no ha transcendido a más —concluyó. La mujer se volvió hacia sus colegas, cuya actitud de oyente no había cambiado. Decidió rematar su exposición—: ya terminé.

—Perfecto —soltó Lelouch que tenía los dedos entrelazados sobre las piernas cruzadas. Era su postura favorita para negociar y dictar órdenes—. Me gusta esa propuesta. Hagámoslo y centrémonos en desarticular los argumentos de su testigo estrella.

—¿Cómo harás con exactitud eso? —inquirió Suzaku.

—Me alegra que preguntaras, Suzaku —dijo Lelouch esbozando una sonrisa pícara que solo auguraba problemas—. Fácil. Convocaremos al estrado al peor enemigo del director Clovis.

—¿Y quién es su peor enemigo?

—La persona que confiarías tanto para darle la clave de tu destrucción —terció C.C.

—Su esposa —explicó la pelirroja ante la arruga que se asomaba entre las cejas de Suzaku—. O su novia o su amante.

—Nos pesa reconocer que nuestro peor enemigo es la persona con quien dormimos —afirmó Lelouch—. Rolo se encargará de investigar la vida privada de Clovis y encontrar a esa mujer.

—¿Y cómo la convencerás de testificar para nosotros?

—Eso es asunto mío —replicó Lelouch.

—¿No quieres decirlo porque no confías en mí?

—No te lo tomes personal, abogado Kururugi —rumió Urabe—. Él es reservado con todos.

—¿Incluso con sus propios compañeros de equipo? Eso es un poco egoísta y cruel.

—No olvides de quién estamos hablando —apuntó C.C. que continuaba pintando sus uñas.

—No es eso —refutó Lelouch—. Me limito a asignar el papel que le concierne a cada quien con base en sus talentos y habilidades y los dejo hacer. Los detalles no son pertinentes ahora. Si no confiara en ti, no te habría invitado a formar parte de esta reunión. Eres uno de nosotros. Eres como nosotros. Perteneces a este grupo por eso. Igual con todos.

—¿Qué te hace pensar eso? —inquirió, tan curioso como inquieto por escuchar la respuesta.

—¿Te interesa este país y quieres luchar por él?

—Sí.

—¿Cruzarías tus límites personales por ese objetivo?

—Sí —musitó Suzaku. La tensión destilaba en ese «sí».

—¿Has ido a la cárcel?

—Sí.

—¡Nosotros también! ¿Lo ves? —sonrió—. Nos unen las mismas circunstancias y objetivos.

—Kallen nunca ha ido a la cárcel. No intentes engañarme.

—Todavía no.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Necesitamos evidencia contundente contra Britannia Chemicals. La esposa de Clovis nos ayudará a desmontar su testimonio en el juicio, pero no demuestra que Britannia Chemicals, en efecto, incurre en la violación de residuos industriales. Sería bueno para nuestra defensa que invocáramos a un testigo con pruebas irrefutables ¿y quién más confiable que cualquiera de nosotros? —preguntó Lelouch, encogiéndose de hombros como si se hubiera preguntado la cosa más obvia del mundo.

—¡No! —protestó Suzaku—. No vale la pena comprometer el caso ensuciando un expediente por una tontería así. La cárcel no tiene nada de romántico. Buscaremos otra manera.

—Cállate, Suzaku —gruñó Kallen—. ¿Quién te dijo que decidieras por mí?

—La principal interesada ha hablado, Suzaku. Lo siento. No nos sobra el tiempo —intervino Lelouch—. Le solicité a Rolo investigar a los altos directivos de Britannia Chemicals…

—Sí —informó Rolo—. Logré averiguar que el jefe de Desarrollo de Materiales Nuevos, el líder de equipo y el líder adjunto suelen ir al casino a probar su suerte luego del turno del día.

—¡Excelente! Entonces, Kallen irá allá, los provocará, se peleará con ellos y la citaremos en el juicio como una importante testigo. La ida a cárcel es una consecuencia que, por desgracia, no puedo impedir. Es el único modo que se me ocurre para involucrar a uno de nosotros en este juicio y de obtener el celular de uno de esos malditos. Apuesto que su mensajería guarda información jugosa.

—Solo quieres un agresor. No es necesario que sea Kallen —deliberó Suzaku en voz alta—. En ese caso, iré yo.

—¿Estás seguro de que quieres tomar el lugar de Kallen?

—Sí.

—Está bien —asintió Lelouch—. ¡Hagamos eso! Ve al casino. C.C. y Rolo irán contigo. Son unos estupendos alborotadores y unos cazadores expertos. Los tres pueden armar una trampa efectiva. Kallen, quédate, contacta a los trabajadores de Britannia Chemicals y convéncelos de transferirnos el caso. Si acaso puedes, prepara las preguntas e indícales cómo contestar en el interrogatorio y cómo defenderse en el contrainterrogatorio. Y, Urabe, regresa a la mansión Britannia y mantén las apariencias. No tengo más órdenes para ustedes. Pueden proceder.

—¿Y tú qué harás? —inquirió C.C. entre toses. Su ataque de tos había empeorado ese día.

—Iré a algún lugar y después vendré para apoyar a Kallen —repuso con parquedad—. Estaré devuelta antes de que lo noten.

Lelouch se levantó y fue a la salida. No quería seguir respondiendo preguntas. Por otra parte, Suzaku meditaba sobre las órdenes. Lo había extrañado que Lelouch no figurara en su propio plan y que Kallen no se hubiera opuesto a la idea de que él la relevara. Le gustaba prestar su apoyo a Lelouch y ser una parte imprescindible de sus estrategias. Bueno, esa era la impresión que le había dado. Tampoco Lelouch intentó disuadirlo. Es más, repartió las órdenes cual si lo hubiera dispuesto así en su plan originalmente. Suzaku sintió advenir la epifanía y le gritó a Lelouch quien estaba de espalda y con una mano sobre la puerta, lista para empujar:

—Esta parafernalia fue un truco, ¿no?

—¿Perdón? —inquirió Lelouch, volviéndose sobre su hombro.

—Querías que yo fuera el agresor. Que participara por mi propia voluntad en tu trampa.

—¿Tu decisión está sujeta a mi respuesta? —lo interrogó—. No, ¿cierto? ¿Qué más da lo que diga yo? Elige en lo que quieres creer, Suzaku. Todas las respuestas tienen algo de verdad.

Lelouch le regaló a su examigo una sonrisa traviesa y salió. Se tendió en el asiento detrás del volante y desde ahí avistó a C.C., Rolo y Suzaku montarse en el auto deportivo de este último. Lelouch aguardó que se adelantaran para encender el motor al minuto siguiente y se puso en marcha. Le hubiera gustado concertar la reunión con los trabajadores de Britannia Chemicals, entrevistarse con ellos, prepararlos. Le hubiera gustado ir con C.C., Rolo y Suzaku al casino. Amaba planificar golpes y amaba aún más darlos. Le inyectaba la correcta dosis de adrenalina para espabilarse.

Pero hoy era 22 de noviembre, según marcaba el calendario. Lo consultó en su celular y en la web, por si las moscas. En todas partes señalaban que era 22 de noviembre. ¿Qué tenía de especial eso? Que era el cumpleaños de su madre. El día que se mudó devuelta a Pendragón, Lelouch pensó en ir al cementerio. Nunca había ido a visitarla. No tenía el valor. Nunnally, sí. Por esa razón en aquella noche no estaba en su apartamento cuando regresó de comprar el bufete. Nunnally le sugirió ir juntos el día de su cumpleaños como un reencuentro familiar. A él le agradó su plan. Siendo justos, rara vez le decía que no. Era condescendiente con ella. Lo admitía. De cualquier modo, ella nunca se malacostumbró. Y, aunque él asumió la responsabilidad de ambos y la protegió durante años, fue su hermana quien lo cuidó. Quien evitó que descendiera al abismo. Ella poseía una increíble fortaleza.

Nunnally…

Nunnally…

Lelouch realizó una parada para comprar un ramo de lirios. Anaranjados, desde luego. Era el color preferido de su madre. Cálido y alegre como ella. En el cementerio, se dirigió hacia la parcela donde creía que su madre estaba enterrada. De pequeño, a Lelouch le espantaban los cementerios. La muerte, en líneas generales. Al pasar al lado de uno, su corazón se desbocaba. Ya no sucedía, afortunadamente. Apretó el puño en el que tenía las flores al punto de clavarse las uñas en la palma. Presentía en sus huesos que estaba cerca. En efecto.

Sin embargo, no presintió que había otra persona depositando un bonito lirio blanco en su tumba. A alguien se le ocurrió la misma idea. Lelouch lo reconoció por su silueta, por su pelo, por sus modales.

¿Por qué Jeremiah Gottwald estaba ahí? Bueno, no era un gran misterio. Él trabajó con su madre en el bufete de abogados que representaba a Britannia Corps. Tenían buena relación. Lelouch recordaba que cuando él y Nunnally se quedaban en la oficina de su madre, Jeremiah los dejaba jugar en su computadora para que así no se aburrieran, sino les compraba algunas golosinas. Hubo ciertas ocasiones en que él los llevaba de paseo por las inmediaciones. Todo dependía de cuán atareado estaba.

Perfectamente podía saber que ese día era cumpleaños de su madre. Pese a su amabilidad, Lelouch no perdonó que el abogado Gottwald había decidido defender al bastardo que mató a su madre. El simple recuerdo acució la rabia, recrudeciendo su odio personal contra él. No iba a largarse. No iba a esconderse. Lo enfrentaría allí y ahora.

—¿Por qué estás aquí? —le espetó.

Jeremiah se giró. La boca se le había contraído y la lengua se le había secado, incapacitándolo para hablar. Evidentemente, había sido un error por su parte dejar que Lelouch lo descubriera.

—Abogado Lamperouge… —tartamudeó.

—Te hice una pregunta —atajó Lelouch, malhumorado—. Te ordeno que me respondas con franqueza.

No quería andarse con rodeos. Quería la verdad. Su corazón no soportaría otra mentira. Usó el Geass. Utilizar el Geass no era como cuando los superhéroes disparaban rayos por los ojos. A decir verdad, usarlo era un acto tan instintivo como respirar, comer, caminar, cagar. De un modo raro, sabía que estaba bajo sus efectos. Era como si los ojos de los afectados no tuvieran mirada. No era una mirada extraviada, en definitiva; sino una mirada ciega.

—¿Qué estás haciendo frente a la tumba de mi madre? —repitió. La precisión era importante.

—Hoy es su cumpleaños —respondió el abogado Gottwald con voz neutra—. Quería dejarle un regalo. Tengo la costumbre de visitarla los días bancarios y sus cumpleaños.

—¿Por qué?

—Ella es mi mentora y mi amiga. Aunque me gradué como abogado en la escuela de derecho, me formé como tal ejerciendo. No sería quien soy, si no fuera por ella.

A Lelouch le constaba eso. Jeremiah había ingresado a la firma como un abogado novato por sus contactos. No era demasiado avispado, pero sí ambicioso y determinado. Su madre tenía el mismo don que su hijo para reconocer el valor en los otros y potenciar sus cualidades por el genuino deseo de ayudar a los demás.

—Cierto. Si no hubieras defendido al malnacido que la mató, tu carrera no habría despegado —masculló Lelouch, resintiéndose—. ¿Por qué la traicionaste?

—Porque era la mejor manera de investigar su muerte. Tampoco yo quería creer que ella se había suicidado. ¡Por Dios! Hubiera preferido tener un culpable a quien acusar; sin embargo, el informe apuntaba lo contrario. Yo hice lo que me parecía correcto.

Lelouch frunció el ceño. Su justificación era en varios sentidos similar a la de Villetta Nu. Él mismo había leído el informe. La diferencia entre las dos defensas eran los tiempos verbales. Villetta hablaba siempre en presente al referirse aquel hecho. Jeremiah, en cambio…

—¿Y ahora? ¿Todavía lo crees?

—No —soltó el abogado y pareciera que sus ojos anaranjados recobraron algo de aquel brillo que se había evaporado tras los anillos rojos del Geass—. Me engañaron.

—Si lo sabías, ¿por qué permaneciste con Britannia Corps?

—Estaba esperándote.

El fuego ardiente que discurría en las venas de Lelouch se enfrió. «¿Qué diablos?».

—¿Por qué?

—Porque quería conseguir tu perdón.

Lelouch vaciló. Incrédulo ante la información que sus oídos percibían. El Geass lo forzaba a decir la verdad. Ese era el motivo. Aun si no había actuado exactamente como un aliado. De igual modo, tenía una pregunta más urgente que hacerle.

—¿Cómo supiste que te habían engañado?

Esta vez el abogado Gottwald no contestó en el acto. A juzgar por la crispación de sus labios, la respuesta estaba pugnando por salir de ellos. Nunca nadie había intentado resistir al poder del Geass. A la postre, todos acababan sometiéndose. No imaginaba cómo debería de ser esa lucha dispareja. Esta era la primera y única vez que estaba bajo su influencia. Se aprovecharía de ello.

—Cuánto más te resistas a mi poder, será más doloroso para ti —advirtió—. Coopera.

—Fue C.C., tu cómplice, quien me lo dijo —gimoteó el abogado.

A Lelouch lo recorrió un escalofrío por la columna a una velocidad fulminante. Rolo le había revelado el otro día que ella había sido la mente que orquestó el asesinato de su hermana. Le costaba creerlo. Su lado sensible no quería aceptar esa verdad. Pero su lado lógico no lo veía imposible. De ahí que Lelouch había tomado la resolución de vigilarla y averiguarlo por sus propios medios. C.C. era una serpiente astuta. ¡Maldición! La había moldeado a su imagen y semejanza. ¿Cuántas veces habrá actuado por su cuenta a sus espaldas? Un gruñido deshizo su concentración. Miró a Jeremiah. Estaba parpadeando y toqueteándose la cabeza. Iba a salir del trance. Según sus evaluaciones, los afectados olvidaban que habían estado bajo su control.

Era el momento para irse. Era el momento para encarar a C.C.


Estacionados a una calle del casino, Suzaku, Rolo y C.C. urdieron la trampa. Realmente, C.C. dio las instrucciones y Suzaku y Rolo solo asintieron. Acordaron lo siguiente: C.C. se sentaría a jugar las cartas con ellos y los provocaría. Tan pronto confesaran sus mezquindades, Suzaku los agrediría y Rolo, infiltrado como uno de los trabajadores de la planta química, cogería el teléfono del jefe de Desarrollo de Materiales Nuevos y se lo entregaría a C.C. más adelante. Suzaku preguntó por qué no podía ser al mismo tiempo el provocador y el agresor. C.C. dijo con sorna: «Porque, en primer lugar, no queremos que ninguno sospeche que cayeron en una trampa y alerte a ricitos de oro y porque, en segundo lugar, no te ofendas, apestas a decencia». Suzaku casi dejó escapar un ladrido de risa. ¿Él? ¿Decente? Desde que se había reencontrado con Lelouch y empezó a relacionarse con el presidente Schneizel, sus pensamientos se habían enturbiado. No había escatimado en optar por los métodos pragmáticos que tanto despreciaba en su locura de arrestar a Lelouch como el forajido Zero. No, señor. Había cambiado en estos meses. Había sido bueno alguna vez. Pero no lo era ahora. Sea como sea, Suzaku no protestó. C.C. parecía saber lo que hacía y él mentiría si negara que no tenía curiosidad por ver cómo se desarrollaba todo.

Entonces, Rolo se fue para infiltrarse entre los trabajadores de Britannia Chemicals, C.C. se fue al próximo cajero automático para hacer un retiro y él entró en el casino. Había una mesa de billar. Decidió jugar. En la sala común de la universidad en que estudió tenían estanterías de libros, una humilde cafetería, una máquina de refrescos y de golosinas y una gran mesa de billar. A Suzaku le gustaba jugar en sus ratos libres. No tardó en volverse un jugador hábil. Algunos evadían jugar con él por ello. Odiaban que los aplastara. Solamente Kallen lo retaba de cuando en cuando. Fue así como la conoció de manera oficial. Antes solo había leído su nombre debajo o arriba del suyo en las listas de calificaciones y la había visto en el gimnasio. Parecía que estaban destinados a competir entre ellos. Suzaku se contentó de no haber perdido la habilidad. Se había declarado invicto al ganar tres partidas consecutivas. En ese instante él estaba jugando solo, lo que le permitió echar miradas furtivas a la mesa donde estaba sentada C.C., quien se hallaba encorvada sobre sus cartas. La observó frotarse los ojos con malestar. No podía decir si estaba actuando o si era real. La secretaria de Lelouch estaba tan instruida en el arte de las mañas como él. Llevaba horas jugando póker. Nunca le había interesado ese juego. Ningún juego de cartas. Quizás sí fue buena idea acceder a que C.C. jugara con ellos. No habría conseguido entretenerlos por tanto tiempo.

—Quiero la revancha.

La escuchó decir.

—No tienes nada qué ofrecer —replicó quien suponía que era el jefe de equipo, que hizo un gesto con el mentón a la triste pila de fichas de C.C.—. Mejor suerte para la próxima ocasión, muñeca.

—No, aún tengo algo. Apostaré todo lo que tengo y esto.

C.C. se quitó un anillo y lo colocó en la mesa. Sus contrincantes se inclinaron. Cada uno tuvo su turno de coger el anillo y examinar inquisitivamente desde distintivos ángulos la diminuta gema centellante incrustada en la montura de plata. A priori, Suzaku se atrevería a decir que era un diamante o que esa era la ilusión.

—¿Es de verdad?

—¿Quieres que lo probemos en el capó de tu auto? —le preguntó. Suzaku amagó una sonrisa. C.C. no sería encantadora sin su lengua mordaz—. No tengo toda la noche. ¿Aceptas o no?

El interlocutor intercambió miradas con sus congéneres. Todos tenían escritos en sus rostros la respuesta. No hacía falta verbalizarla. Estaban desesperados por cambiar su suerte. El jefe de equipo sorbió su cóctel y le confirió una alta fila de fichas a la mesa.

—¡Alto! —clamó C.C. tapando el anillo con una palma—. ¿Ustedes qué apostarán?

—¡Por favor!

—Este anillo vale el quíntuple que esas fichas. No voy a apostarla tan idiotamente —cacareó C.C.—. ¡Vamos, no sean avariciosos! Oí que se están beneficiando del reciente problema de Britannia Chemicals.

—¡¿Qué mierda?! ¿Qué estás balbuceando?!

—¿Van a desmentir que están aceptando sobornos del presidente Schneizel para ocultar que hay químicos nocivos filtrándose por el tratamiento inadecuado de aguas residuales?

—¡¿En dónde escuchaste tal disparate?!

—Los rumores vuelan.

—¡Nosotros no hemos aceptado nada! Son las familias de los trabajadores que están jodiendo porque no quieren aceptar el acuerdo y piden más dinero —rezongó el jefe adjunto.

—¿Eres periodista? —la interpeló el jefe adjunto—. ¿Por qué te interesa saber eso?

—Qué curioso —sonrió C.C. con malicia—. Cuando a las personas las acusas de asuntos que no cometieron son propensas a enfadarse y a desmentirlo, no preguntan por la fuente.

Esa era la señal. Suzaku dejó el taco sobre la mesa con un golpe seco que silenció el jolgorio y avanzó con torva faz hacia la mesa de las apuestas. Plantó su mano sobre la superficie verde con violencia.

—¿Eso que dijo ella es verdad? ¿Los trabajadores de Britannia Chemicals se están muriendo por su culpa? —bramó—. Les daré cinco segundos para admitirlo y explicarle. Y les aconsejo hacerme caso si no quieren problemas. Cinco…

—¿Usted aquí, fiscal Suzaku Kururugi? —farfulló el jefe adjunto.

—Cuatro…

—Exfiscal Kururugi. ¡A usted lo despidieron luego del bochornoso juicio en que se presentó borracho! —lo corrigió el jefe de Desarrollo de Materiales Nuevos—. ¿Cómo tiene la osadía de exigirnos explicaciones? ¡Váyase!

—Tres…

—Cuando llame a seguridad, será usted quien no querrá problemas —lo intentó intimidar el jefe de equipo, poniéndose pie.

—Dos…

Suzaku no esperó contar hasta cero. Cogió el vaso de cristal en el que el jefe de equipo estaba bebiendo y se lo estrelló en la frente. El hombre se desmoronó con un alarido. Se oprimió la herida que manaba sangre. C.C. y los otros se incorporaron de un respingo. Suzaku se despojó de su chaqueta y su reloj y los tiró a la mesa vecina. Acto seguido, derribó la mesa de apuestas empujándola. Sin nada interponiéndose entre los altos directivos y él, Suzaku cogió el cuello de la camisa del jefe de Desarrollo de Nuevos Materiales, lo elevó unos centímetros del piso y le propinó un puñetazo de tal magnitud que lo noqueó. El jefe adjunto era alto. Suzaku se había enfrentado a oponentes que lo superaban en tamaño y los había vencido. Para cuando los oficiales de seguridad comparecieron, Suzaku estaba muy ocupado dándole patadas en la cabeza, mientras el jefe adjunto se ovillaba en el suelo lloriqueando y rogando clemencia. La gente se había replegado atropelladamente. Todos los oficiales se abalanzaron sobre Suzaku. El exfiscal quedó atrapado en un amasijo de brazos. En la conmoción, C.C. había pisado con el tacón el celular del jefe de Desarrollo de Nuevos Materiales que se le había resbalado en el momento en que Suzaku lo levantó. Se lo pasó a Rolo, quien estaba mezclado con el resto de empleados de Britannia Chemicals, con un puntapié. Rolo recogió el celular, se lo guardó en su bolsillo y se escabulló sigilosamente entre la multitud.

Suzaku fue encerrado en una celda de detención en la comisaría más cercana durante horas. Y aún sentía su corazón palpitar con fuerza y la adrenalina crepitar por sus venas en deliciosos picos. Estaba demasiado extático como para enfadarse consigo mismo. Le gustaba cómo esa sensación lo embriagaba y se odiaba por ello. Aquello había sido loco y estúpido; si bien, fue estrictamente necesario. No hubiera accedido a formar parte de la estratagema de Lelouch de lo contrario. «Eres uno de nosotros», le había dicho. «Eres como nosotros. Perteneces a este grupo por eso. Igual con todos». Al parecer, había tenido razón. Le fastidiaba que Lelouch y el presidente Charles lo conocieran mejor que él. Acorde al plan, C.C. retornó por él y pagó la fianza. Constató que era de noche en cuanto salieron. Un soplo de aire fresco lo saludó. Se desconcertó al no ver a Rolo por ningún lado.

—¿Dónde está Rolo? —la interrogó.

Estaban en el automóvil. Suzaku conducía.

—Lo despaché. Tenía que recuperar el anillo y no quise obligarlo a esperarme. Debe estar ya en el bufete.

—Cuánto lamento que hayas tenido que perder ese dinero. Parecía un montón.

—¿Quién dijo que ese dinero era mío? —repuso—. Como sea, ambos estuvimos de acuerdo que hiciste un buen trabajo. Recuérdame que no me meta contigo —pidió, guiñándole un ojo.

—¡Uhm!

—¿Qué te ocurre? —inquirió C.C.

—No es nada —musitó—. Estoy sorprendido de lo que logré hacer.

—¿Sientes que estás descubriendo una parte de sí mismo?

—¡Sí!

A Suzaku lo abochornó la velocidad con que lo dedujo. Una de dos: o ella lo había discutido previamente con Lelouch o su semblante era un libro abierto.

—Entiendo. Bueno, para esos males, hay un remedio claro. ¿Qué tal si nos vamos por unos tragos? Yo invito.

—¡Mmmm! Preferiría evitar el alcohol, sino te molesta.

—Adivinaré. ¿Eres de los que pierden la cuenta con las copas?

—Sí, ¿es tan obvio? —indagó Suzaku, sonrojándose.

—No tanto como tú crees. Estás al lado de una, aunque estoy tratando de dejarlo —develó—. No tienes de qué mortificarte. He visto y he hecho todas las tonterías de los borrachos.

—Yo creo que no.

—¿Ah, no? Rétame.

—¿Tiendes a alucinar cuando bebes en exceso?

—¡Carajo, Kururugi Suzaku! Está bien. Te concederé el punto —silbó—. Sabes, Lelouch me dio la dirección de la sociedad de Alcohólicos Anónimos. Recién nos estábamos conociendo. Fue ultra molesto con el asunto —resopló, poniendo los ojos en blanco—. Estaba empeñado en que renunciara al alcohol cuando menos. Ya toleraba que fumara entonces. Me negué. No me gusta abrirme a desconocidos. Pero si vinieras conmigo me armaría de valor. ¿Qué dices?

—Sí, claro —asintió, entreviendo a C.C. por el retrovisor—. Necesitamos ayuda.

—Perfecto. Buscaré esa tarjeta y te copiaré los datos.

—Sí, hazlo.

Y siguió una pausa. Ninguno de ellos tuvo prisa por añadir algo. Era cómodo estar con C.C. Pudo admitir con total calma su alcoholismo. No como con el comisionado Tohdoh, Anya y Gino, que era gente que confiaba, gente que amaba. ¿Por qué había reaccionado a la defensiva cuando lo confrontaron? Suzaku se sintió idiota. Quizás porque no tenía un trato asiduo con ella y, por ende, no tenía una imagen de él, se atrevió a hablar francamente. Ayudaba, además, que C.C. no era moralista como él.

—No imaginaba que Lelouch había hecho eso por ti —comentó—. Debes importarle mucho.

—Lelouch tiene un complejo de salvador —meditó C.C. en voz alta recostando la cabeza en la ventana—. Cree que no hizo todo para salvar a su madre y su hermana la noche en que la primera murió. Su impotencia lo remuerde. A veces se fustiga con demasiada dureza.

—Así que se afana en salvar a los que están a su alrededor, ¿no?

—Exacto. Es una buena persona —afirmó, apoyando el puño en su barbilla. Tornó a toser—. Suzaku, ¿puedo ser completamente honesta contigo?

—Desde luego.

—Bien —susurró. Vaciló por espacio de unos minutos, lo que empezó a inquietar a Suzaku—. Estoy preocupada por Lelouch y su salud mental.

—¿Cómo así? —preguntó frunciendo el ceño.

—Como sabes, Lelouch quedó traumatizado al presenciar el asesinato de su madre. El juicio fallido, la parálisis y la ceguera histérica de su hermana agravaron su estado y hasta el día de hoy no ha logrado recuperarse. Fue gracias a Nunnally que pudo seguir con su vida normal; pero, ahora que la ha perdido, me preocupa que él no sea capaz de conservar esa estabilidad mental que ella le brindaba —expresó—. Estos días ha vivido su duelo sumido en una terrible aflicción como cuando murió Euphemia. Yo, que vivo con él, he testificado su sufrimiento, lo he oído llorar, lo he sentido despertarse en las noches, he visto el vacío en sus ojos…

—¿El vacío en sus ojos? —repitió, confundido.

—¿Has visto un psicópata a los ojos?

—Sí. Llegué a interrogar a alguno en uno de mis casos.

—¿Y recuerdas cómo eran sus ojos? —inquirió. Ante el silencio de Suzaku que se devanaba los sesos por acordarse, C.C. se contestó—. Son ojos vacíos. Sin brillo, sin alma. Son los ojos que pertenecen a la clase de persona que no le importa nada. Esas son las miradas que matan, abogado Kururugi. Y esa mirada fue la que vi en Lelouch durante los primeros días de duelo.

Hasta la fecha, cada movimiento de Lelouch había sido ejecutado concienzudamente. Su sed de venganza había racionalizado su cólera, por decirlo de alguna manera; privándolo, de este modo, de las restricciones morales y, al unísono, regulando su frenesí. A ciencia cierta, él no actuaba en función de las normas de la sociedad, pero sí poseía un código que respetaba. Un Lelouch devorado por el fuego de la locura y dolor sería radicalmente distinto de este Lelouch endurecido por el frío de la traición y el odio y sería, sin lugar a dudas, uno peligrosísimo.

—¿Por qué me cuentas esto? —musitó Suzaku, frotándose sus manos que se habían enfriado extrañamente.

—Porque si hay alguien que puede detener a Lelouch, en caso de que se vuelva el monstruo que tanto has temido, eres tú y porque tú significas mucho para él, así como para ti él significa mucho. Eres un buen hombre.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque quieres hacer el bien —respondió C.C. con voz ronca, como si hubiera transcurrido siglos desde la última vez que había charlado con alguien—. No me malinterpretes. No dije que fueras perfecto. Un buen hombre no es perfecto. Es alguien que aprende de sus errores y piensa más allá de sí mismo. Me percaté de ello anoche. De una u otra manera, todos estamos buscamos el perdón de alguien y perdonarnos a sí mismos para liberarnos de nuestras culpas.

—¿Tú también? —tanteó Suzaku, intrigado—. ¿Tienes algo que necesites perdonarte?

—Sí —gimió C.C., tragando saliva—. Pero mi pecado es tan grande que solo puedo saldarlo con mi vida.

Suzaku aguantó la respiración. Hubo una época que ese pensamiento circulaba por su cabeza. Día y noche. Fue justo después de asesinar a su padre. Ahora volvía a escucharlo en los labios de C.C. Tal cual. Como si se lo hubiera robado. Suzaku se enderezó y vislumbró de refilón a la ladrona que estaba admirándose los delgados brazos cubiertos de capas de finas cicatrices que surcaban a lo largo de su piel. Parecían los zarpazos de alguna bestia de garras afiladas. Suzaku contempló cortarse, mas se arrepintió al segundo de haber cogido la navaja de afeitar de su padre. No se sentía capaz. Nunca supo si fue cobardía o lo contrario. Prefirió infringirse daño por otros medios. Se arrojó al medio de una carretera y vagabundeó por calles inseguras en horas de la noche. Sus intentos de suicidio no tuvieron éxito. Si tenía duda de la existencia de las deidades, ya no: las malas divinidades existían. Si acaso había alguna buena, se hubiera compadecido de su desgracia y lo habría dejado morir alguna de esas noches. C.C. tosió.

—Eres como yo.

—¿A qué te refieres?

—Ambos deseamos morir y no hemos logrado nuestro deseo.

—No creo que nos parezcamos —objetó C.C. tras someterlo a una seria consideración—. Tú no estás roto. Ni estás solo. Aún puedes salvarte —C.C. sufrió otro ataque de tos—. ¡Maldita sea! ¡No he parado de toser desde que renuncié al cigarrillo! ¿Acaso pesqué una neumonía? ¿Me voy a morir pronto?

—No lo creo. Es el proceso de intoxicación. Es un mecanismo del cuerpo para expulsar todas las toxinas de los pulmones. Lo sé porque Anya me contó que fue fumadora en la universidad y pasó por lo mismo. Es una situación normal para ti.

—¡Maravilloso! A lo mejor me convierta en una buena persona al final de esta mierda.

C.C. se arrellanó en su asiento. Malhumorada. Suzaku abrió la boca para recuperar el hilo de la conversación donde lo habían dejado antes de la breve interrupción. Lo tomó desprevenido el repique de su celular. El identificador de llamadas no distinguió el número. El instinto lo desaconsejó atender. Suzaku exilió esa sensación sinsentido meneando la cabeza. Se detuvo en la intersección, aprovechando que el semáforo estaba en rojo, y recibió la llamada.

—¿Sí?

¿Es Suzaku Kururugi?

—Así es. ¿Con quién hablo?

Es la recepción de PCVP. Nos han reportado una fuga de gas en su apartamento.

—¿Cómo?

Por favor, venga rápido. Hemos enviado a un técnico. No puede revisar su instalación de gas si no está presente.

—Sí, sí, entiendo. Iré enseguida.

Suzaku cortó. ¿Una fuga de gas? El joven Kururugi procuró recordar si había olido algo raro o había oído algún silbido antinatural. Nada acudió a su mente. Frustrado, se dio una palmada en la frente. Visto el poco tiempo que pasaba en su casa, era posible que hubiera descuidado el mantenimiento. La perceptiva C.C. cayó en cuenta de que algo andaba mal por el gesto de contrariedad en el rostro del exfiscal.

—¿Qué tienes?

—La compañía de gas me ha llamado para informarme que hay una fuga en mi apartamento. Voy a tener que ir —contestó. Suzaku se inclinó sobre el tablero a fin de tener un mejor punto de observación de las señales de tránsito—. Nos falta media hora para llegar al bufete. Creo que…

—No, no. Te urge ir allá. Déjame bajar aquí. Tomaré un taxi.

—Pero no me gustaría…

—De igual forma, debo ir a un lugar diferente —señaló la Wicca con voz serena—. Gracias por traerme. Me gustó nuestra charla.

—Está bien. A mí también me agradó conversar contigo.

Suzaku tuvo curiosidad. ¿Cuál podría ser ese lugar? Se abstuvo de preguntarle. No era de su incumbencia. Suzaku dirigió a C.C. una sonrisa de disculpa, quitó el seguro y ella salió de su deportivo. Intercambiaron un gentil ademán de despedida. La luz roja del semáforo mudó a verde y Suzaku reanudó la carrera pisando a fondo el acelerador. Se metió en el tráfico y fue esquivando los coches en dirección a la autopista. La idea de una fuga de gas lo mortificaba. Su pesadumbre crecía de forma exponencial, en la medida que se acercaba más a su destino. Al cabo, Suzaku aparcó junto a la acera. La zona estaba desierta y tranquila. Lo aguijoneó en sus entrañas un mal presentimiento. Ante una fuga de gas, ¿no deberían las personas evacuar por medidas de seguridad? Bueno, ya iba a averiguar cómo estaban las cosas adentro.

Ingresó al edificio y presionó numerosas veces el botón para llamar al ascensor. El indicador señalaba que estaba en el pent-house. Iba a demorar en bajar y Suzaku sentía que sus segundos estaban contados. Subió corriendo las escaleras. La bonancible atmósfera había evolucionado a una tensa. Cuando llegó a su piso, sus energías habían menguado. Empero el pánico lo mantenía en movimiento y alerta. Esparció la mirada. No había ningún técnico ni un vecino a la vista. Empezó a barajar que había sido víctima de una broma de pésimo gusto. Sea como sea, nadie moría por ser precavido. Suzaku entró a su apartamento y al instante se protegió la nariz. Olfateó el aire con cautela. No detectó el olor a mercaptano (que era el aroma que las compañías de gas usaban para detectar el butano, el propano y el gas natural, los cuales eran gases naturalmente inodoros). No tenía idea de qué olía aquel gas, pero supuso que lo sabría. Pero en este momento no estaba oliendo nada. Sus pupilas se dilataron. Le habían tendido una trampa. Desgraciadamente, ya era tarde. Suzaku fue abatido por un golpe demoledor contra su cráneo. Sus rodillas amortiguaron su caída. Segundos más tarde se derrumbó de lado.

—Buenas noches, abogado Kururugi.

Era la voz de Luciano Bradley. Su entonación era zumbona. Suzaku era capaz de imaginarlo esbozando esa sonrisa de cocodrilo. Estaba demasiado aturdido para voltearse y comprobarlo o sentir el dolor. Un entumecimiento recorrió su cuerpo. Su corazón omitió un latido y luego palpitó aceleradamente. Intentó incorporarse y volvió a derrumbarse sobre sus rodillas. Había fantaseado con su muerte de mil y un formas y nunca se figuró que morir envenenado en su casa sería su final. Suzaku pestañeó y le costó abrir los ojos. Descubrió que en cada parpadeo se le dificultaba más abrirlos. Oyó la estridente carcajada del Vampiro de Britannia, burlándose cruelmente de él. Suzaku cerró los párpados para concentrarse en resistir y, en vez de ello, la oscuridad lo absorbió. La risotada perversa de Bradley había cesado para entonces.

«Tal vez sea lo mejor. Esto era lo que mi corazón ansiaba con desesperación. Ya no tendré que aguardar hasta mi vejez. Podré encontrarme con Euphemia. Podré reconciliarme con mi padre. Podré expiar mis pecados».

Y Suzaku se hundió a través de su piel, del suelo, hacia la negrura.


*Así es. La canción que el Lelouch borracho cantaba junto a sus allegados en el bar era una traducción al español de Colors. Quizá algunos no lo dedujeron porque se saben el icónico primer opening de CG en japonés y no en español. No sé qué opinan ustedes, sin embargo, a mí me saca de la inmersión de las obras que leo palabras de otro idioma que se supone que los personajes están hablando. No hagan eso a menos que quieran romper la ilusión, autores. Háganme caso.


N/A: ¿saben? Me arrepentí de titular el capítulo siete de esta historia como «Escuadrón Zero» porque, por primera vez, teníamos reunidos a todos los miembros del Escuadrón Zero en dos lugares en un mismo capítulo: Lelouch, C.C., Kallen, Suzaku, Rolo y Urabe (nomás faltaba Tamaki). Además de que vimos a Suzaku ser parte del plan de Lelouch voluntariamente. Aun así, está bien. No se me ocurría otro título para el capítulo siete y para este sí. Es una palabra importante. Los títulos de ciertos capítulos son temas que constituyen el eje temático de cada libro.

No pretendía que este capítulo fuera tan largo (y agotador en lo que respecta al proceso de escritura). Resultó de esta longitud por la charla en el bar. Lo ameritaba. Es una de las mejores escenas del tercer libro y la novela en general. Sobra decir que es mi favorita (desde el karaoke hasta que Kallen y C.C. dialogan en el cuarto de Lelouch). En segundo lugar, yo situaría el diálogo entre Suzaku y C.C. En el anime tuvieron dos conversaciones formidables. La segunda fue una corta plática cargada de simbolismos que casi nadie se acuerda. En lo personal, me gustó más la primera. Siento que dijeron cosas más trascendentes. Me inspiré en ella para escribir la charla que ustedes leyeron. Incluso rescaté una línea en mi afán por destacar los paralelismos. Originalmente, C.C. era quien señalaba la semejanza entre Suzaku y ella y él era quien lo desaprobaba, si bien, me parece que él no llegó a explicar por qué no eran similares. Ustedes me pueden corregir, si sus recuerdos de este capítulo están más nítidos que los míos.

Por cierto, estoy tan sorprendida como Urabe (y tal vez ustedes) de que Clovis vaya a aparecer en esta historia. Aunque en mi cabeza tenía el esqueleto de la novela armado, no había trabajado los detalles. Eso fue algo que estuve haciendo sobre la marcha. Me vi en la necesidad de tener un director para el Centro Médico de Britannia y, visto que no me gusta crear personajes originales y mucho menos darles protagonismo, recurrí a Clovis (de todo el vasto catálogo de personajes de CG, él era el único que podía asumir ese rol). Es una pena porque si hubiera sabido que me encontraría en esta situación yo habría usado a Clovis como el primer objetivo de Lelouch y a Bartley como el director. Pero lo hecho, hecho está. No lo puedo deshacer. Y creo que me las apañé bastante bien.

Ustedes cuéntenme: ¿cuál fue su escena favorita de este capítulo? De todas las preguntas que los personajes se plantearon en el bar, ¿cuál les pareció más interesante? ¿Cuál fue la respuesta que más les gustó? ¿A quién y qué pregunta le harían entre los que estaban en el bar? ¿Qué estará tramando Suzaku con la sangre de su examigo? ¿Les gustó que Zero y Xinkge pelearan contra los matones de Britannia Corps? ¿Están de acuerdo con Lelouch: Kallen es la Zero que Pendragón se merece? ¿Por qué Lelouch le habrá pedido a Kallen que no olvide sus sentimientos por él? ¿Les gustó ver a Suzaku implicarse en el plan de Lelouch? ¿Qué opinan de su posterior plática con C.C. en el auto? ¿Cómo se salvará Suzaku del aprieto en que está metido? ¿Será este es su fin? ¿Les gustó cómo adapté el arco de redención de Jeremiah a este contexto? ¿Qué medidas tomará Lelouch ahora que sabe la verdad? ¿Nos preocupamos por C.C. teniendo en cuenta lo que él dijo en el capítulo pasado? ¿Cuáles son sus expectativas para el siguiente capítulo?

¡Comenten todo lo quiere! Yo los estaré leyendo. Tienen una cita conmigo y con este fic este 2 de mayo para leer el siguiente capítulo: «Proyecto Geass».

¡Cuídense! ¡Besos en la cola!