Code Geass: Bloodlines
Capítulo treinta y tres:
La espada de Damocles
Cuando Marianne se enteró de que estaba embarazada la primera vez, se desgañitó loca de la incredulidad. ¡¿Cómo pudo ocurrirle esto?! Tenía colocado el DIU. El método anticonceptivo más duradero y práctico. Y, por tanto, el más efectivo. El más recomendado, además, por su prescindencia del control anticonceptivo. Por cuatro años le había funcionado de maravillas. ¡¿Por qué demonios su caso se había convertido en ese raro 1% de posibilidad de que el óvulo saliera fecundado?! «Ningún método es totalmente infalible», le había susurrado una vocecita irritante en su cabeza. Por desgracia, era verdad. Había leído que el DIU podía ser expulsado por contracciones musculares, por un fuerte flujo menstrual y en casos excepcionales por una evacuación. Marianne descargó toda su ira y su frustración haciendo un enorme destrozo en «su nidito de amor», que era como se refería cariñosamente al lujoso apartamento que Charles le había comprado. Charles la encontró llorando media hora después. Huelga decir que quedó horrorizado por el estado de la sala. Marianne le había enviado al menos unos diez mensajes ya que cada vez que intentaba contactarlo la llamada se caía. Tal vez él estaba en una reunión de la cual no podía salir. «¡Marianne! ¿Qué pasó?», le había preguntado su amante alarmado. «¡Oh, no es nada, osito mío! Solo estoy embarazada», le había contestado Marianne con una sonrisa. Lucía fea. Estaba segura. Sentía que el delineador estaba escurriéndosele por debajo de los ojos llorosos. Así que tenía que cubrir las apariencias como mejor podía.
Charles se lo tomó bien sorprendentemente. Lo emocionaba concebir un hijo con la mujer que amaba. Lo llamaba «nuestro feliz accidente» mientras desconocían el sexo de la criatura. Era su broma privado. «Feliz» no era el adjetivo que Marianne hubiera usado. Charles no iba a sufrir fatiga, tampoco iba a experimentar cambios hormonales ni de humor, no iba a tener migraña, no iba a vomitar ni a marearse, no iban aumentar sus ganas de orinar ni se le iba a hinchar el vientre, tampoco iba a sentir al parásito moverse dentro de su cuerpo. El futuro de Charles no se iba a ir a la mierda. Él tenía prácticamente la vida hecha, como se dice. Había amasado una gran fortuna. Su carrera estaba en su apogeo. Tenía cuatro preciosos hijos y un matrimonio estable (en la superficie). Marianne, en cambio, era una joven huérfana con determinación y muchas ganas de engullirse al mundo de un bocado. Una veinteañera que tenía un prometedor camino por delante. No estaba lista para ser madre y tal vez no lo estaría jamás. Ni siquiera se había visualizado en ese papel.
Marianne tomó una medida desesperada: abortar. Sin embargo, el feto resistió a todos los intentos de Marianne. Era como si se hubiera aferrado a su útero con sus garras y dientes, lo cual era imposible porque los fetos no tienen uñas ni dientes. «Tiene una feroz voluntad para vivir. ¡Es un sobreviviente!», observó Marianne no sin cierto cinismo mezclado con frustración para cuando se resignó a tener el hijo de Charles. «Nuestro pequeño rebelde» lo rebautizó Marianne y por ese apodo se refirió al feto hasta que la pareja le dio un nombre. Charles siempre ignoró el origen del apodo. Ella nunca le reveló la locura que estuvo a punto de cometer. Él jamás la hubiera perdonado. «De vez en cuando, se tienen que guardar secretos por el bien de una relación». No era el primer secreto que mantenía de Charles.
Marianne concordaba con su amante con que su hijo debía recibir un nombre que fuera único en su especie. Pensó llamarlo «Lelouch» en caso de que fuera un niño. Era la fusión de dos palabras francesas. Podía entenderse de varias maneras. «El astuto». «El sombrío». «El raro». «El sórdido». «El bizco». Charles no sabía eso. Marianne, sí. Ella nunca llegó a contarle cuál fue su intención al nombrar así a su hijo. En ese entonces Marianne deseaba que el bebé fuera varón. Eso fue a mediados del embarazo. «Así, al menos, sería libre. Su vida no se estancaría si tiene un hijo». En la recta final, Marianne ya quería al parásito fuera de su vientre. No por las razones que el lector tal vez está pensando. Tenía simple curiosidad. Quería saber cómo era. Quería saber qué era ser madre.
Unos meses más tarde, el obstetra colocó en sus brazos al bebé bañado en sangre y Marianne se asombró. Esperaba a un bebé rollizo y grande. Como su padre. En su lugar, recibió a un bebé pequeño y delicado. Un niño hermoso. En su carita de ángel, tenía tallado los rasgos de los Lamperouge: la mandíbula estrecha y puntiaguda, la nariz perfilada, los ojos de color amatista y el arco de cupido pronunciado. Y, cómo no, tenía la piel marfileña como ambos padres. En unos años, verificaría que sus ojos eran almendrados y que heredó su cabello ébano lustroso. Marianne no podía creer que ese bebé tan frágil había resistido a tantos intentos de aborto. Despachó a su hijo. Alegó estar extenuada. Aunque ella había tenido una buena labor de parto, sin complicaciones ni dramas, el proceso había sido de todas maneras agotador…
Sin embargo, Marianne no esquivó a su hijo solo en esa oportunidad. Sino por largo tiempo. No quería saber nada de él. No quería tenerlo cerca. Una vez llegó a arrancarlo violentamente de su pecho mientras estaba amamantándolo. De repente, se había sentido asqueada. El bebé primero reaccionó estupefacto y después se echó a llorar. Puede que sus facultades cognitivas no estuvieran desarrolladas por completo, pero había entendido el cruel rechazo de su madre. Marianne nunca olvidaría la mirada de dolor que le dirigió su hijo entonces —¡era un bebé! ¡¿Cómo podía tener una mirada tan intensa?!—. Marianne se sintió culpable por ese incidente y por todo lo demás. El bebé era su hijo. El fruto de su amor con Charles. Había tanto de ella como de él en esa criatura. ¿Qué clase de madre no amaba a su hijo? El psiquiatra definió el fenómeno como «depresión postparto». Marianne se burló abiertamente de él y de su patética definición. «No, no. Esto es porque soy una mala madre. No hay otra explicación admisible». Aquel desafortunado incidente separó a Marianne de su hijo. La atemorizaba hacerle daño al grado que solo tocaba a Lelouch usando guantes plásticos. Marianne estaba teniendo sueños recurrentes al respecto por esas fechas. Sueños que implicaban su asesinato, sea premeditado o un accidente. Marianne se hundió en la ansiedad, la vergüenza, la culpa, la irritabilidad y el decaimiento. Sin duda, ese fue el periodo más oscuro de su vida. Entretanto, el bebé estuvo al cuidado de su padre y de la niñera que Charles contrató para ayudarla.
Charles fue paciente y comprensivo. Ayudó a Marianne en todo lo que estuvo a su alcance con la crianza del niño. Inclusive él adquirió una casa más grande para que su amante y su hijo estuvieran cómodos. «Es la depresión postparto. No hay que presionarla. Se acercará a él cuando se sienta lista». Marianne acompañó a Lelouch en sus primeros años de vida desde una distancia segura. Poco a poco, fue conociéndolo. Lelouch era un niño sensible, resolutivo, intrépido, directo, terco imaginativo y desafiante. Tendía a cuestionar a la autoridad —a su padre, a su niñera, a sus maestros, a los niños grandes y a los adultos—. Le gustaba hacerlo, aparentemente. También fue un buen hermano, pero no nos enfocaremos en esa etapa. Lelouch exhibió desde temprano signos de una prodigiosa inteligencia. Dominó el inglés, el francés y el japonés básico. Aprendía con relativa rapidez. Las asignaturas se le daban bien. Tan así que él ayudaba a su hermana con los deberes y las enseñanzas de la escuela. Sobre todo, Lelouch la ayudaba con las matemáticas que era la asignatura con que presentaba más dificultades. Casualmente, era su favorita.
Un día Marianne lo sorprendió con su padre. Charles estaba enseñándole a jugar ajedrez. Lelouch, por su parte, se veía concentrado. Fue ahí cuando la mujer atisbó esa mirada inteligente que en la adultez se convertiría en su rasgo más distintivo. «¡Oh! ¡Se parece tanto a su padre!». El pequeño dio una dura pelea, pero perdió y lloró a mares. ¡Nunca fue un buen perdedor! Marianne corrió a abrazarlo y lo cubrió de besos. Se percató que en el fondo amaba a su hijo o que empezó a amarlo. Ella lloró por su hijo y por sí misma entonces. Se sintió una madre normal al fin. A partir de ese día, las cosas mejoraron tanto en el ámbito profesional como el familiar. A Marianne le dolió que Charles modificara esos recuerdos tan bonitos en la cabeza de Lelouch, sustituyéndose a sí mismo por ella, de manera que Lelouch creció esos años creyendo que ella y él tenían un vínculo estrecho.
Marianne sentía que jamás pudo ser una buena madre. Mientras ella estuvo con sus hijos, los químicos de su cerebro estaban desbalanceados. La lucha contra la depresión postparto no se hubiera prolongado tanto, si no hubiera suspendido prematuramente el tratamiento. Siempre lamentaría con amargura esa decisión. Se precipitó al percibir los primeros signos de mejoría y sufrió una recaída tras el nacimiento de Nunnally. Para cuando pudo superar su enfermedad de forma segura, sus hijos ya no estaban con ella. Se los había arrancado de su seno como la vez que apartó a Lelouch de ella. A excepción de que no lo hizo ella. Lo hizo el azar. Al igual que la Sra. Kozuki, Marianne no quería perderse el crecimiento de sus hijos, así que le pagó a uno de los agentes de seguridad del Proyecto Geass para seguir a sus hijos, tomarles fotos y entregárselas. El agente cumplió sus órdenes satisfactoriamente. Lelouch y Nunnally jamás sospecharon que su madre los vigilaba. Marianne no pidió nada más durante esos años. Eran su fuente de alegría. Aun así, verlos en las fotos no se comparaba a mirarlos en persona.
Las facciones de Lelouch se habían afilado, en tanto que su voz se había engrosado y sus hombros y su espalda se habían ensanchado. Si bien lo había visto de cerca en Camelot e interactuó con él en el Proyecto Geass, no se había dado la tarea de estudiarlo minuciosamente. Su hijo se había vuelto un hombre. Los dos estaban en la entrada de Camelot. Marianne se encontraba caracterizada como Alicia Lohmeyer. Lelouch había ido en su busca. Ella advirtió enseguida en su parche ocular y sintió que fue atravesada por el arpón del dolor justo en el vientre.
—Hola, madre —la saludó hosco.
Marianne se recompuso y le pidió venirse consigo ya que estaba por salir. Lelouch accedió a regañadientes. Ambos se subieron al coche que la estaba esperando. Lelouch trató de abordar el tema que lo trajo hasta ella en el trayecto. Pero su mamá desvió el asunto de la conversación deliberadamente parloteando con ligereza sobre maquillaje. Eso es porque de pronto se había quitado la peluca y pasó a desmaquillarse a fin de prepararse para su próxima cita. Marianne reparó que Lelouch estaba haciendo oídos sordos. No se ofendió. Sabía perfectamente cómo recapturar su atención. Marianne soltó que iba a reunirse con sus fieles. Lelouch le preguntó si se refería a un culto religioso. Marianne se limitó a sonreírle con aire misterioso y le contó que su padre había sido pastor y, por extensión, había aprendido todo de él. Lelouch se pasmó. Esta había sido la primera vez que oía de su abuelo materno. Le resultó curioso, pues mientras vivían juntos fue como si estuvieran solos contra el mundo. Llegaron entonces a una iglesia. No la iglesia propiedad de la familia Britannia y accionista del conglomerado, sino una iglesia en el noroeste de Pendragón. Para este punto, habían dejado atrás el ruido de la metrópolis y estaban rodeados por la naturaleza.
A raíz de su supuesto asesinato, Marianne había estado viviendo bajo dos identidades (tres si se cuenta la verdadera cuando estaba con su amante a solas): Alicia Lohmeyer, la asesora del presidente Charles, y Vivian, la lideresa carismática del Culto Geass (en lo personal, ella odiaba ese nombre, empero solo así tenía sentido seguir utilizando la abreviatura de V.V., que era el apodo de Víctor, su predecesor). Caracterizada como Vivian, se dejaba su bonita cabellera lustrosa, larga y ondulada, aunque usaba una nariz prostética y se maquillaba de otro modo. Marianne invitó a Lelouch a entrar. Lelouch declinó la invitación tan gentilmente como pudo. Marianne respetó su decisión, lo que desorientó un poco a Lelouch. Imaginaba que ella insistiría. Sospechó que no lo hizo para sumar puntos de afinidad. No estaban en buenos términos con exactitud. Lelouch permaneció afuera y desde ahí pudo ver y escuchar la reunión, la cual no era otra cosa que una ceremonia religiosa. Una misa cristiana incomodaba menos. Lelouch se sentía como una mosca en la pared espiando a los feligreses rezando y a su madre predicando.
—¡El representante de los dioses ha descendido y no está para nada satisfecho con lo que ha encontrado!
A grandes rasgos, Marianne decía que el mundo estaba podrido a causa de los pecados de la humanidad y «los dioses» disgustados habían decidido destruir su creación. Sin embargo, no todo estaba perdido. La esperanza de la humanidad se cifraba en el príncipe de los cielos.
—¡El príncipe que nos fue prometido está observándolos! Incluso en la oscuridad, el príncipe los ve porque él brilla intensamente —pregonaba—. El príncipe distinguiendo entre los justos y los pecadores para escribir una lista de los fieles que recibirán a los ángeles. Aquellos cuyo nombre figure en la lista se salvarán del castigo y disfrutarán de la vida eterna en el paraíso.
Y así seguía y seguía. Al menos, Lelouch no tuvo que entrar para hablar con su madre cuando todo terminó. Marianne salió. El matorral, la mañana soleada y el viento fresco configuraban un escenario bucólico. Costaba creer que aquella porción del Edén perteneciera a Pendragón. Le traía recuerdos. A menudo Marianne había llevado a sus hijos al campo para admirar techo de las estrellas que cubría sus cabezas. Devuelta en el presente, Marianne quería pasear con su hijo y avanzó unos pasos. Lelouch no tenía los mismos planes y no se movió de su sitio.
—Está bien. Quedémonos aquí. Pero, por lo menos, ¿me contarás qué ocurrió con tu precioso ojo? —lo interpeló. Obviamente, no iba a callarse sobre el parche ocular. Marianne redirigió sus pasos hacia él y alargó la mano. Iba a tocarlo, de no ser porque Lelouch sujetó su muñeca con brusquedad y se la apartó. El gesto lastimó a Marianne. En el pasado, el pequeño Lelouch la buscaba para abrazar y besar a su madre. ¡Cuánto cambiaban las cosas!
—Fue obra de Schneizel. Consiguió enterarse de la existencia de mi Geass y les ordenó a sus hombres sacarme el ojo a manera de desarmarme. Alguien le habrá dicho.
—Probablemente fue C.C. Era una traidora y una perra egoísta. Hacía lo que fuera con tal de sobrevivir. Me consta —aventuró Marianne, zafándose de su agarre y cruzando las muñecas detrás de ella, donde él no podía ver que se estaba sobando—. Schneizel me preguntó algunas cosas sobre el Geass. No lo niego. Pero no le contesté con sinceridad.
—¿Por? —indagó. La estaba cuestionando y, aun así, su tono estaba desprovisto de aspereza.
—Porque le estaría dando una peligrosa ventaja sobre ti. Los dos sabemos que él emplearía ese conocimiento para matarte. Eso es lo que siempre ha querido. ¿No me dijiste que mandó a sus hombres a sacarte el ojo? Dime, ¿no trataron de matarte?
—Lo hicieron —confirmó Lelouch con un súbito talante sombrío—. Y me arrojaron al río.
—Y, sin embargo, estás aquí —proclamó. Su nota optimista enfermaba a Lelouch—. Quiere decir que expandiste el poder de tu Geass y lo desbloqueaste en el otro ojo…
—Te acabo de decir que fui asesinado y tú solo piensas en el Geass —masculló Lelouch.
—¡Oh, Lulú! No lo dije con esa intención. No espero que me entiendas ahora. Pero algún día lo harás y te alegrarás por la iniciativa del Proyecto Geass. Tu padre y yo te explicamos que esto es por el bien de la humanidad. Nos enfrentamos a un problema pragmático que requiere soluciones pragmáticas. Tú deberías saberlo. La ciencia es pragmática por sí misma. Mira el condicionamiento clásico, por ejemplo. De seguro en el instituto te habrán explicado de qué va. Pero ninguno te habrá dicho que el laboratorio de Pávlov era en realidad una fábrica y los perros eran las máquinas. Esa es la parte que siempre los maestros y los expertos ignoran o eligen saltarse. Con el fin de que los perros salivaran más, Pávlov les extirpaba el esófago a sus perros y les hacía una abertura en la garganta, de manera que los alimentos nunca llegaban a sus estómagos. Muchos de los perros no sobrevivían a la cruenta operación y, si por milagro se salvaban, morían de hambre o por sangrado de heridas no tratadas, de todas formas. El año en que Pávlov ganó el Nobel, él estaba enriqueciéndose a costa de los fluidos gástricos de los perros que vendía. No obstante, fue gracias al sacrificio de esos animales que se sentaron las bases del conductismo, que se pudieron desarrollar técnicas para ayudar a tantas personas a superar sus fobias, adicciones y miedos, entre otras cosas. La historia del condicionamiento clásico se repetirá con el Proyecto Geass. En cuanto la sociedad vea los resultados, entenderá y olvidará las bajas, ¿y tienes idea de por qué? Porque la sociedad odia a los pragmáticos. Es culpa del romanticismo. Posiblemente lo hayas aprendido por experiencia. Al romántico lo premian con una medalla por fracasar haciendo el bien, en tanto al pragmático lo estigmatizan cuando triunfa sin importar si fue por buena acción o en, todo caso, se hace a la vista gorda a sus métodos. Ahí tienes a tu amigo, el fiscal. Un pragmático disfrazado de romántico o un romántico que intentó ser pragmático. Tendría un panorama más claro, si conversara con él. Suzaku Kururugi fue el héroe de Pendragón mientras pudo interpretar el papel de Caballero Blanco y cuando ya no pudo representar sus valores, lo crucificaron y lo degradaron —apuntó ella. Lelouch contrajo la boca. Estaba luchando contra el deseo de arrancarle los labios que le sonreían. No soportaba que Marianne hablara con tal cinismo de Cera y Suzaku. Más aún, no soportaba no tener un contraargumento. Lo estaba atacando con sus propias convicciones. Lelouch podía sentir la frustración rascando su estómago. Se conformó con lanzar un gruñido casi animal—. ¿Qué pasa? ¿El gato te comió la lengua? —inquirió aguantando una risilla—. ¡Oh, por favor! ¡Di algo! ¿Acaso no es cierto o dije algo incorrecto? ¿O es así cómo quieres que sea nuestra relación a partir de ahora?
—¿Y cómo pretendes que sea, madre? —se forzó en añadir—. ¿Pensabas que todo iba a ser como antes, luego de enterarme de la verdad? Nada volverá a ser igual.
—No, tú tienes razón. Nuestra relación ya no puede ser como antes. Será mucho mejor desde este día. Me esforzaré. Por ahora, discúlpame por presionarte. Estoy ansiosa —Marianne se rió para restarle importancia—. Solo respóndeme una cosa, ¿quieres, Lulú? —murmuró ella agarrando su mano. Ella solía apretarle las manos para calmarlo cuando era niño. Lelouch no le devolvió el apretón. Miró sus manos y luego a ella—. Sé que tú me odias por abandonarlos y ocultarles la verdad a ti y a Nunnally, pero ¿me odias también porque maté a Naoto y, por tanto, lastimé a su hermana? ¿Tu rencor hacia mí se debe a ella? ¿Si acaso esa chica no fuera importante para ti, las cosas serían más sencillas? —inquirió ella. Lelouch se puso rígido. No había mencionado que Naoto tenía una hermana. Mucho menos que ella significara algo para él—. Ya sé que tú y ella son novios. C.C. nos contó a mí y a tu padre sobre tu reina de ajedrez y deduje que su relación era más especial que lo que se dejaba entrever. Ese tipo de cosas no escapan de la intuición materna. Así que la investigué para saber qué clase de mujer se había enredado con mi pequeño Lulú. Es guapa. Lo admito. Pero no te mentiré. Hubiera preferido que te enamoraras de otra mujer que no fuera la hermana de Naoto. Eso podría ocasionarnos serios problemas. Ella inclusive puede odiarte porque eres el hijo de la asesina de su hermano o por engañarla o por ambas cosas. Aun así, si ella es la que tu corazón ha escogido, tendré que aceptarla y por eso quiero conocerla y juzgar por mí misma si es la indicada para mi hijo.
Lelouch se vio acometido de repente por un salvaje e irracional impulso. Capturó a Marianne por el cuello con una mano. Marianne encogió los hombros ligeramente. Desde luego, había sido tomada con la guardia baja. Lelouch la miró con fiereza. Ahora él era más alto. Marianne tenía que alzar la vista hacia él. Sujetó con ambas manos la suya. Los dos estaban en medio de la nada. Solos. Si la mataba, nadie se enteraría de que había sido él. Lelouch podría golpear su cabeza contra algunas rocas hasta matarla o podría estrangularla. O, si no, simplemente él podría ordenarle con su Geass que se suicidara. No lo había empleado en ella aún. El Geass se manifestó en su ojo derecho. Sí, en ese mismo instante todo podía acabarse con facilidad. Sin embargo, la imagen de su madre tumbada con el cuello torcido, la boca abierta y los ojos volteados socavó su agarre y lo abandonaron sus fuerzas. Marianne era un demonio. Cierto. Y, con todo, ella seguía siendo su madre. Era la mujer que le había leído cuentos, que lo había cuidado estando enfermo, que le había dado de comer, que le había enseñado a usar el urinal y tantas cosas. Además, la necesitaba. Había acudido a ella para pedirle un favor. De ahí que se había tragado todos sus reproches, maldiciones y ofensas.
—¿No crees que ya le has hecho el suficiente daño? Mataste a su hermano…
—Cálmate. No pensaba revelarle eso…
—…¡Me obligaste a guardar tu secreto, cuando yo no quería mentirle! —ladró. Ella cerró los ojos. Juró que le había salpicado saliva. Sin mencionar que tenía el pulso acelerado.
—No te pedí que me encubrieras...
—¡Entonces, por favor, aléjate de ella! —rogó Lelouch, al tiempo que desactivaba el Geass.
«Ya no necesito una respuesta verbal. Me acaba de dar algo más valioso», había pensado la mujer que pudo mantener la compostura a pesar de todo. Visto que los dedos de Lelouch que se cerraban en torno a su garganta no la sujetaban con la misma firmeza, Marianne pudo decir sin que se le quebrara la voz:
—Está bien. Si eso es lo que hace feliz a mi hijo, no me acercaré.
—¿En serio quieres mi felicidad?
—Muy en serio. ¿Qué madre no desea que su propio hijo sea feliz?
—¿Y puedo confiar en ti?
—¿No te lo he demostrado? —replicó con determinación.
—De modo que ¿si te pido que me ayudes a derrocar a Schneizel, lo harás?
—Claro. ¿Qué necesitas que haga?
—No estaría mal, para empezar, que me apoyaras con tus acciones en la votación de la junta de socios —expresó Lelouch, soltando su cuello. El conato de una sonrisa asomó la comisura de sus labios—. Ya luego te contactaré para indicarte de qué otras formas puedes ayudarme.
—Muy bien. De cualquier manera, esa empresa es tuya por defecto. Tu padre te la legó. Dudo que los demás accionistas quieran contrariar sus deseos. Estaré encantada de ayudarte, Lulú, siempre y cuando… —la mujer cortó la frase y se mordió el dedo índice fingiendo distraerse con sus pensamientos. Lelouch frunció el ceño. Suspicaz.
—¿Siempre y cuando qué?
—Siempre y cuando hagas una cosita por mí. Verás, te fuiste demasiado pronto del Proyecto Geass, por lo que no tuvimos tiempo para extraer algunas de tus lindas células. Si nos donaras unas cuantas, con mucho gusto te ayudaría con Schneizel.
Nada quería más Lelouch que negarse a su favor que tenía una pinta turbia. Temía preguntarle con qué finalidad quería sus células. Sea cual sea la respuesta, sospechaba que no le gustaría. Desafortunadamente, no podía llevar adelante su plan sin su madre. No tenía remedio. Iba a tener que aceptar. Ya luego idearía un remedio para recuperarlas.
—Está bien. Lo haré.
—¡Oh, Lulú! Muchísimas gracias.
Marianne se lanzó para abrazar a su hijo y él se escabulló fuera de sus brazos retrocediendo.
—¡No me malinterpretes! —le espetó con frialdad—. Que te haya pedido tu ayuda, no quiere decir que te he perdonado.
—Está bien, querido hijo. Te daré todo el tiempo y el espacio que necesites hasta que puedas perdonarme y tomes tu lugar junto a nosotros como el príncipe prometido. Tus fieles y yo te estaremos aguardando pacientes —concedió ella con languidez. Obviamente consternada por el rechazo de su hijo. Por su parte, Lelouch estaba dándole vueltas a las palabras de Marianne. Conque se estaba refiriendo a él en aquella sarta de tonterías. Debió suponerlo.
—¿Un príncipe? No, lo que tú quieres es un mesías. Eso está fuera de mi jurisdicción.
—Te equivocas, Lelouch. Eso es para lo que estás destinado. No hubieras vuelto de la muerte, si no fueras especial.
—Ese es tu punto de vista. No el mío. En fin —suspiró, girándose a medias. Sacó un cigarrillo y un encendedor—. Este podría ser el principio de una discusión para la cual yo no dispongo tiempo. Estoy retrasado para una cita.
—Claro. No te atrases más por mí. Diviértete y, por favor, ven más seguido. Te he extrañado.
Lelouch prendió su cigarrillo, lo acomodó en una esquina de la boca y terminó por darle la espalda a su mamá. Se largó cuidando de no entrever por el rabillo del ojo la dolorosa mueca despegándose de su semblante sereno. Daba igual cómo y de quién estuviera disfrazada ella. Lelouch podía reconocer a su madre debajo de la peluca, las ropas rimbombantes, las prótesis y las capas de maquillaje y ya no podría verla de la anterior forma. Lelouch había tenido una buena relación con su madre. Siempre la ayudó con los quehaceres del hogar, sobre todo se encargó de cuidar a su hermanita. En la escuela procuró no atraer problemas y atenerse a sus obligaciones escolares, aunque Suzaku se lo dificultó bastante al inicio y las clases lo aburrían de sobremanera.
Tras salir del río en que fue arrojado, varios recuerdos difusos habían estado regresando a su mente. Tal parece que al evolucionar el Geass pudo romper el comando del presidente. Sorprendentemente, hubo una época en que su madre había sido distante con él y tuvo un trato cercano con su padre. Lelouch sentía remotos y ajenos esos recuerdos, como si los hubiera visto en el sueño de alguien más. Pero todo eso había sucedido. En el fondo, sabía que eran suyos. Un espasmo violento retorció su alma. Lelouch se tocó el pecho y se detuvo. «Como sea», discurrió Lelouch. «El pasado es irreversible. Nada más puedo moverme hacia el futuro y, si no avanzo junto a él, me tropezaré». El humo azulenco del cigarrillo ascendía en forma de volutas. Lelouch observó que tenía el puño apretado, como preparado para tirar un golpe. Lástima que no tenía en donde descargarlo. Lelouch escupió el cigarrillo y lo apagó con la punta del mocasín. Reanudó su camino.
La impresionante irrupción de Lelouch en la empresa sacudió la estabilidad que había reinado las últimas semanas que, a la larga, resultó ser una falsa calma que Lelouch había creado para camuflar su regreso. Esa pantomima no engañaba al presidente Schneizel. Nadie cambia sus planes de la noche a la mañana sin razón. En contraste, podía cambiar su estrategia. Lelouch había vuelto para completar su venganza. Era obvio. El ego del presidente no lo haría admitir nunca. Pero tenía miedo. Eso lo incomodaba. Lo devolvía a su niñez.
El presidente no fue un niño asustadizo. De hecho, no le temía a casi nada porque no tenía razones para sentir miedo. ¿El coco? Schneizel siempre fue un niño disciplinado, educado y correcto. Nunca existió la necesidad de infundir terror en su corazón con supersticiones para corregir sus maneras. ¿Los extraños? Schneizel no les temía a los extraños porque estaba rodeado de ellos todos los días. Sin mencionar que sus padres eran unos completos desconocidos para él. No pudo conocer a su madre porque ella se fue de su lado demasiado rápido y su padre nunca se tomó la molestia de conocerlo. Tan solo sus hermanos eran conocidos. Solo que no estamos hablando de ellos. No le asustaba la oscuridad. Durante la noche, la mansión se llenaba de sombras que incluso la luz artificial no alcanzaba a extinguir. Schneizel estaba más que acostumbrado. Tampoco le atemorizaba la muerte. Ella se había llevado a su madre al poco tiempo. Las malas lenguas rumoreaban que el presidente había tramado su asesinato, a juzgar por la celeridad con que superó su duelo y celebró su tercer matrimonio con la mujer que sería la madre de Cornelia y Euphemia. Apenas un año y medio. Algo que a Schneizel siempre le disgustó. Por lo tanto, podría decirse que ya conocía la muerte. Algunos niños les temían a sus padres y Charles era imponente. No trataría de llevarle la contraria. Y, aun así, Schneizel no le tenía miedo porque el presidente Charles no era un padre estricto. O sea, casi nunca estuvo allí.
La primera vez que experimentó terror fue cuando su tío le contó el mito de Damocles. Víctor no era el tipo de tío buena onda que volvía con regalos y sentaba en sus rodillas a sus sobrinos mientras le contaba sus aventuras. La mejor y más amable descripción que podía hacer de él era calificarlo como el único en su clase. De cualquier manera, se llevaban bien. Víctor había distinguido su inteligencia y el joven Schneizel apreciaba el gesto. Víctor se presentaba en la mansión Britannia para deshacerse de Clovis por unas horas y a veces hablaba con Schneizel.
Un día Víctor le refirió la leyenda de la espada de Damocles para concientizarlo acerca de la presión del poder y la constante amenaza de la absoluta pérdida. Schneizel entendió la lección que su tío quería enseñarle superficialmente. No obstante, la imagen de la espada sostenida por una delicada crin de caballo flotando sobre su cabeza se quedó grabada en su mente y lo estuvo persiguiendo por largo tiempo, al punto de que evitaba mirar arriba porque le aterraba hallar la dichosa espada. Incluso cuando actualmente sabía que esa era una creencia errónea, solo sintió el peso de la espada luego de que se sentó en el trono de sangre. Jamás fue un niño asustadizo. Cierto. Pero sí fue uno vulnerable e irracional y así es justo como estaba frente al retorno de Lelouch.
Fue tonto de su parte encomendar una tarea tan importante a unos simples matones. En su momento, le había parecido excelente utilizar el plan de Lelouch de dividir y conquistar en su contra. Si atizaba las brasas del odio y la ira de los compañeros de Lelouch, la venganza engendraría sola y el presidente se aprestaría a colaborar con ellos dentro de sus capacidades. Encontraba poético que Lelouch fuera devorado por las llamas de la venganza con que pretendía incinerar a sus enemigos. Las mismas que arrasaron sin querer a sus seres queridos y sus aliados. Era un final digno. No resultó así, por desgracia. Se ocuparía de aquel desagradable asunto en persona; aunque, por ese día, iba a tener que postergarlo ya que había concertado un almuerzo con el fiscal Guildford y el abogado Waldstein.
Muy pronto, la fiscalía iba a designar un nuevo fiscal jefe y, sobre la base de la información recabada por el abogado, el fiscal Guildford era el siguiente en la fila para optar el prestigioso cargo; por lo cual, el presidente Schneizel deseaba cuanto antes prestarle su apoyo. Lo invitó a almorzar en un restaurante americano, a sabiendas de sus preferencias culinarias. Al noble fiscal Guildford lo desorientó tal invitación. Infirió que abrigaban algún interés. Una petición tal vez. El fiscal Guildford se debatió largamente. No podía negar que le picaba la curiosidad, aunque su instinto desconfiaba de sus intenciones. Al final, él fue. Averiguaría que deseaba el presidente de él y si no le gustaba el sesgo que tomaba el asunto, se largaría. El almuerzo resultó ameno. Ni con cinco meses de su sueldo el fiscal alcanzaba a pagar el festín que estaba digiriendo. Igual, la conversación no estuvo mal. Bromearon y compartieron anécdotas de su trabajo. Le fue inevitable al fiscal desahogarse a propósito del caso de las desapariciones. El presidente se tensó. Ahora que estaba al tanto de las operaciones en el Proyecto Geass, podía entender las preocupaciones del fiscal. Claro está, fingió demencia y lo animó.
—…Veo que el abogado Waldstein no estaba exagerando sus cualidades. Ha trabajado duro en la fiscalía en pos de sus ambiciones, fiscal Guildford —comentó el presidente Schneizel.
—No, no…
—¿No tiene ambiciones?
—En lo absoluto, estoy al tanto de lo que les depara a los infelices que se acercan bastante al sol. Conozco cuál es mi posición.
—De modo que trabaja por servicio al país. Eso es formidable, sobre todo cuando está siendo considerado para ser promovido en el próximo cambio de personal de recursos humanos. A veces las personas más adecuadas para un puesto son aquellas que no lo buscan.
—¿Cómo? —indagó el fiscal Guildford desconcertado. Pasó de estar sonriendo a estar serio en un segundo—. ¿Qué está usted tratándome de decir?
—Por la cercanía que usted tiene con mi familia, iré al grano —dijo el presidente esbozando una dorada sonrisa. El desenvolvimiento de la velada lo estaba divirtiendo—. Me encantaría apoyarlo en su carrera, en lo que sea que usted decida llegar a ser en el futuro.
—Vale y, ¿su propuesta se mantiene en pie, a pesar de lo que le dije?
—Fiscal Guildford, ¿no ha pensado en el bien que podría hacer por este país si tuviera poder?
—No, no lo he hecho…
—¿Y no tiene sentido?
—Lo tiene —admitió el fiscal Guildford con circunspección—. Si yo aceptara su apoyo, ¿qué tendría que hacer por usted, a cambio?
—¿A cambio? —repitió el presidente con inocencia, como si no supiera de qué narices estaba hablando—. Solo tendría que hacerme algunos pequeños favores cuando yo se lo pida.
—Ya veo —asintió. El fiscal Guildford cogió con brusquedad una servilleta y se restregó las comisuras de los labios—. Lamento no poder acompañarlos hasta el final de este almuerzo, caballeros. Me temo que he perdido el apetito. Gracias por invitarme.
El fiscal se puso de pie. Sin esfumarse la sonrisa su rostro, el presidente Schneizel levantó la copa de vino que le habían servido y admiró su reflejo en el cristal.
—Al contrario, mi buen hombre. Soy yo quien lo lamenta. Me hubiera gustado a ayudarlo a convertirse en senador —soltó el presidente apaciblemente, ya cuando el fiscal Guildford se estaba desplazando en dirección a la salida—. Le habría abierto muchas puertas. Se hubiera podido casar con la mujer que su corazón quisiera, incluso. Sea cual sea su estatus.
Si hubiera estado frente a él, el presidente Schneizel habría visto la ola de emociones recorrer el semblante del fiscal. Igual, se lo estaba imaginando. Tras una breve pausa en que parecía que iba a cambiar de opinión, el fiscal cuadró los hombros y continuó de largo. El presidente dio un sorbo a su vino.
—Mil disculpas, señor presidente —murmuró el abogado Waldstein—. Arreglaré una nueva reunión con un fiscal menos predispuesto.
—¡Oh! ¿Usted cree que fracasamos? —cuestionó su interlocutor.
—¿No lo cree?
—Creo que este encuentro no ha concluido.
Por tercera vez consecutiva, la camarera se acercó a la mesa de Suzaku para tomar su orden y él la rechazó con cortesía alegando que iba a aguardar otro rato. Ella se resignó con un leve asentimiento y agregó que estaría por los alrededores atendiendo a otros clientes por si quería ordenar. Luego, se retiró. Suzaku estaba amparado bajo la sombrilla de una encantadora mesa de madera en Le café rose. Inopinadamente, Lelouch lo había llamado para invitarlo a un bar a beber unos tragos por la noche. Cuando él se declaró abstemio, Lelouch modificó el punto de encuentro y sustituyó los tragos por un almuerzo. Suzaku no aceptó hasta no comprometer a Lelouch de explicarle punto por punto por qué estuvo desaparecido. Él accedió desenfadado y le advirtió que tendrían una tarde larga. Sea por las ansias o por su puntualidad, Suzaku se apareció en el bistró en la hora pautada.
Apenas echó un vistazo al establecimiento, supo que había llegado primero. Decidió sentarse en una de las mesas y esperarlo. Él nunca antes había estado en un bistró, por lo que se puso a inspeccionar el local a modo de matar el tiempo. El techo era alto y colgaba de él una lámpara de araña de cristal. El espacio era bastante cerrado, lo que reducía la distancia entre las mesas cubiertas con manteles blanca con motivo clásico, potenciando el ambiente acogedor. Casi todo estaba tapizado con capitoné. El respaldo de las sillas, las barras, las puertas. Los artilugios antiguos y la mezcla de estilos industrial, vintage y rústico le imprimían un toque sobrio y elegante al bistró. De verdad, habían conseguido transportar aquella pequeña esquina de Pendragón al París del siglo XIX. O, al menos, así le parecía a Suzaku. Podría estar equivocado. Admitía sin complejos ser un completo ignorante de las tendencias y carecer de sentido de la moda.
Tan pronto como se cansó de examinar de pies a cabeza el restaurante, escrutó a las personas. Había un poco de todo. Familias (algunas con niños y otras sin ellos), amigos, padres e hijos, parejas. En su repaso visual, sus ojos tropezaron con la silla de madera revestida con capitoné enfrente de él. Vacía. Se le escapó un suspiro. Pensó que tal vez debería pedir un capuchino. Entrevió de reojo a la misma camarera que lo había abordado platicando con una compañera. Ocasionalmente le lanzaba miradas con visos de interés. Ella apartó la vista sonrojada al ser descubierta infraganti.
Era excitante y, a la vez, extraño ser objeto de la atención de una mujer bonita. En el instituto, nunca había sido popular entre las chicas por sus raíces japonesas. La primera relación que tuvo fue con una chica japonesa un poco mayor que él, de hecho. Duró dos años más o menos. En la universidad salió con algunas chicas, aunque ninguna de esas citas se concretó en algo serio. Perspectivas incompatibles sobre una relación. Y no hace falta que nos detengamos en explicar lo que sucedió con Euphemia. Y eso era todo. Suzaku consideraba que su vida amorosa había sido decente, teniendo en cuenta que ya era un hombre casado con un objetivo. Actualmente, se sentía incapaz de iniciar una relación. En las mujeres que se detenía a mirar localizaba vestigios que le recordaban a Euphemia. Ya sea la forma ondulada del cabello, los pómulos altos y marcados o los ojos brillantes. La sonrisa de la camarera era igual de dulce que la de Euphemia. Por tanto, juzgó correcto no corresponder a sus avances. Además, había otra razón por la que no podía hacerlo. En eso, su examigo entró en el bistró. Suzaku se alivió. Estaba empezando a sentirse incómodo en esta situación con la camarera. No tardó en fijarse en el parche ocultar de Lelouch. Se le desencajó el maxilar.
—¿Lelouch?
—Disculpa la demora. Algunos obstáculos se me presentaron en el camino —lo saludó.
Suzaku lo bombardeó con preguntas, al término que se tendía en la silla reservada para él.
—¡Lelouch! ¡¿En dónde has estado estas semanas?! ¡¿Por qué desapareciste y por qué tienes un parche ocular?!
—¡Ah! ¿Esto? Digamos que ya no tienes que preocuparte más por estar bajo el efecto de mi Geass —contestó con tono casual—. Perdóname. Estuve con el abogado Gottwald. No quería estar incomunicado tanto tiempo, pero pensé que lo mejor para todos era mantener un perfil bajo. De todos modos, confiaba en que sabrían arreglárselas para el juicio de hoy.
—He estado hablando con Kallen y ella me contó que la última vez conversaron por teléfono y que, entonces, estabas con Shirley. Muy probablemente fuiste la última persona que la vio con vida. Me inclino a pensar que sabes más que nosotros —osó a decir Suzaku—. Por favor, Lelouch, sé sincero conmigo o no podré ayudarte, ¿estabas con ella en la clínica veterinaria?
—Sí, estábamos juntos —confirmó. Su sonrisa radiante palideció ante el bajo volumen.
—Y…
—No fueron ningunos ladrones… —manifestó Lelouch—. Fueron los matones de Schneizel, concretamente mis antiguos peones. Se unieron a mi enemigo para vengarse de mí y Shirley trató de protegerme con su propio cuerpo.
—Fue cuando la asesinaron, ¿verdad?
—¡Oh, no! Shirley no está muerta. Ella sigue viva dentro de mí —aclaró Lelouch y sus labios se torcieron en una sonrisa. Suzaku hizo un mohín. La extraña elección de palabras y el aire siniestro que desprendía su sonrisa lo conturbaron—. Ella me donó su sangre, ¿te acuerdas? —soltó de pronto. A pesar de ser un comentario tonto, sirvió para suavizar el suspenso.
—Claro —musitó, aún sin estirar la frente. Carraspeó—. Y, ¿te has comunicado con Kallen?
—¡Demonios, no! —exclamó Lelouch, azorándose como pocas veces Suzaku había visto—. Ella debe estar dolida y furiosa conmigo. Odia que la aparte y haga las cosas por mi cuenta, incluso si esa es una medida de protección eficiente. No puedo perder a Kallen como al resto de mujeres que me han amado. Kallen es todo lo que me queda.
—En ese caso, explícaselo como me lo estás explicando a mí. Ella lo entenderá.
—Ese no es el problema… —bisbiseó apoyando los codos sobre la mesa. Inconscientemente, sus pupilas se habían puesto a vagar por la terraza, como si estuvieran buscando una salida.
—¿Y cuál es?
—Ella es un poco como yo, ¿de acuerdo? Ella rechaza cualquier tipo de protección. Cree que no la necesita porque puede cuidarse sola. Pero, en realidad, es porque la incomoda sentirse vulnerable —contó, retorciéndose las manos—. Y, para empeorar las cosas, no compartí con ella ciertos asuntos importantes, así que, si no se disgusta conmigo porque tomé esa decisión sin ella, tal vez lo haga porque teme que aún desconfíe de ella. No quiero que piense eso.
—Ya veo. De igual modo, sigo votando por que deberías explicarle a ella lo mismo que a mí. Tu instinto de protección está justificado. Ella debería entender que esta vez ocultarte no fue la mejor opción, sino la única que tuviste en la situación en que estabas. Si ella se enoja por el primer caso, deben llegar a un mutuo acuerdo al respecto. Independientemente si ella cede o no, respeta su decisión. Es mejor que protegerla sin su consentimiento. Si, por el contrario, ella se enoja por el segundo caso, tu problema es aún más viejo, grave e incomprensible para mí porque no tiene sentido que ustedes hayan formalizado una relación si desconfían el uno del otro o ¿me equivoco? —lo interpeló Suzaku. Mientras él estaba aconsejándolo, se había cruzado de brazos y se había reclinado contra el asiento.
Lelouch se rió con los labios apretados. ¿Acaso habían sido delatados por las miradas dulces que intercambiaron en cuanto él y Rolo no estaban mirándolos? ¿Acaso Suzaku había captado a Kallen acariciando su mano? Ella lo hizo una vez que pasó junto a él en el bufete. ¿O fueron atrapados besándose?
—No hemos sido muy discretos, supongo. Bueno, no teníamos intención de esconder nuestra relación —alardeó Lelouch y una risa juguetona se le escapó—. Sí. Somos «amantes».
—¡Amantes! —repitió Suzaku mordazmente. Una variación pequeña con respecto a cómo lo había pronunciado Lelouch—. ¿Ese es el eufemismo que adoptaste porque no tenías el valor para decirle «novia»? ¿O, en efecto, ella es tu pareja sexual en el estricto sentido del término?
Las facciones de Lelouch se crisparon. Pensó qué decir. Se sentía tonto responder la pregunta de Suzaku y sabía que su examigo no quería devuelta una confirmación. Tampoco Lelouch estaba de buen humor para justificarse o desentrañar la naturaleza de su relación. Eso no era incumbencia de Suzaku. Quizás él ya se hacía una idea. Por tanto, se defendió diciendo:
—Kallen estuvo de acuerdo con esa denominación y no tuvo ninguna objeción sobre nuestro estatus actual. Este es un tipo de relación totalmente nuevo para mí, así que quiero llevar las cosas con calma. Me parece que ella lo sospecha y lo respeta.
—Con mayor razón, tú deberías comunicarte con ella y arreglar cualquier malentendido —insistió toqueteando la mesa con el dedo—. Estas semanas ha estado preocupada por ti.
—Lo sé y no me perdono que haya sufrido tanto por mi causa. Lo último que yo quisiera es lastimarla. Sin embargo, con esto la decepcioné otra vez. No estoy preparado para enfrentarla.
Suzaku era capaz de sentir el dolor de las personas a través de la voz o las microexpresiones. Era una de sus habilidades especiales. Algunos colegas fiscales la juzgaban un inconveniente. El dolor ajeno promueve la compasión y su trabajo exigía que tuviera un corazón duro. Pero Suzaku había vuelto su debilidad en su mayor cualidad. La angustia dibujada en la fisonomía de Lelouch era real y su compasión estaba tocando la puerta de su corazón. ¿La dejaría entrar?
—¿No estás sacando conclusiones precipitadas? También podría alegrarse y aliviarse de que estés en una pieza —le sonrió—. De casualidad, ¿sabe quién eres? Siendo así, sería más fácil ser honesto con ella.
—Lo sabe. Ella lo averiguó sola —agregó Lelouch. Era fácil leer la mente de Suzaku si tenía escrita la pregunta en la cara.
—Lo imaginaba. Únicamente ella podría ser esa Zero que ha estado repartiendo palizas a los matones de Britannia Corps. Además, profesaba una gran simpatía por Zero…
—Suzaku, ¿por qué me dejaste ir bajo la lluvia? —lo interrumpió Lelouch.
—Creí que lo habías deducido por cómo cogiste el cañón de mi pistola y lo apretaste contra tu frente sin parpadear. Tú derrotaste al sistema —declaró Suzaku, compungido—. Expusiste la ineptitud de las instituciones judiciales y definitivamente fuiste mejor paladín de la justicia que mil funcionarios, incluyéndome. Pendragón necesita esperanza. No importa si proviene de un justiciero con un traje de Halloween o si es una mentira —admitió el exfiscal esbozando una sonrisa malograda. Lelouch siempre quiso que su querido amigo renunciara a su fe ciega en el sistema. Estuvo esperando por el día que dijera que la ley no bastaba por sí sola. Ahora que obtuvo lo que deseaba estaba decepcionado. No podía disfrutarlo porque sentía pena por Suzaku. Lo maldijo para sus adentros. Suzaku volvió en sí tras unos segundos de reflexión—. ¿Qué hay de ti, Lelouch? ¿Por qué me dejaste vivir o por qué no me has amenazado aún?
—Porque hay cosas que la ley puede hacer y Zero, no —respondió—. Puede que Zero sea el paladín de la justicia que los ciudadanos quieren, pero el íntegro fiscal Suzaku Kururugi es el paladín que necesitan.
—Exfiscal Suzaku Kururugi. La parte de íntegro es cuestionable —lo corrigió.
—Bueno, también es cuestionable que Zero es un paladín de justicia. A decir verdad, es más un criminal que un héroe propiamente y lo sabes. Nuestro empresario corrupto favorito nos ha puesto en jaque a los dos: ha convertido a Zero en un enemigo público y ha comprado la mitad de la fiscalía —observó él y se echó a reír con amargura—. Es la eterna y clásica lucha del bien contra el mal. ¿Recuerdas cuándo jugábamos a ser superhéroes y supervillanos?
—¿Y cómo llegué a frustrar tus planes maestros y lograba rescatar a Nunnally? —prosiguió Suzaku sonriente. Se había animado muy pronto—. ¡Claro que me acuerdo!
—¡Uhm! Estoy seguro de que anoté algunas victorias —replicó Lelouch a la defensiva.
—¡Nuestras tardes pasaban volando! No recuerdo ni una vez que nos cansáramos de jugar a lo mismo —rió, embriagado por la nostalgia que despertaban las memorias de la infancia—. ¡Oye, Lelouch! ¿Por qué nunca jugaste a ser superhéroe? Siempre quise preguntarte eso.
—Porque es más divertido interpretar al villano. Además, tú tienes mejor porte de héroe que yo y a Nunnally le gustaba que tú la salvaras —replicó con una nota de envidia destilando su voz en el final de su frase. Lelouch cruzó los brazos y echó la cabeza hacia atrás—. ¿Suzaku?
—¿Sí?
—¿Te gustaría hacerlo de nuevo?
—¿Hacer qué?
—Jugar a los superhéroes y supervillanos.
—Me encantaría, sí. Ojalá tuviéramos una máquina del tiempo.
—No necesitamos una máquina del tiempo. Solo nuestra determinación y nuestro coraje.
—¡Uhm! Me temo que no te estoy siguiendo el hilo —rumió con aprensión—. ¿Acaso tienes un plan?
—El esbozo de una idea que puede concretarse en un plan, pero no creo poder hacerlo sin ti —contestó Lelouch con sinceridad. Bajó la mirada para verlo directo a los ojos. Quería hacerle saber que nunca había hablado tan en serio—. Mira, sé que tenemos cuentas pendientes. Sé que tú me odias y no me has perdonado. Es más, puede ser que ahora mismo te estés conteniendo de reventarme a golpes. Sé que quieres que responda por mis actos. También lo deseo. Sin embargo, me he dado cuenta que si queremos crear un mundo de justicia y misericordia es absolutamente necesario pelear codo a codo. Solo así podremos expiar nuestros pecados —argumentó Lelouch—. Entonces, ¿qué dices? ¿Crees que podemos dejar de lado nuestras diferencias y trabajar juntos en mi plan?
—¿Como en los viejos tiempos?
—Exacto.
Suzaku casi cometió la tontería de atragantarse con su saliva. La sonrisa engreída, que era su sello de seguridad, y la mirada centelleante, que se engarzaba con la suya, fue un manifiesto de que Lelouch estaba hablando en serio y que quería una respuesta inmediata. Suzaku sabía que Lelouch no necesitaba su permiso para persuadirlo a hacer exactamente lo que quería. Como si fuera una de las piezas de ajedrez que podía manipular. Esto era diferente. Tal vez Lelouch había cambiado.
—Si digo que sí, ¿me contarás tu plan?
—¿Estás loco? El espacio entre las mesas es jodidamente estrecho. Me estaría arriesgando a que todos en el bistró me escuchen. Este no es el lugar para destripar planes, sino para comer y me muero de hambre. ¡Camarera, por favor!
Lelouch alzó la mano y la camarera, que había intentado tomarle la orden a Suzaku y que ni siquiera él había leído su nombre en su uniforme, vino a su mesa. Con el permiso de Suzaku, Lelouch ordenó por ambos. Entre los dos amigos, él era el único que había probado y conocía de culinaria francesa. Suzaku confiaba en su paladar. Posteriormente, los dos se clavaron en una conversación distendida y amena. No reanudaron el tema, excepto para dar una respuesta a la oferta de alianza de Lelouch. Suzaku notó en un punto de la velada que esa era la primera comida que él y Lelouch tomaban en diecisiete años. No contaba el almuerzo de la pizzería. En aquella ocasión, Kallen y Cera estaban allí también y no era por desestimar su compañía, pero no era lo mismo. Con Lelouch se había asentado una sensación de libertad y desenfado que no tenía con nadie más. Podían molestarse sobre sus defectos y sus debilidades, tomarse el pelo, hacer payasadas, comunicar confidencias, incluso expresar comentarios inadecuados sin sentir vergüenza ni temor a ser juzgados. Era un permiso exclusivo entre ellos concedido desde la infancia.
En la adultez eso se perdió. A pesar de que a Suzaku le agradaba estar con Lelouch, la atmósfera ya no transpiraba esa «magia» que alguna vez hubo. Podía ser porque había transcurrido añales y ellos habían cambiado. Podía ser también porque entonces Lelouch estaba guardando varios secretos y Suzaku estaba siendo atormentado por el asesinato de su padre, el cual era de por sí una información que él se mantenía callado. Ese día pareció haberse recuperado esa sensación y tenía sentido, pues ya sabían (casi) todo sobre el otro. No tenían razones para no actuar como ellos mismos. Suzaku estaba dividido. Por un lado, le parecía extraño compartir un momento íntimo con Lelouch después de lo que habían vivido. Y, por otro, le había gustado. No estaba seguro si eso era bueno. ¿Podía sentirse así sin remordimientos? Bueno, Euphie lo hubiera querido. Al salir del bistró, Lelouch y Suzaku notaron que la noche se había posado sobre la ciudad. «¿Tantas horas estuvimos hablando?». Lelouch se mareó y por poco se desplomaba de bruces, de no ser por la intervención oportuna de Suzaku, quien lo sujetó.
—¡Vaya! ¡Eso estuvo cerca! Se te fue la mano con esas últimas copas, ¿eh?
—¡Tonterías! Estoy perfectamente sobrio —graznó Lelouch—. Es el piso que está resbaloso.
—O quizá es porque está muy oscuro… —sugirió Suzaku mirando al cielo. Lelouch lo imitó.
La negrura del firmamento se cernía sobre ellos, acariciando con sus dedos penumbrosos la vida terrenal y extendiéndose hasta los confines de Pendragón y más allá. Numerosos puntos blancos y relucientes salpicaban la densa negrura bañándolos con su luz.
—¿Te parece? Yo creo que es al revés —lo contradijo Lelouch con suavidad, absorbido por la belleza de la noche—. ¡Mira esas estrellas! ¿No te da la impresión de que la oscuridad está anhelando luz?
—Cierto. Me recuerda cuando fuimos a admirar aquella lluvia de estrellas.
—Sí, las estrellas resplandecieron con intensidad aquella vez —dijo Lelouch, ajustándose las solapas de su chaqueta—. Oye, Suzaku. ¿Qué deseo pediste a la estrella fugaz?
—Ya te lo dije. Es de mala suerte revelar los deseos en voz alta —se negó Suzaku, yéndose.
—¿Aun cuando han pasado diecisiete años? ¡Maldita sea, Suzaku! No seas terco —se quejó Lelouch, lanzándose detrás del exfiscal—. Te respondí a tu pregunta. Contesta la mía…
Pero Suzaku no lo hizo y desvió la atención de Lelouch. ¿Acaso lo hizo fue para castigarlo o lo avergonzaba revelar su deseo? ¿Lo había olvidado u honestamente creía en la superstición? Lelouch nunca lo sabría.
—Gracias, Lelouch.
—¿Por qué? No hice nada especial.
—Me devolviste a mi mejor amigo de la infancia por unas horas. Yo diría que eso es especial —le indicó, metiéndose las manos en el bolsillo. Estaba haciendo frío. Lelouch se aturulló.
—Estás exagerando. ¡Eres un idiota sentimental! —le reprochó él tartamudeando—. Gracias a ti por regalarme unos momentos de normalidad.
—¿Volverá a suceder?
—Tal vez, si esta ciudad no ha explotado o tú y yo no nos hemos matado entre nosotros. Por ahora, es mejor que nos despidamos.
—Sí, estás en lo cierto…
Así pues, Lelouch y Suzaku se fueron por caminos opuestos. Suzaku estaba subiéndose a su coche deportivo cuando de golpe tuvo el impulso de volverse sobre su hombro y dirigirle una última mirada a Lelouch, quien estaba caminando por el pavimento agrietado con la misma actitud que una estrella de Hollywood paseándose por la alfombra roja. El perceptivo Lelouch apercibió los ojos llenos de intriga de Suzaku fijos en su espalda, sonrió de oreja a oreja y le devolvió la mirada. Le despidió con un ademán. La mano de Suzaku se agitó en su dirección sin pensarlo. «¿Por qué estoy sonriéndole también? ¡Maldita sea!». Enojado consigo mismo, Suzaku reprimió la sonrisa cálida que sus labios habían formado apretándolos. Lo que pasó luego fue extraño. No se montó en su auto. Se quedó estúpidamente parado viendo a Lelouch y a medida que se alejaba, fue haciéndose más presente una melancolía que se había incubado en Suzaku y lo había estado fastidiando durante la velada. «No lo comprendo. Lo más seguro es que vuelva a cruzar caminos con Lelouch. ¿Por qué demonios esto se siente como el adiós definitivo?».
Cornelia estaba sentada detrás del volante de su Audi atravesando el fino velo de sombras de camino al punto de encuentro fijado. Había concertado una cita con el anónimo en el puente de Pendragón ese día, a esa hora. Él le había prometido referirle todos los detalles del crimen. Hasta la fecha, Cornelia había tolerado tan bien como pudo quince días de inacción; pero hoy la carcomía la necesidad de rasgar el halo misterioso que envolvía el asesinato de su adorada hermana y, por lo tanto, recolectar pruebas concluyentes que sacaran a Lelouch de la empresa y de su vida y mandarlo a la prisión, si acaso era posible y esta vez para siempre. No bien la jornada laboral había llegado a su término, Cornelia se subió a su coche y se largó.
El puente no estaba tan lejos de la sede de Britannia Corps y, aun así, para cuando se estacionó junto a la acera en la entrada del puente había oscurecido. Cornelia no se resistió a echarle una mirada furtiva a la guantera justo en el momento en que iba a apagar el motor. En la guantera había guardado una pistola. La había adquirido a sabiendas de su poder. En caso de que fuera una trampa y el anónimo trajera su propia arma, estarían en igualdad de condiciones y si intentaba alguna maniobra artera podría impedirla. No había estado entrenando en judo estos años para nada. Cornelia abrió la guantera y metió la pistola en su bolso. Apagó el motor, se bajó de su automóvil y cruzó el puente. Miró en derredor con avidez. El anónimo tenía una ventaja sobre ella. Sabía cómo era. Había aparecido en televisión, en cortes de prensa y revistas. Era una empresaria y una socialité. En cambio, ella no conocía las señas personales de su remitente más allá de la descripción de la ropa que él le había dicho que traería puesta y eso, asumiendo, que era un hombre. No distinguiendo entre los transeúntes al objeto de sus pesquisas, empezó a impacientarse. Pasó y repasó el puente y, repentinamente, en uno de esos vaivenes, alguien colocó una mano en su hombro. Cornelia se dio la vuelta y lo encañonó. El hombre retrocedió alzando las manos. Estaban solos.
—Cuidado. No quiere apretar ese gatillo sin antes conseguir la información que me reservo.
Cornelia acogió con ceño y mal talante el prudente consejo de aquel hombre. Lo estudió. Era un hombre joven. Tendría poco menos que Euphemia. Era desgarbado, enjuto y no muy alto. Su aspecto era normal. Quizás lo más destacable era el color pajizo de su cabello corto y sus saltones ojos violáceos. Vestía la sudadera aguamarina que indicó expresamente que llevaría puesta. Cornelia no dejó de apuntar al anónimo, aunque movió el dedo hacia el guardamonte.
—Conque usted es quien me ha estado enviando esos correos. Bien, diga lo que deba decir y hable con la verdad.
—Aquí no. Mejor caminemos. Así atraeremos menos la atención —replicó el hombre. Tenía una particular entonación aséptica—. ¿Vigilaste que nadie te estuviera espiando?
—¡¿Por qué alguien me espiaría?!
—Porque eres una figura prominente y resultaría llamativo que a estas horas hablaras con un desconocido en un lugar inusual.
—De acuerdo —concedió ella frunciendo los labios—. Caminemos. Pero tú vas adelante.
El hombre prosiguió la marcha. Cornelia se despojó con rapidez de su abrigo de piel de visón y lo aventó sobre su antebrazo, cubriendo la mano con que empuñaba la pistola que, a su vez, dirigía a la espalda de aquel hombre. Cornelia siguió al anónimo por la escalera señalada, la cual descendía hasta el río que cortaba a Pendragón. La escalera formaba parte del puente y constaba de tres tramos. El segundo tramo terminaba en una pilastra que plantaba cara al río. Conforme bajaban por los peldaños, el viento aullaba más escandalosamente y la temperatura disminuía. Las ráfagas de viento heladas combinadas con la impenetrable oscuridad pintaban un retrato lúgubre que acuciaba sus terminaciones nerviosas. Tan eterno se le hacía el tiempo en ese paraje solitario y tan intensa era el ansia de la mujer por desentrañar los motivos de la entrevista que fue en ese punto que Cornelia estalló. Se frenó.
—Ya hemos caminando bastante —bramó con azoramiento—. Dígame, ¿quién eres?
—¿Yo? —preguntó el hombre, como si lo halagara que manifestara interés en él—. Yo soy Vincent Kimmel. Trabajé como asistente de cocina el día en que la señorita li Britannia fue asesinada. Vi al asesino encubrir sus huellas. Trajo el veneno en un frasco de jarabe y lo tiró por el desagüe una vez que envenenó la copa destinada para su hermana.
—¡¿Por qué no lo notificaste a la policía?!
—Porque la policía estaba involucrada —contestó Vincent, quien no había interrumpido su lento andar—. Vi a la detective cambiar la copa envenenada por una falsa. Lo tenía preparado.
—Has visto varias cosas sospechosas y, sin embargo, el asesino…
—¡Oh! No he dicho que no lo he visto.
El redoble de tambores en la caja torácica de Cornelia se aceleró a tal grado que se estremeció de la cabeza a los pies y le quitó el habla. Por espacio de varios segundos, todo lo que sentía era el frío viento mordiéndole las mejillas.
—¡Entonces, viste a Lelouch…!
—No, no era el abogado Lamperouge. Es probable que no me creyeras si revelara el nombre del asesino, aunque estuviera arriesgando mi vida con ello.
—Ponme a prueba —lo retó Cornelia amartillando la pistola—. ¿Quién es el asesino?
—Lo siento, no puedo decirte. Es tu labor cavar hasta dar con la verdad.
—En ese caso, ¡¿para qué me citas si vas a hacerme malgastar el tiempo?! ¡¿Cuál es el sentido de arriesgar tu vida para nada, miserable cobarde?! —lo interpeló la mujer, enardeciéndose—. ¡¿Por qué rompiste el silencio?!
—Porque me parece que tienes el derecho de saber qué sucedió con tu hermana y yo no puedo privarte de ello —dijo, deteniéndose en seco. Había llegado al pie de las escaleras—. Aunque me gustaría hacerlo: existen verdades que es mejor que permanezcan enterradas.
—¡¿Y por qué cambiaste de parecer?!
—En realidad, fue un cambio de corazón —la corrigió Vincent escuetamente, volviéndose a Cornelia. Sus ojos irisados como piedras preciosas se fijaron en ella. En su interior, supo que estaba siendo honesto—. Si no soy impertinente, quisiera saber qué harás cuando encuentres al asesino: ¿lo entregarás a las autoridades o lo matarás?
—¿Cómo? No entiendo la pregunta —murmuró Cornelia entornando los párpados.
—Vale. Seré más claro: ¿quieres venganza o justicia?
Cornelia vaciló. Desde abajo, Vincent miraba con claridad la orgullosa, elevada y puntiaguda barbilla de Cornelia. Parecía sopesar sus opciones. Vincent la esperó tranquilamente.
—Perdón, sigo sin entender.
—Está bien —la disculpó, comprensivo—. No hay problema…
—Sin embargo, hay una cosa que quiero hacer —agregó Cornelia—: quisiera mirar los ojos del asesino y conocer la clase de monstruo que le quitó la vida a mi Euphie.
El tesón en el acento de Cornelia fue tal que a Vincent no le quedó dudas de que la respuesta le había salido del alma. Le sonrió.
—Hay una cosa muy curiosa con respecto a los monstruos y es que no son tan espeluznantes como los describen. De hecho, tienen un aspecto ordinario. Así es como pasan desapercibidos y viven entre nosotros —le participó con deje benevolente—. Ojalá lo atrapes. Suerte.
El joven misterioso giró sobre sus talones y se fue tal como vino: sigilosa e imprevistamente; sucediéndose a un silencio absoluto que se prolongó por un rato. Cornelia observó la pistola en su mano. Inútil. Se lamentó con amargor no haberle disparado al susodicho. A su defensa, había detectado algo en Vincent que la incapacitó de halar el gatillo. ¡Eso era! No había temor en sus ojos cuando lo amenazó con la pistola, como si no fuera la primera vez que lo hubieran encañonado o que veía un arma. Estaba calmado. ¡Qué tipo más raro y escalofriante! Cornelia guardó la pistola y se puso de nuevo su abrigo. Con paso firme, subió la escalera que conducía al puente y se montó en su coche. Manejó hacia su casa.
Le fue inevitable darle vueltas a la oscura advertencia de Vincent en el trayecto a la mansión. Aquella reunión secreta, en vez de aplastar su iniciativa e infundirle de terror, había renovado su voluntad y su ánimo de descubrir la verdad, por la cual había sido envenenada su hermana. No habría accedido a entrevistarse con ese anónimo corriendo el riesgo de que estaba yendo hacia una trampa, si ella no estuviera segura de seguir adelante. Ahí había comenzado todo. No había vuelta atrás. Cornelia apoyó el codo en la ventanilla. Solía dejarla entreabierta a fin de ventilar el interior del coche. Adoraba disfrutar la brisa nocturna. Con gesto ausente, ella se acarició la barbilla. Meditabunda. El resultado de esa investigación no iba a devolverle a Euphemia del más allá, pero iba a darle la paz mental que su corazón clamaba.
Habiendo llegado al territorio familiar, Cornelia llevó su automóvil al garaje. Se percató que el Lamborghini de Schneizel estaba estacionado adentro. Se alegró. No había tenido ocasión de conversar con su hermano tras la reunión extraordinaria. De cualquier modo, conocían sus pensamientos sobre la aparición de Lelouch: ambos concordaban que era un intruso que debía ser expulsado de inmediato de la compañía. No tenía la menor idea de cómo. Pero tal vez su hermano sí. Sino podían trazar una estrategia juntos. Por lo pronto, se le antojaba arrellanarse en el sillón y pedir que le preparasen una margarita mientras descansaba los músculos y los huesos en el sillón. En cuanto pasó al interior de la mansión, Cornelia recibió en pleno rostro el golpe que tanto había querido esquivar. Se topó con Lelouch en la sala.
—…Euphemia me contó que tienen la simpática tradición de tomarse fotografías y colgarlas en las paredes —estaba diciéndole Lelouch a Schneizel—. Voy a mandar sacar una impresión digital mía y la enmarcaré aquí, en la puerta, para que todos puedan admirarla y les ayude a adaptarse a mi presencia. Espero poder integrarme a la familia sin problemas.
—¡¿Qué?! ¡NO! ¡De ninguna manera! —estalló Cornelia—. ¡No te mudarás aquí!
—Demasiado tarde. Acabo de hacerlo y así se lo estaba informando a Schneizel —expresó, volviéndose. Sus labios curvaban esa sonrisita odiosa que la sulfuraba. Ganas no le faltaban a Cornelia para abalanzarse sobre su cuello y arrancarle la yugular con los dientes.
—¡Pues saca tus cosas! ¡No eres bienvenido! —ordenó la mujer encarnizadamente—. ¡Jamás consentiría vivir en la misma casa que el asesino de mi Euphie!
—¡Oh, Cornelia! Creí que ese asunto había sido zanjado y que mi inocencia quedó probada en el tribunal —le recordó Lelouch uniendo las manos detrás de su espalda.
—No te atrevas a dirigirte a mí de esa manera —masculló—. ¡Tú y yo no somos hermanos!
—Cornelia, por favor. No seas hostil con nuestro hermano que también ha sufrido mucho. Él no escogió al padre que tiene. Tampoco este es el momento para señalar culpables y, en todo caso, Lelouch no es quien buscas —pidió Schneizel atajando la réplica de Cornelia. Ladeó la cabeza a manera de trazar una dirección—. Permíteme hacerme cargo y vete, querida. Recién regresaste de la calle. Debes estar cansada. Quizás querrías ponerte ropa más cómoda.
—Tú ganas, Schneizel —se resignó Cornelia con un bufido—. Dejaré esto en tus manos.
Cornelia palmeó el hombro de Schneizel con cariño y subió las escaleras. Él la siguió con la mirada hasta que la perdió de vista. Al mismo tiempo que se borró la sonrisa alentadora de su rostro, desapareció el hermano de Cornelia y compareció el presidente de Britannia Corps.
—Lelouch, ¿podríamos conversar?
—¡Con gusto! Pero con una condición: juguemos una partida de ajedrez —aceptó levantando un dedo—. Será en plan amistoso. Creo que podemos hacer una tregua por el bienestar de la familia, ¿no? ¿Somos o no somos civilizados?
—Por supuesto —concordó Schneizel forzando una risa encantadora—. ¿Por qué no?
El tablero seguía en el estudio de la mansión Britannia sin tocarse desde la última vez. Estaba en el segundo piso. Para llegar ahí, había que subir las imponentes escaleras, girar a la derecha y atravesar un pasillo custodiado por unas armaduras de acero, pegadas contra las paredes y provistas de diferentes armas como espadas, manguales y hachas. Nuevamente Lelouch pidió jugar con negras, a lo que Schneizel no presentó ningún reparo. Le gustaba jugar con blancas. Toda la vida lo había hecho. No porque creía que le procuraba suerte. Schneizel no confiaba en otra cosa que no fuera en el talento, el trabajo duro y en las conexiones. La suerte era un factor que en determinadas ocasiones marcaba una diferencia. Empero pecaría de mentiroso si afirmara que no se sentía cómodo inaugurando la partida y estableciendo el ritmo del juego. Esa era la ventaja que proporcionaban las fichas blancas. Quien realiza el primer movimiento, suele ganar. Schneizel había sido bendecido con la gracia inherente a su categoría. Contrario a Lelouch que, al igual que las negras, tuvo que fabricar su propia suerte para abrirse camino y conquistar el éxito y la gloria. Los hermanos acomodaron las piezas en su posición inicial.
Schneizel se tomó unos segundos para acariciar las formas de las piezas que conformaban su ejército. Una especie de ritual que tenía para estimular la concentración. Su tacto era cortés. Distinto al de su hermano que agarraba y colocaban sus piezas como si estuviera martillando clavos en un ataúd. Schneizel ordenó traer un vino espumoso para acompañar. Se sentaron uno frente al otro.
Schneizel había asimilado el estilo de juego de su hermano en la primera y única partida que habían disputado. Tenía una poderosa habilidad para el cálculo y la previsión que combinado con su vasta comprensión del juego dinámico y su instinto letal lo convertían en un jugador de corte ofensivo y un adversario temible. Al igual que su padre. Lelouch no jugaba sino para ganar. Sin embargo, había pescado su talón de Aquiles. Lelouch estaba tan afanado en atacar que descuidaba la defensa. Schneizel sonrió. El elemento sorpresa no le serviría. Haciendo gala de una honda calma, el presidente Schneizel abrió el juego moviendo el peón del rey a E4. Lelouch respondió con C5. La defensa siciliana. Era una de las aperturas de ajedrez más comunes y la favorita de Schneizel. De hecho, en la partida que habían disputado en el pasado también jugaron a la siciliana. Schneizel prosiguió llevando el caballo del rey a F3. Lelouch colocó su peón en el escaque D6 y Schneizel avanzó el suyo hasta la posición D4, plantándole cara a la infantería negra. El enfrentamiento concluyó tan rápido como dio comienzo ya que Lelouch capturó al enemigo. Igual, esa no fue una victoria que él saboreara plenamente; pues el caballo blanco tomó al peón negro. Lelouch adelantó al caballo de la reina a la casilla F6 y su hermano lo imitó. Fue entonces que Lelouch llevó a cabo un movimiento poco habitual, escandaloso, imprevisible: ubicó el peón en G6. ¡La variante del Dragón! Esa era una variante particularmente agresiva; pero más peligrosa para el propio jugador que para el oponente por el desequilibrio que creaba en el campo de batalla acromático. ¿Qué estaba tratando de hacer Lelouch? ¿Acaso estaba orquestando una masacre? Schneizel clavó los ojos inquisitivos en Lelouch. Él no estaba mirándolo. Estaba, más bien, tratando de encenderse un cigarrillo.
—¿Ahora fumas?
—Desde el mes pasado.
El cigarrillo se prendió por fin y Lelouch chupó con parsimonia. Le regresó la mirada. Era su turno. Schneizel no era agresivo. Muy por el contrario de su hermano, su manera de jugar era flexible y versátil, prefiriendo controlar su posición y fortalecerla para limitar al oponente. Con la Siciliana Dragón, Lelouch buscaría atacar por el flanco de la reina, lo cual abriría una fisura en el flanco del rey propicio para el ataque enemigo. Un jugador experto como Lelouch debía ser consciente de esa ruta que involuntariamente estaba ofreciéndole. Schneizel decidió explotar la ventaja y jugó alfil E3. Lelouch sacó el alfil del rey y Schneizel, a su peón blanco. Lelouch se inclinó sobre el tablero, a la par que jugaba con la punta de su cigarrillo. «Vamos. Sé que quieres enroscar». Pasado unos instantes, Lelouch desplegó su movimiento: enroque. Schneizel empujó su reina a la posición D6 y le sonrió como si estuviera invitándole un trago, y no lanzándole un contraataque. Lelouch movió su otro caballo y Schneizel instaló su alfil en la diagonal A2-G8 cerrándole el paso a la infantería negra. Lelouch estaba estudiando el tablero impávido. No lucía intimidado por el ataque yugoslavo. Eso o no lo había advertido, lo que sería impropio de un jugador de la talla de Lelouch. El susodicho de la nada se sirvió vino. Se le botó un poco al enderezar la botella.
—Así se habrían desarrollado nuestras tardes, si hubiéramos crecido bajo el mismo techo —comentó Lelouch sosteniendo su copa—. ¿No te hubiera gustado?
—Desde luego. Siempre aprecio encontrar un rival veterano: de ellos se obtienen las mejores experiencias y aprendizajes.
Lelouch bebió la mitad de su copa y jugó alfil de la reina D7. Schneizel enrocó. Lelouch sitió el alfil con su caballo, obligando a su rival a replegarse. Schneizel jugaba con una precisión serena y agradable. Tomaba sus piezas con delicadeza y las depositaba en silencio, a menudo sonriendo para sí al hacerlo. La torre de Lelouch entró en acción, colocándose en la mira del rey blanco. Schneizel supo que su hermano estaba barajando un sacrificio de calidad. «Como cabía de suponerse, Lelouch. Tu juego se basa en sacrificios». Schneizel adelantó la posición de su peón en busca de un H5. Vaticinando sus intenciones, Lelouch se apoderó de la casilla. El rey blanco se sacudió la influencia de la torre negra echándose a un lado. Lelouch llevó su caballo hasta C4 donde fue engullido por el alfil blanco, entregándolo a la brutal torre negra. Schneizel retiró su caballo y Lelouch trasladó su peón al escaque B5 emprendiendo el ataque por el flanco de la reina. Schneizel acorraló al alfil negro con el suyo que lo estaba molestando desde que había irrumpido en su territorio. Deseaba eliminarlo en su siguiente turno. Lelouch cobraría venganza haciendo que su rey se lo comiera consecutivamente. Para entonces, él ya había incorporado su reina al ataque.
—Cuéntame algo que jamás hayas dicho a nadie —le solicitó Lelouch—. Aunque sea tarde, recuperemos algo de ese tiempo perdido entre hermanos.
Schneizel había alargado la mano sobre el tablero cuando se distrajo con aquella petición tan extraña. Lo entrevió. Estaba fumando su cigarrillo con total despreocupación. Schneizel soltó un suspiro y sentó posición en F4 con su caballo con vistas de tomar control de la casilla D5.
—Estuve afiliado al club de teatro cuando estaba en preparatoria. Interpreté diversos papeles en obras escolares de Shakespeare.
—¡Oh, Shakespeare! También soy un gran fan de su obra. No te había imaginado como actor, pero, pensándolo detenidamente, tiene sentido —divagó subiendo el talón a su rodilla—. Por mi parte, puedo decir que aprendí a nadar por mi primera novia —contó Lelouch moviendo la torre a C8—. Fue miembro del club de natación y se destacó en ello. Ganó varias medallas.
—Parece ser una joven encantadora —observó él clavando su caballo en D5. Lelouch capturó a la reina de Schneizel con la suya. Fue allí donde la perdió frente a la torre blanca.
—Murió acribillada delante de mí hace unas semanas. Acortó su vida para extender la mía y yo no pude hacer nada para impedirlo —continuó Lelouch, quebrándole las patas al caballo de Schneizel con el suyo. Al presidente se le había secado la garganta, pero su hermano aún tenía más para decir—: ¿de qué sirve tener un alto intelecto y mejoras genéticas, si no puedo proteger a los seres que amo? Al final, son inferiores respecto al poder de la vida y la muerte —sentenció. Schneizel consiguió el caballo de Lelouch. Sus movimientos habían sido sólidos en el transcurso de la partida, mas aquel último había sido incidentalmente cauteloso—. Ese día también me asesinaron. Mis asesinos me arrojaron al río y creyeron que se habían librado de mí. No fui bienvenido en el infierno y me patearon el culo de regreso aquí.
Lelouch esgrimió una sonrisa afilada. Puso su rey atrás del peón protegiendo al soldado negro que ocupaba el escaque E7. Schneizel sintió cómo el estómago le daba un vuelco.
—Seamos honestos, Lelouch. Si hubieras ido al infierno, le habrías preguntado al demonio: ¿por qué carajos estás en mi silla?
Lelouch escupió una risita grave y perversa. Nunca había oído a Schneizel decir una grosería. Fue divertido. Se rascó la ceja con la mano que apretaba el cigarrillo y bebió otro poco de su vino. Schneizel ocupó la casilla con su torre. De igual forma, Lelouch movió su torre hasta B8 preparando el empuje de sus peones por las columnas A y B.
—Hablando en serio, ¿tú crees en el diablo?
—Creo en el mal; así como creo en el bien —musitó Schneizel sacando su peón hacia delante y mirando con fijeza el tablero. Lelouch hizo avanzar su torre una casilla—. Creo que existe una fuerza tentadora que nos empuja a nuestros límites a propósito para castigarnos. ¿Y tú?
—Igual. Shakespeare lo dijo, si no mal recuerdo: «el infierno está vacío. Todos los demonios están aquí».
El diablo vive entre los hombres. Necesitaba estar con ellos para hacer su trabajo. Es un gran conocedor de la naturaleza humana, por ello mismo. Está iniciado en los secretos y miedos más recónditos del hombre para tentarlos. No como Dios, quien vive por encima de las nubes donde le resulta fácil juzgarlos y creerse superior. A pesar de todo, él no era quien condenaba a los hombres. Ese juez era el diablo. Lelouch era la materialización de un castigo en varios sentidos y era peor que cualquiera de las torturas de los círculos del infierno de Dante.
Schneizel mandó a replegar la caballería y Lelouch logró coordinar sus torres en la columna C. El rey blanco avanzó hacia una casilla libre al igual que el peón negro, lo que amenazaba al peón blanco de C2. Fue por ello que Schneizel replicó transportando el peón a A3. Lelouch sacó a su rey y Schneizel desplegó a su caballo para ejercer presión. Ante el peligro, Lelouch jugó alfil E6 exponiendo, de esta manera, su peón; pero Schneizel no aceptó el sacrificio. En cambio, optó por frenar la marcha de la infantería enemiga en un intento de desviar a la torre. Lelouch afiló su sonrisa rapaz. Había sorteado la trampa, aunque eso no impediría que tomara su peón y que Schneizel lo capturara en el próximo movimiento.
—¿Y tú por qué estás aquí, Lelouch? —preguntó Schneizel con reposado acento—. A ti no te interesa la empresa de papá ni tampoco ser parte de esta familia.
—Porque quiero hacer las cosas del modo correcto —le explicó, al término que acaparaba la casilla C4 con su torre asediando, paralelamente, tanto al caballo como al peón blanco en un excelente ataque combinado con el alfil—. No dejo de pensar que si hubiera aceptado tu trato esa noche Euphie y Nunnally seguirían con nosotros —razonó sorbiendo su vino—. Supongo que mi rencor y mi furia me obnubilaron apartando de mi vista al verdadero enemigo: Charles zi Britannia —Lelouch hizo una pausa para relamerse los labios. Schneizel extendió la palma abierta sobre el tablero y vaciló. El nombre lo distrajo. ¿Qué iba a hacer? Cerró el puño y lo recordó. Movió el caballo a la posición B6. Una pésima jugada y, para cuando se dio cuenta, Lelouch estaba engulléndose al pobre peón blanco, poniéndolo en jaque. Schneizel se apuró en sacar a su rey de la línea de fuego—. Él fue quien nos arrastró a esto, Schneizel. Ni tú ni yo deberíamos oponernos. Somos hermanos. No merece la pena que el trono de la compañía Britannia se empape con nuestra sangre —manifestó llevando su torre al fondo del tablero—. Estoy tan cansado de todo que quiero terminar aquí mismo.
—No creerás cuánto me alegra oír tus palabras, hermano —declaró Schneizel—. Pero temo que, aun si lo hicieras, quedarían un par de cabos sueltos.
—¿Lo dices por Suzaku? —inquirió mientras fumaba su cigarrillo—. ¡Bah! No te mortifiques por él. Sin su cargo como fiscal, poco puede hacer. Ahora, su preocupación principal es llegar a fin de mes.
—¿Qué hay de la abogada Stadtfeld?
—¿Kallen? —repitió Lelouch enarcando las cejas. Discurrió entretanto daba unos toquecitos con la palma abierta en el borde de la mesa. Seguidamente, se sacó su cigarrillo de la boca y lo apagó en el cenicero con una lentitud agobiante e intencionada—. A Kallen la voy a volver loca de amor por mí. La obligaré a escoger entre su venganza y yo. Si me elige a mí, no será más un inconveniente para nosotros. Si elige la venganza, bueno, la mataré.
—¿La matarás? —indagó Schneizel, casi con incredulidad—. ¿A tu amante?
—Detestaría tener que hacerlo. Kallen es puro fuego. Es la luz que me guía en el túnel oscuro de mi vida y es el calor que me abriga del frío que endurece mi corazón. ¿Qué me quedaría, si mi fuego se apagara?
—Podrías buscar otro.
—Ninguna como Kallen podría comprender mis acciones y mis sentimientos y comulgar con mis creencias y mis valores. Nadie más, salvo ella, me podría motivar a ser bueno —declaró Lelouch sonriendo de medio lado. También había pensado que Kallen le había brindado una nueva perspectiva y experiencia con respecto al sexo. Como sea, él no tenía por qué divulgar esos detalles íntimos a su hermano.
—Tal parece que tú y la Srta. Stadtfeld son ese tipo de parejas concebidas en el cielo.
—No lo sé. No creo en la predestinación —impugnó Lelouch manoteando en el aire—. Pero, si Kallen se llegara a interponer entre mi deseo y yo, no dudaré en sacarla.
Schneizel vislumbró de reojo la reina negra fuera del tablero. Él la había sacrificado a fin de deshacerse de la suya. Ninguna pieza tenía más valor que otra, por más poderosa que fuera.
—¿Y qué es lo que deseas?
—Su cabeza —siseó Lelouch dándole unos golpecitos con el dedo a la cabeza del rey negro que agarraba como si fuera lo único que estuviera sosteniéndolo en el mundo.
Schneizel devolvió su atención al tablero de ajedrez. Analizó la posición de todas las piezas. Enfrentaba dos amenazas mortales: la torre de D2 al acecho de su propia torre y el inminente jaque. Aun si salvaba su pieza aniquilando la torre negra, la segunda torre de Lelouch podría arremeter con jaque y, de paso, acabar con su otra torre indefensa para luego retomar con un potente jaque mate con dos peones de ventaja. Todo era cuestión de contar los movimientos, sin embargo, el resultado ya estaba decidido. Schneizel cerró los ojos y sus labios se doblaron en una sonrisa amortiguada. Reconoció la superioridad de su hermano volcando a su rey.
—Está bien, Lelouch. Tú ganas.
—¡Oye! Así es el ajedrez. Por una imprecisión estúpida o un pequeño error, se pierde. A mí me ha sucedido más de lo que me gustaría admitir. Fue una buena partida.
Lelouch le tendió su mano.
—Lo fue —confirmó Schneizel estrechando su mano como gesto diplomático. Lelouch haló su brazo hacia él, mas su hermano no tenía prisa para dejarlo ir. Cogió su muñeca—. Aunque yo me estaba refiriendo a tu armisticio. Está bien. No importa si la paz que hoy formalizamos no nos traiga de regreso a Euphemia y Nunnally. Que sus muertes nos sirvan de recordatorio de los lugares hasta donde nos lleva el odio…
—…Y que debemos evadir a toda costa.
—Exacto. Solo permíteme darte un consejo de hermano mayor: ten cuidado, Lelouch. Quien con monstruos pelea, corre el peligro de convertirse en uno —advirtió Schneizel con ese aire solemne que le encantaba transmitir—. «Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».
—¡Oh! Eso nunca sucederá —bufó Lelouch.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque yo soy el maldito abismo —y Lelouch le ofreció una sonrisa diabólica.
Se hizo un silencio tan denso que caló en ellos. Schneizel sintió sus miembros paralizados y su gesto petrificarse transformando su cara en una máscara serena. De cierta forma, lo ayudó a aguantarle aquella mirada penetrante. Bajo la blanca luz artificial, la sonrisa de su hermano lucía antinatural. Como rota. Un alma en pena que había sido regurgitada de las entrañas del infierno para completar su última tarea en la tierra. Schneizel tragó saliva. Ahora mismo, la espada de Damocles estaba rozando sus áureos cabellos. Consecuentemente, Lelouch se puso de pie y sacó un cigarrillo y un yesquero metálico. Se fue intentando encenderlo. Con lo cual, el sonido de la rueda del yesquero estuvo haciéndose eco a lo ancho y largo de la mansión (o esa sensación fue la que tuvo el presidente). Schneizel entrevió su copa sin tocar. No había bebido ni una sola gota de vino.
Al día siguiente, Lelouch sería votado como copresidente de Britannia Corps por la mayoría de los accionistas y su reinado definiría una nueva etapa en la historia del conglomerado.
N/A: ¡y hasta aquí llegó el capítulo de hoy, malvaviscos asados! Les recuerdo que este capítulo y el anterior originalmente eran uno solo, así que este iba a ser el final candente. De todos modos, me parece que corté en un punto bueno.Lamento haber tardado tanto en traerles el capítulo. Estuve ajetreada y preferí ocupar mi corto tiempo libre en seguir escribiendo el capítulo 42 del fic. Parece que llevo años escribiéndolo (no tanto, aunque es cierto que lo arrastro desde el pasado año, y este es el primer capítulo de este 2023). Por fortuna, estoy segura de que pronto lo terminaré. A ver cuánto me lleva escribir el capítulo final que sospecho que se dividirá en dos partes dada la longitud. No cuento el epílogo. Debo decir que estoy muy ansiosa. Me encantaría darle un descanso y un buen cierre a cada uno de estos personajes para poder despedir con una sonrisa esta historia que tantos dolores de cabeza y alegrías me ha dado.
Estoy segura de que su escena favorita de este capítulo es alguna de estas tres: la reunión entre madre e hijo —Marianne es la definición de «lo siniestro» en esta historia, yo aún no me decido si la odio o me aterra o la compadezco o todas al unísono. Lo que no me van a negar ustedes es que ella y su relación con Lelouch son súper interesantes—; el reencuentro entre los dos amienemigos —no fue una conversación tan poderosa como la del capítulo 25, pero, igual, fue conmovedora. Ya me apetecía escribir una escena así para ellos. Si no fuera por todo el drama, Lelouch y Suzaku fácilmente podrían cultivar un bromance saludable— y, cómo no, la partida de ajedrez entre Lelouch y Schneizel, que junto al paseo de Cornelia y Rolo son las escenas que no se sometieron a cambios durante la revisión del capítulo. Ya que a duras penas yo describí la partida del capítulo siete y pude hacerlo en el capítulo 25 con la partida entre Lelouch y su padre y me gustó el resultado, decidí que tenía que hacer lo propio con Schneizel y Lelouch para darles justicia. Después de todo, Schneizel es el igual intelectual de nuestro protagonista y, por extensión, su rival ajedrecístico y Lelouch merecía obtener su revancha.
Comentados esos puntos que me apetecía abordar. Pasaré a la característica ronda de preguntas que a algunos de ustedes les gusta: basándose en el flashback y en la posterior charla, ¿qué les parece Marianne como madre? ¿Qué opinan de su relación con su hijo? ¿Creen que Guildford reconsidere el trato de Ricitos de Oro y se una al lado oscuro de la fuerza? ¿Les encantó el reencuentro entre Lelouch y Suzaku? ¿Ven una oportunidad para que estos dos renueven su amistad o no? ¿Suzaku aceptará la oferta de Lelouch? ¿A qué se referirá Lelouch con jugar a los superhéroes y supervillanos? ¿Qué tramará? ¿Cuál piensan que fue el deseo de Suzaku a la estrella? —Sí, el final de la escena fue un paralelismo con el prólogo de este tercer libro—. ¿Qué hará Cornelia cuando se entere quién mató a su hermana? ¿Buscará venganza o justicia? ¿Se esperaban que Lelouch se mudara a vivir con sus hermanos? (¡Ese Lelouch es un troll!). ¿Les gustó la partida entre Lelouch y Schneizel? ¡¿Y qué sucederá con el hermoso romance entre Lelouch y Kallen?! ¿Se pelearán? ¿Su amor sobrevivirá a las adversidades? ¿Estará destinado a convertirse en una tragedia? ¿Kallen sufrirá el mismo final que Shirley? ¿Ustedes ven a este Lelouch capaz de matar a Kallen? ¿O creen que le estaba mintiendo a Schneizel? ¡¿O acaso le estaba mintiendo a Suzaku?! ¡Ay, no tuvimos a nuestra sensual pelirroja en este capítulo! ¡Se le echó mucho en falta! [Debo decir que es difícil escribir a Lelouch en su faceta de «hombre enamorado» porque no se exploró para nada en el anime, así que tengo que llenar ese vacío. Honestamente, todavía no he quedado del todo satisfecha con las caracterizaciones que los fickers le ha dado a Lelouch. O es demasiado dulce al punto de que es empalagoso o es demasiado frío que parece que es un pingüino. Estoy tratando de hallar un balance. Lelouch puede ser tierno, pero tiene un temperamento apasionado, aunque para estas cosas del amor se vuelve un lío y no hay que olvidar que a él le gusta coquetear con Kallen y este Lelouch, en particular, es un adulto]. ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen para el próximo capítulo? Y, a todas estas, ¿qué entendieron que es la Espada de Damocles?
Apreciaré todos los comentarios. Les agradezco la paciencia que han tenido y el amor que han expresado por esta novela. Espero la estén disfrutando.
Nos leemos en el próximo capítulo: «Campanas (parte I)». ¡Uf! ¡Ustedes no se imaginan lo que se viene! ¡Ju, ju, ju!
