Code Geass: Bloodlines

Capítulo cuarenta:

Todavía hay hombres buenos

Por su noveno cumpleaños, Suzaku recibió un reloj de bolsillo de parte de su padre. Era un reloj de bolsillo suizo labrado en oro con una fina cadena elaborado con el mismo metal y de cara abierta. Sofisticado, reluciente y aburrido. No era el mejor presente que se le podía dar a un niño, a ciencia cierta. A los niños les interesaba muy poco qué tan práctico era un regalo. Pero el reloj se convirtió al instante en un bien preciado para Suzaku. El reloj era una reliquia familiar transmitida de padre a hijo, cuando alcanzaban la mayoría de edad. Aun así, Genbu decidió obsequiárselo antes. No muy lejos de la fecha de cumpleaños de Suzaku, Genbu había sufrido una caída en uno de sus episodios de borrachera. Temía, por consiguiente, no cumplir el ritual posteriormente. Suzaku fue un dueño cuidadoso. Cada tanto lo pulía con pasta dental y rara vez lo sacaba de casa ya que el reloj no cabía en sus pequeños bolsillos. Solamente una ocasión lo llevó a la escuela para enseñárselo a Lelouch y los días que había una competencia de karate importante. Cada vez que lo traía consigo, se coronaba campeón. De ahí que el niño lo consideraba su amuleto de la suerte. A sabiendas del gran valor personal de ese reloj para Suzaku, Lelouch se resistió a aceptarlo cuando él se lo obsequió.

Pasó algunos días después del fatídico juicio que es consabido por el lector. Era poco más de medianoche en ese entonces y Suzaku no había conseguido pegar ojo. Algunos pensamientos estaban acosándolo. No había que ser un genio de la observación para advertir que a Lelouch lo consumían muchas preocupaciones: el injusto veredicto del juez, el temor acechante de ser separado para siempre de Nunnally, la ceguera y la discapacidad de Nunnally, el funeral de su madre y el futuro incierto. A Lelouch le incomodaba hablar de su padre. Siempre hallaba una forma de evadir el tema. Suzaku suponía que en el mejor de los casos estaba muerto y en el peor de los casos los había abandonado. Con lo cual, Lelouch y Nunnally no tenían familia. Lo más probable es que ellos fueran enviados en un orfanato. «Pobres Lelouch y Nunnally».

A Suzaku le hubiera gustado tener una solución a sus problemas. Hacer algo, cuando menos. Lo que fuera. Pero no tenía idea. Lelouch tampoco dejaba que nadie lo consolara. Detestaba las miradas condescendientes de los adultos y ser tratado con compasión. ¡Era muy orgulloso! Suzaku intuyó que Lelouch no podía conciliar el sueño. Aquellos días estaba bostezando con frecuencia. Síntomas de noche en vela. Suzaku se paró de la cama, cogió el reloj de bolsillo, pasó junto a su equipo de pesca sin desarmar y se asomó al cuarto de Lelouch. No estaba allí, lo que confirmó sus sospechas. Suzaku localizó a su amigo sentado en el rellano de la escalera con los pies en el escalón inferior y la cabeza entre las manos. Uno de los escalones que pisó rechinó alertando a Lelouch que se apresuró a enjugarse las lágrimas. Suzaku fingió no haber visto eso.

—No puedes dormir, ¿verdad?

—¡Mira quién habla! —había gruñido a la defensiva Lelouch, volviéndose. Suzaku le sonrió y se sentó junto a él con las piernas abiertas y apoyándose con una mano desde atrás.

—Tampoco yo puedo dormir. El tictac del reloj es muy fuerte —le había comentado Suzaku haciendo oscilar el reloj de bolsillo frente a él—. ¿Qué hay de ti?

—Nada nuevo. Ya sabes…

El joven Lelouch cruzó los brazos sobre las rodillas y hundió la cabecita en ellos. Bueno, ese día tampoco tenía ganas de desahogarse. Suzaku estuvo investigando sobre los orfanatos. Los niños pequeños tenían más posibilidades de ser adoptados. Los adultos prefería buscarlos a ellos y a los bebés para hacer de cuenta que eran suyos. Si no estuviera ciega y discapacitada, Nunnally sería indudablemente adoptada. Suzaku pensó compartir su descubrimiento con su amigo para animarlo. Y se abstuvo. Se sentía insensible recordándole las discapacidades de Nunnally. Eso era otro problema que debían lidiar. La mirada de Suzaku se desvió de Lelouch a su reloj en la otra mano. Ese fue el momento que concibió la idea. Suzaku le tendió su reloj.

—¿Qué? ¡¿Por qué me lo das?! ¡Es tu reloj! —había exclamado Lelouch dando un respingo.

—Y por eso mismo puedo hacer lo que quiera con él, ¿no? —había argumentado Suzaku—. Te lo entrego porque quiero que lo tengas. Así todos tus días tendrás suerte.

Suzaku agitó el reloj. Ante la mirada insistente y la sonrisa llena de seguridad que se dibujaba en los labios de su amigo, Lelouch no puso más objeciones y dejó que Suzaku pusiera el reloj en sus manos. Suzaku rodeó sus brazos y apretó su hombro en plan confortante. Lo observó y Lelouch le sonrió agradecido. Tener suerte todos los días sonaba genial, aunque nada más se necesitaba un día de suerte para encontrar un buen amigo y Lelouch creía que había sido bendecido por la fortuna desde el día en que Suzaku se hizo su mejor amigo.

Suzaku anunció más tarde que iría a buscar algunos de los dulces favoritos de Lelouch. Nada mejor para renovar el ánimo de dos niños que la textura colorida, azucarada y esponjosa de unos malvaviscos. Los dulces estaban atrapados en un cajón bajo llave en la cocina. Dicha llave estaba guindada en el colgador de llaves del estudio de su padre. De seguro su padre lo castigaría, si descubriera lo que estaba planeando a horas altas de la noche. La emoción de lo prohibido inspiró a Suzaku la sensación de ser alguna especie de libertador. Aquellos dulces oprimidos ansiaban saborear la libertad. Se sorprendió al ver a su padre colgado en el teléfono en su escritorio. Esto suponía un contratiempo para la expedición clandestina de Suzaku. No podía pasar adentro, tampoco quería irse hasta que su padre desalojara la pieza; de modo que se quedó afuera espiando a su padre a través del resquicio de la puerta.

A Suzaku lo invadió la curiosidad. ¿Con quién podría estar hablando su papá tan tarde? El celular no estaba puesto en altavoz. Suzaku consiguió adivinar la identidad del interlocutor misterioso escuchando los pedazos de la conversación y, tal como el lector habrá deducido, así se enteró del trato de su padre con el presidente Schneizel, aunque Suzaku creía en ese momento que era su padre. El chico sintió un torrente de sentimientos precipitarse hacia sus músculos. Dobló sus rodillas y se encorvó sobre sí mismo. ¿El mundo se acababa de sacudir o él estaba temblando? ¿Se lo estaba imaginando o su padre estaba planeando lo que parecía ser? Suzaku se dio unas palmadas en la cabeza con las manos al mismo tiempo que asimilaba todo. Quizá estaba malinterpretando las cosas. Quizá se había perdido un detalle importante dado que él no estuvo desde el principio de la llamada. ¡Sí, porque no podía ser que su padre estuviera a punto de entregar a Lelouch y Nunnally al presidente que dio la orden de ejecutar a su mamá! Suzaku se paró, necesitaba respuestas y las quería en ese mismo instante. El chico irrumpió en el estudio. Su padre se había sobresaltado. Seguidamente había puesto mala cara.

—¡Suzaku, ¿por qué no estás dormido?! —le había reñido duramente. Suzaku no tenía miedo al castigo. Él no había hecho nada malo; su padre, sí—. ¿Sabes qué hora es? ¡Vete a la cama!

—¿Es cierto que estabas hablando por teléfono con el presidente Charles? ¿Mañana vendrá un coche de Britannia Corps para recoger a Lelouch y Nunnally?

—Es inapropiado atender las llamadas telefónicas ajenas.

—¡No lo niegas! ¡Entonces es verdad! —había chillado Suzaku, horrorizado.

—¡Cállate, Suzaku! No estás autorizado para utilizar ese tono conmigo. Te ordené subir a tu cuarto. Si no obedeces, me veré obligado a ponerte un castigo doble. ¡¿Eso quieres?!

—¡Quiero que te detengas! —lo había corregido hirviendo en indignación—. ¡¿Cómo puedes traicionar a Nunnally y Lelouch conspirando con el asesino de su madre, sabiendo que ordenó matarlos también?! ¡Son mis amigos y tus huéspedes! ¡Yo mismo les prometí que estarían a salvo aquí!

—Él me dio la garantía de que ninguno de esos niños sufriría ningún daño —había musitado.

—¡¿Y tú le creíste o estás mintiéndome?!

—¡Ya tuve suficiente de tu insolencia! —había ladrado Genbu asestando un puñetazo en el escritorio. Lo apuntó con su dedo grueso—. No te entrometas en los asuntos de esos niños y permite que los resuelvan con Britannia Corps. ¡No nos concierne!

Suzaku cerró ambas manos. Ese era el problema con su padre. No lo tomaba en serio. Suzaku dejó que su mirada vagara en derredor. Oteó la pistola sobre el escritorio. Su padre justamente la estaba limpiando. Al lado del arma estaban el paño de lustre, el disolvente, la escobilla de algodón, el lubricante, la varilla de limpieza, el soporte para parches y los propios parches de algodón. La mano de Suzaku fue más veloz que la mente de Genbu prediciendo la locura que discurría detrás de sus ojos. Cogió la pistola y encañonó a su padre. La sangre de Genbu huyó de su rostro. El hombre alzó las manos como si estuviera tratando de contener a Suzaku.

—Cuidado, hijo. No tiene seguro y la acabo de cargar. En verdad no quieres hacer algo de lo que te arrepentirás por el resto de tu vida —había advertido con lentitud.

—Solo dime que no venderás a Lelouch y Nunnally y con gusto la soltaré —había rogado el chico con voz lánguida. Sostenía la trémula pistola con las dos manos. Estaba pesada. Tan así que le parecía que cargaba el peso del mundo.

—Suzaku, eso no es un juguete. ¡Suéltala ya! —espetó Genbu perdiendo la compostura. El niño no le hizo caso a su padre. Apretó la empuñadura de la pistola con mayor tesón.

—Son mis amigos, papá. Los quiero —gemía—. ¿Por qué no puedes hacerlo por mí?

—Pero si lo estoy haciendo por nosotros. Es por tu bien. Suzaku, por favor…

Genbu siguió tratando de justificar su pecado alegando a la empresa y el legado que quería asegurarle. Los pormenores variaban cada vez que Suzaku se remontaba en sus recuerdos. Había días en que podía jurar por su vida que había tirado del gatillo en el calor del fuerte intercambio verbal. Suzaku creía que lo hizo con la intención de dispararle en el hombro y calculó mal la trayectoria. Igual pudo suceder que inconscientemente bajó el arma dado que tenía los brazos cansados. Había otros días en que a Suzaku le parecía que el dedo presionó el gatillo por accidente. Su padre no estaba entrando en razón. No comprendía o se resistía a reconocer cuál era su error. Y, claramente, él no lo estaba escuchando. Los adultos no tomaban en serio a los niños. De suerte que la desesperación y los nervios se conjugaron en su contra y él simplemente disparó.

Y el tiempo se detuvo para Suzaku Kururugi a partir de ese día.


La misma horripilante impresión lo asaltó en el tiroteo en la sala de audiencias. «¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Cómo ocurrió?». La balacera duró aproximadamente veinte minutos y se sintió como una eternidad. El horror inyectó una suerte de suero paralizador que ayudó a Suzaku a mantenerse pegado al piso. La sala de audiencias tenía una capacidad máxima de alojamiento de cincuenta personas y se estimaba que era el número cercano a la cantidad de asistentes en la sala de audiencias, si bien se especulaba que había más. Se registró un saldo de 19 heridos y 15 muertos, entre los que se contabilizaban a los propios perpetradores. Por sus huellas dactilares, la policía los identificó como miembros de la mafia de El Rey Negro. A simple vista, el tiroteo era un hecho aislado. Pero muchos sospechaban que Lelouch lo orquestó para crear una distracción que le permitiera fugarse y así secuestrar a la directora Cornelia. Era una enorme coincidencia que se produjera un tiroteo en el juicio de Lelouch vi Britannia. Esta era la teoría conspirativa que cobraba más fuerza. No se podía constatar, por desgracia.

La policía había desplegado una red de búsqueda y había endurecido el control de tránsito, de tal manera que Lelouch no tendría escapatoria y la policía podría acorralarlo con mayor facilidad y, por extensión, podría arrestarlo y salvar a la directora. Suzaku no creía que las contramedidas de la policía funcionaran. No conocían a Lelouch ni su mentecilla retorcida. Suzaku sabía que Lelouch no saldría de la ciudad sin completar su venganza y, para ello, se había enfocado en derribar varios objetivos específicos. Ya se había vengado de Asprius, Diethard, Villetta, su padre, Bradley y Gottwald. En teoría, el abogado Waldstein sería el siguiente. Al presidente Schneizel lo reservaría para el final, ya que su caída supondría la perdición de Britannia Corps, lo cual era el objetivo general de Lelouch. Si Suzaku tuviera que apostar, diría que Lelouch apuntaría como objetivo al Proyecto Geass. Tal vez Lelouch estuviera considerando hacer justicia por propia mano y, por ese motivo, quería mantener la clandestinidad del lugar. De cualquier manera, Suzaku no solo había estado trabajando en el caso del asesinato del presidente Charles desde que se reincorporó a la fiscalía, también estuvo investigando sobre el Proyecto Geass. Bueno, técnicamente sobre Camelot. Estaba buscando algo (lo que sea) que le confiera la autoridad legal para acceder a las instalaciones del Proyecto Geass. No había tenido suerte.

No obstante, Suzaku había aprendido durante el trabajo que todo dejaba su rastro. Infirió que necesitaba ayuda y sabía a quién acudir para encontrar lo que necesitaba. Así pues, Suzaku fue a visitar al profesor Lloyd Asplund por la mañana una semana después de que Lelouch se convirtiera en un fugitivo. A esas horas, estaba en el Instituto de Investigaciones Científicas. El profesor Asplund lo recibió en su despacho. Aunque era un lugar de anchas dimensiones, no se sentía vacío. Estaba lleno de cachivaches y papeleo. Bien decían por ahí que un espacio privado es un reflejo de una mente. Lo que más llamativo era una pizarra acrílica rodante en que había colgado planos del Lancelot en los que había reescrito. Probablemente eran modificaciones. El profesor Asplund estaba por comer ya que no había podido desayunar en casa. De todos modos, bien podía prestarle unos minutos. Suzaku se disculpó por las molestias y le prometió ser breve. Fue al grano. Le explicó el motivo de su visita y le pidió ayuda. El profesor suspiró.

—No sé cómo lo puedo ayudar, fiscal. No sé de qué me está hablando. Esta es la primera vez en mi vida que escucho sobre un Proyecto Geass.

—Yo creo que sabe perfectamente de qué hablo. Me costaría creer que hubiera un laboratorio secreto de ingeniería genética y biotecnología debajo del Cuerpo de Ingenieros de Camelot y sus líderes lo ignoraran.

—¡Soy apenas un humilde supervisor! Mi verdadero trabajo es ser el director del Instituto de Investigaciones Científicas. De lunes a viernes, estoy encerrado en esta horrenda oficina trabajando desde las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde. Desde las seis de la tarde hasta la once de la noche, estoy en Camelot todas las semanas ocupado en desarrollar los Knightmares para descargar de mis hombros el peso de la responsabilidad administrativo —replicó, subiéndose los lentes al hueso nasal—: Rakshata es la directora de Camelot. ¿Por qué no habla con ella?

—Porque Rakshata no estuvo implicada en un caso de tráfico de embriones humanos y usted sí, profesor Asplund. La situación no trascendió porque la policía no pudo recopilar suficiente evidencia y, por consiguiente, el sistema no pudo juzgarlo culpable y tuvo que conformarse con sancionarlo por fraude y malversación de fondos gracias al buen trabajo de su abogada, la Sra. Marianne Lamperouge, que era entonces la líder del equipo legal de Britannia Corps. ¿Fue así que empezó a trabajar con la compañía o me equivoco?

La taza de café se detuvo a unos centímetros de los labios del profesor Asplund por los cuales cruzó una sonrisa ambigua. Bajó la taza.

—En aquella época, solía ser idealista y ambicioso. Tenía sueños de optimizar la raza humana y aportar a la sociedad. Era un joven científico con delirios de grandeza. Conforme pasaron los años y mejor conocía a los seres humanos, más me desilusionaban. Fue entonces que me mudé al departamento de las máquinas y no me he arrepentido. Las máquinas son racionales, infalibles y puras —puntualizó—. Por eso parezco que siempre estoy oliendo a mierda. Estoy profundamente asqueado de todo lo que me rodea —agregó el profesor Asplund y le dio un largo trago a su café. Comentó con aire pensativo—: usted debería entenderme. Es un fiscal. Muy a menudo se entrevista con la peor calaña de la sociedad.

—Sí, lo entiendo. Pero no comparto el sentimiento —declaró solemne—. En el mundo existe la maldad, el infortunio y la miseria. A diario suceden iniquidades que nos ponen los vellos de punto con solo pensar en ellas. Sin embargo, también existe la bondad, la gentileza y el amor. Creo que si el mundo se hunde en una oscuridad profunda, tenemos la obligación moral de hacer arder nuestra luz interior para que las personas que están perdidas en las tinieblas hallen el camino.

—Perdidas en las tinieblas... —repitió el profesor con aire meditabundo—. Por casualidad, ¿está refiriéndose a Lelouch vi Britannia?

—Me estoy refiriendo a todas las personas que han perdido la esperanza como yo, usted y especialmente él. No me he rendido con Lelouch, aunque parezca lo contrario. Le prometí que le demostraría que los hombres buenos existían y eso pienso hacer.

—¡Oh! ¿Todavía quedan hombres buenos en este mundo? —cuestionó mordaz.

—Así es. Fue precisamente un buen hombre el que me salvó de mí mismo: el comisionado Tohdoh. Y, como él, hay muchos más —afirmó con tesón—. Creo que mientras todavía haya hombres buenos en el mundo, no me faltará motivación para continuar peleando por ellos ni perderé la fe en la humanidad. Alguien tiene que erguirse como campeón en su nombre

—Y usted es ese campeón, ¿cierto? —observó el profesor, obstinado en su escepticismo. Suzaku alzó de hombros con humildad como si quisiera decir por qué no. El profesor reprimió una risita maliciosa—: dice cosas muy graciosas, fiscal Kururugi.

—¡Oh! ¡Y aún no he soltado mi mejor chiste! —replicó Suzaku evadiendo la pulla.

—¿Es que tiene más que decir?

—Sí. Igualmente estuve revisando las finanzas de Camelot, querido profesor. Me percaté que la factura eléctrica era especialmente alta. Equivalente a un edificio de veinte o treinta pisos.

—Eso tuvo que haber sido un increíble descubrimiento, teniendo en cuenta que estamos hablando de un cuerpo de ingeniería —enfatizó sarcástico. Sorbió su café ruidosamente.

—Un cuerpo de ingeniería cuyo propósito principal es construir Knightmares, según usted. O sea, una línea de robots humanoides cuya fuente de energía es la sakuradita. Un mineral. ¿Y le digo lo más rato? Generar tal volumen de electricidad es posible, si el edificio tuviera un sistema de refrigeración subterráneo y una gigantesca unidad de almacenamiento en frío.

—¿Nada más eso?

—No se haga el tonto conmigo, profesor. Yo estuve en ese laboratorio. Sé que la entrada está escondida en el hangar en donde almacenan los Knightmares. ¿Le gustaría que se lo demuestre?

—Supongo que tiene una orden judicial para hacer tal cosa —observó el profesor Asplund.

—¡Oh, pronto la tendré! Y entonces volveré con ella para que sea usted mismo quien abra la entrada del Proyecto Geass para mí y los policías que me acompañarán —aseguró él con seguridad—. Por el momento, me largaré. No estoy obteniendo nada aquí.

—De acuerdo, señor fiscal. Ahora, si perdona mi atrevimiento y es tan afable como dice que es, ¿podría sacar el pudín guardado ahí? —inquirió el profesor Asplund con su timbre de voz mecánica.

Suzaku enarcó las cejas atónito. No estaba seguro cómo responder a tal solicitud descarada. Sopesó negarse, pero terminó accedió. No le costaba hacerle este favor ni tenía intención de que le cogiera ojeriza. Quería ganárselo. Suzaku lanzó una mirada detrás del hombro y notó una mini nevera blanca. Se agachó y la abrió para buscar el pudín. De espaldas a Suzaku, el profesor Asplund sacó algo de uno de los cajones de su escritor sin despegar la vista del fiscal ni perder un solo minuto. Suzaku colocó sobre el escritorio el pudín de chocolate. El profesor Asplund le agradeció y se despidió del fiscal apretando su mano con las dos. En ese momento exacto, el profesor Asplund deslizó dentro de su palma lo que sea que extrajo. Suzaku sintió aquella cosa en su mano. Imaginó que era un papel por la textura. Se aguantó hasta estar afuera para verificar qué era. Suzaku abrió el puño en el pasillo. Se sentía como si estuviera en una película de espías en que debía cerciorarse que ninguna cámara estuviera grabándolo. En efecto, era un papel. En concreto, un folleto que promocionaba la Torre de Pendragón. Uno de los puntos de interés favoritos de los turistas y el mayor orgullo de los citadinos. El folleto estaba roto por la mitad, aunque notoriamente se reconocía la Torre de Pendragón. El profesor había garabateado algunos números en la cara trasera: una fecha y hora. Lo estaba citando para el fin de semana. Suzaku sonrió. Estaba cada vez más cerca de exponer la verdad. ¡Lo presentía!

Alguien más dentro del Proyecto Geass podía ayudarlo. Esa persona ya lo había hecho con anterioridad cuando él, el presidente Schneizel, Rolo y Kallen entraron por primera vez en el Proyecto Geass y no fue Cera. Según Lelouch, ella estuvo con él todo ese tiempo. Por lo que Cera no pudo abrir la entrada el Proyecto Geass al unísono. Suzaku la estudió en su momento. La puerta no se podía abrir ni cerrar sin una tarjeta de acceso y se abrió sola autorizando su pase. Otro evento extraño que valía la pena destacar era la salida de emergencia que estaba abierta para ellos cuando estaban huyendo. Por consiguiente, algún miembro del personal del Proyecto Geass que conocía su fortuita infiltración debió abrir la puerta. Suzaku estaba decidido a localizar a su misterioso aliado. Estaba seguro que sus deducciones fueron correctas con esto. Suzaku giró a la izquierda y se marchó satisfecho. No llegó a cruzarse con Nina que provenía del pasillo de la derecha.


En el ínterin, profesor Asplund se arrellanó en su silla reclinable de cuero. Los filántropos como el fiscal solían sacarlo de sus casillas. Los consideraba hipócritas e idealistas. Decían amar a los hombres, y, en realidad, amaban la idea que tenían sobre el hombre, el concepto de humanidad. Ninguno de esos filántropos conocía al hombre. Y el amor es comprensión, al menos desde el punto de vista del profesor Asplund. El fiscal Kururugi era consciente de la putrefacción del mundo y la crueldad de la humanidad. Había visto que estaba lleno de dolor inexorable y gente mala (el mismo profesor Asplund se veía a sí mismo horrible). Y, aun así, el fiscal Kururugi seguía creyendo en el hombre. No parecía ser una fe ciega, sino una fe deliberada. Como si su resolución se hubiera fortalecido aún más después de haber visto las peores partes de la humanidad. ¿Suzaku Kururugi era un tonto disfrazado de sabio o un sabio que aparentaba ser tonto? El profesor Asplund no estaba seguro.

Debía admitir que había algo admirable en la inquebrantable convicción y el espíritu noble del fiscal. El profesor se animó a extender su conversación en un lugar a salvo de los espías y lo dejaría intentar persuadirlo de darle una oportunidad a la humanidad. Dependiendo de su respuesta, el profesor le entregaría todo lo que necesitaba allí mismo. En fin. Las ganas de fumar lo estaban mordiendo en el trasero. El profesor Asplund se colocó en la boca un cigarrillo y lo encendió. Nina eligió ese instante para aparecer.

—¿Por qué Suzaku estaba aquí?

—Buenos días para ti también, Nina —saludó el profesor Asplund fumando—. ¡Ah, eso! El fiscal Kururugi estaba contándome algunas teorías conspirativas.

—Sobre el Proyecto Geass, ¿verdad?

—Sí. Bueno, no se le puede juzgar: la abogada Stadtfeld dejó caer esa bomba en el juicio del siglo. Es normal que los ciudadanos que no tengan nada qué hacer con sus vidas o que sus vidas les fastidia les siga dando vueltas. Es el tema candente de la actualidad. Pero tú no te preocupes. El fiscal no tiene más que el testimonio de la abogada Stadtfeld y algunas especulaciones —la tranquilizó él. En vano. Nina aún tenía los ojos extraviados. El profesor decidió estirar ese ceño fruncido desviando su atención—. ¿Y tú por qué estás aquí?

—¡Oh, yo…! —exclamó Nina regresando a sus sentidos—. Solamente vine a reportar que los embriones están listos

—¡Fascinante! El Armagedón está cerca —apostilló mordaz—. ¿Y por qué me lo reportas a mí? Es a la Sra. Marianne a quien debes rendir cuentas ¿o ya lo hiciste?

—No, aún no. Si bien es cierto que la Sra. Lohmeyer, quiero decir, la Sra. Marianne nos dio órdenes estrictas de guardar el secreto del presidente Schneizel, no creo correcto.

—¡Shhhh! Las paredes tienen oídos —reprochó el profesor Asplund y le dirigió una mirada solapada a la cámara posicionada inteligentemente en la esquina de su despacho. El miedo gusaneó el estómago de Nina. Se había olvidado de la cámara. Fue imprudente. El profesor reclamó su mirada dando unos golpecitos en el escritorio. Nina dio un respingo—. Escucha, el Proyecto Geass está atravesado por un cisma. Si no lo has hecho ya, escoge un bando y te aconsejo decantarte por el ganador y, cuando lo hagas, no me lo digas. Yo lo adivinaré.

No hacía falta que lo dijera. Nina ya se había percatado de la fractura en el orden interno del Proyecto Geass y, de hecho, sus oídos habían estado muy alerta a su alrededor. Varios de sus compañeros se habían puesto del lado del presidente Schneizel porque temían a su poder y las represalias que podía tomar si lo desafiaban. Ahora bien, un buen número de ellos continuaban leales a la Sra. Marianne. Nina había sido neutral hasta la fecha. Antes la situación no demandaba que tomara una posición. En la actualidad, sí. Nina había trabajado para el presidente y su amante desde su ingreso al Proyecto Geass. La señora Marianne era una mujer carismática, encantadora y oradora. Despertaba el deseo natural de seguimiento de todo líder nato. Al mismo tiempo, infundía un miedo indescriptible. La señora Marianne era un monstruo vestido con la piel de una mujer hermosa realmente. Por otro lado, Nina no quería traicionar al presidente Schneizel. Era lo más cercano que tenía a un amigo. ¿Qué debería de hacer? ¿Qué mano debía agarrar?


El presidente Schneizel no había ido a trabajar a la compañía los días sucesivos al tiroteo en el Palacio de Justicia. Por primera vez, el presidente se había quedado en su casa esperando estúpidamente noticias de su hermana por parte de la policía. Decimos «estúpidamente» porque tanto el lector como el presidente sabían que la policía no iba a encontrar a Lelouch. Él no se iba a dejar atrapar tan fácil. Pero el presidente no tenía espacio en su cabeza para otras cosas. Estaba abismado en el secuestro de la directora Cornelia, el milagroso escape de Lelouch, el atosigamiento de la policía y el fiscal Kururugi, el plan para deshacerse de una vez por todas de Marianne y el inminente aniversario de Britannia Corps. Irónicamente, el asunto menos urgente y la que más prolongada de la lista que Kanon estaba ocupándose. Pronto volveremos a este punto para explicarlo con lujo de detalle.

El abogado Waldstein estaba armando la defensa contra los seis cargos que la fiscalía estaba por levantarle, por su parte. Ya el fiscal Guilford había transferido el caso de Britannia Corps de las manos del fiscal Weinberg a las del recién rehabilitado fiscal Kururugi y se había puesto manos a la obra ipso facto. El abogado Waldstein finalmente había entendido la estrategia de Suzaku al divisar la conexión entre la operación encubierta del fiscal Guildford y el caso de Britannia Corps. El fiscal Weinberg en realidad no iba a encabezar el juicio. Tan solo era un señuelo. Siempre fue el caso del fiscal Kururugi. Él lo planificó con el objeto de recaudar evidencias de primera mano y, a la vez, despejar el camino para su designación como el fiscal de dicho caso. Así evitaría que el presidente Schneizel ordenara deshacerse de él como hacía cada vez que algún fiscal «problemático» investigaba a Britannia Corps. El fiscal Kururugi debía estar al tanto que el presidente Schneizel tenía tratos con algunos fiscales de alto rango. El presidente corroboró su teoría. Bueno, él se había dado cuenta desde el primer momento.

Paralelamente, Marianne tenía sus propias preocupaciones. El sorprendente testimonio de la abogada Stadtfeld había sacado el Proyecto Geass del anonimato antes de tiempo. Aunque la gente común no comprendía del todo a qué estaba refiriéndose Kallen ni los medios no le había prestado la suficiente importancia ni la fiscalía ni la policía habían tomado acciones, era cuestión de tiempo de que el Proyecto Geass estuviera bajo la lupa considerando quién era el fiscal que presidía el caso de Britannia Corps. Las cámaras del Proyecto Geass habían captado imágenes en movimiento del fiscal Kururugi el día que Lelouch se escabulló. Todo indicaba que había sido uno de los intrusos que invadió las instalaciones. Marianne temía precisamente que alguno de esos cargos que el fiscal Kururugi iba a presentar en el futuro involucrara al Proyecto Geass. Ella sabía que ni la ley ni el fiscal entenderían el propósito del Proyecto Geass. Ellos serían juzgados por todo lo que verían.

A juicio de Marianne, la solución radicaba en acabar con el fiscal, a la abogada y al sicario y dejar que el viento se llevara las palabras de la abogada Stadtfeld de la memoria de los ciudadanos de Pendragón. De tal manera, los indeseables que sabían sobre el Proyecto Geass serían enterrados con el secreto de su existencia. El abogado Waldstein se opuso con ahínco al plan sentenciándola excesiva e imprudente. Alegó que ya era de conocimiento público que la fiscalía iba a abrir una investigación contra Britannia Corps y, por lo tanto, la empujaría al ojo del huracán. Marianne se defendió de los ataques del abogado Waldstein argumentando que Britannia Corps siempre había estado en el ojo del huracán y el único error que habría en tal caso sería perdonar otro día de vida a los intrusos.

El presidente Schneizel se encontraba mareado con los dimes y diretes entre Marianne y el abogado Waldstein. Estaban en su estudio en la mansión. El presidente Schneizel los había convocado a ellos y a Minami para trazar un plan que les permitiera recuperar a Cornelia de las garras de Lelouch. En su lugar, el abogado Waldstein y Marianne se enzarzaron en una discusión en que malgastaban saliva y tiempo. Tiempo que no tenía su hermana. Minami, a su vez, no tomaba parte activa de la discusión. Estaba repantigado en el sofá contabilizando su dinero. Se veía que desearía estar en cualquier lado salvo allí. La indiferencia de Minami y el fragor de la discusión del abogado Waldstein y Marianne desesperaron al presidente.

—¡LELOUCH SECUESTRÓ A CORNELIA!

El rugido del presidente Schneizel restalló como fuego acallando a Marianne y al abogado Waldstein. Todavía en el estupor, balbuceó este último:

—La policía está haciendo todo lo que puede para localizarla…

—¿Y por qué no la han localizado ya?

La nota de tensión en la voz del presidente Schneizel previno al abogado que la respuesta no podía ser tan simple. La mirada acerada del presidente Schneizel lo desaconsejó de tratar de adivinar: le hizo entender al instante al abogado que equivocarse estaba prohibido. El hombre esperó nervioso que el presidente se contestara cuando…

—Porque no es tarea de la policía localizarla, sino la suya —intervino Minami.

—Exacto —confirmó. La aspereza de su tono raspó sus oídos—. ¿Cómo procedemos?

Técnicamente y por feo que sonara, los secuestros son transacciones comerciales ilegales. El secuestrador no retenía a nadie a no ser que estuviera seguro de su valor A tales efectos, el rehén debía tener el mismo o superar el valor del objeto de cambio. Solo entonces el secuestrador llamaba para establecer los términos del intercambio. Siendo así, ¿por qué su hermano no había contactado al presidente Schneizel, si tenía la mejor moneda de cambio: su querida hermana? Solamente se le ocurría una respuesta al abogado Waldstein: porque no era en verdad un secuestro. Cornelia no era una rehén que Lelouch tomó para garantizar su salida del Palacio de Justicia. Esa era una tapadera, ¿entonces por qué se la llevó? ¿La directora era un seguro de vida? Eso tendría más sentido, mas ¿era la única razón por la que el presidente Schneizel estaba tan inquieto? ¿O había algo más que él ignoraba? Sí, debía ser eso. Algo andaba mal aquí. El abogado Waldstein le participó al presidente sus dudas.

—Eso es exactamente lo que haremos. Soy un hombre de negocios y resolveré esto como un hombre de negocios: bajo mis propios términos en igualdad de condiciones —expresó—. Necesitamos una ventaja táctica sobre Lelouch para poder negociar. Por eso, vamos a traer aquí a la abogada Stadtfeld.

—¿A la abogada Stadtfeld? —repitió extrañado el abogado—. ¿Pero Lamperouge querrá ir a rescatarla después de que su testimonio lo condenara?

El presidente Schneizel le dio una mirada larga al abogado. Estuvo a punto de reprenderle por su ignorancia, pero aún tenía un átomo de mesura para dominar sus emociones.

—¡Oh no, abogado Waldstein! —se rio el presidente—. No lo desaprobaré por caer en los trucos de mi hermano. Es todo un experto. En su defensa, admitiré que ese fue uno de sus mejores engaños.

—¿Insinúa que Lamperouge planeó que la Srta. Stadtfeld lo traicionara?

—Eso es, abogado. Verá por usted mismo cómo la bravuconería de Lelouch se desvanece en cuanto se entere de que tenemos a la mujer que ama.

—No puede controlar a Lulú. Desengáñese, señor presidente. Mi hijo no es un esclavo de sus instintos primitivos —alardeó Marianne—. Él es una fuerza de la naturaleza: imparable.

—Incluso la feroz naturaleza se doblega ante el hombre y el hombre se doblega ante el amor. Y la historia más de una vez nos ha demostrado que la mujer suele ser la causa de la ruina de un hombre. Mi tío Víctor solía decirme eso.

Marianne contrajo los labios. Enfurruñada. El presidente Schneizel observó que ella iba a salir con una réplica y la atajó reencauzando la conversación a un punto anterior. Les dijo qué harían con el fiscal Kururugi. No tenían que pedirle a sus contactos en la fiscalía que sacaran a su exprotegido, podrían forzarlo a abandonar el caso sacando a la luz que mató a su padre. El abogado Waldstein mostró dudas de la efectividad del plan aduciendo a la falta de prueba y el presidente le aclaró que no era necesario, si lo hacían circular como rumor. En el momento que él estaba profundizando en los pormenores, entró Kanon y se inclinó sobre el oído del presidente Schneizel para comunicarle algo por lo bajo. Nina había venido a la mansión. Quería entrevistarse con el presidente. Kanon se vio obligado a rechazar su solicitud. Explicó que el presidente le había dado órdenes específicas de que no estaba para nadie. Así que Nina le reveló a Kanon lo que originalmente pensaba contarle al presidente Schneizel en persona. Nina no estaba segura si después tendría las agallas para confesar la verdad. Necesitaba expulsarla de su cuerpo cuanto antes. El presidente agradeció a Kanon la información. No se podía sentir si le sentó bien o mal. Su expresión era inescrutable.

—De acuerdo. Hemos concluido. Cuento con usted para recuperar a Cornelia, Sr. Minami. Retírense todos —ordenó. Minami asintió y se retiró, seguido por el abogado Waldstein—. Todos excepto usted, señora Marianne —la detuvo el presidente. La susodicha se giró y le sonrió con sorna—. Me gustaría que me aclarara qué ha estado tramando a mis espaldas.

—¡Maldición! Habría preferido que se mantuviera el secreto hasta después de tres semanas —se lamentó Marianne—. Todo lo que hice fue honrar la promesa que alguna vez le hice a mi osito. Él y yo nos prometimos el uno al otro que si algo nos sucedía a cualquiera de los dos durante la ejecución del plan el otro debía continuar.

—¿Qué plan?

—La Conexión a Ragnarök —gruñó ella. Continuó suavizando el tono ante la expresión de desaprobación de Kanon—. Mire, señor presidente, mi osito y yo decidimos traer a Lulú a las instalaciones secretas del Proyecto Geass porque ambos habíamos fijado que una vez que ganáramos las elecciones podríamos pasar a la tercera fase. Para ello, teníamos que someter a Lulú a una serie de pruebas, eliminar las células débiles de su sistema mediante descargas eléctricas y seguidamente extraer sus células para completar con éxito la segunda fase. Pudimos hacerlo. Lastimosamente, el proceso se interrumpió porque tú y los demás llegaron y C.C. liberó a Lulú. Yo conseguí convencerlo más adelante de que él me donara algunas células apelando al amor maternal.

—¿Y en qué consiste la tercera fase?

—Básicamente, consistía en poblar y llenar la tierra con la nueva raza de superhumanos concebidas en el Proyecto Geass. Me acuerdo que mi osito, Víctor y yo debatimos durante meses cómo íbamos a implementar la tercera fase. Nosotros solíamos concordar en todo, pero desde entonces se crearon divisiones. Víctor creía que la tecnología evolucionaría a tal grado de que pudiéramos usar úteros artificiales. Según Víctor, era el método más seguro ya que se evitaría poner en riesgo a los fetos y nos facilitaría el seguimiento del desarrollo embrionario, además de que podríamos producir miles de usuarios del Geass en el término de un año. Tenía tres puntos importantes. No lo negaré. Pero eso no quita que Víctor era un misántropo que se refugiaba en su imagen de hombre de ciencia. Yo, en cambio, apostaba por la madre naturaleza: quería que usáramos vientres de alquiler para producir los usuarios del Geass. Al margen del método que nos decantáramos, era menester que tuviéramos un usuario del Geass, al menos, para extraer sus mejores células, crear embriones a partir de ellas y clonarlas para engendrar un ejército de usuarios del Geass. Yo ofrecí rápidamente al bebé que en esa época albergaba en mi dulce vientre. Deseaba que mi pequeñín fuera el primer espécimen que instaurara un nuevo orden social y escribiera un nuevo capítulo en la historia de la humanidad. ¡Mi bebé, mi Lulú, sería acogido por diez millones de santos como el hijo de dios! —declaró sumergida en un frenesí. Kanon rodó los ojos. Pensaba que ella estaba fuera de sus cabales. Buscó la mirada del presidente Schneizel. Esperaba hallar escepticismo u horror. Empero él lucía interesado—. Mi proposición obtuvo el visto bueno de Charles y Víctor y quedé contenta. No había entrevisto las verdaderas intenciones de Víctor entonces. Él no lo concebía del mismo modo que yo. Planeaba deshacerse de Lulú tan pronto extrajera todo lo que necesitaba de él porque, para Víctor, mi bebé era otro de sus experimentos. Lo bueno fue que Charles no comulgaba con las ideas de Víctor y se puso de mi lado. Lógicamente. Lelouch era su hijo. Víctor se cabreó y montó un berrinche descomunal —refunfuñó Marianne. El ácido del resentimiento quemaba su boca haciéndola hablar atropelladamente—. Al final, Charles, Lulú y yo ganamos y Víctor murió.

—Ya veo —observó el presidente Schneizel apoyando la barbilla en la mano—. Agradezco que te hayas abierto ante mí y me hayas contado más sobre la Conexión a Ragnarök y el Proyecto Geass. En honor a la verdad, puedo más que expresar una profunda decepción por la actitud mezquina de mi tío. Siempre lo admiré por su inteligencia.

—El hipopituitarismo* que padecía Víctor atrofió su mente —comentó Marianne—. Jamás maduró a nivel emocional. Vivió toda la vida como un niño: egoísta, caprichoso y posesivo. Los niños son tan minúsculos que su mundo se reduce a ellos exclusivamente. No fue capaz de compartir a su hermano con nadie más.

—Eso tengo entendido.

De un momento a otro, ella se sentó encima del escritorio y se inclinó hacia el presidente. Estaba tan cerca de él que casi tocaba su rostro. El presidente se vio forzado a enderezarse. Kanon resopló. No por celos. Marianne no era el tipo de mujer que le gustara al presidente Schneizel. Sin mencionar que a él no le atraía las personas del sexo opuesto. Simplemente la desfachatez de Marianne lo estaba irritando.

—Bien, te he dicho lo que querías saber. Ahora, dame el nombre del soplón.

—¿Por qué?

—Porque es un soplón y merece ser castigado. ¿No lo crees?

—Cierto —afirmó el presidente—. Sin embargo, creo que debería ser yo quien administre el castigo ya que el soplón no solo le contó al señor Maldini sus maquinaciones, también se reunió con nuestro estimado amigo, el fiscal Kururugi.

Kanon arqueó una ceja. Anonadado. Miró al presidente Schneizel con gesto interrogante. «¿Qué estaba urdiendo? ¿Por qué le había mentido?».

—¡De eso nada! Yo soy la única fundadora del Proyecto Geass que queda con vida. Es mi deber anular las irregularidades —recalcó vivamente—. ¡Dime quién fue o mataré a todo el personal del Proyecto Geass!

—¡Cálmese! ¡Cálmese, por favor! No lo dice en serio. Le recuerdo que estamos hablando de las personas con las que ha trabajado codo con codo durante tantos años.

—¡Oh, sí! Muy en serio —corrigió con una sonrisa gatuna—. Los usuarios del Geass son hijos de dios. No deberían ser contaminados con rumores de que son creaciones científicas.

La paciencia de Kanon tocó su límite. Estaba harto de esta sarta de tonterías y desvaríos.

—¿Hijos de dios? —la encaró Kanon fijando en Marianne una mirada venenosa—. ¿Es que el difunto presidente Charles era un dios?

—Cariño, Charles creó una raza especial de humanos. Claro que es un dios —cacareó ella.

—Y si el presidente Charles es Dios y Lelouch es el mesías y, por extensión, es Cristo, ¿usted qué pinta aquí? ¡¿Es la Virgen María?!

—¡Kanon! —reprendió el presidente Schneizel endureciendo su voz de terciopelo.

Marianne rompió a carcajadas. La pulla de Kanon no la había ofendido, claramente.

—No soy nada más que una humilde mensajera de dios. Me conformo con ver a mi hijo y a Charles convertidos en dioses —repuso Marianne ya más calmada, se estaba enjugando las lágrimas que le colgaban en las comisuras de sus ojos—. Dudo que el presidente concuerde —añadió viendo al susodicho por el rabillo del ojo.

—Ahí es donde se equivoca, señora Marianne. Coincido con su punto de vista. Creo que mi hermano tiene más madera de líder espiritual que de empresario y socialité. A Lelouch no le gusta el estilo de vida de la alta sociedad. Casi nadie se ha percatado porque lo disimuló bien —rebatió—. Por lo demás, le daré el nombre del soplón, si me promete no lastimarlo.

—¡Aj! ¡Aguafiestas! Pero, bueno, si esa es la condición que impones, te doy mi palabra. ¿Satisfecho?

—De todo corazón —celebró el presidente de buen humor—. De acuerdo. Lloyd Asplund es el nombre que quiere.

Marianne vaciló por un intervalo en el que cabía una eternidad. Cuando Kanon comenzaba a suponer que ella había descubierto la mentira, de improviso una sonrisa torció sus labios y relajó sus rígidos rasgos y anunció animadamente:

—¡Gracias! Prometo que le impartiré un castigo adecuado.

Marianne se fue. Kanon esperó que el taconeo disminuyera para interpelar al presidente.

—¡¿Por qué le das ese poder Marianne?! ¡¿No te das cuenta que esa perra está loca?!

—Desde luego que me doy cuenta. Solo me parece que la podemos utilizar —se justificó el presidente con perfecta calma.

—Así que quieres que ella haga el trabajo sucio. Ya veo, pero ¿por qué le mentiste dando el nombre del profesor Asplund y no el de Nina? ¿Estás cuidando a tu protegida, acaso?

—Porque Nina nos acaba de hacer un favor y no me parece justo que su vida sea cortada luego de brindarme semejante muestra de lealtad. Además, a menos que te haya entendido mal, el fiscal Kururugi no fue a ver a Nina, sino al profesor Asplund y ya oíste a Marianne: quiere eliminar a todos los involucrados del Proyecto Geass, de modo que tarde o temprano todos morirán, ¿qué más da el orden en que caigan?

—A ese ritmo, la señora Marianne será la única que quede del viejo personal del Proyecto Geass…

—No por mucho. Eventualmente también caerá con ellos.

—Ya, lo mismo pensaste de Luciano Bradley. Estabas seguro de que podías controlarlo y deshacerte de él cuando fuera un problema y nos resultó un auténtico dolor de cabeza. Perdóname que te lo diga.

—La diferencia entre Marianne y Luciano es que él era un agente del caos. Un perro fiel a sus propios intereses, inestable y sin correa. Marianne, no. Ella tiene un talón de Aquiles.

—¿Lelouch?

—Sí. Sospecho que ella mató a mi tío Víctor por él —confirmó el presidente—. La versión oficial fue que murió por esa enfermedad extraña que ha aquejado a la familia Britannia por generaciones. Tú y yo sabemos que dicha enfermedad es una tapadera de la familia para matarse los unos a los otros sin despertar sospechas. Yo ya imaginaba que algún pariente lo había matado. Tenía a varios candidatos y ninguna certeza, hasta ahora que reuní todas las piezas del rompecabezas y puedo ver el panorama completo y es lógico que haya sido ella. El amor maternal no conoce límites. Si así Dios lo estableció, quizás Lelouch la asesine. ¡Quién sabe! La cuestión es que Marianne debe morir tarde o temprano. De lo contrario, el Proyecto Geass no será mío del todo… —indicó el presidente tamborileando con los dedos los brazos de su sillón. Ahí otra vez él estaba monologando. A Kanon no le agradaba que hablara consigo mismo en su presencia. Sentía que se olvidaba que estaba con él. Kanon se dispuso a irse, cuando el presidente soltó casualmente—: sabes jamás tuve problemas con compartir mis cosas con mis hermanos o la gente, pero el Proyecto Geass es distinto.

—¿En qué sentido?

—En varios sentidos, Kanon.

El presidente Schneizel le ofreció una sonrisa conspiradora que invitaba a Kanon a sonreír también. Igual que dos niños cómplices que estaban a punto de llevar a cabo una travesura. Por primera vez, su amante no le siguió el juego. Estaba dándole vueltas a las palabras del presidente. Solamente en una cosa se equivocaba. En realidad, sí existía una enfermedad que corroía a los Britannia. La megalomanía corría por sus venas, difundiéndose así por todo su sistema moral durmiendo los buenos impulsos y acuciando los malos. No era tan evidente porque en la superficie las personas perciben grandeza. Pocos saben que la locura y la grandeza son dos caras de una misma moneda. A Kanon no le gustaba la ambición que brillaba en los ojos del presidente y cuanto más profundizaba en el Proyecto Geass, menos quería saber. Honestamente, prefería que el presidente se desmarcara del Proyecto Geass. Tanto mejor si lo destruía. Todo lo que había oído sobre el Proyecto Geass y la Conexión a Ragnarök le daba mala espina. Lastimosamente, su amante estaba metido de lleno en el Proyecto Geass y lo peor de todo era que se entusiasmaba cada vez más, en lugar de lograr el efecto inverso. Kanon no sabía cómo socavar sus ánimos ni hacerle ver la monstruosidad del Proyecto Geass. No había planteado antes el tema porque temía que su amante le restara importancia o le prohibiera sacarlo nuevamente. «¡No! ¡Schneizel no está loco! La locura de los Britannia es una superstición inventada por los malintencionados para estigmatizar a los Britannia», intentaba convencerse el asistente. «¿De veras? ¿Te parece que la locura del presidente Charles, Víctor zi Britannia o Lelouch vi Britannia es un invento?», cuestionaba una voz en su cabeza. En su fuero interno, imploraba que no tuviera que preocuparse por eso en el futuro.


Este mismo día, Kallen estaba de regreso en el polígono de tiro practicando. Lelouch había cumplido su parte del trato que hicieron enseñándole a disparar. Él la llevó al polígono de tiro dos semanas luego de asumir el apellido Britannia y, por consiguiente, los privilegios y las responsabilidades que le correspondía. Puso una docena de armas en el mostrador y dejó a Kallen elegir. La pelirroja paseó sus manos por los diferentes modelos y se decantó por una Baretta 92 F. Lelouch sacó una caja de bajas. Levantó una silueta entera marcada con círculos y la sujetó a la línea. Pulsó un botón. La silueta se distanció de ellos varios metros, se detuvo y quedó suspendida. Lelouch le mostró cómo debía cargar y empuñar la pistola. Sus movimientos seguros y estudiados exudaban experiencia. Kallen le preguntó intrigada desde cuándo sabía disparar; Lelouch le respondió que aprendió en su adolescencia. Añadió que en ese momento estaba planeando su venganza y creyó que adquirir esa habilidad sería útil. Consecutivamente, le permitió a su amante sostenerla. Kallen sopesó con curiosidad el arma pasándola de una mano a otra. Ya había cargado una pistola antes durante la aparición de Zero en medio de la conferencia del reportero Diethard Ried. Salvo que en esa ocasión no estaba pensando que esa era la primera vez que encañonaba una pistola, tampoco estuvo consciente del peso de la misma.

—¿Cómo la sientes?

—Es sorprendentemente pesada.

—Todas las decisiones son pesadas —había respondido con severidad—. Cada cuando que vayas a disparar, ten en mente que estás tomando una decisión

Lelouch extendió la palma hacia arriba. Retrajo y estiró los dedos una y otra vez. Kallen le entregó el arma. Lelouch realizó una pequeña presentación. Disparó con una precisión brutal en la pierna y el medio de los ojos de la silueta. Bien pudo hacerlo rápido. Pero optó por ir despacio. El punto era que ella aprendiera.

—La mayoría de los blancos con los que te toparás estarán en movimiento. Algunos estarán armados. Te aconsejo desestabilizarlos. El primer tiro es para sorprenderlos. El segundo tiro es para matarlos o, en su defecto, inmovilizarlos, que es lo que tú harás. No olvides que accedí a enseñarte para que pudieras defenderte por si estuvieras en una situación en que tus puños y tus pies no pueden dar batalla.

—Gracias. ¿Algún otro consejo?

—Sí: a la hora de disparar, son más importantes la precisión y la velocidad que la cantidad.

Lelouch expulsó el cargador, lo revisó y lo volvió a introducir con desenvoltura y prontitud, como todo un profesional. Le sonrió a Kallen al notar por el rabillo del ojo que su amante lo estaba viendo con admiración. Kallen lo encontró sexy. «¡No! No es hora de pensar en eso, Kallen. Concéntrate». Lelouch le devolvió la pistola. Kallen se situó frente del blanco y disparó. La silueta de papel se desgarró un centímetro a la derecha del torso. No obstante, ella no estaba pendiente de eso. Estaba ensimismada en la vibración de sus manos, en las palpitaciones aceleradas de su corazón y en el retumbe de las paredes de concreto. Eso había sido realmente estimulante.

—¡Hazlo otra vez! —le había ordenado Lelouch con rigidez.

Lelouch se sentía cómodo en su terreno. Aquí destacaba. No como en sus sesiones privadas de defensa personal en donde Kallen trapeaba el piso con su culo. Incluso si sabía que las primeras sesiones eran difíciles y estaba aprendiendo, a Lelouch lo perseguía la sensación de que hacía el ridículo ante su amante. Kallen abrió fuego contra la pobre silueta de papel. Algunos tiros dieron fuera. Otros perforaron el hombro, el pecho y la ingle. Ella lo volvió a intentar. Expulsó el cargador, revisó las balas, quitó el seguro, accionó la corredera, metió el cargador nuevamente y descargó todas las balas sobre la silueta. Entretanto, Lelouch repitió sus lecciones y le enseñó cómo evitar los errores de novato. Estaba versando de los modelos de pistola que había y cuál le recomendaba adquirir en el momento en que Kallen le robó un beso. Se sintió divino. Aún más después de ver su adorable expresión en shock.

—Hazlo otra vez —le había ordenado Lelouch en un ronroneo.

Kallen soltó una risa tonta, lo haló de la corbata traviesamente y lo condujo al baño donde hicieron el amor. Fue rápido, excitante y rudo. Como disparar. Con la única distinción de que el sexo fue más divertido. Kallen no disparó más aquel día. Pero retornó cada semana a la galería sola a fin de afinar su puntería. Pensaba que si seguía siendo constante mejoraría paulatinamente. Kallen se propuso disparar en la pierna derecha de la silueta ese día. Abrió algunos orificios en la rodilla y el espacio entre las piernas. Kallen cargó la pistola tal como le había enseñado Lelouch y lo intentó e intentó hasta que agujereó dos veces la espinilla. Dio por terminada la práctica y decidió almorzar en un restaurante japonés.

En el pasado, para la hora del almuerzo, Kallen se iba con el personal del bufete a comer en algún restaurante o almorzaban dentro de la firma. A veces ordenaban una pizza o Lelouch preparaba algo casero. En el presente, la hora del almuerzo era la más solitaria, puesto que Tamaki, Urabe y Cera estaban muertos, Minami y los otros gánsteres cambiaron sus lealtades, Suzaku se reincorporó en la fiscalía, Rolo no se había presentado en el bufete desde hace semanas y Lelouch era un prófugo de la justicia. Holgaba decir que él tampoco comió con ellos en su estancia en Britannia Corps. Kallen estaba dirigiendo el bufete sola y la única razón por la que regresaba a ese lugar era porque en su casa se sentía el doble de peor. De alguna forma, el apartamento todavía estaba impregnado la esencia de Lelouch en todas partes, aun cuando ya había dejado de vivir allí. Esto acentuaba la angustia de Kallen. Había noches que Kallen solo conseguía dormir abrazada a su ropa que seguía oliendo a su colonia. Lo quería desterrar de su vida y, simultáneamente, lo quería devuelta en ella. Era como si debajo de su seno izquierdo tuviera abierta una herida donde salía un hilo rojo que la unía a Lelouch y dicho hilo se estiraba y se encogía cada tanto, alejándola y acercándola a Lelouch, mientras apretujaba su corazón.

Por todo eso, a Kallen se le dificultaba trabajar en casa y se escapaba al bufete. Allí la soledad era más densa, pero podía concentrarse en el caso en el que estaba que no era otro más que el trámite de herencia de la viuda del director Clovis. Originalmente, era una demanda de divorcio y se transformó en un caso de herencia debido al abrupto asesinato de Clovis. En este particular, sería relativamente sencillo ya que Clovis no llegó a elaborar testamento, el matrimonio no tuvo hijos y los padres de Clovis estaban muertos. Por ley, la feliz viuda era la heredera universal. A no ser que Cornelia y Schneizel protestaran, la viuda heredaba todos sus bienes, por lo que el papel de Kallen se limitaba a acompañarla durante el proceso legal y ella ya había pagado un adelanto.

Kallen lo invirtió en un nuevo tatuaje. Antaño le apetecía tatuarse de nuevo. Pese a que Kallen pensó deliberadamente qué iba a tatuarse la primera vez, no había dejado de ser un impulso que la condujo a la tienda. Quería planificar mejor esta segunda vez. A final de cuentas, ella antes era una chica impulsiva. Ahora era una mujer madura. Nada más la contuvo el hecho de que no sabía con exactitud de qué, hasta hace poco que tuvo una idea. Se tatuó una bella flor de loto blanca de ocho pétalos* en la parte baja de la espalda. Kallen hubiera preferido hacérselo en un lugar visible en que pudiera exhibirlo con orgullo. Sin embargo, en pleno 2028 persistían los prejuicios contra los abogados con tatuajes y piercings. Motivo por el cual Kallen tenía que quitarse el piercing industrial cuando trabajaba. No se preocupaba demasiado por el otro tatuaje ya que sus blusas lo cubrían. La pelirroja estaba consciente de que era un imán de problemas. No quería atraer más. Por lo menos, en su closet ella tenía varias ombligueras y tops para usar al salir del trabajo.

Fuera de eso, Kallen no tenía más que hacer. De hecho, se hubiera sentido completamente a la deriva, sino fuera porque tenía dos asuntos pendientes. Suzaku demostró tener razón: el autor del vídeo viral de Luciano Bradley publicó una serie de vídeos en que la estrella del mismo expuso diversos secretos de Britannia Corps. Incluyendo el lugar donde enterraban las personas que el presidente de turno quería que se desvanecieran de la faz de la tierra. Tanto Kallen como Suzaku deducían que en ese sitio igual estaban sepultados los famosos desaparecidos de Pendragón, aunque Bradley no lo dijo explícitamente. En cualquier caso, la policía estaba investigando. El análisis audiovisual del vídeo arrojó luz sobre el paradero de Luciano Bradley: estaba en un almacén en el viejo muelle. Para sorpresa de nadie, el almacén había sido reducido a un puñado de cenizas y no había rastros de Luciano Bradley por ningún lado cuando la policía llegó. La configuración del escenario insinuaba que el infame vampiro de Britannia sufrió el mismo destino que los vampiros hollywoodenses: destruido por la luz. Puede que existiera en el mundo real la justicia poética y no fuera cosa de la ficción. El fiscal estaba ejerciendo presión en el departamento de policía para que siguieran con la investigación. Su insistencia había dado frutos y ya estaban buscando los cadáveres que hizo alusión Bradley.

La pelirroja estaba hecha un manojo de nervios. Si su hermano había sido asesinado por Marianne, probablemente estaría en aquel cementerio. Ansiaba tener noticias de Naoto, por un lado. Su corazón deseaba exasperadamente ponerle punto final al viacrucis que había aguantado por diecisiete años, pues, si bien Lelouch había confirmado su muerte, en el fondo ya sabía la verdad. Y, por eso mismo, Kallen no quería que lo hallaran. Ello suponía afrontar otro proceso de duelo. Ya había tenido que despedir a Shirley, Cera y su propia madre una tras otra en un lapso muy corto. No quería sumar otra muerte. El segundo asunto que debía tachar de su lista de tareas atañía a Zero. Necesitaba limpiar su nombre. Seguía siendo un misterio cómo lo conseguiría. Por otro lado, si Suzaku estaba en lo cierto, debía vigilar a la líder del sindicato, Tianzi. Lelouch dejó desprotegido al exvicepresidente Kirihara y Britannia Corps lo mató. No repetiría ese error con Tianzi. Recientemente ella la había llamado para advertirle de una posible reunión con el asistente del presidente Schneizel. Le pidió que la contactara al instante que sucediera y, por ahora, su celular estaba tranquilo en su bolso.

Kallen casi se arrepintió de almorzar fuera. Podía sentir la intensa curiosidad de las miradas de los demás comensales posándose sobre ella, tan pronto se sentó en una de las mesas. Se había acostumbrado medianamente a ser el objeto del interés público desde que salía con el presidente Lelouch, cuyo verdadero linaje fue sacado a relucir por los medios. Pero esta vez era diferente. Todos sabían que había testificado en contra de Lelouch. En sus semblantes estaban impresos los mismos rasgos de lástima que aparecían cada vez que cuchicheaban sobre Euphemia, la incauta y simpática heredera que había sido seducida por su malvado hermano. La contrariaban. «Kallen, ignora a esos imbéciles que se entrometen en donde no los llaman y come», se dijo. Kallen ordenó rollos de sushi y ensalada de salmón ahumado. Los restaurantes japoneses de occidente no tenían la misma sazón que la comida japonesa autóctona, igual tenían su propio encanto y a Kallen le gustaba. El almuerzo estaba rico. Sin embargo, no lo estaba disfrutando como debería. Era como si fuera un robot que estaba en piloto automático. ¿Qué sucedía con ella? Inopinadamente, alguien puso su plato de comida delante de ella. Kallen alzó la mirada estupefacta y divisó a una Kaguya bien trajeada.

—¡Hola, hola! ¿Te molesta si me siento a comer?

—¡Señorita Sumeragi! ¿Qué está haciendo aquí?

—Pues vi a mi abogada sénior favorita comiendo solita y quise hacerle compañía —indicó mientras separaba los palillos de un tirón.

—¿Abogada sénior? ¡Oh! ¡Pero, ¿eso quiere decir que eres…?!

—¿Abogada? ¡Sí, lo soy! —admitió alegre—. ¿Por qué otra razón me afiliaría tantas veces al panel del jurado, si no tuviera un interés genuino por la ley? Me parece que te conté una de las pocas veces que nos vimos que estudiaba en la universidad.

—¡Es cierto! No sé por qué no hice la conexión. Bueno, ¡enhorabuena! —la felicitó Kallen, sonriente—. ¿Y cuándo te graduaste?

—Gracias, pues me gradué hace dos meses y comencé a trabajar en un bufete unas semanas atrás. ¡Soy un pollito aún! ¡Tengo mucho que aprender para ser tan buena como mi abogada sénior!

—¡Uhm! No soy abogada sénior aún. Soy middle —puntualizó Kallen con timidez.

—Igual sigues doblándome en experiencia, habilidades y conocimientos académicos. Si no estás muy ocupada, ¿de casualidad tienes algún consejo para darle a esta humilde kõhai?

—No estoy tan ocupada como crees… —insinuó Kallen con nerviosismo.

—¿Ah, sí? ¿Lo dices en serio? ¿Y eso por qué?

—Porque solo estoy trabajando en un caso y…

—¿Solo en un caso? ¡Yo pensaba que les llovía casos! ¿Algo no anda bien en el bufete?

—No exactamente, aunque, ahora que lo mencionas, pues, estoy considerando cerrarlo.

—¡Oh, no! ¡¿Por qué?!

—Porque estoy encargándome yo sola de todo y es mucho trabajo…

—¿Tú sola? ¿Qué pasó con el resto del personal? —preguntó Kaguya—. Estoy segura de que había gente más cuando fui.

—De un u otro modo, todos se fueron. Los investigadores de la firma se marcharon por diferencias con el anterior director. Cera, mi secretaria legal, se desvaneció en el aire. Rolo, el otro secretario, se marchó también sin decir una palabra. Suzaku, que era el último socio del bufete, fue reasignado en la fiscalía. Y Lelouch, bueno, creo que ya lo sabes… —la voz de Kallen se apagó y su rostro se ensombreció—. Además, quiero cerrarlo porque no estoy pasando por un buen momento.

—¿Es por Lelouch? —observó Kaguya juntando las cejas. Kallen no tuvo que responderle. Su silencio lo decía todo—. ¡Oh, cuánto lo siento! Vi algunas de las fotos que los paparazzis les tomaron en sus citas. ¡Lucían tan felices y enamorados! No te mentiré: me contenté mucho por los dos. Sabía que yo no había alucinado esa alta tensión sexual entre ustedes la otra vez que los pillé juntos en el juzgado. ¿Quieres hablar de ello o estaría salando la herida?

La verdad, estaría echando más que sal en la herida. Empero tenía una necesidad tremenda de hablar de su relación hasta gastar el tema. No había tenido suficiente con Suzaku. Así que Kallen le contó sin entrar en detalles de la desaparición de su hermano, el supuesto asesinato de Marianne, la paraplejía de Nunnally, su asociación con Lelouch para derribar a Britannia Corps y la omisión de Lelouch que desembocó en la gran pelea que llevó a Kallen a tomar una pausa. El asunto removió algo dentro de Kallen. Era como si no hubiera pasado el tiempo. Kaguya notó en el acto el dolor de Kallen. Le deslizó su servilleta al tiempo que apartaba la mirada para evitarle el bochorno. Kallen le mostró su gratitud y limpió sus ojos preñados de lágrimas con la servilleta. De verdad agradecía que la joven Sumeragi fuera tan inteligente. Se ahorraba decirle o explicar ciertas cosas para que se hiciera una idea. Tenía la corazonada de que Kaguya ya infería por qué estaba sola y triste y se había acercado para corroborar sus suposiciones. Kaguya se aguantó que la pelirroja concluyera su relato para hacerle algunas de las preguntas que le surgieron.

—¿Indagaste por qué te ocultó tal información?

—Sí. Me dijo que fue porque temía que tomara venganza —respondió con un mohín.

—¿Y no le creíste?

—¡No es eso! —chilló Kallen—. ¡La cuestión es que no tenía que ocultármelo bajo ningún concepto! Lelouch sabía cuán importante era para mí desentrañar la verdad en torno a la desaparición de mi hermano. ¡Da igual el motivo que pudo tener!

—No es igual porque siempre habrá comportamientos inadecuados en una relación. Los seres humanos somos defectuosos y no podemos evitar meter la pata. No obstante, cuando no consideramos la motivación y nos quedamos con el comportamiento, fallamos en ver a la persona y es ahí en donde erramos en todos los sentidos —declaró ella con neutralidad. El razonamiento de Kaguya dejó a Kallen boquiabierta—. Esta verdad no solo te incumbía a ti, también a él. Ni más ni menos que su propia madre asesinó al hermano de la mujer que ama. No debió ser sencillo procesar eso. Apuesto a que el secreto lo estuvo atormentando. De manera involuntaria, él se volvió cómplice del siniestro.

A buena hora, Kallen recordó que Lelouch era constantemente asaltado por las pesadillas en la noche, así como sufría de insomnio. Signo inequívoco de la consciencia intranquila de un pecador. Kallen lo había atribuido a asesinatos y antiguos errores que no podía reparar ni ofrecer disculpas. No imaginó ni por un instante que podía ser por un secreto inconfesable.

—Siendo así, ¡¿por qué no me dijo eso?! —exclamó—. ¡Todo lo que dijo que fue porque no quería que me vengara!

—Quizás le daba vergüenza o pensó que te sonaría a una excusa y, por ende, no valía la pena mencionarlo. Tú dijiste que estaba al tanto de la importancia de este asunto para ti. Me parece que Lelouch era capaz de ver a través de las personas y, a partir de sus deducciones, tomaba una línea de acción. De igual modo, estoy especulando. Él es quien sabe la verdad y tú estabas en tu derecho de mandarlo a la mierda. Independientemente de la causa, Lelouch traicionó tu confianza y está bien si no vuelves a creer en él. No siempre el por qué cambia el resultado.

—Gracias —susurró Kallen y entrevió la bandeja de comida vacía. Había estado charlando tan despreocupadamente mientras comía que no se había percatado que había terminado—. Odio cortar nuestra plática aquí, pero…

—¡Oh, no! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Está bien! Entiendo que tienes cosas qué hacer. Adelante. Me encantó almorzar contigo —aseguró—. Una cosa más, abogada Stadtfeld. Pospón el cierre del bufete y medita tu decisión. A pesar de que soy partidaria de la idea de que las mujeres sean dueñas de su propio negocio, si de veras no te sientes cómoda liderando un bufete y te gusta el trabajo en equipo, ven al estudio jurídico donde estoy. Tengo la absoluta certeza de que te contratarían sin mi recomendación.

Kaguya sacó su cartera y le entregó una tarjeta del bufete. Kallen la agarró y la leyó.

—No te deprimas ante los contratiempos. Verás que tienes la fortaleza para sobrevivir a ellos en tu interior. ¡Ánimo! —agregó alzando el puño con actitud vigorosa.

—Gracias —repitió sonriendo apenas—. La verdad es que me asombra que seas abogada. Por tu carisma, pensaba que estudiabas ciencias políticas.

—¡Shhh! No reveles mis planes futuros en voz alta —sermoneó Kaguya. Le guiñó un ojo—. Vete con cuidado ¡y, por cierto, qué bonito collar tienes!

Kallen se tocó el dije de corazón que descansaba sobre su pecho. Asintió. Instintivamente, sus pies encaminaron a Kallen hacia la papelera donde pudo desechar el vaso y los envases de plástico. Colocó arriba de la papelera la bandeja y continuó su itinerario hasta la salida, mas se detuvo. Estaba olvidándose algo. Se giró sobre sus rodillas.

—Kaguya, piensa en el tipo de abogada que quieres convertirse: una abogada ganadora con los bolsillos llenos o una abogada perdedora que protege a los desvalidos. Reflexiona en ello y evitarás dilemas morales y conflictos internos en el futuro. Es mi consejo para ti.

—¡Te agradezco el consejo! —sonrió Kaguya—. Aunque, senpai, no es por contradecirte, pero ¿acaso un abogado que defiende las causas humanitarias no es también su propia especie de abogado ganador? Quiero decir, sé que un abogado activista no es un ganador en el sentido convencional del término. Con todo, me conforta que en el mundo hay abogados que tienen en mente a quienes sirven. De por sí ya abundan abogados corruptos como Jeremiah Gottwald y abogados oportunistas como Lelouch Lamperouge. Pero pocos son como Kallen Stadtfeld y esa es la clase que más necesitamos. En lo personal, encuentro inspirador la pasión con que asisten a sus clientes y el compromiso que muestran con sus casos. Esa es la razón por la que yo opino que eres una buena abogada. Tómatelo como un cumplido, Kallen. No es mi intención ofenderte. No creo que seas perdedora.

—No me ofende. Yo… Tú tienes toda la razón —balbuceó Kallen pensativa—. No lo había visto de esa manera.

—Nunca es tarde para hacerlo —alentó Kaguya.

Kallen le devolvió la sonrisa y salió del restaurante. Echó otro vistazo a la tarjeta que le había obsequiado Kaguya. No reconocía el nombre del bufete. Por el tipo de material de la tarjeta, se atrevía a suponer que era una firma prestigiosa. Kaguya era una chica rica. Debía tener sus contactos. La oferta laboral hizo que Kallen volviera la vista al pasado. A decir verdad, esa no había sido la primera. El mismo día que Suzaku la descubrió en la parada del autobús sola y llorando, le había propuesto que se viniera a la fiscalía consigo. No era que no consideraba que ella no era capaz de estar al mando del bufete. Simplemente él estaba consciente de que dejaba Kallen sola al marcharse y lo conmovía verla en tal situación. Ella le prometió a él consultarlo con la almohada, para su propio desconcierto. En el pasado se habría reído en su cara sin dudar. Pero algo había cambiado ahora. Kallen decidió estudiar leyes para abogar por los desamparados y combatir la injusticia. Cautivador. Lástima que aquel negocio no fuera lucrativos ni exitoso. A veces se dictaban veredictos erróneos en la corte, sino es que los juicios estaban arreglados. Por no hablar de que no todas las ocasiones le tocaría estar del lado correcto de la ley. Ante eso, ella solo podía resignarse mansamente o podía seguir su propio sentido de la justicia y echar mano a los medios necesarios para lograr los resultados que quería, con el riesgo de que sucediera algo semejante al juicio del Dr. Asprius. Tal como hacía Lelouch. Esto era lo que había aprendido en su breve periodo trabajando con él. Siendo fiscal, no tendría que sacrificar su moral o su ética profesional por su deber. Podría ser como Suzaku. Una fiscal compasiva que trabajaba con la ley para hacer de la ciudad un mejor lugar. Entonces, ¿se adaptaba mejor a fiscal? Técnicamente, su hermano nunca le había pedido que fuera abogada. Él solo quería que usara la fuerza para proteger a los indefensos. Fue ella que le dio esa interpretación a sus palabras. Fue por su propio deseo que se convirtió en abogada porque sentía que era la mejor forma de honrar su promesa y Kallen pensaba que hacía más por las personas como Zero que como abogada, tristemente. Por alguna razón, Kallen no quería renunciar.

—¿Qué debo hacer? ¿Me mudo a la fiscalía con Suzaku? ¿O me voy al bufete donde está Kaguya y pido trabajo? ¿O me quedo en la firma y la dirijo yo? —se preguntaba Kallen. Bufó con fuerza—. ¡Ojalá fuera como en las películas y el destino me enviara una señal!

Y una señal llegó. No la que Kallen hubiera querido. Aprovechando que estaba distraída, los matones del presidente la apresaron, la sedaron con cloroformo y se la llevaron.


Si Lelouch tuviera que calificar la semana, usaría dos adjetivos: «vertiginosa» y «agitada».

Pasar de ser sospechoso a fugitivo no fue el único cambio que Lelouch había afrontado desde que huyó de pleno juicio. Por cortesía del fiscal Kururugi y el comisionado Tohdoh, también se había convertido en un enemigo público, lo que dificultó su movilización por la ciudad. Su cara estaba por doquier. En cada televisor y en cada celular, Lelouch se veía a sí mismo. No era la manera que alguien querría para alcanzar la fama. Además, por orden del comisionado habían sido reforzadas las medidas de seguridad. En consecuencia, Lelouch sentía que era un ratón que corría de una punta de la ciudad a la otra en la búsqueda de una alcantarilla en la cual meterse. Para más remate, Cornelia no había puesto de su parte para amenizar las cosas. Comparada con Luciano Bradley, ella era una chinche en el zapato.

Ya Cornelia había tratado de darse a la fuga. Lelouch estaba contando con que lo hiciera y se habría desilusionado un poco si lo hubiera dejado esperando. Por eso, había tomado las precauciones pertinentes. Primero que nada, ordenó a Rolo amarrar con fuerza sus tobillos y sus muñecas. De esta guisa, Cornelia quedaría inmóvil, al punto de que había que darle de comer en la boca. Sorprendentemente, aquello no logró quebrar el espíritu de la directora Cornelia. Por dar unos ejemplos, la vez que pateó la bandeja de comida que le llevó Rolo y cuando escupió en Lelouch un bocado que le dio. En esa ocasión, Lelouch se limpió el resto de comida de su rostro tranquilamente y le dijo que no le molestaba que no comiera porque así perdería toda su fuerza y sería más fácil doblegarla. Cornelia pareció meditar sobre sus palabras ya que al día siguiente comió todo lo que le trajeron sin protestar ni rebelarse. Pero fue entonces que intentó escapar por la noche, aprovechando que Lelouch había bajado para comer algún tentempié y Rolo estaba distraído grabándose en el teléfono. Cornelia rompió intencionadamente su muñeca y sus dedos para que su mano pudiera deslizarse con holgura a través de las apretadas cuerdas como mantequilla. Lelouch supuso que ello debió ser una decisión dura y calculada al ver los dedos y la propia mano caídos. Le recordó un títere que aguardaba que tiraran de sus hilos para moverse.

La situación era molesta, ¿para qué mentir? Lelouch se sintió tentado a someterla mediante la violencia (aun si no lo expresó verbalmente). Cualquier secuestrador en su posición lo habría hecho. Pero él se abstuvo de recurrir a la fuerza y al Geass. Con quien él no dudó en utilizarlo, en cambio, fue con el personal del hotel donde se estaban hospedando. Cornelia pudo constatar que el personal estaba confabulado con Lelouch, cuando pidió auxilio a una mucama y ella lo contactó a él. Demás está decir que así Lelouch frustró su escabullida. Él había moderado bastante el uso de su Geass, por cierto. El lector podría atribuir la razón a su orgullo o a su prudencia o a su mismo código moral. Las tres opciones eran correctas en cierta medida, porque eso había cambiado y el lector pudo haberlo notado. Lelouch estaba haciendo uso de su Geass generosamente. Él había reconocido ante Cera que el mal solo se castigaba con el mal y le había dicho que no lucharía más contra sus demonios internos y que abrazaría por completo la oscuridad que lo envolvía para convertirse en el monstruo que estaba destinado a ser. Y él planeaba cumplir su palabra. Un demonio echaba mano a los medios que eran necesarios y las circunstancias de la vida le habían brindado un don muy especial que podría ayudarlo. Estaría desaprovechando tontamente un recurso valioso, si lo ignoraba. De esta suerte, Lelouch aseguraba su paradero controlando a la mayor parte del personal.

Asimismo, Lelouch puso bajo su control con el Geass al Rey Negro y los suyos, pues Rolo era el único apoyo con el que Lelouch contaba y ellos solos no podían perpetrar el tiroteo. Necesitaban más gente. De manera que Lelouch tuvo que acudir con un viejo conocido: un jefe del crimen acreditado con el singular nombre de El Rey Negro. Solicitar una audiencia con la majestad del crimen no era el problema. Ambos habían quedado en buenos términos. El problema era su petición. Considerando que El Rey Negro había dejado ir a varios de sus «activos» con él en el pasado y tal milagro pasó porque habían sido fichados por la policía, Lelouch sabía que El Rey Negro no iba a «prestarle» más hombres para hacerle un favor y no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta. El mito del Rey Negro era grande. Pero el hombre detrás del mito era minúsculo y pusilánime. Lelouch se había percatado y le sacó ventaja. Curiosamente, esta fue la etapa más complicada del plan.

Las fuerzas de seguridad del Palacio de Justicia eran bastante laxa, en general. Nomás había dos policías custodiando la entrada del Palacio de Justicia, otros dos enfrente de la puerta de la sala y otro par en el interior. Ninguno cacheaba a las personas que entraban y salían. Confiaban tanto en su circuito cerrado de cámaras que descuidaban todo lo demás. Lelouch atinó que el día del juicio se duplicaría el número de policías y que todos estarían ahí para protegerlo. «¡Qué gran honor me confiere el departamento de policía!», había pensado en plan burlón Lelouch. Esto se debía a que el juicio estaría abierto al público y en las afueras habría una muchedumbre que seguiría el juicio desde sus celulares, lo que aumentaba las probabilidades de que algún fanático desquiciado se apareciera para apuñalarlo. De ahí que para contener a la multitud colocaron una serie de vallas, mientras unos oficiales escoltaban a Lelouch hasta la entrada del edificio. La ficción había popularizado que los acusados, los prisioneros en especial, aguardaban retenidos en una salita. En la realidad, los acusados se paseaban con total libertad por los pasillos durante la espera. Lelouch no era recluso. Quizá sea oportuno recordar al lector que el abogado Gottwald se aseguró de que no detuvieran a su cliente. Tan solo era el principal sospechoso y el acusado del caso y, aun así, se presentó temprano en el tribunal, ya que de esta manera tenía tiempo de sobra para acercarse a los policías e hipnotizarlos con el Geass. Lelouch les dictó la misma orden que a los hombres de El Rey Negro: obedecerlo en todo. Fueron los propios policías que vigilaban la puerta de la corte los que mantuvieron cautivos a las personas durante el tiroteo.

«La ejecución», que era como Lelouch había bautizado su plan, fue un éxito. Excepto que Rolo había sufrido un esguince cuando cayeron desde el segundo piso. Ese fue el único percance que tuvieron. Fuera de eso, se produjo menos bajas de las que él había tasado y pudieron alejarse por la ruta de escape, la cual no hubiera podido trazar sino fuera porque Lelouch conocía más que bien el tribunal. Nadie fue capaz de adivinar qué estaba maquinando. Nunca nadie tuvo la suficiente imaginación ni la osadía necesaria para manchar el suelo sagrado del juzgado con sangre y es por ese motivo que Lelouch se dijo a sí mismo que debía ser el primero.

«De seguro que de ahora en adelante cada tribunal de Pendragón tendrá un arco detector de metales», había pensado Lelouch con una sonrisa de cocodrilo.


Nuevamente, Lelouch estaba llevando una bandeja de comida para su hermana. Desprendía un olor delicioso. Lelouch tenía cierta debilidad por la comida de los hoteles. Si Cornelia no lo quería, él se lo podía quedar. Ese almuerzo no se podía tirar sin más. Lelouch se había ocupado casi exclusivamente del cuidado de Cornelia. No solo porque conllevaba un doble esfuerzo para Rolo que tenía que tratar su torcedura, también porque no quería que Cornelia lo identificara. Rolo ya le había mostrado su rostro a la mujer antes. Todavía no llegaba el momento de revelarse, aunque pronto lo haría. Entretanto Rolo tenía permitido acercarse a su hermana con la condición de que llevara un gorro y un tapabocas.

Lelouch agradeció con un asentimiento a la mucama por traerle la comida, la despidió y empujó el carrito de comida hacia el interior de la habitación. Ella estaba sentada en una de las dos camas, erguida como una princesa, con la mano sana atada al cabecero de la cama y la mano fracturada sobre un cabestrillo improvisado —con la ayuda de Lelouch, Rolo creó una férula con una pelota que robaron de la cancha de tenis del hotel, un trozo de tela que rasgó de la sábana y relleno de una de las almohadas (dado que el algodón en el botiquín era insuficiente). Entablilló la mano con un pedazo de cartón y empleó su propio cinturón para sujetar la férula—. De igual forma, los tobillos de Cornelia estaban atados. Cornelia no le dignó una mirada a Lelouch, haciendo de cuenta que no se había percatado de que estaba allí, aunque ella perfectamente había oído la puerta abrirse. Lelouch dejó la bandeja en el reposapiés tapizado con tela, se puso en cuclillas y buscó sus ojos. Le sonrió al cruzarse por fin con una mirada fosfórica.

—¿Qué? —refunfuñó Cornelia.

—Tengo curiosidad por tus ojos —contestó entretenido—. Me miras de una forma peculiar.

—¿Exactamente cómo te miro?

—Como si quisieras asesinarme —se rió—. Me preguntó cuántas veces y en qué maneras lo habrás hecho en tus sueños y en tu imaginación.

—Entonces lo entiendes —masculló Cornelia apartando la vista.

—Tal vez este sea un mal momento para mencionarlo, pero eres realmente guapa —agasajó Lelouch. Cornelia apretó la mandíbula, conteniendo las ganas de vomitar sus intestinos y estrangularse con ellos—. Te lo digo porque estuve por días entre tú y Euphemia para elegir a la mujer que iba a cortejar y desposar. A tu favor, tú eres la hermana mayor de la familia y la directora general de Britannia Corps. En tu contra, tienes un carácter glacial. Al igual que yo, te cuesta abrir el corazón. Me decanté por Euphemia porque pensé que sería más dócil y fácil de manipular y mentir. No obstante, yo estaba equivocado. Ella era una mujer fuerte —admitió Lelouch en un susurro. Cornelia lo oteó de reojo durante la breve pausa—. Admiré a Euphie por la misma razón que admiraba a mi hermana: su gentileza. El mundo en el que estamos es cruel e injusto. La vida que vivimos es dolorosa y corta. Y la necedad ocupa nuestras almas y alimenta el mal que habita en nosotros. No fue el caso de Euphemia y Nunnally. Aun cuando era más fácil sucumbir al pecado y al vicio, todos los días tomaban la decisión más difícil: ser personas de bien. Euphemia vio el dolor, la amargura y el rencor que carcomía mi corazón y no me odió, incluso a sabiendas de que la estuve usando, la engañé y la manipulé. Ella comprendió enseguida mi motivación y me ofreció ayuda.

—Ese fue su error —observó Cornelia gravemente—. ¿De qué sirvió que te perdonara, si aún después seguiste guardando rencor?

—No, Cornelia. Yo no guardo rencor. Lo acurruco, lo mimo, le doy de comer de la palma de mi mano y lo crío como si fuera mi niño. Mi rencor es una extensión de mí —la corrigió con un disentimiento de la cabeza—. Se experimenta cierto placer indecible cuando pecas y lavas las culpas con las lágrimas del arrepentimiento. Es un ciclo vicioso, lo confieso. He tratado salir de él, pero el pecado es fuerte y la carne es débil. No creo que me entiendas, a no ser que hayas pecado tanto como yo —ronroneó Lelouch y dejó ir una risilla diabólica—. ¿Te gustaría saber cómo una santa como Euphemia li Britannia se enamoró de un pecador como yo? —preguntó de repente. Cornelia le devolvió la mirada. Lelouch tenía la atención de su hermana. Su sonrisa se amplió tanto que exhibió sus dientes—. Eso pensé —dijo. Lo divertía fastidiarla. Se enserió antes de seguir—. Fue porque descubrió una conexión: los dos éramos almas solitarias de un modo u otro. Euphemia tenía un gran vacío en su pecho. La pobre vivía para complacer a su padre, sus hermanos, sus amantes y las personas que la veneraban. No para sí misma. Euphemia sufría. Lloraba todas las noches en su cama con la cabeza apoyada sobre su almohada. No me lo dijo, claro, ella era muy pudorosa. Yo mismo la vi. No tengo que explicarte cómo. A pesar de todo, Euphemia nunca se quejó, ¿sabes por qué? Porque ella quería que todos a su alrededor fueran felices. Las carreras que estudió, los eventos que asistía, las entrevistas que daba, las fotos para las que posaba… Ninguna de esas cosas la llenaba salvo la culpa. Pensaba que era una completa egoísta por sentirse triste ya que lo tenía todo en la vida y no estaba feliz. De casualidad, ¿nunca la escuchaste rogar por ayuda, Cornelia?

A Cornelia se le desencajó el rostro: su mandíbula se le había caído y su mirada se había ausentado. Tal parecía que le habían sacado todo el aire de un puñetazo en el estómago.

—Pero yo creía que era feliz… —resolló Cornelia.

—¡Esa era una de las cualidades más admirables de Euphemia y Nunnally! Sabían sonreír aún imbuidas en el sufrimiento —replicó Lelouch—. Me compadecí de ella profundamente y la consolé siempre que estuve con ella —admitió con un deje de contrición—. No pude haberla matado, Cornelia. Amaba a Euphemia. Te dejaré acusarme por incesto, pero no por asesinato. Y, como sé que no me creerás, te mostraré el verdadero asesino.

A su señal, Rolo entró. Estaba enfundado en un conjunto negro: gorra, tapabocas, sudadera, pantalón y calzado deportivo. Lelouch le hizo un gesto. Rolo se bajó el tapabocas a la altura de la barbilla y se quitó el gorro. Cornelia se crispó como un felino.

—¡Usted es el anónimo! ¡El del puente!

—Soy el asesino de la señorita li Britannia y yo la maté con esto —corrigió Rolo y sacó del bolsillo de su sudadera una botellita de color verde oliva. La puso sobre la mesita de noche. Los ojos desorbitados de Cornelia, que estaban muy atentos a los movimientos de Rolo, se posaron sobre la botellita—. Ricina.

—¿Qué te llevó a matar a Euphemia? ¿Cuál fue tu motivo? —lo interrogó Lelouch, en vista de que Cornelia había perdido la capacidad del habla.

—¿Motivo? Ninguno personal —respondió uniendo las manos por delante—. El asistente Kanon Maldini me entregó el veneno. Fui contratado para envenenarla el 8 de septiembre del 2028.

—¿Kanon Maldini te contrató?

—No. El presidente Schneizel el Britannia.

La revelación del nombre sacó a la directora Cornelia del trance reflexivo en el que se había sumido. Volvió a dirigir la mirada hacia Rolo y Lelouch. Sintió su saliva resecarse en la boca. Intentó tragar. Antes de que pudiera articular palabra alguna, Lelouch se adelantó a preguntar:

—¿Alguno de ellos te dijo el por qué?

—Nunca pregunto por esas cosas. Pregunto por la cantidad. No por codicia, como quizás alguno suponga. Me intriga conocer el precio que mis contratistas ponen a las cabezas que quieren ver muertas, ya que suelen contratarme para matar a personas cercanas a ellas: colegas de trabajo, amigos, amantes y familia. La suma fue inusualmente módica y pagó en efectivo. Aquella no fue la primera vez que el presidente contrata mis servicios. Me atrevo a decir que el presidente no se arriesgaba a fijar precio a sus sentimientos por su hermana.

—Corrígeme si me equivoco, pero me parece que ese pago proviene de las donaciones de la iglesia que es propiedad de Britannia Corps. Dinero blanqueado.

—No conozco los detalles, bien que he oído sobre la existencia de una cuenta secreta.

—¿Y tú, Cornelia? —la interpeló Lelouch, volviéndose a ella—. ¿En serio no sabías nada sobre esta cuenta? Yo oí sobre ella por vez primera de la boca del exvicepresidente Kirihara y nuestro padre me dio acceso a ella por ser mi natural derecho. Si tienes curiosidad, puedes preguntarle al Chico Naranja, perdón, Jeremiah Gottwald. Agradece que no lo maté y está coma en el hospital. ¡Algún día despertará! Y, si tienes suerte, aún conservará sus cuerdas vocales para contártelo él mismo, ¡ja, ja, ja!

—No la juzgaría en su lugar. El presidente Schneizel sabe bien cómo limpiar sus huellas.

—¿La ricina que Kanon Maldini te dio para matar a Euphemia es extraída de las plantas del invernadero de la mansión Britannia? Noté que había varias plantas venenosas ahí.

—Lo ignoro. Pero esta es la única vez que un cliente me otorga el arma asesina. En general, yo me ocupo…

—¡CÁLLENSE! ¡CÁLLENSE!

Cornelia estaba retorciéndose violentamente y aullando. Las negras manchas del rímel debajo de los ojos, las perlas del sudor corriéndose por su frente y los ojos saltones le conferían un aspecto demencial. Lelouch se quedó de piedra ante el estallido de aquella Gorgona. Volvió en sí al vislumbrar de soslayo a Rolo colocar su mano sobre la pistola que tenía en la cintura. Lelouch lo detuvo y con un gesto de la cabeza le ordenó salir. El mundo que Cornelia conocía se estaba derrumbando. No podían hacer otra cosa por ella que obsequiarle un momento de privacidad. Lelouch estaba familiarizado con su quiebre emocional. Si Cornelia era reacia a la vulnerabilidad como él, estaba seguro de que preferiría lidiar con sus sentimientos a solas.

—Bueno, creo que pudo haber sido mucho peor —comentó Rolo—. Me pregunto de qué hubiera sido capaz, si no estuviera atada.

Para este punto, los dos se habían del cuarto y estaban caminando juntos por el pasillo. Mejor dicho, Rolo estaba renqueando. Sinceramente, Rolo sentía envidia de Lelouch cada vez que chequeaba el estado de su tobillo. Lelouch apenas se había raspado una rodilla y, debido a su capacidad regenerativa sobrenatural, había sanado al cabo de unas horas.

—Cornelia se había entrevistado con antelación con Villetta y Suzaku, la detective y el fiscal respectivamente del caso del asesinato de Euphie. Ellos le suministraron casi todas las piezas del rompecabezas que estaba armando. La imagen claramente mostraba a su hermano como el asesino que andaba buscando. Nada más no estaba lista para aceptar la cruda verdad. Habrá pasado estas semanas analizándola y asimilándola. No tendrá más remedio que admitir que tiene sentido. ¿Viste que no era necesario usar el Geass en ella?

—Así me di cuenta —concedió Rolo—. El presidente Schneizel se equivocó. No fue su ojo lo que debió mandar a sacarle, su mente prodigiosa es su verdadera arma. Debió decapitarlo o cortarle la lengua, al menos. No creo que pueda usar su Geass sin dictar una orden, ¿o sí?

—¡Eso es un brillante razonamiento, Rolo! ¡Ni yo lo había pensado! —reconoció Lelouch con picardía—. ¿Qué te ha impedido llevarlo a cabo?

—¿Estás bromeando? Ahora es bastante tarde —repuso con una sonrisa torcida. De súbito, frenó y sacó su celular del otro bolsillo—. Por cierto, un número desconocido envió esta foto al celular de Cornelia. Sé que no pedirás mi consejo, pero igual te sugiero ignorarlo.

Lelouch cogió el celular. Directo desde la mensajería, estaba ampliada una foto de una Kallen inconsciente. El fondo era el habitáculo oscuro de un coche. Específicamente, la parte trasera destinada a pasajeros. No estaba atada ni amordazada ni se veía magullada. Es más, las líneas relajadas del bello rostro de la pelirroja insinuaban que estaba gozando de un sueño pacífico. Sin embargo, la foto contenía un mensaje para Lelouch.

—Perdóname, Rolo. No puedo ignorarlo…

—¡Pero es una trampa mortal! Incluso para mí, que no soy tan inteligente como tú, es obvio que el presidente Schneizel ya asumió que debe matarte porque es imposible castigarte con la ley —objetó Rolo al mismo tiempo que Lelouch hablaba y le devolvía el celular.

—No voy a morir, Rolo. No ahora. ¿Acaso no lo hueles? —lo tranquilizó Lelouch.

—¡¿Oler qué?! —gritó Rolo. Empezaba a perder los estribos.

—El final. Está cerca. Muy cerca. Lo presiento —indicó sonriendo.

—¿Cómo hueles un final? —inquirió Rolo frunciendo el ceño.

—Porque los finales despiden un olor a sangre —explicó Lelouch—. «El último acto de toda obra es sangriento, por muy agradable que haya sido el resto: al final tiran un poco de tierra sobre nuestras cabezas, y ese es el final para siempre». No moriré antes de eso.

Y, consecutivamente, Lelouch cerró los ojos, levantó la cabeza de una forma ceremoniosa y aspiró el aire tan profundo que las aletas de la nariz y el pecho se inflaron por espacio de un segundo. Rolo soltó un suspiro largo y ruidoso. Para ser honesto, él sabía que Lelouch iría a como diera lugar. No existía hombre más testarudo que uno enamorado y eso era Lelouch. Por otro lado, Rolo había prestado un juramento en la iglesia ante las estatuas de los santos, la virgen y Jesucristo. Él se había convertido en su cuchillo y se aseguraría de que la sangre que oliera Lelouch fuera la de sus enemigos.


*El hipopituitarismo es un trastorno poco común en el cual la hipófisis no produce cantidades normales de algunas o todas sus hormonas. Este trastorno atrofió el crecimiento físico de Víctor, haciéndolo ver como niño por siempre.

**La flor de loto blanca es una doble referencia al nombre de Kallen. «Karen» connota «hermosa como una flor de loto» en la lengua japonesa y «puro(a)» es el significado del nombre en inglés. De ahí que el tatuaje sea blanco ya que el color es asociado a la pureza. Por consiguiente, el tatuaje simboliza la herencia mixta de Kallen.


N/A: efectivamente, yo también estoy oliendo el final ¿y saben por qué? ¡Porque acabé de escribir el fanfic! Me costó lágrimas, sudor, sangre y varias jaquecas, pero lo logré. No se pueden hacer una idea de la inmensa satisfacción que se adueñó de mí cuando escribí la palabra «fin». Ni yo puedo describirla. Es un sentimiento extraordinario que no se compara a casi nada. Curiosamente, a mí me gusta comparar el proceso creativo con la labor de parto, aunque creo yo que el proceso creativo es más disfrutable (no sé, no soy madre). Llevo cuatro años pujando por sacar esta historia de mi cabeza y ya finalmente está fuera de mí. A algunos autores no les gusta usar esa palabra («fin»). Supongo yo que es porque les parecerá infantil o la historia de los personajes en sí no concluye luego del punto final. Yo sí lo hago más que todo por el significado que tiene para mí. Es el fin de un proyecto que tomó literalmente varios años de mi vida y en el que estuve trabajando con cariño y dedicación. Es mi despedida para unos personajes con los que me encariñé tras haberles dado un final justo. Es mi descanso y el de ellos. Debo decir que lloré un par de veces escribiendo el final y si me pongo a rememorar la escena final, me pondría a llorar (yo ya lloraba cuando todavía no lo escribía, porque sabía que me iba a conmover en su momento). Supongo que será inevitable que vuelva a llorar como magdalena, cuando toque editar el epílogo para publicarlo. Así que no es el «adiós definitivo» por ahora, es el «hasta pronto». Habiendo finalizado el fanfic, puedo ser un poco más constante con las actualizaciones. No prometo nada, pero voy a intentarlo.

La verdad, yo no me acordaba que fuera tan buena la escena final. Precisamente fue esta escena y la de Kallen las cuales menos corregí. Estuve bien sumergida leyendo los diálogos de Lelouch con Cornelia y con Rolo. ¿Me creerían si les digo que el pequeño arco narrativo de Euphemia lo saqué de una canción de Britney Spears? En concreto, Lucky, por si les picó la curiosidad. A propósito de arcos narrativos, el de mi Suzaku lo extraje de su lema característico (que sí o sí debía titular algún capítulo): «Todavía hay hombres buenos». Fue una frasecilla que se me quedó rondando en la mente por mucho tiempo y no recordé de dónde rayos la había oído hasta después (con Batman v Superman: Dawn of justice, una película que solo vi una vez y no quise repetir, aunque escuché su banda sonora varias veces y recordé que una de las piezas instrumentales tenía un nombre similar: Men are still good). El arco de mi Suzaku es extrañamente el corazón de la narrativa ya que mi historia plantea que vivimos en un mundo sombrío y cruel, pero en el que todavía se puede rescatar una luz y entonces tenemos a Suzaku que quiere creer en la bondad de las personas, aun cuando no cree que él mismo sea una buena persona. Suzaku es de por sí un personaje contradictorio en el buen sentido y aquí reside la contradicción de mi versión de Suzaku. Para encontrar a los hombres buenos que harán del mundo un mejor lugar, necesita antes reconocer la bondad que habita en él, lo cual no sucederá hasta que Suzaku se ame por como es. ¿Y cuándo se amará por como es? Cuando acepte sus defectos, se perdone por sus pecados y deje de aspirar un ideal inalcanzable (la Euphemia original lo expresa tal cual en el episodio 20 de la primera temporada: Suzaku se odia a sí mismo y por eso él hace lo que hace). Siento que mi enfoque es más optimista que en el anime y yo supe que tenía que tomar esta ruta cuando me fijé que el Suzaku original no experimenta un gran crecimiento personal; madura, es castigado por sus crímenes, adquiere una nueva perspectiva de las cosas y ya. Que conste que no critico el manejo del arco de Suzaku ya que la suma de estas cosas junto al Zero Réquiem le da la paz mental que buscaba. Pero se pudo haber hecho más y centrarme en la salud mental del personaje me pareció una buena forma de ampliar lo hecho, considerando que mi fanfic es un retelling de Code Geass. ¿No les parece raro, malvaviscos asados? ¿Que el libro más sangriento de todos es la parte más esperanzadora de la historia?

Ya que estoy con las preguntas, les dejo las de hoy: ¿qué opinan del lema de Suzaku? Basándonos en mi fic, ¿concuerdan con Suzaku: merece la pena pelear por el mundo? ¿Es un tonto que parece sabio o al revés? ¿Conseguirá persuadir a Lloyd o Marianne y Schneizel sabotearán la reunión? ¿Nina eligió bien al aliarse con Schneizel o ella se equivocó? ¿Qué les parece la solución que trazó Schneizel al secuestro de Cornelia? ¿Por qué él estaba tan nervioso: temía por la integridad física de su hermana o había algo más? De ser así, ¿qué? ¿Qué creen que pasará en el intercambio de Schneizel y Lelouch? ¿Saldrá bien? ¿Conocer el propósito del Proyecto Geass alteró su opinión sobre mi Marianne? ¿Qué opinan de la Conexión a Ragnarök en mi fic? ¿Kanon tiene razones para preocuparse por Schneizel? ¿Se enfrentará a su amorcito en algún punto por el Proyecto Geass? ¿Qué tienen que decir del diálogo de Kallen y Kaguya? ¿Creen que Kallen sea más comprensiva hacia Lelouch ahora que lo ve desde la perspectiva de Kaguya? ¿La relación de Lelouch y Kallen puede salvarse o no? ¿Kallen se volverá fiscal o seguirá siendo abogada? ¿Cómo procederá Cornelia a partir de ahora? ¿Qué opinan del arco narrativo de Euphemia? ¿El diálogo de Lelouch y Rolo es un presagio del final? ¿Cuál fue su escena favorita? ¿Qué expectativas tienen? Los invito a dejar sus comentarios.

Tienen una cita conmigo y este fic para leer el capítulo 41: «El corazón quiere lo que quiere». ¡Nos estaremos leyendo, queridos! ¡Cuídense! ¡Besos en la cola!