Había sido el orgasmo más culposo que había tenido en mucho tiempo… En realidad, era uno de los pocos orgasmos que había experimentado en un par de meses. No es que fuera una mojigata, pero la huella que Sting Eucliffe había dejado en ella, volvía las cosas un poco (en realidad muy) complicadas y le costaba encontrar una buena pareja sexual en la cual confiar plenamente, o al menos lo suficiente como para tener sexo con él más de una vez. Ya era complicado pensar en ello y eso que no buscaba nada sentimental…
La cosa es que hasta masturbarse le costaba algo de trabajo. Sting, para su pésima suerte en el amor, también había sido su primera vez y era el referente más cercano. Así que en cuanto caía la noche y ella sentía deseos de llevarse a sí misma al éxtasis, de alguna u otra forma terminaba pensando en lo que hacía con él para poder excitarse y eso, ciertamente la hería todavía y le recordaba lo tonta que había sido.
No le gustaba la pornografía porque era demasiado irreal y además casi siempre sólo se enfocaban en el placer visual de los hombres (no era nada encontra de la comunidad arcoirís, es sólo que tenía en claro que le gustaban los penes y ver un par de pechos y una vagina apenas y le provocaba algo). También había intentado con la literatura erótica, pero tenía una maldita naturaleza que era, por sobre todo, romántica: Ella necesitaba una historia de amor decente, no podía leer algo que sólo contuviera escenas picantes. Así que la mayor parte del tiempo, terminaba enfocándose mucho más en la trama y enamorándose del protagonista que dándose dos o tres orgasmos a cuenta propia.
¡Claro que hubo una vez en que no necesitó nada de eso para alcanzar el clímax! Fue la primera vez que Nastu Dragneel se presentó en el café y sin hacer muchas preguntas se sentó en la mesa número cuatro, por lo que Lucy fue a atenderlo unos pocos minutos después.
Ese día tenía la mente ocupada en otras cosas, como en la bibliografía que tenía que conseguir para su tesis o la excusa que le daría a su asesor para cuando le preguntara sobre el avance de su trabajo y que ella perezosamente había estado posponiendo. Sin embargo, en cuanto ese asiático hizo acto de presencia en el pequeño local, todo el mundo (ella incluida) terminó con los ojos puestos en él, era una cosa magnética y casi parecía algo surrealista, pronto, los rumoreos curiosos le zumbaron en las orejas.
Fue la única vez en que Lucy podía recordar haberlo visto con ropa un poco informal. Con un par de jeans entallados que dejaban ver lo grueso de sus muslos y la perfecta curvatura en la espalda baja que tenía por trasero. Un amplio pecho en una camiseta de algodón blanca, que no hacía más que resaltar su piel morena y ese tatuaje de dragón. Tenía el cabello sujeto en una pequeña coleta por sobre su cabeza (justo como Lucy se imaginaba que se peinaban los samurais) con algunos mechones desacomodados cayéndole por la frente.
Lo miró (llegados al punto en que él ya había escogido mesa y parecía bastante divertido con su pequeña excursión al café, Lucy ya no le quitaba los ojos de encima) y, justo después de que toda su parte baja se hiciera agua, el sentimiento que prosiguió a esto, fue el de extrañeza… A ella no le gustaban los tipos tatuados ni con el pelo largo, ni siquiera un poco, como este. Le gustaba lo salvaje, sí, pero también buscaba a alguien con un buen cerebro y caballerosidad suficiente como para tratarla bien y respetarla. Así como creyó que era Sting Eucliffe.
Sacudió la cabeza, otra vez ese insecto rastrero se le había metido en la cabeza. El punto es, que ese hombre no era la clase de persona por la que se sentiría atraída con normalidad, pero por algún motivo, ese japonés que parecía salido de un libro de historia de la era Meiji, poseía una inexplicable sensualidad en cada uno de sus movimientos que habían logrado cautivar su mirada (hubo otras partes que también logró electrizar, pero que por la vergüenza y decencia del momento, ella prefirió omitir).
Miró cómo se sentaba en su mesa, relajaba el cuerpo y extendía sus pies mientras tomaba el menú y se ponía a leer lo que ofrecían de comer allí.
一¡¿Ya lo viste?! 一cuestionó Mira acercándose, cómplice, a su amiga. A susurrarle por lo bajo, erotizada por completo gracias a Natsu, apenas conteniendo la emoción pero Lucy no pudo responder nada, seguía sin palabras一 ¡Qué pregunta tan tonta! 一dijo Strauss por ella一 ¡¿Quién de aquí no lo ha visto?! ¿Crees que venga solo?
Lucy subió los hombros con inocencia. Entonces, Natsu Dragneel bajó el menú y lo volvió a colocar sobre la mesa y oprimió el botón de servicio.
一Lu… Lu… 一escuchó que la llamaban一 Lucy, el botón… ¡Lucy, ve a atenderlo! 一le empujó Mirajane, haciéndola espabilar.
一¡A-ah, sí! Y-ya voy… 一tragó saliva.
A lo lejos creyó escuchar una ligera y sensual risa, ronca y quizás hasta algo burlona, se ruborizó unos instantes al creer que tal vez se estaba riendo de ella. Luego decidió asumir que un hombre como él se fijaría en cualquier cosa en ese lugar, menos en su persona, para bien o para mal, sobre todo con Mira y su sensual movimiento de caderas cerca. Así que decidió que eso sólo fue producto de su turbada imaginación.
Pensaba en ello mientras caminaba hacia la mesa cuando otra idea, de suma importancia, le atravesó la cabeza y la hizo entrar en un repentino y silencioso pánico. ¡A leguas se notaba que era extranjero! ¡¿Cómo se suponía que debía atenderlo?! Y no era inglés o algo parecido, ¡era asiático! Ella en su vida había tenido contacto con alguna lengua de ese continente, ¿qué se suponía que debía hacer? Él era el turista pero la que lucía perdida era ella.
Con las piernas temblorosas y la cara roja, pero ahora por otros motivos que le gustaban mucho menos, se acercó y en cuanto lo tuvo enfrente le sonrió lo mejor que pudo, tratando de que no se notara lo ansiosa que la ponía atenderlo y preparó con su mejor pronunciación de inglés que salió de su boca en ese momento:
一You´ll have something…?
