La sombra misteriosa y que no alcanzaba a distinguir bien nuevamente, gracias a las luces directas en la cara que la obligaba a entrecerrar su campo de visión, era la de un hombre, definitivamente.

Le hubiese gustado describirlo con claridad, pero dadas las circunstancias era más que evidente que no podía hacerlo. Lo único que hubiera podido decir al momento del forcejeo, es que era un hombre porque era más alto que ella, pero no demasiado, mucho más fuerte, pero muy delgado. La sombra era alargada y de complexión más bien gatuna. Muy certero y preciso con cada una de sus acciones.

Pese a que Lucy trató de soltarse cuando la sujetó con fuerza de las muñecas, patalear cuando la levantó y se la echó al hombro como la caricatura típica de los cavernícolas o como un costal de papas, y de dejarle la marca de sus dientes bien definida en uno de los omoplatos de la espalda… No logró hacer que retrocediera ni un poco, como si sus golpes e intentos por lastimarlo fueran simples caricias para él.

Y eso que, en el último momento, la ligera esperanza de que sólo fuese un drogadicto que buscaba un par de horas de diversión sin pagar y que pudiera burlar fácilmente, apareció… Tampoco ocurrió de esa manera. La persona en cuestión estaba más despierta que nunca e incluso llegó a pensar que aquel acto hasta podría ser premeditado (lo cual descartó porque absolutamente nadie sabía en dónde estaba exactamente ella esa noche).

Lo único que le comprobó a Lucy que ese sujeto era un ser humano y no un robot o algo así, fue que cuando lo mordió, sintió sus músculos tensarse y a él suspirar tendidamente como respuesta a la agresión, pero nada más. Ni siquiera una queja, un lamento o algo.

Con ella presa, él se dirigió a la parte trasera del auto. Al ya no estar de frente a los faros de adelante, pudo distinguir que usaba una suave y holgada camisa en un color pastel que no se distinguía a la perfección por la noche y bajo ella, una cremosa y suave piel blanca, incluso más blanca que la piel de Mirajane, y también muy fría al tacto. Eso la confundió un poco, quizás su secuestrador en realidad fuera una mujer muy corpulenta o algo parecido…

Sea hombre, mujer o quimera, lo que fuera, el delincuente levantó la cajuela del auto. Ella escuchó claramente cómo lo hacía y su respiración se agitó considerablemente, el pecho le comenzó a doler y estaba segura que era debido a la taquicardia, y sus nervios se encontraban tan sensibles que a esa alturas, si trataba de moverse una sensación desagradable le recorría el cuerpo, como si recibiera una dolorosa descarga eléctrica. Estaba completamente aterrada y pese a que había gritado con todas sus fuerzas, nadie había corrido en su auxilio.

"No irá a …" La respuesta a la pregunta que ni siquiera alcanzó a formular llegó pronta. El desconocido le dio una fuerte, escandalosa y firme nalgada en el trasero, arrancándole un pequeño grito. Escuchó su risa y confirmó que su captor era hombre, y al parecer para él hacer eso había sido bastante excitante. Lucy a veces sentía curiosidad acerca de esos temas en el ámbito sexual, pero jamás lo había experimentado (porque a Sting no le gustaban esas cosas y sólo con él había follado) y jamás creyó que la primera vez que un hombre golpeara su trasero fuera bajo esas circunstancias (ella lo había imaginado rogando por ello a punto de alcanzar el orgasmo, no a punto de romper en llanto).

Como una muñeca de trapo, el hombre misterioso y de piel blanca y fría, la volcó dentro del maletero del auto, que resultó ser más amplio de lo que imaginó siempre o de lo que se veía en las películas, y sin darle tiempo de siquiera ver su rostro con claridad, cerró la puerta, dejándola sumida en una espesa y claustrofóbica oscuridad.

Escuchó que, con esas grandes manos que ella ya había experimentado, golpeaba el auto a modo de festejo, como un cazador orgulloso del pobre venado al que había matado. La bizarra imagen de su cabeza disecada y colgada en la pared de aquel hombre pasó por su mente unos instantes. Oyó su risa nuevamente, en realidad era ligera y bastante suave, casi podía llegar a confundirse con la de un niño, si no fuera porque el sonido era evidentemente un par de tonos más grave. Después, esa persona allá afuera, incluso habló consigo mismo en voz alta:

一¡Maldición! 一dijo enérgico一 ¡Ese bastardo, imbécil e inútil tenía razón! ¡Tiene un trasero para morirse…! 一lo oyó bufar y resoplar como un toro en brama一 Pero es demasiado salvaje para mi gusto… 一imaginó que se refería a los golpes y a la mordida que le había propinado.

El desconocido rodeó el vehículo y entró en él, dando un gran portazo en el auto. Lucy, desde el interior del maletero, escuchó la suave vibración y el ruido que hizo el motor al encenderse.

La tranquilidad de la noche fue rota abruptamente por el rechinido que hicieron las llantas ante el violento pisotón en el acelerador antes de que el vehículo saliera disparado hacia algún destino desconocido. La física incluso hizo que ella rodara hasta dar al fondo, golpeándose en un costado y la cabeza, en donde apenas pudo sostenerse para no lastimarse de nueva cuenta con cada enfrenon que daba el conductor.

Lo único que Lucy pudo identificar antes de quedar allí atrapada, es que en el pectoral derecho de su captor, a través de la tela de la camisa, podía verse un tatuaje, pero no el que a ella en sus más oscuras fantasías le hubiera gustado ver (el dragón de Natsu Dragneel). Lo que esa persona tenía dibujada en el pecho, era una delicada y elegante hada con cola.

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Lucy Heartfilia maldijo en voz baja porque ya se le había acabado la voz de tanto gritar por auxilio. No volvía a llevarle la contraria a su madre, o al menos no cuando tratara de convencerla para llevar consigo uno de esos estúpidos llaveros antisecuestros que tanto anunciaban por todos lados.

Es estúpido… rodó los ojos.

Sí, bueno… ¿Quién se veía más estúpida ahora? ¡El karma de la vida actúa de fromas tan misteriosas! En ese tonto llavero con orejas de gatito, Lucy estaba segura de había una de esas cosas para romper el seguro del maletero de un auto.

Y es así, que volvimos al principio.