Disclaimer: los personajes de Twilight son de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Rochelle Allison. Yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: This story is not mine, it belongs to Rochelle Allison. I'm just translating with her permission.
Capítulo 4
Funerales. Habían habido varios de ellos desde el bombardeo, a varios de los cuales mis padres habían asistido. Cuando le pregunté a Emmett por qué no había ido a ninguno de ellos, se encogió de hombros y explicó que prefería "ver y no ser visto". Él tenía una provisión de pequeñas respuestas crípticas para muchas de las preguntas que le hacía. Una vez hubiera considerado esto tonto —forzado, incluso— pero ahora lo comprendía: Emmett era un hombre precavido y práctico.
Al jugar a los dardos en casa o hacer caras durante la misa... Era difícil a veces ver a mi hermano como un hombre. Aún recordaba a Edward y a él como adolescentes con voces chirriantes, dando vueltas y gastando bromas. Pensé en la Srta. Fiona, qué en paz descanse, y su tienda de dulces en el vecindario. Su senilidad evitó que se diera cuenta que Em y Edward eran los reincidentes detrás de un año de interminables pedidos de "dulces extranjeros"... dulces que no existían. Ella era tonta, dulce y medio ciega, y nadie se arrepintió más que ellos dos cuando falleció. A su funeral sí habían asistido, muchos años atrás, y Edward aún compraba cantidades ridículas de dulces de la tienda, que ahora era dirigida por su familia.
No era de sorprender —desde un punto de vista general— que allí fue donde encontré a Edward una mañana. No había tenido clases por la mañana, pero el clima era bastante agradable y quería tomarme mi tiempo por una vez. Había pasado un tiempo desde que había estado en los Jardínes Botánicos y sabía exactamente dónde me sentaría a tomar un poco de sol...
—Dulces para otra dulce —masculló una voz mientras pasaba por la entrada de la Srta. Fiona.
Eché un vistazo, bajando el ritmo inintencionadamente.
Edward se encontraba en la entrada de la tienda, guiñándome un ojo como un viejo pervertido. Vació un puñado de algo en su boca.
Sonreí. No había nada como ver el objeto del cariño de uno inesperadamente y mi estómago se agitó con alegre anticipación.
Di un paso hacia él.
—Hola.
Él me miró de arriba abajo, masticando.
—Hola a ti —contestó, su aliento dulce y frutal.
—¿Qué estás comiendo? —bromeé, considerando la urgencia quitar la sonrisa azucarada a lamidas de su rostro.
—Eso te gustaría saber, ¿no? —Su voz era juguetona y cargada de insinuación, pero logré resistirla. Él mantuvo la puerta abierta y me indicó que entrara.
Pasé por su lado, inhalando de nuevo automáticamente. Él siempre olía tan bien, fresco, a jabón y limpio, y un poco a almizcle también. Lo había encontrado agradable cuando era más joven, pero ahora era una de las cosas específicas que encontraba atractiva.
—Buenos días —dije, asintiendo hacia la mujer regordeta detrás del mostrador. Ella asintió en respuesta, sonriendo.
—Buenos días, amor. ¿Qué puedo ofrecerte? —me preguntó, pero estaba observando a Edward, con aprobación.
Tragué una risita y fingí examinar los contenidos del mostrador.
—¿Qué quieres, Bella? —preguntó Edward, parándose más cerca de mí de lo que era necesario.
Ignoré su coqueteo (aunque me encantaba) y me encogí de hombros.
—No lo sé. Es un poco temprano para dulces, ¿o no?
Aparentemente no lo era. Él palmeó su bolsillo abultado.
—Estoy equipado. Escoge algo para más tarde.
Él se inclinó incluso más cerca así su boca se encontraba a milímetros de mi oído.
—Algo para que me recuerdes.
Tomé su mano sin pensarlo y levanté la mirada, ciertamente emocionada por su comportamiento insolente.
—Eres tan atrevido —contesté en voz baja, solo bromeando en parte—. Sabes que no necesito nada que me ayude a recordarte más tarde.
Le dio un apretón a mi mano, sus ojos brillantes y fijos en mi boca.
—¿Qué quieres, Bella? —repitió.
Mi corazón cayó a mis zapatos. ¿Cómo una sensación incómoda podía ser tan buena al mismo tiempo?
Aparté la mirada de él y eché un vistazo a la dependienta, que estaba mirando con diversión. Cerré los ojos, sacudiendo la cabeza; era demasiado fácil perderme en este chico precioso y descarado y sus provocaciones cargadas sexualmente. En serio, él no tenía vergüenza.
Me incliné hacia adelante y apunté al azar a tres dulces.
—Gracias —murmuré, ajustando la correa de mi bolso.
Edward le pagó a la mujer y salimos de la pequeña tienda juntos.
—¿Tienes clase ahora?
Negué con la cabeza.
—No hasta la una. Me estaba dirigiendo hacia los Jardines Botánicos, de hecho, cuando me detuviste.
Él asintió lentamente, curvando su mano alrededor de la parte trasera de mi cuello, acariciando la piel de allí. Era un gesto cariñoso, incluso un poco posesivo, y el resto de mí tarareó con anhelo, de ser sujetada así por completo.
Nos detuvimos en una esquina, a pesar que la calle estaba vacía y era seguro cruzar.
—¿Quieres hacer algo más? —preguntó.
Asentí de acuerdo antes que mi cerebro incluso hubiera procesado lo que él había preguntado. Me soltó y comenzó a cruzar la calle, yendo en una dirección diferente a la que habíamos estado moviéndonos.
Charlamos sin rumbo fijo, bromando y riendo, y aunque no estaba prestando atención a dónde íbamos, no me sorprendió que termináramos en el edificio donde se encontraba el refugio.
Sonreí para mí misma. Al fin. Quizás era demasiado tímida para preguntar, pero eso no quería decir que no pensaba en ello todo el tiempo.
Él miró por encima de su hombro mientras abría la puerta.
—¿A qué le sonríes?
Lo seguí al interior y cerré la puerta.
—Solo pensaba.
—¿En qué? ¿En mí? —Se estaba burlando de mí, tomando mi mano y llevándome hacia la estrecha escalera.
Bueno, no podía negarlo.
Él abrió la segunda puerta, la que realmente daba paso hacia el apartamento. Dejé caer mi bolso en el suelo, entrecerrando los ojos bajo la luz tenue. A diferencia de la última vez que había estado aquí, era de día—pero aún así era difícil de ver debido a las desagradables cortinas verdes que cubrían las ventanas.
Edward soltó sus llaves dentro de su bolsillo y se estiró por detrás de mí para asegurar la puerta. Comencé a moverme a su alrededor mientras él ponía llave pero colocó sus manos a mis costados, atrapándome. Le permití sujetarme contra la puerta con su cuerpo; respiré con más dificultad cuando comenzó a besarme a lo largo de mi oreja y bajando por mi mandíbula.
—Me gusta cuando... —susurré, sin terminar. Estaba demasiado distraída sintiendo.
—¿Cuando qué? —murmuró, sin apartar su boca de mí.
—Cuando haces eso, cuando... —Envolví mis brazos a su alrededor y tragué, tratando de pensar con coherencia—. Cuando... me susurras... al oído.
Sus besos se detuvieron, y lo sentí sonreír contra la esquina de mi boca antes de regresar a mi oído.
—Sé que te gusta —dijo, haciéndolo de nuevo.
Sonreí perezosamente, encantada de que él finalmente llegara a mi boca y me besara firmemente, separando mis labios y con sabor a dulces. Me gustaba el instante que nuestros labios entraban en contacto pero me encantaba cuando nuestras lenguas se tocaban. Pensaba en ello todo el tiempo. Me encantaba cómo la exploración de la lengua de Edward me hacía sentir. Él ni siquiera estaba tocándome todavía, en ninguna otra parte que no fuera mi boca, pero podía sentirlo en todas partes: mi rostro, mi pecho, entre mis muslos.
Deslicé mis manos, pasando mis dedos por su rostro, y él bajó sus manos de la pared, permitiendo que cayeran a mi cintura. Empujó sus caderas contra mí, supongo para hacerme saber lo que tenía en mente.
También estaba en mi mente, así que llevé mis dedos alrededor de la parte trasera de su cuello y me sujeté contra él, parándome instintivamente de puntas de pie. Él se tensó, por completo, me besó con más intensidad y separó mis piernas con una de las suyas, presionando su muslo en mi centro, intoxicándome con necesidad.
Me liberó de nuestro beso y deslizó su nariz por la piel de mi cuello, olfateándome, saboreándome, y lo amaba, casi dolorosamente. Romántica y absorta, parte de mí anhelaba su cariño y devoción solo para mí, y en ese aspecto era vulnerable, temía tanto a la decepción. Le había dado mucho, demasiado rápido. Pero cuando él me tocaba así, era como si estuviéramos en la misma página, como si... encajáramos. Estaba lista para darle todo de mí, incluso las partes que trataba de proteger.
Él se apartó abruptamente para llevarme hacia el cuarto, y me llevé los dedos a los labios, tocándolos mientras sentía nostalgia al ver la cama. Edward cerró la puerta y tomó mi rostro dulcemente, frotando mis mejillas con las yemas de sus pulgares. Me hizo caminar lentamente hacia atrás, llenándome de besos y disminuyendo su ataque, seduciéndome ahora.
Cuando llegamos a la cama, me senté y me incliné para bajar el cierre de mis botas. Me concentré en quitármelas, sacándome las medias y entonces mi suéter. Me moví hacia el centro de la cama, tocando temblorosamente la manta debajo de mí, observándolo quitarse las zapatillas y la chaqueta.
Sonrió débilmente al mirarme y entonces se encontraba a mi lado, la cama chillando y moviéndose bajo nuestro peso. Caímos hacia atrás y colocamos nuestras extremidades como piezas de un rompecabezas, piernas enredadas y brazos abrazando.
—¿Quieres esto, Bella? —preguntó, levantando mi pierna por encima de su cintura. Sentía que se encontraba duro donde yo me encontraba caliente.
Me reí sin aliento.
—¿Me estás preguntando ahora?
—Tengo que hacerlo. —Deslizó su palma por debajo de mi camiseta, sobre mi vientre. Rodó sobre mí y se apoyó sobre sus brazos.
Impaciente, lo jalé hacia abajo así estaba firme contra mí.
—Sí, quiero esto —susurré.
Besó mi nariz y se levantó así se encontraba arrodillado en el espacio entre mis piernas. Tomó su camiseta por el cuello y se la quitó, yo moví las puntas de mis dedos por su piel, apreciando la manera en que me miraba ahora que había luz suficiente para ver.
Él desabotonó mis pantalones y los retiró, junto con mi ropa interior. Me quedé sin aliento y me tensé, no esperando ser expuesta tan pronto, pero él me cubrió consigo mismo, besándome profundo y largo, haciéndole a mi boca lo que quería hacerme abajo.
Es entonces que sentí sus dedos dentro de mí, haciéndome sentir bien de nuevo. Quería decirle que lo amaba... Besó mis orejas y mi cuello, y mi boca comenzó a formar las palabras.
La puerta de la entrada se cerró de un golpe, tan fuerte que todo el piso tembló. Jadeé tan fuerte que me atraganté y Edward voló hacia atrás, apartando su mano.
—Carajo —espetó. Podía escuchar las voces masculinas y alborotadas del otro lado de la puerta, un poco demasiado cerca para que fuera cómodo.
—¿Quiénes son esos? —siseé.
—Los chicos, probablemente.
Edward me lanzó los pantalones junto con las bragas mientras se colocaba la camiseta al revés. Miré frenéticamente a mi alrededor, dándome cuenta que mi mochila aún seguía en el suelo de la sala. Brillante.
De repente, la puerta del cuarto se abrió, apenas dándome tiempo suficiente para cubrir mi regazo con mis pantalones.
Edward ya estaba cruzando el cuarto.
—¡¿Acaso no puedes tocar, carajo?! —rugió, sosteniendo la puerta.
—Cielos, Cullen, ¿a quién tienes allí? —La voz rio.
Finalmente logré vestirme de vuelta y me paré incómodamente junto a la cama, mi corazón estaba retumbando en mi pecho.
—No es de tu incumbencia. ¿Qué estás haciendo aquí? —respondió Edward, manteniendo la puerta apenas abierta así podía ver a quién fuera que le estaba hablando.
—Emmett está subiendo. Quería discutir sobre Derry.
Mis ojos casi se salen de sus cuencas. Había solo una forma de salir de este endemoniado apartamento y mi hermano estaba a punto de entrar por ella. Edward me echó un vistazo y cerró la puerta.
—Bueno, diablos —farfulló, pasándose las manos por el cabello.
Suspiré.
—Olvídalo. Debería simplemente... irme. Si Em me ve, bueno, me ve. Dijimos que se lo contaríamos...
—Que estábamos saliendo, no que nos estamos dando —interrumpió Edward.
Mi corazón se hundió, y lo observé, preguntándome si él estaba cambiando de parecer. Pasé por su lado y salí del cuarto, donde tres chicos que reconocía del vecindario estaban de pie allí.
Todos me miraron boquiabiertos, probablemente porque me reconocían. Muy avergonzada, sonreí débilmente, con intenciones de salir tan rápido como fuera posible. Edward tomó mi bolso del suelo y estaba a punto de abrir la puerta de la entrada cuando uno de los chicos miró por encima de su hombro.
—Emmett te va a asesinar —rio. En ese momento, Emmett entró, seguido por dos chicos más.
Se detuvo en seco, frunciendo el ceño cuando me vio.
—¿Bella? ¿Qué estás haciendo aquí? —Sus ojos se movieron entre Edward y yo. Los chicos dejaron de reír, sus miradas en nosotros.
—Tengo que ir a clase, Em. Con permiso —solté, tomando mi bolso de Edward y pasando por su lado hacia el pasillo. Em me siguió, sujetándome antes de que pudiera ir muy lejos.
—Dime que esto no es lo que parece —rogó, con expresión dolorida.
Miré furiosamente a mis zapatos, mi cabeza ahora latiendo con dolor. Edward dio un paso adelante, cerrando la puerta detrás de él. Suspiré; simplemente sabía que esos simios probablemente estaban escuchando del otro lado.
Él se aclaró la garganta.
—Emmett...
Em levantó su mano.
—Solo... cállate. No puedo creer que te haya confiado a ella. ¿Qué estaban haciendo allí? —Golpeó su mano contra la pared, haciéndome sobresaltar.
Edward frunció el ceño, dando un paso hacia él.
—No, puedes confiar en mí, no la lastimaría. Cuidaré de ella.
—¿En serio? —Em se rio amargamente—. ¿Así como cuidas del resto, Cullen?
Puse los ojos en blanco y colgué mi mochila de mis hombros.
—Emmett, ¿podemos discutirlo más tarde? Tengo que irme.
Él sacudió la cabeza.
—¿Qué estaban haciendo los dos?
—Nada. Y veré a quién diablos quiera —mascullé, masajeando mis sienes.
Emmett se puso rojo, frustrado.
—Dios, ¿por qué permití que tuvieras una cita con ella? Sabía que esto iba a suceder. —Volteó hacia Edward, encogiéndose de hombros—. ¿Por cuánto tiempo ha estado pasando esto? ¿Desde la noche que pasaron aquí? Por Dios.
—¡Emmett! —chillé, harta de ello ya—. ¡Suéltalo!
Él me ignoró, su rostro rojo con furia mientras se acercaba aún más a Edward...
—¡¿Por qué ella?! —gruñó, señalándome.
Edward permaneció en silencio, jamás apartando la mirada de Em. Me pregunté brevemente en qué estaba pensando, si alguna vez tuvo dudas.
Llevé una mano al brazo de mi hermano, tratando de hacer que se tranquilizara. Estaba nerviosa de que comenzaran una pelea y que tendría que pedir la ayuda de los otros chicos.
Emmett simplemente se sacudió para apartarla. Sabía que escucharía una reprimenda más tarde.
—Me voy —resoplé. No podía soportar más teatralidad; tendrán que resolverlo sin mí. Bajé los escalones y atravesé la entrada, parpadeando para ajustar mis ojos a la luz solar. Escuché la puerta abrirse y cerrarse detrás de mí y me di la vuelta, preparada para pelear con mi hermano, pero era Edward.
Tenía un abrumador deseo de llorar, y enterré mis uñas en mis palmas, molesta conmigo misma. Me encontraba dispersa emocionalmente, y eso tenía que parar.
Cierto, Bella.
—Él tiene razón. ¿Por qué yo? —pregunté suavemente cuando se encontraba lo suficientemente cerca para tocar.
Se encogió de hombros.
—Ninguna otra se siente correcta para mí.
Lo miré, negando con la cabeza lentamente con incredulidad.
—No seas así.
Frunció el ceño.
—¿Así cómo?
—No digas cosas así como así, Edward. No puedo hacer eso... contigo.
Él dio un paso hacia adelante y tocó mi mejilla.
—No voy a lastimarte, Bella. Estás esperando a que te deje atrás, pero no lo haré.
Levanté la mirada.
—¿Por qué no?
—Esperé un largo tiempo para ver si lo que sentía cambiaría y no fue así. Quiero estar contigo.
Mi corazón se saltó un latido pero permanecí en silencio, preguntándome qué tan profundo iba a ir esto.
—He estado con muchas chicas...
—Eso lo sé —interrumpí.
—Así que, sé lo que quiero. —Llevó sus manos a sus bolsillos—. ¿Qué quieres tú? Este ir y venir tiene que parar, no me gusta.
Casi me reí, pero él estaba yendo en serio.
—Te... te quiero a ti —tartamudeé.
Él asintió, sonriendo un poco. Me estiré con vacilo hacia él y me jaló hacia un abrazo. Cerré los ojos y olfateé su aroma familiar y limpio, permitiéndome un minuto de silencio. De solo pensar en Em arriba hacía que mi cabeza doliera aún más fuerte.
—En verdad tengo que irme —dije eventualmente, deseando más que nada que pudiera quedarme. Me di cuenta que este sería una lucha diaria para mí.
—Tengo que quedarme. Iremos a Derry a una semana del viernes y necesitamos repasar varias cosas.
Fruncí el ceño.
—¿Qué hay en Derry?
Él me llevó hacia sus brazos y apoyó su mentón en mi frente.
—Sabes lo que hay en Derry.
—No, no lo sé. —Me aparté ligeramente así podía ver su rostro.
—Tenemos un blanco allí.
La idea me revolvía el estómago e intensifiqué mi agarre en su torso.
—Oh.
—Bella, sabes en lo que te estás metiendo conmigo. No comiences ahora.
—No lo hago —mascullé contra su camisa.
—Sabes que tengo que hacer esto —continuó, acariciando mi cabello, bajando hasta mi espalda.
—Lo sé. Puedo ayudar... —dije tentativamente.
Él sujetó mis brazos y me empujó gentilmente, sin soltarme.
—No, mierda. Te mantendrás apartada de ello.
Lo miré fijamente a los ojos.
—No, no lo haré.
—Bella...
—Lo que es bueno para el pavo, es bueno para la pava —recité juguetonamente.
Él arrugó la nariz.
—Eso suena como algo que diría mi mamá.
Asentí, riendo.
—La he escuchado decirlo.
Nos observamos por unos segundos, y cuando fue evidente que no iba a rendirme, soltó mis brazos.
—Hablaremos de esto más tarde, ¿sí?
—De acuerdo —acepté.
—No te vayas de la librería hasta que llegue allí, Bella —dijo mientras me alejaba.
Miré por encima de mi hombro, viéndolo allí de pie en el mismo lugar, aún observándome.
—Está bien.
~V~
Fue muy difícil de concentrarse en psicología y literatura. Mi mente seguía volviendo a Em, y la animada discusión que ciertamente tendríamos luego. Por un lado, la gran revelación había resultado mejor de lo que había esperado; él no golpeó a Edward. Aún así, la expresión en su rostro cuando se dio cuenta que habíamos estado solos en el apartamento fue horrible. Él se vio tan traicionado, como si hubiéramos estado juntos a sus espaldas. Y de alguna forma, lo habíamos estado, pero no porque queríamos ocultarlo. Situaciones así requerían discreción. Mucha.
Por supuesto que podía apreciar la preocupación de Emmett por mí; él había visto a Edward en acción por años. Sin embargo, no era como si él fuera un testigo inocente mientras Edward se salía de control. Edward había jugado en todos los equipos deportivos que nuestra escuela ofrecía pero Emmett había sido el capitán del equipo de hurling y fútbol. Ambos habían disfrutado en abundancia la atención femenina... la cual, mientras más pensaba en ello, era la razón por la que Em estaba preocupado. Él sabía cómo funcionaban estas cosas.
También estaba preocupada por esta misión en Derry, o como fuera que la llamaban. ¿Un blanco? ¿Qué quería decir eso? ¿Iban a matar a alguien? ¿A más de una persona? ¿Ellos serían los que plantarían las bombas esta vez? ¿Una ola de náuseas me invadió y apoyé mi mejilla contra mi escritorio, permitiendo que la superficie fría y firme me tranquilizara.
—Bella —susurró Alice. Ella se encontraba encorvada en un escritorio a mi izquierda, observándome—. ¿Qué pasa? —articuló.
Señalé a mi reloj.
—Dos minutos —articuleé en respuesta. Ella asintió y comenzamos a guardar nuestras libretas y libros silenciosamente.
Ni bien terminó la clase, Alice se acercó.
—Y bien, ¿qué está pasando?
Le conté lo que sucedió en el apartamento, sin mencionar algo sobre Derry, mientras ella escuchaba con diversión.
—Bueno, ¿qué demonios esperaba Edward? —Resopló cuando terminé—. Él hubiera hecho lo mismo con cualquier idiota que intentara meterse en mis pantalones.
Suspiré, poniéndome de pie.
—Es verdad.
—Entonces, es oficial. Después de años de deseo, finalmente lo haces con mi hermano.
Puse una cara.
—¿En qué estamos, en la secundaria?
Ella sonrió y juntó sus libros del escritorio.
—Solo hazme saber cuándo debo comenzar a planificar...
—Alice —advertí, dándole una mirada.
—Judas Iscariot, amor, relájate.
~V~
Cuando Edward me llevó a casa esa noche, mi Pa abrió la puerta para recibirnos. Esto era inusual, y supe al instante que Em le había dicho algo. Le eché un vistazo a Edward pero parecía estar bien, aunque debía saber que pasaba algo.
Caminamos hacia la cocina y Pa le ofreció una silla a Edward.
—¿Quieren té? —pregunté.
—Tomaré una taza, cariño —dijo Pa, como sabía que haría. Edward dijo que él también tomaría uno y los dos se pusieron a charlar, mayormente sobre política. Escuché cuidadosamente, archivando mentalmente las partes que consideraba importantes. Sabía que Pa amaba a Edward; él estaba orgulloso de los chicos y su dedicación a la causa. Él mismo había participado hasta cierto punto cuando era joven, y el hecho que la antorcha había sido pasada no le pasaba desapercibido.
—Y bien, ¿hay algo que quieres preguntar? —preguntó Pa de repente.
Edward sonrió, inclinándose hacia adelante y apoyando sus codos sobre la mesa.
—De hecho, sí.
Pa sonrió y se reclinó, dejando su taza de té sobre la mesa.
—Me gustaría tu permiso para ver a Bella —dijo Edward. Contuve el aliento, esperando a ver qué diría Pa. Él adoraba a Edward, pero esto podría ser un poco demasiado.
—¿No la has estado viendo ya? —preguntó Pa, arqueando una ceja.
—Ah, sí, algo así.
Pa asintió pensativamente después de un momento.
—Supongo que eso está bien. Mientras hagas las cosas apropiadamente.
Exhalé suavemente, aliviada. Carlisle Cullen y Pa habían sido amigos desde antes que alguno de nosotros naciera. Por supuesto que estaría bien que yo saliera con Edward... y aún así había estado nerviosa de que Pa no lo viera así. Tenía el presentimiento que la habilidad de Edward para "protegerme" probablemente era un gran atractivo para mis padres.
Bueno, lo que sea que funcione.
Edward se puso de pie, posando su mano en el hombro de mi padre.
—Tengo que ir a casa. Gracias por la charla, Charlie.
—Cuando quieras, muchacho. No hagas que me arrepienta de algo.
—¿Sabes dónde está Em, Pa? —pregunté mientras giraba para salir de la cocina.
—Creo que está en el nuevo salón de billar cerca de la universidad —contestó.
Tenía planes para estar en la cama cuando Em llegara a casa. No tenía deseos de una segunda ronda, especialmente esta noche.
Acompañé a Edward hasta la puerta entonces, y nos quedamos en el porche.
—Pasa la noche con Alice mañana —sugirió, besándome.
Sentí mi rostro enrojecer ante las posibilidades.
—Quizás lo haga.
