Para Naruto fue casi un sueño sentarse finalmente en el asiento de su jiji. Sus cosas aún estaban en el despacho, dándole el aspecto de que aún estaba vivo. Normalmente son retirados antes de que se establezca un nuevo hokage, pero debido a que todos estaban ocupados con las reparaciones, no habían tenido oportunidad.
Esa tarde o mañana, Asuma y Konohamaru vendrían para llevarse las cosas, y a una parte de sí mismo le gustaría que no lo hicieran. A pesar de ser el godaime, ese despacho había sido del sandaime por muchos años. Estaba acostumbrado a que fuera así.
La puerta se abrió y Shikaku junto a los ancianos entraron en la habitación. No le dieron ni un minuto para acomodarse. Rápidamente le empezaron a informar de todo lo que estaba pasando y lo que debía hacerse, además de anunciarle que habría una reunión del consejo al día siguiente por la tarde.
En algún momento de su instrucción apareció el comandante anbu, Dragón. Este se unió a los tres ya presentes para que conociera todo lo que necesitaba saber sobre las fuerzas anbu y las misiones que desempeñaban.
Estaba tan abrumado con cuatro personas intentando enseñarle al mismo tiempo que creó cuatro clones de sombra para que fueran instruidos mientras él se ocupaba del papeleo en el escritorio. Era su primer día y ya estaba lleno de documentos para revisar y firmar, para su consternación.
Fueron horas muy largas, pero muy productivas. Aunque fue algo extraño para el rubio ser consciente de cuatro conversaciones simultáneas mientras leía y sopesaba todo lo que había en la mesa.
Poco después de que se fueron, entraron los familiares vivos de su antecesor. El jonin barbudo le saludó con una pequeña sonrisa, pero el niño estaba completamente decaído.
-Hola. Venimos por las cosas de mi padre - anunció el sensei del equipo 10.
-Hola. Adelante. Tomaos el tiempo que necesitéis - saludó cordialmente el rubio.
-No es justo - se quejó el pequeño de repente.
-¿Qué no es justo? - le preguntó su tío.
-El abuelo se ha ido, tenemos que llevarnos sus cosas, y en poco tiempo la gente se olvidará de él - respondió molesto y entre sollozos.
-No seas tonto - le regañó el ojiazul - Nadie podría olvidar a tu abuelo. Él hizo grandes cosas por este pueblo, tiene su cabeza tallada en la montaña, por no hablar de que siempre vivirá en los corazones de quienes lo conocimos y apreciamos.
El estudiante de la academia dejó de llorar y miró a su jefe con sorpresa y admiración. El adulto también estaba un poco impresionado por el discurso, y esperaba que animara al chico.
-Mira. Hagamos esto. Tú y tu tío os lleváis los efectos más personales del viejo, y el resto se queda aquí como un recordatorio a todos los que entren de que tu abuelo estuvo aquí antes de mí - le propuso el jinchuriki.
Konohamaru se limpió las lágrimas y asintió. Eso le parecía bien. Así la gente nunca podría olvidar a su abuelo. No es que tuviera tanto miedo a ello después del discurso de su rival.
-Bien, pero no te acostumbres mucho a este despacho, porque pronto te quitaré el sombrero y seré el rokudaime hokage - proclamó el menor de los Sarutobi, para diversión y alegría de los otros dos.
-Tú sueñas. Ahora que lo he logrado pasarán muchos años hasta que renuncie - se jactó el Uzumaki.
La discusión duró unos minutos más, ambos picándose el uno al otro con burlas y exageraciones. Al final el adulto fue quien tuvo que empacar todos los efectos personales del fallecido Sarutobi, aunque no le importó, no quería arruinar la alegría de su sobrino.
-Bueno, creo que eso es suficiente - comentó Asuma disimulando su risa con una tos.
El rubio y el moreno estaban uno frente al otro con una mueca burlesca. Era irrisorio que el hokage hiciera eso con un niño, pero era un poco de esperar cuando dicho hokage era un adolescente de 13 años antiguo bromista.
-Claro - tosió un poco el ojiazul recuperando la compostura, aunque ninguno de los otros dos se lo tragaba.
Los Sarutobi se despidieron del godaime y se fueron. El Uzumaki, sin saber muy bien qué hacer, volvió al papeleo. Su primer día y ya entendía la tortura por la que tuvo que pasar su figura de abuelo. Se preguntó ociosamente cómo pudo sobrellevar todo eso. Podía entender su padre, era joven y no fue hokage por mucho tiempo, pero Hiruzen, ni idea.
Justo cuando la inspiración le golpeó, unos golpes en la puerta llamaron su atención.
-Adelante - llamó.
Hiashi Hyuga cruzó el umbral con paso regio y expresión estoica.
Quiso golpearse a sí mismo o plantar su cara en la mesa o la pared repetidamente. Se había olvidado por completo de su dilema interno. Había estado tan ocupado esa tarde que ni se le había pasado por la cabeza, y ahora su tiempo se había acabado.
-Buenas tardes hokage sama. Supongo que sabrá para qué he venido - saludó el patriarca Hyuga.
Naruto quiso poner los ojos en blanco por eso. Era obvio por qué estaba ahí. Pero recordando todo lo que le había enseñado precisamente ese hombre, mantuvo la compostura.
-Lo hago, aunque asumí que sería yo quien fuera a verlo a usted en el complejo - respondió con calma, sin traicionar las emociones que se arremolinaban en su interior.
-Esa era la idea original. Desgraciadamente, los ancianos han adelantado la reunión a esta noche, por lo que necesito su respuesta un poco antes - explicó.
Gimió internamente. Maldijo a las viejas uvas pasas que eran la fuente original de todo este problema. Se maldijo a sí mismo por no poder tomar una decisión. Aunque no era como si fuera fácil.
Su mente analizaba las diferentes opciones y posibilidades a un ritmo tan rápido que dejaría impresionado al clan Nara. Los segundos se volvieron horas en su cabeza y cada vez estaba más frustrado por ello.
Quería darle al ojiblanco una respuesta, la que fuera y librarse de todo, pero no podía. Su conciencia no le permitía dar una respuesta al azar. Otra vez se maldijo en su cabeza, solo que esa vez por tener sentido común. Todo sería más fácil si fuera el descerebrado de siempre.
Si lo fuera, habría dicho que no, eligiendo su enamoramiento por Sakura por encima de todo, pero ya no era así. Se suponía que eso era una mejora y una ventaja. Quien dijo que la ignorancia era la madre de la felicidad se equivocó, pero no por mucho.
Se estaba cansando de toda esa situación. Se estaba cansando de todas las posibilidades. De todos los pros y contras. De todos los y si y los pero. Hasta se estaba cansando de sí mismo.
Después recordó esa tarde. Las lecciones que le habían dado. Lo que pasó con Konohamaru. Era hokage. Su pueblo era lo primero. Su felicidad y protección eran lo más importante. Era su deber.
-Escúchame Naruto. Tal vez no lo entiendas hoy, tal vez no mañana, pero si quieres ser hokage, entonces tendrás que saber y comprender que toda la gente de este pueblo es tu familia. Cada vida que hay aquí depende de ti en última instancia. Ser hokage significa poner al pueblo primero y a ti el último. No es un juego. Es una gran responsabilidad.
Las palabras que un día le dijo su jiji en la cima de la montaña hokage resonaron en su cabeza. Ese día no entendió lo que quería decir. Ahora lo comprendía. Haciendo que su resolución se endureciera. Miró al hombre frente a él decidido.
-Lo haré. Me casaré con Hinata.
