EN UNA TABERNA LEJOS DE KONOHA

Le acompaña lo peor de la sociedad: forajidos, asesinos, estafadores, borrachos. Es como estar en casa, solo que aquí en la Niebla es más fácil que te apuñalen si ganas alguna apuesta de más. Son gente desconfiada, peligrosa, y no les gustan los forasteros. Pero incluso ellos tienen el suficiente sentido común como para intuir que a ese tipo es mejor dejarlo en paz. Es un hombre grande con una larga melena blanca y tres botellas de sake vacías en la mesa. "Cualquiera capaz de beber de esa manera", se dicen, "tiene que ser duro de pelar." A lo mejor es eso por lo que no le han intentado robar ya. O quizá sea porque alguien (creo que aquel maleante de allá) empezó el rumor de que ese hombre no es otro que Jiraiya, el Sannin. Y si las cosas que cuentan sobre él tienen algo de verdad, aunque sea una parte, lo mejor que pueden hacer es meterse en sus propios asuntos.

Y la cosa no hace sino empeorar cuando otro hombre entra a la taberna. Es joven y es delgado pero apesta a muerte. Envuelto en una túnica negra, con capucha, el recién llegado camina silenciosamente hasta la mesa de Jiraiya y se sienta en la silla de en frente, donde ambos quedan en silencio un momento. "¿Pero qué hace?", dice alguien. "Está loco", dice otro. No es hasta que el Sannin desliza un vaso hacia él, empujándolo con la punta del dedo índice, cuando todos pueden respirar un poco. Pero no demasiado. Lo miren por donde lo miren, aquellos dos hombres no dan la sensación de ser amigos.

— ¿Sake? — Jiraiya tamborillea los dedos sobre una botella a medio terminar.

— No.

— Tú te lo pierdes. — Encogiéndose de hombros, se sirve un vaso y se lo acaba de un trago.— Un hombre que no sabe disfrutar del alcohol no puede ser feliz del todo. Quizá deberías desmelenarte un poco. Te divertirías más.

— No he venido a perder el tiempo con tu verborrea. — El encapuchado posa un pergamino sobre la mesa y se lo acerca.— Estas son las condiciones. No habrán otras.

— Estás hablando demasiado pronto, jovenzuelo. Si he venido hasta aquí ha sido para negociar.

Algo brilla en la cara ensombrecida del otro hombre.

— No estáis en posición de negociar. La Hoja tiene que decidir: o acepta nuestras condiciones, o acepta las consecuencias. No hay...

Jiraiya se echa a reír en voz baja, sirviéndose otro vaso de sake.

— Entiendo que te han enviado a ti porque sabían lo que sucedería — dice, llenándole el vaso al encapuchado—, lo siento por ti. Toma, bebe. Te vendrá bien.

— No pienso beber contigo, viejo.

A Jiraiya se le queda cara de decepción. De todos modos se sirve más sake. Al instante siguiente, la katana del encapuchado le pasa rozando el pómulo izquierdo cuando éste se lanza contra él, tumbando la mesa, las botellas, y asustando a todas las personas en la taberna. Es muy rápido y la fuerza detrás de la estocada sería suficiente para atravesar a una persona aunque estuviera hecha de piedra. Además, su tiempo de reacción es de élite; nada más ser consciente de haber fallado, el encapuchado gira la espada y ataca en horizontal directo al cuello de Jiraiya... pero el cabello del Sannin es duro como el metal y sus mechones, afilados como púas, le empalan el antebrazo en varios puntos.

Si hay una emoción en la cara de Jiraiya ahora, ésta tiene que ser el tedio. Sin más preámbulos, extiende su mano derecha y la posa en el estómago del otro ninja, cuyo último recuerdo en esta vida es la siguiente palabra:

— Rasengan.

Y la esfera giratoria le golpea de lleno, triturándole por dentro hasta que todo se vuelve negro.

DESDE CERO

Mira a Naruto: está hecho un asco. Esas son las ojeras de una noche en vela, ese es el pulso de una persona que no está bien. Ni siquiera es capaz de acertar en la taza con el café. Mira cómo se derrama por la encimera como una mancha negra. No te sorprenderá que esté así. ¿Tú estarías mejor si te pasaras la noche encerrado en un baño húmedo y oscuro? Sentado en el suelo duro, frío, pensando en muchas cosas, ninguna de ellas agradable. Pero, espera, ¿no creerás que está triste, verdad? No te equivoques. Naruto no se siente triste. Creo que no nos estamos entendiendo. La razón por la que no ha dormido, el motivo por el cual le tiembla el pulso, es otro muy distinto. Desde que tuvo esa visión, un sentimiento ha ido transformándose dentro de él. Al principio creyó que eran nervios. El corazón le latía como un martillo. Pero lo cierto es que no estaba nervioso realmente: esa potente sensación que le aceleraba los latidos y le tensaba los músculos tenía más que ver con la rabia. Y esa misma rabia ha ido cocinándose a fuego lento en sus entrañas durante una noche entera. Pero, ¿de dónde ha salido? ¿Por qué motivo se siente así? Es difícil tener una respuesta clara. Por ahora, lo mejor que puede hacer es intentar calmarse. O de lo contrario...

Las palabras del Zorro resuenan en su memoria. "¿No estás contento con tu nueva vida?","Es un desperdicio. Te estás echando a perder."

Naruto aprieta la taza de café dejando grietas en ella. Después, la escena se difumina hasta desaparecer.

Ahora estamos en el campo de entrenamiento número nueve. Es un gran rectángulo de tierra batida pensado para los combates uno contra uno. No hay gran cosa a la vista excepto por unas dianas de paja atravesadas por shuriken viejos y polvorientos. Aquí es donde Hiruzen le citó para su primera sesión de entrenamiento. "Nunca tuvimos la oportunidad de entrenar como es debido", le había dicho. "Esto es una buena oportunidad para empezar desde cero. Te enseñaré todo lo que un shinobi necesita saber." A Naruto se le ocurrió que trece años eran tiempo suficiente para concertar una cita o dos con un alumno, pero en ese momento prefirió no decir nada. Ahora que lo vuelve a pensar, algo se le revuelve por dentro. Le dan ganas de hacerle unas cuantas preguntas incómodas. "Cálmate", se dice a sí mismo. "Sea un hipócrita o no, es el Hokage. Algo tendrá que enseñarme." Naruto inspira profundamente. "Trata de parecer normal."

— Me agrada ver que eres puntual — le dice Hiruzen cuando Naruto se acerca a él.

— Gracias.

— Aunque pareces cansado, ¿ocurre algo?

— Me sentó mal la cena. Tenía diarrea, mejor no entro en detalles.

Hiruzen se apoya en un bastón negro de aspecto contundente. Hoy no lleva las ropas blancas de Hokage, sino un sencillo kimono oscuro con el símbolo del clan Sarutobi bordado a la altura del corazón. Las vendas que aún recubren gran parte de su cuerpo le dan un aspecto frágil, aunque si sabes un poco de él, sabrás que no hay nada más lejos de la realidad.

— Hoy vamos a empezar con el combate cuerpo a cuerpo — dice, entrelazando los dedos sobre la punta del bastón—, la habilidad más básica de un shinobi. Tengo entendido que ya has practicado con Jiraiya, ¿estoy en lo cierto?

— Algo. La mayoría del tiempo lo pasé meditando.

— He oído sobre tu incidente con Kakashi. La meditación te ayudará a evitar situaciones como la que sufriste; conociéndote a ti mismo, serás más consciente de tus límites.

— Yo no me noto mejor.

— Si fuera posible cambiar tan deprisa, los que somos viejos seríamos mucho mejores de lo que somos. — Hiruzen sonríe, o parece que lo hace—. No dejes tus ejercicios de meditación. Los resultados llegarán con el tiempo.

— Eso espero — dice Naruto, pensando en la noche anterior— porque no me vendría nada mal.

El Hokage da un golpecito en el suelo con el bastón.

— No perdamos más el tiempo. Como dije, hoy practicaremos tu taijutsu. Quiero que me ataques con todas tus fuerzas; yo analizaré tus movimientos y te ayudaré a mejorarlos.

— ¿Y qué pasa si te hago daño?

— Eso sería... inesperado — Hiruzen se ríe por lo bajo— Te agradezco que te preocupes por mí, pero este anciano todavía sabe defenderse.

Lo cierto es que a Naruto no le gusta nada esta situación. Se esperaba una sesión de entrenamiento, no una pelea de verdad. A su modo de ver, sólo puede salir perdiendo. "Si este hombre es tan fuerte como creo", piensa, "me voy a llevar una paliza sin necesidad. Y si está tan hecho polvo como parece, le estaré pegando a un pobre viejo. ¿De qué me sirve esto? Cuanto antes acabe con esto, mejor." Así que pone mala cara y forma el sello que Jiraiya le enseñó a hacer antes de una pelea amistosa. Luego aprieta los puños, se lo piensa, inspira profundo, vuelve a pensárselo, "maldita sea", y finalmente lo hace. Naruto ataca, dando un salto hacia adelante y aprovechando el impulso para girar sobre sí mismo y lanzar una poderosa patada directa a la cabeza de Hiruzen... que simplemente se echa a un lado. La patada corta el aire frente a su nariz, fallando por milímetros.

— Un ataque muy energético, y también muy obvio — dice, mientras Naruto aterriza torpemente unos metros más allá, y vuelve a cargar hacia él, esta vez con un puñetazo. Que Hiruzen esquiva inclinándose hacia atrás.— Ya veo, has ganado en fuerza. También en velocidad. Pero, ¿crees que conseguirás algo simplemente corriendo hacia adelante? Dime, Naruto, ¿qué es lo que haces si quieres atrapar a una paloma?

— ¡No sé de qué... me hablas! — Naruto lanza una serie de veloces puñetazos que no van a ninguna parte. Hiruzen los esquiva como si paseara. No hay ningún esfuerzo en sus movimientos: se inclina hacia acá, se mueve hacia allá, siempre al límite de ser golpeado. Es como si viera venir cada ataque en cámara lenta. — ¿A una paloma? ¿Qué pregunta... es... esa? — Subraya cada palabra con un puñetazo distinto. Hiruzen los evita todos, apoyado en su bastón, con una leve sonrisa en la cara.

— Haz tus movimientos más compactos — le dice, dándole un golpecito en el talón con el extremo de su bastón—, y no es necesario que abras tanto las piernas. Si te hubiera dado fuerte te habrías caído al suelo. ¡Oh! — Un gancho silba muy cerca de su nariz—, eso estuvo mejor. Pero no respondiste a mi pregunta.

— ¿A una... paloma? — Naruto se detiene, jadeando. ¿Qué le pasa a este viejo, es capaz de ver el futuro o algo? ¿Cómo las esquiva todas con tanta facilidad?

— Déjame que te lo plantee de esta manera. Si quisieras atraparla, ¿echarías a correr detrás de ella?

— No. Sólo se echaría a volar.

— Eso es. ¿Y qué harías entonces?

— Soltaría migas por el suelo, supongo. Esperaría a que se acerque. Y entonces...

— Si tienes tan claro eso, ¿por qué vienes corriendo a por mi? — El viejo vuelve a apoyarse en su bastón— Es como si esperases que esté allí cuando tú llegues. Si quieres alcanzar a tu oponente, tienes que aplicar la misma lógica que acabas de utilizar. Lo que estás haciendo ahora mismo sólo funciona si tu rival es débil o inexperto. Si quieres derrotar a un shinobi de verdad, tendrás que hacerle ir a por las migas.

— ¿Y no podías darme ese consejo desde el principio?

— Una de las ventajas de la edad, Naruto, es poder corregir los errores de los demás. No prives a este viejo de uno de los pocos placeres que le quedan. Ahora vuelve a atacarme. No, así no. — Hiruzen vuelve a esquivarle sin dificultad— tus movimientos son demasiado amplios. Recuerda: compactos. Concisos. Piensa lo que estás haciendo. Elabora una estrategia. ¡Ah! — La punta del bastón de Hiruzen se apoya en la frente de Naruto, impidiéndole avanzar— Te dije que no cargaras de frente. Si esto fuera una batalla real, ¿cuántas veces crees que habrías muerto ya?

— No creo que haya muchos Hokages por ahí sueltos, la verdad.

— Si piensas que es necesario tener mi nivel para derrotarte es que no conoces tu propia fuerza. Y no conocerse a uno mismo es la mitad de una derrota.

— ¡Qué pena que yo no recuerde... nada! — Con un gran acelerón, Naruto carga contra Hiruzen y de pronto no está ahí, sino detrás de él. Claro que nada más aparecer, el bastón del Hokage le pega un buen golpe en las costillas y lo tira al suelo.— Maldita sea, ¡sabía que pasaría esto!

— Si ya lo sabías, ¿por qué motivo elegiste atacar igualmente? — Hiruzen vuelve a apoyarse en su bastón con expresión divertida— Uno ya comete los suficientes errores inesperados. No tiene sentido equivocarse si ya te esperas un mal resultado.

— ¡Agh! ¡Duele!

— Y sobre tus recuerdos, Naruto. No te equivoques. Tu amnesia no te hará más difícil conocerte a ti mismo, sino al contrario: míralo como un regalo. Los recuerdos, los pensamientos, son un obstáculo. Funcionan como un engaño, como un disfraz. Al quitártelos de encima, estás un paso más cerca de lo que realmente eres.

— ¿Y qué se supone que soy?

Hiruzen sonríe.

— Eres un shinobi — dice, y por primera vez, adopta una posición de combate—. Ya me has demostrado cómo son tus ataques. Ahora probemos tu defensa.

El sonido de un bastonazo resuena a varias decenas de metros a la redonda, seguido de un grito de dolor que ya te imaginarás de quién es.

MUERTE EN LA MIRADA

Por fuera de la taberna la niebla es tan densa que es difícil ver por donde andas. Jiraiya se aleja de ella con la pipa encendida en los labios y un hombre muerto al hombro. El sonido de sus sandalias de madera es lo único que se escucha, más allá del susurro del viento esquivando árboles secos, desnudos. No llega demasiado lejos. Seis figuras encapuchadas aparecen de la nada y lo rodean. Es imposible verles la cara pero sus voces son masculinas, y el brillo rojo en sus miradas no deja duda de quiénes se tratan.

— No debiste negarte — dice uno de ellos, haciendo salir una katana de sus mangas anchas—, pero eso ya lo sabes.

— Démosle algo de crédito al viejo — ríe otro, más jovial—, ha matado a Yusuke. Nada mal para alguien de tu edad.

Jiraiya deja salir una nube de tabaco que se mezcla con la niebla.

— Ahora es cuando me dices que era el más débil de vosotros, ¿verdad? — dice, y es como si su aliento avivara el fuego en la punta de su pipa— Ahorradme el discurso. Lo he oído mil veces.

El segundo encapuchado suelta una risotada y hace crujir sus nudillos.

— No te haces una idea de las ganas que tengo de hacerte picadillo.

— Estás muerto, Sannin — dice otro.

— Escuchad — Jiraiya aspira de su pipa, vuelve a soltar otra nube de humo—, antes de matarnos entre nosotros, ¿por qué no vamos dentro y os invito a un trago? ¿No? Me rompéis el corazón. Éste de aquí tampoco quiso beber conmigo. En fin, vosotros también incineráis a los muertos. Al menos os concederé eso. Toma, cógelo.

Y diciendo esto le tira el cadáver al encapuchado de la katana, que en lugar de cogerlo, lo parte por la mitad de un espadazo. Los dos trozos de Yusuke caen al suelo sin pena ni gloria un segundo antes de que sus antiguos compañeros ataquen. No llegan a hacerlo. Porque mientras esto sucedía, Jiraiya formó unos sellos. Y ahora infla las mejillas como un sapo para disparar un verdadero mar de aceite denso, viscoso, que les alcanza de lleno. Con el mismo movimiento, echa la cabeza hacia atrás y aspira una gran bocanada de su pipa, hinchándose por dentro de fuego, para luego descargar el infierno sobre ellos.