Érase una vez, él vino-
[El vino, no él vino.]
También él vino.
[¿Qué es «vino»? ¿Quién es «él»?]
…
Un día, Baco estaba paseando por aquella ciudad que parecía prepararse para un festival y sentía en el aire la llamada de un viejo nombre suyo. Pensaba con pesar (si bien éste era poco) que la deidad apostada a aquél dominio no estaría presente para disfrutarlo. ¡Oh, su desgraciada hermanita! Lo menos él que podía hacer era velar por el festejo en su ausencia.
Baco, o Dioniso, se dirigió a la fuente central de la plaza y tomó asiento en su borde. Sacó de su bolsa la copa que llevó consigo al bajar del monte y la hundió en la agua, aunque, al llevarla a sus labios, ésta se tornó oscura. Era un viejo truco, tanto, que ya no era el único dios capaz de realizar tal «milagro». A su alrededor, mujeres cargaban cestas repletas de flores y hombres llevaban madera y herramientas de un lado a otro mientras los pequeños ondeaban telas por las calles. Resultaba obvio, que allí se preparaban para las antesterias.
[Antesterias: celebradas por los atenienses desde la antigüedad, eran fiestas primaverales de las flores, a la vez que dedicadas al culto de los muertos y de Dioniso.]
—¿Has oído algo, viejo? —un muchacho de aspecto desgarbado se acercó a Baco mientras éste pensaba en las celebraciones de antaño. El dios miró hacia un lado y al otro y luego se apuntó a sí mismo con un dedo—. Sí, te hablo a ti.
—Ah —el dios suspiró y se preguntó porqué a un joven de aparentemente treinta años le dirían «viejo»—, qué [censurado] irrespetuoso.
El muchacho abrió la boca impresionado, aunque pronto mostró los dientes en una mueca de exasperación. Como un animalito rabioso.
—¿Qué me has llamado? —incluso se atrevió a alzar un puño contra el relajado dios.
Baco admiró aquella fiereza y rió por lo bajo aunque fuera a costa de enfadar aún más al mocoso. Antes de que las cosas pasaran a más, extendió su copa al frente.
—Oye, te noto algo tenso. ¿No quieres beber un poco conmigo? —aquello pareció apaciguar la ira del joven, aunque no por ello aceptó enseguida. Qué incordio.
—Aún no es día para beber, hoy todos deben la-bu-rar, ¿de dónde lo has sacado?
—El vino es mío, y tampoco hemos llegado al día de las libaciones, así que —palpó el bordillo de mármol a su lado—, sería una pena desperdiciarlo.
El muchacho arrugó la nariz y miró al cielo, aunque, finalmente aceptó la bondad de la deidad.
—Trae acá —agarró la copa y se sentó con bastante confianza en la fuente antes de probar el dulce vino. Aunque apenas y bebió antes de mirar a su benefactor—. Esto es delicioso, ¿dónde lo conseguiste? —Baco no pudo sino sonreír halagado.
—Vaya, ya no eres tan [censurado], y como dije el vino es mío, lo preparo yo mismo.
El chico lo miró mal un momento pero en ésa ocasión prefirió guardar silencio y tomar otro sorbo de la copa.
—Bueno, ¿y cómo te llamas? No recuerdo haberte visto antes. ¿Has venido por el festival de la flores?
—¿Acaso recuerdas los nombres de cada habitante del pueblo? —aún quiso mosquear al mocoso, aunque de buen humor, porque rechazar la oferta de un dios es ciertamente ofensivo—. Pues tienes razón, vengo de visita por la celebración y mi nombre es Coba.
[Coba: es un anagrama]
El muchacho miró a su alrededor asustado y alzó la vista al cielo, pero al no hallar nada alrededor más que gente pasando, mucha gente pasando que podrían disfrazar perfectamente a quienes pronunciaron aquellas palabras… Prefirió ignorar la mística voz del universo y regresar a la conversación.
—Coba, ¿correcto? Podríamos decir que sí recuerdo los nombres de ésta gente, al fin y al cabo, suelo ser al que envían para realizar ciertas procesiones funerarias y, luego, acompañar a los dignos al más allá —bebió otro poco y extendió la copa de regreso a su dueño—. Aunque, también me encargan simplemente acabar con los indignos, que es lo más común.
Dioniso miró con nuevos ojos al muchacho. No tenía ni el porte, ni la mirada, ni la actitud de un héroe de antaño; no podía hacer la vista gorda en ése aspecto; pero, para que a un mancebo se le cedieran tales responsabilidades en un sitio como ése, no podía ser tratarse de otro que-
—¿Eres un siervo de la sabiduría?
El joven rió de buena gana.
—¡Qué forma de decirlo, hombre! Soy un santo de Atenea, Máscara de Muerte de Cáncer.
¡Un santo de oro! Eso explicaba la sonrisa altiva que cargaba entonces, entre otras cosas. Los santos de Cáncer nunca resultaban ser los más agraciados del grupo, resultaba imposible serlo por culpa del sitio que habitaban… Incluso el más guapo de ellos acabó pareciendo un fantasma tenebroso hacia el final de su vida; Hermes lo comentó a todo el Olimpo con cierta gracia macabra tras aquella guerra. Vaya, debía dejar de pensar en ése tema; él tenía esposa, o la tuvo, o la iba a tener… A quién quería engañar, ni hombre ni mujer soportaban su constante embriaguez, y éso solo lo hacía querer beber más y más-
Ah, su dulce néctar, siempre estaba a mano cuando lo necesitaba.
—Oye —una molesta voz lo interrumpió mientras ahogaba sus penas—. Ya que me he presentado, ¿no crees que deberías hacerlo también?
Tristemente, Coba no estaba lo suficientemente ebrio para olvidar que ya lo había hecho (¡una presentación incluso intachable!), aunque Baco no pudiera entender que la pregunta era seria y no se refería a su pequeño juego de rol. Irritado, bebió todo el líquido de su copa y, sin contestar al santo, se estiró sobre la fuente para llenarla una vez más. El muchacho no se lo impidió, por desgracia.
—Uh —Dioniso cometió un pequeño, en serio minúsculo, error de cálculo y cayó a la fuente de espaldas.
Realmente el dios no se detuvo entonces a pensar, pese a que el chapuzón le devolviera la desagradable cordura. Según él, el santo debería (porque podía) haber impedido su caída, cosa que no hizo, causando que entonces estuviera empapado como un borracho de plazoleta cualquiera. En su enfado ni siquiera notó que la multitud ni le había prestado atención, demasiado ocupados en sus deberes y, siendo que tenía a un santo al lado, tampoco habrían intervenido de un modo u otro.
El tal Máscara de Muerte, el muy descarado, parecía contener la risa mientras ofrecía una mano para ayudarlo a levantarse. Dioniso la rechazó y orgullosamente se puso de pie por cuenta propia [omitiremos el resbalón y los dos tropiezos ocurridos antes de que lo consiguiera]. ¡Tal acto criminal no quedaría impune!
—¡Te burlas de un dios! —exclamó colérico y apuntó al muchacho con gran ofensa—. Aún sabiendo que nunca nos hemos quedado de brazos cruzados ante tales afrentas.
—Si no he hecho nada —el joven alzó las manos aunque su actitud era todo menos temerosa.
—¡EXACTAMENTE! —si él fuera su padre, podría simplemente descargar un rayo en lugar de potenciar su voz, pero, no lo era—. Venía en son de paz, pero, juro que te arrepentirás, [censurado] caballero de Atenea, de no haber hecho nada.
Apenas terminó de hablar, el dios se hundió en la fuente, o, más bien, se fundió en ella.
Definitivamente se «fundió» en ella, porque en el agua Máscara de Muerte solo logró pescar las ropas y la bolsa con las pertenencias del hombre, dios, o lo que fuera. ¿Cómo explicaría éso en el santuario sin que lo tomaran por loco o por idiota? Si era sincero, había más posibilidades de que hubiera caído en la broma de un ilusionista que-
—Oiga, santo de Cáncer —uno de los hombres que llevaba herramientas se detuvo junto a la fuente con una expresión contrariada y algunos otros se detuvieron a mirar también—. Ya sabe que siempre agradecemos que ustedes se encarguen de los borrachos diurnos y otros tipejos, pero, ¿no cree haber exagerado un poco?
El hombre bajó su caja de herramientas y señaló al pie de la fuente. Máscara de Muerte siguió la guía y encontró que sus pies ya no estaban sumergidos en agua, sino en un líquido negruzco. Asqueado, saltó fuera de la piscina y negó fuertemente con la cabeza.
—Oye, oye, oye. Que no le hecho nada, ni siquiera yo tengo permitido usar el cosmos de éste modo —ante la duda de la pequeña muchedumbre que se formó, buscó excusarse—. Miren, no sé de qué loquero habrá salido el vago, pero, traía vino encima, de seguro —alzando la bolsa de tela, notó que no tenía peso más allá de la fábrica y, en un impulso, se arrodilló sobre la fuente. Como esperaba, apestaba a alcohol. Entonces hundió una mano y tanteó hasta encontrar algo—. ¡Ajá!, ¡¿ven?!
Cuando el santo alzó una botella de cristal rota, una madre alejó a su niño curioso de la fuente, horrorizada. El hombre de las herramientas tomó un poco del líquido en una mano y lo cateó; al menos pareció complacido por el sabor; tal vez demasiado, pues al instante volteó a ver a sus congéneres.
—¡Que apaguen la corriente! Señoras y señoritas, dejen flores y velas, lleven a los niños a casa y traigan ánforas para servirse de aquí. Sin tocar el vino consagrado, ésta noche podremos brindar en nuestros hogares.
La gente se alegró en sobremanera, las mujeres no tardaron en cumplir con lo pedido y sólo un par de incrédulos se acercaron al centro de la plaza para comprobar la opinión del señor. Entre el renovado movimiento, Máscara de Muerte se escabulló para huir de allí; recordó muy tarde quién era el tipo zagas que se atrevió a dirigirle la palabra y luego recordó que se trataba del mismo contra el cual un día apostó una vaca en un juego de cartas. El asunto es que la vaca nunca existió, de parte de ninguno, pero al siguiente amanecer había una ternera en el salón de su casa (no la de Cáncer) y, aunque él prometió averiguarlo, nunca se supo de dónde salió. Aunque lo importante ocurrió luego, pues el hombre continuó apostando cosas inexistentes a ver si el suceso se repetía, mas nunca lo hizo y la ternerita se convirtió en la única compañía de aquél hombre; Máscara de Muerte había apoyado su decisión de continuar apostando, igual de esperanzado e igual de decepcionado, y sentía una inmerecida culpabilidad cada vez que lo recordaba.
Eso le pasaba por intentar hacerse el bueno y encarar a un vagabundo sospechoso. En serio, ¿qué clase de hombre iba vestido con harapos viejos pero sacaba de su bolsa mugrienta una copa de oro puro, y, no era un ladrón? Quizás un alquimista; se respondió casi al instante.
«Ese sería un buen disfraz»
Máscara de Muerte dejó de andar. Oteó a su alrededor, pero era él el único en aquella estrecha callejuela, y aún así, había oído con claridad la voz de aquél sujeto. ¿Acaso-?
«Cáncer pensando en fantasmas no es muy original, piensa otra vez, más de cerca»
Máscara de Muerte se llevó las manos a la cabeza al oír aquél último susurro retumbar en sus oídos aunque no sintiera aliento alguno cerca. Claramente, la falta del olor a vino decía que estaba sólo.
«Eso… Es justo, no puedo negarlo»
¿Cómo [censurado]?
—¡¿Qué-!? —se cubrió la boca, o, sus manos cubrieron su boca. Era aquella otra voz que se solapaba en el cielo, al fin había entendido sus palabras y no le gustaron en absoluto. ¿Censurar sus pensamientos? ¿Quién era ése loco, un extremista radical?
«Ejem. Permite que vuelva a presentarme» una de las manos de Cáncer se apartó al frente en contra de su voluntad e hizo un gesto de saludo. «Saludos, caballero. Mis nombres son varios pero Dioniso y Baco son los más populares, aún así, puedes continuar refiriéndote a mí como Coba»
Sí, algo como éso le había llegado a la mente, pero, ante la ausencia de un cosmos relevante en el sujeto, descartó la idea rápidamente.
«Todo cosmos se manifiesta de manera distinta, suponía que sabrías algo así… Quizás las huestes de Atenea necesiten un recordatorio. Y no te preocupes, espero que estés en desacuerdo, pues tu castigo será echarme una mano con ello»
—¿Fue cuando me metí al agua para buscarte? —susurró el joven apenas amabas liberaron su boca. Otro recordatorio de por qué no le sentaba bien hacerse el bueno.
«No, antes. Cuando bebiste de mi copa. ¿Necesitas tú un recordatorio?»
[Dioniso: es el dios patrón de la agricultura y el teatro. También es conocido como Dioniso Eleuterio, liberando a uno de su ser normal, mediante la locura, el éxtasis o el vino.]
Ah.
Qué extraña manera de poseer a alguien, pero, el santo suponía que había visto peores métodos. Eso sí, usualmente era el encargado de los exorcismos y no el que padecía la falta de respuesta de su propio cuerpo, que comenzó a andar hacia la salida del callejón. No veía verdadero punto en impedirlo, él se dirigía ahí, para empezar. Tal vez incluso les podría pedir ayuda-
«Ah, ah, nada de éso. Tu voz es mía»
Máscara de Muerte intentó quejarse en voz alta, pero no pudo separar los labios. Un poco harto y un tanto resignado, pensó entonces: sabes qué, haz los que quieras, éstos eventos me parecen aburridísimos y la preparación todavía más. Eso sí, si te descubren, estás por tu cuenta. No pienso salvarnos el [censurado] por ti.
«Ya veo. Hablas de tus compañeros» entonces hubo un silencio y dejaron de andar un momento. «Los hermanos no deberían pelear ni temerse unos a otros. Ustedes en serio necesitan ayuda»
Hipócrita.
«¿Por qué lo dices? Yo nunca he discutido con los míos, al menos no al nivel en que lo hacen entre ellos» por supuesto que enteras guerras entre humanos no eran más que la consecuencia de meras discusiones entre dioses. «Así es»
[CENSURADO]
Pero Máscara de Muerte se sentía cada vez más agotado, aunque no de mala manera. Así que decidió quedarse como espectador, confiando en que reiría al final, al notar que el dios se dirigía hacia donde había dejado jugando a los pequeños que le encargaron supervisar. Muy en el fondo, esperando no ser oído, agradeció que los dos que le encasquetaron no se hubieran movido del sitio.
Allí andaban Mu y Aldebarán, ayudando a enrollar las telas (como serpientes) en los postes de algunas casas a cambio de golosinas.
Continuará... (tal vez)
N/A: Como espero que se note, es narrativa experimental y todavía falta un tanto de éso.
Necesito revisar algún anime de humor y en tal aspecto acepto sugerencias (no ambientados en la secundaria). Ahora, ¿sugerencias sobre esta pavada? Tal vez las ignore, tal vez no, prueben suerte en intentar hacer reír a mi alma muerta.
Advierto desde acá que sí, se presentan menores bebiendo, al menos MdM ya lo hizo y no será el último (ni el primero). Ustedes no consuman si tienen menos de 18 años.
