CAPITULO 3: El SHERIFF HERIDO
Los primeros rayos del sol apenas comenzaban a disipar la oscuridad de la noche cuando el sonido urgente de una ambulancia rompió el silencio matutino en el hospital. La sirena, un presagio de emergencia, resonaba a través de los pasillos, arrastrando a Vania de la rutina a la incertidumbre. En un instante, la calma habitual se vio sumergida en el caos de una nueva urgencia.
Vania, ya en su turno, se preparaba para un día más de trabajo cuando la noticia llegó: un sheriff herido, necesitando atención crítica, estaba en camino. Aunque acostumbrada a las emergencias, la gravedad de la situación imprimió un ritmo acelerado a sus pasos hacia la sala de emergencias.
El Sheriff, llevado a toda prisa por los paramédicos, estaba inconsciente, su uniforme manchado de sangre. Vania, con la profesionalidad que la caracterizaba, tomó el control inmediatamente.
— Necesito un informe completo mientras lo trasladamos a cirugía — ordenó, mientras sus manos ya expertas comenzaban a evaluar las heridas.
La sala de operaciones estaba bañada en una luz tenue, apenas rota por los primeros rayos del amanecer que se colaban por las ventanas altas. El equipo quirúrgico se movía en una coreografía silenciosa, cada miembro concentrado en su tarea bajo la guía firme de Vania. La mesa de operaciones era el epicentro de su universo en ese momento, todo giraba en torno al sheriff herido, cuya vida pendía de un hilo.
— Necesito una visión clara del campo quirúrgico — solicitó Vania, su voz calmada pero cargada de urgencia. Su colega, el Dr. Martínez, maniobraba el foco quirúrgico, iluminando el pecho del paciente con precisión.
Con manos firmes, Vania realizaba una incisión meticulosa, revelando la complejidad del daño causado por la bala. — La bala está alojada cerca del pulmón izquierdo, tenemos que ser extremadamente cuidadosos — explicó, mientras las imágenes de rayos X proyectadas en una pantalla al lado de la mesa confirmaban sus palabras.
El equipo asentía, comprendiendo la delicadeza de la situación. — Prepárame el extractor de balas y mantén la aspiración lista — indicó Vania al Dr. Lee, su residente más competente, quien cumplía cada instrucción con precisión.
El silencio que llenaba la sala era un testamento de la tensión y la concentración que el procedimiento exigía. Vania, guiada por su experiencia y determinación, maniobraba con habilidad entre los tejidos y vasos dañados, su enfoque absoluto en el objetivo de salvar la vida del sheriff.
— La tengo — anunció finalmente, la tensión en la sala cediendo un poco al extraer con éxito la bala. — Ahora a cerrar y asegurarnos de que no haya más daños internos — continuó, mientras el equipo seguía sus instrucciones con renovado vigor.
Una vez asegurada la estabilidad del paciente, y la cirugía llegaba a su fin después de un par de horas, Vania se permitió un momento para mirar al Sheriff, algo en él le provocaba curiosidad, compasión y empatía. No podía evitar sentirse preocupada por él, por sus compañeros, por sus pacientes, ya que cada día que pasaba, el mundo se sumía cada vez más en la oscuridad y el desconcierto.
— Buen trabajo, equipo —dijo Vania, su gratitud sincera hacia sus colegas que habían estado a su lado en cada paso del camino. — Vamos a mantenernos alerta, las cosas afuera están cambiando rápidamente — agregó, recordándoles la importancia de estar preparados para lo que fuera que estuviera por venir.
Mientras el sheriff era trasladado a cuidados intensivos, el equipo quirúrgico compartía miradas de alivio y satisfacción. Habían ganado otra batalla contra la muerte, pero la guerra, tanto dentro como fuera del hospital, apenas comenzaba.
"La vida es increíblemente frágil", murmuró para sí misma. La imagen del sheriff, gravemente delicado ahora luchando por su vida, era un recordatorio sombrío de lo repentino que podía ser el cambio, de cómo un instante podía alterar todo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de la Dra. Emily Torres, una colega y amiga. Emily se acercó a Vania, su expresión mezcla de preocupación y asombro.
—¿Has oído las últimas noticias? —preguntó Emily, su voz baja. —Hay informes de gente... atacando a otros en la calle. Es culpa de esa enfermedad desconocida, violenta y contagiosa.
Vania se enderezó, su cansancio desplazado por una nueva ola de inquietud. —¿Qué estás diciendo, Emily? ¿Ataques en la calle?
—Sí, y no son solo rumores. Nos han reportado hospitales cercanos sobre pacientes llegando heridos de gravedad, hablando de ser atacados por personas que parecían... fuera de sí —explicó Emily, claramente afectada por la noticia.
Vania frunció el ceño, procesando la información. —Necesitamos estar preparados para cualquier cosa. Esto podría ser el comienzo de algo mucho más grande de lo que imaginamos.
—Estoy de acuerdo —dijo Emily. —Voy a revisar los suministros médicos, asegurarnos de que tenemos lo necesario para enfrentar lo que sea que esté pasando.
—Buena idea. Voy a hablar con el director del hospital. Necesitamos un plan de acción —respondió Vania, ya moviéndose hacia la oficina del director.
Mientras caminaba, Vania no podía evitar sentir que estaban al borde de un precipicio desconocido. La noticia de los ataques, junto con la misteriosa enfermedad, creaba un panorama que desafiaba toda lógica y experiencia previa.
Vania entró en la oficina del director con un paso decidido, su expresión reflejaba la gravedad de la situación. El director, el Dr. Harold Jennings, un hombre de mediana edad con una mirada penetrante y una postura que denotaba años de experiencia en la gestión hospitalaria, la recibió con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Dr. Jennings, necesitamos hablar sobre la situación emergente —comenzó Vania sin preámbulos, su voz firme y segura. —Los informes sobre esta enfermedad desconocida y los incidentes de violencia están aumentando. Debemos actuar ahora.
El Dr. Jennings, al principio un tanto escéptico, se inclinó hacia adelante, entrelazando sus dedos. —Entiendo, Dra. Vania, pero ¿estás sugiriendo que este hospital entre en una especie de estado de emergencia?
—Exactamente —respondió Vania. —No podemos esperar a que la situación empeore. Necesitamos establecer áreas de cuarentena y prepararnos para la posibilidad de un brote dentro del hospital.
El director asintió lentamente, sus ojos reflejaban la comprensión de la magnitud de la sugerencia. —Es una medida extrema, pero dadas las circunstancias, parece prudente. ¿Cuál es tu plan, Dra. Vania?
—Soy cirujana, sí, pero también he estado coordinando con el equipo de enfermedades infecciosas. —Vania sacó unos documentos y los extendió sobre el escritorio. —Aquí tengo un borrador de un plan de contingencia. Incluye protocolos para la identificación y aislamiento de casos sospechosos, además de medidas de protección para nuestro personal y pacientes.
El Dr. Jennings examinó los documentos con atención, asintiendo con aprobación. —Esto es un trabajo excelente, Vania. Veo que has pensado en todo, desde logística hasta soporte psicológico. Implementaremos estas medidas de inmediato.
Vania asintió, aliviada por la rápida aceptación del director. —Gracias, Dr. Jennings. También sugiero realizar sesiones de capacitación para todo el personal, para asegurarnos de que estén preparados y equipados para manejar esta crisis. Si me permite, puedo reunir ahora mismo a los encargados de los diferentes departamentos en la sala de conferencia para comenzar la coordinación y organización además de escuchar sus propuestas y opiniones.
—Por supuesto, reúnelos —acordó el Dr. Jennings. — Y ten por seguro que organizaremos esas sesiones lo antes posible. Tu liderazgo en esto es invaluable, Dra. Vania.
Al salir de la oficina, Vania se sintió un poco más aliviada, sabiendo que estaban tomando medidas para proteger a todos en el hospital. Sin embargo, la inquietud que anidaba en su pecho no desapareció. Sabía que los próximos días pondrían a prueba a todos en el hospital de maneras que nunca antes habían experimentado.
La tensión en el hospital era inminente, como si una nube de incertidumbre y miedo se hubiera instalado sobre el edificio. Vania, consciente de la gravedad de la situación, se movía con determinación y urgencia, liderando los esfuerzos para preparar el hospital para lo desconocido.
En la sala de conferencias, Vania y el equipo administrativo se reunieron para trazar un plan. Mapas del hospital estaban esparcidos sobre la mesa, marcados con áreas potenciales para la cuarentena.
—Necesitamos asegurarnos de que estas áreas estén completamente aisladas —indicó Vania, señalando las alas del hospital que podrían ser utilizadas para aislar a los pacientes infectados que comenzaran a llegar. —La seguridad de nuestros pacientes y personal es primordial.
El jefe de seguridad, un hombre de mediana edad con una mirada que reflejaba tanto preocupación como resolución, asintió en acuerdo. —Implementaremos controles de acceso inmediatamente. Solo personal autorizado podrá entrar o salir de las zonas de cuarentena.
El jefe de enfermería, una mujer de aspecto robusto y ojos llenos de una mezcla de fuerza y compasión, habló: —Organizaré al personal de enfermería. Necesitaremos rotaciones para evitar el agotamiento y garantizar la cobertura continua.
Vania asintió, agradecida por la eficiencia y compromiso de su equipo. Luego, se dirigió a formar el equipo de respuesta rápida. En una sala adyacente, médicos, enfermeras y personal de apoyo se reunieron, escuchando atentamente mientras Vania detallaba los protocolos.
—Esta enfermedad es diferente a todo lo que hemos enfrentado antes —explicó Vania, su voz clara y firme. —Debemos ser extremadamente cuidadosos en cómo manejaremos a los pacientes infectados. Los equipos de protección personal serán obligatorios en todo momento en las zonas de cuarentena.
Un joven médico residente, con una mirada de preocupación evidente, levantó la mano. —¿Qué sabemos sobre la transmisión de esta enfermedad? ¿Cuáles son sus síntomas?
—Aún estamos aprendiendo —respondió Vania. —Pero parece que el contacto cercano, especialmente las mordeduras, son un modo significativo de transmisión. La zona de la mordedura se infecta rápidamente, lo que puede incluir enrojecimiento, hinchazón, y dolor agudo en el área afectada. A diferencia de las infecciones normales, el cuerpo parece incapaz de contener o combatir eficazmente esta infección. Luego vienen los síntomas: Fiebre, escalofríos, debilitamiento, fatiga, delirios y Confusión. Trataremos a todos los pacientes con síntomas como casos potencialmente infectados.
El joven médico residente, después de escuchar la respuesta de Vania sobre la transmisión y síntomas de la enfermedad, asintió con preocupación antes de hacer otra pregunta, reflejando el temor que empezaba a crecer entre el personal.
—Entendido, Dra. Vania. Pero ¿qué hacemos si los pacientes infectados comienzan a mostrar agresividad? —preguntó, mirando a su alrededor, buscando confirmación de sus colegas de que no era el único con esa inquietud.
Vania hizo una pausa, considerando la gravedad de la pregunta. Era un tema que no podían ignorar, dado lo que habían visto en las noticias y los informes que llegaban al hospital.
—Es una preocupación válida —admitió finalmente. —Si un paciente se vuelve agresivo, la prioridad es garantizar la seguridad de todos: del personal, de otros pacientes y del propio paciente agresivo. Usaremos sedantes si es necesario, siempre bajo estricta supervisión médica.
El Dr. Simon Reyes, un anestesiólogo parte del equipo, intervino. —He preparado un protocolo de sedación rápida para esos casos. Es importante actuar rápidamente, pero de manera segura, para evitar lesiones.
—Además, —continuó Vania, mirando a cada uno de los presentes— implementaremos entrenamientos sobre cómo manejar situaciones de agresividad sin recurrir a la violencia. Queremos proteger, no lastimar.
Una enfermera veterana, Sandra, con años de experiencia en el departamento de emergencias, levantó la voz. —También deberíamos tener un sistema de alerta rápida. Si un paciente comienza a mostrar signos de agresividad, necesitamos saberlo inmediatamente para poder responder.
—Excelente punto, Sandra —respondió Vania, asintiendo con aprobación. —Estableceremos un código específico para estos casos. Eso nos permitirá movilizar rápidamente al equipo de respuesta sin alarmar innecesariamente a los demás pacientes y visitantes.
La reunión continuó con la discusión de otros detalles operativos, cada miembro del equipo aportando desde su área de conocimiento. Al concluir, había un sentido de unidad y propósito. A pesar de la incertidumbre y el miedo, estaban decididos a enfrentar lo que venía con profesionalismo y compasión.
Al salir de la sala de conferencias, Vania se sentía agotada pero resuelta. Sabía que los días venideros pondrían a prueba a todo el hospital de maneras que nunca habían imaginado. Sin embargo, la determinación y preparación demostrada por su equipo le daban esperanza. Juntos, enfrentarían la crisis, cuidando de los demás y protegiéndose entre sí.
