-Este fic es una adaptación del manga y anime "Versalles no Bara" de Riyoko Ikeda junto a la película de 1979 "Lady Oscar" de Jacques Demy, la película conmemorativa de 1989 "La Revolución Francesa" y la película "Maria Antonieta: La Reina Adolescente" de Sofía Coppola. Los personajes pertenecen por completo a Masashi Kishimoto, más los personajes de carácter secundario y modificaciones las personalidades, hechos y trama corren por mi cuenta y mi entera responsabilidad. Les sugiero escuchar "Concerto in G" de Antonio Vivaldi, que es el soundtrack usado la primera mañana de Maria Antonieta en Versalles en la película de Sofía Coppola.


16 de mayo de 1770/Palacio de Versalles

Los acontecimientos que habían tenido lugar aún le resultaban confusos en su mente inocente; tras recibirla en el bosque de Compiègne, había vuelto a subir al carruaje junto a lady Koharu Utatane y el embajador Shikaku, sosteniendo un silencio extraño, no incomodo, sino extraño. Seguidamente se había realizado una especie de banquete—no podía definirlo así porque aparentemente lo que la esperaba en la corte versallesca seria incomparable—en el Castillo de la Muette donde había sido presentada a sus futuros hermanos en ley, Choza y Torifu, así como a las tías solteronas de su futuro esposo; madame Yoshino, Leiko y Yumiko que siendo honesta le habían parecido de lo más agradable. Luego del ceremonial que le había parecido un tanto pomposo, había sido guiada a sus aposentos donde apeas y había podido dormir por la noche. Sabía que cuando llegase a Versalles todo comenzaría a cambiar, definitivamente ya no sería la prometida del Delfín, lo seria en nombre; la Delfina Ino Yamanaka, esposa del Delfín de Francia, lo seria en una ceremonia incomparable como el protocolo francés dictaba y aunque hubiera aprendido tanto de su nuevo hogar…se sentía nerviosa. ¿Cómo no estarlo? Ella y Choji con suerte se habían dirigido la palabra y en presencia de una multitud, además no tenía más amigas o aliados que el embajador Shikaku o la condesa Utatane que era su apoderada. Se moría de ganas de hablar con Sakura, más sabia que debería esperar hasta que un determinado momento les permitiese estar a solas y ver si podía contar con ella, como amiga. Lo que más deseaba era poder encajar y agradar a su nueva familia.

Ahí, en el interior de aquel carruaje, Ino no podía saber que pesaban los demás miembros de la familia real, su nueva familia, pero para ella al menos el viaje se le hacía eterno, únicamente asomando difusamente el rabillo de los ojos por la ventana para saber qué es lo que pasaba, vislumbrando pasajes casi interminables, hermosos y que la invitaban a descubrirlos, pero interinamente se preguntaba si tendría siquiera la ocasión de hacerlo. De pronto sintió como el carruaje se detenía lentamente, permitiéndole visibilizar unas magníficas verjas doradas y tejados coronados con oro reluciente, era como u cuento de hadas de oro, miel, mármol y joya preciosas. No tenía comparación con nada que Ino hubiera visto antes, su adorado palacio de Schönbrunn donde había crecido parecía quedarse corto, cual campiña rural, aunque jamás había visto una. El inmenso palacio estaba organizado a partir de una serie de tres patios en forma de «u», cada uno de ellos flanqueado por majestuosos edificios de piedra recubiertos de oro centímetro a centímetro, cada patio abriendo al siguiente, con su carroza entrando primero en el de mayor tamaño, pavimentado con adoquines y ligeramente más pequeño. Ino apenas y presto atención a los lacayos que iban a ferrados al carruaje y que tras descender, se aproximaron a la puerta en tanto el carruaje se detuvo, abriéndola puerta para permitirles emerger. El primero en descender no hubo sido otro que el embajador Shikaku, ofreciéndole de forma diligente la mano que Ino acepto como apoyo aunque brevemente, sujetándose con sutileza del marco de la puerta, sin descender la mirada, observando todo con fascinación mientras tras ella emergía la condesa Utatane. En cuanto se encontró sobre el suelo, reconociendo el terreno con sus propios pies, por decir algo. Una figura se situó un paso tras suyo, a su diestra, el vistoso uniforme azul de la guardia le permitió reconocer de quien se trataba.

-Sakura- reconoció Ino, sin poder evitar sonreírle con suma emoción, casi eufórica.

Alzando su enguantada mano derecha al extremo de su elegante sobrero de pluma, la capitana Haruno reverencio sutilmente a la Delfina que le dirigió una luminosa sonrisa. Ni la una ni la otra eran lo que habían esperado que serían; una no era una insufrible niña berrinchuda y la otra no era una fría e intransigente modelo de conducta. En ese juego, momento y lugar eran dos jóvenes de la misma edad en un palacio tan hermoso cuya opulencia podía fascinar a cualquiera, con mucha facilidad. Siguiendo los pasos de la asombrada Delfina, Sakura observo por el rabillo del ojo a Sasuke siguiéndola a ella, sonriéndole ladinamente y con esa aparente superioridad que tanto la frustraba como divertía. Ese hombre sí que estaba muy seguro de sí mismo, o por lo menos lo aparentaba y mejor que ella misma, debía reconocer. Para ella y para Sasuke, Versalles no era gran cosa, claro que la pompa y los avasalladores lujos hacían que un individuo fácilmente quedase boquiabierto, pero ambos se habían acostumbrado a ese paraje de modo rutinario y desde aquella perspectiva el lujo no parecía tan apabullante. De hecho había esperado arduamente que urgiese una aventura, acción, intriga, peligro, algún desafío que librar, eso era lo único que les permitía sumergirse en la rutina sin morirse de aburrimiento. Más por ahora, Sakura tenía pensado dirigir su entera atención a la Delfina ese era su deber como capitán de la guardia. El corazón de Ino latía inquieto, emocionado y ansioso ante el reino de leyenda que contemplaba y que parecía no tener fin, con personajes reales aguardado a lo largo del amplio camino, como pilares innumerables hacia las puertas doradas que le permitirían entrar al Palacio.

Todos aquellos que la estaban rodeando, si así podía decirse, parecía emocionados y exultantes como quienes recibían no a una princesa extranjera sino a una hija prodiga de Francia, alguien que regresaba de un viaje muy lejano y aquello la hizo estremecer de dicha, como si desde siempre hubiera tenido destinado ese lugar en el Palacio de Versalles, aquella colosal estructura que se alzaba cual dragón de oro solido hecho de joyas en lugar de escamas y que en lugar de fuego lanzaba oro por sus fauces enjoyadas. Se sentía como una doncella de cuento que no quería escapar de su prisión. Se sentía bienvenida, claro y lo manifestó sonriéndoles a todos los nobles señores y las hermosas damas, todas mayores que ella por supuesto, algunas le parecieron tan hermosas como para superarla, más al reparar en ello Ino se dijo mentalmente que era la Delfina y que no debía ni le correspondía pensar así. Aún era oven, si pensase verse al espejo hoy, sabía que no luciría igual en diez o veinte años más. En una ocasión había visto la comparación en dos retratos de su madre; uno apenas siendo un par de años mayor que ella y el otro representándola como era en la actualidad. Se preguntó si luciría tan magnifica y fuerte en un retrato, algún día, en parte lo deseo, pero más que nada deseo representar bien su papel; el de futura reina de Francia. Aunque, para ser honesta…por dentro no se sentía para nada preparada para ser la reina de Francia, sentía que no haría bien su papel, era una sensación que no entendía, peor ahí estaba, permanentemente instalada en el centro de su pecho. Ante ella se presentaron tres pequeñas niñas con diminutos vestidos y belleza inocente que reverenciándola apropiadamente la hicieron sonreír de tan solo verlas, por un momento recordándole su niñez en el Palacio de Schönbrunn, junto a sus padres, así como a sus muchos hermanos y hermanas.

-Hola- saludo la Yamanaka, recibiendo a cambio sonrisas dulces de aquellas adorables pequeñas de a lo sumo cinco años que le ofrecieron amablemente sus pequeños ramos de flores. -Gracias- bajo la cabeza brevemente y sin dejar de sonreír, cual hija prodiga.

Tras recibir estos bellos obsequios de las adorables niñas, la Delfina continuo su paso hacia las enormes puerta que si darse cuenta parecieron hacérsele inalcanzables, las miradas continuaban siendo cálidas para ella, murmullos y sonrisas sin par, pero también miradas críticas, no como si pretendieran humillarla sino más bien como si la evaluaran, como si así pudieran juzgar si era lo bastante buena o no. Reparo en el labio inferior austriaco, aquel que decían era su gesto menos agraciado y que se transmitía por la sangre Yamanaka en sus venas. Intento incluso mordérselo con sutileza para ocultar su tamaño. Su peinado, su forma de vestir; el corsé, la enagua, las medias, hasta el último hilo de sus ropajes era francés y se lo repitió hasta el cansancio. Ya no era Ino, la archiduquesa austriaca, era Ino Yamanaka la Delfina de Francia. No soy austriaca, se repitió mentalmente una y otra vez como si así pudiera convencerse de ello. No había miradas hostiles, pero aun así sentía que las miradas menos favorecedora—que eran el equivalente a la mitad de los presentes, se lo gritasen con los ojos como si fueran dagas directo a su corazón. Su madre, la Emperatriz Miyuki, era apodada la matrona de los pueblos debido a su numerosa prole, pero en aquel instante Ino se sintió como la más desdichada de sus hermanas sin comprender porque…como si fuera directamente al matadero, como si tras cruzar aquellas puertas que se le aproximaban fuese a entrar definitivamente en un mundo que sería su condena. Negando para sí, mentalmente, ante semejantes cavilaciones, continuo sonriendo con luminosidad a todos cuanto estuvieran a su paso, inclinando la cabeza con respeto a quienes parecían tener la edad suficiente para considerarse figuras de sabiduría, alzando la vista y examinando por última vez la colosal estructura que era el exterior y fachada de aquel Palacio mientras los guardias al interior le abrían las puertas y bajaban servilmente la cabeza.

No hay vuelta atrás, se dijo Ino mientras cruzaba las puertas. Soy la Delfina de Francia. Y no podía olvidarlo.


Si el exterior invitaba al descubrimiento como un increíble sueño hecho realidad, el interior había dejado casi boquiabierta a Ino; pasillos de mármol estampados con flores diversas, oro recubriendo estructuras y decorados de diseños tan elaborados como para ser sacados de un cuadro celestial, estatuas hechas de oro sólido, espejos, salones…tanto que la invitaba a sentirse como en casa, y es que ¿Quién no se sentiría como en casa? Lo único que echa en falta Ino era el inconveniente de su recepción. Tenía entendido que la anterior reina, Mei Therumi, había muerto hacía ya muchos años y que por ende los aposentos de reina de Francia habrían de pertenecer como única mujer de alto rango que tuviera la sangre real para ocuparlos, pero aún no estaban listos para que residiera en ellos, una lástima a decir verdad. Pero en resignación se alojaba en unos aposentos aledaños, pequeños sin duda, pero no por ello menos cómodos, además las joyas frente al escritorio al que estaba sentada la tenía sumamente concentrada; guirnaldas de perlas, diamantes, oro, brillantes, rubíes, zafiros. Todas las joyas pertenecientes a la élite de las reinas francesas antes que ella ahora le pertenecían y se esperaba que las usase con moderación y discreción. No sabía si podría, perlo lo intentaría. Sosteniendo entre sus manos a guirnalda que parecía más sencilla entre aquel alhajero repleto de gemas, Ino falsamente la poso sobre su cuello, observándose ante el espejo y sonriendo con coquetería. Con su mano libre tomo un abanico a su alcance, fingiéndose una aristocrática dama que intentaba no ceder ante las intensas miradas de sus pretendientes. Una contagiosa risa abandono sus labios al pensar en esto, como si pudiera tener pretendientes, se dijo Ino mentalmente, entregándole el abanico a la princesa Chouchou a su lado, la hermana menor de su futuro esposo, el Delfín Choji, y que a lo sumo tenía seis años.

Tenía algo de consuelo o eso es lo que quería creer mientras unos cuantos pasos lejos de ella se encontraban sus nuevas doncellas, todas guardando sus vestidos y ajuares en el provisional armario que habría de usar hasta que sus "nuevos aposentos" estuvieran aclimatados para ella. Ahí, sentada frente al escritorio, observando su reflejo en el espejo, solo contaba con su persona, con la pequeña princesita Chouchou que se entretenía infantilmente jugando con el abanico y Sakura que gallarda y firme, de pie junto al escritorio, parecía infranqueable. Si no conocerá a Sakura hubiera creído con certeza que era un hombre, con la mano derecha afianzada sutilmente sobre la empuñadura de su sable, con su elegante sombrero de pluma pendiendo del costado izquierdo de su cinturón, el uniforme azul con bordados de oro haciendo neutra su juvenil figura, la frente en alto y una mirada fría, o eso intentaba parecer, pero ella veía libertad en sus ojos, ansias de volar libre como u ave, lo miso que ella deseaba poder hacer. Que parecidas eran ellas dos. Había visto la frivolidad incontables veces, como capitana de la guardia tenía que convivir obligadamente con aquellos que formaban parte de su mundo, el de la nobleza, pero ahí y de pie vigilando a la alegre Delfina, se estaba aburriendo más que nunca ante la cháchara entre las doncellas que acomodaban los vestidos y ajuares…aunque a decir verdad no sabía de qué se sorprendía, de eso se trataba todo, así eran criadas las mujeres, para lucir hermosas, encontrar un esposo adecuado y vivir por siempre felices. Ahí y vistiendo su uniforme militar pudiendo decidir su propia vida, Sakura sonrió sutilmente para sí, tal vez muchos consideraran un error de parte de su padre criarla como hombre, más ella siempre se lo agradecería.

-Tengo mucho miedo, Sakura- admitió Ino con sutileza, sabiendo que nadie más podría oírla. Sintio la mirada de la Haruno sobre si, como muda señal de que estaba escuchándola. -Temo equivocarme y que me odien- pronuncio esto casi in aliento, con un suspiro, temiendo la reacción que sus palabras pudieran provocar pues hasta la fecha no había recibido otra cosa que regaños de la condesa Utatane recordándole que era y no era apropiado.

-Alteza…- Sakura tuvo cuidado de cómo se dirigía a ella, podían tener la misma edad, pero en absoluto tenían el mismo rango social, -le garantizo que el pueblo la adora, incluso venera- atestiguo, habiendo sido observadora y oyente de los vítores del pueblo, del modo en que todos veían la llegada de la Delfina como una bendición. Una princesa de cuento para una historia de cuento. Nada podía salir mal, esa era la verdad, -solo debe ser usted misma- sugirió ya que el mayor crimen de una persona era traicionar su esencia.

-¿Alguien ha agradado por ser ella misma?- inquirió la Yamanaka como respuesta, apoyando su mentón sobre los nudillos de su ano, meditabunda. -Te creo- sonrió al ver la expresión de Sakura que no supo que responder a su cuestionamiento, -me salvaste aun antes de llegar aquí y ahora, como Ino Yamanaka y no como la Delfina…te pido que te quedes conmigo, como amiga- sus ojos brillaba como los de un adorable cachorrito a punto de llorar y no sabía porque pero si se sentía así, sentía que no había vuelta atrás.

Tenía miedo, si, quizás fuera un error expresarse así perteneciendo al mundo en que le había tocado nacer, pero sentía que podía contar con Sakura aunque quizás no en todo, pero la tendría a su lado para protegerla, de eso se trataba su rol a cumplir como Delfina y Capitana de la guardia respectivamente, ¿No? Quizás el destino les permitiera continuar juntas. Nunca había sentido miedo realmente, bueno salvo en una ocasión de niña cuando Sasuke y ella se habían escapado del palacio para montar a caballo; por accidente ella se había caído al lago y a nada había estado de ahogarse…entonces y siendo una niña, había temido a la muerte, más hoy no lo hacía, tal vez fuera así porque Sasuke la había salvado desde entonces, porque sabía que lo tendría a su lado a cada momento que hiciera falta, más nunca había reparado en que alguien dependería de ella así, nunca había sido testigo del miedo y saberlo le resultaba extraño. Había figurado muchas cosas que la Delfina sería una joven arrogante, egoísta, frívola y distante como todos los nobles que había conocido hasta la fecha, pero en lugar de ello era un alma buena, amable, inocente, alegre y muy ingenua, una chica como cualquiera. Era extraño adecuarse a algo que no había pensado, pero creía poder ser una amiga para Ino, al fin y al cabo su trabajo sería mucho más fácil si la persona a la que debiera proteger y ella se llevaran bien, eso había permitido que Sasuke y ella congeniaran perfectamente a lo largo de los años. Sabiendo que no representaría un problema en ningún contexto; Sakura se arrodillo frente a la Delfina que la observo entre curiosa y confundida, apoyando una rodilla en el suelo y el brazo sobre la otra que mantuvo semi erguida, con la mirada alzada hacia la Yamanaka que parecía esperar una respuesta, no lo exteriorizaba con palabras, pero si con su cristalina mirada aguamarina.

-Ino, siempre encontraras en mi a una amiga y consejera- prometió la Haruno, sabiendo lo que sus palabras implicaban, pero no le molestaba efectuar tal juramento. Por décadas su familia había servido a Francia y al rey, y ella haría igual. Proteger a Ino Yamanaka era proteger a Francia, pero ella lo hacía por voluntad propia, -intentare ayudarte en todo lo que pueda, y sea como y cuando sea, me quedare contigo, lo prometo- se comprometió con solemnidad, sin apartar sus ojos de los de la Yamanaka.

-Gracias- sonrió Ino, enternecida, sosteniendo una de las manos de la Haruno y estrechándola entre las suyas.

La lealtad y la amistad eran dos de los bienes más preciados en el mundo, porque eran fáciles de encontrar en medio de la pobreza, donde el poder no existía al determinado nivel en que podía corromper el espíritu de las personas, allí había algo de bondad, pero en medio de la aristocracia encontrar compresión, amabilidad y más que nada amistad era algo casi imposible. Aunque fuera de manos de su protectora, Ino contaba con amistad, algo a lo cual asirse y ya no se sentía tan perdida y sola.

Su primer día en Versalles había comenzado con buen pie después de todo.


Tan solo un par de hora después de haber hablado con Sakura, ahora Ino se veía atravesando la Capilla Real bajo la atenta mirada de todos los nobles que le abrían paso, sonriéndole y observándola, juzgando con fascinación cuan hermosa lucia con un nuevo vestido, el de matrimonio. La luz del sol en pleno atardecer iluminaba los vitrales que conformaba figuras y escenas magnificas, de los colores del arcoíris y que traslucían parte del panorama exterior, haciéndole sentir a su vez como si entrara en un reino de luz y dicha, todo preparado para ella y Choji a quien diviso esperándola en el altar, haciendo aún más luminosa su sonrisa, dirigiéndola hacia el rey Jiraiya que a la diestra del altar permanecía de pie como privilegiado espectador. Este noble rey que inclino la cabeza para ella con sutileza en sinónimo de respeto, era la mayor figura de inspiración que tenía, y que le recordaba mucho a su madre, quizás no fuera iguales, pero era tan afectuoso y alegre que le hacía sentir que todo estaba bien, incluso cuando una parte de sí misma le dijera que no era así. En lo alto del altar yacía el cristo muerto sobre la cruz, en bajorrelieve de oro, el mismo oro que adornaba el mármol y la cerámica que parecía desaparecer bajo su amplio vestido mientras caminaba. Las acanaladas columnas a su alrededor estaban adornadas con flores y otros materiales, pareciendo auténticas joyas y una vocecilla dentro de su cabeza le dijo que si lo eran, aunque su austera vida austriaca le hacía pensar que parte de lo que veía era falso…estar ahí el hacía pensar algo completamente distinto.

Tal vez muchas novias reales, en su posición, se quejarían como niñas berrinchudas por no habitar en los aposentos de la reina de Francia, pero ella no, no porque todo cuanto había viso hasta ahora ya superaba cualquier cosa que hubiera esperado, aunque ciertamente nada de lo que hubiera podido imaginar conseguía siquiera guardar similitud con el paraíso de oro y mármol que era aquel Palacio y que ahora era su hogar. El hermosos vestido de seda y chiffon blanco que lucía superaba cualquier penuria, replicando la misma inspiración francesa que el resto de sus ajuares pero en un escote igualmente cuadrado pero más bajo y que dejaba ver con sutileza el principio de sus senos, todo por causa del corsé que casi no le permitía respirar, bajo el vestido el miriñaque remarcaba demasiado sus caderas como si de la cintura hacía abajo llevase una tienda de campaña o algo así, si es que no de un circo; en el frente cinco listones crema plateado adoraba el corpiño, con otros iguales en una innumerable infinidad, adornando el borde del escote hasta los hombros, la tela de las mangas hasta los codos donde el chiffon creaba una especie de nubes transparente con diminutas incrustaciones de diamante, encaje plateado e innumerables listones creaban figuras inentendibles y hermosas en el dobladillo de la tela, mientras que posteriormente creaban una especie de estola que casi llegaba al suelo que servía de capa o cola. Sus largos rizos rubios perfectamente peinados exponían su largo cuello, con una seguidilla de pequeños broches de plata recubiertos de diamante en forma de pequeñas plumas de cisne parecían resaltar aún más su cabello, a juego con unos pequeños pendientes en forma de rosa iluminando su rostro justo como sus ojos y su sonrisa ya de por si hacían.

En los palcos más alto, en la planta sobre la que ella caminaba…todos aprecian amotinarse, empujarse y pelear por verla, ahí y caminando al altar se sentía como la mujer más hermosa del mundo aunque aún no fuese una mujer, si, ya tenía la edad apropiada para consumar un matrimonio y tener hijos pero aun y en parte se sentía como una niña. Tras ella caminaba una portentosa comitiva, todas su doncellas, el embajador Shikaku, la condesa Utatane…sabía que Sakura estaba entre el público que no podía verla, aun así supo que ella si la vería y eso hubo sido suficiente para que no apartase los ojos del frente, sujetándose levemente parte de la falda para así no tropezar. Hombres y mujeres con pelucas, rostros empolvados y maquillaje, todo eso paso a su diestra y siniestra pero nada le importo lo suficiente mientras finalmente y tras tanta esperaba llegaba unto a Choji que bajo la cabeza con esa timidez que había visto en el desde el primer momento y ante lo que correspondido con paciencia y calma pues ella también estaba nerviosa de esta ahí y en esa situación, aunque fuera por mero formalismo porque la boda con poderes ya se había realizado hacía semanas, meses atrás. En primera fila y entre el público se encontraban sus cuñados Choza y Torifu, las tías de su esposo, sus doncellas que hubieron buscado sitio entre los presentes que permanecían de pie, al igual que el embajador Shikaku y la condesa Utatane. El clérigo envestido en sedas rojas, blancas y doradas bajo la cabeza con respeto hacia ellos antes de girarse hacia el cristo crucificado junto a los pequeños acólitos. Percibió movimiento a su lado, observando por el rabillo del ojo como, nervioso, Choji se secó apresuradamente el sudor de la frente con un pañuelo. Sin duda estaba más nervioso que ella, que aun así se mantuvo estoica y con la vista al frente.

Una especie de prominente toldo blanco se encontraba por varios metros sobre su cabeza y las de los presentes, recreando una figura que no alcanzaba a visibilizar pero que estaba adornada con plumas, presumiblemente supuso que se trataría de una especie de péndulo, algo que colgase del techo únicamente para maximizar la escenografía que ya se encontraba montada con toda la parafernalia que aquello podía implicar; los caballos con trajes de gala, las damas y sus hermosos vestidos así como joyas relucientes, el rey a la diestra el altar, los clérigos y religiosos con sedas doradas y plateadas adornando sus trajes…el ceremonial la aburría, pero había crecido con la idea de que la religión era sumamente importante y lo creía, creía en Dios con toda su alma y por ello fue paciente, por ello y el enlace que su madre había planeado para ella con tal de solidificar la paz, porque ya era la esposa del Delfín de Francia, más aquel ceremonial era igualmente era necesario. Escucho la música del órgano comenzar a sonar como un remolino de aire, sumamente rico, elegante y poderoso que la hizo sentirse aturdida. De entre el público, las tías del Delfín se observaron entre sí muy brevemente y con suspicacia, aun calificando a aquella joven como una "austriaca" en lugar de la Delfina que debería ser, pero aún faltaba tiempo para probar si merecía ser reina de Francia o no y ellas servirían de jueces en dicho proceso. En el determinante momento los clérigos se giraron hacia los presentes pronunciando las palabras sagrada; in nomine patri, et file et espíritu santi …amén, ante lo cual todos se hubieron persignado con respeto, sin apartar la vista de la agrada cruz que se alzaba gloriosa, siendo hasta entonces el absoluto centro de atención de todos los presentes.

La ceremonia que tenia lugar era excesivamente sencilla, pero la parafernalia dispuesta y la pompa versallesca era tal que todo parecía un cuento de hadas o pue que incluso más. El sacerdote flanqueado por dos clérigos a diestra y siniestra se situó frente a ambos, llamando con la mano a un pequeño niño que llegaba en sus manos un almohadón de seda color marfil con aquello que habría de ser el símbolo de su matrimonio, y que se acercó lentamente, casi nervioso y no era para menos. En tanto el pequeño niño estuvo frente a ambos, Choji sostuvo lo más cuidadosamente que pudo el pequeño anillo dispuesto para su esposa, intentando no temblar de nerviosismo mientras sostenía la delicada mano de la Yamanaka que intercalaba su mirada de él al anillo que ciño a su dedo, a su mano tan frágil y que lo acogió como si hubiera sido hecho a su medida. Intentando no parecer tan emocionada, Ino se mordió ligeramente el labio inferior, sin atreverse a verlo a los ojos. El pequeño anillo tenía un pronunciado diamante adornándolo y que pareció reflejar la mismísima luz del sol, no era exageradamente grande pero tampoco pequeño. Ahí, observando ese hermoso anillo por al menos una fracción de segundo, Ino alzo finalmente la mirada hacia Choji, ninguno de los dos siendo capaz de decirse nada mientras se observaban en silencio, aun siendo prácticamente uno desconocidos entre sí. Lo siguiente que vio fue a Choji inclinarse hacia ella, afortunadamente dándole el tiempo indicado para corresponderle, pero en lugar del beso que había esperado fuera el primero de muchos, solo sintió un beso en la mejilla, cálido y vacío a la vez y ante el que le sonrió con idéntica amabilidad. No sentía nada de lo que su madre le había dicho que sentiría, más aun así se quedó callada y correspondió con alegría a todo cuanto viera.

Ya estaba hecho, ante Dios y los presentes eran y siempre serian marido y mujer.


Una vez hubo sido efectuada la ceremonia, el rey Jiraiya, Choji y ella habían pasado a firmar el contrato matrimonial, observando la firma de Choji Akimichi, Ino intento imitarlo tanto como le fuera posible pese a que no fuese un prodigio escribiendo, consiguiendo hacerlo con eficacia pero errando al dejar que una gota de tinta manchase el final de su apellido y con ello el documento, pero ya estaba hecho, aunque era vergonzoso que a su edad y con su educación se cometiese tamaño error. Había sido fácil dejar este error atrás siendo que tras la boda y la firma del contrato finalmente había llegado la celebración que todos tanto habían querido ver y que dio paso a la música, no reconocía quien había sido el compositor, no estando tan alegre en cuanto llegó el momento que Choji y ella bailasen frente a toda la corte y especialmente con el rey presente. Ya no había miradas hostiles mientras se dejaba guiar por el ritmo de la música, teniendo cuidado de cómo se movía, no solo por la coreografía enseñada sino también por su propio ritmo…Dios, si había algo que le gustase más que jugar y bromear, eso sin duda alguna era bailar. Todos a su alrededor, desde el rey a los nobles caballeros y damas, todos le sonreían, todos murmuraban con sonrisas y alegría en los ojos. Su esposo, Choji, el Delfín, apenas dice una palabra, e Ino demasiado animosa como para dejar de moverse y hablar, no hubo sido capaz de contrarrestar su silencio, eso Choji podía inferirlo si necesidad de preguntas, observando la soltura con que se desenvolvía, siendo un espectáculo impecable para los presentes, no confiaba en ella pero aun así…apartar sus ojos de ella era simplemente un crimen, debía reconocer que su belleza era asombrosa, pero él era demasiado tímido, reservado y callado como para elogiarla, en lugar de eso solo pudo seguir sus movimientos en sumo silencio y con veneración.

-¿No te parece la austriaca muy joven?- murmuro uno de los presentes, divertido y fascinado a la vez.

La multitud que había en el enorme alón era tan que era bastante difícil saber quién decía que, por lo que Sakura únicamente pudo atinar a intentar ver por el rabillo de ojo quien había hecho semejante e impropia pregunta. Había asistido al enlace con suma curiosidad, nunca había visto a una boda, no sabía que simbolizaba ni que debía hacerse en una, claro que tenía hermanas mayores pero la menor de ellas eran casi cuatro años mayor y había tenido poco contacto con ellas que se había alejado de casa a medida que crecían, hoy todas eran señoriales damas de alcurnia con esposo adinerados y títulos envidiables, generalizadamente hablado desde luego, pero aun así el mundo de las mujeres comunes se le hacía arbitrario y extraño, extraño en un contexto que sabía jamás conocería, no como la mayoría. De pie a su lado se encontraba Sasuke a quien observo atentamente, y para cuando él se hubo dado cuenta de su mirada, le dedico su siempre característica sonrisa ladina con aquella autosuficiencia que la hacía estremecer…irónicamente nunca sabía si era de frustración por su necedad o porque en el fondo sabía que él era un hombre y ella una mujer. La sociedad aristocrática se dividía en clases estipuladas según el nacimiento; el clero, la nobleza y la plebe y en estas dos últimas la mujer siempre debería ser alguien cultivada y hacendosa, capaz de sostener una familia, peor en el caso específico de la nobleza la belleza y la gracia eran importantes, más viendo bailar ala Delfina, Sakura supo que cualquier característica positiva merecía serle otorgada a Ino, no había dama alguna que pudiera igualarla. La pieza de música llego a u fin al igual que la coreografía, con la pareja reverenciándose entre sí, sosteniéndose de la mano y observando al rey Jiraiya que recibiendo una copa de champaña de parte de uno de los sirviente, contemplo más que satisfecho el cuadro que componía su nieto y la ahora Delfina.

-Por el Delfín y la Delfina de Francia- proclamo el rey Jiraiya, exultantemente feliz pero asiéndose al protocolo en su galantería, -que tengan muchos hijos sanos y procreen un heredero a nuestro trono- brindo, esperando que su plegaria fuese atendida por el altísimo.

Ante las palabras del rey, todos los presentes estallaron en aplauso; la Delfina era una ninfa sacada de un cuadro celestial, era el mayor presente que Francia había recibido en su historia y Dios mediante la paz sería tan eterna como su gracia y belleza.


La boda del futuro rey de Francia no era un asunto sin importancia, era una cuestión de estado declarar a toda Francia que había un futuro, que había una Delfina que engendraría a la siguiente generación y de que habría herederos, en base a las guerras libradas en años pasados es que todos había sufrido, el dinero con que la situación financiera de la nación no era precisamente alentadora y el rey Jiraiya aun así continuaba despilfarrando en fiestas y dinero para su amante, pero ¿A alguien le importaba? En lo absoluto, siendo nobles todos gozaban de dinero y privilegios mientras que el pueblo se moría de hambre, obligado a pagar impuestos abismales mientras que los nobles apenas y promocionaban un céntimo. Aun conscientes de esta desigualdad, el pueblo había caminado grandes distancias desde Paris a Versalles únicamente con el fin de vislumbrar los fuegos artificiales que el rey había prometido se efectuarían en honor del Delfín y la Delfina, habían estado a punto de lanzarse, centellando en el cielo…pero una inesperada tormenta había apagado la magia, creando consigo lodo que los pobres súbditos hubieron tenido que tolerar de regreso a Paris bajo la helada lluvia mientras que dentro del Palacio cundía el regocijo, la lluvia era un inconveniente menor para la minoría de nobles que no residían permanentemente en Versalles y cumplían con otro capítulo de la historia, casi más atrapante que los "juegos pirotécnicos". En siglos pasados escuchar o ser testigos de cómo se consumaba un matrimonio había sido habitual, se necesitaba saber que habría herederos en camino y que ni el hombre en cuestión era impotente ni la mujer frígida o algo parecido…afortunadamente habían "evolucionado" como para no recurrir a algo así, más d todas forma, hubo resultado incómodo y desconcertante tanto para Ino—que lo vivía-como para Sakura—que estaba presente—tener que vivir el ritual de acompañar a la pareja a meterse en la cama luego de que la celebración hubiera finalizado.

Contraria a la gran mayoría de los presentes que con suerte se preocupaban de la vida de su sirvientes, Sakura y Sakura—que permanecía a su lado en todo momento—habían crecido juntos desde que tenían memoria, habían sido como hermanos entre si, no habían permitido que nada los separase a medida que crecían, pero Sakura no era tonta, sabia de la precaria situación de pueblo, por ello siempre que visitaba Paris intentaba llevar tantas monedas de oro consigo como podía y las repartía entre los pobres. Sasuke y Mikoto vivían junto a ella, su padre y su madre, eran tratados como iguales, amigos y miembros más de la familia, siempre había sido así, pero nadie ignoraba que otros no gozaban de igual felicidad, por lo que se debía ser agradecido. Mordiéndose el labio infiero para no reír, Sakura vio el ceño fruncido y la expresión de sumo desconcierto en el rostro de Sasuke mientras avanzaba el ceremonial, y es que para ambos llegar a encontrarse en una situación así sería absolutamente ridículo, de hecho y aunque Sasuke fuera un sirviente casi no cumplía con ninguna de las labores que eso conllevaba. Al pasar toda su vida junto a él, Sakura había aprendido a ser autosuficiente, más que asistirla, Sasuke solo pertenecía a la plebe por nacimiento, pero en todo lo demás vivía en el Palacio y tenía casi tantos privilegios como ella, tal vez en Versalles debiera para todo el tiempo a su lado, en cada momento, más era por gusto que por obligación. El protocolo en Versalles era sumamente apolillado, casi tanto como el que—se decía—tenía la corte española, a Sakura en lo personal le resultaba absurdo…pero la reglas no las hice yo, se dijo mentalmente a modo de recordatorio, chocando distraídamente su hombro contra el de Sasuke que volteo a verla en el acto, comprendiendo su mirada e intentando—en lo sucesivo—no parecer tan confundido y disgustado con semejante parafernalia.

Aunque el ceremonial para acostarse le resultase sumamente absurdo, Ino asistió a él en silencio y de manera diligente pudiendo recobrar el aliento en cuanto le hubieron quitado el corsé y la ceñida tela del vestido, al menos ahora no había apoderados ni intermediarios, ella y Choji—a tantos metros de distancia de ella y en el otro lado de la cama—eran ellos mismos, finalmente había algo de autenticidad por más nimio que fuera. Habían sido necesarias varias horas de celebración para que estuvieran listos, pero finalmente estaba en los aposentos de la reina de Francia que ya estaban aclimatados para que residiera permanentemente allí, aunque poco podía reparar en ellos, centrando su mirada en la amplia cama con dosel crema estampado de flores y que la aguardaba. Finalmente y con la ayuda de la condesa Utatane, Ino acomodo el camisón a su cuerpo, asomando tímidamente por la pantalla que hasta entonces le había otorgado algo de privacidad, situándose al pie del lado derecho de la cama, apretándose las manos, viendo a Choji emerger del otro extremo justo como ella, con camisa de dormir que el rey Jiraiya le había entregado. Ambos se observaron con desconcierto el uno al otro por unos breves segundos mientras parte de los caballeros y las damas presentes retiraban las colchas y les permitían recostarse sobre la cama, sin observarse entre si en ningún momento, resignándose a ser nuevamente cubiertos, solo pudiendo dirigir la vista al arzobispo que con las manos impregnadas de agua bendita aguardo del otro lado de prominente margen dorado que aislaba la cama del resto de la estancia.

-In nomine patri, et file et espíritu santi- pronuncio el arzobispo realizando solemnemente la señal de la cruz, -amen- bajo la cabeza con sumisión y se apartó para dar paso al rey, ya habiendo cumplido con su deber.

Ahí sobre esa cama, Ino recordó como varios meses atrás su madre le había explicado las dos caras del matrimonio: el deber y el deseo, o bien se podían ver ambas como aristas separadas o que se fusionaba y formaban parte de la misma, lo ideal sería esto último pero tristemente esto—según tenía entendido—dependía en su mayoría del hombre que tuviera como esposo y que tuviera o no a bien tener alguna amante pese a estar casado. Desviando la mirada hacia Choji de manera casi imperceptible, Ino quiso creer que eso no pasaría, pero si el rey Jiraiya había tenido tantas amantes desde su más precoz juventud ¿Por qué no sucedería así con todos los hombres? Era extraño; la infidelidad se les perdonaba a los hombres…pero no a las mujeres. Volvió a recordar las palabras de su madre hablándole de gozo, de un dolor penetrante y de las intensas y embriagadoras emociones del amor de esposa, cosas que aún le resultaban tanto desconocidas como inentendibles. Choji por su parte se mantuvo silente, únicamente parpadeando como signo de que estaba vivo, pero por dentro…no sabía cómo sentirse, la mujer a su lado era más hermosa que ninguna otra que hubiera conocido, muy afable y divertida, pero una completa desconocida para él, aunque quisiera asirse a su compañía, tan solo sabía su nombre y que sus familias habían sido enemigas por mucho tiempo, ¿Cómo sentir atracción bajo esas circunstancias? En lugar de pensar en eso, eligió analizar como aquel aburrido ceremonial se llevaba a cabo con semejante seriedad en esa cama donde Austria y Francia, enemistadas por tantas décadas, habrían de unirse y todo reduciéndose a Ino y él cumpliendo con el deber que se esperaba de ellos, para el propósito por el que había venido a este mundo. Al parecer hacer su voluntad era imposible, ser el Delfín significaba renunciar a su libertad, a lo que deseaba, e Ino sin saberlo había hecho lo mismo solo que aún no se daba cuenta.

Justo como su nieto, Jiraiya había sido joven una vez, incluso había sido prometido a una princesa española que había llegado a Versalles para vivir allí y educarse como francesa pero debido a su joven edad aquel compromiso había quedado en nada, luego lo habían comprometido con Mei Therumi la hija de un rey depuesto, una elección que no había ofendido a nadie porque no había distinguido a nadie. Cuando había llegado el omento de consumar el matrimonio todo había sido perfecto y el paso de los años les había dado a él y a Mei más de diez hijos a los que contemplar, pero así como su esposa se había vuelto renuente a la intimidad por los reiterados embarazos—algunos con menos de un año de diferencia entre si—él había recurrido a las amantes. Su nieto podría hacer igual si le placía, lo único que se esperaba de la hermosa Ino Yamanaka era que fuera una buena reina de Francia, que no interviniese en asuntos de estado y que diera más de un heredero al trono francés. Aquello no era difícil. Situándose a un par de pasos de la cama, donde se había situado el arzobispo ante que él, Jiraiya reverencio a la pareja que yacía recostada sobre la cama, sosteniendo elegantemente su sombrero de pluma, todos los presentes lo hubieron imitado; después de todo era el rey. Alzando la vista vio a su nieto y a la Delfina inclinar la cabeza con respeto…ambos formaban una pareja encantadora y si él confiaba en Choji como lo hacía, debía creer que ese matrimonio no tendría problema alguno en los días venideros, después de todo era su nieto, debía espera lo mejor de él, o mismo que esperaría de sí mismo, por algo había hecho que lo criaran siguiendo sus mejores virtudes aunque nunca había conseguido eliminar esa timidez, quizás el tiempo y la vida conyugal lo ayudasen.

-Suerte, y que lo logren- animo Jiraiya con tal seriedad que hubo resultado totalmente convincente para los presentes.

De forma inmediata, el rey, los caballeros, las damas y miembros de la corte presente así como los clérigos; hubieron procedido a retirarse como si aquello que acababa de ser dicho fuera—con total seguridad—lo mas normal del mundo, pero lo cierto es que no lo era y para nada o por lo menos no para sentir aliento, comodidad o para generar compresión, o así lo vio Sakura. Viendo la expresión de incredulidad en el rostro de Sasuke, estuvo a punto de reír, más se contuvo con suma entereza. Igualmente le resultaba confuso que dos personas tuvieran que intimar solo sabiendo sus nombres y habiendo hablado una o dos veces, siquiera a ella no se le ocurriría hacer algo así con ninguno de los hombres que conocía, ¿Cómo hacerlo con alguien por quién no guardaba sentimiento alguno? La Haruno negó mentalmente para si al pensar de ese modo, esa era su perspectiva, pero Ino y Choji no estaban habituados a eso. Volviendo a colocare su sombrero de pluma que había mantenido bajo su brazo, Sakura le dirigió una vaga mirada a la cama cuyo cortinaje hubo procedido a ser errado por las doncellas presentes, inclinando brevemente la cabeza tanto para la Delfina como el Delfín, siendo Ino quien le dirigió una amable sonrisa como temporal despedida. Lo ultimo que Sakura escucho al abandonar la habitación fueron las puertas cerrarse sonoramente, sin separarse de Sasuke mientras transitaba el pasillo, ya mañana sabrían de los acontecimiento que habrían o no habrían tenido lugar pero por ahora…ambos tenían lastima a la noble pareja que estaba obligaba a cumplir expectativas tan grandes.

Escuchando el eco de las puertas al cerrarse, Ino y Choji tuvieron el mismo pensamiento; estaban solos, por primera vez desde que se conocían, estaba realmente solo y esto era tanto incomodo como placentero, incomodo porque sabían muy poco el uno del otro y placentero porque finalmente podían respirar con normalidad sin pensar en cumplir con un protocolo que para ambos hubo resultado atosigante a más no poder. Ambos tenían las cabezas apoyadas en las sumamente mullidas, divinamente cómodas almohadas, acunando sus cabezas y haciendo su soledad y silencio una especie de mudo cansancio de cuna que-en penumbras por obra del cortinaje de dosel de la cama que las doncellas habían desplegado—los llevo a observarse en silencio. Ahí y en silencio, sintiéndose poco menos que una muñeca de porcelana, Ino se dio cuenta de que Choji, su esposo, la estaban viendo con fijeza y curiosidad…distraídamente se acomodó el cabello suelto sobre los hombros, haciendo que uno de los hombros holgados del camisón se deslizase, descubriendo la piel de su clavícula y ambos hombros. Ante esto, Choji desvía la mirada hacia el techo con simpleza, como si eso fuera más entretenido, causando su desconcierto. Bajando la mirada, Ino intento recordar las palabras de su madre; le había dicho que él entrelazaría su mano con la de ella, que se verían a los ojos, pero al meditar en ello Ino supuso que eso habrían hecho sus padres en su noche de bodas, más quizás ahora las cosas no fuera…técnicamente iguales. El ruido de la lluvia al caer pareció entretenerla, calmando sus pensamientos, cayendo incesante en el exterior. De pronto un ruido llego a sus oídos, en un comienzo creyó que se trataba del viento o de u trueno, pero cuando volvió a escuchar el sonido se dio cuenta de que se trataba de su esposo, del Delfín. A su lado y con los labios entreabiertos, Choji roncaba ligeramente…dormido.

Acomodándose en su lado de la cama y arreglándose el hombro del camisón, Ino alzo la mirada hacia el techo como Choji había hecho antes de dormirse, ¿Haba hecho algo mal? Dios, ¿Qué dirían todos mañana? Cerrando los ojos, Ino se entregó al sueño, no podía hacer más.


-Al parecer nada paso, Majestad.

¿Qué se esperaba de un matrimonio? En realidad aquella pregunta bien podía ser capciosa, dependiendo la perspectiva que las partes del matrimonio tuvieran a bien inferir; uso querrían que hubiera amor, otros querrían pasión que augurara la pronta concepción de un heredero, pero para el rey Jiraiya el enlace matrimonial celebrado solo había un fin; la consumación. Su nieto y la Delfina Ino aún eran muy jóvenes, no había presiones para engendrar hijos en cuestión de meses, pero enterarse a primera hora de la mañana que no había tenido lugar intención alguna de consumar el matrimonio…era preocupante y extraño. Cada príncipe y princesa del mundo sin importar su proceder, era educado para servir a sus reinos e inmediatamente pensando en la Emperatriz Miyuki Yamanaka y su numerosa prole, Jiraiya concluyo que la Delfina no había sido la causa para tal inconveniente. Sentado frente a su escritorio, con su amante Emi sentada tras él, masajeándole los hombros y vestida ne camisón y bata, el rey pensó en la timidez de su sobrino, tan insulso e inocente como de costumbre y que sin embargo nunca había presentado objeción alguna a cumplir con su deber como Delfín y futuro rey de Francia, ¿Por qué ahora sí? No tenía sentido. Para Emi que permanecía en silencio junto al rey, no le resultaba para nada extraño el comportamiento del Delfín a quien consideraba un mocoso gordo y maleducado…poca cosa, y alguien que prefería rodearse de los miembros de su familia y sus insufribles tías. Pobre de la joven Delfina, ¿Qué otra novia había pasado una noche de bodas tan decepcionante? Esa joven belleza austriaca era sin duda alguna todo un caso.

-¿Nada?- repitió Jiraiya, prácticamente incrédulo, negando para sí mientras intentaba concentrarse en el desayuno dispuesto y que por ahora captura más su atención. -Nada…- murmuro para sí, intentando camuflar su incredulidad y decepción.

-Nada-reitero el sirviente, no sabiendo que más decir.

-Qué triste- murmuro Emi, rompiendo finalmente con su silencio esbozando una sutil carcajada que sin embargo no paso para nada desapercibida.

Lo cierto es que a quien menos podía importar el resultado del matrimonio era a ella o mejor dicho si le importaba pero resultaba mucho más conveniente que por un tiempo las cosas se mantuvieran como estaba, tal vez no pudiera ser tratada como la reina de Francia por tener origen plebeyo, pero ahí en Versalles era la mujer más poderosa y ahora finalmente tenia contrincante mucho menor que ella, la "Delfina" Ino Yamanaka. Si esa joven era inteligente, la saludaría, se apartaría del camino y le rendiría pleitesía como todos los demás, de otro modo…todo sería para peor. Incapaz de pensar por la presencia de aquel sirviente, Jiraiya extendió la mano haciéndole saber que podía retirarse. La verdad es que de no ser por Emi que se mantuvo en silencio, emitiendo sutiles y breves carcajadas, no quería ver a nadie más sabia que tendría que hacerlo como rey que era. Como su nieto, él también había sido joven e inexperto en su día, se había visto compartiendo la cama con una mujer de quien tan solo había sabido el nombre, pero resignadamente es que Mei y él—entonces—habían consumado el matrimonio porque era lo que debía hacer, estaban casados y como reyes debían velar por el futuro de Francia que no había contado con heredero alguno. Suspirando pesadamente para sí, devorando su desayuno, Jiraiya intento ser paciente y busca sosiego en su agitada mente, Choji era más joven que él, más tímido y la Delfina parecía tan contraria a él con su belleza de aspecto divino que quizás tomase algunas semanas formar un vínculo lo bastante sólido como para que el matrimonio se consumara.

Paciencia, quizás en poco tiempo todo se solucionase.


Recostada en solitario sobre la cama, con el camisón cubriendo su figura y sus lagos rizos rubios cayendo sobre sus hombros y las almohadas, Ino se encontraba sumida en un profundo sueño, Su esposo se había levantado hacia una hora o menos, lo había sentido pro no había abierto los ojos, no había intentado despedirse de él. Había pensado tanto en su noche de bodas…y todo irónicamente había terminado en nada, en absolutamente nada, no quería pensar que fuera por su culpa porque ella de hecho había intentado tomar la iniciativa, pero ¿Entonces qué se suponía que pensara? Ojala tuviera a su madre a su lado, quizás así sabría que hacer porque ahora se sentía perdida. De pronto las penumbras dieron paso a la luz, haciéndola apretar fuertemente los ojos, entreabriéndolos con lentitud, viendo la luz del sol filtrarse por los prominentes cristales de las ventanas en la pared frontal. Escucho el sutil sonido metálico de las cortinas que formaban el toldo de la cama siendo descorridas por obra de las sirvientas. Alzado la vista de las almohadas, vio a una multitud de mujeres en la habitación, a algunas las recordaba de la noche anterior, otra formaba parte de su propio séquito, más otras más jóvenes le resultaban unas completas desconocidas, completas desconocidas que al saberla despiertan se sumieron en profundas reverencias sin darle tiempo siquiera a entender porque estaban ahí, aunque y con honestidad los hechos de la noche anterior se le venían a la mente, recordándole que había muchas cosas que aún no entendía. Recorriendo la habitación con la mirada, vio a Sakura de pie en el umbral, dirigiéndole una diminuta sonrisa a modo de saludo, al menos continuaba contando con ella. La condesa Koharu Utatane al frente de la pronunciada comitiva se alzó de su protocolaria reverencia.

-Madame- saludo la condesa solemnemente. En presencia de todas esas mujeres a quienes apenas conocía, Ino apoyo las manos sobre el colchón, sentándose e intentando no parecer tan perdida como realmente estaba. -En la ceremonia del arreglo matutino, el derecho de entrada es otorgado a miembros de la alta corte, los mayores a princesas de sangre y damas de alcurnia- explico alargando la mano para delimitar a las damas aludidas, situándose a la diestra de la cama y tendiéndole la mano a la joven Delfina que se afianzo de ella para levantarse de la cama, aun sin comprender nada, -mientras que los menores a los ayuda de cámara y doncellas- ante esto su tono cambio, pareció no ser tan aristocrático y más desdeñoso, pero Ino prefirió ignorar esto y hacer como si no la hubiera oído.

Para Sakura que permanecía de pie en el umbral que conectaba la sala de recepción con la habitación privada, aquello era algo impropio e incómodo a más o poder, pero así lo veía ella que engalardonada en su sobrio y elegante uniforme permanecía con una expresión casi pétrea, con el sombrero de pluma bajo el brazo y la mano derecha—enguantada—situada sobre la empuñadura de su sable como de costumbre. En cuanto la Delfina se levantó de la cama, todas las presentes—salvo ella que permanecía de guardia—la hubieron reverenciado por segunda vez mientras las sirvientas comenzaban a cambiar las colchas y sabanas. A la Delfina, ahora de pie junto a la cama, le fueron extendidos un par de zapatos rosa pastel ribeteado en encaje, sobre un elegante almohadón de terciopelo turquesa, por obra de una de las damas de su séquito, solo dándole tiempo a colocárselos y con ayuda, ni siquiera sola. Desde donde estaba, Sakura supo que Ino pensaba lo mismo que ella; quizás en una o dos ocasiones hubieran recurrido a ayuda para vestirse, ero acostumbraban a hacerlo solas, estar ahí teniendo que tolerar que no la dejasen moverse para vestirse, solo con el fin de cumplir un protocolo…era ridículo, ni siquiera eso, absurdo…¿Quién había creado semejante galimatía? Emitiendo un vago suspiro, la Haruno mantuvo una expresión diferente en su rostro, asistiendo en silencio al ceremonial de la corte; la noche anterior todo había sido sumamente tranquilo al regresar a casa y aunque se había pasado aproximadamente dos horas explicándole a Sasuke todo cuanto le había resultado incomprensible de la celebración de la boda, había sido satisfactorio para ambos intentar no reír a carcajadas en plena madrugada en un intento por no despertar a los demás. Una sutil sonrisa intento romper con su coraza de hielo, más nadie pareció notarlo.

-Cualquiera con derechos puede entrar en cualquier momento así que debe poner atención para reconocer a la persona que llega- continuo explicando la condesa Utatane, más aunque Ino la escuchaba, no le prestaba demasiada atención, sumergida en ese ceremonial que hasta ahora era lo más aburrido a lo que había tenido que enfrentarse. Permitió que le humedecieran las manos con un poco de agua vertida en una fuente de porcelana, al menos eso sí pudo hacerlo sola…pero no por mucho. Una de sus doncellas le tendió a una joven y bella dama una pequeña bandeja de plata con una pequeña toalla, sin cavilar demasiado, Ino alzo la mano, dispuesta a tomar. -Y no debe tomar nada- replico la condesa casi sobresaltándola del susto por lo repentino que hubo sido, -porque darle un objeto a la Delfina es un gran privilegio, lo hace el rango más alto en la habitación, por ejemplo la Princesa Matsuri es princesa de sangre por matrimonio- aludió en casi un susurro para que solo la Delfina la escuchase.

Su madre le había pedido que fuera un ángel entre los franceses o que así la vieran, más Ino ahora creyó imposible hacer eso si la joven dama ante ella parecía más un ángel que cualquier otra criatura que hubiera visto, con sus rizos castaños dorado como la miel perfectamente peinados en una coleta que caía a la altura de su nuca, con un sobrero crema rosáceo y un apropiado vestido amarillo apagado, con encaje, pasamanería y listones adornando el corpiño, los laterales y el dobladillo de la falda. Matsuri a sus casi veintiún años era tal vez una de las mujeres más bellas y jóvenes de la corte, aunque no resultaba excepcionalmente llamativa para nadie por su actitud piadosa, dulce, prudente y su recato angelical. Como la Delfina, ella había viajado kilómetros desde Turín donde había crecido para contraer matrimonio con uno de los muchos miembros de la casa real, un príncipe que había sido sobradamente conocido por llevar una vida disipada. Se había pensado que su conducta virtuosa podría ayudar a moderarlo…pero en cuestión de tiempo el matrimonio no había probado ser sino un rotundo fracaso ante lo que su esposo había retomado prontamente sus hábitos de vividor, aunque Matsuri se había resignado dignamente. Con diecinueve años y apenas unos años de casada había enviudado, más al ser tan querida por su familia política había podido permanecer en Francia, realizando cada determinado tiempo obras caritativas en nombre de los más necesitados. Ahora, secando las manos de la Delfina con la toalla que sostenía en la bandeja, Matsuri sonrió amablemente, intentando empatizar con ella, y lo hacía, nadie merecía pasar por un matrimonio como el suyo, más Dios mediante ella sí tendría alegría en su vida conyugal.

Ino correspondió a la sonrisa de parte de la princesa, agradecida infantilmente porque Sakura—al parecer—no fuera la única persona que fuera capaz de expresar un ápice de sentimiento, lo que por cierto y a causa del protocolo tan estricto casi aprecia lo más imposible del mundo. Devolviendo la bandeja de plata a una de las doncellas presentes y al seguir siendo la persona e mayor rango social o jerárquico en la habitación, Matsuri vio por el rabillo del ojo como le acercaban el camisón que la Delfina habría de cambiar por el que le había sido dado la noche anterior. Semejante ceremonial era incomodo, eso Matsuri lo había pese a no tener que ser víctima de él, pero ese era protocolo, ella no lo había escrito y tan resignadamente como las presentes es que asistía a cumplir con él. Ya que oponerse no entraba entre la posibilidades, Ino alzo los brazos y cerró los ojos, sintiendo como si una cascada de agua casi congelada le recorriera el cuerpo en cuanto se sintió desprovista del camisón, abrazándose a sí misma tanto por pudo como frió, agradeciendo que su busto fuera tan pequeño que—al abrazarse a sí misma—sus brazos pudieron cubrirla de miradas indiscretas. Tomando el camisón del almohadón de seda, Matsuri lo removió entre sus manos para colocárselo lo más pronto posible la Delfina, inclusive ella con el ceñido vestido de seda que llevaba sentía un ápice de frió, ¿Cómo no sentiría frió la Delfina que no tenía ni una sola pieza de ropa puesta? Estremeciéndose para sí, Matsuri deseo no saberlo, intentando darse prisa.

-Que…que frió hace- hablo Ino casi sin aliento a causa del frió, intentando no temblar en exceso.

-Sí- rió Matsuri inevitablemente, lamentando su propia torpeza al no ser capaz de darse prisa.

Hasta ahora el ceremonial se celebraba con normalidad, aunque Sakura nunca lo hubiera visto hasta ese momento y en parte deseo no continuar haciéndolo, puesto que un rito tan íntimo como vestirse o desvestirse estaba siendo exhibido con desvergüenza, en su opinión. Al menos la Delfina no parecía sentirse excesivamente incómoda al someterse a aquella rutina, expuesta casi por completo mientras procedían a vestirla con el camisón. Lo cierto es que ella aun no era capaz de entender como era—aparentemente—"indispensable" someterse a esa rutina; al no haber reina de Francia, la Delfina y futura reina debía ser la figura más importante, pero este protocolo ceremonial para ayudarla a vestirse, desvestirse, para meterse en la cama, para comer y para todo lo demás no solo se aplicaba a ella sino también al rey y al Delfín. Era increíble que considerándose una sociedad civilizada tuvieran costumbres tan apolilladas. La verdad es que ella no toleraría estar en aquellas circunstancias, siquiera y a lo sumo permitía que Mikoto la ayudase a bañarse o peinarse cuando contaba con más tiempo de lo usual por las mañanas, pero el resto del tiempo se vestía y arreglaba sola, una de las virtudes de no usar si enagua, corsé o vestido y si llegaba a usar aquellos aditamentos en conjunto, tan solo una vez…Dios, ese día seria el apocalipsis mismo porque no había mayor imposibilidad que esa. Ahí y de pie en el umbral, Sakura apretó fuertemente los ojos al percibir movimiento pasar por su lado, dándose cuenta de quien acababa de entrar…

-Buen día- saludo Kurenai, volviéndose el centro de atención.

-Ahora la posición será de la duquesa Kurenai- designo la condesa Utatane, ciñéndose al protocolo, -porque también es princesa de sangre- murmuro para la Delfina que solo pudo esbozar una amigable sonrisa modo de saludo para la noble dama.

Para Ino que se encontraba ahí de pie, desnuda y abrazándose a sí misma en un intento por no morirse de frió, la repentina aparición de la duquesa Yuhi llego como otro nuevo balde de agua fría hasta casi llegar al punto de congelación, estremeciéndose con el aire frió que parecía recorrerla y haciendo todo lo posible por mantener la dignidad. Kurenai Yuhi como la misma Delfina, también había sido una extranjera recién llegada a Versalles en su momento, pero contraria a la Princesa Matsuri, ella no era ninguna viuda; su esposo Asuma Sarutobi era Duque y a la vez Príncipe de la casa real pero actualmente desplazado de la línea de sucesión como tantos otros miembro aristocráticos que conservaban el título, la fortuna y la importancia social pero no la opción de reinar algún día, aun así Kurenai tenía la entra disposición de ser de lo más cortes y agradable con la recién llegada Delfina que ya desde la boda era fascinante para todos. Luciendo un femenino vestido de sed ay chiffon mantequilla bordado en hilo de oro y con encaje brillante, la hermosa duquesa reverencio debidamente a la joven e inocente Delfina, haciéndole sombra sutilmente ante su propia madurez y belleza. Temblando con sutileza, Ino inclino la cabeza sin moverse, intentando mantener el poco calor que aún le quedaba consigo en lugar de morir de congelamiento, orando porque el tiempo avanzase lo más pronto posible. En silencio, Matsuri le tendió el camisón a la duquesa que como ella había hecho antes, lo acomodo cuidadosamente entre sus manos con mayor lentitud, intentando no equivocarse mientras Matsuri observaba compasivamente los temblores que padecía la Delfina a causa del intenso frio ante el que estaba desprotegida. Al igual que había visto a la condesa aparecer, esta vez Sakura entorno los ojos de forma casi imperceptible al reparar en quien acaba de llegar; la condesa Seramu.

-Hola- saludo la esposa del príncipe Choza.

-Y ahora, como miembro de la familia real, su cuñada la condesa Seramu debe tener el honor-la voz de la condesa sufrió un leve quebranto, si bien estaba acostumbrada al ceremonial…hacía muchos años que una dama noble de Francia se ceñía a aquella etiqueta y cambiar la designación honorifica resultaba algo difícil de seguir, hasta ese punto al menos.

Los matrimonios eran algo importante en una sociedad, especialmente en una nación como Francia que ante la joven promesa de sus herederos intentaba formar alianzas nuevas y respaldar otras anteriores, y pensando en ello la vista del rey Jiraiya había reparado nuevamente en Turín, Italia, una noble familia de reyes había sido la elección idónea de cuya estirpe relucía una joven que no heredaría poderío alguno que interfiriera con la gloria de Francia; Seramu, hija y nieta de Cerdeña por parte paterna y española por sangre materna. Hacia solo un par de semanas antes que la ahora Delfina Ino Yamanaka, se había convertido en condesa por su matrimonio con el príncipe Choza, hermano del Delfín Choji, lo que le otorgaba el título de "Nieta de Francia" y miembro de la familia real. Vestida en sedas, encaje y cristales rosa, con sus rizos castaños perfectamente peinados y un collar de perlas alrededor de su cuello…aunque lo intentase no era tan hermosa como la Delfina a quien envidiaba secretamente. Desde su llegada hacía semanas atrás, había recibido un mal trato de parte de la corte, que la consideraba fea, aburrida y carente de "espíritu bello", y su relación con su joven esposo no era particularmente buena, para nada, tanto que no se consumaba hasta la fecha. Claro, hoy se amoldaba mejor a la corte, más que la joven Delfina que temblando de frio era totalmente inexperta. Quitándose los guantes con enorme lentitud, a propósito, Seramu ignoro los temblores de la Delfina, solo—y una vez habiéndose quitado los guantes—entonces acepto el camisón de manos e la duquesa Kurenai Yuhi, colocándoselo a la Delfina con una falsa sonrisa amistosa, reverenciándola tan sutilmente como era apropiado que lo hiciera, regresando a su lugar. Emitiendo una casi muda carcajada de agradecimiento, Ino se acomodó el camisón, observo divertida a la condesa Utatane que había permanecido tan estoica hasta entonces.

-Esto es ridículo- mascullo Ino intentando no ser irrespetuosa más sin poder callar.

-Esto, Madame, es Versalles- corrigió Koharu sin perder su evidente formalismo.

Primer día como una mujer casada y las cosas ya comenzaban así, ¿Qué seguía ahora?


Ya sabía que Francia no era Austria, así se lo había hecho ver su madre mucho antes de partir, intentando prepararla para no sentirse en extremo perdida si sucedía lo peor, Dios no lo quisiera. Afortunadamente no se sentía perdida hasta un punto de no retorno, ni siquiera perdida en ningún contexto porque nada más pisar ese Palacio, ya sentía que sería su hogar hasta el final de los tiempos, pero pasar de un ceremonial a otro cada tantos minutos era tanto divertido como confuso; una ceremonia para acostarse, para levantarse y arreglarse, para desayunar en presencia de la mayoría de los miembros de la corte, ¿Acaso todo el día era eso?, ¿Ceremonias? En Schönbrunn había imperado al etiqueta y el formalismo, pero esto era demasiado. Ahora y sentada ante la amplia mesa del enorme salón comedor, Ino lucía un hermoso vestido de seda azul claro, con escote redondo bordado en un delicado margen de pasamanería blanca, de mangas ceñidas hasta casi las muecas con un margen de encaje blanco en las muñecas y tres listones color rosa adornando el corpiño con pequeños dijes de oro en el centro; sus largos rizos rubios se encontraban perfectamente peinados hacia atrás para exponer su cuello alrededor el cual se encontraba un listón bordado en encaje blanco y que se anudaba tras la nuca, con un bello sombrero de plumas azul aclaro aportándole elegancia a semejanza del traje de inspiración militar azul oscuro que lucía su esposo, sentado a su lado. Como parte del ceremonial, un par de cortesanos acomodaron las servilletas en sus regazos, reverenciándolos antes de que el heraldo informase que podían proceder a servirles. Sonriéndoles a quienes pasaban frente a la larga mesa, Ino vio con curiosidad su escaso desayuno; chocolate caliente, mientras que frente a su esposo situaron un plato con coloridos ingredientes que llamaron su atención. Silente, Ino volvió la vista hacia el heraldo que entendió de inmediato lo que le estaba pidiendo.

-Aqua po madame la dauphine- comunico el heraldo.

Procediendo a cumplir su orden y sin demora, la condesa Utatane, su apoderada, se aproximó con una copa de cristal sobre una bella bandeja de plata; sonriendo amablemente, Ino agradeció con la mirada la eficacia, refrescándose finalmente la garganta con un poco de agua fresca que intento disfrutar lo más posible. Satisfecha, Ino dispuso a dejar la copa sobre la mesa, pero un casi inaudible carraspeo se lo impido, desvió la mirada hacia la condesa Utatane que la reprendió con la mirada. Comprendiendo su error, Ino devolvió la copa a la bandeja como si nada, acomodando la servilleta en su regazo y sonriéndoles a los presentes. La larga mesa estaba llena de comida; dulces y pasteles de todos los colores que llamaron su atención, deseando probarlos todos, como había hecho de niña en Austria…pero mentalmente se recordó que aquello no era Austria y que aquí debía intentar se todo cuanto los franceses querían que fuese. Aquello bato para desvanecer su apetito y que ya de por si observase sin mucho ánimo la taza de chocolate caliente frente a ella, por ahora solo bebería eso y a regañadientes, la verdad es que desayunar en presencia de tantas personas le quitaba todo el apetito que había sentido al abrir los ojos esa mañana. Ahí y en silencio salvo por la música que tocaba la pequeña orquesta frente, Ino recordó los acontecimiento de la noche anterior, la frustrante noche de boda sin resultado alguno y a través de la cual había sentido que había fallado como mujer, una parte de ella quería sentir que era su culpa pero una voz en su interior le gritaba que no era así. Choji a su lado, con mejor ánimo que ella, no tuvo problema alguno en comenzar a degustar su desayuno. Intentando romper el hielo, Ino se aclaró sutilmente la garganta, pensando en que pregunta hacerle, deseando conocerlo mejor para así ganar su corazón. Entonces se le ocurrió algo:

-Y…escuche que tu pasatiempo es hacer llaves- inicio Ino, intentando parecer lo más interesada que le fue posible, aunque de hecho estaba siendo sincera.

-Sí- contesto Choji con simpleza como si resultase obvio.

-¿Te gusta…hacer llaves?- la Yamanaka se golpeó la frente mentalmente, reprendiéndose por esbozar semejante pregunta.

-Es obvio- respondió el Akimichi, dirigiéndole una mirada casi inexpresiva y volviendo a concentrarse en el banquete dispuesto para ambos.

Ahí y haciendo esas preguntas, intentando conocerlo…se sentía más torpe que una tortuga y vaya que había visto muchos animales en su infancia por la maravillosa y luminosa personalidad de su difunto padre Inoichi, pero ahora se sentía como una tortuga, una que caía y con su caparazón de cara a la tierra no podía recuperar el equilibrio y moverse para hacer algo productivo. Parpadeando ante esta respuesta, Ino bajo la mirada, tomando la cuchara de la mesa y bebiendo un poco de chocolate caliente, degustándolo en sus labios; el sabor dulzón le permitió recobrar el buen humor, sonriéndole a cualquiera que estuviera presente, girando su rostro hacia su esposo de vez en vez, más viendo de forma increíble como él se concentraba más en la comida que ella misma. Un par de pasos tras la mesa, muy cerca de los dos umbrales—derecho e izquierdo—que conectaban el gran salón con el resto del Palacio, Sakura permanecía en silencio, intentando descifrar que es lo que pasaba entre la pareja; conocía al Delfín desde hace ya mucho tiempo, sabía que bajo esa apariencia insulsa y excesivamente juvenil yacía alguien inteligente en demasía, pero indeciso, alguien de buen corazón que intentaba cumplir con su deber como cualquiera lo haría y que casi no podía hacer su voluntad, por otro lado la hermosa Delfina de aspecto alegre que era vigorosa, amable y gentil. Ambos podían ser la pareja más encantador del mundo o bien un fracaso rotundo y en cualquier caso Francia pagaría las consecuencias si esto si sucedía. Sintió la respiración de Sasuke—de pie a su lado—casi rosándole la mejilla, leyendo sus turbulentos pensamientos y sacándola de ellos.

-Inspirador- murmuro Sasuke para que solo ella lo escuchase.

-Cállate- recrimino Sakura, mordiéndose el labio inferior para no reír.

-Empiezo a pensar que la gran aventura que imaginábamos tomara tiempo en aparecer- vaticino el Uchiha, hablando en susurros, cruzando las manos tras la espalda, tan aburrido como la noche anterior, aunque no tan desconcertados.

-¿La esperaremos?- inquirió la Haruno, arqueando una ceja con curiosidad.

La respuesta vino sola y en menos de un segundo. Sasuke la observo fingidamente indignado, diciéndole con la mirada: ¿Acaso no me conoces? Quedarse ahí parado junto a ella y en silencio no era una opción salvo por el aburrido ceremonial que seguía tomando partido. Negando únicamente, volviendo a permanecer estoica como de costumbre, Sakura mantuvo la vista al frente. Sasuke tenía razón, quizás la aventura que ansiaban vivir tardase tiempo en suceder, pero por ahora serian pacientes.


PD: Hola de nuevo, mis amigos :3 encarecidamente les pido que lean mi historia "El Siglo Magnifico: La Sultana Sakura" y comenten si quieren que continué la secuela titulada "El Siglo Magnifico: El Sultan & La Sultana", que estará levemente inspirada en la serie "Medcezir" :3 durante este fin de semana y la siguiente semana actualizare los fic "El Clan Uchiha" y "El Emperador Sasuke":3 les recuerdo que finalice el guion completo-diálogos y detalles menores-de la futura adaptación de la película "Avatar", por lo que les pido a los interesados que comenten cuando quieren que inicie el fic u otro que tengan en mente, esperando contar con su aprobación, por supuesto :3 como siempre la actualización está dedicada a DULCECITO311(que siempre está cerca y a quien dedico y dedicare todas y cada una de mis historias y a quien le pido perdón mi larga ausencia:3)a Kiome(prometiendo no abandonar la historia hasta concluirla :3) y a todos aquellos que sigan cualquier otro de mis fics :3 También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "Avatar: Guerra de Bandos" (una adaptación de la película "Avatar" de James Cameron cuya secuela comenzó su rodaje, y cuyo guion-de la primera película-ya he terminado), "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia", que prometo actualizar en cuanto tenga tiempo) "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer) "El Siglo Magnifico; Indra & El Imperio Uchiha" (narrando la formación del Imperio a manos de Indra Otsutsuki en una adaptación de la serie "Diriliş Ertuğrul"), por no hablar de las películas del universo de "el Conjuro" ("El Conjuro-Naruto Style 2: Enfield", "Sasori: La Marioneta" y "Sasori: La Creación") y que prometo iniciar durante y a lo largo de este año :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima.

Datos del Anime/Manga Lady Oscar o Versalles no Bara:

-Princesa de Lamballe/Princesa Matsuri: fue una aristócrata francesa y una figura histórica de importancia que estuvo profundamente asociada a Maria Antonieta (Ino Yamanaka) hasta su muerte y a quien, note, no le fue dado su debido rol en "Lady Oscar" algo que aquí remediare tanto como me lo permita la trama como las crónicas históricas. Matsuri es una joven viuda de corazón piadoso y amable en quien Ino encontrar a una amiga incondicional, pero no la compañera de fiestas que necesitara en el futuro.

-Aposentos de la Reina: en manga/anime y en la película de Sofia Coppola, Maria Antonieta (Ino Yamanaka) llega a Versalles e inmediatamente se instala en los aposentos de la reina francesa, pero lo cierto es que los aposentos no estuvieron listos a su llegada y en compensación le fueron obsequiadas las joyas de la corona y una selecta colección de guirnaldas hechas de gemas preciosas y múltiples perlas.

-Celebración de la Boda: el rey Luis XV (Jiraiya) había orquestado un espectáculo de fuegos artificiales en honor de la boda de su nieto y la princesa austriaca, motivo por el que el pueblo viajo muchos kilómetros de París solo para ver la función, pero una tormenta que se desato en plena noche impidió la función e hizo que los desafortunados miembros de la plebe regresasen a sus casas empapados y estancándose en el lodo de los caminos. Esta se considero como la primera señal de que el matrimonio no comenzaba con fue pie, a ojos del pueblo, más aun así todos tienen fe en la joven pareja real y futuros reyes de Francia.

-Noche de Bodas:en las sociedades monárquicas era una costumbre que aun sin conocerse, una pareja sostuviera relaciones sexuales con el fin de engendrar un heredero, más hubieron excepciones a la regla; Luis XVI y Maria Antonieta (Choji e Ino) tardarían 7 años en consumar el matrimonio, en la misma época la Zarina rusa Catalina "La Grande" tardo 10 años en consumar su matrimonio con el gran duque Pedro y la más reciente de todas, la Emperatriz Isabel de Baviera a quien apodaban "Sissi" tardo una o dos semanas en consumar su matrimonio con el Emperador Francisco José I. Este hecho deslucirá el principio del futuro reinado de la pareja real francesa

-Anime/Manga: en la serie "Lady Oscar" la intriga parece cundir desde le primer momento, pero lo cierto es que en sus primeros días y semanas en Versalles, Maria Antonieta se dedico a conocer a la corte, el Palacio y a entablar amistad con quienes la rodeaban, no hubo gran aventura, por lo que Sakura y Sasuke habrán de ser pacientes para vivir la aventura que esperan, o más bien ya la viven, solo que no se dan cuenta de los hilos que se entretejen a su alrededor.