Sanemi la llevó un largo trecho caminando, en silencio.

Saori estaba nerviosa. Fue peor cuando, luego de intentar charlar con él, Sanemi le contestó que se callara y que no confunda las cosas, él era su Maestro, no su amigo. Marcó la distancia de una forma tan tajante que Saori no se atrevió a intentar volver a cruzar esa línea. Además…no estaba segura de querer cruzarla.

Ella, una niña de pueblo que siempre había sido muy sociable, jamás se había sentido tan incómoda, así que a partir de allí, cerró la boca.

Había empezado a entender que su realidad estaba cambiando totalmente.

Un rato después, cuando Sanemi consideró que los músculos de ella estaban lo suficientemente calientes, aumento la velocidad. Saori no entendió bien por qué de repente el hombre parecía trotar, e intentó seguirlo.

- Ahora correrás. Te conviene mantener el paso, o quedarás sola en la montaña.- le advirtió él.

- Pe–...- Saori empezó a hablar pero Sanemi la interrumpió.

- Tu entrenamiento empieza ahora.-

Antes de que Saori pueda reaccionar él ya estaba muy, muy adelante. Se veía pequeño desde su perspectiva y a cada segundo le sacaba más distancia.

"¡¿Cómo carajos hizo eso?!" Pensó horrorizada. "Ningún hombre normal puede correr a esa velocidad, ninguna persona común...¿cómo podré yo siquiera acercarme?"

Pero tenía que correr. Respiró profundamente, y poco a poco aumentó su velocidad, exigió a sus músculos lo que no había exigido jamás en su vida, forzó a sus pulmones, a su sangre, a trabajar como nunca.

No logró alcanzarlo, pero si redujo considerablemente la separación entre ambos. Podía sentir cómo los músculos de las piernas le quemaban, y la naginata, colgada en su espalda, le agregaba peso y resistencia a su ya de por si complicada meta. La garganta se le secó horriblemente, cada vez que tragaba era como tragar un puñado de clavos. Pensó, con desesperación, que el corazón le explotaría y moriría.

Comenzaron a correr y no se detuvieron.

Para cuando llegaron al dojo, Saori no sentía las piernas. Sin embargo siguió trotando en su lugar porque pensó que si paraba, se desmayaría, sus huesos se desharían o las piernas simplemente le quedarían inútiles para siempre.

- Bien, aquí es.- dijo él, y la miró.- Ya quédate quieta.-

- Si paro, me caigo.- declaró ella,

- Vas a caerte más veces de las que podrás contar, quedate quieta, me estás empezando a poner nervioso.- dijo él, abriendo la puerta.

Sanemi nunca había entrenado a un sucesor. Nadie había resistido. Todos los entrenamientos son complejos, las técnicas de respiración varían y cada cual entrena a quien cree que pueda aguantar.

Pero Sanemi Shinazugawa era brutal. Quebraba a sus aprendices física y emocionalmente, y los pocos que tuvo, abandonaron.

Tampoco nunca había entrenado a una mujer, por razones obvias. Las mujeres eran más frágiles, si un hombre no podía aguantar su entrenamiento ¿Cómo podría una mujer?

Así que, con el pasar del tiempo, perdió el interés en conseguir un tsuguko.

Pero Saori tenía algo que llamó su atención. Si bien se veía delgada, frágil y pequeña, él había visto que dentro de su corazón había un vendaval. Disperso, dormido. Pero estaba ahí.

Él tenía que despertarlo y perfeccionarlo, para volverla un Cazador.

Iba a romperla también, claro que sí. No se consigue un diamante sin presión. Y estaba seguro de que ella no era ni siquiera consciente de lo que podía lograr.

Sanemi sentía que tenía una buena pieza de arcilla entre sus manos. Ahora, había que trabajar.

No bien llegaron, la llevó hasta una habitación pequeña, al final del corredor. La había limpiado y había puesto un futón, un pequeño armario con varios cajones y un espejo. La presencia femenina en su casa no solía permanecer por más de una noche, así que no sabía qué sería apropiado. Aunque tampoco le importaba, lo que menos haría Saori sería estar en su habitación.

-Aqui dormíras.- le comunicó.- El día de entrenamiento comienza y acaba cuando yo lo diga. Deja tus cosas, vamos afuera.-

Saori sólo atinó a dejar su pequeña bolsa y la naginata dentro de la habitación, porque él ya estaba llamándola desde el patio interior.

~~~

Fue la semana más agotadora de su vida.

Jamás había entrenado, y mucho menos al nivel que Sanemi Shinazugawa la llevó, así que por un momento Saori pensó que alguno de sus músculos no resistiría, que se cortaría como se cortaría una cuerda de la que se ha tirado demasiado.

Pero no sucedió, y aunque él era inflexible, sabía hasta que punto exigirle, a Saori le daba la impresión de que él la empujaba siempre un poco más allá, para marcar un nuevo límite que cruzaría luego.

Era sábado por la tarde y Saori estaba limpiando y recogiendo todas las cosas que usaba para entrenar, con ayuda de Sanemi.

Estaba cansada, pero sabía que mañana era su día libre (era un acuerdo al que Sanemi y Saori habían llegado) y ese hecho simple y cotidiano la hizo muy feliz.

-Oh ¡mañana dormiré todo el día!- Sonrió ella, estirándose para hacer crujir los huesos de su espalda y cuello. Tenía el rostro enrojecido por el sol y el esfuerzo, además de manchas de tierra y pasto en la ropa.

Sanemi estaba a su lado, enrollando una larga, gruesa y pesada cuerda que habian usado.

- Si, tienes que descansar.- asintió él.- La primera semana siempre es la más fácil.- dijo él, cargándose el rollo de cuerda al hombro, y agregó. - A partir del lunes, cada día será peor. Espero que estés lista.-

La miró un momento, y le sonrió. Saori no estuvo muy segura de qué era esa sonrisa. ¿Se burlaba? ¿Era de simpatía? ¿La estaba desafiando?

Sanemi finalmente le dio la espalda y se metió a la casa.

- Carajo.- Musitó ella, desconsolada.

De repente no estaba tan animada.

~~~

Al mes, el cuerpo de Saori ya se había habituado al ritmo y la rutina que su Maestro le impuso: Sus días iniciaban muy temprano y terminaban cuando empezaba a caer el sol.

Luego de bañarse y cenar, Sanemi dormía un poco, antes de iniciar su jornada de caza. Saori no entendía cómo era posible que un hombre funcione con tan pocas horas de sueño.

Ella, que dormía más que él, estaba exhausta, y muchas veces batallaba para no dormirse sentada o cuando estaba bañándose. Él, en cambio, tenía una energía increíble.

Cuando llegaba temprano de cazar, ella ya debía estar despierta, cambiada y haciendo calentamiento para iniciar con el entrenamiento, así que se aseguraba de dormir lo suficiente de noche, mientras él no estaba.

Una noche durante la cena, luego de mucho pensarlo, Saori le propuso a Sanemi un trato: ella se ocuparía del almuerzo y la cena.

- Pero a cambio de eso, debe dejarme dormir una hora más.- Declaró.

- ¿Estás chantajeandome?- Sanemi frunció el ceño.

Aunque no estaba molesto. Al contrario, le divertía la situación.

"Otros aprendices ni siquiera llegaban a la primera cena y aquí está esta, tomándose la libertad de extorsionarme" pensó, reprimiendo una sonrisa. "Vaya pelotas."

- No, estoy negociando mi merecido descanso.- Saori le sonrió ampliamente y bebió, con elegancia, un sorbo de té.

Sanemi bufó, pero sonrió de costado.

- Si lo que cocinas me gusta, puede que quizá acceda a tu condición. Pero soy muy exigente y contigo lo seré más aún- dijo él, cruzándose de brazos.

-Y yo soy una excelente cocinera.- contestó Saori, imitando el gesto, rebosante de seguridad.

- Espero que tengas esa confianza en tu entrenamiento también.- dijo él, tomando su taza de té.

- Oh, la tengo. Créame.-

- Bien. Porque aún no has visto nada...- sonrió él, y se bebió el té de un sólo trago.- Termina tu arroz y ve a descansar. Mañana será otro día.-

Al día siguiente entrenó hasta el mediodía. Primero corrió alrededor del dojo. Luego Sanemi agregó obstáculos: cuerdas cruzadas que debía esquivar, paredes que escalar, cajas para saltar. Saori hizo ese circuito con bastante facilidad, correr era algo que disfrutaba, y los obstáculos lo hacían más interesante.

Alrededor del mediodía, volvieron las odiadas flexiones de brazos y abdominales.

A esas, Saori las detestaba.

Apenas terminó, a la hora de almorzar, Sanemi la llevó a la cocina.

- Haz tu magia.- le dijo.- Y quizá considere que duermas una hora más.- dijo, y desapareció.

Saori no dijo nada...nunca había estado tan agotada en su vida y dudó si la comida que iba a preparar iba a resultar sabrosa, no solia ser tan buena cuando se sentía mal, estaba triste o enojada. Levantar un simple cuenco le hizo vibrar los músculos de los brazos y no tuvo mucha fuerza como para manejar un cuchillo con propiedad.

Pero más tarde, dos platos de udon, con frescos cebollines cortados encima y té aguardaban sobre la mesa.

Sanemi se sentó y cuando probó la comida, tuvo que contenerse para no devorar todo el plato en medio segundo.

Era simplemente perfecto.

Pero guardó la compostura y comió con parsimonia.

Saori lo miraba entre bocado y bocado, intentando descifrar en el rostro de su Maestro el veredicto de su comida, pero lo único que le pareció ver fue una sonrisa sutil. Eso no decía nada, porque por lo que había logrado aprender de él, podía sonreír incluso cuando estaba prácticamente torturándola con la exigencia física.

Finalmente, cuando Saori terminó, los ojos se le cerraban. Se recostó sobre la mesa y se quedó dormida.

Sanemi no la despertó, sólo se puso de pie y juntó los platos.

La vio, desparramada sobre la mesa, profundamente dormida y una tenue sonrisa se dibujó en el rostro severo del hombre de las cicatrices. La chica era agradable, aunque a veces era demasiado parlanchina. Sin embargo, él notaba su esfuerzo en el entrenamiento y, la verdad sea dicha, habia superado con creces la expectativa que él tenia. Lograba poner la vara cada vez más alta y eso le agradaba.

Entonces la dejó dormir, pensando en qué a partir de ese día comería sabroso todos los días. No es que él no sepa cocinar, de hecho era bueno, pero esta mujer tenía los secretos divinos de la sazón.

Cuando ella abrió los ojos estaba aún recostada sobre la mesa.

Se sobresaltó tanto que se puso de pie como un resorte y se golpeó las piernas. En su mente aún sumida en el sopor del sueño una alarma chilló que él estaría furioso con ella por dormirse durante la jornada de entrenamiento.

- Maestro...- se disculpó en una reverencia atolondrada, casi ridícula. Estaba avergonzada.

- Esa fue tu hora extra de hoy.- dijo él, con calma, apareciendo desde la otra habitación.- Vamos a seguir ahora.-

Los ojos de Saori brillaron como una noche estrellada, y se alegró profundamente al saber que se había ganado su descanso.

Casi en un abrir y cerrar de ojos, el primer mes de entrenamiento había concluido. El tiempo, la vida avanzaba en una dirección que Saori jamás, ni en sus sueños más extraños, hubiera pensado que avanzaría.

Su rutina comenzaba con el alba y se iba con el propio sol, su cuerpo y su mente habían cambiado, incluso su corazón pronto se volvió más fuerte. Y aunque aún lloraba en silencio todas las noches, realmente sentía que había tomado la decisión correcta.

Su alma había nacido para ser una Cazadora.