Habían pasado seis meses desde que Saori comenzó a entrenar con Sanemi.
Y aunque el Pilar del Viento estaba conforme, sabía que ella debía llegar a más. Que podía llegar a más. Que tenía que llegar a más.
No era opcional.
- Atacame.- ordenó él.
Parados a unos 4 metros de distancia el uno del otro, en medio del jardín, el sol brillaba imponente sobre ellos. El sudor le cayó a Saori por las sienes y el cabello se le pegó a la piel, y es que, a pesar del gélido día y de que echaba vahos por la boca cada vez que respiraba, estaba cubierta en sudor como si fuera verano.
- Nunca he atacado a nadie.- dijo ella, avergonzada.
- No te estoy preguntando, atacame.- reiteró Sanemi, cruzándose de brazos.
- Es que...no sé ni cómo empezar.-
- ¡Solo atacame, carajo!- Le gritó él.- ¡Haz lo que te salga!
Saori apretó los labios. Nunca había peleado con nadie al punto de necesitar agredir físicamente, no tenía idea de cómo hacerlo, pero tenía qué. Negarse sería peor. Corrió hacia él, alzó el puño derecho y apuntó a su rostro.
Fue inútil, claro. El hombre detuvo el golpe con una sola mano y sin esfuerzo, desviándolo, haciendo que ella gire involuntariamente a la izquierda, y trastabille. Cayó de rodillas al piso, y las piedrillas se le clavaron en la piel.
- La rapidez y fuerza que ganaste en este tiempo es innegable pero no es suficiente. Tus ataques son patéticos- dijo él, con una sonrisa burlona.
- Gracias, que motiva-
Saori interrumpió la frase cuando sintió en el suelo de grava que él se movió. Fue un sonido sumamente sutil pero logró captarlo, y mientras se giraba, vio pasar el puño cerrado de Sanemi a toda velocidad rozando el aire cerca de su rostro, tan finamente cerca que se estremeció.
- Que..- empezó a decir ella, pero él no se detuvo, volvió a atacarla, esta vez mandando una patada que ella logró bloquear casi de milagro con los antebrazos, haciendo que un dolor sordo le recorra las extremidades hasta el codo.
Sanemi volvió a incorporarse, haciendo volar pedacitos de grava por los aires y sin decir una palabra arremetió nuevamente, yendo directo al plexo solar, y le dio de lleno.
Saori tambaleó hacia atrás y cayó de rodillas. Sintió que todo el aire de su cuerpo e incluso su alma se escapaba. Intentó recuperar aire y levantarse, pero su cuerpo se empeñaba en mantenerse hecho un ovillo, era como si todos sus músculos se hubieran plegado al lugar donde Sanemi golpeó.
- Hay mucho que trabajar. Ponte de pie.-
Ella afirmó un pie en el piso pero al hacer esto, pudo sentir un nuevo ataque de él, desde la izquierda, se defendió con el antebrazo. Luego por la derecha, e hizo lo mismo.
Y ya no pudo detenerse porque él no lo hizo.
Durante esa semana, Sanemi la golpeó sin consideración. No a propósito, sino para enseñarle combate cuerpo a cuerpo, para que su cuerpo se acostumbre al dolor, para que sepa qué esperar y como reaccionar. Para que entienda que a pesar del dolor había que seguir, porque ningún enemigo tendría misericordia con ella, ni por estar adolorida ni por ser una novata.
No tuvo piedad.
No contuvo nunca sus golpes, se dijo a si mismo que no estaba entrenando una mujer.
Estaba entrando una Cazadora.
Una sucesora.
Un futuro Pilar.
Y quedó maravillado porque Saori no lloró ni se quejó en ningún momento. No quiso rendirse, incluso estando aterrada como estaba, porque él podía verlo claramente en sus ojos cuando la atacaba. En esos momentos el miedo se manifestaba claramente en su mirar pero ella no retrocedió.
La chica era más resistente de lo que él creyó, en todo sentido.
Una noche mientras cenaban, Sanemi la observó con detenimiento.
Los antebrazos estaban morados, los nudillos enrojecidos y cortados y tenía un corte en la ceja derecha y el mismo pómulo hinchado, violáceo como una ciruela.
Sintió algo en el pecho. ¿Lástima? No...aunque ciertamente estaba muy callada y comía mucho más despacio de lo que solía hacer. Claramente estaba dolorida.
Sanemi bajó la vista y se concentró en su cena.
Que sensación extraña...
Al terminar de bañarse esa noche, y mientras se cambiaba, Saori recorrió las heridas de su cuerpo y pensó que nunca había estado tan en la mierda.
"Recuerdo que...cuando trabajamos con Hikaru en la huerta, las quemaduras por el sol y el cansancio en la espalda eran cosas sumamente graves para mí. Quién lo diría...ahora tengo el cuerpo lleno de moretones, me duelen todos los músculos y los huesos." Pensó, mientras se colocaba con cuidado y lentamente el yukata. Estaba tan agotada que se le cerraban los ojos. "Pero tengo que seguir. Aunque no quiero. Por Ichiro." Se dijo mientras anudaba el obi con el dolor físico que eso implicaba.
Se sentó en el futón con un suspiro largo, cargado de cansancio y rebuscó entre las pocas cosas que había traído consigo de su casa. Sustrajo de entre sus ropas, una pequeña prenda gris que perteneció a él y aspiró, lo que quedaba aún de su olor. Sintió una puñalada de dolor en el corazón.
Y las lágrimas, calientes y silenciosas, cayeron por sus mejillas, haciendo arder la piel herida.
Sanemi Shinazugawa estaba en su habitación, recostado mirando el techo. Pensaba en Saori.
No iba a bajar la intensidad de su entrenamiento, pero le preocupaba romperle un hueso. Eso implicaría suspender las actividades un tiempo y atrasaría todo. Quería que ella se presente a la Selección Final lo antes posible.
La chica estaba dándolo todo y él lo notaba. Así como notaba que también estaba atravesando un gran dolor físico.
Recordó su entrenamiento.
Tampoco fue fácil...pero tenía a Masachika con él. Y aunque al principio Kumeno fue un dolor en el culo, se apoyaban y curaban sus heridas mutuamente y el dolor se hizo más llevadero.
Pensó en su primer compañero, el hombre que muy probablemente le salvó la vida de una muerte estúpidamente inconsciente. El muchacho que terminó siendo su hermano.
De alguna forma u otra Saori le recordaba a él. Tenían esa misma necesidad extraña de conocer a la gente, de acercarse a ella y lo peor era que sabían cómo hacerlo.
En seis meses que convivían, prácticamente le había sacado charla de todo. Desde la historia del Cuerpo de Cazadores (de la que sinceramente Sanemi sabia lo justo y necesario. Una vez dentro a él sólo le importó cumplir su trabajo) hasta historias de sus noches de caza, sus cosas favoritas y las cosas que le molestaban.
Y, al igual que sucedía con Masachika, terminaba hablándole aunque no quisiera, aunque estuviera de mal humor. Aunque le había trazado la línea bien clara.
Poca gente tenia ese efecto en él.
La imagen de la piel amoratada de Saori surgió en su mente, y Sanemi cerró los ojos.
"Sé que dije que no iba a tratarla diferente por ser mujer..." Pensó, recostado en el futon con los brazos detrás de la nuca . "Pero... tampoco puedo golpearla todo el día y luego echarla sola a una habitación...no es un animal.."
Lo cierto es que, en el fondo, su actitud de alguna forma u otra le recordó a su padre y eso no le gustó ni un poco. Un tipo grandote que golpeaba a su mujer y no le importaba si la dejaba sangrando en un rincón. Salvando las diferencias, él estaba haciendo lo mismo.
"No, ni mierda. Yo no soy como él."
Rebuscó entre sus cajones, sacó un pequeño pote de vidrio y fue hacia la habitación de ella.
Se detuvo un momento antes de llegar y se replanteó por última vez si eso que iba a hacer era buena idea...nunca había tenido un aprendiz que de hecho dure tanto tiempo en el entrenamiento, y no sabía bien qué hacer al respecto.
"No hay necesidad de pensar tanto. Tampoco es que me la voy a tirar. Al carajo". Pensó.
Tuvo el impulso de abrir la puerta sin más, y necesitó recordarse a si mismo que su aprendiz era una mujer, y tenia que respetar su intimidad.
- Minamoto.- se anunció, golpeando con suavidad el fusuma.
- Pase.- la voz desde dentro pareció dudar, porque le tomó unos segundos contestar.
Él abrió la puerta, y ella lo miró desde el piso, sentada en su futón. Inmediatamente Sanemi vio la prenda de ropa del niño en sus manos, aunque ella intentó ocultarla.
Tragó saliva y entró. Se sentó frente a ella y alzó el pote de vidrio frente a sus ojos.
- Es un ungüento de hierbas y minerales que una compañera preparó. Es cicatrizante, muy bueno para bajar la inflamación y te ayudará a disminuir el dolor.- le explicó.
-Genial. ¿Tiene un frasco mas grande donde pueda caber entera?- dijo ella.
Sanemi rió por lo bajo, y abrió el envase.
Ella hundió los dedos en el aromático ungüento y yendo frente al espejo untó con suavidad las heridas de su rostro. La chica gimió dolorosamente por lo bajo cuando la mezcla hizo contacto con la piel.
Él la observó con atención.
Claramente no era la misma mujer que había conocido tiempo atrás.
Ya no era frágil y delgada. El vendaval en su interior seguía ahí, pero su fuerza se estaba canalizando en el lugar correcto.
Realmente esperaba que ella sea capaz de manejar la Respiración del Viento. Realmente quería que ella sea su tsuguko.
Porque descubrió en Saori un enorme potencial.
Cuando ella terminó de frotarse el ungüento, la habitación olía a hierba. Era agradable, incluso relajante, el suave aroma que flotaba en el aire, levemente mineral, con notas alcanforadas.
Se miraron en silencio un momento, y Sanemi sintió la mirada en su rostro.
- ¿Te llaman la atención?-
- ¿Las cicatrices?- preguntó ella y él asintió.- Realmente no. Aunque no voy a mentirle, si me sorprendieron la primera vez. Son...bastante intimidantes.-
- Si. Lo sé..- dijo él, con una leve sonrisa de lado.
- De todos modos...no pensaba en eso.- dijo ella, y le sonrió.- Quería darle las gracias.-
Sanemi vio, aunque el rostro estaba hinchado y amoratado, un delicado destello en los ojos de la mujer.
Era extraño...los colores para él solían ser lavados y algo confusos, grisáceos...pero sabía que ella tenía los ojos azules. Lo sabía porque al mirarla firmemente, sobre todo bajo el sol del mediodía, el mar que ella llevaba en su mirar parecía encenderse.
- Para empezar, deja de tratarme con tanta formalidad.- anunció él.
- Hace seis meses me dejó en claro que era mí maestro, y no mí amigo.- replicó Saori, con calma.
- Bueno...eso fue hace seis meses.- Dijo él, encogiéndose de hombros, con los brazos cruzados.- Todavía nos queda mucho tramo juntos y francamente me haces sentir un viejo de mierda si me tratas así.-
- Tenemos la misma edad.- Dijo Saori, alzando una ceja.
- Bien, entiendes el punto. Puedes llamarme por mi nombre si quieres.-
- ¿Cómo te dicen los demás pilares?- preguntó ella, ladeando suavemente la cabeza.
- Mmm...no es el mejor ejemplo de cercanía.- sonrió él, y se rascó distraídamente la nuca.
- No eres una persona de muchos amigos.- declaró Saori.
- Vaya sorpresa ¿verdad?- rió él.
Saori también río suavemente y sintió que el pómulo hinchado latía, lo que la hizo dar un respingo de dolor.
- Mí rostro se siente como si fuera una pelota enorme.- dijo ella, cerrando los ojos y tocando con mucha suavidad, con la punta de los dedos, el pómulo abultado y la ceja cortada.
- Mañana estará mejor con el ungüento.- dijo él, observando con cuidado las heridas de la chica.
- ¿Podrías entonces no golpearme tanto?- Sonrió ella, abriendo un sólo ojo para ver la reacción de él.
- Minamoto...- Sanemi pareció suspirar.- el entrenamiento seguirá escalando en intensidad. Aún no has llegado ni a la mitad. No te golpeo porque me guste hacerlo, lo hago para que aprendas a soportar el dolor. El mundo al que vas a entrar es sumamente cruel. Va a golpear tu cuerpo y tu corazón sin piedad. Te dejará marcada en más de un sentido...-
- Lo sé muy bien.- contestó ella, muy segura.
- Verás cosas que no querrás ver.- Dijo él.
- Lo entiendo.- replicó Soari.
Hubo un silencio entre ambos.
- Cuando empecemos con las armas reales, de verdad intentaré matarte...- Advirtió luego, poniéndose de pie.
- ¿'Intentaré'? Que dulce de tu parte que te contengas de matarme.- sonrió Saori, jugando.
- Siéntete afortunada.- dijo él, y dejó la habitación.
