Entablar amistad con los unicornios

Hagrid se alegró muchísimo cuando Harry, Ron y Hermione llamaron a su puerta aquella tarde. Fang, el sabueso, se alegró aún más, y sus ladridos de entusiasmo retumbaron en el césped antes incluso de verlos.

—¡Ya habíais tardado bastante!

—Lo siento, Hagrid, —se disculpó Ron mientras esquivaba a Fang, que casi lo derriba en un saludo baboso—. Han sido un par de semanas muy raras, con eso de no haber estado aquí el año pasado y con la reselección...

—Pero eso no es excusa, —se apresuró a decir Harry, sentándose en una de las enormes sillas de madera que rodeaban la mesa de la cocina, igualmente enorme.

Hagrid se puso a prepararles té en una tetera desportillada y les sirvió algunos de sus famosos pasteles de roca (no los tocaron, pues tenían demasiada experiencia con la cocina de Hagrid).

—Me considero afortunado. Después del año pasado, no pensé que volveríamos a estar todos aquí sentados. No puedo deciros lo que pensé cuando apareciste en el bosque en mayo, Harry...

Hagrid era uno de los pocos con los que el trío sentía que podía compartir la historia completa del derrocamiento de Voldemort. Era un público estupendo, conmocionado e impresionado en todos los sentidos, y se aseguró de mantenerlos provistos de té. Tardaron casi una hora en explicárselo todo y responder a sus preguntas.

Una vez terminada la narración, le dio una palmada cariñosa en el hombro a Harry, casi haciéndole caer de su asiento, y proclamó:

—Siempre supe que lo haríais bien. Miraos los tres: ¡salvadores del mundo mágico! ¿Quién lo habría dicho?

Sí, ¿quién? Hermione asintió en silencio, mirando a los cuatro a su alrededor. Se habían sentado en el mismo sitio cuando estaban en primero, y Hagrid les había servido el mismo tipo de té. Pero cuántas cosas habían cambiado...

Recordando su promesa a Padma, Hermione le preguntó a Hagrid si le importaría cultivar sus enormes calabazas para el baile de Halloween. Hagrid aceptó de buen grado y, una vez hecho esto, los cuatro entablaron la cómoda conversación que solo se consigue después de varios años de conocerse. Ron incluso pareció olvidar que se suponía que estaba enfadado con Hermione y le pasó la leche para el té sin que ella tuviera que pedírselo, lo que le valió una sonrisa.

—¡Oh! Quería contároslo. ¿Queréis ver lo que tengo para Cuidado de Criaturas Mágicas?

Ron gimió y Hermione parecía nerviosa. Harry se limitó a reír sin ganas.

—Nada de eso, —les aseguró Hagrid, sonriendo ampliamente—. No, la verdad es que son un poco aburridos. Pero creo que os gustarán.

Envalentonados por el hecho de que Hagrid había considerado "aburrido" lo que fuera, se dejaron llevar al exterior. Los cuatro siguieron la linde del bosque durante un rato hasta que se acercaron al Lago Negro. Ron se resistió por un momento cuando Hagrid se internó entre los árboles, pero lo siguió de mala gana al ver que sus amigos no vacilaban.

Oculto entre espesos árboles, había un gran corral moteado por la luz del sol que se filtraba a través de las copas de los árboles. Dentro del corral había...

—¡Unicornios! —gritó Hermione, encantada. Recordaba haberlos estudiado en cuarto curso, pero no había visto ninguno desde entonces. Había dos dentro del corral y al notar que tenían visitas, las hermosas criaturas comenzaron un acercamiento cauteloso—. ¿Cómo los conseguiste?

—La profesora Babbling me ayudó, —contestó Hagrid, rebuscando en los muchos bolsillos de su chaqueta de topos para sacar unos terrones de azúcar—. Es una señora simpática, Bathsheda. Muy interesada en las criaturas mágicas. Prefieren el toque de una mujer. Quería enseñárselos a sus clases de Runas Antiguas y pensé en guardarlos para los de cuarto año, ya que deben estudiarlos este año.

—Ooh, eso tiene sentido. Los unicornios son esenciales para el estudio de los números rúnicos, —añadió Hermione, observando atentamente a las hermosas criaturas plateadas. Aceptó el puñado de terrones de azúcar de Hagrid—. Representan el número uno.

—Creo que eso es lo que dijo, —asintió Hagrid, pensativo.

—¿Cómo puede una criatura representar un número? —quería saber Ron.

—Es porque tienen un cuerno singular, —explicó Hermione—. Igual que los cuernos dobles de un graphorn representan el número dos, y un runespoor representa el número tres debido a sus tres cabezas. Todos los números tienen su correspondiente criatura mágica en las escrituras rúnicas.

Harry y Ron permanecieron escépticos, ya que nunca habían estudiado runas. Desentendiéndose de más explicaciones (hacía tiempo que había aprendido que a veces Harry y Ron solo preguntaban por preguntar), Hermione se sintió encantada cuando pudo acercarse a los unicornios, acariciándoles el hocico con cariño y dándoles a cada uno unos terrones de azúcar.

Al cabo de unos veinte minutos, Ron declaró que era hora de volver al castillo, pues la cena empezaría pronto. El trío se despidió de Hagrid, prometiendo volver a visitarlo pronto.

.

.

Aquella noche, Hermione no pudo dormir. Sus compañeras se habían quedado despiertas hasta tarde, chismorreando y charlando antes de dormirse lentamente, una a una. Intentó leer, lo que normalmente funcionaba, pero descubrió que no atendía muy bien a las frases de su texto. Tumbada boca abajo, con los doseles alrededor de la cama para mayor intimidad, decidió probar una estrategia diferente y lanzó un rápido Muffliato antes de sacar el Mapa del Merodeador de la funda de la almohada.

Alisando una arruga desgastada que parecía haber sido hecha hace tiempo, desdobló el enorme pergamino y lo golpeó con la varita.

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Desde donde reposaba la punta de su varita, la tinta brotaba hacia fuera, enroscándose en las líneas y formas que componían la anatomía del castillo de Hogwarts. Hermione nunca había tenido la oportunidad de observar realmente el mapa. La mayoría de las veces se había relacionado con él cuando Harry estaba en medio de una infracción de las normas o cuando la seguridad de alguien estaba en juego.

Es magia muy ingeniosa, en realidad, pensó, pasando los dedos por el pergamino envejecido. Sus ojos se dirigieron hacia la Torre Gryffindor con anhelo, descubriendo que los puntos etiquetados de Neville y Hannah estaban prácticamente uno encima del otro en la sala común. Parecía probable que se estuvieran besuqueando con entusiasmo.

Bajando los ojos hacia los dormitorios de Hufflepuff, descubrió que Ron también estaba en su sala común, frente a Seamus, tal vez enfrascados en una partida de Snap Explosivo o de ajedrez mágico, a juzgar por la naturaleza inmóvil de sus puntos.

La mayoría de los Slytherin ya estaban en la cama, Harry incluido, aunque el rótulo de Ginny parecía estar dando tumbos por su dormitorio con otros dos, y Hermione se preguntó si la menor de los Weasley habría instigado una de sus legendarias peleas de almohadas. Hermione había recibido más de un almohadazo en la cara.

Desviando los ojos hacia la Torre de Ravenclaw, Hermione localizó su propio punto justo donde debía estar, en la cama de su dormitorio. Los marcadores de Lisa, Padma, Sue y Daphne también estaban en sus camas, como debía ser. Mirando hacia el dormitorio de los chicos, se fijó en los tres puntos fijos: Blaise Zabini, Oliver Rivers y Ernie Macmillan.

Frunció el ceño. Pero ¿dónde está Malfoy?

Frunciendo el ceño, su mirada se dirigió a examinar la sala común. No estaba en la torre de Ravenclaw, ni en ninguno de los otros dormitorios. Se convirtió en toda una cacería buscarlo en el mapa, ya que estaba vacío en las aulas, las cocinas, la biblioteca y todos los pasillos principales. No fue hasta que Hermione empezó a peinar todos los pequeños pasadizos y habitaciones ocultas que pudo localizarlo por fin.

Estaba solo... pero ¿dónde? Parecía ser el túnel de una de las mazmorras que patrullaban juntos durante sus deberes de prefecto dos veces por semana.

¿Qué demonios hace ahí abajo?, se preguntó, frunciendo el ceño.

Era un enigma interno, había resuelto seguir las reglas de la escuela y modelar el papel de una prefecta ejemplar, como se esperaba de ella. Sin embargo, también sentía una curiosidad enloquecedora por saber qué hacía Malfoy... fuera de los límites, a deshoras y en solitario.

Antes de darse cuenta de que había tomado la decisión, Hermione ya se había puesto los vaqueros y el jersey. Al asomarse a los doseles de su cama, se sintió aliviada al ver que las camas de las otras chicas también estaban cubiertas por cortinas de privacidad.

Mirando el mapa como referencia, observó que la sala común estaba vacía, salvo por dos pequeños puntos en los Estantes, aparte de la zona común principal.

Silenciosa como un bowtruckle que se escabulle, Hermione se lanzó un encantamiento desilusionador, consultando el mapa a menudo en su descenso, solo para estar segura de que Malfoy seguiría estando donde el mapa prometía que estaba. No se había movido, excepto para caminar de vez en cuando. Con la magia y el mapa a su disposición, Hermione pronto se encontró recorriendo los oscuros pasillos de las mazmorras del castillo.

Llegó a la estrecha puerta de madera de la cámara que ocultaba la entrada al pasadizo del campo de quidditch. Teniendo cuidado de guardar el mapa en secreto esta vez ("¡Travesura realizada!"), levantó el pestillo metálico de la puerta. La mirada de Hermione se desvió inmediatamente hacia el fondo de la habitación, donde sabía que estaba disimulado el pasadizo de la cueva. Apartó el tapiz a un lado y comprobó que su varita estaba preparada, por si acaso.

—¿Quién anda ahí?, —preguntó la voz de Malfoy. El olor a cigarrillo le picó en los ojos.

—Soy solo yo, —respondió en voz baja, esperando que no se sobresaltara y la hechizara.

En la oscuridad, Hermione pudo ver el pálido rostro de Draco entrecerrando los ojos para intentar distinguir la forma de quienquiera que estuviera irrumpiendo en su reposo privado. Estaba casi todo el tiempo fuera, las formas amenazadoras de las gradas de Quidditch y las porterías parcialmente visibles en la oscuridad distante. Un momento después, recordó su encantamiento desilusionador y lanzó el contrahechizo, revelándose.

Las cejas de Malfoy se alzaron al verla de repente. Se miraron en silencio un momento mientras él expulsaba una nube de humo al aire. A Hermione le recordó a un dragón exhalando por las fosas nasales.

—¿Qué haces aquí abajo? ¿Te das cuenta de que estás rompiendo el toque de queda?

Se quedó en silencio un momento más, preocupado por llevarse el cigarrillo a los labios.

—Solía venir aquí a menudo. Esta noche necesitaba un poco de paz y tranquilidad. Eso, y un cigarrillo.

—Eres prefecto, —le recordó mandona—. Por si lo has olvidado.

—No lo he olvidado.

—Los estudiantes no deben vagar por los pasillos por la noche, —mantuvo—. Ni siquiera los prefectos.

—Tú lo has hecho, para venir aquí, —señaló—. ¿Cómo es que me encontraste, de todos modos?

—Tengo mis métodos.

—Supongo que no me importa que sepas que vengo aquí, —se encogió de hombros.

—Pero...

—Granger, cuando tienes ataques de pánico, ¿qué haces?, —la interrumpió, observándola con mirada severa—. Encuentras una forma de relajarte hasta que se detiene. Esto, que yo esté aquí, es la misma idea.

Con cierta decepción por el hecho de que hubiera vuelto a usar su apellido, Hermione lo miró críticamente.

—¿Estás diciendo que has tenido un ataque de pánico?

—No me dan como a ti, —respirando un espeso aliento de humo, reveló—, Tengo ansiedad. Vengo aquí porque me tranquiliza.

Hermione cerró la boca y sintió que una brisa le levantaba las puntas del pelo, llevándoselo a la cara. Draco miraba con los ojos vidriosos el oscuro campo de quidditch, casi como si se hubiera olvidado de que ella estaba allí.

—¿Lo echas de menos?, —preguntó ella, observando la expresión de sus ojos.

Volviendo al presente, Draco tiró el cigarrillo al suelo y lo pisoteó. Hermione se dio cuenta de que ya había otras dos colillas allí, y decidió que claramente había estado allí un rato.

—¿Ahora compartimos nuestros sentimientos, Granger?

—Jugaste en Slytherin unos años, si no recuerdo mal. Solo me preguntaba si elegiste este lugar en particular con eso en mente, —contestó, cruzando los brazos sobre el pecho.

Se encogió de hombros.

Con un suspiro, decidió que no obtendría ninguna respuesta de él esta noche.

—Deberíamos volver a la torre.

Como si no la hubiera oído, cogió su paquete de cigarrillos y sacó otro.

—Malfoy... —abrió la boca para protestar.

—Todo el mundo sabe cuáles fueron las lealtades de mi familia durante la guerra, —interrumpió—. No creí que Ravenclaw me quisiera en su equipo.

Frunció el ceño, pero no supo qué decir. A juzgar por los susurros irreverentes que seguían a su nombre cada vez que lo pronunciaba alguno de sus compañeros, sospechaba que tenía razón.

Sin embargo, Malfoy no parecía esperar su respuesta.

—No deseo que el estigma de mi familia me acompañe toda la vida. Sé lo que la gente dice de mí, y no se equivocan. De vez en cuando, sin embargo... mantener la máscara de indiferencia llega a cansar.

Hermione parpadeó sorprendida por esta información voluntaria.

—¿Por qué te gustaría que te conocieran?, —preguntó, fascinada.

Miraba al cielo. Las estrellas titilaban distantes, despreocupadas de las presiones de la humanidad.

—No lo sé. Creo que esa es la única razón por la que he vuelto este año. Me dio algo de tiempo antes de tener que tomar decisiones, y fue otro año escolar fuera de casa y lejos de mis padres, —admitió con un suspiro.

—Mi madre me dijo una vez que derrumbarse no es más que una oportunidad para reconstruirte tal y como desearías haber sido siempre, —añadió Hermione dubitativa, mordiéndose el interior de la mejilla.

—No quiero ser lo que desearía haber sido todo el tiempo, —aclaró con desparpajo, estremeciéndose mientras encendía su cigarrillo.

—Nadie se define por lo peor que ha hecho, —insistió Hermione, y luego añadió tímidamente—, Draco.

Su nombre le resultaba extraño en los labios, casi tabú.

Él se dio cuenta. Malfoy giró la cabeza para mirar a su compañera, con las cejas alzadas y el humo rizado de su cigarrillo tapándole parte de la cara. No hizo ningún comentario sobre el uso que ella había hecho de su nombre de pila.

Sintiéndose obligada a explicarse un poco, Hermione expuso:

—He tenido ataques de pánico desde la guerra. El primero ocurrió a la semana de la derrota de Voldemort...

Draco siseó disgustado al oír el nombre.

—Tuve que obliviar a mis padres durante la guerra para protegerlos. Les inculqué identidades falsas y se mudaron a Australia, sin saber que habían tenido una hija. Mi primera crisis se produjo cuando pensé que no podría devolverles la memoria y que, si lo conseguía, no querrían saber nada más de mí. Me sentí abrumada por ellos, y de una manera demasiado negativa, —continuó sin inmutarse.

Pude devolverles sus recuerdos, pero se enfadaron conmigo. Era la primera vez que veía llorar a mi padre, —tragó con fuerza, pero se atragantó con el humo. Se apartó de la cara parte de la asquerosa nebulosa que él estaba creando—. Tuve ataques de pánico casi todas las noches después de eso mientras vivía en casa. Ayudaron a mis padres a entender por qué había hecho lo que hice, a qué me había enfrentado. Pero incluso después de haberme ganado de nuevo su confianza en mí, los ataques continuaron.

—Debe de ser difícil tener un poder sobre tus padres que ellos nunca podrán llegar a ejercer, —concedió Draco, apoyándose en un lado de la pared y observándola atentamente.

—No sé por qué te estoy contando esto, —suspiró, echando un vistazo al oscuro campo de quidditch y luego a él—. No tiene sentido. Nunca fuimos amigos. Ni mucho menos.

—Entiendo lo que es que la guerra cambie los fundamentos de lo que soy. No estamos solos en ese aspecto.

—¿Por qué estás siendo tan... amable?, —preguntó, entornando los ojos con desconfianza.

—Porque te confunde muchísimo, —sonrió Draco satisfecho.

Hermione puso los ojos en blanco, pero no contestó. De algún modo, su respuesta tenía sentido. No habría sabido qué hacer si él hubiera empezado a hablar de arco iris y mariposas.

Permanecieron en silencio unos minutos más. Una ligera brisa que soplaba desde el otro lado del campo hizo que Hermione se estremeciera. Cogió su varita y conjuró algunas de las llamas de campanillas que solía utilizar cerca de Harry y Ron. Parpadearon suavemente en la penumbra y transformaron la nube gris de humo que Draco estaba formando en una neblina azul.

—¿Qué haces aquí, Hermione?, —preguntó de nuevo.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal que nada tenía que ver con el frío.

—Quería saber por qué estabas fuera de la cama a estas horas, —respondió ella con sinceridad, apretándose más el jersey—. Me pareció sospechoso.

—Aún no me has contestado cómo supiste que estaría aquí en primer lugar, —le recordó él, terminándose de nuevo el cigarrillo y apagándolo de un pisotón.

—Ya conoces uno de mis secretos. No estoy segura de confiarte un segundo.

—De acuerdo, entonces. —Aunque observó que una sombra cruzaba sus ojos, la respuesta le pareció suficiente. Tal vez era el Slytherin que había en él el que entendía su lógica, o tal vez no le importaba en absoluto. Desapareció las colillas del suelo con un movimiento de varita y movió la cabeza en dirección al pasadizo que conducía de nuevo a las mazmorras—. ¿Lista para volver a la torre?

Subieron las escaleras en silencio. Con la ayuda de encantamientos desilusionadores, solo tuvieron que esconderse una vez en su camino de vuelta a la sala común. Estuvo cerca, pero se escondieron detrás de un tapiz justo a tiempo de que Peeves pasara por allí sin darse cuenta, riéndose para sus adentros de una broma pesada que parecía haberle gastado a un desprevenido Filch.

Se sentía un calor sofocante al estar apretada contra Draco durante varios minutos. Hermione decidió que eso justificaba el enrojecimiento que le había subido por el cuello y las mejillas ante su proximidad. No corría nada de aire detrás de aquel tapiz... especialmente desafortunado, teniendo en cuenta el empalagoso olor a cigarrillo que se pegaba a su ropa. Una vez que Peeves se hubo alejado, se separaron y continuaron escaleras arriba en embarazoso silencio.

La aldaba con cabeza de águila los recibió en la entrada de la sala común, como siempre.

—Nunca fui, siempre seré... nunca nadie me vio, ni me verá... y sin embargo soy la confianza de todos...

—Erm, —murmuró Hermione, perdida por una vez.

Malfoy también parecía perplejo.

—¿Puedes repetirlo?

La aldaba lo hizo, pero ambos permanecieron desorientados. Durante varios minutos, los dos respondieron al guardián, pero sin éxito.

—A este paso, mañana por la mañana seguiremos aquí fuera... —se inquietó Hermione, enroscándose nerviosamente un rizo en el dedo.

La puerta giró hacia dentro.

Ella parpadeó sorprendida, mientras Draco reía suavemente.

Mañana. Por supuesto. Nunca lo fui, siempre lo seré... nadie me vio ni me verá jamás... pero sirve de confianza a todos de que seguirán viviendo y respirando.

Parecía tan obvio ahora que lo decía. Hermione arrastró los pies. Ninguno de los dos se movió.

—Después de ti, —dijo con un gesto perezoso hacia la entrada abierta.

Le dedicó una media sonrisa irónica.

—Hasta mañana.

En serio, pensó mientras se separaba de él para volver a su cama, aparte del hábito del cigarrillo, no es tan malo cuando no está siendo un imbécil sin reservas...

.

.

Nota de la autora:

Muchas gracias a todos los que han dejado comentarios. Me encanta leerlos y me hacen sonreír.

No usé un beta en este capítulo, así que cualquier error es mío.