Aquí fingiendo demencia como si no hubiese dejado este perfil botado hace 5mil años. ANYWAY, terminó Flowers, así que decidí publicar ese fic que tenía hace algún tiempo dando vueltas, esperando ver la luz del sol. Eso, volveré a mi cueva, hasta el 2027!


Hana no conoce mucho a su padre.

Le han contado historias sobre él, sus travesías, sus aventuras y distintas anécdotas. Se ha convertido casi como en un personaje de fantasía, como el protagonista de una saga que todos han visto, menos él.

Le hablan de su optimismo, de su coraje y su calidez, pero también ha escuchado de sus errores, sus temores y sus pérdidas, una a una dejando cicatrices que solían quedar escondidas detrás de una sonrisa compasiva.

Con eso, el héroe dejaba de ser héroe, y quedaba un simple humano. Eso es lo que más le irrita a Hana, porque sus conocidos lo pintan como si hubiese sido una gran persona, admirado por todos, cuando no era más que un chico común y corriente.

Sólo era un tipejo en una historia extraordinaria, que había tenido la suerte de pasar gran parte de su juventud formando parte de una leyenda.

Yoh Asakura, el guerrero legendario. Yoh Asakura, y su sangre divina. Yoh Asakura, casi santo.

Para Hana, Yoh Asakura es un fantasma. Y no de esos que acostumbra a ver, sino uno de esos que realmente apesta. Esos fantasmas que te persiguen sólo en tu mente, a través de recuerdos y fotografías. Esos que al rememorar su voz, sólo generan una nostalgia terrible, y una ira que no sabe explicar. Su padre es alguien a quien perdió alguna vez, pero lo peor es que no está muerto, sino desaparecido por ahí, creando una distancia enorme. Hana prefiere que se mantenga así, porque la distancia ya no duele, sino que lo protege.

Hana tiene la amarga certeza de que su padre no piensa en él como él sí lo hace. Sabe que a su padre nadie le cuenta historias sobre él. Sabe que su padre tampoco lo conoce.

A Hana lo ciega el resentimiento y el rencor, y lo peor es que no sabe cómo sacar este remolino de su interior, porque no tiene con quién hablar al respecto. Las pocas veces que lo intentó, terminó recibiendo charlas sobre empatía y comprensión. Le dicen que se ponga en los zapatos de su padre, y que intente de entender, cuando nadie lo entiende a él.

Le piden que se ponga en su lugar, y Hana lo hace como puede, de la forma más literal posible. Crece con los amigos de su padre, y hasta va al mismo instituto. Lo busca en las melodías musicales en las que Yoh se perdía años atrás, con esos gastados audífonos naranja.
Hana pasa sus días en la misma habitación que Yoh usó, esa que tiene una gran ventana por la que mira las nubes pasar, y por la que se asomaba cuando era más pequeño para ver si su padre había vuelto a casa.

Pero Hana no es Yoh, y jamás lo será.

No importa que le digan que se parece a él; no significa nada porque no sabe quién es realmente. Incluso le molesta, porque no hay nada más irritante que ser comparado constantemente por alguien que no hace más que generarte conflicto.

Hana se resigna, y desea dejar a ese desconocido atrás. Cree que estaría mejor sin él, aunque ya esté sin él. Deja de escuchar las historias, y evita los álbumes de fotos a toda costa. Tiene deseos de cortar ese lazo invisible que los une y acabar con el problema desde raíz, pero no puede.

Lo que más lo carcome por dentro es que, en lo más profundo de su ser, desea que todo hubiese sido distinto. Es algo que odia, y que lo hace pelear consigo mismo una y otra vez.

Hubiese sido mejor que las historias se las contara Yoh personalmente, sin adornos ni exageraciones. Le gustaría poder ser escuchado por alguien que no le pidiera cambiar su propia perspectiva, sino que simplemente lo aceptara como era, roto e irascible. Que alguien lo viera de verdad, porque Hana era mucho más que rabia y testarudez. Ansiaba desesperadamente que ese desconocido sí lo conociera, y lo recibiera con brazos abiertos cada vez que lo necesitara.

Es por eso que Hana detesta a Yoh; porque no puede odiarlo, no realmente. Es mucho más sencillo y fácil de entender que lo desprecie por todo lo que hizo, y sobre todo por lo que nunca hizo. Por todos esos recuerdos que nunca fueron. Ni él mismo comprende por qué siente afecto hacia su padre, cuando no debería importarle en lo más mínimo. Es, a fin de cuentas, un extraño, una cara en una fotografía, un dolor en el pecho. Algo insignificante, que aún así, lo ha perseguido toda su vida.

No entiende por qué se siente así, y no entenderse a sí mismo es el colmo. Está perdido en su propia mente, buscando respuestas en su cabeza y sus pensamientos turbulentos.

Sus ojos no miran hacia ningún punto en particular, ido en su pelea interna. Se encuentra sentado, una pierna temblando de arriba hacia abajo con ansiedad, mientras su rostro, por el contrario, no muestra emoción alguna. Está acostumbrado a estar así, meditativo y divagando en el caos de su cabeza, sin llamar la atención de nadie. Sin que nadie se de cuenta. Nadie lo trae de vuelta a la tierra, y se eleva hacia su mundo confuso en absoluta soledad.

Hasta que siente un agarre en su antebrazo, que lo sobresalta y lo lleva de vuelta a su presente. Su acompañante nota que lo asustó, por lo que lo suelta rápidamente. Hana aún contiene el aire en sus pulmones, y por fin su cara frunce el ceño que estaba plano e inexpresivo, dirigiendo sus ojos al motivo de su malestar.

Yoh lo mira como si lamentara haberlo sorprendido. También lamenta muchas cosas más, sin embargo, no se lo dice con palabras, sino con acciones, y con esos ojos que transmiten tanto. Compasión. Arrepentimiento. Vergüenza. Cariño.

Hana resopla, y desvía sus orbes ambarinas de ese extraño tan familiar hacia la mesa, porque a veces prefiere mirar cualquier cosa menos él. Se debe, posiblemente, a que no está acostumbrado a verlo, mucho menos en persona.

El sonido de ambiente llega a sus oídos de golpe, y recuerda que están en el centro comercial, en el patio de comidas. Hasta entonces, había estado sentado solo, mientras que Yoh buscaba algo que complaciera el hambriento estómago del adolescente. De todas formas, ¿qué era un par de minutos esperando, después de haber pasado tantos meses separados?

Nota que su padre volvió con una bandeja con comida chatarra, como si siguiera siendo un niño pequeño. Una hamburguesa con sabor plástico y una soda oscura y burbujeante. Típico de una salida al centro comercial, como si fueran una familia normal.

—No sabía qué traerte —le dice, como si a Hana le sorprendiera. Es obvio que no conoce sus gustos, así que apostó con seguridad y le llevó una orden estándar.

—Una cajita feliz hubiese estado mejor —contesta por lo bajo, arrastrando el popote de la gaseosa hacia sus labios.

—¿Es en serio? Porque, si quieres...

—No, papá, es una broma.

La palabra "papá" sale con naturalidad, pese a que la ha dicho en voz alta mucho menos de lo que los chicos acostumbran. También va cargada de molestia, la tradicional aversión adolescente hacia su progenitor.

Ve por el rabillo del ojo a su viejo, que más bien pareciera ser su hermano mayor. Ese tipo que, pese a su aspecto relajado, exuda tensión. Hana puede percibirlo, y se pregunta si Yoh también nota su incomodidad. Con el tiempo, sus escasas reuniones se han vuelto más forzosas, o al menos, así lo siente el rubio. A medida que él crece, cuestiona más la naturaleza de su relación y el por qué. ¿Por qué tuvo que ser así?

Imagina que lo mismo pasa con su padre, que se esfuerza por hacer sus reencuentros amenos. Hana no se lo permite con facilidad, porque necesita que se esfuerce el doble, y el triple. Es el único momento en el que logra obtener su venganza, aunque sea lo más infantil, inmaduro y cruel. No se siente mejor consigo mismo, pese a que ríe por dentro cuando obtiene esas victorias que no son victorias.

Pasan unos segundos en silencio, porque Hana mantiene su boca ocupada con comida, que se vuelve en la perfecta excusa para no tener que hablar. Yoh lo mira de vez en cuando, con una paciencia que Hana detesta, y con una curiosidad que no hace más que hacerle sentir como un animal de circo.

Hana también lo mira así, pero cuando no están a solas, y cuando se asegura que su padre está ocupado en otra cosa. Así, Yoh no se da cuenta cuando los ojos miel lo estudian, buscando diferencias desde su última visita, y buscando similitudes entre ambos.

Queda sólo la mitad de la hamburguesa, y aún no han intercambiado palabra alguna. Hana desea que hubiese más comida, y así, no tuviese que hablar nunca. Desearía estar solo, para no tener que conversar con Yoh. Es contradictorio, ya que desea decirle (y gritarle) tantas cosas, que siente que no existen palabras suficientes para expresar lo que necesita quitarse del pecho.

Yoh ahora está frente a él, indefenso, sin otras personas que juzguen a Hana si critica a su padre, si le grita o si quiere mandarle una patada en la mandíbula. Da otro mordisco a su hamburguesa, y lo vuelve a ver de reojo. No sabe qué decir.

Sólo ve a un tipo, diablos, a otro chico, que lo está intentando. Que no ha recibido mucho más que comentarios sarcásticos y respuestas cortantes de su parte, porque no merece más que eso. ¿Por qué es que Hana se siente culpable? Él no tiene culpa de nada.

"¿Y él sí?" se pregunta el rubio. "Claro que sí" se contesta, sin sentir satisfacción alguna ante ese monólogo.

¿Cómo es que ése chico se convirtió en el responsable de todos sus males? Después de todo, apenas lo conoce... aunque, hay instantes en los que siente que sí, que sí conoce a su padre como si hubiesen crecido juntos. Algunas memorias fugaces de su infancia en las que sintió amor y el orgullo desbordante de su padre adolescente envolviéndolo. El rostro de Yoh se convierte en más que una fotografía; son risas y frases que se transforman en ecos que resuenan una y otra vez cuando está entre despierto y dormido. Por él le gusta escuchar música con esos audífonos gigantes. Por él le gusta pasear de noche, e inventar constelaciones inexistentes cuando mira al cielo. Por él cree que no hay gente mala, sino personas que han perdido el camino. Por él desea hacerse más fuerte, mucho más fuerte que él. Así, sería suficiente para proteger a su familia. Así, no tendría que dejar a su hijo como él lo hizo.

En efecto, Yoh Asakura no era más que un tipejo en una historia extraordinaria. Un padre adolescente que no había terminado el instituto, y que de pronto tuvo que continuar peleando en una guerra que no era suya, con su joven esposa y su bebé recién nacido. Un chico que sacrificó su sueño de vivir tranquilamente por un bien mayor, condenado a la indiferencia de su propio hijo, porque él no lograría entenderlo.

Pues Hana sí entiende eso. Sabe cómo es pelear con sus propios demonios en silencio, sin que nadie más comprenda por lo que está pasando. Sabe cómo es mirarse en el espejo con frustración y añorar esos mundos alternos tan tentadores, tan inexistentes y fantásticos, en donde todo salió bien, en donde creció junto a su padre. También sabe cómo es perder a alguien en vida, con la diferencia de que Yoh no ha perdido a su hijo, no del todo.

Hana no está seguro si Yoh lo sabe, porque se ha empeñado por ocultar que el hijo sigue ahí. Sin embargo, Hana a veces le da señales de que, efectivamente, desea que lo siga intentando. Si no fuese así, no habría accedido a esa salida.

—Come algo —le ordena el rubio, aún con la boca llena de hamburguesa.

Yoh se sorprende, porque Hana no suele ser el que rompe el silencio. No sabe que su hijo lleva todo ese tiempo pensando en él, ni conoce su eterna lucha interior, aunque puede empatizar porque él ha pasado por lo mismo.

Hana traga con dificultad una gran cantidad de comida, intentando que el estúpido nudo en su garganta desaparezca en consecuencia.

—No tengo hambre —responde Yoh con su sencillez característica, acompañado de una ligera risa— aunque parece que tú sí…

El rubio termina de tragar y bebe casi desesperado un sorbo de bebida.

—Claro, si te demoraste un montón en traer la comida…

—Lo sien…—

Ya ha escuchado a su padre disculpándose demasiado. Lo silencia metiéndole lo que queda de hamburguesa en la boca, brusco y torpe, sin sutileza alguna. Lo mira tratando de no atorarse, riéndose ante la cara de desagrado que pone por la pésima experiencia gastronómica.

—¿Y bien? —le pregunta el menor, orgulloso por su hazaña.

Yoh bebe algo de soda, intentando que la comida pase con mayor facilidad por su garganta. Después de sobrevivir a ese ataque, el castaño declara:

—Una cajita feliz hubiese estado mejor.

Hana inhala indignado, y se desploma en su silla cruzando los brazos. Ve que su dramatismo le causa gracia al castaño, que ríe de buena gana ante la pequeña derrota de su hijo. En lugar de enojarse, algo en el breve intercambio hace que Hana suspire con enfado, pero luego sonríe y mira a Yoh con una complicidad que rara vez surge entre ellos.

Una risa con soltura, de esas que se da únicamente cuando hay familiaridad, y una cercanía que no sabe de dónde aparece, pero simplemente está ahí.

Hana no conoce mucho a su padre. Pero lo que sabe de él, es suficiente.