Disclaimer
Los personajes aparecidos en esta historia son de propiedad única y exclusiva (hasta donde sé) de la señora Rumiko Takahashi de su obra Ranma ½ . Esta servidora sólo los utiliza para su entretención y la de los que leen. No recibo ningún beneficio pecuniario a cambio.
Nota aclaratoria: fic antiguo cuya historia fue explicada al inicio del capítulo anterior.
Gracias a todos por leer. Comentarios y críticas respetuosas son más que bienvenidas.
Un vacío que trataré de llenar
Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un Sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
Jorge Luis Borges - Ausencia.
Aunque hay dolores en la vida que sólo se calman, nunca desaparecen, la misma vida le estaba dando una segunda oportunidad y no estaba dispuesta a desaprovecharla. Habían sido años de sufrimiento y caos, tiempo en el que pensó que enloquecería o moriría de la desesperación. Sin embargo, nada de eso sucedió y ahora había decidido buscar ser feliz, como fuera.
Nunca pensó que su felicidad estuviese al lado de Ryoga, a él nunca lo había mirado como hombre sino como un amigo, el gran amigo de su novio, aquél que sólo buscaba la compañía de alguien para acabar con su soledad. Pero nunca creyó que terminaría siendo ella quien llenara ese vacío. Cuando se enteró de los sentimientos de su amigo, Akane no supo cómo reaccionar. En principio sintió una especie de angustia, de ira, sentimientos mezclados. Sentía que era una traición hacia Ranma pero, poco a poco, comenzó a analizar la situación: Ryoga estaba solo; ella también lo estaba. Ryoga había sufrido mucho, con una gran carga sobre sus hombros, con un peso difícil de soportar cuando se está tan solo. Decidió darle una oportunidad, intentar algo, sin hacerse muchas expectativas. Todo salió mejor de lo que esperaba y ella también comenzó a sentir cosas por Ryoga: él era atento, cariñoso, amable, un buen hombre. ¿Encontraría a alguien mejor? ¿Alguien que la conociera tanto y estuviera dispuesto a hacer por ella lo que Ryoga había hecho? Lo dudaba. Por eso no lo dudó ni un instante y, cuando él le propuso matrimonio, aceptó de inmediato. Aunque le advirtió: no quería grandes ceremonias, ni fiestas estruendosas: sólo la familia, los amigos más íntimos. Ryoga, como siempre, aceptó.
El día de la ceremonia, sólo las familias Tendo y Hibiki estaban presentes además de Genma y Nodoka Saotome. Cuando todo hubo terminado, la madre de Ranma se acercó a ella y con lágrimas en los ojos, la miró un instante y la abrazó.
– Espero que seas muy feliz, Akane –. Akane respondió a su abrazo; también lloraba. Nodoka se apresuró a limpiarle las lágrimas.
– Prométeme que nunca te alejarás de nosotros, tía – le pidió Akane. Nodoka se lo prometió, ella era como la hija que nunca tuvo.
– Bien, basta de tristezas, es el día de tu boda – dijo Nodoka tomándola de la mano y llevándola hacia donde el resto de la gente estaba. Ahí Ryoga le entregó una copa para el brindis, mientras le sonreía cálidamente. Akane lo abrazó: ahora siempre estarían juntos. Terminada la celebración, y a medida que los pocos invitados se iban retirando, Akane habló con Ryoga. No podía terminar el día sin hacer algo. Ryoga no preguntó nada, sólo asintió y la siguió hasta un lugar bien conocido por él y por todos. Un altar donde la foto de Ranma se ubicaba.
– ¿Crees que Ranma estaría contento con esto? – preguntó Ryoga, nervioso. Akane asintió, mientras arreglaba las flores del altar.
– Muchas veces me cuestioné sobre qué hacer con mi vida, sin Ranma en ella. Creo que él estaría tranquilo – dijo Akane suspirando. Ryoga suspiró también mientras recordaba a su amigo. Lo había extrañado mucho, mucho y, aunque él amaba a Akane desde siempre, nunca hubiese querido que las cosas terminaran así. Con Ranma muerto y, más aun, sin nunca haber encontrado su cuerpo. Él sabía que eso atormentaba a Akane hasta el día presente y sabía también que había puesto en duda la muerte de Ranma más de alguna vez pero los expertos dijeron, una y mil veces, que las probabilidades de salir vivo de un río tan caudaloso eran mínimas. Además, nunca había dado una señal de vida. A él le costó creerlo pero después de cinco años ¿Qué más podía esperar? Si Ranma hubiese estado vivo, habría dado una señal.
– Está bien, ya es hora de irnos – dijo finalmente Akane, tomando al que ahora esa su marido del brazo. Nunca sería capaz de cortar ese lazo que alguna vez la unió con Ranma pero tampoco podía dejar que las oportunidades pasaran por su lado ignorándolas siempre. No. Era tiempo de soltar.
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Los acontecimientos que la llevaron a esa situación fueron extraños y, a la vez, trágicos. Todo empezó como una típica disputa entre jóvenes que fue escalando a niveles inconmensurables. Ranma había cambiado mucho con el tiempo: estaba más atento con Akane, no trataba de ocultar su noviazgo como en el pasado. Mas, si algo quedaba en él era ese orgullo estúpido y su capacidad de no pensar las cosas antes de hacerlas o decirlas. Se cruzó por su camino un hombre que juraba ser el mejor en las artes marciales de estilo libre. Los resultados lo respaldaban: había derrotado a unos cuantos y el mismo Ranma debía reconocer que el tipo era bueno pero no se sintió en la necesidad de retarlo. El desafío llegó entonces donde Ryoga quien sí lo aceptó. No fue algo fácil y por mucho que lo intentó, Ryoga no pudo derrotarlo aunque no por falta de habilidades sino porque, como Ranma notó, que el muy embustero había hecho trampa. Y no sólo esa vez, sino siempre. Era un charlatán cualquiera. Herido en su orgullo, el vencedor de Ryoga desafió a Ranma pero éste lo rechazó. Ya no quería meterse en esos líos: él ya estaba grande, se sentía feliz con Akane y tampoco le importaba ser el mejor luchador o, al menos, eso decía. Desesperado por limpiar su honor, el hombre se tomó la libertad de acechar a Soun para que éste tratara de convencer a Ranma de que luchara contra él, por el honor de su hija que sería la esposa de Ranma un día… Soun no cayó en la trampa. Enfurecido, se las arregló para arrasar con el dojo Tendo un día en que ni Ranma ni Soun estaban en la casa. Al ver su esfuerzo de años en el suelo, Soun enloqueció de ira y salió en busca del maldito, dispuesto a matarlo. Nadie fue capaz de convencerlo de lo contrario por lo que Ranma fue tras él. En el camino se le unió Ryoga quien juró que no lo dejaría solo en este problema, después de todo, las cosas habían llegado a ese punto por haber dejado Ranma en evidencia el fraude del que él había sido víctima.
Luego las cosas se dieron muy rápido y, para proteger a Soun, Ryoga se había visto en la necesidad de asesinar al destructor del dojo quedando Soun herido en el camino y Ranma, lamentablemente, muerto. Había caído al río y se hundió rápidamente. Era imposible salvarlo. Cuando la policía llegó, Ryoga no negó nada: el hombre que alguna vez lo derrotó intentó asesinar a Soun, Ranma y él trataron de detenerlo pero fue imposible. Ranma cayó al río y… así se dieron las cosas.
No había más testigos. Soun estaba inconciente cuando lo encontraron y los otros dos, muertos. Ryoga fue detenido y se le asignó un abogado que, prontamente, le aconsejó que culpara a Ranma, que él sólo lo había ayudado, nada más. ¿Culpar a Ranma? ¿Ensuciar su memoria una vez que él ya estaba muerto y no podría defenderse? No, eso sólo le causaría un mayor dolor a Akane que, ya de por sí, estaba sufriendo hasta el infinito.
– Muchas gracias pero declino de su ofrecimiento porque así no se dieron las cosas. Yo soy el culpable y debo pagar…
Y culpable fue hallado teniendo que cumplir con una condena de cinco años. Pensó que enloquecería de dolor: no sólo Ranma había resultado muerto sino que le había provocado a Akane la peor tristeza de su vida y eso no se lo perdonaría. Ella lo odiaría para siempre y se lo merecía.
No supo de Akane durante algunos meses por lo que fue una tremenda sorpresa para él cuando vio que ella estaba ahí, entre las visitas. Sintió que le faltaba el aire, que el corazón se le reventaría y que caería muerto, ahí, frente a todos. Frente a Akane.
Se acercó a ella tímidamente, sabiendo que tendría que explicar muchas cosas y escuchar muchas otras. Siempre pensó estar preparado para ese momento pero al tenerlo encima se dio cuenta de que no era así, nunca lo hubiese sido.
– Akane… – no pudo decir más. Ella se acercó y lo abrazó. Las lágrimas que por tanto tiempo Ryoga había guardado se escaparon de sus ojos y el llanto no se detuvo más. Él era el único culpable.
– No Ryoga, yo no vine a recriminarte. Al contrario, vine a agradecerte por defender a mi padre. Si él está vivo, es por ti – le dijo Akane, dulcemente.
– Pero Ranma está muerto ¡y yo no pude evitarlo! – sollozó él. Ella lo tranquilizó: no podía hacer más. Sin embargo, si estaba ahí era por algo, una duda que la atormentaba día y noche y no la dejaba en paz:
– ¿Fue mi padre quien mató a ese muchacho? – preguntó con voz pausada. El rostro de Ryoga reflejó el horror que aquella pregunta le causaba. ¿Soun, un asesino? ¡No! ¡Eso nunca! Akane insistió ¿Fue Ranma? Ryoga negó aun con más fuerza: fue él y nadie más que él y, por lo mismo, estaba dispuesto a pagar el tiempo que fuese necesario. Akane no insistió, no por ahora. Prefería confiar en Ryoga, de momento. Decidió, eso sí, no dejarlo solo. Gracias a él su padre estaba bien, no podía obviar eso.
Las visitas de Akane a la cárcel comenzaron a hacerse frecuentes: cada vez que podía, iba a pasar un tiempo con su amigo, llevándole algo de frescura desde el exterior. Ryoga se acostumbró a la compañía de Akane y si algún día ella no aparecía, el terror se apoderaba de él, imaginando escenarios imposibles como el que hubiese descubierto que no era del todo sincero con ella y eso terminara por alejarla definitivamente de su lado. Sus temores desaparecían cada vez que la veía nuevamente. En ocasiones se preguntaba que pasaría si Ranma no estaba muerto realmente y aparecía de un día para otro. Sería en parte un alivio pero, a la vez, una tortura. Era consciente de que Akane no lo había dejado de querer pero Ranma sabía todo y estaba seguro de que no se quedaría callado. Akane lo odiaría por mentir, por no haber tenido la suficiente confianza en ella. Y eso no podría soportarlo.
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– Veo que estás muy entusiasmada en ir a visitar a Ryoga cada vez que puedes, hermana – le dijo Nabiki un día, a la pasada, mientras leía una revista. Claro que sí, Ryoga estaba solo. Sus padres lo visitaban, sí, pero no tan a menudo ya que vivían en otra ciudad.
– Él está solo Nabiki y, por si no lo recuerdas, gracias a él nuestro padre está vivo y junto a nosotras – afirmó a Akane.
– Y Ranma está muerto – exclamó Nabiki, sin despegar los ojos de la revista. Akane sintió cómo se le apretaba algo en el pecho. ¿Era necesario que le recordara ese momento tan doloroso?
– No fue culpa de Ryoga. Estoy segura de que él hizo todo lo posible por ayudarlo.
Nabiki seguía leyendo. No podía creer en la ingenuidad de su hermana.
– Ranma era quizás un obstáculo para él.
Akane se quedó helada sin entender lo que Nabiki de forma tan solapada le quería decir.
– Habla claro, Nabiki.
– Ay hermana, al parecer tú eres la única incapaz de darte cuenta que Ryoga ha estado enamorado de ti desde casi siempre. El único impedimento para estar contigo era Ranma y ahora que él no está…
¿Ryoga enamorado de ella? ¿Cuándo, cómo? Eso era imposible; ella lo hubiese notado. O quizás no. ¿Acaso esas miles de veces en que Ryoga intentaba decirle algo era eso? ¿Por qué no lo hizo? Nabiki se lo explicó: porque era un tonto. Tímido, si quería ser bondadosa.
– Yo…no sé – Akane no podía ni articular una frase coherente siquiera, tan grande era su sorpresa.
– Bueno, y ahora que lo sabes ¿qué harás? No creo que Ryoga haya matado a Ranma, es muy bueno para hacer algo así pero sí debe haberse aliviado de sacarlo del camino – Nabiki era cruel cuando se lo proponía.
– Ryoga era amigo de Ranma, jamás se alegraría con su desgracia – respondió Akane segura. Nabiki sonrió, por fin dejó la revista de lado y se acercó a su hermana.
– Puede que tengas razón aunque lo que quiero saber es qué harás ahora que, por fin, sabes toda la verdad. Te lo pregunto porque te veo entusiasmada y bueno, él es un convicto, está juzgado como un criminal. No te fijarías en alguien así ¿verdad? – y Nabiki se fue, dejando a su hermana sumergida en un mar de dudas.
No pudo dormir esa noche, ni la que siguió. Ni todas las noches hasta que llegó el día de ir a visitar a Ryoga. Él la estaba esperando, como siempre aunque esta vez notó algo extraño en su actitud.
– Ryoga, necesito que hablemos de algo serio… – fue todo lo que dijo, paralizando el corazón de su amigo.
– Sí, dime – dijo con un hilo de voz.
Procedió a contarle todo lo que con Nabiki había hablado, no guardándose nada. Veía como el rostro de Ryoga palidecía al escuchar sus palabras. Akane comenzó a temer lo peor.
– Akane, te lo juro, yo no pude salvar a Ranma. De haber podido hacerlo, no estaría aquí ahora… Tampoco me alegro de que él esté muerto. Éramos amigos, sí teníamos diferencias a veces, pero yo lo quería mucho, te lo puedo asegurar.
Akane le creía.
– No te preocupes, son las cosas que Nabiki inventa, por molestar, no sé. No la entiendo a veces – suspiró Akane.
– Además – continuó Ryoga –: ¿qué motivos tendría yo para querer algo así?
Akane se puso de pie, le dio la espalda y se alejó un poco. Se venía la segunda parte de la historia.
– Ella dice que siempre has estado enamorado de mí – fue la respuesta.
Desearía no haber preguntado. No quería mentirle a Akane pero tampoco podía reconocer que era cierto. Ello nunca lo había mirado como algo más que un amigo, siempre había querido a Ranma y, por mucho que él estuviera muerto, sabía que eso no había cambiado. Sería tan fácil negarlo todo y seguir como si nada hubiese pasado. Pero no, era el momento de tomar valor y reconocer lo que por tanto tiempo guardó.
– Es cierto – dijo sonrojándose, mirando al suelo porque no se atrevía a encontrar su mirada. Akane estaba sorprendida, Nabiki no estaba mintiendo. ¿Cómo ella fue incapaz de notarlo?
–Ryoga, no sé qué decir…
– No digas nada. Nunca me atreví a confesártelo porque sabía que tú estabas enamorada de Ranma. Y él de ti. Eso no cambiará. Si Nabiki no hubiese abierto la boca, jamás te lo hubiese dicho.
La visita de ese día fue más corta. Akane se fue a su casa con la cabeza hecha un lío dejando a Ryoga desolado, sabiendo que ella nunca volvería. No la vería jamás. Lo que pasó después vino a reafirmar en parte su corazonada. Akane no volvió. La desesperación se apoderó de él; tenerla cerca era lo único que no lo hacía enloquecer. Pensaba todo el día en ella, en lo que fue, en lo que no alcanzó a ser. En lo que nunca sería. Tomó la determinación de no aparecer por la vida de los Tendo nunca más. No podría vivir con la vergüenza. Dejaría las artes marciales, para siempre. Por lo mismo comenzó a estudiar, eso le ayudaba a no pensar.
Akane volvió un día, de repente, cuando él ya pensaba nunca más ver su rostro. Ya no se veía desconcertada ni incómoda sino muy tranquila. Le pidió que la perdonara por su actitud, ella mejor que nadie sabía que no se podía mandar en las cosas del corazón. Había sido una cobarde por huir y no enfrentar lo que le estaba pasando. Lo que les estaba pasando. Ryoga no entendía muy bien el discurso.
– Ryoga, tú sabes lo mucho que quise a Ranma. Nunca podré olvidarlo porque fue demasiado importante para mí. Sin embargo, ya han pasado casi tres años de su partida, no puedo permanecer así. Creí que jamás podría mirar a otra persona pero, si quiero intentar algo nuevo – se sonrojó mientras hablaba – quisiera hacerlo contigo. Porque sé que me quieres de verdad. Además, siempre estaré en deuda contigo, por lo que hiciste por mi padre.
Ryoga no podía creer lo que oía. Akane estaba abriendo un espacio en su corazón para que él lo ocupara. Seguramente había oído mal. No, había escuchado perfectamente. De todos modos, quiso dejar algo en claro:
– No tienes que sentirte obligada Akane. Además, recuerda que maté a una persona… –. Akane se acercó a él y lo abrazó.
– Sí, por defender a mi papá. Claro que estoy agradecida por eso. Pero, con el tiempo, he aprendido a conocerte y eres una persona maravillosa. Si no quieres, por las razones que sea, lo entenderé.
¿No quería? ¡Claro que sí! Pero le atormentaba que Akane se diera una oportunidad con alguien como él. No era justo para ella. A Akane no le importaban esas cosas; si quería conocer a fondo a alguien para intentar algo, ése era él.
Y todo empezó a darse para ellos. Ryoga recibió un beneficio que le permitía salir en la tardes, tardes que aprovechaba de pasar con Akane. Siempre había algo que hacer, ir al río, al cine, pasear por el parque. Aprovechaban esas citas para hablar, para recordar sin dolor, para pensar en el futuro y es que, a pesar de sus propias predicciones, Ryoga y Akane sí parecían tener un futuro juntos.
– Akane, aún falta tiempo para terminar mi condena. Sé que no debe ser fácil para ti, ya sabes, estar con un criminal – Ryoga hizo una pausa, respiró profundamente y continuó – ¿Crees que podamos construir una vida juntos? –. Apenas había terminado su pregunta y ya se arrepentía de haberla hecho. Akane sonrió, lo tomó de las manos, lo obligó a mirarla y le contestó.
– Claro que sí. Intentémoslo.
Pero quedaba algo dando vueltas: la figura de Ranma. Ryoga sabía que Akane lo seguía queriendo ¿no estaría él traicionando su memoria? No, Ranma ya no estaba. Quizás las cosas pudieron haberse dado de diferente forma pero no fue así. Ya no había forma de remediarlo. Pero si sentía que estaba traicionando a su amigo, era mejor no seguir. No era bueno cargar con la culpa. Después de reprenderse mil veces por su idiotez, Ryoga le pidió a Akane que se casara con él y ella aceptó. Sería cuando él saliera de la cárcel, que ya no faltaba mucho.
Y fue así como llegó el día en que Ryoga quedó libre y pudo reencontrarse con Akane, siendo ya una persona sin ataduras, sin culpas. Soun y Kasumi se alegraban de ver cómo Akane había decidido salir de la miseria en la que la muerte de Ranma la dejó y se había dado una oportunidad de ser feliz. También lo estaban Genma y Nodoka: sin Ranma, Akane era lo más cercano que tenían a una hija y sentían que si había alguien que podía hacerla feliz, ése era Ryoga. La única que no estaba tan convencida era Nabiki pues, con toda razón, pensaba que su hermana aún estaba enamorada de Ranma. De un muerto. Era estúpido pero Akane era lo bastante sentimental como para aún querer a un difunto.
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A Akane le hubiese gustado vivir en otro lugar, no en el dojo Tendo sin embargo, cada vez que mencionaba la idea, Soun comenzaba con uno de sus ataques y la convencía de quedarse. A Ryoga le gustaba el lugar, la compañía de su nueva familia, aunque se mantuvo firme en su decisión de no volver a luchar nunca más. Entrenaba para mantenerse en forma pero no más combates. En la prisión había comenzado a estudiar y pronto esperaba terminar. Estudiaba medicina y cuando se recibiera, pensaba abrir su propia clínica. Akane estaba a cargo del dojo a pesar de que éste no ocupaba un lugar central en su vida. También ella estudiaba y pronto comenzaría una nueva vida laboral, para amargura de Soun. Por las tardes, eso sí, ella y Ryoga armaban pequeños combates, para divertirse. Ella siempre ganaba.
– Tú te dejas perder ¿crees que no le doy cuenta? – le recriminaba ella, al finalizar.
– Claro que no. Es la falta de práctica real. Eres tú la que ha mejorado enormemente – respondía Ryoga.
Y así pasaban sus días: tranquilos, sin sobresaltos. Era cierto que a veces Akane extrañaba la adrenalina de la época de juventud pero ya no estaban para esas cosas. Los días se vivían de otra forma: ocasionalmente Kasumi organizaba un paseo para ella y los suyos, quería que compartieran como en los viejos tiempos. Ryoga era ahora parte de la familia y, por lo tanto, estaba más que invitado. Sin embargo, esta vez, prefirió quedarse. Tenía mucho que estudiar y, con esa inquietud en la cabeza, no se divertiría ni dejaría que el resto lo hiciera. Akane lo entendió, lo besó al despedirse y le pidió que no se autoexigiera, que descansara cada cierto tiempo. Él prometió que lo haría.
Después de estar dos horas leyendo, Ryoga decidió hacerle caso a Akane y descansar. ¿Qué mejor que entrenar para descargar tensiones? Así lo hizo hasta quedar extenuado. Estaba tirado en el piso cuando sintió que llamaban a la puerta. Quiso ignorar el llamado pero éste era insistente. Decidió ir. A medida que se acercaba, la voz empezó a hacerse conocida. No, no podía ser. Los latidos de su corazón se aceleraron y la respiración se le iba. Antes de abrir la puerta, tomó aire. No podía creer lo que encontró al abrirla: al principio un gesto de incredulidad se tomó su rostro para luego dar paso al terror y, de ahí, a la alegría. Demasiadas emociones contradictorias sólo podían ser provocadas por una persona.
– ¡Ranma! – exclamó.
Segundo capítulo up. El final está escrito pero debe ser perfeccionado. Les pido paciencia.
Gracias por leer.
