Aclaración: La historia original pertenece a la maravillosa NightBloomingPeony, yo solo la traduzco con su permiso. Los personajes son de Stephenie Meyer.
Thanks Bianca for allowing me to translate it.
Nota: contiene escenas sexuales, por ellos es clasificación M.
The Devil Next Door
Capítulo 3. Everything Nice
POV Bella
Tenía la cabeza llena de pensamientos cuando cerró la puerta de un portazo y me levantó del suelo sin perder tiempo. Nos había costado mucho no tocarnos de camino a su casa de alquiler. Pero ahora que por fin estábamos dentro, se acabaron las apuestas.
Esto estaba ocurriendo. Estaba ocurriendo de verdad. Mi injustamente guapo vecino ―que por fin tenía nombre, Edward― estaba a punto de hacer realidad mis fantasías. Ni siquiera había soñado con este giro de los acontecimientos cuando decidí seguirle en la noche, y sin embargo aquí estábamos.
Estaba demasiado distraída con sus labios subiendo y bajando por mi cuello como para fijarme en el entorno mientras me llevaba por varias habitaciones; no es que pudiera fijarme mucho en la oscuridad paralizante de la casa. Pero podía sentir su aroma a mí alrededor: lilas bañadas en miel y dejadas a la luz del sol, deslumbrando mis ya abrumados sentidos.
Lo único que me devolvió algo de razón fue el momento en que abrió una puerta y encendió la luz. Parpadeé rápidamente, intentando ajustar los ojos a la repentina luminosidad, justo cuando me colocó en la gran cama junto a la pared. La habitación era acogedora, con sus paredes de color dorado pálido y los muebles de madera, pero en cierto modo... impersonal. No parecía haber pertenencias personales a la vista, aparte de unas cuantas prendas dobladas con esmero que asomaban por los estantes del armario.
Atrapada en el estudio de la habitación, no me había dado cuenta de que Edward llevaba algo en las manos hasta que depositó los objetos en el suelo. Intenté echar un vistazo, pero no había sido lo bastante rápida; se puso encima de mí y me obligó a quedarme quieta con sus hábiles manos.
―Nada de espiar ―me amonestó.
―Tenía curiosidad.
―Ya sabes lo que les pasa a los gatos curiosos.
La amenaza juguetona en su voz hizo que mis entrañas se estremecieran de necesidad. Asentí con la cabeza justo cuando se acercó a trazar el contorno de mis labios con el dedo índice. El contacto me produjo escalofríos, y no fue porque su temperatura pareciera más baja que la mía, por la razón que fuera.
―¿Por dónde empiezo contigo, Bella? ―me preguntó.
Sentí que su dedo bajaba mientras hablaba, deslizándose por mi cuello y deteniéndose cuando llegó al primer botón de mi blusa.
―¿Qué? ―repetí, un poco aturdida.
―Ahora mismo lo único que quiero es tomarte. Pero eso sería demasiado fácil, ¿no?
Mi pulso se aceleró de inmediato, como si lo pidiera, cuando empezó a desabrocharme la blusa. Realmente, no tenía nada en contra de la idea de que se pusiera manos a la obra.
―Me parecería bien ―admití.
Una sonrisa torcida apareció en sus labios y antes de que pudiera reflexionar sobre su perfección, Edward se inclinó hacia mí y me besó. Sentía sus labios fríos y firmes contra los míos, el antídoto perfecto para mi temperatura siempre en aumento. Cuando la punta de su lengua rozó mi labio inferior, no supe qué más hacer, así que hice caso a mi cuerpo y lo rodeé con mis extremidades, intentando que apretara su erección contra mí una vez más.
―Estoy pensando en jugar a un pequeño juego ―me ofreció, retirándose demasiado pronto e interrumpiendo mis intentos. ―Llamémoslo «sí, más, por favor».
Sus ojos me estudiaron atentamente mientras me quitaba la blusa desabrochada. Había hambre en ellos, pero también algo... más. No podía entender exactamente qué. Pero sentí que podría derretirme bajo su mirada si seguía haciéndolo.
―Dime qué debo hacer ―logré decir, sin importarme si sonaba desesperada o no. Porque, a decir verdad, estaba desesperada en ese momento. Había estado mirando el imponente bulto de sus pantalones durante buena parte del camino de vuelta a casa y no era fácil mantener una línea clara de pensamientos con esa imagen en mi mente.
―Sólo hay una regla: a partir de ahora, sólo podrás comunicarte utilizando estas tres palabras: «sí», «más» y «por favor». ¿Entendido?
Su voz no dejaba lugar a dudas por mi parte.
―Sí ―dije.
―Muy bien. Ahora esto va a ser así: Te ataré. Manos y piernas. Y veremos hasta dónde me dejas llevarte.
―Sí.
La sensación de agitación en mi estómago se multiplicó por diez cuando sus manos empezaron a recorrer mis costillas desnudas, mi estómago y mis caderas. Me bajó la cremallera de los vaqueros con facilidad y me los quitó, hasta que sólo me quedaron el sujetador y la ropa interior. Me di cuenta de que debería haberme dado algún tipo de vergüenza que me vieran así ―después de todo, mi lencería ni siquiera hacía juego―, si mi limitada experiencia con Jacob podía servir de indicación. En lugar de eso, la punzante sensación de goteo entre mis piernas se hizo más intensa cuando las palmas de Edward se deslizaron por debajo de mi espalda para desabrocharme el sujetador.
―Probablemente debería mencionar que si por casualidad te equivocas y utilizas cualquier otra palabra, habrá consecuencias.
Me tragué las preguntas que tenía en la lengua y esperé a que diera más detalles. Pero no lo hizo.
―¿Recuerdas tu palabra de seguridad?
―Sí ―respondí.
―Acuérdate de usarla si esas consecuencias llegan a ser demasiado.
Asentí con la cabeza, sintiéndome ya como un cable tensado al máximo, aunque él apenas me había tocado. La idea de esas consecuencias era a la vez aterradora y excitante. Qué mezcla tan peculiar.
Mientras Edward me quitaba el sujetador, me di cuenta de que él seguía completamente vestido. No era justo. Con cuidado de no romper sus reglas, alargué la mano para tocar los botones de su camisa.
―¿Por favor? ―pregunté en voz baja.
Tardó unos segundos, pero comprendió. Con la misma sonrisa que me había vuelto loca momentos antes, se deshizo de su camisa, arrojándola a la creciente pila de ropa al borde de la cama, junto con mi sujetador. Luego, sin mediar más palabras, se retiró lo suficiente para que pudiera verle, sus ojos se oscurecieron al abandonar mi rostro y detenerse en mis pechos expuestos.
No había tiempo para preguntarse si le gustaba lo que veía o no. Probablemente había visto cosas mejores, pero no me importaba, porque… Dios mío, el aspecto de Edward sin camiseta daba un nuevo significado a la palabra «impresionante». Caminaba por esa delgada línea entre ser musculoso y ser delgado, lo que hacía que pareciera que ni siquiera estaba tratando de ser tan increíblemente guapo, simplemente lo era. Sus músculos se entrelazaban en hermosos patrones bajo su piel de marfil y podría jurar que sus proporciones eran mejores que las de una estatua griega.
Definitivamente era mejor que mis fantasías.
Sólo me di cuenta de que llevaba un minuto mirando como una idiota cuando sentí sus dedos trazando círculos alrededor de mis pezones. El tacto me despertó en un instante, haciendo que las ansias que sentía fueran casi dolorosas.
―Eres absolutamente preciosa ―arrulló, con la voz más cálida que antes―. No sé cómo voy a parar cuando empiece.
Sus dedos pulgar e índice se cerraron alrededor de uno de mis pezones y lo retorcieron. No había sido demasiado agresivo, pero mi espalda se arqueó y gemí al sentir cómo el contacto me producía escalofríos.
―Hmmm, ¿te gusta un poco de dolor?
―Sí… más.
Repitió el movimiento, esta vez con un poco más de presión, y se inclinó sobre mí hasta que su boca engulló mi otro pezón. Las sensaciones combinadas eran insoportables. Me agarré a su pelo y levanté las caderas del colchón, desesperada por sentir su dureza, y frustrada cuando me empujó de nuevo a la cama.
―Paciencia ―fue todo lo que dijo y, para mi decepción, dejó mis pezones en paz.
Pero mi decepción no duró mucho. Sus besos no tardaron en volver y, junto con ellos, sus manos empezaron a amasarme los pechos, pellizcando la carne de vez en cuando y enviando puñales de placer a mis entrañas. Casi no me di cuenta de que su mano derecha volaba más abajo en el proceso, cerca de la banda elástica de mi ropa interior.
El corazón se me aceleró en el pecho, ahora que estaba más cerca de donde yo lo necesitaba. Su repentino gruñido me sobresaltó. ¿Había hecho algo que pudiera considerarse una infracción de las normas?
Debió de notar la repentina tensión en mi cuerpo, porque se apresuró a hablar inmediatamente después.
―Hasta ahora lo estás haciendo perfecto.
Su mano siguió bajando hasta llegar entre mis piernas. Se detuvo en el vértice de mi centro, moviéndose despacio ―muy despacio― hasta que las yemas de sus dedos llegaron a las empapadas fibras de algodón de mi ropa interior.
―Mmmmm, ¿qué tenemos aquí? ―sonrió, retirándose para mirarme a la cara―. ¿Siempre te mojas tanto?
Negué que no, porque nunca había estado tan excitada como ahora. Y la forma en que me miraba fijamente en ese momento, con la misma intensidad que cuando me observaba desde lejos, hizo que la dolorosa necesidad de mi estómago palpitara violentamente.
―¿Por favor? ―susurré, esperando que me entendiera.
―Aguanta ese entusiasmo, ni siquiera he empezado, cariño.
Gemí de frustración, justo cuando me apartó la ropa interior y deslizó un largo dedo por mi brillante abertura. De nuestras bocas escaparon sonidos al unísono: placer y sorpresa, fusionados.
―Oh, ya estás preparada y lista para ser cogida, Isabella, me encanta esto. Estás goteando.
Edward añadió otro dedo, esta vez buscando mi clítoris y tirando con cuidado de su capucha. Me estremecí, el calor irradiado por el contacto en un instante. Jugó así durante un rato, estimulándome, sólo para volver a bajarme cuando estaba cerca. Al cabo de unos minutos de esta exquisita tortura, sentí que su dedo índice se hundía en mi interior, justo cuando su pulgar me llevaba a otro casi orgasmo por la forma en que masajeaba mi clítoris. La sorpresa me hizo retorcerme y gritar bajo él, y apenas pude contenerme para pronunciar un desesperado «más».
―Por supuesto que tú apretada vagina quiere más ―bromeó introduciendo otro dedo, sin dejar de frotarme el manojo de nervios con el pulgar―. Mira lo mojada que está para mí. Y seguro que sabe delicioso.
No podía hacer mucho más que rendirme a las sensaciones que me provocaba con su mano maestra. Noté de pasada que tenía la otra mano cerrada en un puño, lejos de mí, mientras seguía bombeando dentro y fuera de mi cuerpo, pero no pude encontrar en mí la fuerza suficiente para preguntarme por qué.
Pero, para mi frustración, volvió a detenerse.
Lo miré desconcertada, mientras se retiraba y empezaba a lamer los dedos que hacía unos segundos habían estado dentro de mí. Cuando gimió, casi me desmayo. El sonido era tan primitivo, tan seductor, que me hizo arder por dentro con la misma fuerza que sus caricias.
―Aún mejor de lo que pensaba ―decidió.
En lugar de volver, como yo esperaba, se levantó de la cama, permitiéndome ver su forma perfecta: los apetitosos y tensos músculos de su pecho, las definidas líneas de su abdomen, la apetecible línea en «V» justo por encima de la cintura de sus vaqueros… y luego, la visión más tentadora y pecaminosa: su erección empujando contra la áspera tela, anunciando algo que no estaba del todo segura de poder soportar.
Pero eso no significaba que no me muriera por intentarlo.
―Empecemos, ¿quieres? ―me ofreció y, a pesar de la cortesía de sus palabras, su voz ronca contenía un filo cortante, casi como una advertencia.
―Sí.
―Quiero que cierres los ojos mientras te preparo. Hazlo ahora.
No me lo pensé dos veces y cerré los párpados cuando me lo ordenó.
―Buena chica ―me animó―. Las manos sobre la cabeza.
Una vez más, hice lo que me dijo.
―Perfecto. Y separa esas hermosas piernas para mí.
Ansiosa por escuchar sus deseos, separé mis muslos, preguntándome cómo de visible sería la mancha de mi excitación en mi ropa interior. Pero no tuve que preguntármelo mucho tiempo, porque sus dedos agarraron el endeble elástico de mi ropa interior y lo enrolló sobre mis caderas, bajaron por mis muslos, pasaron por mis rodillas y, al final, consiguieron que me los quitara.
Al darme cuenta de que ahora estaba completamente desnuda delante de él, me sentí obligada a abrir los ojos, a verle la cara de nuevo. Pero cuando mis párpados aletearon, lo sentí: sus dedos agarraban con fuerza un pezón y lo retorcían, un poco más bruscos que la primera vez que lo hizo. Gemí y cerré los ojos como respuesta.
―Esos ojos permanecen cerrados por ahora, Isabella. ¿Entendido?
Moví la cabeza afirmativamente, sólo para sentir sus dedos pellizcando mi pezón de nuevo.
―Quiero oírte.
―¡Sí!
Intenté entender lo que estaba haciendo cuando me soltó el pecho, pero lo único que podía decir era que no se movía. No salía ningún sonido de donde se suponía que estaba. Entonces, con un tacto tan delirantemente suave que me hizo girar la cabeza, sentí que sus dedos separaban mis pliegues húmedos, bañándome en los líquidos que se habían estado acumulando en mi entrada.
―Nunca había visto algo tan hermoso ―me dijo―. Me estás poniendo muy difícil no tomarte ahora mismo.
Todo lo que fui capaz de hacer fue levantar las caderas del colchón y maullar mientras me exploraba a fondo. Sentía que podía quemarme si no me corría pronto. Edward parecía estar pensando en otra cosa cuando, por enésima vez, dejó de tocarme. Oí una serie de sonidos diferentes que rasgaban el aire: el suave crujido de una tela y el áspero ruido de la cinta aislante al rasgarse. No supe lo que estaba pasando hasta que sentí un nailon pegajoso en las muñecas.
Y caí en la cuenta: me estaba inmovilizando, tal como había prometido.
Sentí la gasa de la cinta pegada a mi piel mientras él la enrollaba alrededor de mis dos muñecas, haciéndolas prisioneras unas de otras. Con los ojos cerrados, tuve que concentrarme mejor en mis otros sentidos, y fue entonces cuando mi cerebro me hizo plenamente consciente del aroma que emanaba de sus poros. Era dulce de un modo glacial y no olía como ningún perfume que yo conociera. Me hizo la boca agua.
Todavía intentando recuperarme de aquella febril realización, no me había dado cuenta de que había acabado con mis muñecas y ahora estaba centrado en mis piernas. Esta vez, no había cinta adhesiva aferrándose a mi piel. Sus manos separaron aún más mis piernas, moviendo mis tobillos hasta que casi tocaban mi trasero, y empezaron a envolverme con algo suave, atando mis muslos y pantorrillas uno a uno.
―¿Te duele? ―me preguntó.
Sentí presión, pero no dolor, así que hice una señal silenciosa de «no».
―¿Puedes moverte?
La aspereza de su voz me debilitó. Intenté mover las piernas, en vano, por supuesto, ya que estaban fuertemente envueltas.
―Esto es magnífico, Bella. Abre los ojos.
Con su aprobación, lo hice. Lo primero que vi fueron las cuerdas azules que mantenían mis piernas compactas y en su sitio. Se extendían para envolverse y anudarse alrededor de los postes de la cama. Tras una inspección más detenida, parecían algo que se encontraría en un albornoz, que era exactamente por lo que la fuerte presión que ejercían sobre mi piel resultaba sorprendente. Entonces, al volver a centrar la mirada, vi a Edward. De espaldas al techo y con medio cuerpo sobre la cama, sonreía desde entre mis piernas.
―Es hora de ver a qué sabes cuándo te vienes ―murmuró, sin apartar su mirada de la mía cuando se inclinó para presionar sus labios contra mi carne húmeda.
Jadeé de asombro y mi cuerpo me pidió más de inmediato, así que intenté levantar las caderas. Pero con las cuerdas manteniéndome en mi sitio, era imposible.
―Por favor… por favor… ―Intenté que hiciera algo ―lo que fuera― para aliviar la insoportable necesidad que tenía de él.
Y gracias a Dios, me escuchó.
Abrió la boca y sentí su lengua fría como el hielo recorriendo mi clítoris. Incapaz de hacer otra cosa que seguir los precisos movimientos de su boca, gemí en voz alta, sin vergüenza, una y otra vez, sabiendo que no había vecinos ni compañeros de piso a los que despertar. Edward me llevó al límite en un tiempo ridículamente corto, pero no debería haberme sorprendido: con la forma en que me había provocado antes, no necesitaba demasiado para llegar allí.
Mi cuerpo empezó a tensarse de una forma que conocía demasiado bien, empezando por mi núcleo. Me aferré a la sensación, no dispuesta a perderla de nuevo si él paraba ahora. Pero él persistió, lamiéndome y observándome mientras caía presa de su fuerza. Estaba demasiado acostumbrada a ver sus ojos oscuros mirándome a través de una ventana, en mitad de la noche. Ahora que esos mismos ojos me escrutaban, mientras él chupaba y lamía entre mis piernas, mis instintos tomaron las riendas y me empujaron fuera del precipicio en el que había estado colgando. Y caí directamente al abismo.
Grité cuando el placer estalló en mí, dispersándose en decenas de pequeñas olas que me sacudieron de pies a cabeza. Incapaz de moverme, el placer no hizo más que intensificarse, llenando cada uno de mis tejidos de un éxtasis que no podría haberse descrito en un solo idioma.
―Podría comerte ―ronroneó, con su nariz presionando mi punto sensible.
Cuando mi orgasmo remitió, pensé que tendría tiempo para recuperarme. Pero Edward no parecía dispuesto a perder más tiempo, así que sus labios se cerraron una vez más en torno al húmedo lío que había entre mis piernas, esta vez acompañando sus lamidas con los dedos. Su dedo índice se hundió en mi interior, seguido inmediatamente por el del medio, estirándome. La embriagadora plenitud me sorprendió de la mejor manera.
―¡Más, por favor! ―le supliqué.
Su dedo anular se abrió paso dentro de mí, uniéndose a los otros dos, venciendo la resistencia de mis paredes internas. Sentí los tres dedos moviéndose, hacia delante y hacia atrás, explorándome, y deseé más que nada que fueran sustituidos por su pene.
―Más ―volví a intentar.
Debía de saber a qué me refería, porque le oí reírse contra mi raja. Sin embargo, se hizo el despistado cuando sus dedos se enroscaron en mi interior, golpeando un nuevo punto, haciéndome casi gritar de lo bien que me sentía. Consciente de su efecto en mí, Edward repitió el movimiento lentamente, provocando la misma respuesta en mí.
Y, antes de que me diera cuenta, sus dedos aceleraron el ritmo, frotándose contra ese lugar tan especial, generando un nuevo tipo de presión en mí. La novedad de lo que estaba sintiendo me hizo perder la noción de todo lo demás. Me entregué a las poderosas sensaciones y dejé que me llevaran a donde quisieran.
Una vez más, mi incapacidad para moverme aumentó el placer cuando por fin llegué al clímax. Pero este clímax era completamente diferente a lo que estaba acostumbrada.
Con los dedos de Edward todavía trabajando incansablemente dentro de mí, un chorro de líquido brotó de mí, directamente en su boca. Y otro inmediatamente después. Y cuando los dedos empujaron con fuerza, otro.
―¡Carajo, Edward, sí! ―grité conmocionada, intentando comprender la fuerza de mi orgasmo.
Su gruñido resonó en la habitación, feroz y fuerte. No fue hasta que retiró los dedos y se retiró de entre mis piernas con cara de regaño que comprendí lo que estaba pasando.
Había roto la única regla del juego.
―¿Qué te he dicho?
No estaba preparada para la aspereza de su voz. Mi cuerpo seguía temblando por las ondas de mi orgasmo, tratando de recuperarse, a la vez que ansiaba más. Sentía las piernas entumecidas, lo que sólo sirvió para que el hormigueo de mi interior se sintiera con más fuerza.
―Lo siento ―me apresuré a decir.
―Pareces muy contenta, no lo dudo.
Bueno… estaba muy contenta. No había forma de ocultárselo.
―Lo siento de verdad ―añadí sin convicción.
―No, no creo que lo sientas, pero lo sentirás.
Cuando se levantó de la cama, la incitante visión de su bulto volvió a llamar mi atención. Si hubiera podido, le habría arrancado esos vaqueros desde el momento en que entramos en casa.
Al darme cuenta de que ya había roto la regla, decidí arriesgarme un poco más.
―¿Puedes quitártelos, por favor? ―le pregunté.
Edward enarcó una ceja, pero no dijo nada. Procedió a desabrocharse el cinturón y empecé a sentirme eufórica por la fácil victoria. Tiró el cinturón sobre la cama, a mis pies, y yo estaba dispuesta a disfrutar del resto del espectáculo, pero él no continuó. Se inclinó y empezó a desatar las cuerdas que mantenían mis piernas en su sitio, dejándome libre.
―Pronto ―prometió.
Una vez libre, intenté estirar las piernas entumecidas. Durante unos instantes, no sentí nada. Y entonces, un millar de alfileres y agujas empezaron a torturarme, mientras la sangre volvía a fluir correctamente por mis extremidades. Me encogí ante el doloroso hormigueo, rezando para que desapareciera más rápido.
―De rodillas, Isabella ―me ordenó Edward, aparentemente ajeno a mi malestar.
―No creo que pueda ahora mismo.
―Puedes y lo harás. No te lo pediré dos veces.
Luchando contra el escozor, intenté hacerlo. Con las manos todavía atadas con la cinta, el esfuerzo fue más duro, porque tenía que confiar en mis piernas. Y en ese preciso momento, no estaban precisamente deseosas de cooperar conmigo. Tardé un minuto entero en seguir lo que debería haber sido una tarea sencilla, durante el cual Edward se quedó mirando, con la mano agarrando la hinchazón de sus vaqueros de una forma que me distraía continuamente de lo que se suponía que tenía que hacer.
Al final, conseguí ponerme en la posición que él quería, apoyada sobre los codos y las rodillas. Los pinchazos casi habían desaparecido, pero aún podía sentir su doloroso eco. Esperé, sintiéndome un poco demasiado excitada, teniendo en cuenta el hecho de que se suponía que iba a enfrentarme al castigo de mi pequeño error.
―Te dije que habría consecuencias ―suspiró, desapareciendo de mi lado.
Sentí que el colchón se hundía un poco cuando se unió a mí de nuevo en la cama, colocándose detrás de mí. Me agarró un tobillo y empezó a vendármelo con fuerza con lo que debía de ser la cuerda de antes. Hizo lo mismo con el otro tobillo, sin decir ni una palabra más. Cuando terminó, le oí tantear durante un segundo, y entonces sentí algo correoso que me rozaba la nalga izquierda.
―¿Qué es eso?
―Es mi cinturón ―contestó, sin dejar de rozarme―. Pronto te familiarizarás con él.
Oh. Carajo.
No sabía si la respuesta adecuada era mojarme aún más ante la amenaza tácita, pero sucedió de todos modos.
―Y no sólo te familiarizarás con él, sino que también te vendrás mientras golpeo tu perfecto trasero con él. ¿Entendido?
Su voz me excitó aún más.
―No… no estoy segura de poder.
―Encontrarás la manera, o este cinturón no parará.
Olvidé lo que quería decir a continuación, cuando sentí su mano abriéndose paso entre mis muslos.
―Y también contarás cada vez que este cinturón te golpee el trasero.
―Bien ―gemí a medias, mientras rodeaba mi clítoris.
―¿Todavía recuerdas tu palabra de seguridad?
―Sí.
―Bien.
Mantuvo el movimiento de sus dedos sobre mi clítoris y casi olvidé que se suponía que era un castigo. Gemí y sucumbí a la forma en que me frotaba, perdiéndome en el éxtasis.
Entonces mi éxtasis estalló.
El primer golpe de su cinturón me tomó por sorpresa, aunque me lo esperaba. Me dolió más de lo que hubiera imaginado y no pude controlar mi fuerte gemido. Mi piel empezó a arder inmediatamente después, ofendida por el golpe seco del cuero.
―Cuenta ―ordenó.
―¡Uno!
El segundo golpe llegó segundos después, el dolor enmascarando el placer que me provocaba con sus hábiles dedos. Gemí, indefensa ante este ataque.
―¡Maldita sea, cuenta!
―¡Dos! ―logré decir en voz baja, sintiendo que el placer volvía una vez que el escozor que me había dejado el cinturón empezó a remitir.
Metió dos dedos, tan profundo como pudo, y mi excitación líquida fluyó. Mis rodillas casi se rindieron en ese momento.
―Esta dulce vagina tuya es insaciable, ¿verdad?
―S-sí…
Entonces, de la nada, llegó el tercer golpe, ahuyentando mi orgasmo que se acercaba rápidamente. Esta vez me acordé de contar en voz alta. Cada vez me costaba más concentrarme en lo que más me importaba: su mano empujando hacia delante y hacia atrás dentro de mi cuerpo. Cada vez que creía que me tenía, el insoportable cinturón volvía a golpearme con tal fuerza que mi clímax retrocedía al instante.
Fui y volví varias veces, muriéndome de ganas de liberarme, pero sin encontrar ninguna. Entre dos golpes, reuní fuerzas para hablar.
―No puedo venirme así ―gemí.
―Sin embargo, cada vez estás más mojada ―dijo, con una sonrisa taimada oculta en su voz, y volvió a golpearme.
―¡Carajo! Diez.
―Error, este fue el número nueve.
Se inclinó sobre mi espalda, para depositar un suave beso en mi cabeza.
―Necesito tu pene…
―Todavía no te has corrido ―me recordó.
―Lo haré si me tomas… ¡por favor!
Llegó otro golpe, junto con mi gemido.
―¡Diez!
―¿Estás intentando hacer un trato conmigo, cariño? ¿Quieres que te coja mientras te pego?
Sus dedos empujaron más adentro, mientras el cinturón aterrizaba de nuevo en mi trasero.
―¡Once! ¡Sí!
―Hmmm, increíblemente tentador.
―Por favor…
―Prefiero oírte suplicar ―decidió.
―¡Te suplico que me tomes!
Y sorprendentemente, esto funcionó, porque se detuvo. Miré por encima de mi hombro y vi cómo se bajaba la cremallera de los vaqueros antes de deshacerse de ellos y de los calzoncillos. Y por fin… ¡por fin! Lo vi desnudo en todo su esplendor. Sólo pude admirar sus músculos un segundo, porque mi atención se centró en algo mucho más imponente: su pene, grueso y lleno de venas a lo largo y ancho, erguido y orgulloso. Había adivinado antes que sería grande, pero esto… Casi parecía irreal.
Sonrió al oírme jadear y agarró la base de su erección con una mano.
―Si no te vienes esta vez, no te dejaré venirte hasta mañana ―me advirtió Edward.
No había ninguna posibilidad de que eso ocurriera, pero acepté.
―Dios, cuánto he esperado esto ―gimió, agarrándome las caderas y tirando de ellas hacia atrás.
Sentí su punta rozando mi entrada, provocando mi clítoris durante unos preciosos instantes. Cubierto de mis jugos, Edward se movió ligeramente, hasta que estuvo justo en mi entrada. Empujó hacia delante y ambos gemimos cuando su punta separó mis pliegues y los estiró, abriéndose paso en mi interior.
―Te sientes absolutamente divina ―murmuró, sumergiéndose cada vez más adentro.
Sus dedos no eran nada en comparación con esto. Su pene me llenó como ninguna otra cosa podía hacerlo, haciéndome sentir perfectamente llena. Mis músculos se cerraron en torno a él por instinto, para recibir su enorme grosor, y una vez más gemimos juntos. Una vez dentro, empezó a empujar con suavidad al principio, permitiéndome acomodarme a su tamaño, y luego más deprisa cuando mis gritos de placer se hicieron más fuertes.
Pero conocía el final, así que cuando una de sus manos abandonó mis caderas, estaba preparada para lo que se avecinaba.
El cinturón silbó en el aire y aterrizó en mi culo con un golpe seco. Grité en voz alta, antes de contar desde donde lo habíamos dejado antes. Esta vez, no sentí como si mi propio orgasmo se me escapara. Con Edward llenándome hasta los topes, era imposible. El dolor se entrelazaba con el placer, hasta que fueron uno y el mismo, convirtiéndome en su esclava personal.
Cuando la cuenta llegó a dieciocho, sucumbí por completo, incapaz de controlarme. Él notó los cambios en mi cuerpo al instante, porque empezó a animarme.
―Eso es, cariño, suéltate… ven para mí… puedes hacerlo…
El cinturón y sus empujones me llevaron al límite y vi negro.
Grité. Grité su nombre. Temblé. Exploté por completo, corriéndome sobre su pene, convencida de que la Tierra entraba en erupción conmigo.
No me había dado cuenta de que me había desplomado sobre el vientre y de que él había salido de mi cuerpo hasta que sentí que algo espeso y húmedo aterrizaba en la parte baja de mi espalda y se derramaba sobre mis doloridas nalgas.
―¡Carajo, Bella, carajo, sí!
Luchando contra la neblina en la que estaba sumida, me di cuenta de que él también se había venido, por toda mi espalda y mi trasero. El líquido estaba frío, igual que el resto de su cuerpo, y fue como una bendición para la piel ardiente de mi trasero. Me pregunté perezosamente a qué sabría.
A través de la niebla mental, apenas registré el hecho de que me liberó los tobillos, poniéndome boca arriba, para que pudiéramos estar cara a cara. Simplemente me desperté con él encima, su rostro perfecto y su fragancia abrumándome de la mejor manera posible. Sus ojos parecían más oscuros que antes, por alguna razón, y sus labios fruncidos en una línea apretada.
―¿Estás bien? ―pregunté en voz baja.
Esperaba que su delicioso aliento me bañara la cara, pero parecía que ya no respiraba.
―¿Edward?
Los segundos pasaron lentamente mientras intentaba comprender la razón de la repentina tensión en su cuerpo. Sentí su erección presionando contra mi estómago y, aunque no creí que fuera posible, empecé a dolerme de deseo otra vez. Cuando por fin habló, su voz era grave y gutural.
―Cierra los ojos, Bella.
Y lo hice, justo cuando se inclinó para presionar sus labios sobre mi cuello.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
No tenía ni idea de si era por la mañana o por la tarde cuando por fin abrí los ojos. Con el cielo encapotado e incoloro que había fuera, podía ser cualquiera de las dos cosas. Intenté estirarme un poco y los músculos doloridos me trajeron una avalancha de recuerdos de la noche anterior. No pude reprimir la sonrisa cuando los pensamientos de Edward en pleno placer inundaron mi mente. Me giré para ver si se había despertado.
Pero no estaba allí.
Peor aún, no era la habitación de color dorado pálido en la que me había dormido.
Era mi habitación.
No, esto era imposible. Puede que en el pasado haya tenido sueños que parecían terriblemente reales, pero éste no era uno de ellos. No, en absoluto. No había ninguna explicación lógica para el bajo ardor de mis nalgas, la fiebre muscular y mis muñecas enrojecidas. Ni para el hecho de que ahora estuviera vestida con mi pantalón de chándal y mi camiseta habitual.
Medio confundida, medio enfadada, me levanté de la cama, ignorando el mareo que me produjo. Estaba completamente sola, no había señales de que alguien hubiera estado en esta habitación. Ignorando la niebla matutina de mi cerebro, empecé a pasearme de un lado a otro, tratando de encontrar una señal de que no estaba perdiendo la cabeza.
Mis libros y CD seguían apilados cerca de la cama. Mi ordenador parecía intacto. Las notas adhesivas de la pared no habían cambiado. Me apresuré a asomarme a la ventana, intentando echar un vistazo a la casa desde el otro lado de la calle, y fue entonces cuando lo vi: un pequeño y frágil papel, atrapado en el marco de la ventana. Y en él, la letra más hermosa que jamás había visto:
"Mi queridísima Isabella,
Sabía que finalmente mirarías aquí.
Anoche fue la mejor de toda mi existencia. Soy incapaz de decirte cuánto significa eso exactamente, así que tendrás que creerme.
Me alegro de que me hayas seguido. Eres una mujer valiente. La más valiente que conozco. Estuviste más cerca de una muerte segura anoche de lo que nunca sabrás. Aún lo estás ahora, mientras escribo esto y tú duermes.
Pero si estás leyendo estas palabras, significa que fui lo suficientemente fuerte como para dejar Port Angeles. Significa que lo peor ya ha pasado y que estás sana y salva, como debe ser.
P.D.: Me encanta sentir tu sabor en mis labios. Espero que nunca desaparezca.
Tuyo,
Edward".
Fruncí el ceño, desconcertada. ¿Qué quería decir?
¿Muerte segura? Sí, claro.
Puse los ojos en blanco, exasperada por la absurda explicación. Habíamos cogido hasta que empezó a amanecer, así que ¿de qué demonios iba su nota? ¿No podría haber encontrado una forma mejor de decepcionarme? Lo dudaba. Puse la nota sobre mi escritorio, sin saber si debía sentirme ofendida o molesta. Por alguna razón, sentí más bien lo segundo.
Sin pensármelo dos veces, me deshice de mi ropa y empecé a vestirme para el día, buscando también mi cartera en el proceso. Tenía suficiente dinero para una semana de viaje. Tal vez dos, si era inteligente. Si dormía en moteles y me resignaba a comer comidas instantáneas, podría ahorrar lo suficiente. Metí todo lo necesario en mi mochila más grande y salí de casa a toda prisa, olvidándome de dejar un post-it para explicar a Angela. Pero la llamaría más tarde.
Mientras cerraba la puerta tras de mí, sólo un pensamiento me retenía: si Edward pensaba que le dejaría marchar después de haberle probado por fin, tras un mes de suspirar sin esperanza…
Oh, él estaba muy equivocado.
Hola
Y nuestra Bella por supuesto que no va a dejar ir a Edward, y como vimos Edward la ha dejado por su seguridad. ¿Qué creen que pasé? Espero sus teorías.
Gracias por sus comentarios a: lolitanabo, Mapi13, EriCastelo, Anon1901, mrs puff, sandy56, Dess Cullen, Adriana Molina, Car Cullen Stewart Pattinson, Pelu02, jacke94, Luz71, Lizzye Masen, Annalau y nydiac10.
Espero sus comentarios del capítulo, son mi única paga, gracias por tomarse unos momentos más para dejarlo.
Saludos.
P.D. para adelantos en mi grupo de Facebook Fics IsisJanet
