Aclaración: La historia original pertenece a la maravillosa NightBloomingPeony, yo solo la traduzco con su permiso. Los personajes son de Stephenie Meyer.
Thanks Bianca for allowing me to translate it.
Nota: contiene escenas sexuales, por ellos es clasificación M.
The Devil Next Door
Capítulo 6. Strawberry
POV Edward
Todo me ardía: la garganta, las mejillas de Bella, el aire que nos separaba, mi absoluta frustración por no ser capaz de leer su mente. Era lo único en lo que podía concentrarme cuando el camarero aceptó mi propina y nos llevó a una mesa más apartada, en el extremo opuesto del restaurante.
―Esto es demasiado lujoso ―murmuró Bella, una vez que nos quedamos solos―. Con un McDonald's normal habría bastado.
―No seas ridícula y abre el menú. Yo invito.
―No, definitivamente no…
―Es lo menos que puedo hacer para compensarte ―la interrumpí, sin dejar lugar a desacuerdos.
Ella frunció el ceño y yo suspiré, empujando más el menú, hasta que se dio por vencida y lo abrió. Mientras ella estudiaba la primera página, yo la estudiaba a ella. Estaba tan guapa como siempre, con el pelo cayéndole como una cascada sobre el hombro, cubriéndole parcialmente la mejilla izquierda sonrojada, dejando sólo la derecha al descubierto, y los labios más carnosos y sonrosados por el viento cortante que habíamos soportado de camino hacia aquí. Todos esos matices rojos me incitaron, trabajando para provocar aún más mi sed.
Sin embargo, había ciertas cosas en Bella que me preocupaban más de la cuenta, como su ropa: estaba limpia, pero al mismo tiempo parecía muy usada. O el hecho de que su figura, aunque dolorosamente atractiva, era ligeramente más delgada de lo que yo recordaba. O las ojeras. Parecía demasiado frágil, incluso para ser humana, y quise rodearla con mis brazos y mantenerla allí, sólo para asegurarme de que no se desintegraría delante de mis propios ojos.
¿Qué demonios le había pasado en mi ausencia, más allá de lo que había visto en las noticias?
―¿No te apetece nada? ―preguntó levantando los ojos y captando mi mirada fija.
―No, he comido bien unas horas antes ―mentí.
No pareció creerme del todo, pero no me cuestionó más. No tuve que esperar mucho más para que decidiera lo que quería; como era de esperar, había elegido una de las opciones más baratas del menú. Cuando el camarero volvió para tomar nuestro pedido, tuve que intervenir e insistir para que pidiera al menos un postre después, para acompañar su pasta al pesto y su Coca-Cola. Parecía que necesitaba ese postre. Me di cuenta de que sólo aceptó mi oferta para no montar una escena, porque su voz sonaba reacia cuando finalmente pidió una mousse de fresa.
Resultó que tenía razón, porque Bella mostró al instante su fastidio una vez que el camarero se marchó.
―No quería postre.
―¿Cuándo fue la última vez que comiste postre?
La pregunta pareció pillarla con la guardia baja.
―Um… hace un tiempo ―respondió, segundos después.
―Eso no es muy específico. Te he preguntado cuándo.
―No lo sé. En septiembre, tal vez.
―¿Y eso por qué?
Sólo me di cuenta de que mi creciente curiosidad la había puesto sobre aviso cuando volvió a hablar.
―Porque no he podido permitírmelo estos últimos meses, ¡maldita sea! Ahora, por favor, déjate de preguntas. La última vez que lo comprobé, no era yo quien debía explicaciones.
―Lo siento, estaba preocupado por ti, para ser sincero ―admití.
Eso era quedarse corto, teniendo en cuenta que mis preocupaciones me habían llevado a correr durante dos horas seguidas desde Lake Placid hasta Siracusa, sólo para asegurarme de que estaba bien y para vengarla finalmente. Verla había calmado mis temores, pero seguía sin explicar por qué no estaba en Port Angeles. Por lo que parecía, tenía que esperar si quería tener una mínima oportunidad de averiguarlo.
Si mi poder no fallara cuando se trataba de ella…
―Bueno, obviamente estoy bien ―dijo―. Además, siento que estás alargando esto a propósito.
Enarqué una ceja, y el hecho de que pudiera oír los pensamientos de un cliente cercano del restaurante fantaseando con su novio allá en casa, mientras no podía oír ni el más leve eco de la mente de Bella, me estaba poniendo de los nervios, no tanto como la obligación de no morderla y chamuscar la sequía que estaba provocando en mi interior.
―No estoy alargando nada ―ofrecí, aunque no estaba del todo equivocada. Tal vez estaba demorando la conversación, teniendo en cuenta que no estaba del todo preparado para ello. No tenía un plan real para lo que quería decirle, más allá del hecho de que yo era peligroso y que era mejor que se mantuviera alejada de mí… por ahora.
E, idealmente por su seguridad, para siempre.
―Entonces significa que responderás a mis preguntas ―dedujo Bella.
―Significa que lo intentaré.
Parecía dispuesta a hablar, pero entonces el camarero volvió con su botella de Coca-Cola y ella esperó pacientemente mientras le servía el líquido negro azabache en el vaso. Cuando se fue, me acercó el vaso. Al hacerlo, me fijé en el delicado entramado de venas que ondulaban bajo el dorso de su mano: turquesa y rebosante de su esencia, moviéndose al compás de su corazón y haciéndome la boca agua.
―¿Seguro que no quieres un sorbo? ―me preguntó, y el doble sentido de sus palabras ―el exquisito doble sentido del que ni siquiera era consciente― me hizo sonreír.
Tuve que tragarme la profusión de veneno para poder hablar.
―Intento abstenerme, pero gracias por tu ofrecimiento.
Con la pajita, sorbió el aromático líquido. Una vez más, la estaba observando, sin pudor, porque la visión de la pajita presionando la curva de su labio inferior, justo antes de desaparecer en su boca, era magníficamente carnal. Me hizo pensar en otras cosas que podría llevarse a la boca…
Y así, sin más, me di cuenta de lo afortunado que era por tener la mesa actuando como tapadera de mi erección. Los diferentes anhelos que despertaba en mí eran demasiado. Se entremezclaban tanto entre sí que ni siquiera estaba completamente seguro de cuál era el motivo de mi excitación: ¿su sangre, su cuerpo o el mero hecho de saber que aquella humana enclenque había trascendido todos los límites y se había convertido en mi compañera sin darme cuenta?
―Hmmm, así que lo primero es lo primero… ―Bella empezó, soltando la pajita demasiado pronto y levantando la mirada para encontrarse con la mía―. Creo que quiero hablar de tu carta.
Y ahora mi erección iba acompañada de un nudo en el pecho. Extraordinario.
―¿Qué pasa con ella? ―Intenté mantener mi voz casual, como si aquella carta no sonara como si la hubiera escrito un asesino en serie.
―Quiero decir, ¿qué demonios era eso?
―Mi intento de protegerte.
―¿Protegerme de qué? Toda esa charla sobre salvarme de la muerte y demás… todavía me da latigazos, pensar en ello. No tenía sentido.
Sus ojos de chocolate me miraban ahora, esperando a que yo añadiera mi perspectiva al rompecabezas. Y Dios, eran tan cálidos, como si no pudieran creer del todo lo que habían leído hacía tantos meses. No merecía ni una fracción de esa calidez; sin embargo, el monstruo egoísta que residía en mi interior la ansiaba intensamente.
―Se suponía que debía protegerte de mí mismo. Por eso me fui.
Esperaba que entendiera la amenaza subyacente. No sabía específicamente por qué yo era una amenaza para ella, pero no necesitaba la historia completa para que sus mejores instintos tomaran el control.
―Sabes, si no… um, como… lo que pasó esa noche, no tenías que inventar algo tan enrevesado. Lo habría entendido.
Tropezaba con sus propias palabras, su corazón se aceleraba enloquecido y una venita de su garganta empezó a palpitar erráticamente, enviándome su fragancia por la nariz en ondas rítmicas. Aquella vena me llamaba, y tuve que cerrar los ojos para ignorarla.
―Ése nunca fue el problema ―le aseguré, con los recuerdos de nuestra perfecta noche juntos regresando con fuerza―. Pensé que lo había dejado bastante claro.
Al notar cómo la sangre se le subía a las mejillas, casi me pierdo los pasos que venían en nuestra dirección. El camarero no prestó atención al silencio que se hizo cuando llegó. Puso el plato de Bella delante de ella, antes de marcharse rápidamente. Incluso con el nuevo y poco apetecible olor a tomate, el aroma que se apoderó de mis sentidos seguía siendo el suyo. Esa delirante mezcla de lavanda y algodón de azúcar dominaba todo lo demás.
―Disfruta de tu comida.
―Oh, no he terminado de hablar ―prometió.
Afortunadamente, también tenía suficiente hambre para dejar su orgullo a un lado y comer su pasta. Decidí ofrecerle algo de espacio para que pudiera comer sin la incomodidad de tener a alguien mirándola, pero también para que yo pudiera descansar de las necesidades abrumadoras que ella despertaba en mí.
Afortunadamente, el cuarto de baño estaba lo suficientemente aislado como para permitirme despejarme, o al menos intentarlo.
Seguía sin tener ni idea de lo que estaba haciendo. De ninguna manera podía dejar que las cosas siguieran así después de esta cena, aunque todo en mí gritara que hiciera exactamente eso. Bella era humana. Demasiado frágil y demasiado apetitosa para ser compatible con mi especie a largo plazo. Incluso si hacíamos lo impensable y nos convertíamos en algo más… ¿cuál era el final, más allá de eso? Yo, sin duda, cedería, más pronto que tarde. No sabría cuándo parar si mis dientes llegaran a encontrar la tentadora vena de su cuello. Sólo querría más y más y más, hasta que Bella estuviera completamente agotada.
E incluso si, por algún milagro, tuviera suficiente autocontrol… seguiría sin ser suficiente. Porque Bella era, sobre el papel, sólo un año menor que yo. ¿Pero qué pasaría cuando nuestras edades ya no coincidieran? ¿Cuándo la brecha entre nosotros creciera demasiado y sus expectativas cambiaran más allá de lo que yo podía ofrecer en mi forma inmutable? A mí no me importaría nada que envejeciera, pero ¿Y si a ella sí? Después de todo, ya había suficientes prejuicios hacia las mujeres mayores que estaban con hombres más jóvenes que ellas. Nunca querría que Bella fuera víctima de esos prejuicios, pero tarde o temprano se convertiría en eso, si no nos detenemos ahora.
A menos que…
Una imagen del color marrón chocolate convirtiéndose en rojo sangre pasó por mi mente, rápida y violentamente, como si quisiera burlarse de mí.
De ninguna maldita manera.
La tercera alternativa no era una opción. Ninguna persona en su sano juicio la elegiría voluntariamente. Me reprendí a mí mismo por haber pensado en ello. Sabía que estaba mal. Incluso era depravado.
Oí que se abría la puerta del baño y salí de la cabina, sabiendo que no podría esconderme allí para siempre. Sabiendo que ahora tenía testigos, seguí el protocolo humano de lavarme las manos y, tratando de prepararme para lo que viniera después, volví a la mesa. Bella ya había comido más de la mitad. Estaba claro que tenía más hambre de la que se hubiera atrevido a admitir en voz alta.
Y yo seguía sin saber por qué. Tal vez si respondía lo suficiente a sus preguntas, ella también respondería a las mías.
―Bueno ―empezó―. Estaba diciendo algo antes. Si lo que pasó entre nosotros no fue el problema, ¿por qué te fuiste? ¿Por qué escribiste esa cosa bizarra en primer lugar?
No había forma de endulzar esta verdad. Quería hacerlo, pero eso sólo la habría atraído más, y yo debía asegurarme de que eso no ocurriera. Así que fui con la cruda verdad.
―Porque lo decía en serio ―respondí―. He herido a gente en el pasado, Bella. Un número incontable. Y no quería que tú fueras otro número en esa lista.
Hizo rodar el tenedor en medio del nido de pasta que quedaba, mirándolo como si fuera lo más importante del mundo.
―Cuando dices «daño»… ¿te refieres a todas las… cosas que hicimos? ―Su voz temblaba, y yo no sabía si era fruto del miedo o de la excitación. Porque para mí, el recuerdo de cómo nos entregamos a la perversión más deliciosa era puro placer.
―No… no me refiero a eso. Quiero decir que me duele de verdad.
―De acuerdo, entonces has… peleado con gente. O algo por el estilo.
―No ―la contradije una vez más, y deseé no tener que hacerlo. Deseé que las siguientes palabras fueran mentira. Pero, sobre todo, deseé que no huyera en cuanto los liberara, aunque tuviera todo el derecho a hacerlo―. He matado a gente.
Dejó el tenedor y se hizo el silencio, pesado y cansado. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me esperaba lo peor. Esperaba un asco comprensible. Un miedo lógico. Tal vez incluso un poco de incredulidad. Sin embargo, no encontré nada en ellos, salvo más preguntas. Me pregunté si al menos había percibido bien el peso de mis palabras. Tenía que hacerlo; era una mujer inteligente, a pesar de su impropio sentido de auto preservación.
Cuando Bella hablaba, sentía como si me hubieran quitado un peso de encima, sólo para sustituirlo por otro mucho más sofocante.
―¿Eran malas personas?
―Sí ―admití, aunque no veía cómo eso podía mejorar las cosas a sus ojos.
―¿Qué clase de malos?
―Violadores. Pedófilos. Asesinos.
―¿Y tú también crees que soy una mala persona?
―Creo que no tienes ni un hueso malo en el cuerpo.
Inesperadamente, cogió de nuevo el tenedor y volvió a retorcerlo en el plato.
―Entonces no me harías daño ―dijo Bella con naturalidad, como si estuviéramos hablando del tiempo―. Ya habría ocurrido si hubieras querido. Ya has tenido más de una oportunidad.
La miré, completamente turbado. Empezó a comer de nuevo, y me sentí como si hubiera sido yo el sorprendido, no ella. ¿De verdad le importaba tan poco su propia seguridad? Estaba masticando el último bocado de comida cuando encontré fuerzas para hablar.
―Bella, acabo de decirte que he estado haciendo una de las peores acciones imaginables para la humanidad y actúas como si no hubiera pasado nada. No estoy seguro de que lo entiendas.
Ella tragó y tomó otro sorbo de su Coca-Cola, tomándose su tiempo antes de continuar.
―Oh, lo entiendo. Pero también creo que deshacerse de la gente que hace daño a los demás no es el peor pecado imaginable. No en mi opinión. Y no después de… después de lo que casi me pasó. Hay cosas peores que podrías hacer.
No, no, no. Esto no iba bien. ¿Por qué no había señales de alarma en su voz? ¿No tenía un ángel guardián que la guiara por un camino mejor?
―¿Tienes una báscula?
―La verdad es que no ―confesó―. Pero me siento extrañamente segura contigo, así que eso tiene que significar algo.
Carajo.
Significaba que ella también lo sentía: a través de la niebla de sus emociones terrenales, podía percibir esa conexión de otro mundo. En su ausencia, habría sabido que no debía sentirse segura en mi presencia, sobre todo después de mi oscura confesión.
Me pellizqué el puente de la nariz, frustrado, y medí cuidadosamente mis próximas palabras.
―La cuestión es que no estoy seguro al cien por cien de que estés a salvo conmigo.
―No me harías daño.
―No intencionadamente ―repliqué.
―Como si hubiera otra forma de hacerme daño que no fuera intencionada.
No tuve ocasión de rebatir su argumento, porque nos interrumpió el camarero, que recogió su plato y lo sustituyó por un tarro transparente de pelusa rosa: su mousse de fresa, a juzgar por el olor. Ni siquiera lo miró. Cuando el camarero se fue, sus ojos se clavaron en mí. No podía escapar de sus profundidades, pero no quería.
―¿Cuáles son tus intenciones ahora? ―preguntó.
―No estoy seguro.
Bella parecía decepcionada por mi respuesta, o molesta, no podía distinguir la diferencia, teniendo en cuenta que sólo tenía sus expresiones faciales para guiarme. Me sentí inclinado a extender la mano y alisar con los dedos la pequeña arruga que se había formado entre sus cejas. Lo único que me detuvo fue la conciencia de que no había vuelta atrás si la tocaba ahora. Y estuve a punto de hacerlo, porque cada cosa que hacía me nublaba el juicio: cómo se inclinaba, cómo se mordía el labio, cómo su pelo cubría mi parte favorita de su garganta…
―Dime una cosa ―le dije, porque necesitaba romper de algún modo aquella tensión despiadada―. ¿Qué hiciste después de que me fuera?
Esperaba que la parte de «¿por qué demonios estás aquí?» de mi curiosidad estuviera implícita. La tensión volvió a triplicarse cuando mi pregunta provocó una oleada de sangre en su rostro. Sin saber de qué otra forma combatir el hambre, inhalé profundamente, dando la bienvenida a las llamas.
―Bueno… como que intenté encontrarte.
Parecía casi avergonzada de admitirlo en voz alta. Me sentí halagado, por no decir otra cosa, pero la emoción no era ni de lejos tan fuerte como mi creciente preocupación por sus instintos de conservación… o más bien por la falta de ellos.
―¿Intentaste encontrarme? ¿Por qué?
Esta vez se negó a responder, así que volví a intentarlo.
―¿Esto es lo que has estado haciendo durante los últimos cinco meses?
―Más o menos.
En lo que debió de ser un intento de escapar de la presión, cogió la cucharilla y la hundió en le mousse rosa. Empezó a remover en su interior, mirando el denso remolino que estaba creando.
―Ya no importa ―suspiró Bella, removiendo aún más.
―Claro que importa. Nunca deberías haberlo hecho. Tu vida está en Port Angeles, no en la carretera, persiguiéndome… a mí, de entre toda la gente. Por el amor de Dios…
Me sorprendió que aún pudiera mantener mi discurso limpio y a su favor, teniendo en cuenta cómo me ardía la garganta y me dolía el pene y mi corazón estaba a punto de salir de su caparazón helado y ofrecerse como tributo a Bella.
―¿Después de aquella noche? No creo que fuera una posibilidad.
Movía la cuchara en círculos, y el movimiento se correspondía con las inquietantes sensaciones que sentía en el estómago. Sin pensarlo, estiré la mano por encima de la mesa y detuve la de Bella. El contacto, aunque breve, me llenó de una electricidad tan cruda que sentí como si un rayo se hubiera instalado en mí. Solté su muñeca, esperando a que mi desconcierto remitiera, molestándome cuando se convirtió lentamente en deseo inflamado.
Y más sed. Siempre más sed.
―Cómete esa maldita cosa ―dije, con demasiada dureza.
Mi voz no la sobresaltó. En todo caso, pareció hacer lo contrario, porque tomó la cucharada del postre sin dejar de mirarme. De pasada, me pregunté si había querido parecer tan ridículamente sensual, o si sólo era mi cerebro, que convertía cada uno de sus actos en un festival hedonista.
―Qué mandón ―observó, tragando la primera cucharada―. Creo que sólo intentas evitar el resto de la conversación.
―No estoy evitando nada. Pero estoy caminando sobre hielo muy delgado.
Escondí las manos debajo de la mesa, cerrándolas en puños y ordenándome a mí mismo que las mantuviera alejadas de Bella.
―¿Por qué?
Ella inclinó la cabeza hacia atrás, esperando mi respuesta, y ahí estaba: esa carótida traviesa que tanto ansiaba. Palpitando. Suplicando. Bailando al ritmo de su corazón y burlándose de mí.
Al diablo con mi autocontrol. Al diablo con él.
―Porque, lo creas o no, yo también recuerdo esa noche. Lo he tenido presente todos los días desde que me fui.
No me había dado cuenta de que había acercado mi silla a la suya, pero fui profundamente consciente de que ahora nuestras rodillas se tocaban. Ella no se apartó, y yo tampoco.
―Esta es la parte en la que me detienes ―murmuré.
―O… la parte en la que te ruego que sigas.
En el fondo, sabía que tenía que poner fin a esto. Pero no recordaba ni un solo motivo, quizá más cuando uno de mis puños se desencajó y, movido por una fuerza que iba mucho más allá de mi voluntad, se deslizó hasta tocar el muslo de Bella. Incluso a través de la tela de sus vaqueros, reconocí la calidez, la suavidad con la que me había agraciado allá por el verano. Eufórico, lo apreté en la palma de la mano, deseando desesperadamente la ausencia de barreras.
―¿Qué es lo que quieres? ―pregunté.
Ella no tuvo que pensar demasiado.
―A ti.
―¿Aún con lo que sabes?
―Más razón.
Mi mano se deslizó hacia arriba, hasta tocar sus muslos. Casi por orden suya, los separó para dejar espacio para más. No quedaba ninguna duda: para mí, éste era el punto de no retorno. Ella me miraba a través de los párpados pesados, con el pecho moviéndose arriba y abajo con urgencia, debajo de un jersey que ocultaba sus curvas seductoras, y me di cuenta de que tenía que hacer algo si no quería que pareciéramos sospechosos, en caso de que alguien mirara hacia la parte trasera del restaurante.
―Sigue comiéndote el postre ―le ordené.
Bella parecía más que aturdida cuando su mano temblorosa encontró la cuchara. Volvió a sumergirse en la espuma de fresa, justo cuando mi tacto subió hasta el vértice de su muslo. Podía sentir el calor, tan tentador, que atravesaba las gruesas fibras de algodón de una forma que me aseguraba que había más de donde venía aquello. Mi dedo corazón trazó una línea firme justo entre sus piernas, lo que hizo que Bella soltara un grito ahogado y dejara caer la cuchara sobre la mesa.
―Recógela y sigue ―dije con calma, aunque en mi interior se estaba formando toda una tempestad.
Ella me hizo caso, y su obediencia sólo hizo que la dureza de mis vaqueros palpitara con más fuerza. Repetí el movimiento de antes, frotando arriba y abajo sobre sus vaqueros, con la firmeza suficiente para excitarla, aunque, si lo que había aprendido de ella en Port Angeles servía de indicación, no necesitaba mucho para que la excitación se apoderara de ella. Y una vez que se apoderaba de ella, ya no había vuelta atrás: era exactamente donde quería llevarla… hasta el punto en que fuera incapaz de articular más palabras que «más». Recordar la imagen de ella atada y goteando sobre mi cama, mientras mi cinturón zumbaba en el aire antes de golpear su trasero, me llenó de una anticipación casi dolorosa.
Había utilizado esa imagen tantas veces para excitarme en su ausencia, pero ahora… era diferente. Porque la posibilidad de que cobrara vida de nuevo era real.
―¿Aquí?
Bella me atrajo de nuevo al momento. Estaba agarrando el mantel con la mano libre, pero su voz no sonaba asustada. Ni siquiera cerca. Sonaba esperanzada. Ella quería esto, casi tanto como yo.
―Sólo si no haces ruido.
Como para demostrarme que podía permanecer en silencio, tomó otra cucharada de mousse y asintió con la cabeza. Animado, seguí adelante. Bajé la cremallera de sus vaqueros y desabroché el botón metálico, deslizando la mano en su interior, acogido por el algodón endeble y el calor. Bella aún tenía el mantel agarrado con fuerza, creando pliegues que amenazaban con derribar su copa. Mientras mis dedos se deslizaban hacia abajo, encontrando la mancha llameantemente chamuscada de su ropa interior, me incliné más hacia ella, cogiendo aquella mano berreante suya y apartándola de la mesa.
―Bella, ahora queremos ser discretos, ¿no?
Ella asintió con un movimiento de cabeza, cerrando los ojos y respirando hondo.
―Eso es, respira hondo ―la tranquilicé, a pesar de que la nueva cercanía significaba que mi garganta estaba ahora más ardiente que el núcleo del sol. Dolía, pero dolía muy bien. Además, su sangre no era lo único en lo que pensaba ahora. Podía sentir de su excitación mientras me frotaba contra la tela húmeda; este aroma era hipnótico por razones totalmente distintas.
―He estado pensando mucho en esto ―logró decir entre las respiraciones calculadas que estaba tomando.
―Eso parece, porque estás empapada.
Suspiró, y luego abrió los ojos para tomar otro bocado de postre. Mi avaricia se me estaba yendo de las manos al ver cómo la cuchara desaparecía en su boca. Dios, sus labios habrían quedado perfectos sellados alrededor de la base de mi pene… Quería más, así que empujé su ropa interior hacia un lado.
―Dime ―susurré, inclinándome masoquistamente cerca de su cuello y rozando su empapada entrada con el dedo. Ella no podía reprimir sus suaves gemidos, pero no podía culparla, porque yo tenía el mismo problema. Se sentía increíble, incluso mejor de lo que recordaba. Éramos lava y hielo, pero de algún modo no nos destruíamos mutuamente―. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste un orgasmo realmente bueno? ¿Uno que te hizo gritar?
Mientras hablaba, mis dedos trabajaban. Encontraron fácilmente su clítoris, que asomaba de su capucha en busca de la atención que tanto necesitaba. Yo estaba más que dispuesto a prestarle toda mi atención. Bella parecía haber olvidado mi petición, pues estaba demasiado ocupada mordiéndose con fuerza el labio inferior y jadeando.
―Responde a mi pregunta ―le recordé. Mi dedo índice se movía ahora en pequeños círculos sobre su clítoris, acariciándolo, intercambiando temperaturas.
―Llego al orgasmo casi todos los días ―soltó temblorosa―. Pero nunca es como… como cuando me cogiste.
Tuve que mirar a mi alrededor, para asegurarme de que nadie se había acercado mientras estábamos demasiado ocupados el uno con el otro. Por suerte, no había nadie, así que no encontré ninguna razón para censurar lo que quería decir a continuación.
―¿Ah, sí? ―Aceleré mi ritmo sobre su clítoris, apretando la mandíbula cuando el aumento de movimiento hizo que sus latidos se dispararan―. ¿Así que nada satisfacía a esta jugosa vagina como mi pene? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
Ella temblaba con todo su cuerpo, y yo esperaba muchas cosas cuando soltó la cuchara, pero no que su mano se insinuara por debajo de la mesa y se posara sobre mi erección dura como una roca.
―¡Sí! ―Suspiró Bella. Estudió mi longitud a través de mis vaqueros, pero sus acciones eran inconexas, afectadas por la creciente bola de placer entre sus piernas―. ¡Dios, Edward, vas a hacer que me venga! Me voy a venir.
Eso podía decirlo, si su abundante humedad y sus temblores eran un indicio. Pero era demasiado pronto. Demasiado fácil. Quería que estuviera al borde del clímax, que suplicara por ello. Y maldita sea, yo también quería mi propio orgasmo.
―Aquí no, no lo harás ―concluí en voz alta.
Tomada la decisión, me retiré, distanciándome hasta que ella ya no pudo tocarme. Me sentí incompleto en cuanto lo hice, pero sabía que sólo era temporal. Los dos jadeábamos y era imposible resistirse a la llamada de mis dedos, ahora glaseados. Estaban cubiertos de sus jugos, brillando decadentemente a la luz dorada del restaurante, así que los lamí uno a uno, deleitándome con el sabor que tanto había echado de menos, pero también con la sorpresa en la cara de Bella.
―Sabes fantástica ―declaré sin pudor―. Podría comerte todo el día.
Tardó un poco más en recomponerse lo suficiente como para cerrarse los vaqueros y aún más en volver a hablar. Pero cuando habló, era todo lo que yo quería oír.
―¿Dónde está el hotel más cercano?
Hola
Uff, parece que los ánimos subieron rápido de tono, ¿no? ¿Creen que Edward va a ceder y confesarle todo? O será la otra, ¿que termine matando a Bella? Espero sus teorías.
Gracias por sus comentarios a: EriCastelo, lolitanabo, Anon1901, Pelu02, Cassandra Cantu, Sindey Uchiha Hale Malfoy, mrs puff, UserName28, Mapi13, Cary, sandy56, Dess Cullen, jacke94, Car Cullen Stewart Pattinson y Annalau.
Espero sus comentarios del capítulo, son mi única paga, gracias por tomarse unos momentos más para dejarlo. Gracias también por sus alertas y favoritos.
Saludos.
P.D. para adelantos en mi grupo de Facebook Fics IsisJanet
