[Colección: OMEGAVERSE]


Las Crónicas de la Media Luna de Venus


..

—Rise of the Teenage Mutant Ninja Turtles—

..


..

En un mundo donde los yōkais y humanos conviven tratando de no liquidarse mutuamente, los hermanos Hamato se enfrentan a una nueva temporada de apareamiento donde las cosas sólo pueden salir mal. O quizás no tan mal.

..


Advertencias: SÓLO HETERO. (Parejas disparejas a gusto de la escritora). / Semi-Universo Alternativo. / WHAT IF—Omegaverse, al estilo de la escritora. / La trama no sigue las reglas generales ni típicas del omegaverse; escrito todo a conveniencia y entendimiento de la autora. / Crack!Ships / OOC. / Uso de lenguaje fuerte, sucio y vulgar. / Contenido violento explícito. / Relato NO aptos para menores de edad.

Disclaimer:

Rise of the Teenage Mutant Ninja Turtles (2018) © Kevin Eastman/Peter Laird / Nickelodeon.

Las Crónicas de la Media Luna de Venus © Adilay Vaniteux/Reine Vaniteux

Aclaración: Este fic participa en el OMEGACEMBER 2023 realizado por la página Es de Fanfics, en Facebook.

Notas:

Si algo he adorado de Donnie Rise, es lo sueltamente ególatra que es; siento que diferencia mucho de los otros Donnies, que a veces siento que son muy tímidos, pero en serio les encanta alardear de sí mismos, por igual, sin excepción. Y hubiese creado para él a una Renet/Oc (idea que no descarto en un futuro) pero Kendra es un personaje que de cierto modo me hace reír también.

Ella es muy lista y hace enojar constantemente a Donnie; creo que entran muy bien en el "enemys to lovers" y lo aprovecharé para esta serie de fics. Ojalá sea de su agrado.


Aviso!

Contenido sexual muy explícito.


NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.



Día 9: RONRONEO ALFA.

Ship: Donatello (zeta) x Kendra (alfa).


V.

El orgullo no sirve para nada.

Donatello Hamato se quería morir…

De vergüenza o literalmente, cualquiera le servía.

—Debes estar realmente mal para venir arrastrándote a mí —se burló ella… sí, ella.

Kendra, su archinémesis de su adolescencia; aquella que lo traicionó completamente cuando él sólo quiso formar parte de su grupo de nerds de chaquetas vistosas, amantes de la tecnología. Grupo que, por suerte, por fin había quedado disuelto, luego de años visitando correccionales para menores, y quedando olvidado por el paso del tiempo. Y eso por no agregar los últimos crímenes que la muy zorra había cometido en su contra, contra sus hermanos, y contra sus amigos.

Y aun así, Donatello estaba aquí, con ella, degustando de estar tan cerca. Mirándola, enfadado, Donatello se cruzó de brazos, tratando de no perder lo que aún le quedaba de dignidad. Si es que aún quedaba algo.

Recapitulando. Su búsqueda por alguna compañera casi lo enloqueció; peor, estar encerrado en su habitación no lo ayudaba para nada; por lo que, rendido Donatello salió de casa a intentarlo una vez más. Sin decirle a nadie; sólo se fue. Estuvo caminando en círculos por un par de días y unas pocas noches en la ciudad humana, al no encontrar nada interesante en Nueva York, tuvo que infiltrarse en Hidden City, donde, luego de horas buscando, pero tratando de fingir que no buscaba nada, él percibió el más cautivador aroma a jazmín que pudo haber olido en su vida; entonces supo que, ¡por fin!, la había encontrado.

Como un sabueso idiota siguió el camino de ese aroma hasta que casi se quedó sin aliento y sin alma cuando chocó contra ella, quien estaba a punto de entrar a un edificio alto junto a unos tipos yōkais que parecían haberse robado los atuendos de la película "Men in Black".

Él se hubiese detenido de haber podido, pero no midió su nivel de descontrol; se halló abrazándola con fuerza por la espalda, alzándola, oliendo vergonzosamente su coronilla violeta. Ella, por supuesto, no se tomó a bien eso y le dio un golpe a su espinilla derecha con su tacón de aguja, que aún le dolía.

Sus trabajadores, que al parecer estaban a cargo de su seguridad, los rodearon de inmediato y le preguntaron a su jefa si querían que lo sacase de ahí, al mismo tiempo que le ordenaban a Donatello que la soltase, pero Kendra pareció encontrar algo divertido en él y les pidió que no hiciesen nada en su contra, que era un amigo; luego de que él la dejase en el suelo con cautela, lo invitó a subir hasta el último piso del pretencioso edificio de 23 pisos, y ahora estaban juntos en su enorme oficina de estilo mafioso, que apestaba a ella.

La muy presumida incluso tenía un pequeño bar; un espacio lleno de botellas de diferentes tipos de alcohol, copas y vasos, una barra de cristal luminoso en violeta con unos 8 asientos rodantes, y por el otro lado, una gigantesca pecera con animales marinos pequeños, pero claramente peligrosos si se era tan tonto para meter una mano en sus aguas. Eso agregando la intensa iluminación neón violeta y blanco; Kendra se había negado a encender otras luces además de esas, por lo que, fuera de eso, ambos estaban casi a oscuras.

—Y… dime, Othello Von Ryan, ¿así que te gusta cómo huelo? —se rio ella, sirviéndose un vaso de agua mineral de una botella, la cual extrajo de su nevera estrafalaria y costosa.

—¿Quieres dejar de molestarme? —gruñó entre dientes—. ¡Tú eres humana! ¡¿Por qué…?!

—¿Huelo tan bien? —preguntó con una gigante sonrisa burlona.

A punto de morderse la lengua, Donatello decidió no pelear; pudo haber percibido a cualquier otra chica; pudo haber escogido a cualquier otra de las que se le ofrecieron hace poco, ¡pero no! ¡Su patético ser tuvo que arrastrarse como un gusano perdedor a los pies de Kendra!

Su lado salvaje, que al parecer, estaba carente de cualquier tipo de IQ, exigía a Kendra; rogaba por ella. Esa era la razón por la que no podía evitar seguirla con su mirada a donde se moviese. Así que Donatello se resignó a no luchar tanto contra eso. Tal vez pudiese hacer un control de daños.

—Sí… —gruñó otra vez.

—Es una larga historia —desvió el contestar detalladamente a su pregunta, y eso causó una curiosidad muy grande en él—. Investigué un poco conmigo misma y… estas son las consecuencias; menos mal que no soy una omega, de ser así, los papeles entre nosotros quizás pudieron haberse invertido. ¿No crees?

Era una puta mala suerte que no fuese así; él habría sido más misericordioso con una Kendra omega, que con una puta Kendra alfa.

—¿Cómo es que estás en Hidden City? —inquirió él tratando de desviar la atención—. ¿Y qué es este edificio? ¿Y qué haces aquí exactamente?

—Demasiadas preguntas, Othello; nada de eso es de tu incumbencia —puso los ojos en blanco; luego chasqueó sus dedos alargados, cuyas uñas estaban pintadas de negro—, a lo nuestro.

—¿Nuestro?

—¿Por qué aún estás aquí? —su pregunta fue más que retórica—. ¡Es obvio! ¡Quieres acostarte conmigo!

Atrapado y avergonzado, Donatello desvió su mirada, tratando de mostrarse ofendido; pero su cara se sonrojó demasiado para negar eso. No era fácil quitarle las palabras de la boca, pero Kendra era endemoniadamente buena haciendo eso.

—Y… bueno… hace un tiempo que yo no me he acostado con nadie… y tú pareces competente; a pesar de oler como un virgen. Aquí entre nosotros. ¿Cuánto tiempo tienes sin sexo, eh? La vida de héroe frustrado te quita mucho tiempo, ¿no? —sonriente, volvió a llevarse su vaso a su boca, sin dejar de verlo.

—No pienso responderte eso.

Desde siempre, Kendra era demasiado lista para averiguar la verdad las cosas, por lo que, Donatello no tuvo que decirle demasiado para que ella llegase a una conclusión que la hizo estremecerse, hacer un indecoroso ruido gutural, que Donatello no sabía que las chicas yōkais pudiesen hacer, y casi ahogarse con el agua. Tosió varias veces dejando el vaso en su escritorio.

—Oh, por dios, ¡eres virgen! —afirmó ella; lo miró sin podérselo creer. Por supuesto, Donatello pensó que Kendra se estaba burlando.

—Cállate —espetó, levantándose del comodísimo sofá púrpura, que olía tanto a jazmín que le embriagaba los sentidos cada vez más. Seguro por eso estaba siendo tan estúpido como para dejarse insultar por tantos minutos.

—¡No, espera!

Kendra corrió veloz, tanto como para alcanzarlo; sujetando su gran mano con la suya, más pequeña, pero firme. Donatello se odió a sí mismo por ser tan expresivo cuando estaba nervioso; incluso podría jurar que su sonrojo era notable aún si su piel era más verde que los limones.

—Esta vez no me estaba riendo —dijo ella, sonando extrañamente comprensiva. Pero Donatello no se dejó engañar, o más bien, no quiso creer que ella pudiese ser amable, menos con él.

—Tú siempre te ríes de mí —le reprochó—, ¿crees que estoy aquí porque me caigas bien?

Mostrándose seria, ella tardó un poco en responder.

—Sé que no.

—Y te regodeas —dijo entre dientes.

—Si bueno, no somos amigos —se excusó, dándole su espacio—; somos enemigos; ¿tú eres cortés con tus enemigos?

Donatello no respondió a eso.

—Tú me asaltaste por la espalda y me asustaste, ¿ya se te olvidó?

Él inhaló profundo.

—Lamento eso, no pude… detenerme.

—Mmm… bien; entiendo eso. Mmm, no me parece que seas un omega, ¿o sí?

Zeta.

—Ah, un yōkai zeta… entiendo.

—¿En serio lo entiendes? —él alzó una ceja suya, no convencido de eso. En verdad se estaba esforzando mucho por no creerle nada.

—Sí, aunque te cueste creerlo —ella suspiró, casi como si hubiese podido leerle la mente; y de nuevo, él odio haber prestado mucha atención a sus gestos—. Ven, te tengo una propuesta.

«Esto no es nada sensato; debes irte» se dijo a sí mismo; luego de mover una de sus piernas, notó que su miembro estaba erecto, y ya dolía. «No puedo irme así. Si tengo la posibilidad de conseguir algo de alivio, me da igual lo demás» botó su buen juicio al caño y siguió a Kendra, que ya lo esperaba sentada en su sofá.

Donatello se lo pensó bien, pero, de nuevo, su sentido de supervivencia estaba al borde debido a que su estado de excitación lo orillaba a obedecer a Kendra. Al menos hasta que obtuviese lo que quería, él la obedecería… en casi todo.

—A mí me gustaría quitarme este estrés que tengo encima —musitó, viéndolo descaradamente de arriba abajo—. Y es obvio que tú también. El asunto está así; yo te ayudo… tú me ayudas —dijo ella, abriendo un poco sus piernas. Donatello se sentó prudentemente al otro extremo del sofá, pero eso no le impidió verla y olfatearla demasiado bien.

—En pocas palabras —y esperaba no equivocarse—, tú y yo tenemos coito; ambos nos ayudamos y después seguimos odiándonos.

—En pocas palabras, sí —Kendra alzó los hombros.

Ambos se sostuvieron las miradas. Él estaba tan ansioso por acostarse con alguien, y ella estaba igual; tal vez no a su nivel, pero deseaba que esto pasase entre ellos.

Las dudas aún lo carcomían; ¿esto sería sensato? Sus instintos de pronto le gritaron al oído: ¡¿y eso qué carajos importa?!

Por su parte, Kendra no estaba de humor para ser selectiva.

Ella sólo quería darse un buen gusto. ¿Y qué mejor que el héroe de turno atormentado por sus instintos salvajes? Ella hace tiempo había oído que los tímidos reprimidos podían llegar a ser bastante competentes; complacientes. Y quería poner a prueba ese pensamiento.

En sus ojos ella lo vio; él necesitaba un empujoncito más.

—Othello… yo quiero… que… me… —murmurando palabra por palabra, Kendra se acomodó sobre el respaldo de su sofá, mirándolo tan fijamente que Othello casi ronroneó, ella lo pudo notar—, beses.

Nunca ante lo vio hacer algo tan rápido.

Othello se lanzó sobre ella sin un ápice de control; apoyándose sobre el respaldo del sofá y el cojín bajo el culo de Kendra, él puso su boca sobre la de su archinémesis y permitió que ella lo besase de vuelta, abriendo su boca, domando la suya, usando su lengua para hacerlo gruñir excitado.

Kendra lo saboreó. Sentía su desesperación, sus ansias, su deseo.

Ambos habían estado esperando esto. Claro, no se habían imaginado quién sería su compañero/compañera de juegos esta mañana cuando se despertaron, pero no les desagradaba la idea. Para ella, él olía adictivamente a sándalo; no era perfume artificial de una botella costosa, era el olor de Othello; por otro lado, él se dejó emborrachar por su aroma a jazmín.

Teniendo que respirar en medio del beso, sin dejarse por completo, Kendra lo sujetó del cuello, jalándolo hacia ella; Othello se dejó caer encima, usando sus manos para comenzar a acariciarla por encima de la ropa. Un atuendo muy bonito, por cierto. Una falda recta y ajustada, 3 dedos por encima de la rodilla; una blusa blanca de botones y un saco oscuro y corto, abierto.

En sus dorados ojos, ella supo lo que él quería. Necesitaba, ¡no, ansiaba…! Sacarla de cada prenda. Por lo que, segura de que eso, Kendra dejó su cuello, yendo hasta los botones de su blusa, abriéndolos uno a uno.

—Te quiero en mis pechos —le ordenó, abriendo también su sostén, el cual tenía el seguro enfrente.

Actualmente, Kendra estaba orgullosa de sus senos, siempre habían sido llamativos, pero en su adolescencia se esmeraba en ocultarlos con chaquetas, sudaderas y playeras grandes; ahora usaba atuendos ceñidos, que delineaban cada contorno de su voluptuoso y atractivo cuerpo. Vio con una sonrisa cómo él los admiraba también.

—Son grandes —musitó él, viéndolos con hambre.

Othello no se entretuvo tanto admirándolos, tal vez porque pensó que, si lo hacía, Kendra se enojaría y lo despacharía; pero a ella le gustaba saberse adulada por su pareja de turno. Ahorrándose las palabras, él bajó su cabeza hacia los pechos de Kendra y a ambos los adoró con su boca. Con ahínco. Kendra gimió gustosa. Primero, él atapó el pezón derecho con su boca y masajeó el otro seno con su mano libre; dejando caer todo su peso sobre ella, quien, con desesperación alzó rápida e indecentemente su falda hasta enrollarla sobre su regazo, para abrazar a Othello con sus piernas.

A ella no le incomodó sentir aquel escudo que él siempre llevaba sobre su caparazón; es más, le gustó sentir cómo este rasguñaba su piel cada vez que movía sus piernas sobre él.

—Eso es, así, así; cariño, lo haces tan bien —gimoteaba, uniendo sus tobillos por encima de su caparazón, teniendo cuidado con sus zapatos de tacón de aguja, pegando su intimidad aún cubierta por sus bragas, a la entrepierna de él, también cubierto por unos pantalones holgados tipo militar, eso sin contar la chaqueta negra de talla extra-grande y la camiseta blanca.

—Me gusta cómo sabes —lo oyó roncar en medio de sus senos, lamiendo descaradamente esa zona; dándole una embestida por encima de la ropa. Ella lo recibió con una sonrisa; su desesperación era encantadora.

—Eso hora de mover esto, amor.

Aprovechando que él estaba entretenido con sus senos y cuello, Kendra bajó sus piernas por un rato y le desabrochó el pantalón, metiendo una de sus manos adentro para alcanzar su miembro erecto. Él no usaba ropa interior debajo de los pantalones; Kendra encontró eso muy sexy.

Tratando de ser cuidadosa, ella lo sujetó y se maravilló con su largo y anchura, con su humedad, con la sensación de sus venas palpitando bajo sus dedos; ronroneó de sólo imaginar lo bien que se sentiría una vez que lo tuviese adentro de ella. También comenzaba a desesperarse, cosa inusual, a decir verdad.

—Dios, Kendra —suspiró agitado, cerrando sus ojos, dejándola masajearlo. Apretando ahora su seno izquierdo.

—Tranquilo, ya casi —tan caliente como se sentía, Kendra se apresuró a prepararlo bien, lo quería tan duro como fuese posible. Como no estaba de humor para darle clases a Othello de nada más, buscó su boca con la suya mientras se daba a la labor de bajarle los pantalones lo suficiente para descubrir su generoso miembro—. Estoy tan mojada, quiero que entres ya.

—¿Ya? —agitado, él se sorprendió de eso. Seguro pensaba que debían hacer juegos previos o algo así.

—¿Quieres hacer algo más? —preguntó exasperada—. Lo que sea puede esperar, ¡quiero que entres en mí!

—Al menos no… ¿deberíamos quitarnos la ropa?

¿Y eso como para qué?

—¡En un momento! —espetó poniendo los ojos en blanco, Kendra lo tomó de nuevo del cuello y lo jaló hacia ella; besándolo con todas sus ansias.

Othello le respondía como podía; estaba confundido y Kendra lo entendía, más no lo aceptaba; si él quería que jugasen, lo harían luego; ella abrió aún más sus piernas, haciendo más arriba su falda, él se acomodó como pudo sobre ella en el sofá, ¡pero ahora sus malditas bragas estorbaban!

—Rompe mi ropa interior —le ordenó.

—¿Qué? —él volvió a sorprenderse.

Arg, vírgenes…

—¡Qué la rompas! ¡Maldición! Sólo estorba —exigió ella, desesperada—, como si no tuviese más bragas en mi casa; deprisa —resopló.

Othello tembló un poco; para ser su primera vez parecía querer hacer lo posible para estar a la altura de las exigencias de Kendra. Ella gruñó desde abajo, ansiosa; viéndolo tomar su frágil prenda y romperla… torpemente, desde en medio haciendo un gran agujero. Ella quería que él rompiese un extremo para tener un mejor acceso… ¡¿qué demonios fue eso?!

Maldita sea. Kendra estuvo de insultarlo, ¿era tan difícil? Ella lo había visto pelear; Othello era monstruosamente fuerte, ¿a dónde se había ido eso?

Pero ella sólo resopló y lo ayudó a hacer más grande esa abertura y luego encontrar su propia entrada húmeda, al otro lado de ese orificio en su ropa interior.

—Aquí… aquí, muy bien… ven, entra —gimoteó degustando de la cara confundida de Donatello al ir sintiendo su húmeda cavidad.

—Kendra… yo… —él se detuvo, repentinamente tímido. ¿Estaba arrepintiéndose?

Un defecto muy grande de los yōkais alfa, era que una vez que se dejaban cegar por el placer propio, el de sus compañeros ya no les importaba tanto; Kendra no estaba razonando bien la situación, y lo peor es que no le importaba.

—Ve lento, pero entra —pidió sabiendo que no debería ser tan exigente con él—. No importa si terminas rápido, tranquilo.

Eso pareció calmarlo un poco, pero siguió viéndose temeroso; seguro de ser humillado si acababa apenas entrar. Pero Kendra tenía curiosidad. Lo sintió ir adentrándose poco a poco; lo vio y sintió tensarse. Ella lo volvió a abrazar con sus piernas y lo empujó por sí misma hacia adentro, uniéndose por fin. Kendra exhaló, echándose hacia atrás. Él soltó un suspiro ahogado.

—Me gusta cómo te sientes, cariño —gimió, degustando de su tamaño; de su calor, de su dureza—. ¿Se siente bien? ¿Te gusta? —le preguntó ella, ansiosa de oírlo.

—Te sientes… bien… muy suave… y mojada —sonaba tan tímido, pero tan excitado; era tierno y muy lindo.

Kendra no lo supo explicar; ella ya había tenido a otras parejas antes; pero nunca en su vida había sentido tanta desesperación; tanto deseo comiéndola por dentro por nadie. Y en tan poco tiempo. ¿Qué tenía Othello que despertaba y hacía estragos con su pasión?

—Eso es —exhaló sintiéndose mojar aún más; su clítoris palpitaba, ansioso de atención. En un momento se lo daría—. Ahora trata de moverte, no tiene que ser rápido… sólo muévete.

Respirando agitado, tembloroso; Othello comenzó a salir y entrar; con cuidado, con calma, tomándose su tiempo para acostumbrarse a ella. Kendra por su parte lo sentía a la perfección; su miembro era una maravilla, un diamante en bruto que se abría paso adentro, haciendo eróticos sonidos al moverse y causándole un delicado placer. Si tan solo se moviese más rápido y duro.

—¿Puedes… ir más rápido? —le preguntó estremeciéndose, gimiendo con suavidad, sujetando sus mejillas, sin dejar su abrazo con las piernas.

Othello, tan metido como estaba en su propio mundo, suspiró.

—Tra-trataré…

Paró un poco para acomodarse mejor y sujetarse bien del sofá. Tal vez sin planearlo, su primera embestida fue brusca y repentina. Kendra al no verlo venir, sintió su cuerpo moverse con rudeza hacia arriba al mismo tiempo que sus paredes internas se anchaban a la fuerza a su tamaño; gimiendo su nombre, se sintió a punto de correrse. Él seguro pensó que la había lastimado por el chillido que soltó, y la expresión que hizo.

—Perdona, perdona —habló bajo—, ¿estás bien?

A pesar de las intensas contracciones que ella sentía estar dándole a su miembro, él aún no acababa. Kendra lo miró demandante.

—Vuelve a hacer eso.

—¿En serio?

—¡Sí! Hazlo más.

Othello salió un poco, y volvió a impulsarse adentro con la misma intensidad que la vez anterior.

—¡Dios! ¡Sí! —exclamó al aire—. ¡Otra vez, por favor!

Othello era bueno siguiendo indicaciones; de eso no había duda. Kendra le ordenaba, él obedecía. Él iba lento, aprendiendo, pero era cada vez lo hacía mejor. Kendra pensó que sería él en correrse primero, pero dado lo sensible que estaba, y lo certero que estaba siendo con alcanzar un punto muy sensorial en su interior, ella de pronto (y demasiado rápido para su gusto) soltó un fuerte grito gutural, sintiendo sus paredes vaginales contraerse alrededor de él, que, al parecer, no pudo aguantar y se corrió justo después de ella, quedándose donde estaba, pero en un principio trató de retroceder y salir. Para su mala suerte Kendra lo aprisionó en su interior tanto que le fue imposible escapar. Ella no lo dejó irse hasta que ambos acabasen por completo.

—Mierda —resopló Kendra con Othello sobre ella, tratando de recuperarse también; relajada, bajó sus piernas con cuidado, lo acarició sobre su cabeza, sin palabras, agradeciéndole por ese alivio carnal; aunque se sentía un poco mal por haberle quitado la virginidad así… ¿debería compensárselo con una segunda ronda?—, qué bien se sintió eso, ¿no? Yo ya lo extrañaba.

Pero quizás él no estaba en su misma sintonía. O quizás había entendido mal sus palabras. O tal vez había recuperado la conciencia de sí mismo y acababa de darse cuenta de que se había entregado a una de sus peores enemigas.

—¿Qué diablos pasa contigo, Kendra? —lo oyó murmurar, irritado, sobre ella; extrañándola—. ¿Con ropa?

«¿Qué?» Kendra alzó los ojos decidiendo que ya había sido demasiado amable y no merecía ser tratada así—. Cállate —resopló, ofendida; removiéndose debajo de él—. Y ya quítate, me quitas el aire.

No era cierto; ella podía (y quería) aguantarlo sobre ella por más tiempo, hasta relajarse por completo, pero el idiota tuvo que abrir su criticona boca.

Agitado y sudoroso como ella, Othello se apartó, mirándola desde abajo. Como si le reprochase algo. Kendra, devolviéndole el gesto, enojada, se cubrió con la blusa, sin abrocharse el sostén. Ambos se separaron. En silencio, él metió su miembro de vuelta a su pantalón y ella bajó su falda, cubriendo su intimidad húmeda; se sentía repentinamente sucia con sus esencias adentro.

Quería bañarse.

—La verdad… no me imaginaba mi primera vez así —musitó él, sentado y con la vista fija al frente, no hacia ella; viéndose un poco adormecido.

¿Estaba arrepentido? ¿Decepcionado?

¡Pues debió pensarlo mejor antes de…! ¡¿De nuevo tratando de ofenderla?! ¿Acaso ella no fue suficiente para él? El muy pedazo de… arrogante. Kendra soltó una risa ahogada.

¿Qué diablos se estaba creyendo este idiota?

Típico de varones de naturaleza arrogante; tomaban lo que querían y luego se sentían con los testículos para criticar a la mujer que les hizo el favor (error) de abrirles las piernas. Como él comenzase a darle clases sobre cómo debía tener sexo, Kendra iba a patearlo.

—Sí bueno, si esperabas una mamada, una cama con flores y un vino tinto será mejor que te consigas a una novia cursi y sumisa… como tú —con afán de ofenderlo, ella se levantó, con sus temblorosas piernas y se alejó de él—, ahora hazme el favor de irte al infierno, tengo otras cosas que hacer.

Enfadadísima, con la garganta apretada, Kendra sintió su mirada sobre ella, quizás también sobre el interior de sus piernas, las cuales iban siendo mojadas por los fluidos que empezaban a salirse de su interior; Kendra quería limpiarse, pero no le daría el gusto a Von Ryan de hacer nada más ante sus ojos.

Esto se ganaba por tomar como amante a un enemigo.

Pero no se volvería a repetir.

—Kendra… —lo oyó suspirar, pero ella lo ignoró. No quería oírlo.

Fue hasta su escritorio y alzó el teléfono llamando a su jefe de seguridad.

¿Señora?

—El idiota que entró conmigo ya se va, asegúrense de que no vuelva ni a asomarse por aquí otra vez —ordenó sin verlo; colgó y encendió su computadora. No sabía qué tenía que hacer, pero ya se le presentaría algo—. ¿Sigues aquí? ¡Lárgate!

Ni siquiera se molestó en verlo irse; sólo miró la puerta hasta que esta se cerró.

Estaba… tan… enfadada.

¿Triste?

Vale, quizás no debió ser tan apresurada con el sexo; pudo haberse tomado su tiempo con él, ¿ser más tierna, quizás? Pero… dios, como alfa, sus instintos la habían controlado; y él olía tan bien. Sus brazos sujetándola se sintieron de maravilla, y apenas tuvo la oportunidad, se aseguró de llegar hasta el final con él.

Pero…

No supo por qué comenzó a llorar.

De verdad, no lo supo.

Esta no era la peor experiencia post-sexo que hubiese tenido. Alguna vez hubo un tipo que le reclamó por no ser virgen; y este recibió un fuerte puñetazo que le rompió la nariz. Othello no había dicho la gran cosa… pero fue su tono; ese arrogante e insatisfecho, lo que la hizo sentirse pequeña, insuficiente. Como si hubiese sido él el que le hubiese hecho un favor y no al revés.

«Qué se pudra» pensó, con las sienes punzándole, tapándose la cara; cuando su teléfono sonó, trató de componerse antes de contestar—, ¿sí? —rezongó, aguantando su sollozo y su respiración llorosa.

El intruso se ha ido. Se le ha avisado que no debe volver más.

—Bien —suspiró un poco más tranquila. Tratando de ignorar la ligera incomodidad de saber que su intimidad aún estaba dejando escapar su semilla.

Pero dijo que no lo intentásemos detener; amenazó con destruir las instalaciones si lo hacíamos.

De nuevo… ¡¿y este quién se creía?!

Kendra no supo qué pensar de eso. Ella tenía el suficiente dinero para contratar a más yōkais, y reponer lo que Othello pudiese romper; tenía lo suficiente para contratar mejor equipamiento para contrarrestar sus ataques… pero…

—Si vuelve, díganle que no estoy —dijo con simpleza; limpiándose las lágrimas; ya se sentía un poco mejor, y de nuevo, no sabía por qué—. Díganle que estoy de viaje o algo así. Si quiere entrar, déjenlo, puedo ocultarme y no hay problema. Sólo avísenme cuando esté cerca.

—Como usted diga.

Kendra colgó la llamada.

—A ver quién se cansa primero —suspiró, temblando. Comenzando a sentirse de nuevo ansiosa. Se llevó una mano a sus labios, no queriendo memorar lo bien que se había sentido besarlo.

Por otro lado, a Kendra no le gustaba la idea de hacer destrozos en su propia oficia, así que en lugar de echarlo con fuerza bruta, lo evitaría. Lo evitaría tanto que él eventualmente se aburriría y ahora sí, se iría al infierno.

Aprovechó su momento de soledad para abrirse la blusa, ajustarse el sostén y percatarse de que él no la había mordido ni maltratado.

Realmente se habría preocupado por no hacerle daño.

—Sigue siendo un idiota —musitó, aferrándose a su desagrado—, un idiota que me hizo gritar… en todos los sentidos —soltando una risa resignada, se sacudió su cabello con enfado—. Tal vez debería mandarle mis felicitaciones por eso.

Un momento…

¿Por qué mandarle felicitaciones si podía mandarle algo más? Algo que le recordase no ser un idiota con una chica. Más si esta era su enemiga jurada.

Mmm. A Kendra se le ocurrió algo para hacerlo sentir tan jodido como él a ella.

Rápido, para no arrepentirse, marcó a su secretario; un joven yōkai con aspecto de alce.

¿Señora?

—Estoy preparando una carta; ven por ella en diez minutos y asegúrate de que llegue a su destino en Nueva York, rápido.

—De acuerdo.

Kendra colgó; se apresuró a buscar su bolso y sacó su cartera; tomó todo el dinero de ahí; no supo cuánto era pero sí que era una buena cantidad; lo metió a uno de los sobres que tenía guardados en su escritorio y escribió a su destinatario: "Othello Von Ryan".

También tomó una de esas notitas amarillas que venían con pegamento; escribió en ella con letra cursiva: "pago por un kilo de carne; gracias por el producto, clienta satisfecha".

Pegó la nota a la pila de billetes y lo metió todo al sobre. Luego puso como remitente "Kendra", y lo selló con la dirección al apartamento de April O'Neill.

Kendra supo que el cartero no iría hasta las alcantarillas para dejarle la carta a Othello, así que, seguro apenas viese su nombre en el sobre, April se lo haría llegar personalmente a él. Y mejor aún, su buena amiguita sabría que él tenía algo que ver con Kendra, y las preguntas incómodas vendrían. El interrogatorio, y cuando viese que le pagaría con dinero su virginidad…

Ojalá lo dejase mal emocionalmente. Tanto que él no la volviese a mencionar ni siquiera en sus pesadillas.

—Espero que esto te mantenga muy, muy lejos de mí, pedazo de imbécil —gruñó enojada.

Dejando que su secretario se llevase el sobre, Kendra se preparó para dos cosas.

Una, recibir la ira de Othello; dos… el no volver a saber de él en su pútrida vida.

Ella odiaba ese tipo de trueques, jamás había pagado por sexo y no le gustaba hacerlo ahora; pero si él hubiese sido más amable después del coito, esto no estaría pasando; sea lo que sea que le hubiese incomodado o disgustado, pudo haberlo dicho con calma. Pero no. ¡Además!, había amenazado con volver por la fuerza.

Bien, pues qué lo hiciese de rodillas o en pedazos, a Kendra ya le daba igual.

Después de haberle mandado aquello, Kendra aseguraba; Von Ryan no tendría el suficiente narcisismo para volver a buscarla, con su orgullo intacto.

Casi se arrepintió, casi llamó de vuelta a su secretario, pero no lo hizo.

—Vamos a ver si ahora sí tienes el valor de volver a aparecerte por aquí.

¿Él se creía con el lujo de amenazarla? Pues aprendería que si hacía eso, se encontraría con alguien que no le diría con palabras que lo hundiría; simplemente lo haría y punto.

—…—


Espero que el fic haya sido de su agrado.

Si es así, no duden en comentarlo :D

¡Saluditos!


PROHIBIDO DESCARGAR/IMPRIMIR PARA SU VENTA (la autora condena todo tipo de acto ilícito de este tipo y se procederá legalmente en caso de suscitarse el caso). / FAVOR DE NO RE-SUBIR A NINGUNA PÁGINA (todo acto de ese tipo será considerado como plagio). / NO TRADUCIR SI NO SE HA PEDIDO EL PERMISO CORRESPONDIENTE. Seamos honestos y educados; este trabajo es únicamente para entretener y no se busca lucrar con este de ningún modo.

—Gracias por su atención.


Reviews?


Si quieres saber más de este y/u otros fics, eres cordialmente invitado(a) a seguirme en mi página oficial de Facebook: "Adilay Ackatery/Reine Vaniteux" (link en mi perfil). Información sobre las próximas actualizaciones, memes, vídeos usando mi voz y mi poca carisma y muchas otras cosas más. ;)