El cigarrillo había terminado de consumirse. La joven que lo sostenía miró a ambos lados y al percatarse de que nadie miraba, dejó caer la colilla al suelo y la aplastó con la bota. La muchacha mostraba un tremendo hastío en sus ojos grises. Había pasado una jornada agotadora trabajando en la zapatería. Detestaba su trabajo.

Para una joven rusa, que apenas dominaba el idioma, pocas oportunidades tenía para conseguir un puesto mejor en París. Habían pasado apenas unos meses desde que había abandonado su Rusia natal para buscar mejores oportunidades, y no sentía que hubiera tenido demasiado éxito.

Selennaya Ivanovna seguía sin lograr gran cosa que no estuviera ligada a su aspecto. Una muchacha de piel pálida, con el cabello del color de la noche, y ojos profundos como para perderse en ellos. No era demasiado alta, lo que en Rusia sí que había sido un problema, pero en París no era un motivo para destacar.

Su belleza le había abierto muchas puertas, pero estaba cansada de que ese fuera el motivo de su éxito. Siempre acababa así la noche de los viernes, paseando por las calles de París mientras se compadecía de sí misma y lamentándose. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que sólo había una reacción posible a escuchar el grito que se produjo, que fue gritar ella misma y dar un bote.

_ ¡Ayuda! _ Exclamaba una voz de hombre.

Selennaya se quedó congelada ante el aterrador grito. Sintió un escalofrío al darse cuenta del terror incontenible que parecía manar de aquella voz que rogaba auxilio como si la vida le fuese en ello. Se quedó un par de segundos congelada, mirando hacia el interior de aquel pasillo.

_ ¡Por favor! ¡No puedo salir! ¡Ayuda!

La voz continuaba con desesperado ruego, implorando con desesperación. Selennaya no pudo quedarse allí sin hacer nada. A pesar de que sentía un miedo atroz que la estaba paralizando y que tenía el presentimiento de que estaba en un peligro mucho mayor del que parecía, se aventuró a adelantarse alzando el móvil para iluminar con su linterna.

_ ¡Ya voy, espere! _ Respondió.

Y el miedo de Selennaya estaba más que justificado. Porque la voz no venía de un callejón cualquiera, o de un edificio de las proximidades. No. La voz provenía ni más ni menos que de una de las muchas entradas de las catacumbas. Incluso Selenna, en su corta estadía en París, había oído hablar de ellas y había aprendido a sentir cierto miedo.

Se suponía que si entrabas allí, podías llegar a perderte y que no volvieran a encontrarse. Pero supuso que no pasaba nada por avanzar un par de pasos y ayudar a alguien que había tenido la estúpida idea de aproximarse a aquel enorme cementerio.

_ ¡Por favor, tengo la pierna atascada! _ Gritaba el hombre.

_ Un segundo. Ya casi he llegado. _ Exclamó Selennaya, apretando el paso.

Trataba, en vano, de ignorar las calaveras y huesos que adornaban las paredes. Estaban bien visibles y habría cientos de cuerpos en total. Selennaya no quería siquiera pararse a pensar en cuánta gente había enterrada allí dentro.

Finalmente dobló la esquina y… se quedó de piedra. No había nadie vivo allí. Tan sólo el silencio y, con la pierna atrapada entre una pequeña pila de escombros… un esqueleto que debía llevar allí más tiempo del que Selennaya llevaba con vida.

_ Ayúdame…

Selennaya notó un poderoso escalofrío cuando escuchó aquella voz que estaba, esta vez, a su espalda. Temblorosa, se giró y miró en esa dirección. Selennaya lanzó un grito que estuvo a punto de hacerla perder la voz. Tras ella se encontraba una cosa que no era capaz de describir.

Parecía humano, pero era muy alto, y tenía el rostro deformado. Carecía de ojos, y su nariz estaba formada por dos agujeros que precedían a una boca desfigurada. La criatura volvió a pedir ayuda mientras extendía unos brazos delgados y demacrados. Todo su cuerpo, huesudo, despedía un extraño brillo translúcido como una televisión de tubo mal sintonizada.

Selennaya no llegó a pensar. Actuó por medio de un primitivo instinto de supervivencia. Corrió en dirección opuesta, como si su vida dependiese de ello, pues lo más probable es que así fuera. No miró atrás, pero podía escuchar a aquella criatura reptando en su dirección mientras lo hacía.

Corrió y corrió, notando cómo el corazón botaba violentamente en su pecho, como si el propio órgano estuviera ansioso por escapar del pecho y quisiera liberarse de las ataduras de su carne.

No se detuvo aún después de dejar de escuchar la voz. A pesar de que notaba que le fallaban las fuerzas, la adrenalina se movía velozmente por su sistema circulatorio, impulsándola a correr hasta que las piernas fallaran o chocara con algo. Fue esto último lo que la detuvo. Chocó contra algo. Algo vivo.

Se dejó caer al suelo, lanzando un grito agónico y tratando de escapar de lo que fuera que había interceptado arrastrándose como buenamente podía, aún sin distinguir en la oscuridad de que se trataba, puesto que el móvil que aún usaba para orientarse, se había caído y ya no era capaz de distinguir nada. Sabía que había una figura delante de ella y al darse cuenta en su huida, mientras se arrastraba marcha atrás, de que había chocado con una pared y, por tanto, estaba a su merced, se encogió de terror. Vio una potente luz roja que llenaba la estancia y entonces…

_ Vale, lo pillo, no te van las pelirrojas.

Selennaya alzó la vista y pudo ver, iluminada por el resplandor rojizo, a una mujer. Una mujer de verdad, no un monstruo aberrante y sin ojos. Nunca se había alegrado tanto de ver otro ser humano.

_ Hay algo. Una cosa aquí dentro… me ha perseguido. Escucha, sé que te va a sonar a locura. _ La mujer estaba toqueteando unos ajustes en el pequeño dispositivo que tenía entre los dedos, el origen de la luz, que pasó del rojo a un tono verdoso.

Fue entonces cuando pudo distinguirla mejor. Tenía la piel incluso más pálida que ella, era más alta y el pelo era de un vivo color rojo, como ella misma había dicho. Tenía unas facciones casi infantiles, de apariencia dulce, pero su expresión era muy seria. Selennaya habría creído ser capaz de calcular su edad si no hubiera visto el brillo de sus ojos. Le resultaba extraño.

_ Bueno, y cuéntame… Si es que no eres muda. _ La mujer sonrió, irónica. _ ¿Por qué se ha metido una chica como tú en un cementerio como este?

Selennaya la miró, incrédula. ¿Realmente conocer el motivo de su presencia era más importante que ayudarla a salir? Quizá ella no había visto a aquel monstruo, era lo único que se le ocurría que podía dar sentido a aquella actitud.

_ Escuché a alguien que pedía ayuda y quise echarle una mano. _ Suspiró. _ Pero lo que había no era una persona… era una… cosa. Un monstruo.

_ ¿Escuchas una llamada de auxilio desde este infierno y vienes corriendo? _ Suspiró la mujer. _ ¿Ni se te pasó por la cabeza que pudiera ser una trampa?

_ Había un hombre pidiendo ayuda, diciendo que se había quedado atrapado. _ Suspiró Selennaya. _ ¿Qué querías que hiciera, dejarlo aquí?

_ Dime… ¿Ese hombre te dijo que hubiera algo persiguiéndolo? _ Le preguntó la pelirroja.

_ No…

_ ¿Había algo que te hiciera pensar que iba a morir en los próximos minutos?

_ No… _ Repitió, sintiéndose tonta.

_ ¿Llamaste a alguien? _ La mujer se inclinó y recogió el móvil, que le entregó, para después ayudarla a levantarse.

_ No… _ Dijo, por tercera vez, poniendo los ojos en blanco.

_ Adivino. Como eres extranjera no tienes amigos ni familia aquí.

_ ¿Tanto se me nota?

_ Eres rusa… es difícil camuflar ese acento, especialmente hablando francés.

_ No… digo que si tanto se nota que no hay nadie que se vaya a preocupar por mí si desaparezco. _ Selennaya miró al suelo un instante.

Lo cierto es que no se había parado a pensarlo. Pero si desaparecía… ¿Quién querría buscarla? Sus madre la detestaba y hacía mucho tiempo que no se hablaban. A su padre ni le conocía, y su jefe refunfuñaría unos días antes de sustituirla por otra chica mona.

_ Sí. _ Dijo la mujer, insensible. _ Además, encaja… si te esperase alguien no te lanzarías al peligro de esa manera.

_ Yo no sabía que estaba en verdadero peligro. _ Se quejó Selennaya. _ Además, tú también has entrado aquí.

_ Ya, pero yo sé lo que hago… _ Puso los ojos en blanco, como si le hubiera dicho algo obvio.

_ ¿Qué eres, una experta en fantasmas? _ Selennaya empezaba a estar tan enfadada que ya ni tenía miedo.

_ ¿Fantasmas? De verdad, los humanos os inventáis cada cosa. _ Suspiró la mujer.

_ ¿Y tú qué eres, un alien?

_ Justo. _ Dijo la mujer, mientras movía aquel dispositivo por el área, iluminándola y generando un sonido que Selennaya encontró molesto.

_ Pues pareces muy humana. _ Selennaya se posicionó detrás de ella, por si acaso.

_ O más bien tú pareces un señor del tiempo… _ Dijo, con retintín.

_ ¿Señor del tiempo? Suena pretencioso de narices.

La pelirroja iba a contestar cuando escucharon aquella voz de hombre atravesando los túneles, rogando por ayuda. A Selennaya se le puso la piel de gallina, más cuando vio que la pelirroja iba en esa dirección.

_ ¿A dónde vas? _ Le preguntó. _ Por ahí está esa cosa.

_ Sí, lo sé… es lo que busco. Puedes irte, si quieres.

_ ¿Irme? Después de esta carrera es imposible saber cómo salir.

_ Es fácil, primero a la derecha, luego a la izquierda, luego te cuelas entre los escombros… _ Comenzó a dar una larga explicación sobre recodos y rincones ocultos de aquel lugar, que le demostró a Selennaya que tenía un mapa mental exhaustivo del lugar. _ ...un último giro a la izquierda y sales cerca de la torre Eiffel. No tiene pérdida.

_ Creo que preferiría que me acompañases…

Estaba completamente segura de que, aunque grabase esa retahíla sería incapaz de salir de aquel lugar sin perderse. Y aunque seguirla en su búsqueda de la criatura sonaba aterrador, de lo que estaba segura era de que si no la seguía iba a morir perdida en aquellas catacumbas.

_ Entonces tendrás que esperar a que resuelva esto. Quédate detrás de mí. _ Dijo, en apariencia hastiada. _ Y no molestes.

Selennaya asintió y tragó saliva mientras seguía a aquella mujer hasta lo más profundo de aquellas cuevas. La luz verde ayudaba a ver más allá de donde se encontraban, porque la oscuridad era tan densa que resultaba difícil ver más allá de sus narices sin ella.

_ Oye… aún no sé tu nombre. _ Susurró Selennaya.

_ Anzu. _ Bufó la mujer. _ Puedes llamarme Anzu.

_ Yo soy Selennaya. _ Dijo ella, en voz baja.

_ Muy bien, no recuerdo haberte preguntado.

_ ¿Es necesario que seas tan borde? _ Le preguntó, enfurruñada.

_ Supongo que no, pero tampoco es necesario que no lo sea. _ Acto seguido la mandó a callar con el dedo.

Apareció girando por una de aquellas muchas esquinas. Ahora que lo miraba bien, se trataba de una criatura desgarbada. Cuando la había perseguido había usado las manos, probablemente porque no había podido mantenerse en pie.

_ Ayúdame...

_ Pobre… _ Susurró Anzu. _ Mírate… No me extraña que ruegues… ¿Cuánto tiempo llevas así? ¿Cien… doscientos años? ¿Sabes qué?… Mejor no me lo digas.

Adelantó el dispositivo de su mano y este volvió a sonar. El ruido molesto fue ganando en volumen hasta alcanzar una intensidad que provocó que Selennaya se tuviera que llevar las manos a los oídos. La criatura comenzó a chillar. Sonaba un coro de voces sin ritmo ni cohesión a través de él, hasta que, con un fogonazo… explotó. Selennaya notó una extraña sensación de desasosiego.

_ ¿Le has matado? _ Preguntó.

_ No se puede matar algo que no está vivo. _ Respondió ella, sombría.

_ ¿Qué era? _ Preguntó Selennaya.

_ El cúmulo de energía de toda la gente que ha muerto aquí dentro. _ Suspiró. _ Los que se han perdido a lo largo de los años… los que han entrado buscando a esas mismas personas. Tienes suerte, si no hubiera aparecido para salvarte seguramente habrías acabado formando parte de él.

_ ¿Para salvarme? Creía que estabas aquí por casualidad.

Anzu pareció darse cuenta de que había metido la pata y rápidamente decidió zanjar la cuestión.

_ Sí, y así es. Sólo pasaba por aquí…

_ Y me oíste gritar… por eso viniste. _ Selennaya sonrió.

_ ¿Qué? No seas tonta. Yo nunca haría algo tan estúpido. _ susurró Anzu, aunque parecía incapaz de mirarla a la cara al decirlo.

_ Claro… por supuesto que no… _ Selennaya le puso la mano en el hombro. _ Pero… gracias por salvarme mientras pasabas casualmente por aquí.

_ De nada. _ Respondió Anzu.

Empezaron a andar a buen paso. Selennaya se sentía mucho más segura en aquel momento.

_ ¿Y a eso te dedicas? ¿Eres como una especie de cazafantasmas o algo así? _ Preguntó al cabo de un rato.

_ Los fantasmas no existen, Selennaya… ya te lo he dicho. _ Suspiró. _ Pero… supongo que un poco sí. Yo sólo quiero pasear… explorar el universo… pero tengo muy mala suerte… siempre me topo con cosas así. Y estaría mal dejarlas proliferar, ¿Sabes?

_ Por supuesto… _ La miró. _ ¿Y vas sola a todas partes?

Anzu no respondió de inmediato. De hecho, detuvo su marcha, provocando que Selennaya se quedara quieta un momento. Anzu pareció dudar antes de responder, pero lo hizo con contundencia.

_ Sí, voy sola. ¿Por qué?

_ Había pensado que quizá querrías compañía. _ La miró a los ojos. _ Tú lo has dicho, nadie me echaría de menos si desapareciera.

_ Pongamos que te dijera que sí… ¿Realmente querrías vivir cosas como esta? Estamos hablando del material de las pesadillas de mucha gente, Selennaya. Cuando te he encontrado estabas a punto de mearte encima.

_ Bueno, pero tú cuidarías de mí, ¿Verdad? Piénsalo. No tiene gracia que parezcas tan lista e ingeniosa si no hay nadie para escucharte. Vamos, sé que no te gusta estar sola… se te ve en la cara.

Selennaya tenía el brillo de la aventura en la mirada mientras esperaba la respuesta de Anzu. La pelirroja finalmente había alcanzado la salida cuando le respondió.

_ Está bien… te dejaré venir conmigo. _ Intentaba que no se notara, pero el brillo de su propia mirada delataba que sí que le hacía ilusión. _ Pero tienes que prometerme que vas a hacer lo que te diga, por absurdo que sea.

_ De acuerdo. _ Respondió Selennaya.

_ Muy bien, desnúdate. Estoy esperando.

_ ¿Eh? _ Selennaya se cruzó de brazos. _ No, eso no. Eso no entra en el trato.

Anzu se echó a reír.

_ Bien, prueba superada. Sígueme.

Anzu la guio hasta lo que parecía un viejo cobertizo abandonado que ella no recordaba que estuviera allí el día anterior. La pelirroja se metió y le indicó con la mano que la siguiera.

Selennaya se preguntaba cómo iban a entrar ambas en semejante espacio. apenas pensaba que pudiera caber la propia Anzu, que era significativamente más alta que ella. No quería imaginarse cómo hacerlo las dos. Pero, era la primera petición absurda, así que se encogió para entrar en aquel espacio. Buscó las paredes para sujetarse y se cayó de bruces contra el suelo.

Se encontraba repentinamente en lo que parecía una enorme sala de control. Con acabados en madera, y un gran panel de mandos en el centro, la sala era absurdamente grande. Selennaya tenía el rostro desencajado de sorpresa, observando a Anzu, incrédula.

_ Vas a decir que es más grande por dentro, lo sé… _ Sonrió. _ Y te queda mucho más por ver… di adiós a París… y saluda al resto.

Movió una palanca y, con una turbulencia, la habitación entera tembló cuando, por lo que Selennaya llegó a entender… despegó.