N/A: Damas y caballeros, ¡sean bienvenidos a una nueva historia! La tercera publicada por vuestro humilde servidor JkAlex18.

Gracias, gracias por los aplausos, ya pueden sentarse.

He estado debatiendo sobre si publicar esta nueva historia o no, ya que aún tengo pendiente a "El Retorno del Héroe" y "Sangre Pura" los cuales apenas he comenzado y tengo la intención de seguir escribiéndolos. Pero decidí hacerlo para darle una oportunidad a esta historia, porque es algo que ha estado en mi mente los últimos meses.

Como verán, este fic será un crossover entre Percy Jackson y Avatar La Leyenda de Aang. Una combinación poco frecuente, pero le veo mucho potencial.

Siempre fui un fan de Avatar, ya que lo veía de niño en Nickelodeon y se convirtió en una de mis series animadas favoritas. Y ahora que se ha confirmado las series Live-Action de ambos, mi fanatismo solo ha aumentado.

Así que he decidido combinar dos de mis series favoritas en una sola y, como resultado, nació este fanfic llamado "Avatar; La Leyenda de Perseo"

Reconozco que Avatar La leyenda de Aang es una serie para "niños", por lo que no se adentra mucho en lo horrible y cruel que llega a ser la guerra. Comprendo que, como estaba dirigido para un público infantil, tuvieron que censurar muchas, muchas cosas. Pero he decidido cambiar eso.

Ahora, tampoco voy a escribir una historia sombría y oscura, llena de masacre, matanza y violaciones como Berserk (aunque me siento muy tentado a hacerlo). No. Mi intención es elevar un poco el estándar, enfocándome más para un público adolescente y adulto joven, como son la mayoría de las personas que leen esto.

Si tuviera que ponerle una etiqueta basándome en algo que todos conocemos, sería como Naruto, un "shonen". Tendrá sus momentos de comedia y felicidad, pero también habrá sus momentos tristes, dramáticos y serios. Y, como sé que todos quieren, también habrá romance, mucho más que en la serie original de Avatar. Es por eso por lo que los personajes serán un poco mayores, no niños como en la serie original de Avatar, sino adolescentes cercanos a la edad adulta.

Esta historia solo será ocasional, es decir, que no será algo constante. Los capítulos no saldrán con la misma rapidez que mis otras historias, como lo fue con "El Origen de un Héroe" o la primera temporada de "Sangre Pura". Aunque eso puede llegar a cambiar dependiendo de que tan buena recepción tenga.

En fin, lamento que hayan leído esta larga nota de autor, pero era importante dejar en claro esos puntos.

Así que, sin más preámbulos... Let's go!


Prólogo

La llegada del semidiós

¿Qué tan lejos estaría dispuesto a llegar una madre por su hijo?

Un niño. Un delicado y pequeño ser que está dentro de tu vientre durante casi nueve meses, acompañándote en cada momento del día y la noche. Un pequeño ser vivo que dependía completamente de ti. Un milagro de la creación, de la vida, creciendo dentro de ti.

Para Sally Jackson, no había absolutamente nada que no haría por su hijo. Entregaría completamente todo de manera voluntaria con el fin de garantizar su seguridad.

Ella conocía los riesgos. Los doctores se lo habían dicho estos últimos meses de embarazo, que había desarrolla una complicación luego de las 20 semanas. Preeclampsia, ese era el término que habían utilizado los doctores. En otras palabras, había desarrollado una elevada presión arterial debido a su embarazo. Y fue debido a esa complicación que tuvo que dar a luz de manera prematura.

Los doctores le habían dicho que existía altas probabilidades de que el niño no pudiera sobrevivir a la labor de parto debido a su nacimiento prematuro, pero Sally tuvo fe de que lo haría. Aquel niño, su hijo, era especial, ella lo sabía. Su propia existencia era un milagro.

Incluso con el fuerte dolor que abrumaba su cuerpo hasta el punto de querer gritar, ella aun así decidió seguir adelante. No por ella, sino por su hijo por nacer.

Después de lo que se sintieron horas de ardua labor de parto, finalmente ocurrió. Su hijo había nacido.

—Doctor... —llamó la enfermera, intentando ocultar la alarma en su voz.

El doctor guardó silencio mientras sostenía al bebé recién nacido.

—Doctor... ¿Hay algún problema con mi hijo? —inquirió Sally, con una creciente preocupación inundando su pecho.

El doctor miró con tristeza a la joven madre.

—Sra. Jackson, su hijo... no está respirando.

Sally jadeó, alarmada.

—Démelo—exigió ella, estirando los brazos—. Deme a mi hijo.

—Sra. Jackson... tenemos que reanimar...

— ¡Por favor!

Algo receloso, el doctor le entregó el recién nacido a la enfermera, quien rápidamente lo limpió antes de colocarlo sobre el vientre de su madre y cubrirlo con una toalla limpia.

Sally sintió las que lágrimas comenzaban a picar en sus ojos al ver el pequeño e inerte cuerpo de su hijo. Se veía tan frágil y delicado. Un dolor comenzó a retorcerse en su pecho, más grande que cualquiera que había sentido en su vida. Ella lo sostuvo contra su pecho, buscando algún tipo de reacción en el infante, pero no ocurrió nada. Él no se movía y no emitía ningún sonido.

— ¡Prepárense para reanimación! —ordenó el doctor—. ¡Ese niño tiene que comenzar a respirar por sí mismo antes de que su corazón se detenga!

—Doctor, los latidos están disminuyendo y aún hay apnea—informó la enfermera, colocando el estetoscopio sobre el pecho del niño y verificando su respiración.

—Traigan la mascarilla e inicien con la ventilación.

Mientras el doctor y las enfermeras se prepararon rápidamente para comenzar a reanimación al recién nacido, Sally extendió su mano temblorosa al cuerpo de su hijo y colocó sus dedos sobre donde se encontraba su corazón. Podía sentirlo, sentía su pequeño corazón latir. Su hijo estaba vivo, pero necesitaba respirar por sí mismo.

—Perseo... —musitó ella—. Percy... Mi pequeño...

—Sra. Jackson, por favor denos a su hijo para comenzar con la reanimación antes de...

El doctor se vio interrumpido por el fuerte llanto que llenó toda la sala. Todos los presentes miraron atónitos al recién nacido, la sorpresa evidente en sus rostros.

Sally miró a su hijo recién nacido, escuchándolo llorar. Y al escucharlo aclamar al mundo que estaba vivo con toda la fuerza que su pequeño cuerpo podía reunir, hizo que cada dolencia desapareciera, siendo reemplazada por la satisfacción, el alivio y la dicha de saber que su hijo estaba vivo.

—Es impresionante... —comentó una de las enfermeras—. Para ser un niño prematuro, sí que tiene fuerza en sus pulmones.

—Es un luchador, al igual que su madre—elogió el doctor, acercándose al niño para colocar un gorro de algodón en su cabeza—. Es un niño hermoso, con un nombre magnífico.

Sally acarició la cabeza de su hijo. Observando los pequeños mechones de su cabello negro con aire somnoliento, ahora que la prolongada labor de parto había terminado y su hijo había nacido sano, se sentía exhausta y con sueño.

—Su padre es griego... —murmuró ella, acariciando el rostro de su hijo, quien había cesado su llanto en favor a chuparse el dedo—. Quiero que tenga algo que le recuerde de donde viene... Que lo acompañe siempre... Y tal vez pueda llegar a tener un final feliz como su homónimo...

Sally comenzó a cerrar los ojos lentamente, viéndose confundida y desorientada. Comenzó a sentir un frío intenso en todo su cuerpo, a la vez que el pitido de alarma del monitor comenzó a resonar. El doctor y las enfermeras voltear a observar con alarma como los signos vitales comenzaban a cambiar drásticamente.

— ¡Doctor, la presión arterial está descendiendo y los latidos están aumentando! —informó la enfermera—. ¡Su frecuencia respiratoria también está aumentando!

—Está entrando en shock hemorrágico, lo más probable debido a su atonía uterina—dedujo el doctor—. Administren 20 unidades de oxitocina en 500 ml de solución glucosada, junto con solución fisiológica en infusión continua para reponer el volumen sanguíneo perdido. ¡Rápido!

Una de las enfermeras rápidamente siguió las instrucciones del doctor, mientras que otra agarraba al bebé recién nacido y lo apartaba de su madre. Inmediatamente, el bebé comenzó a llorar, sintiendo la pérdida del contacto con su madre.

—Ya, ya, tranquilo, pequeño—la enfermera intentó calmarlo—. Mamá estará bien.

Pero el pequeño bebé seguía llorando, clamando por su madre.

Sally dirigió su mirada cansada y extendió su mano débilmente.

—Percy... — murmuró ella de manera casi inaudible —. Mi niño...

Su mente se sentía cada vez más nublada, la somnolencia comenzaba a abrumarla y la sensación de su cuerpo era cada vez más distante, como si este no le perteneciera.

— ¡Doctor, no se estabiliza! —informó la enfermera, observando el monitor—. ¡Su elevada presión arterial y su taquicardia hace que pierda demasiada sangre!

El doctor frunció el ceño de manera frustrada.

—No podemos utilizar metilergonovina debido a su preeclampsia... Tendré que hacer una ligadura de las arterias uterinas. Eso nos dará algo de tiempo. Mientras tanto, colóquenle una mascarilla con oxígeno para que su saturación no disminuya aún más.

Incluso cuando le colocaron la mascarilla y Sally sintió el oxígeno, su confusión y somnolencia no disminuyeron. Con su visión borrosa, volteó hacia donde estuchaba el llanto de su hijo. Sonaba cada vez más lejano y apagado.

Ella lo sabía, sabía lo que ocurriría, podía sentirlo acercarse cada vez más. No estaba ajena a ello. Había estado presente con anterioridad. Sus padres, su tío, y ahora ella.

Extrañamente, no sentía ningún tipo de incomodidad o dolor. El frío abrumador había desaparecido, siendo reemplazado por una extraña, inesperada y a la vez abrumadora sensación de paz. No sentía ira o resentimiento por su situación. Solo aceptación.

Sabía que no tenía mucho tiempo, unos segundos o más, tal vez unos minutos. Y, en los últimos instantes de su vida, sus pensamientos solo estaban dirigidos a su hijo. Había tantas cosas que ella quería decirle, incluso si él no las entendiera. Quería decirle que estaba orgullosa de ser su madre. Agradecida con él por brindarle la fugaz y efímera experiencia de ser una madre.

—Poseidón... —musitó ella, con los últimos ápices de su fuerza—. Por favor... ayúdalo...

Antes de cerrar los ojos, su mente solo estaba llena de pensamientos de preocupación hacia su hijo.


En una oscura y solitaria habitación de cuidados intensivos del hospital, un hombre observaba con gran pesar a la mujer y al niño en la cama. Diferentes cánulas de plástico estaban incrustadas en los brazos de la mujer, proporcionándole los soportes vitales que necesitaba su cuerpo. El monitor reflejaba sus signos vitales, los cuales estaban muy bajos.

El pequeño niño recién nacido se encontraba con su madre, aferrándose fuertemente a su pecho mientras dormía.

Los doctores le habían realizado todos los estudios correspondientes para verificar que estaba completamente sano, sorprendiéndose de los resultados. Para un niño prematuro de menos de 36 semanas, no había presentado ninguna anomalía, alteración, ni retraso en su desarrollo. No necesitó ningún tipo de asistencia médica más allá de su alimentación. Ni siquiera se necesitó ser colocarlo en una incubadora.

Ahora, el niño se aferraba a su madre como una cuerda de salvación y ese hecho solo causó que la aflicción del hombre que los miraba aumentara aún más.

De manera algo dudosa, el hombre estiró su camino y acarició con suavidad el rostro de la mujer, el cual se veía pálido.

—Perdóname, Sally—dijo él con voz lastimera.

—A ella no le queda mucho tiempo. Su vida se está apagando.

Afuera, un rayo surcó los cielos, iluminando levemente la habitación a través de la ventana. Cuando el rayo se fue, una mujer se encontraba a los pies de la cama. Era una mujer que llevaba largo vestido negro y morado. Su cabello negro fluía de manera ondulante como un río, enmascarando un rostro hermoso, pero severo.

—Estigia—dijo el nombre, sonando levemente sorprendido—. ¿Qué haces aquí?

—Tú sabes bien por qué estoy aquí, Poseidón—Estigia desvió su mirada hacia la mujer y el niño que dormía plácidamente —. Has roto tu juramento. Un juramento hecho a mi río. Sabes muy bien lo que eso significa, al igual que las consecuencias de romperlo.

Los ojos de Poseidón se abrieron con alarma, antes de entrecerrarse con furia.

—Si te atreves a hacerles algo te juro que...

Estigia se burló.

— ¿Jurar? Por favor, Poseidón, tus juramentos no son nada. No valen nada. El nacimiento de este niño, tu hijo, es la prueba de ello.

Poseidón apretó los dientes y apartó la mirada, sintiendo que su furia era opacada por su vergüenza. Él sabía que no podía negar totalmente sus palabras.

Estigia rodeó lentamente la cama. Más que caminar, parecía deslizarse por el piso, con su vestido ondeándose de manera fantasmal, al igual que su cabello. Se colocó al lado de la cama de Sally y la miró con detenimiento antes de deslizar su mirada hacia el pequeño bebé.

—Este niño es la prueba viviente de tu juramento roto, un juramento que fue hecho en mi nombre. Un niño maldito que no debería de haber nacido. Su propia existencia es una amenaza para todo el orden establecido en los últimos milenios—ella acarició el rostro del bebé, quien se estremeció ante su toque—. Y no toleraré que en este mundo exista la prueba de un juramento roto en mi nombre. Un juramento roto trae consecuencias, Poseidón.

La expresión de Poseidón reflejaba una creciente inquietud y pavor.

—Estigia... no estarás insinuando...

—Mereces ser castigado, Poseidón—la mirada que le dirigió fue severa e implacable—. Incluso si eres un inmortal, eso no te exenta de las consecuencias. Zeus, Hades y tú hicieron un juramento en mi nombre. Y tú fuiste el único en romperlo al tener a este niño. Un niño que no debería de haber nacido. Por lo tanto, las Parcas han decretado que impartir el castigo adecuado está en mis manos.

—No... no puedes... ¡Es solo un niño! Un hijo no merece ser castigado por los pecados del padre... —Poseidón observó a su hijo con aflicción, pero a la vez con determinación—. Castígame a mí, pero deja a mi hijo en paz. Él es inocente.

La mirada de Estigia se suavizó ligeramente al observar el bebé dormido.

—Tienes razón. El niño no ha cometido mal alguno. Su alma es pura e inocente, libre del cualquier mal del hombre.

—Entonces deja que viva y aceptaré cualquier castigo que consideres darme.

—Una salvación para el hijo y un castigo para el padre... —reflexionó Estigia—. Suena apropiado. Dime, Poseidón, ¿hasta dónde estás dispuesto llegar para salvar la vida de tu hijo? Esta mujer mortal hizo el máximo sacrificio por el nacimiento de su hijo. Ella ofreció su vida. ¿Y tú? ¿Qué estás dispuesto a ofrecer por la salvación de tu hijo?

—Yo... ofreceré lo que sea necesario con tal de garantizar su seguridad—Poseidón observó a Sally con pena—. Después de todo, es lo único que ella alguna vez me pidió.

El silencio pareció eterno mientras Estigia observaba a la madre y al niño.

—He tomado una decisión—declaró ella—. Tu hijo será salvado a cambio de tu castigo. Tu penitencia será que nunca volverás a interferir directamente en su vida.

— ¡¿Qué...?!

—Y no solo eso, sino que no volverás a tener ninguna otra descendencia, por lo que queda del resto de la vida de este niño. Ningún semidiós hijo tuyo nacerá hasta que la vida de este niño llegue a su fin.

— ¡¿Todo eso a cambio de dejarlo vivir?! ¿¡Me condenarás a no formar parte de la vida de mi propio hijo!?

—Ofrezco más que solo dejar vivir a tu hijo, le ofrezco la salvación.

— ¿A qué te refieres? —inquirió Poseidón, confundido.

—Incluso si tu hijo vive más allá de este día, ¿qué es lo que le espera? Es un héroe, por lo que su vida está condenada a ser corta, dolorosa y trágica. Además, es tu hijo, un hijo de los Tres Grandes. Será un semidiós muy poderoso... y muy peligroso. Zeus no permitirá que corra libremente cuando representa una amenaza para su reinado en el Olimpo.

—La Gran Profecía...

Un rayo surcó el cielo, iluminando las oscuras facciones de Estigia.

—El destino de tu hijo estuvo sellado desde el momento de su nacimiento... pero yo puedo salvarlo de ese destino.

— ¿Qué tienes en mente? —preguntó Poseidón, ansioso.

Estigia le dio la espalda a Poseidón y observó por la ventana. Debido a los fluctuantes e intensos sentimientos del dios de los mares, una fuerte lluvia caía del cielo, el cual estaba lleno de nubes negras y tormentosas. Un frío y fuerte viento golpeaba contra las ventanas y, en la distancia, grandes olas golpeaban con fuerza a la estatua de la libertad que se veía en el horizonte.

—La mejor manera de salvarlo del destino que las Parcas han decretado para él, es enviarlo a un lugar lejos de su influencia. O al menos, un lugar donde su influencia sea tan pequeña, casi inexistente, que no podrán intervenir. Tu hijo será capaz de escapar de los hilos del destino para forjar uno propio.

— ¿Y cómo planeas hacer eso? —cuestionó Poseidón.

—A través de mi río—respondió Estigia, causando que los ojos de Poseidón se abrieran con sorpresa—. Mi río es el límite entre el mundo de los vivos y de los muertos. Y, al recorrer el Inframundo durante nueve veces y converger en el centro del Inframundo con los ríos Flegetonte, Aqueronte, Cocito y Lete, desemboca en un lugar mucho más allá del dominio de los dioses y las mismas Parcas.

—Este mundo del que hablas... ¿Cómo es?

Poseidón, al igual que todos los dioses, sabía sobre la existencia de otros mundos. Algunos tan alejados entre ellos que era imposible, incluso para los mismos dioses, interaccionar con ellos. De la misma manera que era imposible para ellos conocer la existencia de todos los mundos. Sería como contar los granos de arena en un desierto. Así de vasto era el universo.

—Es un mundo donde los mortales y los espíritus coexisten en equilibrio y armonía—explicó Estigia—. Y, aunque los mortales tengas sus diferencias, han logrado sobrellevarlos y prosperar. Sé que tu hijo podrá sobrevivir y ser libre en ese mundo.

A pesar de sus palabras, la expresión de Poseidón reflejaba su preocupación e inquietud.

—Pero para llegar a ese mundo, mi hijo tendría que llegar al lugar donde convergen los ríos del Inframundo. Él tendría que ir a través de tu río, y al hacerlo...

Estigia asintió.

—Tendrá que bañarse en mis aguas. Y no solo para poder llegar a este nuevo mundo, sino para resistir la convergencia de los ríos del Inframundo. Para llegar a este nuevo mundo, él tendrá que recibir mi bendición.

—Una maldición, querrás decir—gruñó Poseidón—. Será poderoso, sí, pero también será débil. Vulnerable. Sus poderes se incrementarán, pero también sus debilidades. Y eso podría conducirlo a su muerte.

—Es la única forma en la que sobrevivirá el viaje—insistió Estigia—. Debes tener fe en tu hijo, Poseidón.

Poseidón entrecerró sus ojos con sospecha.

—Te veo muy interesada en enviar a mi hijo a ese mundo, Estigia. ¿Qué es lo que no me estás contando?

El rostro de Estigia permaneció imperturbable, pero la leve mirada de soslayo que dirigió al niño fue toda la confirmación que Poseidón necesitó.

—En ese mundo, el mundo donde los mortales y los espíritus coexisten, separados por una delgada capa, ha estado en guerra durante casi cien años.

— ¿Y quieres que mi hijo detenga esa guerra?

—No. En ese mundo ya hay alguien que algún día lo resolverá.

—Entonces, ¿por qué enviar a mi hijo allí? —cuestionó Poseidón.

—Debido a que, dentro de dieciséis años, ocurrirá un evento único que provocará que el Inframundo esté directamente conectado a ese mundo por un breve periodo de tiempo. Habrá una brecha. Solo ha ocurrido una vez en el pasado, pero cuando sucedió, los peores y más horribles monstruos de las profundidades del Tártaro invadieron ese mundo y atormentaron a las personas por años. Y en aquella ocasión fue un semidiós de este mundo quien los detuvo.

Poseidón abrió los ojos con sorpresa.

—Entonces alguien más ya ha ido a ese mundo en el pasado. Y supongo que de la misma forma.

Estigia asintió.

—Un hijo de Hermes. Un niño joven y herido, pero noble, que quería dejar atrás una vida que solo había sido trágica para él. Le ofrecí ir a aquel mundo cuando descubrí la grieta y los monstruos que llegaron a filtrarse por ella. Él partió voluntariamente, recibiendo la bendición de su madre y la mía.

— ¿Qué pasó con aquel joven? —preguntó Poseidón, intrigado.

El fantasma de una sonrisa estiró los labios de Estigia.

—Mediante la pequeña conexión que compartía con él al recibir mi bendición, pude sentir que vivió una vida larga y prospera. Él murió en paz a la edad de 120 años en el lecho de su hogar, rodeado de una familia que llegó a formar.

Escuchar aquello le llenó de una pequeña esperanza a Poseidón. Una esperanza de que su hijo viviera una larga y fructífera vida, lejos de la influencia de los dioses... incluso de él mismo.

— ¿Por qué te preocupas tanto por el bienestar de ese mundo? —preguntó Poseidón.

—Es, en parte, responsabilidad mía que los monstruos se filtren a ese mundo debido a que mi río desemboca allí—continuó Estigia—. Y aunque hay una poderosa barrera que siempre impide que los monstruos atraviesen de este mundo al otro, esa barrera desaparecerá por un breve periodo de tiempo dentro de dieciséis años. Es por eso que debe de haber alguien allí para evitar el caos.

—Y deseas que ese alguien sea mi hijo.

Estigia asintió y miró al bebé de manera apreciativa.

—Es un semidiós poderoso. Un hijo de los Tres Grandes. Y al bañarse en mi río, será imparable. Invencible. Pero, sobre todo, será alguien libre de la influencia de los dioses. Esta es mi propuesta, Poseidón. Esta es la salvación que le ofrezco a tu hijo. Y a la vez, el castigo que te impongo por romper tu juramento.

Poseidón reflexionó sobre las palabras de Estigia durante unos minutos. Observó a su hijo, quien estaba felizmente inconsciente sobre toda la situación mientras se aferraba a su madre.

La propuesta de Estigia era lo que muchos considerarían inaudito, insólito y una absoluta locura.

Pero era la única opción que Poseidón tenía para salvar a su hijo.

Él bajó la cabeza, resignado.

—Al menos permíteme despedirme de mi hijo... y de Sally.

La severa mirada de Estigia se suavizó y asintió.

Poseidón se acercó a la cama y, con lentitud y cuidado, levantó a su hijo y lo acunó contra su pecho. La acción despertó al niño, quien inmediatamente comenzó a llorar. Poseidón entró en pánico y comenzó a mecer al niño en un intento de calmarlo, pero no pareció funcionar.

—Ya, ya. Tranquilo, yo estoy aquí—habló con voz suave y cariño—. Todo va a estar bien, pequeño.

Al escuchar su voz, los llantos del bebé comenzaron a cesar y con lentitud comenzó a abrir sus ojos. Poseidón sintió un nudo formarse en su garganta al ver que los ojos de su hijo eran del mismo color que los suyos. Un intenso verde mar que parecían brillar en la habitación levemente iluminada, reflejando la más pura inocencia que solo un niño poseía.

—Hay... Hay tantas cosas que deseo decirte—habló Poseidón, con voz ahogada—. Pero tan poco tiempo para decirlas todas.

El bebé se removió, agitando levemente sus manos. Poseidón acercó su mano, causando que el niño agarra su dedo meñique. Su mano era tan pequeña que no podía agarrar completamente el dedo.

Poseidón observó con diversión como su hijo llevó su dedo a la boca.

—Perseo... No espero que me perdones por las decisiones que he tomado, solo espero que entiendas por qué te envío lejos. Y porque no podré estar allí para ti. No sé qué tipo de lugar es aquel a donde irás, pero estoy seguro de que podrás adaptarte y prosperar. Eres un niño muy especial, más de lo que puedas imaginar. Y no lo digo porque seas mi hijo, sino porque eres hijo de tu madre, una de las mujeres más valientes, amables y compasivas que he conocido. Debes de ser como ella. Vive una vida larga y sin arrepentimientos. Y hagas lo que hagas, cualquiera sea el camino que decidas tomar, quiero que sepas que eres un hijo mío. Eres un auténtico hijo del dios del mar, no lo olvides nunca.

Con gran pesar, Poseidón le entregó el bebé a Estigia, quien había contemplado la despedida en un respetuoso silencio. Agarró al niño con suavidad y lo arropó contra su pecho.

—No preocupes, Poseidón, me aseguraré de que tu hijo llegue a salvo, y que su madre cruce mi río—ella le dirigió una mirada a la madre dormida—. Después de todo, su bendición es necesaria.

Un rayo volvió a iluminar la habitación y, cuando desapareció, también lo hizo Estigia.

Poseidón se acercó a la cama de Sally y depositó un suave beso en su frente para luego apartar unos mechones de cabello de su rostro.

—Adiós, Sally, fuiste una reina entre los mortales—dijo él con añoranza en su voz—. Que tu alma encuentre su camino hacia los Campos Elíseos.

Él suavemente tomó su mano y aguardó pacientemente a su lado el inevitable momento.

Luego de lo que parecieron ser horas después, el monitor a un lado de la cama dio un fuerte y constante pitido, resonando por toda la habitación, señalando el final de la vida de Sally Jackson.


— ¿Dónde estoy?

Sally miró por los alrededores, una sensación de pánico inundando su pecho. Hace tan solo unos instantes, se encontraba en una cama de hospital, dando a luz a su hijo. Ahora, se encontraba en un lugar que nunca antes había visto. Pero, lo que más la alarmó fue que, al observarse a sí misma, vio que su cuerpo era traslúcido. Podía incluso llegar a verse la arena bajo sus pies a través de sus manos.

Comenzó a mirar frenéticamente por los alrededores. Era un lugar oscuro, frío, lúgubre y rocoso. Estaba a las orillas de lo que era un río negro y aceitoso. En su superficie, flotaba huesos, peces muertos junto a algunas cosas más extrañas; muñecas de plástico, claveles aplastados, diplomas con bordes dorados.

Al mirar todos los extraños objetos flotando en la superficie, uno de ellos llamó su atención. Al mirar con más detenimiento, pudo ver que era el marco de una fotografía donde podía verse una foto de lo que parecía ser una familia. Sally inmediatamente pudo llegar a reconocerse a sí misma. Unos años mayor, con algunas arrugas y el cabello más canoso, pero definitivamente era ella. Así mismo, también reconoció a Poseidón. El mismo cabello negro azabache, barba bien recortada y ojos tan verdes como el mar. Se veía tan hermoso como el último día que lo vio.

Pero lo que más llamó su atención fue que, en medio de ellos, había un niño de alrededor doce años de edad con una gran sonrisa. Y, de la misma forma que con Poseidón, Sally supo al instante quién era aquel niño tan guapo. Después de todo, era la viva imagen de su padre.

Estaba viendo la imagen de su hijo.

Un nudo se formó en su garganta mientras observaba la foto hundirse lentamente en el río.

—Estás en el Inframundo.

Sally volteó, alarmada, y observó a una hermosa mujer acercarse. Su vestido negro parecía deslizarse por el suelo y su cabello negro ondulaba como el mismo río frente a ellos. En sus manos, sostenía un pequeño bulto rodeado de mantas.

— ¿El Inframundo? —inquirió Sally, con creciente pavor—. Entonces, eso quiere decir que yo...

La mujer asintió. Un destello de pena y lástima brilló en sus oscuros ojos.

—Has muerto, Sally Jackson. Hiciste el máximo sacrificio que una madre puede dar por su hijo; su propia vida.

Ella le mostró el pequeño bulto. Sally lo miró, algo confusa, pero cuando vio más de cerca, quedó alarmada al observar a su hijo recién nacido.

Rápidamente, intentó agarrarlo, pero sus manos traslúcidas atravesaron el cuerpo de su hijo.

— ¿Qué...? ¿Por qué no puedo...?

Ante el creciente pánico de la mujer, la diosa explicó:

—Los muertos no pueden interactuar con los vivos. Tu hijo está vivo y tú, lastimosamente, has muerto.

Sally sintió un escalofrío recorrer por su cuerpo, junto con una punzada de dolor en su corazón.

—Así que... realmente sucedió—musitó ella con voz ahogada, mirándose las manos traslúcidas—. Yo... en esa cama de hospital...

—Lamento que tu destino haya terminado de una manera tan trágica—dijo Estigia de manera comprensiva—. Eras tan joven, tan hermosa. Tenías todo un futuro por delante. La mayoría de las veces en las que un mortal interactúa con un dios termina en dolor y tragedia.

Sally se limpió las lágrimas que cayeron por su rostro. Le pareció curioso que, incluso como alguien que había muerto y con el cuerpo traslúcido como un fantasma, pudiera llorar.

—Disculpe, pero... ¿Quién es usted? —preguntó ella, su voz entrecortada debido a su llanto—. Supongo... que es una diosa.

La mujer asintió.

—Muy perceptiva. Tienes razón. Soy la diosa Estigia, diosa del odio y guardiana de los juramentos. Así mismo, también soy la diosa del río que fluye a tus espaldas. Por lo que sé, Poseidón te ha revelado la verdad sobre nuestra existencia en este mundo.

—Sí... lo hizo—con una mirada de lejana añoranza mientras observaba el lugar donde había visto la fotografía familiar en el río—. En un principio, no le creí. Supuse que solo estaba intentando ser divertido, pero cuando me mostró las cosas que podía hacer... no fue difícil aceptar la verdad. Él insistió en que no podíamos estar juntos, pero yo aun así deseaba estar con él. Yo lo amaba... y gran parte de mí aún lo hace. Cuando me embaracé, me advirtió sobre los peligros que había en el mundo para nuestro hijo. Dioses, monstruos, profecías... Me dijo que nuestro hijo estaba destinado para el cambio, ya sea para bien o para mal.

—Pero a pesar de todo eso, aún decidiste dar a luz a ese niño.

— ¿Cómo podría no hacerlo? —Sally miró a su hijo con amor, cariño y una profunda tristeza—. Es mi hijo, no hay nada que no haría por él.

Estigia guardó silencio unos segundos antes de decir:

—Aún hay una última cosa que puedes hacer por él.

Sally miró a la diosa con confusión y Estigia le contó todo. El juramento de los Tres Grandes de no tener más hijos. El hecho de que Poseidón fue el único en romper dicho juramento. La Gran Profecía y la amenaza que representaba su hijo para el Olimpo y todo el mundo.

Pero también le contó sobre su intención de enviar a su hijo a un nuevo mundo, donde dentro de dieciséis años, tendría que detener una invasión de monstruos. Una salida para el sombrío futuro del niño.

—Con la bendición que obtendrá al bañarse en mi río, estoy segura de que tu hijo no solo podrá sobrevivir, sino también prosperar en este nuevo mundo—explicó Estigia—. Un semidiós en el pasado ya lo ha hecho. Fue a aquel mundo y vivió una larga y fructífera vida. Le ofrezco a tu hijo la misma posibilidad de vivir libre, lejos de la influencia de los dioses.

Cuando terminó, los ojos se Sally se empañaron con lágrimas no derramadas. Pasó un minuto entero antes de que ella volviera a hablar.

—Si acepto tu propuesta, mi hijo... mi niño estará solo en ese mundo.

—Si se queda aquí, también lo estará.

—Pero tendrá a su padre. Él haría algo.

Estigia negó con la cabeza.

—Poseidón no puede interferir directamente en la vida de su hijo, las Antiguas Leyes se lo impiden. E incluso si lo hiciera, solo atraería la atención de los demás dioses y monstruos sobre él. Quedarse en este mundo, no es seguro para tu hijo, pero en este nuevo mundo estará a salvo.

Sally miró a su hijo con tristeza y pena. Estudió sus rasgos detenidamente, sus sonrojadas mejillas rechonchas y los mechones negros de su cabello, como si fuera la última que vez lo vería. Y, probablemente, lo será.

—Qué... —comenzó ella, mirando a la diosa con triste resignación—. ¿Qué es lo que necesito hacer?

Una pequeña expresión de compasión se hizo presente en el rostro de Estigia.

—Solo debes darle tu bendición—explicó—. Esa es la razón por la que te traje aquí. Una vez que lo hagas, podrás continuar con tu camino para que seas juzgada por los Tres Jueces, quienes decidirán tu lugar en el Inframundo.

—Mi bendición... —Sally se aproximó a su hijo—. Percy... te doy mi bendición.

No ocurrió nada como Sally esperaba. No hubo un resplandor ni sonido que anunciaba que algo especial había pasado.

Estigia caminó hacia la orilla del río con Percy en sus brazos. Las aguas negras le llegaron hasta la cintura y, con lentitud, ella comenzó a sumergir el cuerpo del recién nacido.

Sally observó, ansiosa, como el agua comenzó a arremolinarse alrededor del cuerpo sumergido de su hijo.

—Perseo Jackson, hijo de Poseidón y Sally Jackson—declamó la diosa—. Recibe mi bendición y que tu punto mortal, el lugar donde tu alma se ancle al mundo y represente tu esperanza y debilidad, sea donde el lugar donde recibiste el toque de la vida.

El río se arremolinó con más fuerza, formando un remolino en el lugar donde el niño había sido sumergido hasta que explotó en un géiser de agua negra.

Fue entonces que Sally lo oyó, el estridente llanto de su hijo. Ella se acercó con preocupación a la diosa que aún lo sostenía, envuelto en sus mantas. Un jadeo escapó de su boca al ver la piel enrojecida de su hijo, como si todo su cuerpo se estuviera quemando.

— ¡Percy!

—Descuide, su hijo está bien—tranquilizó Estigia—. El proceso fue un éxito. Con esto, está hecho.

El color rojizo de su piel comenzó a desvanecerse y se tornó a un color normal, aunque el niño aún seguía llorando con fuerza.

—Es hora—anunció la diosa.

Con un movimiento de su mano, el río comenzó a burbujear y, de las profundidades, emergió un cesto de madera que se deslizó hasta detenerse en las orillas del río sobre la arena negra. Sally observó, con un nudo en su garganta, como Estigia colocó a Percy dentro del cesto con suavidad y, deslizando su mano sobre el rostro del niño, este dejó de llorar para quedar profundamente dormido.

—Es momento de que ustedes se separen—le dijo Estigia—. Si hay algo que deseas decirle, ahora es el momento. Me aseguraré de que, en un futuro, reciba tus palabras.

Con el corazón desbocado debido a la pena, Sally se arrodilló frente al cesto para observar a su hijo dormido.

—Percy... yo... lo siento mucho—dijo ella con voz ahogada—. Lamento mucho tener que dejarte solo... Lamento mucho no poder vivir a tu lado. Hay tanto... Había tantas cosas que quería pasar contigo. Tantas cosas que quería enseñarte... Quisiera poder quedarme más tiempo contigo, verte crecer, oír tus primeras palabras, verte dar tus primeros pasos, celebrar juntos cada uno de tus cumpleaños y verte convertirte en el espléndido hombre que serás algún día—las lágrimas cayeron nuevamente sobre su rostro, pero ella no las apartó—. Percy... incluso si nunca volveremos a estar juntos, si nunca seremos la familia que siempre quise que seamos... quiero que sepas que te amé desde el primer momento que supe que sería tu madre. Te amé, te amo y te amaré por siempre.

Ella se inclinó y le plantó un suave beso en su frente, incluso si sus cuerpos no podían tocarse. Un beso simbólico.

Mientras Sally se limpiaba las lágrimas, Estigia se acercó y colocó en el cesto una pequeña caja de madera que tenía grabado unas inscripciones que Sally reconoció como griego antiguo.

— ¿Qué es...? ¿Qué es eso? —inquirió Sally.

—Un regalo de su padre—respondió la diosa—. Algo que lo ayudará en el lugar donde irá y un recordatorio sobre sus orígenes, sobre quién es él realmente.

Con un movimiento de su mano, las corrientes del río subieron y arrastraron el cesto de madera.

Con el corazón dolido por tener que separarse de su único hijo, Sally solo pudo murmurar unas últimas palabras:

—Adiós, mi niño.

Ambas observaron cómo, poco a poco, el cesto se volvía más pequeño mientras seguía las corrientes del río hasta que se perdió en el horizonte.

Poco a poco, la transparente figura de Sally Jackson comenzó a desvanecerse hasta que finalmente desapareció, yendo a recibir su juicio como toda alma mortal, donde los Tres Jueces la recompensarían con la entrada a los Campos Elíseos.

—Ve, Percy Jackson—dijo Estigia—. Eres libre de forjar tu propio destino.


El viento soplaba de manera suave y constante, arrastrando un cálido aire veraniego y haciendo que la hierba se ondeara con ligereza. Numerosas cascadas caían en un ancho río que fluía hasta desembocar en una gran catarata, arrojando una ligera niebla que solo hacía resaltar aún más la belleza de aquel lugar. En el horizonte, las colinas cubiertas de hierba y montañas rocosas se alzaban sobre la tierra, intentando alcanzar el despejado cielo azul cielo.

En la cima de un acantilado, un hombre contemplaba en silencio el hermoso paisaje que se extendía delante de él. Su vestimenta, un changpao marrón oscuro casi negro con bordes dorados, se ondeaba con el viento mientras sus manos estaban detrás de su espalda, sosteniendo una espada envainada.

El hombre cerró los ojos y dio una profunda respiración antes de, con rapidez y elegancia, desenvainar su espada, mostrando una hoja corta de doble filo. Demostrando una destreza, habilidad y elegancia de un maestro, el hombre comenzó a realizar tajos y estocadas con fiereza y precisión. Cada movimiento parecía estar fríamente calculado y controlado hasta que, al realizar un pronunciado tajo, el hombre arrugó el rostro y se sujetó el costado con una mueca de dolor.

—No debería sobre esforzarse, maestro. Podría abrir los puntos de sus heridas.

—Fat—reconoció el hombre, volteando a mirar a quien se había acercado.

Era un hombre adulto que vestía el mismo changpao de color oscuro. Tenía el cabello gris recogido en un moño y una ligera calvicie en la parte superior de su cabeza, denotando la edad del hombre.

—Maestro Piandao, debe descansar—sugirió Fat—. Solo han pasado unos días de su batalla. Enfrentarse a un centenar de soldados y salir victorioso es una hazaña como ninguna otra, pero no salió ileso, señor. Su cuerpo necesita recuperarse.

—No puedo permitirme el lujo de descansar, Fat—rechazó Piandao, adoptando nuevamente una posición para blandir su espada—. Si el Señor del Fuego Azulon envió hombres para arrestarme por desertar del ejército, volverá a hacerlo en un futuro próximo. Mi cuerpo, mi espada y mi mente deben de estar afilados y preparados para cuando llegue ese momento.

—Es por eso por lo que estoy aquí, maestro—Fat metió las manos dentro de su manga y sacó un rollo de papel sellado—. Un halcón mensajero llegó esta mañana. La carta está sellada con el emblema de la Familia Real.

Piandao agarró el rollo de papel y observó por unos segundos el emblema de la Familia Real con recelo antes de romperlo y desenrollar el papel. Leyó detenidamente el mensaje y frunció el ceño con preocupación antes de volver a enrollarlo y entregárselo a Fat.

—Maestro... —llamó Fat, algo dudoso—. Si se me permite saber, ¿qué decía la carta?

Piandao le dio la espalda a Fat, volviendo a contemplar el paisaje que se extendía delante de él.

—El Señor del Fuego Azulon me ha ofrecido una propuesta, un trato—dijo Piandao en un tono sombrío—. Perdonará mi deserción al ejército y no enviará a nadie detrás de mí nuevamente con la condición de que, en el futuro, deberé de ofrecer mis servicios a la Nación del Fuego como compensación por las vidas de los soldados que tomé. Una compensación por las familias que destruí y el deshonor que les causé.

Fat se vio alarmado al escucharlo.

—Maestro, no lo estará considerando, ¿verdad? Después de los años que sirvió en el ejército, peleando en la guerra, ¿le exigen volver a formar parte de ella? Lo más probable es que lo fuercen a entrenar a los soldados en el arte de la espada. O peor, ¡lo forzarán a luchar en el frente!

—No tengo muchas opciones, Fat—reconoció Piandao en un tono ligeramente derrotista—. No me gusta reconocerlo, pero el Señor del Fuego tiene algo de razón. Debido a mi egoísmo en mi búsqueda de la iluminación, dañé a muchas personas. Padres, madres, hermanos y hermanas que no volverán a su hogar. Aún tengo mucho que aprender...

—Maestro...

—Escribiré una carta al Señor del Fuego, diciendo que aceptaré sus términos — Piandao observó la hoja de su espada, donde vio su reflejo en ella—. Si debo hacer penitencia por mis errores, que así sea. Es un precio muy pequeño a pagar por las vidas que tomé.

Él envainó su espada y al hacerlo, se percató de algo curioso en el paisaje que había estado observando anteriormente con detenimiento. A los lejos, en el río, pudo ver un pequeño objeto flotar en sus aguas, siguiendo las corrientes que eran arrastradas por la cascada. Cuando enfocó su vista a aquel objeto, abrió los ojos con alarma y sorpresa al reconocer a un bebé en un cesto de madera.

—Maestro, ¿ocurre algo? —preguntó Fat, intrigado por su reacción.

— ¡Hay un bebé en el río! —exclamó Piandao, corriendo hacia el borde del precipicio—. ¡Caerá por la cascada!

Con una rapidez y agilidad que desmentía su estado herido, Piandao comenzó a descender por el acantilado, saltando entre las distintas salientes de roca. A medida que descendía, miró con pánico como la cesta donde se encontraba el bebé cayó por la cascada y se hundió en las profundidades del río abajo.

Piandao llegó a la parte inferior del acantilado, en las orillas de la desembocadura de la cascada. Comenzó a escudriñar la superficie del agua, buscando el cesto del bebé entre la ligera niebla que cubría el lugar debido a la fuerte caída de agua.

Fue entonces cuando lo vio. Emergiendo a la superficie del río, un cesto comenzó a acercarse lentamente, como si algo lo estuviera empujando, hasta que se detuvo en las orillas. Piandao se acercó y observó con asombro como el bebé aún estaba dentro del cesto, profundamente dormido. Su pequeño cuerpo estaba envuelto en mantas mientras se aferraba a una caja de madera pulida. Pero lo que más impactó e inquietó a Piandao fue que el niño se encontraba completamente seco, como si no se hubiera sumergido dentro del río.

—Ma... Maestro—llamó Fat, llegando al pie del acantilado con mucha menos gracia y mayor dificultad que Piandao—. ¿Encontró al niño?

—Así es, Fat, lo encontré.

— ¿Qué hace un niño aquí?

—Creo que es bastante obvio, mi amigo—Piandao se puso de rodillas y recogió al niño con firmeza, pero también con suavidad. Ni siquiera las mantas que lo envolvían estaban mojadas, intrigándolo aún más—. Este niño fue colocado en este río de manera intencional.

Fat miró al niño, viéndose ligeramente perturbado.

— ¿Está diciendo que alguien quiso deshacerse de él? ¿Un bebé recién nacido?

—Sí, es probable que lo hayan abandonado a su suerte.

Piandao observó la caja de madera pulida. Era pequeña y elegantemente ornamentada con oro. Tenía grabado unas palabras escritas en un lenguaje que no pudo leer, ni siquiera reconocer.

Al abrir la caja, arqueó una ceja cuando vio nada más que un anillo que parecía estar hecho de bronce. El anillo tenía grabado una palabra con el mismo extraño lenguaje que había en la caja. Junto al anillo, había una hoja de papel que recogió. Se sintió aliviado cuando pudo leer los caracteres escritos en el papel.

—O tal vez... lo dejaron en este río con la esperanza de que alguien lo encontrara.

Le entregó la hoja de Fat, quien lo leyó en voz alta.

"El nombre de este niño es Perseo. A quien lo encuentre, por favor, cuide de él"—Fat miró al niño con extrañeza—. Perseo... ¿Ese es su nombre? Debo decir que es bastante... inusual.

Piandao asintió en señal de acuerdo.

—He viajado por todas las naciones y nunca he escuchado un nombre como ese.

—Maestro, ¿qué piensa hacer con él? Si lo desea, puedo llevarlo al orfanato de la ciudad. Tendrá todo el cuidado que necesita.

Piandao observó al niño detenidamente. Se veía tan pequeño en la palma de su mano, tan frágil...

—No—dijo finalmente él—. No condenaré a este niño a vivir una vida a la deriva... Y no le negaré aquello que me fue negado a mí.

—Entonces, ¿qué hará, maestro?

Piandao sintió como el niño en sus manos comenzó a removerse y balbucear. Y cuando abrió los ojos, se sintió estupefacto al verlos. Nunca había visto a nadie con unos ojos verdes tan intensos y brillantes.

El pequeño niño estiró sus manos hacia él y Piandao se sintió conmovido por la inocencia que había en sus ojos. No pudo evitar sonreír con compasión a la vez que estiraba su maño para que el niño agarrara uno de sus dedos.

Fue entonces cuando Piandao tomó una decisión. Una decisión que cambiaría su vida para siempre.

—Yo cuidaré de él. Lo educaré como a mi propio hijo.

...

..

.


¡Y eso es todo por ahora, mis queridos lectores!

Con esto, coloqué las bases fundamentales de la historia. Percy Jackson ha llegado al mundo de Avatar.

La sola presencia de Percy lo cambiará todo. Créanme cuando les digo que su llegada sacudirá a las Cuatro Naciones.

¿Qué creen que sucederá cuando el hijo de uno de los tres dioses griegos más poderosos, un semidiós potenciado con la Maldición de Aquiles, llegue a las Cuatro Naciones? Acompáñenme en esta historia para averiguarlo.

Como siempre, estoy abierto a sus opiniones y sugerencias sobre el futuro de esta historia.

Para aquellos que me conocen por mis otras historias, saben que tengo la costumbre de agregar fanarts de mis personajes o de momentos clave en la historia, así que esperen por ello en el futuro.

En fin, espero les haya gustado.

Y sin nada más que decir... ¡Hasta la próxima, guapos y guapas!