XI. La maldición de Anna Karenina. Diluirse entre pensamientos.
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"Al socavar a demasiada profundidad nuestras almas, nos exponemos a tocar lo que tal vez pasaría inadvertido."
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La primera vez que sucedió, Satoru se asustó tanto que por primera vez se sintió bloqueado. Sintió el vacío en su corazón y lo inútil que podía ser a veces, lo frustrante de no poder hacer nada más que ser testigo y eso por supuesto que no le agradó.
Simplemente pareció que Suguru se apagó, como si fuese una vela a la que le extinguieron la flama.
De la nada. Un día, normal, estuvo observándolo, admirando su capacidad para dominar al enorme dragón del que se había hecho días atrás, porque sí que admiraba su habilidad. Era magia de verdad.
Al otro día, se apagó. No se levantó. Se había quedado desparramado en la cama, envuelto en las cobijas, perdido, como un cascaron vacío, su cuerpo estaba ahí, pero él no estaba.
—No iré, ve tú —dijo bajito sin siquiera mirarlo.
La noche anterior cada quién había dormido en su habitación, milagrosamente.
—Vamos, ¿cómo que no irás a las clases? —Inquirió con ironía.
—No, no quiero ir. Me quedaré aquí, vete antes de que se haga tarde…
Fue por Shoko y ella le confirmó algo que ni sabía, ni entendía, y que ciertamente le hizo sentir miserable, porque él no tenía idea y tal parecía que los demás sí.
—Es depresión, Satoru —explicó ella lacónica, observando con piedad los ojos azules tan profundos de su compañero.
—¿Cómo? ¿Y luego? ¿Por qué? —preguntó histérico— ¿Por qué nadie me dijo? ¿Por qué yo no lo sabía, si se supone que es mi mejor amigo?
—No me lo dijo él, me lo dijo el profesor… ahora, necesito que escuches con atención lo que te voy a decir, ¿entendido? —Por toda respuesta Satoru asintió, más fastidiado que convencido—. Las maldiciones que absorbe le afectan, aunque poco, también le afectan, todo eso lo guarda dentro de sí, en su cuerpo…
—¿Qué mierda quieres decir con eso?
—La condición de Suguru es así desde que era un niño y, si sumamos lo que le afectan físicamente las maldiciones, su condición mental es un poco inestable…
—No me jodas, pero algo se puede hacer, ¿no?
—No, Satoru, realmente no hay nada que hacer, si te refieres a si…
—Medicamentos, hay medicamentos para eso ¿No? Eso se puede hacer —explicó convencidísimo de su propia respuesta.
Shoko le contempló en silencio, bajó la vista, observó el cigarrillo en su mano.
—No. A los hechiceros no se les puede administrar medicamentos que modifiquen sus funciones cerebrales… eso llevaría a cualquier dotado a que no pueda controlar del todo su poder, a que se vea menguado y a que, eventualmente, eso provoque su ruina…
—¿Cómo? Pero Suguru es muy joven y es fuerte y…
—No, Satoru, darle medicamentos, que en cualquier persona serían de ayuda, en su caso no lo serían. Se requiere el total de sus funciones sin interrupciones…
—¡Pero eso significa dejarlo solo con esto! ¿Y entonces?
—No hay más qué hacer, su condición es así…
—¡No me digas esa mierda! ¿Cómo así? —gritó el otro.
—Lo siento, Satoru, lo único que podemos hacer es estar con él… vigilar que no entre en esos estados…
Ni siquiera siguió escuchando, dio media vuelta y la dejó ahí. Fastidiado, frustrado, molesto… la condición de la psique frágil de Suguru era una afrenta directa a su persona, por el sencillo hecho de que bien podía morir por los demás, como carne de cañón, para eso había sido preparado, pero… a quién más deseaba proteger, no podía hacerlo…
"Debe de existir alguna manera, debe de haber algo" pensaba, mientras su cabeza iba en todas las direcciones posibles.
Regresó a la habitación de Suguru, se dio cuenta de que ni siquiera se había movido de la posición en la que lo dejó. Bajó la mochila y la colocó apoyada contra la silla.
Se sentó en la orilla de la cama, puso su mano sobre el hombro de él, tenía ganas de gritar, de llorar, de… tenía ganas de no sentirse tan inútil como se estaba sintiendo. Acarició su brazo, después tiró de él hasta que lo hizo incorporarse, hasta que estuvo sentado.
Era tan irreal.
Suguru no lo miraba, simplemente se quedó con la vista clavada en las cobijas, perdido en quién sabe que punto de éstas.
Delineó su rostro tan bello, tan varonil, hecho a mano; contempló sus ojos, esos que normalmente eran tan elocuentes, pero que ahora parecían vacíos, como si no fuese Suguru, o más bien fuese otro conviviendo en el mismo cuerpo.
Su mejor amigo, su forma de vida, estaba escurrido como una flor marchita.
Igual le sonrió cariñosamente, acomodó su cabello y lo ató como normalmente solía traerlo, lo ató con el elástico que tenía ahí en la mesita de noche.
—Mucho mejor, aunque a mi me gusta tu cabello suelto, creo que se ve mejor así, por hoy —farfulló.
Geto no contestó, siguió callado. Satoru acabó por rodearlo con los brazos, lo acunó entre ellos, sus dedos se enredaron en los cabellos de su nuca y lo acariciaron con delicadeza, como si se fuese a romper en mil pedazos.
Quería absorberlo entre sus brazos, quería guardarlo en su piel, en sus huesos.
—No importa lo que pase, por favor, no te vayas a donde yo no te pueda alcanzar… —susurró bajito, un murmullo apenas audible—, lucha contra esto… y cuando te canses de luchar, yo te ayudaré…
Suguru siguió sin contestar pero sus manos se enredaron tímidamente en la breve cintura de su compañero, se agazapó en su pecho, cerró los ojos y se concentró en el latido poderoso de su corazón indomable.
Deseaba no sentirse una carga, no sentirse inútil y desarmado ante los laberintos de su mente.
Gojo no fue tampoco a clases y por ello, al final, el profesor Yaga había cancelado las clases pendientes con ellos ese día. Era una ridiculez dar clases sólo a una persona, a Shoko. Ella le había dicho lo que había pasado ese día por la mañana.
Cuando se vio libre, fue también a la habitación de Suguru, llevó consigo refrescos y dulces, por instrucción de Satoru, y por supuesto los cigarrillos. Ahí estuvieron lo tres, quizás no sirvió de mucho… o quizás sí… pero al final, eso era lo que hacían los amigos, ¿no?
No soltar… nunca soltar…
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Tokyo Radio FM 96
Sometimes you picture me
I'm walking too far ahead
You're calling to me
I can't hear what you've said
You say, go slow
I fall behind
The second hand unwinds
If you're lost, you can look and you will find me
Time after time
If you fall, I will catch you, I will be waiting
Time after time
Time after time, Tuck & Patti.
