El rey Trunks era malo en verdad. No se andaba con jugarretas de ningún tipo; hacía lo que debía hacer y punto.

En cambio, Mai, reina del pueblo humano, era más dulce y blanda que un rico panecillo recién horneado. Amaba y cuidaba a su gente. Para ella, toda clase de vida estaba por encima de la suya. Hubiera dado la vida por cualquiera.

Ambos reyes eran preciosos. Trunks, varonil, de cabello color lila hasta los fieros hombros musculosos, de tez morena y ojos azul cielo y sonrisa encantadora. Mai, de piel tan blanca como la nieve y cabello negro como la noche, ojos azul oscuro y labios rojos. La sonrisa... siempre coqueta, al igual que la mirada y el contorno dulce y redondo de la cara.

Los dos eran una hermosura, solo que una lo era por dentro y por fuera... y el otro, solo en el exterior.

El objetivo nuevo del soberano de los saiyajin era deshacerse de una raza llamada tsufurujin; seres pacíficos bastante similares a los humanos. Trunks sentía que estorbaban en sus tierras. Y no solo eso... también deseaba hacerse con los minerales de otros reinos.

Colérico, pues la reina Mai se había negado a su exigencia, mandó a llamar a Nappa, su soldado de confianza.

—¡¡Nappa!! —gritó hecho una furia desde el trono.

Nappa desde luego que no tardó en hacerse llegar. Hizo una reverencia. —Dígame, Su Majestad...

—No lo tolero más —dijo con su voz también tan preciosa—. Vayamos ahora mismo a ver a esa maldita. No sé qué se ha creído.

—¿Se refiere a la reina Mai?

—En efecto —respondió el rey, aprisa—. Se niega a mi petición, y sabes bien que a mí nadie se me niega. Le enseñaré... —dijo con una sonrisa perversa.

...

—No pienso aceptar eso —decía Mai al Consejo.

—¡Pero mi señora...! Si hace eso... será el fin de todo —le advertía Pilaf, el mayor del Consejo.

—Lo sé, Pilaf... pero si aceptamos... mi pueblo pasará hambres y eso es algo que no pienso aceptar —dijo Mai, decidida.

En ese momento, sin avisar, se adentraron Trunks y su soldado. Había un desorden en el trono; Mai estaba de pie delante de él y alrededor suyo se encontraban los miembros del Consejo. La reina volteó a ver a los visitantes inesperados. —¿Y ustedes quiénes son? —preguntó con coraje.

Pilaf agitaba las manitas, asustado, para avisar a su reina. —¡Mi señora...! ¡Es el rey Trunks!

—¡Oh...! —dijo Mai sin importancia, y se sentó en su trono, para esperar a que el rey de los saiyajin se inclinara ante ella según los buenos modales.

Nappa se sonrojó demasiado; había escuchado que la reina humana era hermosa... pero no imaginó que tanto. Trunks, en su ira, ni siquiera la había contemplado aún. Al avanzar por la alfombra que conducía al trono, la divisó... era... absolutamente bella; despampanante... como ninguna otra mujer. No sabía que iba a enfrentarse a un ángel, y por un momento titubeó, nervioso. ¡¿Por qué no me avisaste, Nappa?!, fue lo que pensó, más que molesto.

Mai llevó a cabo un sonido, como recordando al rey de los saiyajin que debía saludar conforme a la cortesía. El rey de cabellos lila, avergonzado, se inclinó.

—S-Su Majestad...

—¿A qué debo su visita sin previo aviso... rey Trunks? —le preguntó la hermosa reina.

Trunks contuvo sus anhelos y se irguió. Se puso serio de inmediato. —Reina Mai... hace tiempo que le exigí por medio de una carta la mitad de sus minas... y no he recibido respuesta. ¿A qué se debe su negativa? ¿O es que debo recordárselo? —se lo dijo mirándola fuerte, intimidante, a lo que Mai se levantó y solo sonrió. La mujer, preciosa, se tomó las manos, y mirándolo de frente, sin nervio alguno, le dijo:

—La respuesta, rey Trunks... es un no. Piensa usted que puede venir a mi reino —acentuaba casi toda palabra, con coraje— y privar de sus riquezas a mi gente. ¡¿Quién se cree usted?! —aunque alzó el tono, en ningún momento perdió la sonrisa ni mucho menos la compostura.

Trunks calló un momento. No dejaba de mirarla con cierta irritación. —Ya ha decidido usted... Sepa que si no coopera... no tendré otra opción más que la de atacarla; acabaré con su reino... y con usted —finalizó con una sonrisa.

Mai se dio la vuelta, agitando su largo y brillante cabello en el proceso. Era una señal de desprecio. —Haga lo que quiera —le dijo mostrándole la espalda.

Trunks tembló ante la terrible indignación. ¡Nunca nadie se le negaba! —¡¡Usted...!! —gritó fuera de sí.

Mai volteó a verlo nuevamente, casi riendo. —Le va a dar un ataque, señor... —le dijo como burla.

—¡¡¿Se está burlando de mí?!!

—En efecto —asintió sonriente Mai, muy tranquila.

—Créame... no quiere...

—¡Déjese de juegos!, y si se cree tan fuerte... intente convencerme —lo interrumpió Mai, junto al trono—. Venga conmigo... —lo invitó la reina.

Trunks guardó silencio, aunque continuaba enojado, y siguió a la reina. La mujer, despacio, lo condujo a un salón; era una pequeña biblioteca, muy elegante y cómoda.

—¿Qué es lo que quiere? — le preguntó Trunks, asaz serio.

—Mi gente lo es todo para mí, por tanto...

Mai calló para quitarse la elegante capa y su corona, que puso en el escritorio con cuidado. A continuación, se quitó su vestido y cada prenda, quedando totalmente desnuda frente al rey saiyano, quien estaba estupefacto. La mujer era... una escultura viviente; perfecta. Mai lo miraba de pie, con los ojos centelleantes, como invitándolo. Trunks estaba embelesado.

—Sé que puedo convencerlo... de no atacar a mi gente ni a nadie más... de no dejarlos con hambre; yo haría todo por ellos...

Trunks estaba por renegar, pero su alma, su mente y su cuerpo le pedían a la mujer; ella era el punto; lo era todo. No podía pensar...

Mai se aproximó a él y tomó su mano derecha; la puso sobre su pecho izquierdo. Trunks lo sintió suave... blando. Sintió la erección inmediata y apretó los dientes. Se lanzó a besarla y a tocarla. Le haría el amor ahí mismo. Metió la mano entre sus piernas para tocar su intimidad. La agarraba por detrás. Mai lo miró por el rabillo del ojo. Antes de entregarse —por primera vez a un hombre— debía asegurarse de que él cumpliría lo que ella le pedía. —¿Nos dejarás en paz a todos?

Trunks lo pensó unos instantes. —¡Al carajo...! —manifestó en voz baja, y se dispuso a tocarla toda. Se había rendido... ante la belleza. El deseo... fue más fuerte que nada.

Le tocó todo el cuerpo; cada parte. Las manos iban de un sitio al otro desesperadas, y Mai cedía ante el encanto; las manos morenas, que no solo la tocaban con deseo... sino también... con algo más; con devoción. El rey Trunks le besaba y succionaba el cuello. —Mai... —pronunció en su fuerte ardor. Y las manos apretaban los pechos, exquisitos a las manos y para el paladar del caprichoso rey. Metió los dedos en la cavidad vaginal y así estimulaba a la reina; la hacía suya primero así. —Eres mía... —le dijo al oído, respirando mal. Mai no hablaba; estaba sumida en el placer más profundo.

Trunks se apartó para desnudarse; lo hizo pronta y torpemente; desesperado. Ya sin ropa, la tomó de las caderas, todavía por detrás, y entró en ella de una, sin piedad. El pene, grueso, resbalaba muy apenas por la pequeñísima entrada. Esas paredes calientes, blandas, suaves... lo estrujaban; también lo hacían suyo, exprimiéndolo. Trunks se sentía morir de placer. Con los ojos cerrados, la llevaba hacia su miembro duro; lo metía cada vez más profundo.

Mai se dejaba tomar; comenzaba a disfrutarlo demasiado, y gemía a todo volumen en la pequeña biblioteca.

Los gemidos, intensos, se mezclaron; era una sinfonía depravada, pero hermosa.

Trunks la repegó a su cuerpo; la abrazaba mientras entraba y salía de ella. —Mi amor... —le dijo en el deseo, pero también del corazón.

Ambos, con los ojos cerrados, por fin se corrieron.

Después de un rato, Trunks colocó a Mai en el suelo, de rodillas. Le acarició la cara, dulce, preciosa. —Traga —le dijo, pero de buena manera, apuntándola con su enorme miembro erecto. Mai obedeció; abrió la boca cuanto pudo y lo trago casi todo. Le daba un placer extra al rey, que estaba fascinado. El rey vertió su semilla en la dulce boca de la reina —ahora su reina—. —Gracias, mi amor... —le dijo satisfecho, en calma.

...

Los dos reposaron en el sofá de la biblioteca; Mai encima de Trunks; este jugaba con sus mechones y le daba muchos besos en los labios. —Sé mi mujer... —le dijo, contento— y te prometo paz a cambio... de todo tipo.

Mai lo miró a los ojos y le sonrió. —Me parece bien.

Nadie puede negarse a una mujer hermosa... ni siquiera el rey más caprichoso.

Nota de autor: ¡Hola! Me encantó escribir este drabble. Espero que a ustedes también les guste esta historia.

Nos vemos pronto.