No se habían hablado en años. Desde la pubertad, para ser exactos. Y claro... era una locura, puesto que compartían techo.
¿Quién había ocasionado la "ruptura"? Ciertamente, habían sido los dos.
Trunks, harto de rogar, harto de ser ignorado, y con el corazón doliente de un adolescente, se marchó primero.
Se prometió que viviría, y así lo hizo. Crecer al lado del mejor amigo —como siempre— había sido la mejor de las elecciones. Juntos habían recorrido el mundo; habían peleado y se habían divertido.
Por su parte, Mai se enfrentaba, asimismo, al desarrollo, que para ella representaba horrores e incluso locura. ¿Cómo entender y aceptar que era una chiquilla de nuevo? Los miedos se apoderaban cada vez más de ella. Decidió concentrarse en el trabajo que le había impuesto Bulma para sobrevivir al enredo de dudas que en ocasiones juraba ponía en peligro su cabeza.
...
Las tardes, tan ocupadas en la Corporación, por supuesto que no le dieron cabida al presentimiento de un nuevo encuentro. Los dos estaban muy ocupados.
Mai, preciosa. Más bonita que nunca —por las bondades de la juventud—, se adentró en uno de los talleres más grandes por órdenes de su jefa. Debía buscar la computadora de un robot y repararla.
Una música, extraña, como de un tiempo lejano, se desprendió de su mismo corazón tras notar la espada. Juró que estaba viendo mal, de modo que, a paso lento, se acercó a esta.
La vaina de un tono entre anaranjado y rojo trajo el pasado. Un pasado... en el que sintió amor, y en el que se sintió ella todos los días. Sonrió llorosa.
Entonces, por fin, después de años, el muchacho peliazul atravesó la puerta, y se vieron cara a cara. Mai se apresuró a limpiarse las lágrimas que ya habían escurrido, por desgracia.
Trunks, anonadado, como despertando de un chocante sueño, la contempló sin parpadear. ¡Mai!, pronunció en su interior, asaz profundo. ¡La había olvidado! ¡¿Cómo era eso posible?!...
La niñez, una niñez en que la conoció y quedó prendido de ella, vino y se introdujo nuevamente en su pecho. —M-Mai —expresó apenas.
—T-Trunks.
Según ella no estaba nerviosa, pero su voz la delató, hasta consigo misma.
—Yo, ah... vine por eso —señaló el joven detrás de ella, donde se hallaba su espada.
—Oh... ya veo —dijo algo triste, aunque sin demostrarlo demasiado.
Trunks se aproximó a su espada. La alzó y sacó de su funda para verificarla; no la había usado en años; la había abandonado... como a Mai. Sin embargo, seguía tan limpia y brillante como la fecha en que la guardó en ese inmenso taller.
Los sueños de la infancia seguían ahí aguardándolo; quien debía tomarlos... era él.
Luego de examinar su tesoro, llevó la mirada a Mai. —¿Te gustaría venir conmigo? ¡Digo...! —manifestó aprisa, sonrojado—. A caminar y todo eso.
Mai, como asustada y también apenada, dobló el torso un poquito hacia atrás. —Yo...
La postura cambió con la admisión de su destino. —Me encantaría...
